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  • Nos volvimos a la Fuente de la justicia verdadera
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1988
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1988
w88 1/12 págs. 28-31

Nos volvimos a la Fuente de la justicia verdadera

Según lo relató Erwin Grosse

AÑOS atrás, temprano por la mañana se me encontraría en las entradas de un inmenso astillero de Kiel, Alemania, distribuyendo hojas sueltas y vendiendo Rote Fahne, la revista del KPD/MLa. A la misma vez, estaría tratando de envolver en debates conmigo a obreros y aprendices. No era nada fácil convencerlos de mis puntos de vista comunistas.

Sin embargo, yo no dejaba que esto me abatiera. Había hallado una meta para la vida: ayudar a traer condiciones de justicia mediante la revolución mundial. ¿Cómo había adquirido aquel punto de vista? ¿Satisfaría mi hambre de justicia aquella meta que me había fijado en la vida?

Busco la justicia

Mis padres no escatimaban esfuerzos por vivir una vida de prosperidad material, y aquello no me atraía en absoluto. Nosotros los jóvenes queríamos algo mejor. Probábamos nuevos estilos de vida y proclamábamos nuevos propósitos. En aquel tiempo la guerra de Vietnam y la agitación estudiantil estaban en primera plana. Nos parecía que había gente inocente pagando con la vida por la megalomanía de los políticos y los capitalistas. Aquella situación me preocupaba, y empecé a odiar el sistema capitalista.

También le di la espalda a la religión establecida. Una experiencia que tuve mientras servía en las fuerzas armadas de Alemania Occidental me ayudó a tomar esta decisión. Las maniobras militares en que participábamos fueron interrumpidas para un servicio religioso en el campamento, y los soldados fueron divididos en dos grupos: católicos y protestantes. Al concluir el servicio, ¡los clérigos de las dos religiones bendijeron la artillería pesada! Aquello me sacudió. ¿No habían sido construidas para matar aquellas armas? Y cuando recibía instrucción religiosa en la escuela, ¿no me habían enseñado: “No matarás”? (Éxodo 20:13, Versión Reina-Valera.)

Me pareció que Karl Marx había tenido razón al llamar a la religión “el opio del pueblo”, porque la religión dejaba indefensa a la gente frente a los intereses del capitalismo. Por eso, después de salir del ejército renuncié a la iglesia y tomé lecciones regulares de marxismo-leninismo. También leí las obras de Mao Tse-tung. Todo esto me fortaleció en la convicción de que solo la revolución mundial podría desarraigar el mal. Creía que solo así podría aparecer una nueva sociedad humana caracterizada por la justicia.

El KPD/ML me adiestró en ganar obreros para las enseñanzas de Lenin y ofrecerles hojas sueltas y Rote Fahne. También portaba pancartas y conducía automóviles con altavoces en las manifestaciones. Sin embargo, solo me consideraban simpatizante del partido. Para que el comité central me admitiera como miembro yo tenía que probar que era digno de ello sirviendo al partido por algún tiempo y apoyándolo financieramente.

Diferencia en la práctica... ¡amarga desilusión!

Yo me había educado como delineante de ingeniería, pero estaba más interesado en el arte de los pintores socialistas, y deseaba ocuparme en una obra creativa como la de ellos. Por lo tanto, solicité entrada en el Colegio Universitario de Arte de Berlín Occidental. Me aceptaron, y empecé mis estudios en febrero de 1972.

Aquí, de nuevo, me puse en comunicación con el partido, y pronto me hallé a las entradas de las fábricas vendiendo Rote Fahne. También diseñaba pancartas y pintaba retratos de Marx, Engels, Lenin y Mao Tse-tung en banderas rojas.

Me había resuelto a no casarme... es decir, hasta que conocí a Linda. Descubrí que ella poseía una cualidad poco común, la fidelidad, y esto me hizo cambiar de opinión. Cinco meses después éramos esposos, y comenzamos así lo que sería un matrimonio armonioso.

Anteriormente yo había vivido con un grupo de jóvenes de ideales izquierdistas diversos. Conversábamos sobre muchísimos asuntos, pero también existía fricción y animosidad entre nosotros. En los diferentes partidos comunistas la situación era muy similar. Cada uno sostenía que los demás no habían comprendido bien el ideal comunista y deberían unirse al “verdadero” partido. ¡Estábamos listos para luchar unos contra otros!

Dentro de mi propio partido, las luchas entre la izquierda y la derecha eran comunes. Miembros prominentes trataban de deponerse unos a otros. Me cansé de las peleas y los insultos, y esto me llevó a ir rompiendo todo lazo con el partido. No tenía sentido para mí estar envuelto en algo que en realidad no podría traer cambios. ¡En la práctica, el ideal comunista había resultado inalcanzable! Pero en mi corazón yo seguía siendo marxista.

Linda me habla de Dios

Cierta noche, mientras conducía mi automóvil desde Kiel en dirección a Berlín, Linda me alarmó. Dijo: “Estoy convencida de que hay un Dios, y en lo más profundo de mi corazón creo en él”. ¡Jamás pensé oír eso de ella! Linda siempre había apoyado mis ideales marxistas.

Tuvimos entonces una disputa acalorada sobre el materialismo dialéctico y el marxismo. El marxismo presenta la tesis de que el hombre deriva toda su vida espiritual, intelectual y moral de su ambiente social. Como consecuencia, el hombre “nuevo” surge como resultado de la educación en la ideología comunista y por un cambio positivo del ambiente. Linda, sin embargo, era técnica de laboratorio con experiencia, ¡y estaba mejor informada que yo! Podía probar que en el comportamiento del hombre también influye su constitución genética. Para evitar una pelea, dejamos aquella agitada conversación.

Durante un viaje posterior, de nuevo Linda sintió el deseo de hablarme acerca de Dios. Según mi punto de vista, la teoría de la evolución confirmaba que todo se había originado de lo material y era el resultado de la pura casualidad. Linda mencionó los principios de la termodinámica, la ley de inercia y otras leyes físicas para probar que la vida tiene que haber tenido un originador inteligente. Yo me apegué a mis opiniones. ¡Pero ya mi filosofía de la vida y mis ideales estaban hechos trizas!

Pasó un año. Cierto domingo por la mañana, de repente Linda sacó un libro grueso y empezó a leerme de él. Era la historia de un hombre que derribó un árbol, usó la mitad de este para hacer un ídolo sin vida, y entonces le suplicó: “Líbrame”. Esta notable descripción de la religión me impresionó mucho. ¡Imagínese mi sorpresa cuando supe que venía de la Biblia! (Isaías 44:14-20.)

Le pedí a mi esposa que me dijera más. Ella lo hizo por cinco horas... comenzando con la caída del hombre en Edén y terminando con la restauración del Paraíso descrita en el libro de Revelación. Linda quedó completamente agotada, pero yo sentí como si de mis ojos hubieran caído escamas y por primera vez pudiera ver claramente. Por supuesto, quise saber dónde había aprendido Linda todo aquello.

Ella me dijo que cuando tenía 14 años de edad había estudiado la Biblia con los testigos de Jehová en Berlín y después hasta se había bautizado. Cuando tenía 18 años se había mudado a un lugar distante debido a su empleo, y, lamentablemente, había abandonado el camino de la verdad. Después, cuando regresó a Berlín, se envolvió en la política izquierdista. La felicidad de que ahora disfrutaba en nuestro matrimonio la impulsó a buscar de nuevo a Dios. Pero ¿la perdonaría Dios por sus errores? Ella sabía que la única manera de conservar nuestras vidas y la felicidad de nuestro matrimonio era regresando con arrepentimiento a Dios. Pero yo no estaba listo para hacer aquello entonces. Necesitaba más tiempo.

Me vuelvo en la dirección correcta

Cierta tarde de verano observamos una dorada puesta de sol sobre la ciudad. Linda dijo: “Quizás podamos disfrutar de estas cosas por un tiempo, Erwin. Pero ¿nos mantendrá Dios vivos cuando intervenga? ¿Qué razón le estamos dando para que haga eso?”. Aquellas palabras me pusieron a pensar. Yo había aprendido algo acerca de Jehová, pero era obvio que aquello no bastaba. Por eso, decidí volverme a él definitivamente.

Poco después, mientras estábamos en el mercado, vimos a una señora de edad avanzada en una silla de ruedas; la señora ofrecía La Atalaya. Le pedimos que nos dijera las horas de las reuniones en el Salón del Reino local, y se le encendieron los ojos. Nos tomó las manos: “Me alegro de que jóvenes como ustedes quieran conocer la Biblia”, dijo varias veces. Llena de gozo, se irguió sobre su silla de ruedas y le dio un abrazo a Linda. Aceptamos algunas revistas y le prometimos ir a la siguiente reunión.

Llegamos poco antes de que empezara. Yo tenía el pelo largo y una barba, y vestía pantalones vaqueros y camiseta. Linda llevaba el traje de bodas azul marino —un traje viejo ya, de 30 años— de su tía. Vi a un hombre con chaqueta y corbata a la entrada y pensé: ‘¡Un tipo chapado a la antigua! ¡Vaya manera de empezar!’. Pero aquel hombre era amigable, y dijo: “Los esperábamos”. Aquello me sorprendió, pero le dije: “Quisiéramos tener un estudio bíblico”. Esto tampoco le sorprendió. “Ya se han hecho arreglos para eso”, respondió. Un poco irritados, Linda y yo entramos en el Salón.

Durante la reunión, varias veces me pareció que el orador me hablaba a mí personalmente. Y algunos miembros de la congregación se sorprendieron cuando Linda sacó La Atalaya con la lección preparada de antemano para el estudio. Dos horas después la hermana de edad avanzada vino y nos abrazó, con rostro radiante de entusiasmo. Ella les había dicho a los demás que vendríamos. Convinimos en que el hermano que nos había dado la bienvenida estudiara regularmente con nosotros la Biblia, y nueve meses después, el 4 de abril de 1976, simbolicé mi dedicación a Jehová por bautismo en agua.

¡Cuánto me alegró llegar a conocer a Aquel que prometió: “¡Mira!, [Yo] voy a hacer nuevas todas las cosas”! (Revelación 21:5.) ¿Y cómo traerá el Creador la justicia verdadera? Proverbios 2:21, 22 da la respuesta: “Porque los rectos son los que residirán en la tierra, y los exentos de culpa son los que quedarán en ella. En cuanto a los inicuos, serán cortados de la mismísima tierra; y en cuanto a los traicioneros, serán arrancados de ella”.

Mientras que antes había distribuido Rote Fahne a las entradas de las fábricas, ahora estaba los sábados en la calle de Karl Marx, en Berlin-Neukölln, ofreciendo La Atalaya. Ahora podía hablar sobre algo que ningún sistema de hechura humana puede ofrecer: la vida eterna. (Juan 17:3.) Aprendí que ahora mismo se está adiestrando a “los rectos” para que se vistan con “la nueva personalidad, que mediante conocimiento exacto va haciéndose nueva”. (Colosenses 3:10.) ¡Esta educación para un nuevo mundo no fallará!

En cuanto a Linda, ahora estaba resuelta a nunca apartarse de la Fuente de la justicia verdadera. Peter y Reni, quienes nos enseñaron los caminos de Jehová, reconocieron lo que ella necesitaba en sentido espiritual, y la ayudaron a progresar.

Nuevas metas en la senda de la justicia

En el colegio universitario había franca oposición a las creencias que ahora yo abrazaba tan celosamente. Mi profesor, un pintor renombrado, me indicó que tendría que decidir entre el arte y mi nueva fe. Por eso, dejé de pintar y busqué trabajo que nos ayudara a alcanzar nuestra nueva meta: el servicio de precursor. Linda y yo teníamos esta meta presente, y con frecuencia mencionamos nuestro deseo a Jehová en oración. Enviamos nuestras solicitudes con medio año de adelanto respecto a la fecha en que planeábamos empezar, el 1 de septiembre de 1977.

Pues bien, no se nos hizo fácil alcanzar aquella meta, pero la logramos con la ayuda de Jehová. Mientras tanto, desde el 1 de enero de 1985 Linda y yo hemos estado sirviendo de precursores especiales... de modo que se nos ha cumplido otro gran deseo. El usar todas nuestras fuerzas para ayudar a la gente a aprender la senda de la justicia verdadera nos satisface muchísimo.

¿Y qué hay de mi anhelo de justicia? ¿Ha sido satisfecho? Sí. Hoy sé el verdadero significado de las palabras de Jesús en Mateo 5:6: “Felices son los que tienen hambre y sed de justicia, puesto que ellos serán saciados”.

[Nota a pie de página]

a Kommunistische Partei Deutschlands/Marxisten-Leninisten (Partido Comunista Alemán, marxista-leninista).

[Fotografía de Erwin y Linda Grosse en la página 31]

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