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Se ofrecieron de buena ganaLa Atalaya (estudio) 2017 | enero
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Diane
Diane, de Canadá, tiene unos 60 años y estuvo 20 de misionera en Costa de Marfil. Ella nos cuenta: “Al principio me costó mucho estar lejos de mi familia”. Y añade: “Le pedí a Jehová que me ayudara a amar a las personas del territorio. Jack Redford, uno de mis instructores de Galaad, nos explicó que cuando llegáramos a nuestras asignaciones las condiciones nos podrían chocar un poco, o hasta asustar, sobre todo cuando nos encontráramos cara a cara con la pobreza extrema. Pero él dijo: ‘No se fijen en la pobreza. Fíjense en las personas, en sus rostros, en sus ojos. Noten su reacción al escuchar las verdades bíblicas’. Eso hice, ¡y fue lo mejor! Al hablarles a las personas de las buenas noticias del Reino, se les iluminaban los ojos”. Diane nos explica qué más la ayudó a adaptarse a la vida en otro país: “Me hice amiga de mis estudiantes de la Biblia y sentí la infinita alegría de verlos convertirse en siervos fieles de Jehová. Mi asignación llegó a ser mi hogar. Conseguí madres, padres y hermanos espirituales, tal como Jesús prometió” (Mar. 10:29, 30).
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Se ofrecieron de buena ganaLa Atalaya (estudio) 2017 | enero
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Ute
En 1993, una hermana de Alemania llamada Ute recibió la asignación de servir de misionera en Madagascar. Ella cuenta: “Cuando llegué, me costó aprender el idioma local, adaptarme al clima húmedo y hacer frente a la malaria, las amebas y los parásitos. Pero no estaba sola. Las hermanas de la congregación, sus hijos y mis estudiantes de la Biblia me ayudaron con paciencia a perfeccionar el idioma. Y mi compañera de predicación me cuidó con cariño cuando estuve enferma. Aunque quien más me ayudó fue Jehová. Siempre le contaba mis preocupaciones, y después esperaba pacientemente su respuesta, a veces por días y a veces por meses. Él solucionó todos mis problemas”. Ute tiene ahora 53 años y lleva 23 en Madagascar.
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