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  • ¿Qué clase de personas deben ser los misioneros?
    ¡Despertad! 1994 | 8 de octubre
    • ¿Qué clase de personas deben ser los misioneros?

      LA PALABRA “misionero” puede suscitar emociones intensas. En algunos individuos despierta admiración, pues les recuerda a personas como la madre Teresa o el fallecido Albert Schweitzer.

      Otros, por el contrario, se muestran indiferentes o sienten repulsión e incluso cólera cuando se saca el tema a colación; asocian el vocablo con la manipulación de la mente y les hace evocar imágenes del colonialismo.

      Surge, entonces, la siguiente pregunta: ¿Han sido los misioneros agentes de la luz, o de las tinieblas?

      La labor del misionero

      Llámase misionero a la “persona que acomete una misión”, o, en otras palabras, al que lleva a cabo “un ministerio confiado por una organización religiosa para propagar su fe o realizar labores humanitarias”.

      Jesús sentó las bases de la actividad misionera cristiana cuando dijo a sus seguidores: “Vayan, por lo tanto, y hagan discípulos de gente de todas las naciones”. De estas palabras se desprende la necesidad de predicar el mensaje cristiano por todo el globo terráqueo. (Mateo 28:19.)

      El propio Jesús fue un misionero enviado desde el cielo por su Padre, Jehová, a una asignación extranjera: la Tierra. (Filipenses 2:5-8.) Como es de esperar, los misioneros cristianos deben copiar el ejemplo de Jesucristo. El apóstol Pablo, misionero del siglo primero, se distinguió particularmente por ello, y se convirtió en un modelo digno de ser imitado por los misioneros cristianos de tiempos posteriores. (1 Corintios 11:1.)

      Sin rayar en la indiferencia con respecto a los problemas sociales que plagaban a la humanidad, Jesús no dio la máxima prioridad a la solución de estos durante su estancia en la Tierra; con ello solo hubiera conseguido a lo sumo una mejora temporal. (Juan 6:26, 27; 12:8.) Había otra cuestión que revestía mayor importancia: “Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo —dijo a Pilato—, para dar testimonio acerca de la verdad”. Nunca se recalcará lo suficiente el valor de conocer dicha verdad, pues como Jesús había orado en una ocasión anterior, “esto significa vida eterna, el que estén adquiriendo conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú enviaste, Jesucristo”. (Juan 17:3; 18:37.)

      ¿Han estado los misioneros de la cristiandad a la altura del ejemplo dado por Jesús? ¿Han sido agentes de la luz al igual que él y han reflejado la luz de la Palabra de Dios, el conocimiento de la cual conduce a vida eterna? ¿O han dejado a la gente en la oscuridad? La respuesta a estas interrogantes debe interesarnos, pues un examen del fruto que han producido los presuntos misioneros cristianos a lo largo de los siglos nos ayudará a distinguir la religión verdadera de la falsa. ¡Despertad! se complace en anunciar que en los cinco números siguientes analizará en profundidad este tema.

      ¿Han vivido los misioneros a la altura de su comisión?

      Los misioneros han hecho una valiosa aportación a la divulgación del mensaje de Cristo. Algunos, por ejemplo, han traducido la Biblia a las lenguas vernáculas para que la gente pueda leerla por sí misma.

      Sin embargo, hoy parece que algunos misioneros creen que la satisfacción de las necesidades sociales debe primar sobre la labor de predicar o traducir. Un artículo de la revista Time titulado “El nuevo misionero” señaló: “Se ha operado un cambio en la actitud de los protestantes en dirección a una mayor intervención en la problemática económica y social de aquellos a quienes los misioneros intentan llegar”. Por lo que se refiere a los católicos, el director de las misiones jesuitas enviadas desde Estados Unidos indicó que “el servicio a los demás ha venido a ocupar el lugar” de la enseñanza de la fe cristiana. Asimismo, el secretario de una misión católica sostuvo: “En el pasado creíamos en el supuesto motivo de salvar las almas. [...] Ahora, gracias a Dios, creemos que todas las personas y todas las religiones viven en la gracia y el amor de Dios y que serán salvadas por la misericordia divina”.

      ¿Significa lo antedicho que ya no es preciso enseñar la Palabra de Dios como hizo Jesús?

      ¿Hay necesidad todavía?

      En 1985, centenares de voluntarios llamaron por teléfono a unos dieciocho mil hogares de Hamburgo (Alemania) en lo que un periódico calificó de “trabajo misional masivo a través del teléfono”. Obviamente, este intento no fue muy fructífero, pues el diario The European escribió lo siguiente el pasado mes de diciembre: “La iglesia protestante de Alemania [...] ha visto reducirse la cantidad de asistentes a los servicios religiosos en más de quinientos mil desde 1991”.

      La merma de los rebaños no es un fenómeno exclusivo de las iglesias alemanas. Millones de personas le han vuelto la espalda a la religión, pues no la consideran práctica en esta década realista de los noventa. No obstante, para que no nos venza la oscuridad del mundo contemporáneo y hallemos sostén en la esperanza de un nuevo mundo, es esencial que conozcamos el cristianismo. El precepto de Jesús de hacer discípulos de gente de todas las naciones es un medio válido de cubrir una necesidad apremiante.

      Jesucristo quiso decir que los misioneros cristianos debían ser agentes de la luz, no de las tinieblas. ¿Han vivido los misioneros a la altura de su comisión? ¿Qué modelo han seguido?

      [Reconocimiento en la página 3]

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  • ¿Quién debe fijar el modelo para los misioneros?
    ¡Despertad! 1994 | 8 de octubre
    • ¿Quién debe fijar el modelo para los misioneros?

      ANTES de que Jesucristo ordenara a sus seguidores hacer discípulos, otras religiones ya habían realizado hasta cierto punto una actividad misionera, aunque en distinto grado, puesto que no todas tienen un enfoque universal, es decir, no todas enseñan un credo que estimen aplicable a todo el mundo por igual.

      The Encyclopedia of Religion dice, por ejemplo, que tal proyección universal no es muy marcada “en la fe de las religiones tribales y el sintoísmo, y lo es aún menos en muchas ramas del confucianismo, el judaísmo y el zoroastrismo”. Estas religiones se propagan “más como consecuencia de los desplazamientos de la población o la integración gradual de los pueblos vecinos que de una acción misionera organizada”.

      “El hinduismo representa un caso singular y sumamente complejo —añade la enciclopedia—. Pese a que guarda gran afinidad con las confesiones no misioneras”, pues su divulgación se debe a una adopción gradual de los no hindúes, ha experimentado “períodos de vigorosa actividad misional”.

      Entre “las religiones vivas que pretenden tener las ideas más universales y cuyo celo misionero rebasa las fronteras de sus países de origen”, figuran el islam y el budismo, dice Max L. Stackhouse, miembro del Colegio Teológico Andover Newton (Massachusetts, E.U.A.). No obstante, los misioneros del islam no podrían haber servido de modelo para sus homónimos cristianos considerando que la era islámica no se inició hasta unos quinientos noventa años después que Cristo dio el mandato de hacer discípulos. El budismo, por su parte, precedió casi por igual cantidad de años a la fundación del cristianismo.

      Modelo de liberalidad

      Cuenta la tradición que Buda dio origen a un movimiento misionero al decir a sus discípulos: “Id, monjes, y predicad la gloriosa doctrina, [...] no sigáis por parejas el mismo camino”. Aun así, han sido pocos los esfuerzos misionales que se han hecho a gran escala, si bien los misioneros budistas ya se hallaban en Europa en el siglo IV a.E.C. En la mayoría de los casos, el budismo se propagó por la iniciativa privada de mercaderes, peregrinos o estudiantes itinerantes. Así sucedió en China y varias partes del sudeste asiático, adonde penetró a través de las rutas comerciales marítimas y terrestres.

      Erik Zürcher, de la Universidad de Leiden (Países Bajos), atribuye la expansión del budismo fundamentalmente a tres elementos. El primero es “su actitud liberal ante las demás religiones”. Este espíritu tolerante permitió que se aceptaran con facilidad “los credos no budistas como revelaciones parciales y preliminares de la verdad”, e incluso que se incorporaran “deidades foráneas a su panteón”.

      El segundo factor tiene que ver con el llamado “estado sin hogar” adoptado por los misioneros, lo que significaba su renuncia a toda distinción mundana. Libres de las limitaciones impuestas por el sistema de castas, cuya significación religiosa Buda rechazó, podían mezclarse con los extranjeros sin temor a la contaminación ritual.

      El tercer elemento consiste en que sus textos sagrados no estaban ligados a ninguna lengua sagrada en particular; se podían verter sin dificultad a cualquier idioma. “Especialmente en China —señala Zürcher—, los misioneros extranjeros de mayor renombre fueron todos traductores.” Tan prolífica fue su labor que el chino se convirtió en uno de los tres idiomas principales de la literatura budista, junto al pali y el sánscrito.

      A mediados del siglo III a.E.C., el emperador indio Asoka propulsó el budismo en gran manera y robusteció sus intentos misioneros. Sin embargo, durante esta era precristiana, el budismo se concentró mayormente en la India y la actual Sri Lanka. En realidad, fue solo después del comienzo de la era cristiana cuando se introdujo en China, Corea, Indonesia, Irán, Japón, Malaysia, Myanmar y Vietnam, entre otras naciones.

      Evidentemente, los misioneros budistas que fueron a China no vieron nada de malo en alterar su doctrina a fin de hacerla más aceptable. The Encyclopedia of Religion dice que “se reinterpretaron los textos budistas claves; se escribieron libros apologéticos y nueva poesía, y se promulgaron leyes y reglas innovadoras que transformaron varios aspectos del mensaje budista con objeto de injertarlo en las dimensiones de las religiones nativas, el confucianismo y el taoísmo del país, y en cierto modo darles nueva vida”.

      Los misioneros de la cristiandad han seguido a veces el modelo de sus predecesores budistas, como se mostrará en los artículos posteriores de esta serie. Es verdad que han traducido sus libros sagrados a otras lenguas; pero al mismo tiempo han permitido, o hasta promovido, lo que el historiador Will Durant denomina “la absorción de elementos de la fe y el ritual paganos” en sus prácticas religiosas.

      Siguen al “maestro misionero”

      El libro Judaism and Christian Beginnings (El judaísmo y los orígenes del cristianismo) explica que el judaísmo no fomentó el fervor misionero como lo hizo el cristianismo, sino que fue “poco proselitista”. Con todo, sostiene el autor del libro, Samuel Sandmel, “por lo menos hubo empujes esporádicos encaminados en esa dirección”.

      Sandmel señala que “en la literatura rabínica se representa con frecuencia al padre Abrahán como el maestro misionero”, y llega a la conclusión de que “el concepto de misionero que se tiene de Abrahán no habría surgido si al menos algunas facciones de los judíos no hubieran visto con buenos ojos la búsqueda diligente de prosélitos o, como mínimo, la acogida en la fe de cuantos buscaran convertirse por iniciativa propia”.a

      La obra misionera de los judíos se intensificó durante los dos siglos inmediatamente anteriores a la era común, sobre todo en los países de habla griega, al comenzar a perder atractivo el paganismo. Esta actividad se prolongó hasta bien entrada la era común, pero fue proscrita en el siglo IV, cuando el Imperio romano adoptó una forma rebajada de cristianismo como la religión oficial.

      El verdadero modelo

      Los misioneros judíos no fueron, sin embargo, el modelo que se mandó seguir a los misioneros cristianos. Precisamente, Jesús dirigió estas palabras a los fariseos judíos de su época: “Atraviesan mar y tierra seca para hacer un solo prosélito, y cuando este llega a serlo, lo hacen merecedor del Gehena dos veces más que ustedes”. (Mateo 23:15.) Así que, aun cuando veían a Abrahán como el “maestro misionero”, los misioneros judíos no lograron hacer conversos que mostraran una fe en Jehová Dios como la que tenía Abrahán.

      El modelo perfecto para los misioneros cristianos lo fijó el principal maestro misionero, Jesucristo. Mucho tiempo antes de que diera la orden de hacer discípulos, empezó a preparar a sus primeros seguidores para que efectuaran la labor misionera internacional que aquella encerraba. En vista de que sería una empresa de varios siglos de duración, cabía preguntarse: ¿Se ceñirían los seguidores de Cristo con el paso del tiempo al modelo fijado por él?

      La respuesta no estaba clara aún a finales del siglo I de la era común, pero sí lo está hoy, en las postrimerías de este siglo XX. La actividad misionera que los supuestos seguidores de Cristo han realizado por espacio de unos mil novecientos años se abre ante nuestros ojos como un libro.

      Desde su cuna, en Palestina, el cristianismo se dilató por todo el mundo. Primeramente se extendió hacia Macedonia. Conozca los detalles en el próximo número.

      A modo de ejemplo de lo que los misioneros de la cristiandad han hecho, lea en el siguiente relato lo que sucedió en México durante varios siglos, y, mientras lo hace, pregúntese: ‘¿Han sido agentes de la luz, o de las tinieblas?’.

      [Nota a pie de página]

      a El libro A Guide to Jewish Religious Practice (Guía cultual del judaísmo) afirma: “A Abrahán se le considera el padre de todos los conversos [...]. Es costumbre llamar a los prosélitos hijos o hijas de nuestro padre Abrahán”.

      [Ilustración en la página 7]

      Jesús dio comienzo a la obra misional cristiana preparando a sus seguidores y fijando el modelo que habían de copiar

  • ¿Cómo ocurrió la Inquisición en México?
    ¡Despertad! 1994 | 8 de octubre
    • ¿Cómo ocurrió la Inquisición en México?

      IMAGÍNESE que se halla ante un tribunal religioso que pretende obligarlo a aceptar los dogmas de su fe. Usted desconoce a sus acusadores y el contenido de la acusación. En vez de revelársele los fundamentos de la denuncia, le corresponde a usted exponer los cargos por los que cree que se le ha arrestado y descubrir a sus denunciantes.

      ¡Cuidado con lo que dice!, pues podría confesar un delito que no se le ha imputado y empeorar su situación. Asimismo, podría complicar a otras personas que no tienen nada que ver con las acusaciones que pesan en su contra.

      Si no confiesa, quizás lo torturen introduciéndole grandes cantidades de agua por la boca; o tal vez lo coloquen sobre una mesa con las extremidades atadas y tensen las ataduras poco a poco hasta que el dolor sea intolerable. El tribunal ya ha confiscado sus bienes, y seguramente nunca los recobrará. Todo se lleva a cabo en secreto. De ser declarado culpable, puede que lo destierren o lo quemen vivo.

      Aunque en este siglo XX resulta difícil concebir una actuación religiosa tan horrenda, hace varios siglos se cometieron atrocidades semejantes en México.

      “Conversión” de los indígenas

      Cuando los españoles conquistaron lo que hoy es México, en el siglo XVI, también se produjo una conquista religiosa. La conversión de los indígenas fue apenas una sustitución de tradiciones y ceremonias, puesto que muy pocos sacerdotes católicos se interesaron en enseñar la Biblia; tampoco se molestaron en aprender la lengua de los nativos ni en enseñarles latín, el idioma en que impartían la doctrina.

      Algunos opinaban que los indios debían recibir una educación integral en materia religiosa. Otros, por el contrario, compartían la opinión de fray Domingo de Betanzos, quien, según el libro Zumárraga y la Inquisición Mexicana, de Richard E. Greenleaf, “creía que debía rehusársele al indio la instrucción en latín porque eso lo conduciría a entender lo ignorante que era el clero”.

      La Inquisición contra los indígenas

      Los naturales del país que no abrazaban la nueva fe eran tildados de idólatras y se les perseguía cruelmente. Sirva de ejemplo el caso de un indio que recibió cien azotes en público por venerar a sus ídolos paganos, los cuales había enterrado debajo de un ídolo de la cristiandad con el propósito de simular un acto de adoración “cristiana”.

      Don Carlos Ometochtzin, cacique de Texcoco y nieto del rey azteca Netzahualcóyotl, atacó a la Iglesia de palabra. Según Greenleaf, “don Carlos había ofendido particularmente a la Iglesia al haberle predicado a los nativos acerca de la disipación de los frailes”.

      Enterado fray Juan de Zumárraga, inquisidor de la época, ordenó su detención. Don Carlos murió en la hoguera el 30 de noviembre de 1539 acusado de ser “hereje dogmatizante”. A muchos indígenas más los castigaron tras imputarles cargos de hechicería.

      La Inquisición contra los extranjeros

      A los extranjeros residentes en México que se negaron a abrazar la fe católica se les inculpó de ser herejes, luteranos o judaizantes. Esto le sucedió a una familia portuguesa de apellido Carvajal, cuyos miembros fueron casi todos torturados por la Inquisición por el pretendido delito de observar la fe judía. El fallo dictado contra uno de ellos refleja el horror de las medidas inquisitoriales: “Condeno [a doña Mariana de Carvajal] a que [...] se le dé garrotea hasta que muera naturalmente, y luego sea quemada en vivas llamas de fuego hasta que se convierta en ceniza y de ella no haya ni quede memoria” (ortografía actualizada). En efecto, así sucedió.

      Cualquier extranjero que representara una amenaza al poder clerical era sometido a juicio. Un tal Guillén Lombardo de Guzmán fue acusado de querer libertar México; sin embargo, con el objeto de apresarlo y procesarlo, el Santo Oficio lo acusó de practicar la astrología y ser un hereje partidario de Calvino. Perdió la razón durante su encarcelamiento, y finalmente fue quemado vivo en la hoguera el 6 de noviembre de 1659.

      El libro Inquisición y Crímenes, de Artemio de Valle-Arizpe, describe así el suplicio: “Fueron amarrando a los reos, fijándolos al palo con una argolla de hierro que les pasaba por la garganta. [...] Empezaron a arder las santas hogueras de la fe en un torbellino rojo y negro. Don Guillén [...] se dejó caer de golpe y la argolla que lo sujetaba por el cuello lo ahogó, desapareciendo luego su cuerpo entre el esplendor espantoso de las llamaradas. Salió de la vida después de diecisiete años de sufrimientos continuos y lentos en las sombrías cárceles del Santo Oficio. Se fueron acabando poco a poco las hogueras, bajando el cárdeno tumulto de sus llamas y cuando se extinguieron no quedó más que un montón brillante de brasas luciendo entre la noche”.

      Creación del “Santo Oficio”

      Como ya hemos visto, a muchos mexicanos de nacimiento y de adopción se les castigó, y a algunos se les mató, por criticar o rechazar la nueva religión. La situación condujo a que los frailes, y posteriormente los obispos, pusieran en práctica un método inquisitorial. El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición se creó oficialmente en 1571 con la llegada del español don Pedro Moya de Contreras como inquisidor mayor, y funcionó hasta 1820. Así pues, los discrepantes del culto católico sufrieron persecuciones, tortura y muerte durante cerca de trescientos años, contando desde 1539.

      Al acusado se le torturaba hasta que confesara. El tribunal esperaba que abjurara de sus creencias y aceptara la fe católica. Solo se ponía al reo en libertad si demostraba su inocencia, si era imposible probar su culpabilidad o, por último, si confesaba y se arrepentía, en cuyo caso se leía en público una declaración en la que afirmaba que aborrecía su ofensa y prometía enmendar su error. Sea como fuera, perdía sus propiedades y se le imponía el pago de una pesada multa. De ser declarado culpable, se le entregaba a la justicia secular para que esta le impusiera el castigo. La pena consistía, por lo general, en la muerte en la hoguera, ya fuera vivo o instantes después de habérsele dado muerte.

      La ejecución de las penas tenía lugar en medio de un solemne acto público llamado auto de fe. Mediante un pregón se informaba a todos los habitantes de la ciudad la hora y el lugar donde se llevaría a cabo. Ese día, los condenados salían de las cárceles del Tribunal del Santo Oficio vistiendo un sambenito (especie de túnica sin mangas) y llevando un cirio en las manos, una soga al cuello y una coroza (gorro de figura cónica) en la cabeza. Una vez leídos los delitos cometidos contra la fe católica, se imponía el castigo acordado a cada una de las víctimas.

      De este modo, muchas personas fueron condenadas y castigadas en nombre de la religión. La crueldad y la intolerancia del clero eran patentes a las muchedumbres que observaban a las víctimas morir en la hoguera.

      En completa oposición al cristianismo

      Cristo Jesús comisionó a sus discípulos para que convirtieran a la gente al verdadero cristianismo. Les mandó: “Vayan, por lo tanto, y hagan discípulos de gente de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del espíritu santo, enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado”. (Mateo 28:19, 20.)

      No obstante, Jesús nunca dio a entender que debían convertirlos por la fuerza. Más bien, dijo: “Dondequiera que alguien no los reciba ni escuche sus palabras, al salir de aquella casa o de aquella ciudad, sacúdanse el polvo de los pies”. (Mateo 10:14.) El juicio final de estos individuos queda en manos del Dios Todopoderoso, Jehová, sin necesidad de que los cristianos intervengan físicamente.

      Por lo tanto, está claro que en todos los lugares donde se instituyó la Inquisición se hizo en completa oposición a los principios cristianos.

      El clima de tolerancia religiosa que ahora impera en México permite que los ciudadanos ejerzan su libertad respecto a la manera de adorar a Dios. Aun así, los siglos de la llamada Santa Inquisición son una lacra en la historia de la Iglesia Católica mexicana.

      [Nota a pie de página]

      a Procedimiento de ejecutar a los condenados comprimiéndoles la garganta con un palo con el que se retuerce una soga, o con un artificio mecánico de efecto parecido.

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