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  • Aumenta el conocimiento exacto de la verdad
    Los testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
    • A comienzos de los años setenta del siglo XIX Charles Taze Russell y sus colaboradores emprendieron un intenso estudio de la Biblia. Se les hizo patente que la cristiandad se había apartado mucho de las enseñanzas y prácticas del cristianismo primitivo. El hermano Russell no afirmó que él fuera el primero en discernir esto, y por eso reconoció francamente que estaba endeudado con otras personas por la ayuda que había recibido de ellas en los primeros años de su estudio de las Escrituras. Habló con aprecio de la buena labor que habían efectuado varios movimientos durante la Reforma para que la luz de la verdad resplandeciera con un brillo mayor. Mencionó a hombres mayores que él, como Jonas Wendell, George Stetson, George Storrs y Nelson Barbour, quienes contribuyeron personalmente de diversas maneras al entendimiento que él obtuvo de la Palabra de Dios.a

      También dijo: “Varias doctrinas que aceptamos, y que parecen tan nuevas, recientes y distintas, ya se creían de alguna forma desde hace mucho tiempo; por ejemplo: La elección, el don gratuito, la restitución, la justificación, la santificación, la glorificación y la resurrección”. Sin embargo, a menudo sucedía que un grupo religioso se distinguía por su claro entendimiento de una verdad bíblica y otro grupo por su entendimiento de otra. Con frecuencia, el que estuvieran atados a doctrinas y credos que incluían creencias procedentes de la Babilonia o el Egipto antiguos o que se habían tomado de los filósofos griegos impedía su progreso.

      Pero ¿qué grupo se asiría gradualmente, con la ayuda del espíritu de Dios, del entero “modelo de palabras saludables” adoptado por los cristianos del siglo primero? (2 Tim. 1:13.) ¿Para quiénes resultaría cierto que su senda era “como la luz brillante que va haciéndose más y más clara hasta que el día queda firmemente establecido”? (Pro. 4:18.) ¿Quiénes harían realmente la obra que Jesús mandó cuando dijo: “Serán testigos de mí [...] hasta la parte más distante de la tierra”? ¿Quiénes no solo harían discípulos, sino que también ‘les enseñarían a observar todas las cosas’ que Jesús había mandado? (Hech. 1:8; Mat. 28:19, 20.) En verdad, ¿había llegado el tiempo para que el Señor hiciera una distinción clara entre los cristianos verdaderos, a quienes comparó a trigo, y los cristianos de imitación, a quienes llamó mala hierba (en realidad mala hierba de la clase que se parece mucho al trigo hasta que este y la mala hierba maduran)?b (Mat. 13:24-30, 36-43.) ¿Quién resultaría ser “el esclavo fiel y discreto” a quien su Amo, Jesucristo, al tiempo de su presencia con poder real, le encomendaría más responsabilidades con relación a la obra predicha para la conclusión de este sistema de cosas? (Mat. 24:3, 45-47.)

      Dejan que resplandezca la luz

      Jesús mandó a sus discípulos que compartieran con otros la luz de la verdad divina que habían recibido de él. Dijo: “Ustedes son la luz del mundo. [...] Resplandezca la luz de ustedes delante de los hombres”. (Mat. 5:14-16; Hech. 13:47.) Charles Taze Russell y sus colaboradores reconocieron que tenían la obligación de dejar brillar su luz.

      ¿Creían ellos que tenían todas las respuestas, la luz plena de la verdad? A esa pregunta el hermano Russell respondió categóricamente: “Desde luego que no; ni las tendremos hasta el ‘día perfecto’”. (Pro. 4:18, VA.) A menudo llamaban a sus creencias bíblicas la “verdad actual”, no con la idea de que la verdad misma cambiara, sino con la idea de que su comprensión de la verdad era progresiva.

      Aquellos estudiantes concienzudos de la Biblia no negaban que existiera tal cosa como la verdad en cuestiones de religión. Reconocían a Jehová como “el Dios de la verdad” y veían la Biblia como Su Palabra veraz. (Sal. 31:5; Jos. 21:45; Juan 17:17.) Estaban al tanto de que todavía desconocían muchas cosas, pero eso no impedía que declararan con convicción lo que habían aprendido de la Biblia. Y cuando las doctrinas y prácticas religiosas tradicionales contradecían lo que se explicaba claramente en la Palabra inspirada de Dios, imitando a Jesucristo denunciaban la falsedad, aunque tuvieran que sufrir entonces la burla y el odio del clero. (Mat. 15:3-9.)

      Para llegar a otras personas y alimentarlas espiritualmente, C. T. Russell empezó a publicar en julio de 1879 la revista Zion’s Watch Tower and Herald of Christ’s Presence, hoy conocida en español como La Atalaya.

      La Biblia: realmente la Palabra de Dios

      La confianza que depositaba Charles Taze Russell en la Biblia no era solo cuestión de aceptar un punto de vista tradicional que fuera popular entonces. Por el contrario, lo popular entre muchas personas de su día era la crítica textual de la Biblia. Los partidarios de esta sostenían que no se podía confiar en las Escrituras.

      En su juventud Russell se había unido a la Iglesia Congregacional y estuvo activo en ella, pero la irracionalidad de los dogmas tradicionales lo llevaron al escepticismo. Descubrió que lo que le habían enseñado no se podía defender convincentemente con la Biblia. De modo que rechazó los dogmas de los credos eclesiásticos y, junto con ellos, la Biblia. Después investigó las principales religiones de Oriente, pero estas tampoco le fueron satisfactorias. Entonces empezó a preguntarse si acaso los credos de la cristiandad tergiversaban las enseñanzas bíblicas. Lo que escuchó cierta noche en una reunión adventista le impulsó a emprender un estudio sistemático de las Escrituras. En realidad lo que se le empezó a revelar fue la Palabra inspirada de Dios.

      Le impresionó profundamente la armonía interna de la Biblia y cómo concordaba esta con la personalidad de Aquel a quien se identifica como su Autor Divino. Para ayudar a otros a beneficiarse de esto, escribió más tarde el libro The Divine Plan of the Ages (El Plan Divino de las Edades), que publicó en 1886. En él incluyó un profundo estudio de “La Biblia como una revelación divina examinada a la luz de la razón”. Al final de ese capítulo declaró categóricamente: “La profundidad, la fuerza, la sabiduría y el alcance de los testimonios de la Biblia nos llevan a la convicción de que no fue el hombre, sino el Dios Todopoderoso, el autor de sus planes y de su revelación”.

      La confianza en la Biblia entera como la Palabra de Dios sigue siendo la piedra angular de las creencias de los testigos de Jehová de hoy día. Por toda la Tierra disponen de ayudas para el estudio de la Biblia que les permiten examinar personalmente la prueba de su inspiración. A menudo se tratan en sus revistas aspectos de este asunto. En 1969 publicaron el libro ¿Es la Biblia realmente la Palabra de Dios? Veinte años después el libro La Biblia... ¿la Palabra de Dios, o palabra del hombre? analizó de nuevo la cuestión de la autenticidad bíblica, proveyó evidencia adicional y llegó a la misma conclusión: la Biblia es realmente la Palabra inspirada de Dios. Otro libro de los Testigos, impreso por primera vez en inglés en 1963 y actualizado en 1990, es “Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa”. Otros detalles adicionales se hallan en su enciclopedia bíblica Perspicacia para comprender las Escrituras, publicada en inglés en 1988.

      Debido a que estudian esta información individualmente y como congregación están convencidos de que, aunque se utilizó a unos cuarenta hombres durante un período de dieciséis siglos para escribir lo que contienen los 66 libros de la Biblia, Dios mismo dirigió activamente la escritura mediante su espíritu. El apóstol Pablo escribió: “Toda Escritura es inspirada de Dios”. (2 Tim. 3:16; 2 Ped. 1:20, 21.) Esta convicción es un factor importante en la vida de los testigos de Jehová. Un periodista británico comentó así sobre esto: “Detrás de todo lo que un Testigo hace hay una razón bíblica. De hecho, uno de sus principios fundamentales es el reconocimiento de la Biblia como [...] verdadera”.

      Se llega a conocer al Dios verdadero

      Por sus estudios de las Escrituras, el hermano Russell y sus colaboradores no tardaron en reconocer que el Dios del que habla la Biblia no es el mismo dios de la cristiandad. Este era un asunto importante, pues, como dijo Jesucristo, el que la gente obtenga vida eterna depende de que conozca al único Dios verdadero y a aquel a quien él ha enviado, su Agente Principal de salvación. (Juan 17:3; Heb. 2:10.) C. T. Russell y los que con él estudiaban la Biblia se dieron cuenta de que la justicia de Dios está en perfecto equilibrio con la sabiduría, el amor y el poder divinos, y de que estos atributos se manifiestan en todas Sus obras. Basándose en lo que sabían entonces de los propósitos de Dios, prepararon un análisis sobre por qué se permite el mal y lo incluyeron en una de sus primeras y más extensamente distribuidas publicaciones, el libro de 162 páginas Food for Thinking Christians (Alimento para cristianos pensadores), que originalmente se publicó como una edición especial de Zion’s Watch Tower en septiembre de 1881.

      Su estudio de la Palabra de Dios les ayudó a percibir que el Creador tiene un nombre personal y permite que los humanos le conozcan y disfruten de una relación estrecha con él. (1 Cró. 28:9; Isa. 55:6; Sant. 4:8.) La revista Watch Tower de octubre-noviembre de 1881 señaló que: “JEHOVÁ es el nombre que se aplica nada menos que al Ser Supremo, nuestro Padre, y aquel a quien Jesús llamó Padre y Dios”. (Sal. 83:18; Juan 20:17.)

      El año siguiente, en respuesta a la pregunta: “¿Aseguran ustedes que la Biblia no enseña que haya tres personas en un solo Dios?”, se dio la siguiente respuesta: “Es cierto; por el contrario, la Biblia nos dice que nuestro Señor Jesucristo tiene un solo Dios y Padre de quien son todas las cosas (o quien creó todas las cosas). Creemos, pues, en Un Solo Dios y Padre, y también en un solo Señor Jesucristo. [...] Pero estos son dos seres, y no un solo ser. [...] Son uno solamente en el sentido de que están en armonía. Creemos también en un espíritu de Dios. [...] Pero este no es una persona, como tampoco lo son el espíritu de los demonios, el espíritu del mundo y el espíritu del anticristo”. (Zion’s Watch Tower, junio de 1882; Juan 17:20-22.)

  • Aumenta el conocimiento exacto de la verdad
    Los testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
    • Denuncia de la Trinidad

      Como testigos de Jehová, C. T. Russell y sus colaboradores consideraban que tenían la seria responsabilidad de denunciar las enseñanzas que representaban mal a Dios, para ayudar a los que amaban la verdad a reconocer que aquellas enseñanzas carecían de fundamento bíblico. Ellos no fueron los primeros que percibieron que la Trinidad no es una enseñanza bíblica,c pero sí reconocieron que si querían ser siervos fieles de Dios tenían la responsabilidad de dar a conocer la verdad acerca de ella. Con valor denunciaron las raíces paganas de esta doctrina central de la cristiandad para beneficio de todos los que aman la verdad.

      La revista Watch Tower de junio de 1882 declaró: “Muchos filósofos paganos, al descubrir que les sería conveniente unirse a las filas de la religión en ascenso [una forma apóstata de cristianismo que tenía el apoyo de los emperadores romanos del siglo IV E.C.], empezaron a preparar un camino fácil a esta procurando descubrir similitudes entre el cristianismo y el paganismo, y así combinar ambas religiones. Lograron su propósito. [...] Así como la teología antigua tenía algunos dioses principales, y muchos semidioses de ambos sexos, los paganocristianos (si se nos permite acuñar este término) se entregaron a la tarea de reconstruir la lista de dioses para la nueva teología. Fue entonces cuando se inventó la doctrina de tres Dioses: Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo”.

      Algunos miembros del clero trataron de dar sabor bíblico a su enseñanza citando textos como 1 de Juan 5:7, pero el hermano Russell presentó prueba de que entre los escriturarios se reconocía que una porción de ese texto era una interpolación, una inserción espuria hecha por un escriba para apoyar una enseñanza que no está en las Escrituras. Otros apologistas de la Trinidad recurrieron a Juan 1:1, pero la revista Watch Tower mostró, basándose tanto en el contenido como en el contexto, que de ningún modo apoyaba este versículo la creencia de la Trinidad. En armonía con esto, en el número de julio de 1883 dijo: “Más estudio de la Biblia, en vez de estudio de los escritos eclesiásticos, hubiera hecho más claro este asunto para todos. La doctrina de la trinidad está en completa oposición a las Escrituras”.

      El hermano Russell denunció con franqueza la insensatez de afirmar que se cree en la Biblia mientras a la vez se enseña la doctrina trinitaria, que contradice lo que la Biblia enseña. Por eso escribió: “¡Qué mezcolanza de contradicciones y confusión manifiestan los que dicen que Jesús y el Padre son un mismo Dios! Esto encerraría la idea de que nuestro Señor Jesús obró con hipocresía cuando estuvo en la Tierra y solo fingió dirigirse a Dios en oración, cuando Él mismo era Dios. [...] Además, el Padre siempre ha sido inmortal, de modo que no podía morir. ¿Cómo, entonces, pudo haber muerto Jesús? Los Apóstoles son todos testigos falsos al proclamar la muerte y resurrección de Jesús si Él no murió. Sin embargo, las Escrituras declaran que sí murió”.d

      De esa manera, a principios de su historia moderna los testigos de Jehová rechazaron con firmeza el dogma trinitario de la cristiandad en favor de la enseñanza razonable y confortadora de la Biblia misma.e Su labor de publicar esas verdades y dar a gente de todas partes la oportunidad de escucharlas ha alcanzado proporciones nunca antes logradas por ninguna otra persona o grupo, ni en el pasado ni en el presente.

      ¿En qué condición están los muertos?

      Algo que preocupaba mucho a C. T. Russell desde su juventud era qué les sucedería en el futuro a las personas que no hubieran aceptado la provisión divina para la salvación. Cuando era solo un muchacho, creía lo que el clero enseñaba sobre el infierno de fuego; confiaba en que ellos predicaban la Palabra de Dios. Salía de noche a escribir con tiza textos bíblicos en lugares visibles para que los obreros que pasaran por allí recibieran una advertencia y se salvaran de la horrible perspectiva del tormento eterno.

      Uno de sus colaboradores mencionó que más tarde, después que vio por sí mismo lo que la Biblia realmente enseña, Russell dijo: “Si la Biblia enseña que lo que espera a todos, con excepción de los santos, es el tormento eterno, eso debería predicarse, sí, anunciarse de manera atronadora desde las azoteas semanalmente, diariamente, a todas horas; pero si no enseña esa creencia, esto debe darse a conocer, y así debe borrarse la horrible mancha que deshonra el santo nombre de Dios”.

      En los comienzos de su estudio de la Biblia C. T. Russell percibió con claridad que el infierno no es un lugar donde se atormenta a las almas después de la muerte. Muy probablemente le ayudó a ver esto George Storrs, director de la publicación Bible Examiner, a quien el hermano Russell mencionó con mucho afecto en sus obras y quien había escrito mucho sobre lo que había aprendido de la Biblia respecto a la condición de los muertos.

      No obstante, ¿qué se puede decir del alma? ¿Apoyaron los Estudiantes de la Biblia la creencia de que es una parte espiritual del hombre, algo que sigue viviendo después que muere el cuerpo? Todo lo contrario; en 1903 la revista Watch Tower declaró: “Tenemos que prestar atención cuidadosa al hecho de que la lección no es que el hombre tenga un alma, sino que el hombre es un alma, o ser. Tomemos como ilustración de la naturaleza el aire que respiramos: se compone de oxígeno y nitrógeno, ninguno de los cuales es la atmósfera, o aire; pero cuando ambos se combinan en las proporciones químicas adecuadas, lo que resulta es la atmósfera. Lo mismo ocurre con el alma. Dios nos habla desde este punto de vista, de que cada uno de nosotros es un alma. Él no le habla a nuestro cuerpo ni a nuestro aliento de vida, sino que se dirige a nosotros como seres inteligentes, o almas. Cuando pronunció cuál sería la pena por violar su ley, no le habló específicamente al cuerpo de Adán, sino al hombre, al alma, al ser inteligente: ‘Porque el día que de él comieres, morirás’. ‘El alma que pecare, esa morirá.’ (Gén. 2:17; Eze. 18:20.)”. Esto armonizaba con lo que la revista Watch Tower había declarado en abril de 1881.f

      Entonces, ¿cómo surgió la creencia de la inmortalidad inherente del alma humana? ¿Qué origen tuvo? Después de examinar cuidadosamente tanto la Biblia como la historia religiosa, el hermano Russell escribió en la revista Watch Tower del 15 de abril de 1894: “Es obvio que no procedió de la Biblia. [...] La Biblia aclara que el hombre es mortal, que puede morir. [...] Al investigar las páginas de la historia descubrimos que, aunque los testigos inspirados de Dios no enseñan la doctrina de la inmortalidad humana, esa doctrina es la esencia misma de toda religión pagana. [...] Por eso, no es cierto que Sócrates y Platón fueran los primeros que enseñaron esa doctrina; esta tuvo un maestro que precedió a esos dos, y que era mucho más hábil. [...] El primer registro de esta enseñanza falsa está en la historia más antigua que conocemos: la Biblia. El maestro falso fue Satanás”.g

      Se dirige la “manguera” al infierno

      En armonía con el intenso deseo del hermano Russell de quitar del nombre de Dios la horrible mancha que se produjo como resultado de enseñar que existe un infierno de fuego donde se sufre tormento eterno, escribió un tratado al respecto: “¿Enseña la Biblia que el salario del pecado sea tormento eterno?” (The Old Theology [Antigua teología], 1889). En él dijo:

      “La teoría del tormento eterno tuvo origen pagano, si bien el concepto de los pueblos paganos no tenía nada que ver con la doctrina cruel en que se convirtió más tarde, cuando gradualmente entró a formar parte del cristianismo nominal, mientras este se mezclaba con la filosofía pagana en el siglo II. Fue la gran apostasía la que incorporó a la filosofía pagana los horribles detalles que en general ahora se aceptan como verdaderos, los pintó en las paredes de las iglesias, como se hizo en Europa, los escribió en sus credos e himnos y pervirtió la Palabra de Dios de tal manera que parecía que esta daba apoyo divino a esa blasfemia que deshonra a Dios. Por lo tanto, a la gente crédula de hoy no le ha llegado como legado del Señor ni de los apóstoles ni de los profetas, sino del espíritu de transigencia que sacrificó la verdad y la razón, y desvergonzadamente adulteró las doctrinas del cristianismo, por ambición y lucha impías por el poder, las riquezas y el número de adherentes. La noción del tormento eterno como castigo por el pecado era desconocida para los patriarcas del pasado; fue extraña para los profetas de la era judía; y ni el Señor ni los apóstoles la enseñaron; pero ha sido la doctrina principal del cristianismo nominal desde la gran apostasía, el látigo empleado con los crédulos, ignorantes y supersticiosos del mundo para obligarlos a dar obediencia servil a la tiranía. Se declaraba merecedores del tormento eterno a todos los que resistían o rechazaban la autoridad de Roma, y el infligir ese castigo mientras la persona aún vivía comenzó tan pronto como la Iglesia tuvo poder para hacerlo.”

      El hermano Russell sabía que la mayoría de la gente sensata en realidad no creía en la doctrina del infierno de fuego. Pero, como indicó en 1896, en el folleto What Say the Scriptures About Hell? (¿Qué dicen las Escrituras sobre el infierno?), “puesto que creen que la Biblia la enseña, cada paso que dan hacia el verdadero entendimiento y la bondad fraternal [...] es, en la mayoría de los casos, un paso que los aleja de la Palabra de Dios, a la cual acusan falsamente de contener esta enseñanza”.

      Con el fin de que personas pensadoras volvieran a la Palabra de Dios, Russell presentó en aquel folleto todos los textos de la Versión Autorizada en los que aparecía la palabra infierno, de modo que los lectores pudieran ver por sí mismos lo que los textos decían, y luego dijo: “Gracias a Dios que no encontramos un lugar de tortura eterna como el que los credos, los himnarios y muchos púlpitos enseñan, una enseñanza errónea. Con todo, hemos hallado un ‘infierno’, sheol, hades, al que toda la raza humana ha sido condenada debido al pecado de Adán, y del cual todos somos redimidos por la muerte de nuestro Señor; y ese ‘infierno’ es la tumba, la condición de estar muertos. Además, hallamos otro ‘infierno’ (gehenna —la muerte segunda— destrucción total), que se nos menciona como el castigo final para todos los que, después de haber sido redimidos y haber adquirido conocimiento pleno de la verdad, y de haber sido completamente capacitados para obedecerla, todavía escojan la muerte por adoptar un proceder de oposición a Dios y a la justicia. Y nuestros corazones dicen amén a ello. Tus caminos son justos y verdaderos, Rey de las naciones. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y no glorificará tu nombre? porque tú solo eres santo; porque todas las naciones vendrán, y adorarán delante de ti; porque tus juicios son manifestados”. (Rev. 15:3, 4.)

      Lo que él enseñaba fue fuente de irritación y desconcierto para el clero de la cristiandad. En 1903 le retaron a un debate público. La condición de los muertos fue una de las cuestiones tratadas en la serie de debates que hubo entre C. T. Russell y el Dr. E. L. Eaton, portavoz de una liga extraoficial de ministros protestantes de la zona oeste de Pensilvania.

      En aquellos debates el hermano Russell sostuvo firmemente que “la muerte es la muerte, y que nuestros seres queridos, cuando mueren, están realmente muertos; no están ni vivos con los ángeles ni con los demonios en un lugar de desesperanza”. Para apoyar aquellas declaraciones citó pasajes como Eclesiastés 9:5, 10; Romanos 5:12; 6:23 y Génesis 2:17. Dijo además: “Las escrituras están en plena armonía con lo que usted y yo y cualquier persona sensata y razonable en el mundo esperaríamos que lógica y propiamente caracterizara a nuestro Dios. ¿Qué se dice de nuestro Padre celestial? Que es justo, que es sabio, que es amoroso, y que es poderoso. Todo cristiano reconoce que estos son atributos del carácter divino. Si así es, ¿tiene sentido alguno para nosotros la declaración de que Dios es justo y a la vez castiga a una criatura suya por toda la eternidad, sin importar qué pecado haya cometido? No soy apologista del pecado; yo mismo no vivo en pecado, y nunca lo predico. [...] Pero les aseguro que todas las personas de alrededor que, según nuestro hermano [el Dr. Eaton], hablan irreverentemente al blasfemar contra Dios y contra el santo nombre de Jesucristo son personas a quienes se les ha enseñado esta doctrina del tormento eterno. Y a todos los asesinos, ladrones y malhechores que están en las cárceles se les ha enseñado esta doctrina. [...] Estas son doctrinas malas; han estado perjudicando al mundo por mucho tiempo; no son parte de la enseñanza del Señor en absoluto, y la visión espiritual de nuestro querido hermano sigue empañada por el humo de la edad del oscurantismo”.

      Se informa que después del debate uno de los clérigos presentes abordó a Russell y le dijo: “Me alegro de verle dirigir la manguera al infierno y apagar el fuego”.

      Para dar aún más publicidad a la verdad sobre la condición de los muertos, el hermano Russell asistió a una extensa serie de asambleas de un día celebradas entre 1905 y 1907, en las que presentó el discurso público “¡Ida y vuelta al infierno! ¿Quiénes están allí? La esperanza de que regresen muchos”. El título era interesante, y atrajo poderosamente la atención. Los lugares en los que se celebraron las asambleas, tanto en ciudades grandes como en pequeñas de Estados Unidos y Canadá, se llenaron a rebosar.

      Entre los que se conmovieron profundamente por lo que la Biblia dice sobre la condición de los muertos estuvo un estudiante universitario de Cincinnati (Ohio), que se preparaba para el ministerio presbiteriano. En 1913 recibió de su hermano carnal el folleto Where Are the Dead? (¿Dónde están los muertos?) que había escrito John Edgar, un Estudiante de la Biblia que a la vez era médico en Escocia. El estudiante que recibió el folleto era Frederick Franz. Después de leerlo con cuidado, dijo con firmeza: “Esta es la verdad”. Sin vacilar, cambió de metas en la vida y emprendió el ministerio de tiempo completo como repartidor de literatura bíblica y evangelizador. En 1920 ingresó en el personal de la oficina central de la Sociedad Watch Tower. Muchos años después llegó a ser miembro del Cuerpo Gobernante de los Testigos de Jehová, y, más tarde, presidente de la Sociedad Watch Tower.

      El sacrificio de rescate de Jesucristo

      En 1872 Russell y sus colaboradores reexaminaron, como parte de su estudio de las Escrituras, el tema de la restitución, desde el ángulo del rescate dado por Jesucristo. (Hech. 3:21.) Se entusiasmó cuando leyó en Hebreos 2:9 que ‘Jesús por la gracia de Dios gustó la muerte por todos’. Aquello no lo llevó a creer en la salvación universal, pues sabía que las Escrituras también dicen que uno tiene que ejercer fe en Jesucristo para ser salvo. (Hech. 4:12; 16:31.) Aunque no lo comprendió todo de una vez, comenzó a darse cuenta de la maravillosa oportunidad que presentaba a la humanidad el sacrificio de rescate de Jesucristo. Aquello abrió el camino para que el género humano recuperara lo que Adán había perdido, la perspectiva de disfrutar de vida eterna en perfección. El hermano Russell no adoptó una actitud pasiva sobre aquel asunto; reconoció la gran importancia del rescate y lo sostuvo con determinación, aun cuando colaboradores allegados a él dejaron que ideas filosóficas les corrompieran el pensamiento.

      A mediados del año 1878 el hermano Russell ya había sido por un año y medio corredactor de la revista Herald of the Morning (El Heraldo de la Mañana), cuyo redactor jefe era N. H. Barbour. Pero cuando Barbour menospreció la enseñanza bíblica del rescate en el número de agosto de 1878, Russell respondió con una firme defensa de aquella importante verdad bíblica.

      Bajo el encabezamiento “La expiación”, Barbour había ilustrado de la siguiente manera lo que pensaba de aquella enseñanza: “Le digo a mi hijo, o a uno de mis sirvientes: Cuando James muerda a su hermana, tú atrapa una mosca, atraviésala con una aguja y clávala a la pared, y yo perdonaré a James. Esto ilustra la doctrina de la sustitución”. Aunque Barbour aseguraba que creía en el rescate, dijo que la idea de que Cristo pagara con su muerte la pena del pecado de toda la progenie de Adán “no [era] bíblica, y repugnaba a nuestro sentido de la justicia”.h

      En el número siguiente de la revista Herald of the Morning (septiembre de 1878), el hermano Russell objetó vigorosamente a lo que Barbour había escrito. Analizó lo que las Escrituras dicen en realidad y la consecuencia de ello con “la perfección de la justicia [de Dios], y finalmente su gran misericordia y amor” expresados mediante la provisión del rescate. (1 Cor. 15:3; 2 Cor. 5:18, 19; 1 Ped. 2:24; 3:18; 1 Juan 2:2.) En la primavera siguiente, después de repetidos esfuerzos por ayudar a Barbour a ver los asuntos desde el punto de vista bíblico, Russell retiró su apoyo de la revista Herald, y su nombre como corredactor dejó de aparecer a partir del número de junio de 1879. Su postura denodada e intransigente respecto a esta fundamental enseñanza bíblica tuvo efectos trascendentales.

      A lo largo de su historia moderna los testigos de Jehová han defendido consecuentemente la enseñanza bíblica del rescate. En el mismo primer número de la revista Zion’s Watch Tower (julio de 1879) se enfatizó que el “mérito para con Dios está [...] en el sacrificio perfecto de Cristo”. En 1919, en una asamblea patrocinada por la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia, en Cedar Point (Ohio), el programa impreso mostraba en letras grandes las palabras: “¡Bienvenidos todos los que creen en el gran sacrificio de rescate!”. Hoy La Atalaya, en su segunda página, sigue recalcando el rescate, y dice con relación al propósito de la revista: “Anima a la gente a tener fe en el Rey a quien Dios hace gobernar ahora, Jesucristo, cuya sangre derramada abre el camino para que la humanidad adquiera vida eterna”.

      Dispuestos a progresar, no atados a credos

      El entendimiento claro de la Palabra de Dios no llegó de una vez. En muchos casos los Estudiantes de la Biblia captaban un detalle del patrón de la verdad, pero no veían aún el cuadro completo. No obstante, querían aprender. No estaban atados a credos; estaban dispuestos a progresar. Compartían lo que aprendían. No se consideraban autores de lo que enseñaban; procuraban ser “enseñados por Jehová”. (Juan 6:45.) Y entendían que Jehová hace posible la comprensión de los detalles de su propósito a su modo y tiempo debidos. (Dan. 12:9; compárese con Juan 16:12, 13.)

      Aprender cosas nuevas requiere ajustar el modo de pensar de uno mismo. Se necesita humildad para reconocer los propios errores y efectuar cambios beneficiosos. Esta cualidad y sus frutos agradan a Jehová, y tal proceder les resulta sumamente atractivo a los que aman la verdad. (Sof. 3:12.) Sin embargo, se atrae la burla de los que se jactan de credos que han permanecido sin alterar por siglos, aunque los hayan concebido hombres imperfectos.

      Cómo regresa el Señor

      A mediados de los años setenta del siglo XIX el hermano Russell y los que con él examinaban diligentemente las Escrituras discernieron que el Señor volvería de manera invisible. (Juan 14:3, 19.)

      El hermano Russell dijo más tarde: “Nos apenó mucho el error de los segundoadventistas, que esperaban a Cristo en la carne y enseñaban que el mundo y todo cuanto hay en él, excepto los segundoadventistas, sería consumido por fuego en 1873 ó 1874, y cuyos cómputos de fechas, junto con sus desengaños e ideas toscas en general sobre el objeto y la manera de Su venida, hicieron que a nosotros y a todos los que anhelaban y proclamaban Su Reino venidero se nos desacreditara de algún modo. Estos conceptos equivocados tan generales, tanto del propósito como de la manera de la vuelta del Señor, me llevaron a escribir el folleto ‘The Object and Manner of Our Lord’s Return’ (El objeto y manera de la vuelta del Señor)”. Este folleto se publicó en 1877. El hermano Russell hizo que se imprimieran y distribuyeran 50.000 ejemplares de él.

      En el folleto escribió: “Creemos que las escrituras nos enseñan que al momento de Su venida, y por algún tiempo después de Su llegada, Él permanecerá invisible; que se manifestará o mostrará después mediante juicios y de diversas maneras, para que ‘todo ojo le vea’”. En apoyo de esto analizó textos como Hechos 1:11 (‘vendrá como le habéis visto irse’, es decir, sin ser observado por el mundo) y Juan 14:19 (“aun un poquito, y el mundo no me verá más”). El hermano Russell también se refirió a que The Emphatic Diaglott, publicado en su totalidad por primera vez en 1864 con una traducción interlineal palabra por palabra, probaba que la expresión griega pa·rou·sí·a significaba “presencia”. Al analizar cómo se emplea este término en la Biblia, Russell explicó en aquel folleto: “La palabra griega que por lo general se emplea para referirse al segundo advenimiento —parousia, traducida a menudo por venida— siempre significa presencia personal, como si ya hubiera venido, llegado, y nunca tiene el sentido de estar de camino, como usamos la palabra venida”.

      Al hablar del propósito de la presencia de Cristo, Russell dejó claro que no se trataba de un suceso único que sacudiría al mundo. “El segundo advenimiento, como el primero —escribió—, abarca un período, y no es un suceso momentáneo.” Dijo que en aquel tiempo el “rebaño pequeño” recibiría su recompensa con el Señor como coherederos en su Reino; otros, quizás miles de millones, tendrían la oportunidad de disfrutar de vida perfecta en una Tierra restaurada a la belleza edénica. (Luc. 12:32.)

      Tan solo unos años después, basándose en un estudio más a fondo de las Escrituras, Russell se dio cuenta de que Cristo no solo volvería de manera invisible, sino que también permanecería en invisibilidad, aun mientras manifestara su presencia mediante el juicio de los inicuos.

      En 1876, después de leer por primera vez un ejemplar de la revista Herald of the Morning, Russell se percató de que en aquel tiempo había otro grupo que creía que la vuelta de Cristo sería invisible y que asociaba aquella vuelta con bendiciones para todas las familias de la Tierra. El Sr. Barbour, editor de aquella publicación, persuadió a Russell a creer que la presencia invisible de Cristo había comenzado en 1874.i Más tarde se llamó la atención a este hecho mediante el subtema “Herald of Christ’s Presence” (Heraldo de la Presencia de Cristo), que apareció en la portada de Zion’s Watch Tower (La Torre del Vigía de Sión).

      Reconocer que la presencia de Cristo era invisible se convirtió en una importante base para el entendimiento de muchas profecías bíblicas. Los Estudiantes de la Biblia de entonces se dieron cuenta de que la presencia del Señor debería ser de interés primordial para todo cristiano verdadero. (Mar. 13:33-37.) Se interesaban mucho en la vuelta del Amo y reconocían que tenían la responsabilidad de anunciarla, aunque todavía no discernían claramente todos los detalles implicados. Sin embargo, lo que el espíritu de Dios sí les permitió comprender casi desde el principio fue realmente notable. Una de esas verdades tenía que ver con una fecha muy importante señalada por la profecía bíblica.

      El fin de los Tiempos de los Gentiles

      La cuestión de la cronología bíblica es algo que por mucho tiempo ha interesado a los que estudian la Biblia. Algunos comentaristas habían presentado diversas opiniones respecto a la profecía de Jesús sobre “los tiempos de los Gentiles” y lo que escribió el profeta Daniel sobre el sueño del rey Nabucodonosor acerca del tronco de un árbol que estuvo atado por “siete tiempos”. (Luc. 21:24, VA; Valera, 1904; Dan. 4:10-17.)

      Ya en 1823 John A. Brown, cuya obra se publicó en Londres (Inglaterra), había calculado que los “siete tiempos” del capítulo 4 de Daniel duraban 2.520 años. Pero no había discernido con claridad cuándo comenzaría ni cuándo terminaría el período profético. Sin embargo, sí había conectado estos “siete tiempos” con los Tiempos de los Gentiles de Lucas 21:24. En 1844, E. B. Elliott, clérigo inglés, señaló a 1914 como la posible fecha del fin de los “siete tiempos” de Daniel, pero también expuso otra idea que apuntaba al tiempo de la Revolución francesa. En 1849, Robert Seeley, de Londres, trató el asunto de manera similar. Al menos para 1870, una publicación de Joseph Seiss y sus asociados, impresa en Filadelfia (Pensilvania), presentaba cálculos que señalaban a 1914 como una fecha importante, aunque el razonamiento que contenía se basó en una cronología que C. T. Russell rechazó más tarde.

      Luego, en los números de agosto, septiembre y octubre de 1875 de Herald of the Morning N. H. Barbour ayudó a armonizar ciertos detalles que otros habían indicado. Empleando la cronología compilada por Christopher Bowen, clérigo inglés, y publicada por E. B. Elliott, Barbour identificó el comienzo de los Tiempos de los Gentiles con la remoción de Sedequías de la gobernación real, según se había profetizado en Ezequiel 21:25, 26, y señaló al año 1914 como el fin de los Tiempos de los Gentiles.

      A principios de 1876 C. T. Russell recibió un ejemplar de Herald of the Morning. Enseguida escribió a Barbour y después pasó algún tiempo con él en Filadelfia durante el verano, analizando, entre otras cosas, los períodos proféticos. Poco después, en un artículo titulado “Los Tiempos de los Gentiles: ¿cuándo terminan?”, Russell también razonó sobre el asunto a partir de las Escrituras y declaró que la prueba demostraba que ‘los siete tiempos terminarían en 1914 d.C.’. Este artículo se imprimió en el número de octubre de 1876 de Bible Examiner.j El libro Three Worlds, and the Harvest of This World (Tres mundos, y la siega de este mundo), escrito en 1877 por N. H. Barbour con la cooperación de C. T. Russell, llegaba a la misma conclusión. Más tarde, algunos de los primeros números de la revista Watch Tower, como los de diciembre de 1879 y julio de 1880, señalaron a 1914 E.C. como un año muy significativo desde el punto de vista de la profecía bíblica. En 1889 se dedicó todo el capítulo 4 del tomo II de Millennial Dawn (La Aurora del Milenio, que después se llamó Estudios de las Escrituras) a un análisis de “Los Tiempos de los Gentiles”. Pero ¿qué significaría el fin de los Tiempos de los Gentiles?

      Los Estudiantes de la Biblia no estaban completamente seguros de lo que sucedería. Estaban convencidos de que el resultado no sería que la Tierra había de ser quemada ni la humanidad aniquilada. Más bien, sabían que marcaría un punto significativo respecto a la gobernación divina. Al principio pensaron que para aquella fecha el Reino de Dios habría alcanzado ya control pleno, universal. Cuando aquello no sucedió, la confianza que tenían en las profecías bíblicas que señalaban a aquella fecha no desfalleció. Llegaron a la conclusión de que, en vez de eso, la fecha marcaba sencillamente un comienzo respecto a la gobernación del Reino.

      Al principio también pensaron que antes de aquella fecha las dificultades mundiales culminarían en anarquía (lo cual creían que estaría asociado con la guerra del “gran día de Dios el Todopoderoso”). (Rev. 16:14.) Pero luego, diez años antes de 1914, la revista Watch Tower indicó que la agitación mundial que llevaría a la aniquilación de las instituciones humanas ocurriría inmediatamente después del fin de los Tiempos de los Gentiles. Esperaban que el año 1914 marcara un punto crucial y significativo para Jerusalén, pues la profecía había indicado que ‘Jerusalén sería hollada’ hasta que se cumplieran los Tiempos de los Gentiles. Al ver que se acercaba el año 1914 y ellos todavía no habían muerto como humanos ni habían sido ‘arrebatados en las nubes’ para encontrarse con el Señor —en conformidad con sus anteriores expectativas—, esperaban fervorosamente que su cambio tuviera lugar al fin de los Tiempos de los Gentiles. (1 Tes. 4:17.)

      Mientras los años pasaban y ellos seguían examinando las Escrituras, su fe en las profecías permanecía firme, y no se retraían de decir lo que esperaban que ocurriera. Se esforzaron, con algún éxito, por evitar ser dogmáticos respecto a detalles que no se mencionaban directamente en las Escrituras.

      ¿Sonó demasiado temprano el “despertador”?

      El estallido de la I Guerra Mundial en 1914, a la que por mucho tiempo se llamó sencillamente la Gran Guerra, desencadenó tiempos turbulentos para el mundo, no obstante, la caída de todos los gobiernos humanos existentes no se produjo inmediatamente. Los Estudiantes de la Biblia creyeron ver en acontecimientos relacionados con Palestina ocurridos después de 1914, pruebas de cambios significativos para Israel. Pero transcurrieron meses, luego años, y no recibieron su recompensa celestial como habían esperado. ¿Cómo reaccionaron ante esto?

      The Watch Tower del 1 de febrero de 1916 llamó especialmente la atención al 1 de octubre de 1914, y pasó a decir: “Este era el último punto en el tiempo al que la cronología bíblica nos señalaba con relación a las experiencias de la Iglesia. ¿Nos dijo el Señor que entonces se nos llevaría al cielo? No. ¿Qué dijo? Su Palabra y el cumplimiento de las profecías parecían señalar inequívocamente a que esta fecha marcaba el fin de los Tiempos de los Gentiles. Dedujimos de esto que el ‘cambio’ de la Iglesia acontecería en esa fecha o antes. Pero Dios no nos dijo que sería así. Nos permitió llegar a esa deducción; y creemos que eso fue una prueba necesaria para los amados santos de Dios de todas partes”. Pero ¿probaron aquellos sucesos que su gloriosa esperanza había sido en vano? No. Esto sencillamente significó que los acontecimientos no ocurrían tan pronto como esperaban.

      Años antes de 1914 Russell había escrito: “Evidentemente la cronología (las profecías sobre medidas de tiempo en general) no se dio con el propósito de proporcionar al pueblo de Dios información cronológica exacta a lo largo de los siglos. Es obvio que se proveyó para que funcionara como un reloj de alarma que despertara y activara al pueblo del Señor al tiempo debido. [...] Pero supongamos, por ejemplo, que pase octubre de 1914 y no haya una caída significativa del poder de los gentiles. ¿Qué probaría o refutaría eso? No rebatiría ningún aspecto del Plan Divino de las Edades. El precio de rescate que se pagó en el Calvario perduraría como garantía del cumplimiento final del gran Programa Divino para la restitución humana. La ‘llamada a lo alto’ de la Iglesia, para que sufriera con el Redentor y fuera glorificada con él como miembros de él, o como su Novia, todavía sería la misma. [...] Lo único afectado por la cronología sería el tiempo en que habrían de realizarse esas gloriosas esperanzas para la Iglesia y para el mundo. [...] Y si pasara esa fecha, eso sencillamente sería prueba de que nuestra cronología, nuestro ‘despertador’, habría sonado un poco antes de tiempo. ¿Consideraríamos una gran calamidad el que en la mañana de un día maravilloso, lleno de gozo y placer, la alarma nos despertara unos momentos antes? ¡Ciertamente que no!”.

      Pero aquel “despertador” no había sonado demasiado temprano. En realidad lo inesperado fueron las experiencias a las que el reloj los había despertado.

      Años después, cuando la luz se había hecho más brillante, reconocieron lo siguiente: “Muchos de los amados santos pensaban que no había más trabajo que hacer. [...] Se regocijaron por la prueba clara de que el mundo había terminado, que el reino celestial se había aproximado y que el día de su liberación estaba cerca. Pero habían pasado por alto otra cosa que había que hacer. Las buenas nuevas que habían recibido tenían que contarse a otros; pues Jesús había mandado: ‘Será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin’. (Mateo 24:14.)” (The Watch Tower, 1 de mayo de 1925.)

      Al comparar lo que ocurrió después de 1914 con lo que el Amo había predicho, poco a poco los Estudiantes de la Biblia se fueron dando cuenta de que vivían en los últimos días del viejo sistema y de que habían estado en ese período desde 1914. También llegaron a entender que fue en 1914 cuando comenzó la presencia invisible de Cristo y que esta no consistía en que él regresara personalmente (aunque de manera invisible) a la vecindad de la Tierra, sino en que dirigiera su atención a la Tierra como Rey en funciones. Se percataron de la importante responsabilidad que tenían de proclamar “estas buenas nuevas del reino” para testimonio a todas las naciones durante este tiempo crítico de la historia humana, y aceptaron aquella responsabilidad. (Mat. 24:3-14.)

      ¿Cuál era, precisamente, el mensaje que tenían que predicar acerca del Reino? ¿Difería del mensaje de los cristianos del siglo primero?

      El Reino de Dios, única esperanza de la humanidad

      Como resultado de su estudio cuidadoso de la Palabra de Dios, los Estudiantes de la Biblia que se asociaban con el hermano Russell comprendieron que el Reino de Dios era el gobierno que Jehová había prometido establecer mediante su Hijo para bendecir a la humanidad. En los cielos, Jesucristo tendría como asociados en la gobernación al “rebaño pequeño” escogido por Dios de entre los humanos. Entendían que ese gobierno estaría representado por hombres fieles del pasado que serían príncipes en toda la Tierra. A estos se les llamaba los “beneméritos de la antigüedad”. (Luc. 12:32; Dan. 7:27; Rev. 20:6; Sal. 45:16.)

      Por mucho tiempo la cristiandad había sostenido la enseñanza del ‘derecho divino de los reyes’ como medio de mantener en sujeción a la gente. Pero por su estudio de las Escrituras aquellos Estudiantes de la Biblia se dieron cuenta de que el futuro de los gobiernos humanos no estaba asegurado por garantía divina alguna. En armonía con lo que iban aprendiendo, la Watch Tower de diciembre de 1881 dijo: “El establecimiento de este reino supondrá, por supuesto, el derribo de todos los reinos de la Tierra, puesto que todos ellos —hasta el mejor— están fundados en la injusticia y la desigualdad de los derechos y en la opresión para muchos y el favor para unos cuantos, como leemos: ‘Romperá en pedazos y consumirá todos estos reinos y él permanecerá para siempre’”. (Dan. 2:44.)

      Los Estudiantes de la Biblia todavía tenían mucho que aprender sobre cómo se destruiría a aquellos reinos opresivos. No comprendían aún con claridad cómo se extenderían los beneficios del Reino de Dios a toda la humanidad. Pero no confundían el Reino de Dios con un sentimiento impreciso en el corazón de la gente ni con la gobernación de una jerarquía religiosa que empleara como agente suyo al Estado seglar.

      Para 1914 los siervos fieles de Dios de la era precristiana no habían sido resucitados en la Tierra como representantes principescos del Rey Mesiánico, como se había esperado, ni se habían unido a Cristo en el Reino celestial en aquel año los que quedaban del “rebaño pequeño”. Sin embargo, The Watch Tower del 15 de febrero de 1915 dijo con confianza que 1914 había sido el tiempo debido “para que nuestro Señor tomara Su gran poder y gobernara”, poniendo fin así a los milenios de dominación gentil ininterrumpida.

  • Aumenta el conocimiento exacto de la verdad
    Los testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
    • La guerra del gran día de Dios el Todopoderoso

      La guerra mundial que estalló en 1914 sacudió hasta sus cimientos al sistema de cosas existente. Por un tiempo pareció que todo sucedería tal como los Estudiantes de la Biblia habían esperado.

      En agosto de 1880 el hermano Russell había escrito: “Comprendemos que antes de que la familia humana sea restaurada, o siquiera empiece a ser bendecida, los reinos actuales de la Tierra, que atan y oprimen a la humanidad, serán derribados y el reino de Dios asumirá el control, y que la bendición y la restitución vendrán mediante ese nuevo reino”. ¿Cómo acontecería ese ‘derribo de los reinos’? Basándose en el desenvolvimiento de las condiciones mundiales, Russell creía que durante la guerra de Armagedón Dios se valdría de facciones en conflicto de la humanidad para derribar las instituciones existentes. Dijo: “Ha comenzado la demolición del imperio del hombre. Ya funciona la fuerza que los derribará. La gente está organizando sus fuerzas con nombres como comunistas, socialistas, nihilistas, etc.”.

      El libro The Day of Vengeance (El día de venganza), más tarde llamado The Battle of Armageddon (La batalla de Armagedón), publicado en 1897, dio más detalles sobre cómo los Estudiantes de la Biblia entendían entonces esta cuestión, al decir: “El Señor, por su imperante providencia, se encargará de este gran ejército de descontentos —patriotas, reformistas, socialistas, moralistas, anarquistas, ignorantes y desesperanzados— y se valdrá, según su sabiduría divina, de las esperanzas, temores, necedad y egoísmo de ellos para cumplir Sus propios magníficos propósitos de derribar las instituciones actuales, y de preparar al hombre para el Reino de la Justicia”. De modo que asociaban la guerra de Armagedón con la idea de una revolución social violenta.

  • Aumenta el conocimiento exacto de la verdad
    Los testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios
    • [Recuadro en la página 126]

      ‘¿Vamos a contradecir a Cristo mismo?’

      Después de exponer lo antibíblico e irrazonable de la doctrina de la Trinidad, C. T. Russell expresó justa indignación cuando dijo: “¿Vamos, entonces, a contradecir a los Apóstoles, a los Profetas y a Jesús Mismo, y a pasar por alto la razón y el sentido común por aferrarnos a un dogma que hemos recibido de un pasado de tinieblas y superstición, y mediante una Iglesia apóstata? ¡No! ‘A la ley, más bien, y al testimonio. Y si no dijeren según esta palabra, no será para ellos la luz de la mañana’”.—“The Watch Tower” del 15 de agosto de 1915.

      [Recuadro en la página 133]

      Verdad progresiva

      En 1882 C. T. Russell escribió: “La Biblia es nuestra única norma y sus enseñanzas nuestro único credo, y si reconocemos que las verdades bíblicas se revelan de manera progresiva estamos preparados para ampliar o modificar nuestro credo (fe, creencia) mientras aumenta la luz que recibimos de la Biblia”.—“Watch Tower”, abril de 1882, página 7.

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