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RusiaAnuario de los testigos de Jehová 2008
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[Ilustración y recuadro de las páginas 124 y 125]
Campo número 1 de Mordvinia
En la zona de Mordvinia había diecinueve campos de trabajos forzados, entre los cuales estaba el campo número 1, con capacidad para 600 prisioneros. Cientos de nuestros hermanos pasaron por él entre 1959 y 1966; de hecho, en cierto momento hubo más de cuatrocientos cincuenta. Este campo en particular estaba completamente rodeado por una cerca de alambre de púas electrificada de casi 3 metros [10 pies] de altura, seguida de otras trece sin electrificar. La tierra que rodeaba el campo estaba siempre arada para que se marcaran las huellas de cualquiera que intentara escapar.
Al mantener a los Testigos en total aislamiento del mundo exterior, las autoridades pretendían doblegarlos física y psicológicamente. No obstante, los hermanos lograron organizar su actividad teocrática dentro del lugar.
El mismo campo se convirtió en un circuito con su propio superintendente viajante. Había cuatro congregaciones, compuestas por un total de veintiocho grupos de estudio de libro. Para que todos se mantuvieran fuertes espiritualmente, los hermanos celebraban siete reuniones a la semana. Al principio lo único que tenían era una Biblia, así que hicieron un horario para leerla por congregación. Pero tan pronto pudieron, se pusieron a copiarla a mano. Pusieron los distintos libros de la Biblia en cuadernos separados, mientras que el original se mantuvo oculto en un lugar seguro. Así se podía seguir el programa de lectura bíblica. También tenían organizado el Estudio de La Atalaya. Cuando las hermanas visitaban a sus esposos, introducían ejemplares en miniatura de las revistas, escondiendo las delgadas páginas en la boca, en los tacones de los zapatos o en el cabello, entre sus trenzas. Muchos hermanos terminaron cumpliendo castigos de uno a quince días en celdas de aislamiento por haber copiado las publicaciones.
Las celdas de aislamiento se hallaban en un sitio apartado, alejado del resto de los prisioneros. Y aunque los guardias hacían hasta lo imposible para que los hermanos no llevaran consigo material de lectura, los otros hermanos inventaban la forma de suministrarles alimento espiritual. Por ejemplo, un hermano se subía al techo de alguna construcción que diera al patio donde salían a caminar los confinados. Ya llevaba listas unas hojas pequeñas con textos bíblicos y las hacía bolitas de un centímetro [media pulgada] de diámetro. Metía la bolita de papel en el extremo de un tubo largo, apuntaba en dirección al Testigo que estaba en el patio y soplaba con fuerza. El Testigo se agachaba como para atarse los cordones de los zapatos y recogía su alimento espiritual sin que otros se dieran cuenta.
Para el desayuno y la cena, los prisioneros recibían una avena cocida con mucha agua y un poco de aceite de semilla de algodón. A mediodía les daban una sopa aguada de remolacha o de cualquier otra cosa y un plato principal sencillo. El pan que comían parecía cuero para hacer botas. Ivan Mikitkov recuerda: “Estuve siete años en ese campo, y casi siempre nos dolía muchísimo el estómago”.
Pero los hermanos se mantuvieron firmes en la fe. El aislamiento no logró que los siervos leales de Dios perdieran el equilibrio: siguieron demostrando su fe y su amor a Dios y al prójimo (Mat. 22:37-39).
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”El juez declaró ‘antisoviéticas’ tanto la Biblia como el folleto que nos habían confiscado. Fue grato saber que no solo mi esposo y yo estábamos acusados de ser antisoviéticos, sino que también nuestras publicaciones y ¡hasta la Biblia! Nos preguntaron dónde habíamos conocido a los testigos de Jehová, y les dijimos que había sido en un campo de trabajos forzados de Vorkutá. Ante aquello, el juez gritó furioso: ‘¡Fíjense qué cosas pasan en nuestros campos!’. Nos declaró culpables y nos sentenció a diez años en campos correccionales de trabajos forzados.
”A Pyotr lo enviaron a Mordvinia, región central del territorio ruso;
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En las prisiones y los campos de trabajo eran especialmente valiosas las biblias y las publicaciones bíblicas. En 1958, los hermanos celebraban reuniones con regularidad en un campo de Mordvinia. Cuando un grupo se reunía para estudiar La Atalaya, varios hermanos montaban guardia, separados a una distancia suficiente para escucharse unos a otros y evitar que los capataces los sorprendieran. Si aparecía alguno, el que lo veía primero le decía al siguiente “ahí viene”, y ese le avisaba al otro, hasta llegar al grupo reunido. Al instante se dispersaban y escondían la revista. Pero muchas veces los capataces aparecían de la nada.
Así sucedió un día, en que les cayeron de sorpresa. Para distraerlos y salvar la revista, Boris Kryltsov tomó un libro y salió corriendo de la barraca con los capataces detrás. Lo persiguieron por largo rato. Cuando finalmente lo atraparon, descubrieron que se trataba de un libro de Lenin. Aquello le costó al hermano siete días en una celda de aislamiento, pero él estaba feliz de haber salvado la revista.
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