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    Anuario de los testigos de Jehová 2004
    • La táctica soviética: la deportación

      En 1944, cuando la guerra ya tocaba a su fin y Alemania iba perdiendo, diversos elementos del gobierno rumano encabezados por el rey Miguel I derrocaron el régimen de Antonescu. Rumania entonces rompió sus vínculos con las potencias del Eje y se alió con Rusia. Ese mismo año, el ejército soviético recuperó el control de la región, y Moldavia quedó nuevamente integrada en la Unión Soviética como la República Socialista Soviética de Moldavia.

      Al principio, los dirigentes comunistas de Moldavia dejaron tranquilos a los testigos de Jehová. Pero el respiro fue breve. La neutralidad cristiana, que implicaba también la negativa a votar en las elecciones locales del partido, enseguida se convirtió en una cuestión candente. El sistema soviético no toleraba la neutralidad política, de modo que el gobierno decidió poner fin al problema deportando a los testigos de Jehová junto con otros “indeseables” a partir de 1949.

      Cierto documento oficial exponía “la decisión del politburó del Comité Central del Partido Comunista” con respecto a quienes debían ser deportados de la República Socialista Soviética de Moldavia. Entre ellos se encontraban “anteriores terratenientes, comerciantes destacados, cómplices activos de los invasores alemanes, anteriores colaboradores de la policía alemana y rumana, miembros de partidos y organizaciones pro fascistas, miembros de la Guardia Blanca, miembros de sectas ilegales y las familias de los que pertene[cieran] a las mencionadas categorías”. Todos ellos debían ser enviados al oeste de Siberia “por tiempo indefinido”.

      En 1951 comenzó una segunda campaña de deportaciones, pero esta vez se concentró únicamente en los testigos de Jehová. El propio Stalin ordenó dicha deportación, que recibió el nombre de Operación Norte. Más de setecientas veinte familias de Testigos —unas dos mil seiscientas personas— fueron enviadas de Moldavia a Tomsk, población situada a unos 4.500 kilómetros de distancia, en el oeste de Siberia.

      Las instrucciones oficiales decían que debía concederse tiempo a los deportados para que recogieran sus efectos personales antes de llevarlos a los trenes. Además, los vagones tenían que estar “acondicionados para el transporte humano”. La realidad fue muy distinta.

      En mitad de la noche llegaba un grupo de hasta ocho soldados y oficiales a la casa de una familia de Testigos. Los despertaban y les mostraban la orden de deportación. Entonces les daban solo unas cuantas horas para recoger todo lo que pudieran antes de llevárselos a los trenes.

      Los vagones del tren resultaron ser de carga. En cada uno de ellos, las autoridades apiñaron hasta 40 personas de todas las edades para el viaje de dos semanas. No había asientos ni aislamiento térmico de ningún tipo. El retrete era un agujero en un rincón del vagón. Antes de deportar a los hermanos, los funcionarios locales tenían que anotar en un registro las posesiones de cada uno de ellos. Pero por lo general solo anotaban objetos de poco valor; los artículos más valiosos “desaparecieron”.

      A pesar de todas estas injusticias y dificultades, los hermanos no perdieron nunca su gozo cristiano. Cuando en algún lugar coincidían trenes que transportaban Testigos, se oían cánticos del Reino en otros vagones. De ese modo, los hermanos de cada tren sabían que no eran los únicos a quienes se deportaba, sino que cientos de hermanos cristianos más estaban en la misma situación. Al verse y escucharse unos a otros reflejando su gozo en circunstancias tan difíciles, se animaban y se resolvían aún más a mantenerse fieles a Jehová, pasara lo que pasara (Sant. 1:2).

      Fe ejemplar

      Uno de los deportados moldavos en Siberia fue Ivan Mikitkov. A Ivan lo detuvieron por primera vez en 1951 y lo enviaron, junto con otros Testigos, a Tomsk. Una vez allí, le asignaron el trabajo de cortar árboles en la taiga siberiana. Aunque no estaba confinado en un campo, tenía limitada su libertad de movimiento, y la policía secreta lo vigilaba de cerca. Aun así, él y sus hermanos espirituales aprovechaban toda oportunidad para dar testimonio.

      Ivan cuenta: “En este nuevo entorno tan difícil, logramos organizarnos en congregaciones e incluso empezamos a producir nuestras propias publicaciones. Andando el tiempo, algunas de las personas a quienes predicamos aceptaron la verdad y se bautizaron. No obstante, las autoridades se percataron de nuestras actividades y acabaron por enviar a varios de nosotros a campos de trabajos forzados.

      ”A mis compañeros Pavel Dandara, Mina Goraş y Vasile Şarban y a mí nos sentenciaron a doce años de trabajos forzados bajo supervisión estricta. Las autoridades confiaban en que con estas condenas tan severas los demás hermanos se asustarían y dejarían de predicar, pero no fue así. Sin importar adónde nos enviaran, seguíamos dando testimonio. En 1966 me liberaron tras cumplir toda mi condena, y regresé a Tomsk, donde permanecí tres años.

      ”En 1969 me mudé a la cuenca del Donets, donde conocí a Maria, una fiel y celosa hermana que se convirtió en mi esposa. Me detuvieron nuevamente en 1983 y esta vez recibí una sentencia doble: cinco años de prisión y otros cinco de deportación. De más está decir que esta sentencia me resultó más dura que la anterior, pues implicó separarme de mi esposa y mi hijo, quienes sufrieron muchas penalidades. Afortunadamente, no tuve que cumplir toda la condena. En 1987 me liberaron, después que Mijaíl Gorbachov fue nombrado secretario general del Partido Comunista Soviético. Me permitieron regresar a Ucrania y, más adelante, a Moldavia.

      ”Cuando volví a Bălţi, la segunda ciudad de Moldavia, había en ella 370 publicadores y 3 congregaciones. Hoy cuenta con más de 1.700 publicadores y 16 congregaciones.”

      “¿Quieres acabar como Vasile?”

      Los directores de los campos de trabajos forzados y los agentes del KGB (Comité de Seguridad del Estado soviético) recurrían a métodos crueles con el fin de debilitar la integridad de los hermanos. Constantin Ivanovici Şobe relata lo que le sucedió a su abuelo, Constantin Şobe: “En 1952, mi abuelo cumplía condena en un campo de trabajos forzados del distrito de Chita, al este del lago Baikal, en Siberia. Los oficiales del campo amenazaron con matarlos a él y a los demás Testigos si no renunciaban a su fe.

      ”Como los hermanos se negaron, los sacaron del campo y los agruparon cerca de un bosque. Ya estaba oscureciendo cuando se llevaron al bosque a Vasile —el mejor amigo de mi abuelo— tras anunciar que lo iban a fusilar. Los hermanos esperaron angustiados y, poco después, un par de disparos rompieron el silencio vespertino.

      ”Los guardias regresaron y condujeron al siguiente Testigo, mi abuelo, al bosque. Se adentraron con él unos metros hasta llegar a un claro donde se habían cavado varias sepulturas. El oficial al mando señaló a la única que ya estaba cubierta de tierra y volviéndose hacia mi abuelo le preguntó: ‘¿Quieres acabar como Vasile, o volver con tu familia como hombre libre? Tienes dos minutos para decidirte’. Mi abuelo no los necesitó, sino que inmediatamente le respondió: ‘Hace muchos años que conocía a Vasile, el hombre a quien usted ha matado. Ahora espero con ansias reunirme con él cuando resucite en el nuevo mundo. Tengo plena confianza en que yo estaré en el nuevo mundo junto con Vasile. Pero usted, ¿estará allí?’.

      ”Desconcertado con esa respuesta, el oficial se llevó a mi abuelo y a los demás Testigos de regreso al campo. Y resultó que mi abuelo no tuvo que esperar a la resurrección para ver a Vasile. Todo había sido un cruel montaje para quebrantar la fortaleza de los hermanos.”

      La propaganda comunista causa el efecto contrario

      En un intento de despertar odio y sospecha hacia los testigos de Jehová, los comunistas produjeron libros, folletos y películas que los calumniaban. Uno de tales folletos se titulaba Doble fondo, nombre que aludía al compartimiento secreto que los hermanos construían en el fondo de las maletas y bolsos a fin de ocultar publicaciones. Nicolai Voloşanovschi recuerda que el comandante de su campo trató de utilizar dicho folleto para humillarlo frente a los demás presos.

      Él cuenta: “El comandante del campo reunió a todos los reclusos en un barracón y empezó a citar pasajes del folleto Doble fondo, incluidos algunos que contenían difamaciones sobre mi persona. Cuando terminó, le pedí permiso para hacer unas preguntas. Probablemente pensó que eso le daría la oportunidad de burlarse de mí, pues accedió.

      ”Dirigiéndome al comandante, le pregunté si recordaba la primera vez que me había interrogado, a mi llegada al campo de trabajo. Él contestó que sí. Entonces le pregunté si recordaba las preguntas que me había hecho con respecto a mi país de origen, ciudadanía, etc., mientras llenaba mis papeles de ingreso en el campo. De nuevo respondió que sí. Incluso les dijo a los reclusos cuáles habían sido mis respuestas. A continuación le pedí que dijera lo que él había escrito realmente en los formularios. El comandante admitió que había escrito algo distinto de lo que yo le había contestado. Entonces me volví a los presos y les dije: ‘Ya ven. Así mismo fue como se escribió ese folleto’. Los presos aplaudieron y el comandante salió enfurecido del barracón.”

  • Moldavia
    Anuario de los testigos de Jehová 2004
    • [Ilustraciones de la página 96]

      Vagones en los que se transportó a los Testigos a Siberia

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