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  • El ataque soviético contra la religión
    ¡Despertad! 2001 | 22 de abril
    • El ataque soviético contra la religión

      EN 1922 nació la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) al asociarse cuatro repúblicas, de las que Rusia era la mayor y más importante. Llegó a integrar quince repúblicas y a abarcar casi la sexta parte de la superficie terrestre. Esta federación —que terminó disolviéndose súbitamente en 1991— se distinguió por ser el primer Estado en tratar de erradicar del pueblo la fe en Dios.a

      Vladimir Lenin, primer jefe del Estado soviético, era discípulo de Karl Marx, quien consideraba al cristianismo un instrumento de opresión, y a la religión, “el opio del pueblo”. Lenin aseveró: “Toda idea religiosa, cualquier idea acerca de cualquier diosecillo [...], representa una abominación incalificable”.

      Tras el fallecimiento del patriarca ortodoxo ruso Tikón en 1925, el gobierno prohibió a la Iglesia elegir sucesor y lanzó un ataque antirreligioso que conllevó la destrucción o reconversión para fines civiles de la mayoría de los edificios eclesiásticos. Además, envió a gran número de sacerdotes a campos de trabajos forzados, donde muchos perdieron la vida. “A fines de los años veinte y durante la década de los treinta, bajo la presidencia de Josif Stalin —señala The Encyclopædia Britannica—, la Iglesia sufrió una sangrienta persecución que se cobró miles de víctimas. En 1939 solo contaban con permiso oficial tres o cuatro obispos ortodoxos y cien templos.”

      Pero casi de la noche a la mañana se produjo un cambio notable.

      La II Guerra Mundial y la religión

      En 1939, la Alemania nazi —para entonces aliada de la URSS— invadió Polonia, hecho que desencadenó la II Guerra Mundial. En menos de un año, el gigante soviético absorbió las cuatro últimas de sus quince repúblicas: Letonia, Lituania, Estonia y Moldavia (Moldova). Sin embargo, en junio de 1941, Alemania realizó un ataque en masa contra la URSS que tomó por sorpresa a Stalin. Al concluir el año, los ejércitos germanos ya estaban a las puertas de Moscú, y se auguraba la inminente caída de la Unión Soviética.

      Desesperado, Stalin emprendió la movilización nacional para la lucha, denominada por los rusos la Gran Guerra Patriótica. El primer mandatario era consciente de la necesidad de realizar concesiones a la Iglesia para granjearse el respaldo popular, pues millones de ciudadanos mantenían su devoción. ¿Qué consecuencias tuvo el cambio radical de la política estalinista en materia religiosa?

      Con la colaboración de la Iglesia, el pueblo ruso se movilizó para responder a la agresión y logró en 1945 una aplastante victoria sobre los alemanes. Una vez suspendido el ataque soviético contra la religión, el número de templos ortodoxos aumentó a 25.000, y el de sacerdotes a 33.000.

      La reanudación del ataque

      Lo cierto era que los líderes soviéticos no abandonaron su meta: erradicar la idea de Dios de la mente del pueblo. Fue como dice The Encyclopædia Britannica: “El primer ministro Nikita Kruschov realizó entre 1959 y 1964 una nueva campaña antirreligiosa que redujo a menos de diez mil la cantidad de templos abiertos. El patriarca Pimen fue elegido en 1971, tras la muerte de su predecesor Alexis, y aunque la Iglesia aún contaba con millones de fieles, su futuro permanecía incierto”.b

      Más adelante veremos cómo logró sobrevivir la Iglesia Ortodoxa al nuevo ataque soviético. Ahora bien, ¿qué situación afrontaron otras religiones en la URSS? ¿Cuál de ellas se convirtió en blanco primordial del ataque, y por qué razón? Analizaremos estas cuestiones en el próximo artículo.

      [Notas]

      a Los siguientes quince países fueron en su día repúblicas soviéticas: Armenia, Azerbaiyán, Belarús, Estonia, Georgia, Kazajstán, Kirguizistán, Letonia, Lituania, Moldova, Rusia, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania y Uzbekistán.

      b Alexis I ocupa el patriarcado entre 1945 y 1970, y Alexis II, desde 1990.

      [Ilustración de la página 3]

      Para Lenin, ‘cualquier idea acerca de Dios representaba una abominación incalificable’

      [Reconocimiento]

      Musée d’Histoire Contemporaine—BDIC

  • Blanco del ataque soviético
    ¡Despertad! 2001 | 22 de abril
    • Blanco del ataque soviético

      PESE a las concesiones que le había hecho el gobierno —a fin de ganar la II Guerra Mundial—, la Iglesia Ortodoxa Rusa aún vivía dominada por este. De ahí que el libro de 1999 The Sword and the Shield (La espada y el escudo), que refiere la historia de la KGB (Comité de Seguridad del Estado), realizara esta observación: “A la KGB le preocupaban mucho más las actividades ‘subversivas’ de los cristianos que escapaban a su control directo”. ¿A qué confesiones aludía?

      La mayor era la Iglesia Católica Griega de Ucrania (hoy Iglesia Católica Ucraniana), que tenía 4.000.000 de fieles. “A causa de su fe —señala la obra The Sword and the Shield—, 8 de sus 10 obispos, así como miles de sacerdotes y laicos, murieron en los gulags [campos de trabajo] siberianos.” Otros blancos del Comité de Seguridad eran las iglesias protestantes no inscritas, que también escapaban al control directo del Estado. A finales de la década de 1950, la KGB calculaba que estas agrupaciones reunían a unos cien mil integrantes.

      Entre dichas confesiones evangélicas incluía a los testigos de Jehová, a quienes en 1968 atribuía una afiliación de veinte mil miembros en la Unión Soviética. Hasta el inicio de la II Guerra Mundial, en 1939, les prestó poca o ninguna atención, pues su número era pequeño. No obstante, la situación cambió por completo cuando aparecieron de súbito en la URSS por millares. ¿De dónde surgieron?

      Se dispara el crecimiento

      En su libro Religion in the Soviet Union (La religión en la Unión Soviética), publicado en 1961, Walter Kolarz indica dos factores que contribuyeron a acelerar el aumento. Primero, en “los territorios que se anexionó la URSS en 1939-1940 [Letonia, Lituania, Estonia y Moldavia]” había muchos “grupos de testigos de Jehová [...] activos”. Además, la Unión Soviética anexó a Ucrania ciertas regiones orientales de Polonia y Checoslovaquia en las que vivían más de un millar de estos cristianos, que quedaron integrados en territorio soviético de la noche a la mañana.

      El crecimiento, “por increíble que parezca”, provino en segundo lugar de “los campos de concentración alemanes”, agrega Kolarz. Los nazis recluyeron en ellos a miles de Testigos por no apoyar a Hitler y su guerra de agresión. Kolarz añade que los prisioneros rusos de los campos “quedaron admirados por el valor y firmeza de los ‘Testigos’, razón que probablemente los atrajo a su teología”. De ahí que muchos internos jóvenes regresaran a la URSS con fe en Jehová Dios y sus maravillosos designios para la Tierra (Salmo 37:29; Revelación [Apocalipsis] 21:3, 4).

      Ambos factores explican la rápida aparición de miles de Testigos en el país. A principios de 1946 ya eran como mínimo 1.600, y al finalizar la década, más de ocho mil. La KGB observó alarmada el aumento pues, como se indicó al principio, le inquietaban “las actividades [...] de los cristianos que escapaban a su control directo”.

      El comienzo de los ataques

      Pese a su reducido número, no tardaron en sufrir ataques oficiales contra su celosa evangelización. En Estonia, la ofensiva comenzó en agosto de 1948, al ser encarcelados los cinco cristianos que dirigían la obra. “Enseguida quedó claro que la KGB tenía intenciones de detener a todo el mundo”, indicó Lembit Toom, Testigo estonio. El objetivo fue el mismo en cada república donde había Testigos.

      El gobierno los denigró como delincuentes de la peor calaña y como amenaza de primer orden para el Estado ateo. En todas las regiones los persiguió, detuvo y encarceló. La obra The Sword and the Shield explica: “La obsesión antijehovista de los altos funcionarios de la KGB tal vez sea el mejor ejemplo de la total desproporción con que se combatía hasta la disidencia más nimia”.

      Una clara muestra de tal obsesión es el ataque organizado de abril de 1951. Hace solo dos años, en 1999, el profesor Sergei Ivanenko, respetado intelectual ruso, indicó en su libro (en ruso) Gente que nunca anda sin la Biblia que a principios de aquel mes “se envió a ‘un asentamiento permanente’ en Siberia, el Lejano Oriente y Kazajstán a más de cinco mil familias de testigos de Jehová de las repúblicas de Ucrania, Bielorrusia, Moldavia y el Báltico”.

      Una historia que merece recordarse

      ¿Comprendemos lo que significa detener en un solo día a tantas personas de un área tan amplia? De forma coordinada, cientos de funcionarios —si no miles— las identificaron para, al amparo de la noche, arrestarlas por sorpresa en su hogar, llevarlas en carretas y otros vehículos a las estaciones y montarlas en vagones de carga.

      Pensemos también en el sufrimiento de las víctimas. ¿Nos imaginamos el viaje forzoso de miles de kilómetros —a veces por más de tres semanas— en un vagón atestado y antihigiénico cuyo único excusado era un balde? Y todo para luego ser abandonadas en los inhóspitos yermos siberianos, conscientes de que tendrían que trabajar arduamente para sobrevivir a duras penas.

      Este mes se conmemora el cincuentenario de la citada deportación de abril de 1951. Para guardar memoria de la fidelidad de los Testigos durante décadas de persecución, se han grabado en vídeo las experiencias de muchos sobrevivientes. Su ejemplo, como el de los cristianos del siglo I, revela que toda tentativa de coartar la adoración a Dios terminará fracasando.

      Qué logró la deportación

      Los soviéticos no tardaron en aprender que suprimir la adoración de estos cristianos les iba a costar mucho más de lo que creían. A pesar de las protestas de sus captores, durante aquel viaje forzado cantaban alabanzas a Dios y exhibían en los vagones el letrero: “Testigos de Jehová a bordo”. Uno de ellos explicó: “En las estaciones ferroviarias del camino encontramos más trenes de deportados cuyos vagones llevaban el letrero”. De este modo recibían mucho ánimo.

      Aquellos cristianos no se dejaban vencer por el desánimo y reflejaban el espíritu de los apóstoles, quienes, como dice la Biblia, “continuaban sin cesar enseñando y declarando las buenas nuevas acerca del Cristo”, a pesar de haber sido azotados y habérseles prohibido predicar (Hechos 5:40-42). Como indicó Kolarz con respecto a la deportación, “no fue el final de los ‘Testigos’ en Rusia, sino solo el principio de un nuevo capítulo de sus actividades proselitistas. Incluso intentaban propagar su fe cuando se detenían en las estaciones camino del confinamiento”.

      En sus lugares de destino se labraron la reputación de ser laboriosos y obedientes, al tiempo que, al dirigirse a sus opresores, se hicieron eco de las palabras de los apóstoles: “No podemos dejar de hablar de [nuestro Dios]” (Hechos 4:20). Muchas personas aceptaron lo que los Testigos enseñaban y comenzaron también a servir a Jehová.

      Kolarz explica cuáles fueron las consecuencias: “El gobierno soviético no pudo hacer nada mejor para la diseminación de su fe que deportarlos. Se les sacó del aislamiento de sus pueblos [de las repúblicas soviéticas occidentales] y se les introdujo en un mundo mucho más amplio, aunque este no fuera más que el mundo terrible de los campos de concentración y trabajos forzados”.

      Combaten el crecimiento

      Al pasar los años, las autoridades soviéticas trataron de frenar las actividades de los Testigos con otros métodos. Dado que la atroz persecución no había producido los frutos deseados, orquestaron un programa de propaganda difamatoria con libros, películas y programas de radio, e infiltraron en las congregaciones a agentes de la KGB que habían recibido preparación especial.

      Las calumnias que se lanzaban contra los Testigos infundieron en muchas personas miedo y recelo, como se ve en el libro de Vladímir Bukovsky Ese dolor lacerante de la libertad, publicado en 1982. El autor, ciudadano ruso a quien se le permitió emigrar a Inglaterra en 1976, escribió: “En Londres, una vez iba yo de noche [...] y, al pasar junto a un macizo edificio [...], eché una mirada distraída al rótulo. Era una placa [...] que ponía ‘Testigos de Jehová’ y algo más que no llegué a leer, tal fue el fulminante asombro, rayano en susto, que me invadió”.

      Bukovsky explicó la causa de su pánico infundado: “Son [...] los ‘sectarios-verdugos’, con quienes las autoridades asustan a nuestros hijos [...]. No es posible ver jehovistas vivos más que en las cárceles [y los campos de concentración] [...]. Y de pronto, aquí tienes: una casa, un rótulo. Entonces, ¿cualquiera puede entrar aquí sin ambages, puede tomar con ellos una taza de té?”, preguntó. Para recalcar la razón de su alarma, concluyó: “En nuestro país se persigue a los jehovistas casi con el mismo encarnizamiento que a la mafia, y el misterio que los rodea es casi idéntico”.

      Pese a la atroz persecución y la propaganda difamatoria, perseveraron y crecieron numéricamente. Algunos libros soviéticos, como Las verdades sobre los testigos de Jehová (en ruso), que en 1978 tuvo una tirada de 100.000 ejemplares, recomendaron que se redoblara el ataque propagandístico contra ellos. Su autor, V. V. Konik, tras explicar cómo predicaban bajo severas restricciones, dio este consejo: “Los estudiosos de la religión soviéticos deberían aprender métodos más eficaces para contrarrestar las doctrinas de los testigos de Jehová”.

      Por qué fueron el blanco del ataque

      En pocas palabras, fueron el blanco principal del ataque soviético por imitar a los primeros discípulos de Jesús. En el siglo I, las autoridades ordenaron a los apóstoles que “no siguieran enseñando sobre la base [del nombre de Jesús]”. Pero luego, sus acusadores protestaron: “¡Miren!, han llenado a Jerusalén con su enseñanza”. Sin negar que habían predicado pese a la prohibición, los apóstoles respondieron respetuosamente: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres” (Hechos 5:27-29).

      Hoy, los testigos de Jehová también tomamos muy en serio el mandato de Jesús a sus discípulos: ‘predicar al pueblo y dar testimonio cabal’ (Hechos 10:42). En su libro The Kremlin’s Human Dilemma (El dilema humano del Kremlin), Maurice Hindus explicó que el “irreprimible celo evangelizador” de los Testigos los convirtió en “una carga muy pesada para Moscú y los [colocó] en confrontación constante con la policía soviética”. Luego añadió: “No hay modo de detenerlos. Cuando se les pone coto en un lugar, reaparecen en otro”.

      “De acuerdo con la información de que dispongo, la única organización religiosa que aumentó numéricamente en la URSS, pese a estar proscrita y perseguida, fueron los testigos de Jehová”, escribió el historiador ruso Sergei Ivanenko. Es cierto que también se mantuvieron activas otras confesiones, entre las que destaca la Iglesia Ortodoxa Rusa. Pero resulta muy interesante ver lo que hicieron unos y otros para sobrevivir al ataque soviético.

      [Recuadro de la página 6]

      “La colectividad [...] perseguida con más saña”

      A Concise Encyclopaedia of Russia (1964) señala que los testigos de Jehová realizaban “un proselitismo muy activo” y constituían “la colectividad religiosa perseguida con más saña en la URSS”.

      [Ilustración y recuadro de la página 7]

      Un ejemplo entre miles

      Fyodor Kalin relata la deportación de su familia

      Vivíamos en el pueblo de Vilshanitsa, en el oeste de Ucrania. El 8 de abril de 1951, antes del amanecer, nos despertaron unos funcionarios acompañados de perros y nos dijeron que, por orden del gobierno de Moscú, nos enviarían a Siberia a menos que firmáramos un documento de renuncia a los testigos de Jehová. Los siete miembros de mi familia (mis padres, mis hermanos y yo, que tenía para entonces 19 años) estábamos decididos a seguir siendo Testigos.

      Uno de los hombres dijo: “Llévense frijoles, maíz, harina, encurtidos y repollo. Si no, ¿qué van a comer los niños?”. También nos permitieron matar algunos pollos y un cerdo para tener carne. Trajeron dos carretas tiradas por caballos, y cargamos todo en ellas para llevarlo a la localidad de Hriplin, donde nos metieron a unos cuarenta o cincuenta en un vagón de carga y luego cerraron la puerta.

      En el vagón había algunos tablones sobre los que nos podíamos acostar —aunque no bastaban para todos— y una estufa con algo de carbón y leña, en la que cocinábamos con nuestros cacharros. Pero no teníamos retrete, así que utilizábamos un balde; más tarde lo encajamos en un agujero que abrimos en el suelo y colocamos unas mantas alrededor para tener cierta intimidad.

      Apiñados, hicimos el lento viaje de miles de kilómetros hasta nuestro desconocido lugar de destino. Al principio estábamos algo desalentados. Pero cuando nos pusimos a entonar juntos cánticos del Reino —con tanta energía que casi se nos fue la voz—, sentimos mucho gozo. El comandante abría las puertas y nos mandaba callar, pero seguíamos hasta terminar el cántico. Cuando nos deteníamos en las estaciones durante el trayecto, mucha gente se enteraba de que a los testigos de Jehová nos estaban deportando. Finalmente, después de diecisiete o dieciocho días en aquel tren, nos bajaron en Siberia, cerca del lago Baikal.

      [Ilustración]

      Estoy en la última fila, a la derecha

      [Ilustración y recuadro de la página 8]

      Armagedón

      película propagandística soviética

      Las autoridades produjeron la cinta Armagedón para desacreditar a los testigos de Jehová. Contaba una historia de amor ficticia entre un joven soldado soviético y una muchacha a la que captaban los Testigos. En el desenlace, la hermana pequeña de la chica moría en un accidente causado por un superintendente Testigo, que aparecía como instrumento del servicio de espionaje de Estados Unidos.

      Sobre esta película, que agitaba las emociones del público, el 14 de mayo de 1963 se publicó el siguiente comentario en el periódico ucraniano La Bandera Roja: “La propaganda atea es eficaz, convincente y utilizable en otros pueblos del país donde se exhiben producciones similares”.

      [Ilustración de las páginas 6 y 7]

      Miles de Testigos fueron llevados a Siberia en vagones de carga

  • Cómo sobrevivió la religión
    ¡Despertad! 2001 | 22 de abril
    • Cómo sobrevivió la religión

      PARA cuando la Alemania nazi invadió Rusia en junio de 1941, el régimen soviético casi había aniquilado a la Iglesia Ortodoxa. Sin embargo, tras la invasión comenzó a modificar su postura frente a la religión. ¿Por qué motivo?

      Richard Overy, profesor de Historia Moderna en el King’s College londinense, da esta explicación en su libro Russia’s War—Blood Upon the Snow (La guerra rusa: Sangre sobre la nieve): “Desde el primer día de la invasión germana, el cabeza eclesiástico, el metropolitano Sergio, exhortó a los fieles a hacer cuanto pudieran en pro de la victoria. Durante los siguientes dos años publicó al menos veintitrés epístolas en las que convocaba a la grey a luchar a favor del estado impío en que vivían”. Por esta razón —añade—, Stalin “permitió el resurgimiento” de la religión.

      En 1943, Stalin reconoció finalmente a la Iglesia Ortodoxa al nombrar patriarca a Sergio. “En respuesta, la jerarquía hizo una colecta entre los fieles para financiar una columna blindada soviética —señaló Overy—. Sacerdotes y obispos instaron a sus congregaciones a tener fe, tanto en Dios como en Stalin.”

      Con respecto a este período, el teólogo ruso Sergei Ivanenko escribió: “El órgano oficial de la Iglesia Ortodoxa Rusa, La Gaceta del Patriarcado de Moscú, elogió a Stalin como el mejor caudillo y maestro de toda la historia y del mundo entero, enviado por Dios para salvar a la nación de la opresión, los terratenientes y los capitalistas, y exhortó a los creyentes a derramar hasta la última gota de sangre en la defensa de la URSS y a poner todo su empeño en la construcción del comunismo”.

      “Muy apreciados por la KGB”

      Al acabar la II Guerra Mundial, en 1945, la Iglesia Ortodoxa se mantuvo como útil instrumento del comunismo. The Soviet Union: The Fifty Years (La URSS a los cincuenta años de la Revolución), edición de Harrison Salisbury, revela cómo cumplió ese cometido: “Al terminar la guerra, los jefes eclesiásticos se plegaron a las demandas de la Guerra Fría que impuso la política exterior estalinista”.

      El reciente libro The Sword and the Shield explica el servicio que prestó la jerarquía a la causa soviética. Dice que el patriarca Alexis I, quien sucedió a Sergio en 1945, optó por “unirse al Consejo Mundial de la Paz, fundado en 1949 como tapadera de los intereses soviéticos”, y que tanto Alexis como el metropolitano Nikolai “fueron muy apreciados por la KGB, que aprovechó sus influyentes cargos”.

      Es de interés la declaración que hizo Alexis I en 1955: “La Iglesia Ortodoxa Rusa respalda la política exterior plenamente pacífica de nuestro gobierno. No lo hace porque se encuentre, como dicen, privada de libertad, sino porque la política soviética es justa y armoniza con los ideales cristianos que predica la Iglesia”.

      El diario londinense The Guardian (22 de enero de 2000) atribuye las siguientes palabras a Georgi Edelshtein, sacerdote ortodoxo disidente: “Elegían con cuidado a los obispos para que colaboraran con el gobierno soviético. Eran todos agentes de la KGB. Es bien sabido que esta organización reclutó al patriarca Alexis, cuyo seudónimo fue Drozdov. Hoy mantienen la misma política que hace veinte o treinta años”.

      Vasalla del Estado soviético

      La revista Life (14 de septiembre de 1959) hizo este comentario sobre la relación existente entre la Iglesia Ortodoxa y los jefes soviéticos: “Stalin hizo concesiones a la religión, y la Iglesia lo trató como a un zar. La colaboración de los ortodoxos está garantizada por un ministerio especial del gobierno, y desde entonces, los comunistas se valen de la Iglesia como brazo del Estado soviético”.

      Matthew Spinka, experto en asuntos eclesiásticos rusos, confirmó la íntima relación existente entre Iglesia y Estado en su libro The Church in Soviet Russia (La Iglesia en la Rusia soviética), publicado en 1956: “El actual patriarca, Alexis, [...] ha convertido deliberadamente a su Iglesia en instrumento del gobierno”. En efecto, se hizo vasalla del Estado a fin de sobrevivir. Pero quizás diga el lector: “¿Y es eso tan grave?”. Pues bien, analicemos las indicaciones de Dios y de Jesús al respecto.

      Cristo dijo a sus auténticos discípulos: “Ustedes no son parte del mundo, sino que yo los he escogido del mundo”. Además, la Palabra de Dios afirma con rotundidad: “Adúlteras, ¿no saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios?” (Juan 15:19; Santiago 4:4). De acuerdo con la Biblia, la Iglesia se ha convertido en una prostituta religiosa “con quien los reyes de la tierra cometieron fornicación”. Ha dado pruebas de ser parte de la colectividad denominada en las Escrituras “Babilonia la Grande, la madre de las rameras y de las cosas repugnantes de la tierra” (Revelación 17:1-6).

      Cómo sobrevivieron los Testigos

      Por otro lado, Jesucristo reveló la característica que distinguiría a sus verdaderos seguidores: “En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre sí” (Juan 13:35). Tal cariño fue un factor primordial que contribuyó a que sobrevivieran los Testigos en la Unión Soviética, como indica el siguiente comentario del libro The Sword and the Shield: “Los jehovistas brindan ayuda de todo tipo a sus correligionarios que se encuentran en los campos [de trabajos forzados] o en el exilio interno, y les hacen llegar dinero, alimentos y ropa”.

      Entre tales “alimentos” había algunos de carácter espiritual: Biblias y publicaciones cristianas. Las Escrituras contienen ‘expresiones de Dios’ que, como dijo Jesús, son esenciales para la vida espiritual (Mateo 4:4). La introducción clandestina de dichas obras era muy arriesgada, pues se castigaba con severidad.

      Helene Celmina, de Letonia, estuvo recluida en el campo penitenciario de Potma (Rusia) entre 1962 y 1966. En su libro Women in Soviet Prisons (Las mujeres en las prisiones soviéticas) comenta: “A muchos testigos de Jehová se les impone diez años de trabajos forzados solo por tener en su apartamento unas cuantas revistas La Atalaya. Dado que el motivo de los arrestos es la posesión de estas publicaciones, se comprende que a los administradores les mortifique hallarlas en los campos”.

      Sin duda, arriesgar la libertad y seguridad personales para brindar ayuda espiritual es una muestra de amor cristiano. Pero, aunque este fue un factor crucial para la supervivencia de los Testigos, hubo otro aún más importante. “Nadie entendía cómo era posible que aquellas publicaciones prohibidas penetraran en un área cercada con alambre de púas y donde el contacto humano estaba limitado”, señala Helene Celmina. Parecía imposible, pues se registraba a fondo a todo el que entraba en la prisión. Por ello concluye: “Era como si los ángeles sobrevolaran el campo de noche y las dejaran caer”.

      En efecto, Dios prometió que no dejaría a su pueblo, que no lo desampararía. De ahí que los Testigos que viven en la anterior Unión Soviética se hagan eco de las palabras del salmista: “¡Mira! Dios es mi ayudador” (Salmo 54:4; Josué 1:5). Sin duda, la ayuda divina fue esencial para que los Testigos sobrevivieran en la URSS.

      El cambio de circunstancias

      El 27 de marzo de 1991, los testigos de Jehová recibieron reconocimiento oficial en la URSS al firmarse una carta constitucional que incluye la siguiente declaración: “El propósito de la Organización Religiosa es efectuar la obra religiosa de dar a conocer el nombre de Jehová Dios y sus provisiones amorosas para la humanidad mediante su Reino celestial en manos de Jesucristo”.

      Entre los métodos para realizar tal obra, la carta menciona la predicación pública, las visitas domiciliarias, la instrucción bíblica a los interesados, los estudios gratuitos de las Escrituras con la ayuda de publicaciones cristianas, y la distribución de Biblias.

      Este documento se firmó hace ya diez años. Desde entonces, la URSS se ha disuelto y en las quince repúblicas que la integraban ha cambiado considerablemente la situación religiosa. ¿Qué futuro tiene la religión en estos países y en el resto del mundo?

      [Recuadro de la página 11]

      La Iglesia colabora con los soviéticos

      En su libro Russia Is No Riddle (Rusia no es un acertijo), publicado en 1945, Edmund Stevens escribió: “La Iglesia tenía mucho cuidado de no volverse contra su benefactor. Sabía muy bien que el Estado, a cambio de los favores que le otorgaba, esperaba que mostrara firme adhesión al régimen y se mantuviera dentro de ciertos límites”.

      Stevens prosigue: “Dado que la Iglesia Ortodoxa tenía muy asumida la posición que había ocupado por siglos como religión oficial, adoptó con suma naturalidad su nuevo papel de colaboradora directa del gobierno soviético”.

      El Instituto Keston ha analizado a fondo la colaboración que mantuvieron las autoridades soviéticas y el actual patriarca ortodoxo, Alexis II. El informe del instituto concluye: “La cooperación de Alexis no fue nada excepcional, pues casi todas las altas jerarquías de las religiones con reconocimiento oficial —entre ellas los católicos, bautistas, adventistas, musulmanes y budistas— eran agentes reclutados por la KGB. En efecto, el informe anual que refiere el reclutamiento de Alexis también habla de otros muchos agentes, algunos de ellos pertenecientes a la Iglesia Luterana de Estonia”.

      [Ilustración y recuadro de la página 12]

      El testimonio en los campos

      Viktors Kalnins, periodista letón, cumplió la mayor parte de su condena de diez años (1962-1972) en el complejo de campos de Mordvinia, a unos 400 kilómetros al sudeste de Moscú. En marzo de 1979 lo entrevistó en Estados Unidos un redactor de ¡Despertad! Entre otras cosas, le preguntó: “¿Tienen constancia los prisioneros Testigos de lo que sucede aquí o en otros países en lo que a su organización se refiere?”.

      “Sí —respondió Kalnins—, lo saben gracias a las publicaciones que reciben. [...] Hasta me enseñaron sus revistas. Yo nunca averigüé dónde estaba el escondite de las publicaciones, pues lo cambiaban de vez en cuando. Pero era del dominio público que las tenían dentro del campo. [...] Los guardias y los testigos de Jehová eran como Tom y Jerry: estos las escondían y aquellos iban en su busca.”

      Ante la pregunta “¿Trataron los testigos de Jehová de hablarle de sus creencias?”, Kalnins respondió: “¡Ya lo creo! Conocemos muy bien lo que piensan. Sabemos todo sobre el Armagedón [...]. Hablaban mucho del fin de las enfermedades”.

      [Ilustración]

      Los Testigos recluidos en los campos de Mordvinia siguieron predicando con valor las verdades bíblicas

      [Ilustración de las páginas 8 y 9]

      El matrimonio Vovchuk, deportado a Irkutsk (Siberia) en 1951, ha permanecido fiel al cristianismo hasta el día de hoy

      [Ilustración de la página 10]

      Por el apoyo que le brindó la Iglesia durante la II Guerra Mundial, Stalin permitió el resurgimiento temporal de la religión

      [Reconocimiento]

      Foto de U.S. Army

      [Ilustración de la página 10]

      Alexis I (patriarca de 1945 a 1970) dijo: “La política soviética [...] armoniza con los ideales cristianos que predica la Iglesia”

      [Reconocimiento]

      Archivo Central del Estado sobre los documentos fonográficos, fotográficos y cinematográficos de San Petersburgo

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