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Prosperidad auténtica en el nuevo mundo de DiosLa Atalaya 2006 | 1 de febrero
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Prosperidad auténtica en el nuevo mundo de Dios
DAVID,a cabeza de familia cristiano, se marchó a Estados Unidos convencido de que hacía lo correcto. Aunque no le gustaba tener que dejar atrás a su esposa y sus hijos, estaba seguro de que podría darles una vida mejor si ganaba más dinero. Por eso aceptó la invitación de unos familiares que vivían en Nueva York, donde no tardó en conseguir trabajo.
Sin embargo, el optimismo de David fue decayendo con el correr de los meses. Disponía de muy poco tiempo para las actividades espirituales, y llegó un momento en que casi perdió la fe en Dios. Pero no fue sino hasta que sucumbió a una tentación de índole moral que abrió los ojos a la realidad: su empeño en prosperar materialmente lo había ido alejando de las cosas que de veras le importaban. Tenía que hacer cambios radicales.
Al igual que David, cada año muchos cristianos de países pobres emigran con la esperanza de mejorar económicamente; no obstante, muy a menudo pagan un terrible precio en sentido espiritual. La pregunta que algunos se plantean es si será posible obtener riquezas materiales y a la vez ser rico para con Dios. Famosos escritores y predicadores dicen que sí es posible; pero como han aprendido David y otras personas, es difícil compatibilizar ambas metas (Lucas 18:24).
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Prosperidad auténtica en el nuevo mundo de DiosLa Atalaya 2006 | 1 de febrero
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En segundo lugar, tal como descubrió David, a quien mencionamos antes, la búsqueda de riquezas suele absorber tanto tiempo y energías que lentamente aleja a la persona de los intereses espirituales (Lucas 12:13-21).
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Prosperidad auténtica en el nuevo mundo de DiosLa Atalaya 2006 | 1 de febrero
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Tras casi perder su familia y su espiritualidad, David por fin volvió a encarrilarse. De nuevo dio prioridad al estudio de la Biblia, la oración y el ministerio, y las demás cosas empezaron a mejorar, tal como promete Jesús. La relación con su esposa y sus hijos se recuperó poco a poco. Regresaron a su vida la alegría y la satisfacción. Todavía trabaja arduamente para mantener a su familia, pues su caso no fue el del pobre que hizo fortuna; sin embargo, aprendió valiosas lecciones de su penosa experiencia.
David ahora cree que emigrar a Estados Unidos tal vez no haya sido lo más acertado, y tiene muy claro que no va a volver a dejar que el dinero lo domine a la hora de tomar una decisión. Ya sabe que las cosas más valiosas de la vida —una familia amorosa, buenos amigos y una estrecha relación con Dios— no se compran con dinero (Proverbios 17:17; 24:27; Isaías 55:1, 2). De hecho, la integridad moral vale mucho más que las riquezas (Proverbios 19:1; 22:1). Junto con su familia, David está decidido a poner primero lo más importante (Filipenses 1:10).
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