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  • Hágase un buen maestro
    Benefíciese de la Escuela del Ministerio Teocrático
    • Aprenda una lección del Gran Maestro, Jesucristo (Luc. 6:40). Fuera que hablara a una multitud en una ladera o a un puñado de personas mientras andaban por el camino, tanto lo que decía como la manera de decirlo dejaban huella. Jesús ponía a trabajar la mente y el corazón de la gente, y señalaba prácticas aplicaciones fáciles de comprender. ¿Puede usted lograr lo mismo?

      Confíe en Jehová

      Jesús perfeccionó su enseñanza gracias a la relación íntima que lo unía a su Padre celestial y a la bendición del espíritu de Dios. ¿Ruega usted sinceramente a Jehová que le conceda habilidad para impartir cursos de la Biblia? Si tiene hijos, ¿le solicita sin cesar que lo guíe para enseñarles? ¿Acude de corazón a él cuando se prepara para pronunciar discursos o dirigir reuniones? Tal confianza en Jehová expresada mediante la oración hará de usted un mejor maestro.

      La dependencia de Jehová también se demuestra confiando en su Palabra, la Biblia. La última noche de su vida como ser humano perfecto, Jesús oró a su Padre: “Yo les he dado tu palabra” (Juan 17:14). Pese a su vasta experiencia, jamás enseñó nada que no hubiera aprendido de su Padre, y de ese modo nos dio el ejemplo (Juan 12:49, 50). La palabra de Dios, conservada en la Biblia, tiene el poder de influir en los seres humanos: en sus actos, pensamientos más recónditos y emociones (Heb. 4:12). A medida que aumente nuestro conocimiento de las Escrituras y aprendamos a utilizarlo en el ministerio, cultivaremos las cualidades docentes que atraen al prójimo hacia Dios (2 Tim. 3:16, 17).

      Honre a Jehová

      Ser un maestro a semejanza de Cristo entraña más que pronunciar discursos interesantes. Es cierto que Jesús maravilló a la gente con “palabras llenas de gracia” (Luc. 4:22). Sin embargo, ¿con qué propósito hablaba así? No con el de convertirse en el centro de atención, sino para honrar a Jehová (Juan 7:16-18). Además, dio esta exhortación a sus discípulos: “Resplandezca la luz de ustedes delante de los hombres, para que ellos vean sus obras excelentes y den gloria al Padre de ustedes que está en los cielos” (Mat. 5:16). Este consejo ha de influir en nuestra enseñanza, así que debemos evitar cuanto nos desvíe de tal objetivo. Por consiguiente, al pensar en qué decir y cómo decirlo, conviene que nos preguntemos: “¿Infundirá aprecio por Jehová, o centrará la atención en mi persona?”.

  • Hágase un buen maestro
    Benefíciese de la Escuela del Ministerio Teocrático
    • Jesús empleó a menudo este método didáctico. Comparó el entendimiento popular de la Ley mosaica con el auténtico sentido de aquellos preceptos (Mat. 5:21-48). Señaló las diferencias entre la verdadera devoción piadosa y los actos hipócritas de los fariseos (Mat. 6:1-18). Contrapuso la actitud de quienes “se enseñorean” de los demás al espíritu abnegado que deberían manifestar sus discípulos (Mat. 20:25-28). Y, según Mateo 21:28-32, en una ocasión invitó a quienes lo escuchaban a determinar por sí mismos el contraste entre la santurronería y el arrepentimiento verdadero. Este pasaje nos revela, además, otra valiosa faceta de la enseñanza.

      Estimule a los oyentes a pensar

      En Mateo 21:28 leemos que Jesús acompañó una comparación con estas palabras introductorias: “¿Qué les parece?”. El maestro competente no se limita a exponer hechos y dar respuestas, sino que estimula a los oyentes a cultivar la facultad de raciocinio (Pro. 3:21; Rom. 12:1). En parte, lo logra formulando preguntas. En Mateo 17:25 se recoge esta serie de interrogantes que Jesús planteó: “¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes reciben los reyes de la tierra contribuciones o la capitación? ¿De sus hijos, o de los extraños?”. Con estas preguntas que invitaban a la reflexión, Pedro llegó a la conclusión correcta en cuanto al pago del impuesto del templo. De igual modo, cuando cierto hombre le dijo a Jesús: “¿Quién, verdaderamente, es mi prójimo?”, él le contestó comparando el comportamiento de un sacerdote y un levita con el de un samaritano, para luego preguntarle: “¿Quién de estos tres te parece haberse hecho prójimo del que cayó entre los salteadores?” (Luc. 10:29-36). Una vez más, Jesús, en lugar de pensar por su interlocutor, lo animó a responder a su propia pregunta (Luc. 7:41-43).

      Apele al corazón

      Los maestros que captan el sentido de la Palabra de Dios se dan cuenta de que la adoración verdadera no consiste simplemente en memorizar hechos y conformarse a ciertas normas. Más bien, está basada en una buena relación con Jehová y en el aprecio por sus sendas, de modo que el corazón entra en el cuadro (Deu. 10:12, 13; Luc. 10:25-27). En las Escrituras, el vocablo corazón suele referirse a la persona interior en su conjunto, e incluye, entre otros aspectos, sus deseos, afectos, sentimientos y motivos.

      Jesús sabía que los seres humanos se dejan llevar por la apariencia externa, mientras que Jehová mira el corazón (1 Sam. 16:7). Lo que debe impulsarnos a servir a Dios es el amor que le tenemos, no el deseo de impresionar a los demás (Mat. 6:5-8). Los fariseos, en cambio, efectuaban muchas cosas para lucirse. Hacían hincapié en cumplir los detalles de la Ley y las reglas que ellos mismos establecían, pero no reflejaban cualidades que los vincularan al Dios que decían adorar (Mat. 9:13; Luc. 11:42). Jesús enseñó que la obediencia a los requisitos divinos es importante, pero también que el valor de tal obediencia depende de lo que anide en el corazón (Mat. 15:7-9; Mar. 7:20-23; Juan 3:36). Si imitamos a Jesús, obtendremos los mejores resultados. Aunque es primordial que enseñemos a los demás lo que Dios espera de todos nosotros, también lo es que conozcan la personalidad de Jehová y lo amen, de modo que su conducta refleje lo mucho que valoran su buena relación con el Dios verdadero.

      Claro está, para beneficiarse de tal enseñanza, la gente tiene que hacerse un examen de conciencia. Jesús animó a sus oyentes a evaluarse en cuanto a sus motivos y sentimientos. Cuando corregía una idea errónea, les preguntaba por qué pensaban, decían o hacían algo determinado. Sin embargo, iba más allá, pues acompañaba sus preguntas con alguna declaración, ilustración o acto que les hiciera ver las cosas desde la perspectiva correcta (Mar. 2:8; 4:40; 8:17; Luc. 6:41, 46). Usted también puede sugerir a quienes lo escuchen que se hagan preguntas como: “¿Por qué me atrae este proceder?” o “¿Por qué reacciono así ante esta situación?”. Después motívelos para que adopten los puntos de vista de Jehová.

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