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¿Le roba tiempo?¡Despertad! 2006 | octubre
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¿Le roba tiempo?
SI ALGUIEN le ofreciera un millón de dólares a cambio de que dejara de ver la televisión por el resto de su vida, ¿se comprometería a hacerlo? En una encuesta realizada hace unos años, 1 de cada 4 estadounidenses respondió que no. En otro sondeo se preguntó a un grupo de hombres qué era lo que más deseaban. La respuesta de la mayoría fue: “Paz y felicidad”. Pero esta era su segunda prioridad. Lo que más deseaban en la vida era ¡un televisor de pantalla grande!
La televisión goza de gran aceptación en todo el mundo. En 1931, cuando estaba en sus comienzos, el presidente de la Radio Corporation of America dijo: “Cabe esperar razonablemente que cuando la televisión esté en todo su auge, su audiencia llegue a abarcar a la entera población mundial”. Puede que esta predicción sonara exagerada en su día, pero no en la actualidad. Se calcula que hay mil quinientos millones de televisores en el mundo y que la cifra de telespectadores es muy superior. Nos guste o no, la televisión ocupa un lugar muy importante en la vida de la gente.
La cantidad de tiempo que muchos dedican a la televisión es increíble. Un estudio realizado hace poco en todo el mundo indicó que, como promedio, la gente pasa diariamente tres horas y pico mirando la televisión. En el caso de los estadounidenses y canadienses, son cuatro horas y media, y los japoneses se llevan la palma con cinco. ¡Esas son muchas horas! Si pasamos cuatro horas diarias viendo la televisión, a los 60 años habremos estado diez años frente a la pantalla. Pero ninguno de nosotros querría que, al morir, le pusieran en la lápida: “Aquí yace nuestro querido amigo, que dedicó una sexta parte de su vida a ver la televisión”.
¿Mira la gente la televisión durante horas porque le gusta? No necesariamente. Muchos opinan que le dedican demasiado tiempo y se sienten culpables de no haberlo usado de una forma más productiva. Hay quienes reconocen que son “teleadictos”. Es obvio que una persona no se hace adicta a la televisión de la misma manera que a la droga, pero existen ciertas similitudes. Los drogadictos le dedican mucho tiempo a la droga. Aunque quieren reducir ese tiempo o dejar la droga por completo, no pueden. Sacrifican importantes actividades sociales y familiares por ella, y sufren el síndrome de abstinencia cuando dejan de consumirla. Todos estos síntomas pueden manifestarse en las personas que ven mucha televisión.
“El comer demasiada miel no es bueno”, escribió el sabio rey Salomón (Proverbios 25:27). Y el mismo principio es aplicable a la televisión. Aunque hay muchos programas que merecen la pena, dedicar demasiadas horas a la televisión puede reducir el tiempo que se dedica a la familia, afectar la lectura y el rendimiento escolar de los niños y contribuir a la obesidad. Si usted invierte mucho tiempo en ver la televisión, sería sensato que pensara en lo que obtiene a cambio, ya que el tiempo es demasiado valioso para desperdiciarlo. También sería sensato que pensara en la clase de programas que ve. En el siguiente artículo se analiza este asunto.
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La “sutil influencia” de la televisión¡Despertad! 2006 | octubre
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La “sutil influencia” de la televisión
LA TELEVISIÓN puede ser un poderoso instrumento didáctico. Gracias a ella conocemos países y gentes que tal vez nunca lleguemos a visitar. “Viajamos” a las selvas tropicales y a los casquetes polares, a las cimas de las montañas y a las profundidades del océano. Penetramos en mundos fascinantes y espectaculares como el de los átomos y el de las estrellas. Vemos noticias en directo de lo que sucede al otro lado del mundo. Nos informamos sobre política, historia, actualidades y temas culturales. La televisión presenta la vida de la gente tanto en momentos trágicos como felices. Entretiene, instruye y hasta inspira.
Pero mucha de la programación no es ni sana ni educativa. Probablemente las críticas más vehementes procedan de quienes condenan sus abundantes y gráficas escenas de violencia y sexo. Un estudio llevado a cabo en Estados Unidos, por citar un ejemplo, descubrió que casi 2 de cada 3 programas televisivos contienen escenas violentas, y su frecuencia promedio es de seis por hora. Para cuando el niño llegue a la edad adulta, habrá visto miles de actos violentos y asesinatos. El contenido sexual de los programas también es mucho. En dos terceras partes de todos los programas televisivos se habla de sexo y en el 35% se presentan conductas sexuales, generalmente espontáneas, exentas de riesgos y entre personas no casadas.a
Los programas de contenido sexual y violento tienen mucha demanda en todo el mundo. Las películas americanas de acción, que con el tiempo se transmiten por televisión, se venden muy bien en otros países. No requieren necesariamente una interpretación talentosa ni un buen guión, y se entienden con facilidad. Mantienen la atención de los telespectadores a base de peleas, matanzas, efectos especiales y sexo. Pero el público se cansa enseguida de ver lo mismo —lo que hoy es sensacional mañana ya no lo es—, y para captar su atención, las películas deben ir cambiando. Los productores se van cada vez más a verdaderos extremos para impactar y excitar a la gente: presentan más escenas violentas y con un contenido más gráfico, más sexual y más sádico.
El debate sobre los efectos de la televisión
¿Qué efecto tienen en la gente las continuas escenas de violencia y sexo? Los detractores se quejan de que la violencia televisiva genera agresividad en las personas y hace que sean menos compasivas con las víctimas de actos violentos en la vida real. También afirman que las escenas de sexo fomentan la promiscuidad y socavan la moralidad.
¿Son ciertas esas acusaciones? Este asunto ha sido objeto de acalorados debates por décadas; hay centenares de estudios y millares de libros y artículos sobre el tema. El problema de fondo estriba en lo difícil que resulta demostrar que una cosa provoca la otra: por ejemplo, que la exposición a la violencia televisiva durante la infancia provoca agresividad física años después. No es fácil demostrar esta relación de causa y efecto. Para ilustrarlo: imagínese que poco después de tomar cierto medicamento por primera vez le sale un sarpullido. En un caso así, es fácil llegar a la conclusión de que fue el medicamento lo que le provocó la reacción alérgica. Pero a veces las alergias se presentan de modo gradual. En esos casos, vincular la reacción alérgica a un medicamento concreto es mucho más difícil, pues las alergias obedecen a muchas causas.
De igual modo, es difícil demostrar que la violencia televisiva genera delincuencia y otras formas de conducta antisocial. Muchos estudios indican que sí existe tal relación, e incluso algunos delincuentes han culpado de su actitud y su conducta violenta a la televisión. Pero también es cierto que hay muchas cosas que influyen en la vida de una persona y que igualmente pueden contribuir a la agresividad: los videojuegos violentos, los valores sociales de amigos y familiares y las condiciones de vida.
No es de extrañar, pues, que haya opiniones encontradas. Un psicólogo canadiense escribió: “No existe prueba científica de que ver actos violentos genere violencia en la gente o la haga insensible a ella”. En cambio, la Comisión sobre Medios de Comunicación y Sociedad de la Asociación Psicológica Americana afirmó: “No cabe la menor duda de que cuanta más violencia se ve en televisión, más se toleran las actitudes agresivas y más agresividad se manifiesta”.
El impacto de la televisión
Recuerde que la cuestión que se debate es si existen pruebas, pruebas de que ver actos violentos produce agresividad. Sin embargo, son pocas las personas que negarían que la televisión influye en la forma de pensar y la conducta. Piense un momento. Una simple fotografía puede hacernos enojar, reír o llorar. La música también es capaz de despertar en nosotros fuertes emociones. Las palabras, sea que las oigamos o las leamos, nos hacen pensar, sentir y actuar. ¡Cuánto mayor es el impacto cuando se combinan hábilmente palabras, música e imágenes en movimiento! Por eso tiene tanto poder de seducción la televisión. Y además está al alcance de todo el mundo. Un escritor dice: “Desde que el hombre aprendió a poner sus ideas por escrito, [...] ninguna otra técnica para transmitir ideas ha tenido tanto impacto en la civilización”.
Las empresas gastan anualmente miles de millones de dólares en publicidad porque saben que lo que la gente ve y oye influye en ella. No invierten ese dinero porque piensen que la publicidad tal vez surta efecto: saben que surte efecto. La publicidad vende sus productos. En el año 2004, la compañía Coca-Cola dedicó 2.200 millones de dólares a promocionar sus productos en todo el mundo a través de la prensa, la radio y la televisión. ¿Fue rentable esa inversión? La Coca-Cola tuvo unos beneficios de casi 22.000 millones de dólares ese año. Los anunciantes reconocen que un solo anuncio no influye en la conducta de la gente. Pero han comprobado que el efecto acumulativo de años de adoctrinamiento sí consigue lo que se pretende.
Si unos anuncios de treinta segundos son capaces de moldear nuestra actitud y conducta, podemos estar seguros de que pasar horas frente al televisor también nos afectará. El autor de Television—An International History (Historia internacional de la televisión) dice: “Hasta detrás del programa más común o trivial subyace la sutil influencia de la televisión”. El libro A Pictorial History of Television (Historia gráfica de la televisión) afirma: “La televisión está cambiando nuestra forma de pensar”. Lo que debemos preguntarnos es si la está cambiando de la manera que deseamos.
Para quienes sirven a Dios, esta es una cuestión muy relevante. Gran parte de la programación atenta contra los elevados principios de la Biblia y sus altas normas morales. Presenta los tipos de vida y las prácticas que se condenan en las Escrituras como algo aceptable, normal y hasta moderno. Además, los valores cristianos y las personas que parecen practicarlos suelen pasarse por alto o ser objeto de burla. Un escritor se lamentó así en su libro: “No es suficiente con hacer que la conducta desviada parezca normal. La conducta normal tiene que presentarse como desviada”. La televisión ejerce su “sutil influencia” insinuando muy a menudo que “lo bueno es malo y lo malo es bueno” (Isaías 5:20).
Tenemos que vigilar lo que vemos, pues va a influir en nuestra forma de pensar. La Biblia dice: “El que está andando con personas sabias se hará sabio, pero al que está teniendo tratos con los estúpidos le irá mal” (Proverbios 13:20). El biblista Adam Clarke señala: “Andar con una persona implica amor y apego; y es imposible no imitar a quienes amamos. De ahí el dicho: Dime con quién andas y te diré quién eres. Saber cuáles son las compañías de alguien permite deducir fácilmente su carácter moral”. Como hemos visto, la gente en general pasa mucho tiempo en compañía de personajes de televisión, personajes que distan mucho de ser sabios, y a quienes el cristiano sincero jamás se le ocurriría invitar a su casa.
Si el médico le recetara un fármaco potente, ¿lo tomaría sin sopesar los beneficios y los riesgos? Tomar el medicamento equivocado —o una cantidad excesiva aunque sea del medicamento adecuado— puede perjudicar su salud. Lo mismo podría decirse de la televisión. Por tanto, es sensato pensar seriamente en la clase de programas que vemos.
El apóstol Pablo, por inspiración divina, animó a los cristianos a centrarse en las cosas que son verdaderas, de seria consideración, justas, castas, amables, de buena reputación, virtuosas y dignas de alabanza (Filipenses 4:6-8). ¿Seguirá usted ese consejo? Si lo hace, no se arrepentirá.
[Nota]
a Los datos de Estados Unidos son similares a los de otros países, pues sus programas y películas se ven en todo el mundo.
[Comentario de la página 5]
“La televisión es un invento que le permite entretenerse en su sala de estar con personas a las que no dejaría entrar en su casa.”—David Frost, locutor británico
[Recuadro de la página 5]
¿Y LOS PASAJES DE VIOLENCIA Y SEXO DE LA BIBLIA?
¿Qué diferencia hay entre las escenas de violencia y sexo que aparecen en la televisión y los pasajes de esa índole incluidos en la Biblia? Mucha. Cuando la Biblia hace referencia al sexo y la violencia, lo hace para instruir, no para entretener (Romanos 15:4). La Palabra de Dios relata hechos históricos. Además, nos ayuda a entender cómo ve Dios ciertos asuntos y a aprender de los errores ajenos.
En cambio, en la mayoría de los países cuyas cadenas de televisión emiten espacios publicitarios, el sexo y la violencia de los anuncios no tienen el objetivo de instruir, sino de vender. Los anunciantes quieren atraer al mayor número de personas posible, y como saben que el sexo y la violencia mantienen a los telespectadores pegados al televisor, esperan que miren los anuncios y acaben comprando sus productos. Por otra parte, los presentadores saben que las noticias sensacionalistas son un cebo. En otras palabras: las noticias espeluznantes acerca de crímenes, catástrofes y guerras tienen prioridad sobre las que tratan de asuntos menos apasionantes.
La Biblia es muy diferente. Cierto, contiene relatos de actos violentos, pero siempre anima a la gente a vivir en paz: a no ser vengativos y a zanjar los problemas pacíficamente. Además, siempre promueve la moralidad sexual. Y esos no son precisamente los valores que se fomentan en muchos de los programas de televisión (Isaías 2:2-4; 1 Corintios 13:4-8; Efesios 4:32).
[Ilustración y recuadro de la página 7]
LA TELEVISIÓN Y LOS NIÑOS
“Basándose en la evidencia acumulada tras varias décadas de estudios, el mundo de la ciencia y de la salud pública ha llegado a la mayoritaria conclusión de que las escenas de violencia son perjudiciales para los niños.”—Henry J. Kaiser Family Foundation.
“[Coincidimos con] la Academia Americana de Pediatría en que ‘los niños de dos años o menos no deberían ver nunca la televisión’. Puesto que su cerebro está en pleno desarrollo a esta edad, necesitan participar activamente en juegos y relacionarse con personas reales a fin de potenciar sus habilidades sociales, físicas y del desarrollo.”—National Institute on Media and the Family.
[Ilustración de las páginas 6 y 7]
¿Está cambiando la televisión mi forma de pensar de la manera que deseo?
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Cómo librarse del hábito¡Despertad! 2006 | octubre
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Cómo librarse del hábito
“CUANDO la encendíamos, nos quedábamos viendo todo lo que daban, un programa tras otro —reconoció Claudine—. No la apagábamos hasta la hora de acostarnos.” También se oyen comentarios como estos: “Me es imposible apartar los ojos del televisor” o “No quisiera ver tanta televisión, pero no lo puedo evitar”. ¿Ve usted demasiada televisión? ¿Le preocupa la influencia que tal vez esté ejerciendo en su familia? A continuación se dan algunas sugerencias que pudieran ayudarlo a librarse del hábito.
1. CALCULE EL TIEMPO. “El sagaz considera sus pasos”, dice Proverbios 14:15. Es sensato que analice hasta qué punto ha llegado a estar atado al hábito de ver la televisión por si tiene que hacer algún cambio. Durante una semana más o menos, lleve un diario en el que apunte cuánto tiempo pasa viéndola. Anote también los programas vistos, lo que ha aprendido y cuánto ha disfrutado de ellos, aunque lo más importante es que calcule la cantidad de tiempo que ha pasado frente a la pantalla. Tal vez se lleve una sorpresa. El solo hecho de saber cuántas horas de su vida dedica a la televisión seguramente lo impulsará a hacer algunos cambios.
2. REDUZCA EL TIEMPO. Trate de estar un día, una semana o hasta un mes sin ver la televisión. O tal vez prefiera imponerse límites en cuanto al tiempo que le dedica cada día. Si todos los días pasa media hora menos frente al televisor, ganará quince horas al mes. Utilice ese tiempo en actividades provechosas como atender los intereses espirituales, leer un buen libro o pasar ratos con la familia y los amigos. Los estudios indican que las personas que dedican poco tiempo a la televisión la disfrutan más que los que la ven mucho.
Una manera de ver menos la televisión es sacando el televisor del dormitorio. Los niños que tienen uno en su cuarto pasan todos los días casi una hora y media más frente a la pantalla que los que no lo tienen. Además, cuando hay un televisor en el cuarto de los chicos, los padres no saben lo que estos ven. La pareja dispondrá de más tiempo para ella misma si también saca el aparato de su dormitorio. Incluso hay quienes han decidido no tener un televisor en casa.
3. PLANIFIQUE LO QUE VERÁ. Nadie niega que haya muchos programas buenos para ver. Pero en lugar de ir cambiando de canales o de ver cualquier cosa que den en ese momento, elija de antemano lo que le interesa consultando la programación. Encienda el televisor cuando empiece ese programa y apáguelo cuando termine. O, en lugar de verlo a la hora que lo den, grábelo para verlo después. Así podrá disfrutarlo en un momento más conveniente y saltarse los anuncios con la función de avance rápido.
4. SEA SELECTIVO. La Biblia predijo que nuestros días se caracterizarían por el hecho de que los hombres serían “amadores de sí mismos, amadores del dinero, presumidos, altivos, blasfemos, desobedientes a los padres, desagradecidos, desleales, sin tener cariño natural, no dispuestos a ningún acuerdo, calumniadores, sin autodominio, feroces, sin amor del bien, traicioneros, testarudos, hinchados de orgullo, [y] amadores de placeres más bien que amadores de Dios”. Probablemente usted reconozca que muchos de los personajes televisivos son justo así. Por eso aconseja la Biblia: “De estos apártate” (2 Timoteo 3:1-5). Y también nos advierte: “No se extravíen. Las malas compañías echan a perder los hábitos útiles” (1 Corintios 15:33).
Ser selectivo requiere fuerza de voluntad. ¿Le ha sucedido alguna vez que después de ver los primeros minutos de una película y darse cuenta de que no es aconsejable, la curiosidad por saber lo que venía a continuación lo movió a verla entera? A muchos sí. Pero si tiene la fuerza de voluntad para apagar el televisor y ponerse a hacer otra cosa, probablemente descubra que ya no le importa lo que pasa en la película.
Mucho antes de que se inventara la televisión, el salmista escribió: “No pondré enfrente de mis ojos ninguna cosa que no sirva para nada” (Salmo 101:3). Propongámonos lo mismo a la hora de elegir lo que vamos a ver. Hay quienes han decidido deshacerse de su televisor, como hizo Claudine. Ella reconoce: “No me había dado cuenta de lo mucho que me había insensibilizado la televisión. Ahora, cuando tengo la oportunidad de ver algún programa, me escandalizan cosas que antes no me molestaban. Yo creía que miraba la televisión con criterio, pero reconozco que no. Y debo admitir también que cuando me siento a ver buenos programas, los disfruto más”.
[Ilustración de la página 8]
Apunte cuánto tiempo pasa viendo la televisión
[Ilustración de la página 8]
En lugar de ver la televisión, participe en actividades más provechosas
[Ilustración de la página 9]
¡No vacile en apagar el televisor!
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