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  • Cómo ha cambiado al mundo la televisión
    ¡Despertad! 1991 | 22 de mayo
    • Cómo ha cambiado al mundo la televisión

      LA TELEVISIÓN convirtió al mundo durante el verano pasado en un campo deportivo mundial. Las calles de Roma (Italia) estaban desiertas: unos 25 millones de italianos veían los partidos del Campeonato Mundial de fútbol. En Buenos Aires (Argentina), las calles también estaban desoladas por la misma razón. En Camerún (África occidental), la misma luz azul grisácea se veía parpadear misteriosamente a través de las ventanas mientras millones de personas vitoreaban al unísono. En el Líbano, país desgarrado por la guerra, los soldados colocaron televisores en los tanques que tenían estacionados, para ver los partidos. Se estima que en el momento culminante del campeonato una quinta parte de la población mundial estaba viendo la televisión, atraída a la pequeña pantalla como polillas a la luz, con el rostro iluminado por su pálido resplandor.

      Este descomunal acontecimiento televisivo no fue único. En 1985, casi una tercera parte de la población mundial —alrededor de 1.600.000.000 de personas— vio el concierto de rock Live Aid. Una docena de satélites emitieron el programa a unos 150 países, algunos tan distantes como Islandia y Ghana.

      La televisión, presente hoy en todas partes, ha sido la protagonista de una sutil revolución. Su desarrollo tecnológico ha pasado de la pequeña y parpadeante pantalla de los televisores de los años veinte y treinta a las avanzadas pantallas de hoy, que ofrecen una imagen de vivos colores y alta definición, lo que ha fomentado su auge mundial. En 1950 había menos de cinco millones de televisores en el mundo, en la actualidad hay unos 750.000.000.

      Acontecimientos como el Campeonato Mundial de fútbol ilustran el poder de la televisión para unir al mundo en una red única de información. La televisión ha cambiado la forma en que la gente se entera de lo que sucede en el mundo que les rodea. Ha ayudado a difundir noticias e ideas, hasta la cultura y valores, de un país a otro, rebasando sin esfuerzo fronteras políticas y geográficas que en un tiempo frenaron dicha propagación. La televisión ha logrado cambiar al mundo, y se dice que también puede cambiarle a usted.

      A Johannes Gutenberg se le atribuye haber revolucionado las comunicaciones de masas cuando en 1455 salió la primera Biblia de su imprenta. Por primera vez, un mensaje podía llegar a un público mucho más amplio en menos tiempo y a un precio mucho más reducido. Los gobiernos en seguida vieron el poder de la imprenta y trataron de controlarla mediante la concesión de licencias. Pero la prensa cada vez llegaba a más personas. A principios del siglo XIX, el historiador Alexis de Tocqueville comentó que los periódicos tenían el extraordinario poder de sembrar la misma idea en diez mil mentes en un día.

      Consideremos ahora el potencial de la televisión. Puede sembrar la misma idea en centenares de millones de mentes en un instante. A diferencia de la página impresa, no requiere que los telespectadores estén instruidos en el complejo arte de la lectura, ni que se formen sus propias impresiones e imágenes mentales. Transmite sus mensajes mediante imágenes y sonido, con todos los atractivos que estos pueden ofrecer.

      No pasó mucho tiempo antes de que los políticos se percataran del tremendo potencial de la televisión. En Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower la utilizó con habilidad en su campaña presidencial de 1952. Según el libro Tube of Plenty—The Evolution of American Television (El tubo de la abundancia: La evolución de la televisión americana), Eisenhower ganó las elecciones porque fue el candidato más “comercializable” en los medios informativos. El libro indica que la televisión puede haber influido aún más en la victoria de John F. Kennedy sobre Richard M. Nixon en las elecciones de 1960. En los debates televisivos, Kennedy gozaba de más popularidad que Nixon. Sin embargo, para los que escuchaban el mismo debate por la radio, ambos estaban al mismo nivel. ¿A qué se debía la diferencia? Por televisión, Nixon parecía pálido y ojeroso, mientras que a Kennedy se le veía robusto y bronceado, rezumando confianza y vitalidad. Después de ser elegido, Kennedy dijo de la televisión: “Sin este ingenio no habríamos tenido ninguna posibilidad”.

      “Este ingenio” continuó haciendo sentir su poder por todo el mundo. Hubo quienes lo llamaron la tercera superpotencia. La tecnología hizo posible el uso de satélites para que las compañías de teledifusión emitieran sus señales atravesando fronteras y hasta océanos. Líderes mundiales utilizaron la televisión como tribuna para conseguir apoyo internacional y denunciar a sus rivales. Algunos gobiernos la usaron para transmitir propaganda a países enemigos. Y tal como los gobiernos habían tratado de controlar el invento de Gutenberg cuando se dieron cuenta de su poder, muchos gobiernos se hicieron con el control de la televisión. En 1986 casi la mitad de las naciones solo emitían programas controlados por el gobierno.

      Pero la tecnología ha hecho que la televisión sea cada vez más difícil de controlar. Los satélites de la actualidad transmiten señales que pueden captarse incluso por antenas parabólicas relativamente pequeñas instaladas en casas particulares. Pequeñas cámaras de vídeo portátiles y videocasetes, junto con un sinfín de fotógrafos aficionados, han proporcionado una avalancha a veces incontenible de documentos visuales sobre casi cualquier acontecimiento de interés periodístico.

      La empresa estadounidense CNN (Cable News Network), de la Turner Broadcasting recoge noticias de unos ochenta países y las difunde por todo el mundo. Su emisión ininterrumpida durante las veinticuatro horas del día puede convertir casi al instante cualquier acontecimiento en una cuestión internacional.

      Cada vez más, la televisión pasa de ser un medio que recoge los acontecimientos mundiales a ser uno que les da forma. Desempeñó un papel clave en la serie de revoluciones que sacudieron la Europa del Este en 1989. En Praga (Checoslovaquia), multitudes de personas gritaban por las calles exigiendo “transmisión en directo” por la televisión. Mientras que en el pasado los revolucionarios derramaban sangre para apoderarse de algún edificio gubernamental, fortaleza o cuartel de policía, los revolucionarios de 1989 lucharon en primer lugar por acceder a las emisoras de televisión. De hecho, el nuevo régimen de Rumania comenzó a gobernar el país ¡desde la sede de la televisión! De modo que llamarla la tercera superpotencia puede que no sea ninguna exageración.

      Sin embargo, la televisión no solo ha ejercido su influencia en el terreno político. Incluso ahora está cambiando la cultura y los valores del mundo. A Estados Unidos con frecuencia se le acusa de ‘imperialismo cultural’, de imponer su cultura al mundo por medio de la televisión. Debido a que Estados Unidos fue el primer país en reunir un acopio de programas comerciales lucrativos, a finales de la década de los cuarenta y durante los años cincuenta, los productores americanos vendieron programas a otras naciones por una pequeña parte de lo que a ellas les costaba producir sus propios programas.

      A finales de la década de los ochenta, Kenia importaba hasta el 60% de sus programas televisivos, Australia el 46%, Ecuador el 70%, y España el 35%. La mayor parte de estas importaciones procedían de Estados Unidos. La serie americana La casa de la pradera se emitía en 110 países y Dallas apareció en 96 países. Hubo quienes se quejaron de que el sabor local de la televisión desaparecía en todo el mundo, mientras se propagaban el consumismo y el materialismo americanos.

      Muchas naciones están perturbadas por el ‘imperialismo cultural’. En Nigeria, las compañías de teledifusión se han quejado de que la entrada de los programas extranjeros socava la cultura nacional; les preocupa que los telespectadores nigerianos estén más informados de Estados Unidos e Inglaterra que de Nigeria. Los europeos opinan de forma parecida. En una audiencia reciente del congreso de Estados Unidos, el magnate de la teledifusión Robert Maxwell dijo indignado: “Ninguna nación debería tolerar que una cultura extranjera subyugara la suya”. Por consiguiente, algunos países han empezado a imponer limitaciones a la cantidad de programas extranjeros que se emiten por televisión.

      Pero el ‘imperialismo cultural’ puede dañar algo más que las culturas: nuestro planeta. La idea consumista de tenerlo todo al momento, fomentada por la sociedad occidental, ha contribuido a la contaminación del aire, el envenenamiento del agua y la devastación general de la Tierra. Como lo expresó un escritor en el periódico londinense The Independent, “la televisión ha traído al mundo una perspectiva brillante de liberación material —de prosperidad occidental— que es ilusoria, pues solo puede lograrse a costa de causar daño irreversible al medio ambiente”.

      Resulta obvio que hoy día la televisión está cambiando al mundo y no siempre para su beneficio. Pero también produce efectos mucho más concretos en las personas individualmente. ¿Es usted vulnerable a esos efectos?

      [Comentario en la página 4]

      Los periódicos pueden sembrar una idea en diez mil mentes en un día

      [Comentario en la página 5]

      La televisión puede sembrar una idea en centenares de millones de mentes en un instante

  • ¿Ha llegado a cambiarle la televisión?
    ¡Despertad! 1991 | 22 de mayo
    • ¿Ha llegado a cambiarle la televisión?

      ‘UNA ventana al mundo.’ Así es como se ha descrito la televisión. En el libro Tube of Plenty—The Evolution of American Television, el autor Erik Barnouw indica que a principios de los años sesenta, “para la mayoría de las personas [la televisión] se había convertido en su ventana al mundo y la vista que ofrecía les parecía que era el mundo; un cuadro real y completo”.

      Sin embargo, una simple ventana no puede seleccionar la vista que le ofrece, no puede determinar la luz o el ángulo de visión ni cambiar de golpe lo que se ve para mantener su interés. En cambio, la televisión sí lo hace. Tales factores influyen mucho en sus sentimientos y conclusiones con respecto a lo que ve, y están controlados por los realizadores de los programas. Hasta los noticiarios y documentales más imparciales son objeto de manipulación, por involuntaria que sea.a

      Una seductora magistral

      No obstante, la mayoría de las veces, los que controlan la televisión tratan abiertamente de influir en los telespectadores. Por ejemplo, en el campo de la publicidad tienen casi total libertad para utilizar todo artilugio seductor a su alcance y despertar el deseo de comprar. Utilizan colores, música, personas atractivas, erotismo, escenas hermosas..., disponen de un vasto repertorio que utilizan con maestría.

      Un ex director de publicidad escribió sobre sus quince años en la profesión: “Aprendí que a través de los medios informativos [tales como la televisión] es posible hablar directamente a la mente de las personas y después, como si de un mago de otro mundo se tratase, afianzar imágenes que las puede motivar a hacer lo que de otra forma quizás nunca se les hubiese ocurrido”.

      Ya en los años cincuenta se hizo evidente que la televisión tiene ese enorme poder. Una empresa de barras de labios que recaudaba 50.000 dólares (E.U.A.) al año empezó a anunciarse en la televisión de Estados Unidos. En dos años las ventas se dispararon a 4.500.000 dólares (E.U.A.) al año. Cierto banco, tras anunciar sus servicios en un programa televisivo de gran popularidad entre el público femenino, se vio de repente inundado con 15 millones de dólares (E.U.A.) en depósitos.

      En la actualidad, el estadounidense medio ve por la televisión más de 32.000 anuncios al año. Estos ejercen un papel seductor en las emociones. Como escribió Mark Crispin Miller en Boxed In—The Culture of TV (Atrapados: La cultura de la televisión), “es cierto que somos manipulados por lo que vemos. Los anuncios televisivos que impregnan la vida cotidiana influyen en nosotros sin cesar” y añade que esta manipulación “es peligrosa precisamente porque muchas veces resulta difícil de discernir, y por eso no acabará hasta que aprendamos a percatarnos de ella”.

      Pero la televisión no solo anuncia barras de labios, opiniones políticas y cultura, también propugna normas morales, o amorales.

      La televisión y las normas morales

      A pocas personas les sorprendería oír que en la televisión americana cada vez aparece con más frecuencia el tema del sexo. Un estudio publicado en 1989 en la revista Journalism Quarterly halló que en 66 horas de programación durante el tiempo de mayor audiencia, aparecieron 722 escenas relacionadas con el sexo, bien implícito, bien se aludía a él o bien representado explícitamente. Los ejemplos iban desde caricias eróticas hasta coito, masturbación, homosexualidad e incesto en un promedio de 10,94 cada hora.

      Sin embargo, Estados Unidos no es ni mucho menos el único país que lo hace. Las películas de la televisión francesa tienen escenas de sadismo sexual explícito. En la televisión italiana aparecen escenas de striptease. La televisión española emite a altas horas de la noche películas violentas y eróticas. Y la lista continúa.

      La violencia es otro tipo de inmoralidad televisiva. En Estados Unidos un crítico de televisión de la revista Time alabó no hace mucho el “espeluznante buen humor” de una serie de terror, donde se representaban escenas de decapitación, mutilación, empalamiento y posesión demoniaca. Por supuesto, gran parte de la violencia en televisión no es tan espantosa, por lo que es más fácil darla por sentado. Cuando hace poco se emitieron unas películas del Oeste en una aldea remota de Côte d’Ivoire (Costa de Marfil), en África occidental, un hombre mayor, perplejo, solo pudo preguntar: “¿Por qué los blancos siempre se están apuñalando, disparando y dándose puñetazos?”.

      Sin duda, la respuesta es que los productores y patrocinadores de televisión dan a los telespectadores lo que estos desean ver. Como la violencia y el sexo atraen a muchos, la televisión ofrece buenas raciones de ambas cosas, aunque no demasiadas escenas ni demasiado seguidas, pues desagradaría a los telespectadores. Como lo expresó Donna McCrohan en Prime Time, Our Time (El tiempo de mayor audiencia, nuestro tiempo), “la mayoría de los programas populares van lo más lejos que pueden con el lenguaje que utilizan, el sexo, la violencia o el contenido; cuando llegan al límite, lo suavizan y de esa forma el público está listo para un nuevo límite”.

      Por ejemplo, hace tiempo el tema de la homosexualidad se consideraba que sobrepasaba “el límite” del buen gusto en televisión. Pero cuando los telespectadores se acostumbraron, ya estaban listos para aceptar más. Un periodista francés afirmó: “Hoy día ningún productor se atrevería jamás a presentar la homosexualidad como un comportamiento desviado [...]. Es más bien la intolerancia de la sociedad lo que se presenta como anormal”. En 1990, la televisión americana por cable estrenó en once ciudades un ‘serial homosexual’, donde salían escenas de hombres juntos en la cama. El productor del programa declaró a la revista Newsweek que los homosexuales crearon esas escenas para “insensibilizar al público y que la gente se dé cuenta de que nosotros somos como los demás”.

      La fantasía frente a la realidad

      Los autores del estudio publicado en Journalism Quarterly comentaron que en vista de que la televisión casi nunca muestra las consecuencias de las relaciones sexuales ilícitas, su “bombardeo constante de excitantes imágenes sexuales” equivale a una campaña de desinformación. Citaron de otro estudio según el cual el mensaje principal que transmiten los seriales de la televisión es: Las relaciones sexuales son para parejas no casadas, y nadie contrae ninguna enfermedad mediante ellas.

      ¿Es este el mundo que usted conoce? ¿Relaciones sexuales prematrimoniales sin embarazos entre adolescentes ni enfermedades de transmisión sexual? ¿Homosexualidad y bisexualidad sin el temor de contraer el sida? ¿Violencia y crueldad que deja a los héroes victoriosos y a los malos humillados, pero muchas veces, por extraño que parezca, sin que ninguno sufra contusiones? La televisión crea un mundo donde las acciones están milagrosamente libres de consecuencias. La ley de la gratificación inmediata reemplaza las leyes de la conciencia, la moralidad y el autodominio.

      Es obvio que la televisión no es una “ventana al mundo”, al menos no al mundo real. De hecho, uno de los últimos libros sobre este tema se titula The Unreality Industry (La industria de lo irreal). Sus autores afirman que la televisión se ha “convertido en una de las fuerzas más poderosas de nuestra vida. Como consecuencia, la televisión no solo define lo que es real, sino que, lo que es mucho más importante y preocupante, elimina la diferencia, la línea divisoria entre lo real y lo irreal”.

      Estas palabras pueden sonar alarmistas a los que piensan que la televisión no les influye en absoluto. “Yo no me creo todo lo que veo”, sostienen algunos. Hay que reconocer que quizás tendamos a desconfiar de la televisión. Pero los expertos advierten que este acto reflejo de escepticismo posiblemente no nos proteja de los métodos sutiles con los que la televisión influye en nuestras emociones. Como lo expresó cierto escritor, “una de las mejores tretas de la televisión es la de nunca dejar saber exactamente cuánto afecta nuestros mecanismos psíquicos”.

      Un mecanismo que influye

      Según el 1990 Britannica Book of the Year, los estadounidenses ven un promedio de siete horas y dos minutos de televisión al día. Un cálculo más conservador da la cifra de unas dos horas diarias, pero si así fuese representaría ¡siete años de la vida de una persona! ¿Cómo es posible que esas dosis masivas de televisión no tengan ningún efecto en la gente?

      No nos sorprendemos mucho cuando leemos casos de personas que tienen problemas en distinguir entre la televisión y la realidad. Un estudio publicado en la revista británica Media, Culture and Society descubrió que la televisión induce a algunas personas a establecer “una visión alternativa del mundo real”, haciéndoles pensar que lo que ellos desean que sea real, efectivamente lo es. Otros estudios, como los compilados por el Instituto de Salud Mental de E.U.A., parecen apoyar estos hallazgos.

      Siendo que la televisión influye en el concepto popular de lo que es real, ¿cómo es posible que no influya en la misma vida y acciones de la gente? A este respecto, Donna McCrohan escribe en Prime Time, Our Time: “Cuando un programa popular de televisión rompe los tabúes o las barreras del lenguaje, sentimos una mayor libertad de romperlos también nosotros. De igual manera, cuando [...] la promiscuidad es normal, o un personaje varonil dice que usa preservativos, influye en nosotros. En cada caso, la televisión sirve —a la larga— de modelo de la persona con la que nos identificamos, y por lo tanto, de la persona que en términos generales nos convertimos”.

      Desde luego, con el paso de los años desde que se introdujo la televisión, han aumentado la inmoralidad y la violencia. ¿Ha sido pura coincidencia? Parece difícil. Un estudio indicó que, en tres países, el índice de delitos y violencia aumentó después de introducirse la televisión. En el país que la introdujo antes, también aumentó primero el índice delictivo.

      Es sorprendente que la televisión ni siquiera se clasifica como el pasatiempo relajante que tantos piensan que es. Unos estudios llevados a cabo con 1.200 personas por un período de trece años hallaron que, de todos los pasatiempos, la televisión era el que menos relajaba. Al contrario, tendía a dejar a las personas pasivas y, al mismo tiempo, tensas e incapaces de concentrarse. Y en particular, cuando los períodos de ver televisión eran largos, las personas terminaban con peor estado de ánimo que al comienzo. En contraste, la lectura dejaba a las personas más relajadas, de mejor ánimo y con mayor capacidad de concentración.

      Pero prescindiendo de lo constructiva que pueda ser la lectura de un buen libro, la televisión, esa ingeniosa ladrona de tiempo, puede fácilmente eliminar los libros de la vida de la gente. Cuando la televisión se introdujo por primera vez en la ciudad de Nueva York, las bibliotecas públicas informaron en seguida una menor circulación de libros. Por supuesto, esto no significa ni mucho menos que la humanidad esté a punto de abandonar la lectura. Sin embargo, se ha dicho que hoy día las personas leen con menos paciencia, y que si no se les bombardea con imágenes llamativas, su atención pronto decae. Las estadísticas y los estudios puede que no verifiquen esos vagos recelos. De todas formas, si dependemos de que se nos mime constantemente con un continuo caudal de entretenimiento televisivo que ha sido diseñado, minuto a minuto, para captar incluso la atención de quienes menos se pueden concentrar, ¿perdemos algo en términos de profundidad y disciplina personal?

      Niños “teleadictos”

      Pero es con relación a los niños que el tema de la televisión cobra verdadera urgencia. En general, todo lo que la televisión pueda hacerles a los adultos, seguro que también se lo hace a los niños, solo que a mayor grado. Al fin y al cabo, los niños son más propensos a creer en los mundos de fantasía que ven en la televisión. El periódico alemán Rheinischer Merkur/Christ und Welt citó un estudio reciente que descubrió que los niños muchas veces son “incapaces de distinguir entre la vida real y lo que ven en la pantalla, y transfieren a la realidad lo que han visto”.

      Más de tres mil estudios científicos en décadas de investigación han respaldado la conclusión de que la violencia en televisión produce efectos negativos en niños y adolescentes. Organizaciones tan acreditadas como la Academia Estadounidense de Pediatría, el Instituto Nacional de Salud Mental y la Asociación Médica Estadounidense concuerdan en que la violencia televisiva provoca en los niños comportamientos agresivos y antisociales.

      Los estudios también han descubierto otros resultados preocupantes. Por ejemplo, se ha vinculado la obesidad infantil con ver demasiada televisión. Parece ser que hay dos razones: 1) Horas pasivas delante del televisor reemplazan a horas activas de juego. 2) Los anuncios de la televisión cumplen muy bien su función de entusiasmar a los niños con “comida basura” rica en grasas y con escaso valor nutritivo. Otra investigación ha indicado que los niños que ven demasiada televisión rinden poco en la escuela. Aunque esta conclusión puede ser discutible, la revista Time informó recientemente que muchos psiquiatras y maestros culpan a la televisión de la disminución general que se observa en la habilidad de leer y rendimiento escolar de los niños.

      De nuevo, el tiempo es un factor crucial. Para cuando el estadounidense medio se gradúa de la escuela secundaria, ha pasado 17.000 horas delante del televisor en contraste con las 11.000 horas que ha pasado en la escuela. Para muchos niños, ver la televisión es su principal actividad en los momentos de ocio, por no decir su principal actividad en la vida. El libro The National PTA Talks to Parents: How to Get the Best Education for Your Child (La Asociación Nacional de Padres y Maestros habla a los padres: Cómo conseguir la mejor educación para su hijo) indica que, cuando están en casa, la mitad de los alumnos de diez años dedican cuatro minutos diarios a leer pero ciento treinta minutos a ver la televisión.

      En definitiva, es probable que muy pocas personas estén convencidas que la televisión no presenta peligros reales tanto para niños como para adultos. ¿Qué nos enseña esto? ¿Deberían los padres prohibir que se vea la televisión en casa? ¿Debería la gente en general protegerse de su influencia mediante deshacerse de su televisor o guardarlo en el trastero?

      [Nota a pie de página]

      a Véase “¿Se puede confiar en las noticias?” publicado en la revista ¡Despertad! del 22 de agosto de 1990.

      [Comentario en la página 7]

      “¿Por qué los blancos siempre se están apuñalando, disparando y dándose puñetazos?”

      [Ilustración en la página 9]

      Cierra el televisor, abre un libro

  • Controle la televisión antes de que ella le controle a usted
    ¡Despertad! 1991 | 22 de mayo
    • Controle la televisión antes de que ella le controle a usted

      LA TELEVISIÓN tiene un potencial asombroso. Cuando la industria de la televisión estadounidense intentó persuadir a las naciones en vías de desarrollo para que la adoptasen, la presentó como una televisión utópica. Países enteros se convertirían en aulas, y hasta las zonas más remotas sintonizarían programas educativos sobre temas tan importantes como técnicas agropecuarias, conservación del suelo y planificación familiar. Los niños podrían aprender física y química y beneficiarse de un intercambio cultural que ampliaría sus horizontes.

      Por supuesto, cuando la televisión comercial se hizo realidad, estos sueños se desvanecieron considerablemente, aunque no del todo. Hasta Newton Minow, presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones y que llamó a la televisión “un vasto erial”, reconoció en el mismo discurso pronunciado en 1961 que la televisión tenía en su haber algunos logros importantes y espectáculos muy agradables.

      Este hecho sigue siendo cierto hoy. Los noticiarios nos informan de los acontecimientos mundiales. Los programas sobre la Naturaleza nos permiten vislumbrar cosas que de otra forma quizás nunca llegaríamos a ver: la gran elegancia de un colibrí filmado a cámara lenta, dando la sensación de que nada en el aire; o la extraña danza de un lecho de flores fotografiadas con cadencia lenta de toma de imágenes, saliendo del suelo en un alarde de color. Luego están los programas culturales como ballet, sinfonías y óperas. También hay obras de teatro, películas y otros programas, algunos profundos y agudos, y otros que podrían clasificarse simplemente como distracción sana.

      También hay programas educativos para niños. El Instituto Nacional de Salud Mental dice que tal como los niños pueden aprender a ser agresivos por la violencia que ven en la televisión, también pueden aprender de los buenos ejemplos que ven en ella a ser altruistas, amigables y a tener autodominio. Programas sobre cómo actuar en momentos de emergencia incluso han salvado la vida a algunos niños. Por eso, en su obra Our Endangered Children (Nuestros hijos corren peligro), Vance Packard escribe: “La reacción de los padres hastiados o agobiados que guardan el televisor en el trastero probablemente es exagerada, a menos que la situación de sus hijos esté fuera de control”.

      Asuma el control

      Sin duda, tanto en los adultos como en los niños, la clave es precisamente el control. ¿Controlamos la televisión, o es ella la que nos controla? Como indica el señor Packard, para algunos la única manera de controlar la televisión es deshaciéndose de ella. Pero otras muchas personas han encontrado maneras de controlarla sin desaprovechar sus ventajas. Veamos algunas sugerencias.

      ✔ Durante una o dos semanas, haga un registro meticuloso del tiempo que su familia dedica a ver la televisión. Al final de ese plazo, sume las horas y pregúntese si los programas de televisión realmente valen el tiempo que consumen.

      ✔ Vea programas de televisión, no simplemente la televisión. Consulte la programación para ver si hay algo que merezca la pena.

      ✔ Reserve y proteja algunos períodos de tiempo para que la familia esté junta y converse.

      ✔ Algunos expertos aconsejan que a los niños o jovencitos no se les permita tener un televisor en su cuarto, pues a los padres les sería más difícil controlar lo que ven sus hijos.

      ✔ Si su presupuesto se lo permite, un vídeo puede ser útil. Si alquila buenas videocintas o graba programas de calidad para verlos en un momento conveniente puede controlar lo que ofrece su televisor y en qué horas estará conectado. Pero, ¡cuidado! Si no se controla, el vídeo puede incrementar el tiempo que pase ante el televisor o abrir el camino para que vea videocintas inmorales.

      ¿Quién es su maestro?

      El ser humano es una verdadera máquina de asimilar. Nuestros sentidos están constantemente absorbiendo información y enviando al cerebro más de 100.000.000 de bits —unidades de información— por segundo. Pero cada uno puede variar hasta cierto grado el contenido de ese caudal de información mediante decidir con qué alimentará sus sentidos. La historia de la televisión ilustra muy bien que nuestra mente y espíritu pueden contaminarse con lo que vemos tal como nuestro cuerpo puede contaminarse con lo que comemos o bebemos.

      ¿Cómo aprenderemos acerca del mundo que nos rodea? ¿Qué fuentes de información escogeremos? ¿Quién o qué será nuestro maestro? Las palabras de Jesucristo nos ofrecen un criterio sensato al respecto: “No es el discípulo más que el maestro. Bien que, todo el que está perfectamente instruido, es igual que su maestro”. (Lucas 6:40, Franquesa-Solé.) Si pasamos demasiado tiempo viendo la televisión, esta se convertirá en nuestra maestra y quizás empecemos a imitar lo que vemos, a adoptar los valores y normas que pone de relieve. Proverbios 13:20 dice: “El que está andando con personas sabias se hará sabio, pero al que está teniendo tratos con los estúpidos le irá mal”.

      Aun cuando la televisión no introduzca en nuestro hogar personajes insensatos o inmorales, todavía carece de algo decisivo. Muy poco de lo que emite siquiera aborda una necesidad que todo ser humano tiene: la espiritualidad. La televisión puede mostrarnos la lamentable situación en la que se encuentra el mundo, pero ¿nos dice por qué el hombre no puede gobernarse a sí mismo? Puede mostrarnos las bellezas de la creación, pero ¿nos acerca a nuestro Creador? Quizás nos transporte a los cuatro extremos del orbe, pero ¿puede decirnos si el hombre vivirá algún día en paz en la Tierra?

      Ninguna “ventana al mundo” está completa sin responder estas preguntas espirituales de carácter vital. Y eso precisamente es lo que hace que la Biblia sea tan valiosa: ofrece una “ventana al mundo” desde la perspectiva de nuestro Creador. Ha sido diseñada para ayudarnos a comprender nuestro propósito en la vida y para darnos una esperanza sólida respecto al futuro. En ella se pueden encontrar fácilmente respuestas satisfactorias a las preguntas más inquietantes de la vida, respuestas que están aguardando a que las leamos en las fascinantes páginas de la Biblia.

      Pero si no controlamos la televisión, ¿de dónde sacaremos el tiempo para leerlas?

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