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La tolerancia se va de un extremo a otro¡Despertad! 1997 | 22 de enero
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La tolerancia se va de un extremo a otro
LA HERMOSURA del valle de Cachemira hizo exclamar a un filósofo del siglo XVI: “Si existe un paraíso, está aquí”. No se imaginaba, obviamente, qué deparaba el futuro a aquel sector del mundo. En el último quinquenio han muerto más de veinte mil personas en las luchas entre los separatistas y el ejército indio. El diario alemán Süddeutsche Zeitung califica ahora a la región de “valle de lágrimas”. El valle de Cachemira aporta una lección sencilla y útil: la intolerancia puede destruir un paraíso en potencia.
¿Qué significa el término tolerancia? El diccionario Pequeño Larousse Ilustrado lo define así: “Indulgencia, respeto y consideración hacia las maneras de pensar, de actuar y de sentir de los demás, aunque éstas sean diferentes a las nuestras”. ¡Qué cualidad tan deseable! Sin duda, nos sentimos a gusto con la gente que respeta nuestras creencias y actitudes, aunque no coincidan con las suyas.
De la tolerancia al fanatismo
Lo contrario de esta virtud es la intolerancia, que alcanza diversos grados. Quizás empiece con la censura miope de la conducta o modo de actuar del prójimo. Tal cerrazón impide gozar a plenitud de la vida y asimilar nuevas ideas.
Por ejemplo, la persona remilgada puede incomodarse con el chispeante entusiasmo de un niño. Y el joven tal vez se aburra con la actitud reflexiva del mayor. Pida a alguien cauto que trabaje codo a codo con un aventurero, y es posible que ambos se irriten. ¿A qué obedece la incomodidad, el aburrimiento y la irritación? A que, en dichos casos, a cada uno le cuesta tolerar la actitud o la conducta del otro.
Donde hay intolerancia, la estrechez de miras puede degenerar en prejuicio, sea contra un grupo, raza o religión; o, aún más grave, en fanatismo, que quizás se manifieste en odios violentos que acarreen sufrimientos y muertes. Analice tan solo a qué llevó la intolerancia en las Cruzadas. Aún hoy es un factor decisivo en los conflictos de Bosnia, Ruanda y el Oriente Medio.
La tolerancia exige equilibrio, algo nada fácil, pues somos como el oscilante péndulo de un reloj. En materia de tolerancia, unas veces pecamos por defecto, y otras, por exceso.
De la tolerancia a la inmoralidad
¿Puede uno pasarse de tolerante? En 1993, el senador estadounidense Dan Coats habló de “una batalla por el sentido y la práctica de la tolerancia”. ¿A qué se refería? Él deploraba que, en nombre de la tolerancia, haya quienes “pierdan la fe en la verdad moral: en el bien y el mal, en lo correcto y lo incorrecto”. Tales personas opinan que la sociedad no tiene el derecho de juzgar si determinada conducta está bien o mal.
En 1990, lord Hailsham, político británico, escribió que “el enemigo más funesto de la moral no es el ateísmo, el agnosticismo, el materialismo, la codicia ni ninguna otra causa comúnmente aceptada. Su auténtico enemigo es el nihilismo: en el sentido más estricto del término, no creer en nada”. Obviamente, si no creemos en nada, carecemos de normas que definan la conducta apropiada, y todo es tolerable. Pero ¿está bien tolerar todo tipo de conducta?
El director de una escuela secundaria de Dinamarca opinaba que no. A principios de los años setenta se quejó en un artículo de periódico de que la prensa anunciara espectáculos pornográficos en los que copulaban personas y animales. Aquellos anuncios se autorizaron en aras de la “tolerancia” danesa.
Por consiguiente, es problemático pecar tanto por defecto de tolerancia como por exceso. ¿Por qué será tan difícil evitar los extremismos y mantener el debido equilibrio? Tenga la amabilidad de leer el siguiente artículo.
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El equilibrio le endulzará la vida¡Despertad! 1997 | 22 de enero
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El equilibrio le endulzará la vida
LA TOLERANCIA es como el azúcar del café: la dosis justa añade un toque de dulzura a la vida. Pero aunque seamos pródigos con el edulcorante, muchas veces escatimamos la tolerancia. ¿Por qué?
“El ser humano no quiere ser tolerante —escribió Arthur M. Melzer, profesor adjunto de la Universidad Estatal de Michigan—. La tendencia natural es [...] al prejuicio.” La intolerancia, por lo tanto, no es solo el defecto de una minoría; la cerrazón se da naturalmente en todos nosotros, pues la humanidad entera es imperfecta. (Compárese con Romanos 5:12.)
Entrometidos en potencia
En 1991, un reportaje de la revista Time habló del auge de la estrechez de miras en Estados Unidos. Mencionó que hay “entrometidos en el modo de vida” que tratan de imponer a todo el mundo sus normas de conducta. Quien no se las acepta, sale mal parado. Por ejemplo, a cierta señora de Boston la destituyeron de su cargo por rehusar maquillarse. Un empleado de Los Ángeles fue despedido por obeso. ¿A qué viene tanto afán por hacer que todos sigan el mismo patrón?
Las personas de mente estrecha son irrazonables, egoístas, tercas y dogmáticas. Pero ¿no encaja la mayoría de la gente hasta cierto punto en esta descripción? La persona de mentalidad estrecha es la que deja que estos defectos se arraiguen en su personalidad.
¿Qué hay de usted? ¿Hace un mohín de disgusto ante las preferencias gastronómicas ajenas? ¿Quiere tener siempre la última palabra en las conversaciones? Al trabajar en grupo, ¿espera que los demás se acoplen a su modo de pensar? Si así es, no le vendría mal echar un poco de “azúcar” a su “café”.
Como se mencionó en el artículo anterior, el prejuicio hostil es una de las formas que adopta la intolerancia, cualidad que puede empeorar con la ansiedad aguda.
“Una honda sensación de incertidumbre”
Algunos etnólogos han escrutado la historia humana para ver cuándo y dónde ha habido racismo manifiesto. Hallaron que ese tipo de intolerancia no surge siempre, ni en la misma medida, en todo país. Según la revista alemana de ciencias naturales GEO, la tensión racial aflora en tiempos de crisis cuando “la gente vive con una honda sensación de incertidumbre y cree amenazada su identidad”.
¿Está muy difundida en la actualidad “una honda sensación de incertidumbre”? Decididamente. Como nunca antes, la humanidad se ve acosada por una crisis tras otra. El desempleo, el vertiginoso encarecimiento de la vida, la superpoblación, la reducción de la capa de ozono, la delincuencia urbana, la contaminación del agua potable, el calentamiento de la Tierra..., el temor acuciante a cualquiera de estas crisis agrava la angustia. Las crisis provocan ansiedad, y la ansiedad indebida abre paso a la intolerancia.
Tal intolerancia estalla, por ejemplo, en zonas donde coexisten varios grupos étnicos y culturales, como ocurre en algunas naciones europeas. Según un reportaje que publicó en 1993 la revista National Geographic, Europa Occidental albergaba a más de veintidós millones de inmigrantes. Muchos europeos “se sentían abrumados por la avalancha de advenedizos” de distinta lengua, cultura o religión. La xenofobia está en alza en Alemania, Austria, Bélgica, España, Francia, Gran Bretaña, Italia y Suecia.
¿Y qué puede decirse de los dirigentes del mundo? En los años treinta y cuarenta, Hitler hizo de la intolerancia parte de su política de estado. Lamentablemente, algunos líderes políticos y religiosos de la actualidad se valen de la intolerancia para sus propios fines. Así ha ocurrido en lugares como Austria, Estados Unidos, Francia, Irlanda, Ruanda y Rusia.
No caiga en la trampa del indiferentismo
Si echamos muy poco azúcar al café, nos falta algo; si nos excedemos, nos empalaga. Igual ocurre con la tolerancia. Veamos qué le sucedió a un profesor universitario de Estados Unidos.
Hace años, David R. Carlin, hijo, halló una forma sencilla y eficaz de iniciar debates en clase. Formulaba críticas contra las opiniones de sus alumnos, pues sabía que estos iban a protestar, y así suscitaba un animado debate. Sin embargo, en 1989 escribió que el método ya no funcionaba. ¿Por qué? Aunque los estudiantes seguían discrepando, ya no se molestaban en discutir. Carlin explicó que habían adoptado la “tolerancia fácil del escéptico”, una actitud de despreocupación, de “no-me-importa-lo-más-mínimo”.
Pero ¿es eso tolerancia? Si a nadie le importan las ideas o acciones ajenas, ya no hay normas, lo que genera indiferentismo, el más absoluto desinterés. ¿Cómo se llega a ese punto?
Según el profesor Melzer, el indiferentismo se difunde en las sociedades que admiten conductas muy diversas. La gente asume que todo comportamiento es aceptable, simplemente cuestión de gusto. En vez de aprender a pensar y plantearse si algo es correcto o no, “suele limitarse a no pensar”. No tiene la fuerza moral precisa para oponerse a la intolerancia ajena.
¿Qué hay de usted? ¿Descubre a veces que ha adoptado la actitud de “no-me-importa-lo-más-mínimo”? ¿Se ríe de chistes lascivos o racistas? ¿Aprueba que su hijo o hija adolescente vea vídeos que exaltan la codicia o la inmoralidad? ¿Le parece bien que sus hijos se entretengan con videojuegos violentos?
La tolerancia excesiva ocasiona angustia a las familias y las sociedades, pues ya no hay nadie que sepa qué está bien y qué está mal, o por lo menos que se preocupe por ello. El senador estadounidense Dan Coats advirtió de la “trampa en que se cae al confundir la tolerancia con el indiferentismo”. La tolerancia abre la mente; el exceso de tolerancia —el indiferentismo—, la vacía.
Por consiguiente, ¿qué hemos de tolerar, y qué debemos rechazar? ¿En qué estriba el debido equilibrio? Estas cuestiones se analizan en el artículo siguiente.
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Flexibilidad, pero supeditada a las normas divinas¡Despertad! 1997 | 22 de enero
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Flexibilidad, pero supeditada a las normas divinas
“NUNCA es necio el tolerante, ni tolerante el necio”, dice un proverbio chino. Y no anda descaminado, pues actuar con tolerancia es un reto que exige sujetarse a buenas normas de conducta. ¿Pero cuáles son esas normas? ¿No son, lógicamente, las que dicta el Hacedor del hombre en su Palabra, la Santa Biblia? El mejor ejemplo de conducirse en conformidad con los preceptos divinos lo da Dios mismo.
El Creador nos pone el mejor ejemplo
Jehová, el Dios Omnipotente, guarda perfecto equilibrio al ejercitar la tolerancia: ni demasiada, ni muy poca. Ha tolerado durante milenios a quienes difaman su nombre, corrompen al hombre y esquilman la Tierra. Como consta en Romanos 9:22, el apóstol Pablo escribió que Dios “toleró con mucha y gran paciencia vasos de ira hechos a propósito para la destrucción”. ¿Por qué ha demostrado tolerancia por tanto tiempo? Porque esta tiene una finalidad.
Dios es paciente con los seres humanos “porque no desea que ninguno sea destruido; más bien, desea que todos alcancen el arrepentimiento”. (2 Pedro 3:9.) El Creador les ha proporcionado la Biblia y ha dado a sus siervos la comisión de difundir por doquier sus normas de conducta, a las que se sujetan los cristianos verdaderos. Ahora bien, ¿indica esto que los siervos de Dios deban ser rígidos en toda circunstancia?
Firmes, pero flexibles
Jesucristo instó a quienes buscan la vida eterna a ‘entrar por la puerta angosta’; pero la mentalidad no tiene que ser estrecha porque lo sea la puerta. Si tendemos a las imposiciones y el dogmatismo en nuestras relaciones, haremos la vida más agradable para todos dominando esta tendencia. Pero ¿cómo? (Mateo 7:13; 1 Pedro 4:15.)
Theofano, estudiante griega, indicó que convivir con personas de distinta extracción la ayudaba a entenderlas mejor. “Es esencial —dijo— tratar de comprender su mentalidad sin imponerles la nuestra.” Por tanto, al conocer mejor a alguien, quizás descubramos que sus gustos gastronómicos, aun el acento, no son tan raros. Si no llevamos siempre la voz cantante ni procuramos tener la última palabra, aprenderemos muchas cosas útiles escuchando sus opiniones. Sin duda, la persona de miras amplias le saca mayor partido a la vida.
En cuestión de gustos conviene ser flexible y dejar que cada uno disfrute de los suyos. No obstante, cuando entra en juego la obediencia al Creador, hay que ser firme. El Dios Omnipotente no tolera todo tipo de conducta, como lo demostró en el trato con sus siervos de la antigüedad.
El exceso de tolerancia es una trampa
Elí, sumo sacerdote de la antigua nación de Israel, fue un siervo de Dios que cayó en la trampa de ser demasiado indulgente. Los israelitas habían entrado en una relación de pacto con Dios, aceptando obedecer sus leyes. Pero los dos hijos de Elí, Hofní y Finehás, eran codiciosos, inmorales y obraban con grave falta de respeto al Todopoderoso. Pese a ser docto en la Ley de Dios, Elí se limitaba a reprenderlos levemente, sin imponer disciplina estricta. Erró al creer que Dios toleraría la maldad. Pero el Creador distingue la debilidad de la perversión. Por su violación deliberada de la Ley divina, los malvados hijos de Elí sufrieron, con toda justicia, un severo castigo. (1 Samuel 2:12-17, 22-25; 3:11-14; 4:17.)
Sería trágico pecar de indulgentes con la familia haciendo la vista gorda a los males cometidos repetidamente por los hijos. Es mucho mejor criarlos “en la disciplina y regulación mental de Jehová”, lo que implica seguir nosotros mismos las normas divinas de conducta e inculcarlas en los hijos. (Efesios 6:4.)
De igual modo, la congregación cristiana no puede tolerar perversiones. Si algún miembro peca gravemente y se niega a arrepentirse, debe ser removido. (1 Corintios 5:9-13.) Pero fuera del círculo familiar y de la congregación, los cristianos verdaderos no tratan de cambiar la sociedad en conjunto.
Una sólida relación con Jehová
La intolerancia prospera en un clima de ansiedad. Ahora bien, si tenemos una relación íntima y personal con Dios, gozaremos de un sentido de seguridad que nos ayudará a mantener el equilibrio. Leemos en Proverbios 18:10: “El nombre de Jehová es una torre fuerte. A ella corre el justo, y se le da protección”. Ni a nosotros ni a nuestros seres queridos nos sobrevendrá daño alguno que el Creador no subsane a su debido tiempo.
Alguien que se benefició mucho de su relación estrecha con Dios fue el apóstol Pablo. Cuando era judío y se llamaba Saulo, persiguió a los seguidores de Jesucristo e incurrió en culpa de sangre. Pero se hizo cristiano, llegó a ser el apóstol Pablo y se dedicó por entero a la evangelización. Pablo fue de mente abierta y predicó a todos, “tanto a griegos como a bárbaros, tanto a sabios como a insensatos”. (Romanos 1:14, 15; Hechos 8:1-3.)
¿Cómo logró cambiar? Obtuvo conocimiento exacto de las Escrituras y así creció en amor al imparcial Creador. Pablo aprendió que Dios es justo, pues no juzga a nadie por la cultura o la raza, sino por lo que es y hace. Así pues, para Dios las obras son relevantes. Pedro señaló que “Dios no es parcial, sino que, en toda nación, el que le teme y obra justicia le es acepto”. (Hechos 10:34, 35.) El Todopoderoso no tiene prejuicios, a diferencia de los líderes mundiales, que a veces recurren premeditadamente a la intolerancia para lograr sus fines.
Tiempos de cambio
De acuerdo con John Gray, de la Universidad de Oxford (Inglaterra), la tolerancia es “una virtud a la que no le va muy bien últimamente”. Pero la situación cambiará. La tolerancia equilibrada por la sabiduría divina prevalecerá finalmente.
En el cercano nuevo mundo de Dios, habrá desaparecido la intolerancia. Sus formas extremas, como el prejuicio y el fanatismo, no existirán. La cerrazón dejará de amargarnos la vida. Entonces existirá un paraíso muy superior al que hubiera podido existir en el valle de Cachemira. (Isaías 65:17, 21-25.)
¿Anhela vivir en dicho nuevo mundo? Será un privilegio grandioso y muy emocionante.
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