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Epafrodito, el enviado de los filipensesLa Atalaya 1996 | 15 de agosto
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Aunque desconocemos los detalles, podemos imaginarnos que Epafrodito llegó a Roma cansado del viaje. Es probable que viajara por la Vía Egnacia, una carretera romana que atravesaba Macedonia, que cruzara el Adriático hasta el “tacón” de la península itálica y que subiera hasta Roma por la Vía Apia. Se trataba de un viaje agotador (1.200 kilómetros de ida), que posiblemente duraba más de un mes. (Véase el recuadro de la página 29.)
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Epafrodito, el enviado de los filipensesLa Atalaya 1996 | 15 de agosto
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Las incomodidades del viaje
En la actualidad no exige mucho esfuerzo trasladarse de una importante ciudad europea a otra situada a una distancia comparable a la que recorrió Epafrodito, pues la travesía puede realizarse cómodamente en una o dos horas de avión; pero en el siglo I las cosas eran muy diferentes. En ese entonces, cualquier desplazamiento significaba incomodidad. Un viajero a pie podía recorrer entre 30 y 35 kilómetros al día, y estaba expuesto a las inclemencias del tiempo y a diversos peligros, entre ellos los “salteadores”. (2 Corintios 11:26.)
¿Dónde pasaban la noche y se aprovisionaban los viajeros?
El historiador Michelangelo Cagiano de Azevedo señala que a lo largo de las carreteras romanas “había mansiones, auténticos hoteles, con provisiones, establos y alojamientos para los empleados; entre dos mansiones seguidas había varias mutationes, es decir, paradas, donde se podían cambiar los caballos y los carruajes y comprar víveres”. Estas posadas gozaban de malísima reputación por frecuentarlas las clases sociales más bajas. Además de robar a los viajeros, los posaderos solían complementar sus ingresos con las ganancias de las prostitutas. El poeta satírico latino Juvenal comentó que quien se viera obligado a hospedarse en una de estas tabernas, estaría “tirado con algún asesino, revuelto entre marineros, ladrones y esclavos escapados, entre verdugos y fabricantes de angarillas [usadas para retirar los cadáveres de los gladiadores que caían en la lucha] [...] los vasos son comunes, nadie tiene un jergón aparte y nadie dispone de una mesa algo retirada”. Otros escritores antiguos se lamentaron del agua insalubre y de las habitaciones atestadas, sucias, húmedas e infestadas de pulgas.
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