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UcraniaAnuario de los testigos de Jehová 2002
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Cabe destacar también el caso de Oleksii y Lydia Kurdas, matrimonio que vivía en la ciudad de Zaporožje. En marzo de 1958, diecisiete días después de nacerles su hija, Halyna, ambos fueron detenidos junto con otros catorce hermanos de la zona. El hermano Kurdas fue sentenciado a veinticinco años de reclusión en campos de prisioneros, y su esposa recibió una condena de diez años. Por si fuera poco, los separaron. A él lo enviaron a los campos de Mordvinia, y a ella, con su hija recién nacida, a Siberia.
La hermana Kurdas describe así las tres semanas de viaje en tren desde Ucrania hasta Siberia: “Fue terrible. En una celda para dos nos metieron a mi niña y a mí, a Nadiya Vyshniak con su bebé nacido unos días antes en prisión durante el período de investigación, y a otras dos hermanas. Colocamos a los bebés en la litera de abajo, y nosotras hicimos todo el recorrido sentadas en la de arriba, con las piernas encogidas. Como único sustento recibimos pan, arenque salado y agua, y las raciones eran solo para cuatro prisioneros adultos. No nos dieron nada para los bebés.
”Cuando llegamos a nuestro destino, a Halyna y a mí nos instalaron en el hospital de la prisión, donde conocí a varias hermanas. Les dije que el investigador me había amenazado con quitarme a mi hija y enviarla a un orfanato. Las hermanas se las arreglaron de alguna manera para explicar mi situación a los Testigos de las congregaciones de Siberia, pues poco después se presentó en el hospital del campo una joven de 18 años llamada Tamara Buriak (ahora Ravliuk) a la que jamás había visto, y dijo que venía a recoger a Halyna. Me resultó muy doloroso dejar a mi querida hijita en manos de una completa desconocida, aunque fuera mi hermana espiritual. Pero me sentí mucho más tranquila cuando las Testigos del campo me hablaron de la lealtad de la familia Buriak. Halyna tenía cinco meses y dieciocho días cuando se la entregué a Tamara. ¡Y pasaron siete años antes de volver a ver a mi hija!
”En 1959, la URSS decretó una nueva amnistía para las mujeres con hijos menores de siete años. Pero las autoridades carcelarias me dijeron que para beneficiarme de ella debía renunciar a mi fe. Como no lo hice, tuve que permanecer en el campo de prisioneros.”
El hermano Kurdas salió en libertad en 1968, a la edad de 43 años. Estuvo preso por la verdad un total de quince años, ocho de ellos en una prisión especial de régimen cerrado. Finalmente regresó a Ucrania, al lado de su esposa y su hija. Por fin estaban los tres juntos de nuevo. Al ver a su padre, Halyna se le sentó en las rodillas y dijo: “Papá, he estado muchos años sin poder sentarme en tus rodillas, así que voy a recuperar el tiempo perdido”.
La familia Kurdas tuvo que irse trasladando de un lugar a otro porque cuando fijaban su residencia, las autoridades del lugar los obligaban a marcharse. Primero vivieron en el este de Ucrania, luego en el oeste de Georgia y en la Ciscaucasia. Por último se trasladaron a Járkov, donde todavía residen. Halyna está casada, y toda la familia sigue fiel, sirviendo felizmente a su Dios, Jehová.
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[Ilustraciones y recuadro de las páginas 186 a 189]
Entrevista con Tamara Ravliuk
Año de nacimiento: 1940
Año de bautismo: 1958
Reseña biográfica: Fue deportada en 1951. Ayudó a unas cien personas a aprender la verdad.
Esta es la historia de Halyna. En 1958, diecisiete días después de su nacimiento, sus padres fueron detenidos. A ella la enviaron con su madre a un campo de prisioneros de Siberia, donde las dejaron permanecer juntas durante los cinco meses que esta pudo amamantarla. Después, la madre tuvo que ir a trabajar, y a Halyna se la llevaron al asilo. Los hermanos escribieron una carta a nuestra congregación —vivíamos en Tomsk, una provincia cercana— en la que preguntaban si alguien podría sacar a la niña del asilo y cuidarla hasta que los padres salieran en libertad. Como es lógico, cuando se leía la carta, todos suspirábamos de pena, pues era triste, trágico, que una criatura tan pequeña se encontrara en semejante situación.
Nos dieron tiempo para pensarlo. Pasó una semana, pero nadie se ofreció. Eran días difíciles para todos. A la siguiente semana, mi hermano mayor dijo a mamá: “Recojamos a esa niñita”.
Pero ella replicó: “¿Qué estás diciendo, Vasia? Yo ya soy mayor y estoy enferma. Tú sabes que criar a un niño es una gran responsabilidad. No se trata de un animal. No es una vaca, una novilla. Es un bebé. Y además, de otras personas”.
Mi hermano respondió: “Precisamente por eso deberíamos recogerla, mamá, porque no es un animal. Imagínate a una criatura en esas condiciones, en un campo de prisioneros. Todavía es tan pequeña, tan indefensa. ¿Y si llega un día en que se nos diga: ‘Estuve enfermo, en prisión, pasé hambre, y ustedes no me ayudaron’?”.
Mamá dijo: “Sí. Es posible, pero es una gran responsabilidad hacerse cargo de una criatura ajena. ¿Y si le sucede algo mientras está con nosotros?”.
Él insistió: “¿Y si le sucede algo estando allí?”. Entonces, señalándome a mí, dijo: “Tamara puede viajar libremente y traer a la niña. Todos trabajaremos para mantenerla”.
Reflexionamos, hablamos y finalmente decidimos que yo iría. Así que me dirigí a los campos de Maríinsk con el fin de recogerla. Los hermanos me entregaron publicaciones para que las llevara y también una cámara para tomar una fotografía de la madre, pues no la conocíamos. No me permitieron entrar la cámara, pero logré pasar las publicaciones. Compré una olla, las coloqué dentro, y encima puse aceite. Cuando crucé la entrada, el guardia no comprobó si había algo debajo del aceite.
Conocí a la madre, Lydia Kurdas, y hasta pasé la noche en el campo porque había que preparar los documentos para sacar a la niña. Al día siguiente me llevé a Halyna a mi casa. Cuando llegué, tenía cinco meses y unos días. Aunque todos la cuidamos con mucho esmero, enfermó gravemente. Vinieron los médicos, pero no encontraron lo que tenía.
Pensando que era hija mía, me apremiaron diciendo: “¿Qué clase de madre eres? ¿Por qué no la amamantas?”. No nos atrevíamos a revelar su procedencia, y no sabíamos qué hacer. Yo solo lloraba en silencio. Los médicos me regañaron, y a mamá le gritaron diciendo que yo era demasiado joven para estar casada, que yo misma necesitaba leche todavía. Tenía 18 años.
Halyna estaba tan enferma que hasta le costaba respirar. Me acurruqué debajo de las escaleras y oré: “Jehová Dios, Jehová Dios, si esta niñita tiene que morir, toma mi vida a cambio de la suya”.
La criatura empezó a jadear ante los ojos de los médicos. Delante de mí y de mi madre, ellos dijeron: “No hay nada que hacer, no sobrevivirá, no sobrevivirá”. Mamá lloraba. Yo oraba. Pero la niña sobrevivió. Estuvo con nosotros siete años, hasta que su madre salió en libertad, y en todo ese tiempo no volvió a enfermarse ni una sola vez.
Actualmente, Halyna vive en Járkov (Ucrania). Es nuestra hermana y sirve de precursora regular.
[Comentario]
“Jehová Dios, Jehová Dios, si esta niñita tiene que morir, toma mi vida a cambio de la suya”
[Ilustración]
De izquierda a derecha: Tamara Ravliuk (antes Buriak), Serhii Ravliuk, Halyna Kurdas, Mykhailo Buriak y Mariya Buriak
[Ilustración]
De izquierda a derecha: Serhii y Tamara Ravliuk, Mykola y Halyna Kuibida (antes Kurdas), Oleksii y Lydia Kurdas
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[Ilustraciones de la página 185]
Lydia y Oleksii Kurdas (arriba), detenidos y confinados por separado en campos de prisioneros cuando su hija, Halyna, tenía solo diecisiete días; Halyna Kurdas a los tres años de edad (derecha), fotografía tomada en 1961 mientras sus padres todavía estaban en prisión
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