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    Anuario de los testigos de Jehová 2002
    • Las amnistías no dieron más libertad para predicar. Muchos hermanos salieron libres pero poco después fueron sentenciados de nuevo a largas condenas de prisión. Por ejemplo, con la amnistía de marzo de 1955, Mariya Tomilko, de Dnepropetrovsk, salió libre tras solo ocho de los veinticinco años de prisión que había recibido como pena. Pero tres años después la volvieron a sentenciar a diez años de prisión y cinco de exilio. ¿Por qué? Según la resolución del tribunal, “conservaba y leía publicaciones y artículos manuscritos sobre temas jehovistas” y “participaba de forma activa en difundir las creencias jehovistas entre sus vecinos”. Siete años después, físicamente discapacitada, fue puesta en libertad. La hermana Tomilko aguantó todo tipo de pruebas y continúa fiel hasta el día de hoy.

      El amor nunca falla

      Las autoridades hicieron lo posible por separar a las familias de testigos de Jehová. Muchas veces ponían a los hermanos ante la disyuntiva de elegir entre Dios y su familia. Pero en la mayoría de los casos, aquellos cristianos se mantuvieron leales a Jehová aun bajo las pruebas más severas.

      Hanna Bokoch, de Transcarpatia, cuyo esposo, Nutsu, fue detenido por su celosa predicación, recuerda: “Durante su estancia en prisión, mi marido aguantó viles humillaciones en numerosas ocasiones. Lo tuvieron seis meses incomunicado en una celda en la que no había cama, solo tenía una silla. Lo golpearon brutalmente y le hicieron pasar hambre. En unos pocos meses adelgazó muchísimo, llegó a los 36 kilos [80 libras], la mitad de lo que solía pesar”.

      Su fiel esposa quedó sola con su hijita. Las autoridades presionaron al hermano Bokoch para que abandonara su fe y colaborara con ellos. Le dijeron que escogiera entre su familia o la muerte. Pero él no renegó de sus creencias y continuó fiel a Jehová y su organización. Pasó once años en diversas prisiones y, cuando salió en libertad, siguió efectuando su labor cristiana como anciano y más tarde como superintendente de circuito hasta su muerte, acaecida en 1988. Un texto que solía darle fuerzas era el Salmo 91:2: “Ciertamente diré a Jehová: ‘Tú eres mi refugio y mi plaza fuerte, mi Dios, en quien de veras confiaré’”.

      Otro ejemplo sobresaliente de aguante lo tenemos en Yurii Popsha, superintendente viajante de Transcarpatia. A los diez días de haberse casado, lo detuvieron. En lugar de irse de luna de miel, pasó diez años en prisión en Mordvinia (Rusia). Su fiel esposa, Mariya, lo visitó catorce veces, pese a que el viaje implicaba recorrer 1.500 kilómetros [900 millas] de ida y otros tantos de vuelta. Actualmente, el hermano Popsha sirve de anciano en una de las congregaciones de Transcarpatia con el apoyo fiel y amoroso de su querida Mariya.

      Cabe destacar también el caso de Oleksii y Lydia Kurdas, matrimonio que vivía en la ciudad de Zaporožje. En marzo de 1958, diecisiete días después de nacerles su hija, Halyna, ambos fueron detenidos junto con otros catorce hermanos de la zona. El hermano Kurdas fue sentenciado a veinticinco años de reclusión en campos de prisioneros, y su esposa recibió una condena de diez años. Por si fuera poco, los separaron. A él lo enviaron a los campos de Mordvinia, y a ella, con su hija recién nacida, a Siberia.

      La hermana Kurdas describe así las tres semanas de viaje en tren desde Ucrania hasta Siberia: “Fue terrible. En una celda para dos nos metieron a mi niña y a mí, a Nadiya Vyshniak con su bebé nacido unos días antes en prisión durante el período de investigación, y a otras dos hermanas. Colocamos a los bebés en la litera de abajo, y nosotras hicimos todo el recorrido sentadas en la de arriba, con las piernas encogidas. Como único sustento recibimos pan, arenque salado y agua, y las raciones eran solo para cuatro prisioneros adultos. No nos dieron nada para los bebés.

      ”Cuando llegamos a nuestro destino, a Halyna y a mí nos instalaron en el hospital de la prisión, donde conocí a varias hermanas. Les dije que el investigador me había amenazado con quitarme a mi hija y enviarla a un orfanato. Las hermanas se las arreglaron de alguna manera para explicar mi situación a los Testigos de las congregaciones de Siberia, pues poco después se presentó en el hospital del campo una joven de 18 años llamada Tamara Buriak (ahora Ravliuk) a la que jamás había visto, y dijo que venía a recoger a Halyna. Me resultó muy doloroso dejar a mi querida hijita en manos de una completa desconocida, aunque fuera mi hermana espiritual. Pero me sentí mucho más tranquila cuando las Testigos del campo me hablaron de la lealtad de la familia Buriak. Halyna tenía cinco meses y dieciocho días cuando se la entregué a Tamara. ¡Y pasaron siete años antes de volver a ver a mi hija!

      ”En 1959, la URSS decretó una nueva amnistía para las mujeres con hijos menores de siete años. Pero las autoridades carcelarias me dijeron que para beneficiarme de ella debía renunciar a mi fe. Como no lo hice, tuve que permanecer en el campo de prisioneros.”

      El hermano Kurdas salió en libertad en 1968, a la edad de 43 años. Estuvo preso por la verdad un total de quince años, ocho de ellos en una prisión especial de régimen cerrado. Finalmente regresó a Ucrania, al lado de su esposa y su hija. Por fin estaban los tres juntos de nuevo. Al ver a su padre, Halyna se le sentó en las rodillas y dijo: “Papá, he estado muchos años sin poder sentarme en tus rodillas, así que voy a recuperar el tiempo perdido”.

      La familia Kurdas tuvo que irse trasladando de un lugar a otro porque cuando fijaban su residencia, las autoridades del lugar los obligaban a marcharse. Primero vivieron en el este de Ucrania, luego en el oeste de Georgia y en la Ciscaucasia. Por último se trasladaron a Járkov, donde todavía residen. Halyna está casada, y toda la familia sigue fiel, sirviendo felizmente a su Dios, Jehová.

      Un sobresaliente ejemplo de fe

      A veces, las severas pruebas de fe duraban meses, años y hasta décadas. Ese fue el caso de Yurii Kopos, nacido y criado cerca de la hermosa ciudad de Just, en Transcarpatia. Se hizo testigo de Jehová en 1938, a los 25 años. En 1940, durante la II Guerra Mundial, fue sentenciado a ocho meses de prisión por no alistarse en un ejército húngaro que apoyaba al régimen nazi. Como en aquel tiempo no era legal en Transcarpatia ejecutar a los objetores de conciencia, a los hermanos se les enviaba a las líneas de batalla en las que la ley nazi sí permitía tales ejecuciones. En 1942, el hermano Kopos y otros prisioneros, entre ellos veintiún Testigos, fueron enviados al frente situado cerca de Stalingrado (Rusia) para que los ejecutaran. Pero a poco de llegar, el ejército soviético empezó a atacar y capturó tanto a los soldados alemanes como a los hermanos. Estos últimos acabaron en un campo de prisioneros soviético, donde permanecieron confinados hasta 1946, cuando los pusieron en libertad.

      El hermano Kopos regresó a su casa y continuó activo en la predicación. Precisamente por dar testimonio, en 1950, las autoridades soviéticas lo sentenciaron a veinticinco años de reclusión en un campo de prisioneros. No obstante, gracias a una amnistía, salió en libertad al cabo de seis años.

      Para entonces, ya con 44 años, había decidido casarse con la hermana Hanna Shyshko, que también acababa de salir de prisión tras cumplir, en su caso, una condena de diez años. Presentaron la solicitud para inscribir su matrimonio en el Registro Civil, pero la noche antes de la boda los detuvieron de nuevo y los sentenciaron a diez años de confinamiento en un campo de prisioneros. Pese a las muchas dificultades que tuvieron que afrontar, ambos sobrevivieron y su amor permaneció intacto, aguantó todas las cosas, incluidos diez años de espera para contraer matrimonio (1 Cor. 13:7). En 1967, cuando salieron en libertad, por fin se casaron.

      Pero ahí no acabó todo. En 1973, el hermano Kopos, que ya contaba 60 años, volvió a ser detenido y sentenciado a cinco años de reclusión en un campo de prisioneros y otros cinco de exilio. Esta última condena la cumplió con Hanna, su esposa. Los enviaron a Siberia, a 5.000 kilómetros [3.000 millas] de Just, su ciudad natal, a una aislada región a la que no se podía acceder ni por carretera ni por ferrocarril, sino solo por avión. En 1983, ambos regresaron a Just. Hanna falleció en 1989, y él continuó sirviendo fielmente a Jehová hasta su muerte, acaecida en 1997. El hermano Kopos estuvo veintisiete años preso y cinco en el exilio, un total de treinta y dos años privado de libertad.

      Este hombre modesto y dócil pasó casi la tercera parte del siglo XX en prisiones y campos de trabajos forzados de la Unión Soviética. Su extraordinario ejemplo de fe demuestra claramente que nadie puede quebrantar la integridad de los siervos leales de Dios.

      Escisión temporal

      Satanás el Diablo, el enemigo de la humanidad, utiliza muchos métodos para atacar a los que practican la adoración verdadera. Además de los maltratos, trata de sembrar dudas y provocar disensiones entre los hermanos, algo que se evidenció en el caso de los Testigos ucranianos.

      Durante la década de 1950, los testigos de Jehová fueron objeto de un hostigamiento implacable. Las autoridades efectuaban continuos registros para averiguar dónde se imprimían las publicaciones. Como a los hermanos con puestos de responsabilidad se les detenía constantemente, había que reemplazarlos una y otra vez, en ocasiones incluso cada pocos meses.

      Al ver que ni deportaciones ni encarcelamientos ni violencia física ni torturas podían silenciar a los testigos de Jehová, los servicios de seguridad emplearon nuevas tácticas. Trataron de escindir a la organización desde dentro, sembrando la desconfianza entre los hermanos.

      A mediados de la década de 1950 dejaron de detener a los Testigos activos y a los hermanos responsables, y empezaron a espiarlos. Los hacían comparecer en sus oficinas con frecuencia, y les prometían dinero y un buen puesto de trabajo a cambio de su colaboración. En caso contrario, sufrirían humillaciones y acabarían en prisión. Unos pocos, movidos por el temor o la codicia y carentes de fe en Dios, transigieron. Permanecieron en la organización e iban informando de las actividades de los testigos de Jehová a las autoridades, al tiempo que acataban sumisamente sus órdenes para conseguir que hermanos inocentes parecieran traidores a los ojos de los miembros fieles de las congregaciones. Todo aquello creó un espíritu de desconfianza entre muchos hermanos.

      Pavlo Ziatek, un hermano humilde y celoso, sufrió mucho a causa de la desconfianza y las sospechas infundadas de que fue objeto. Pasó un buen número de años en campos de prisioneros y dedicó su vida entera al servicio de Jehová.

      A mediados de la década de 1940, el hermano Ziatek, siervo del país en aquel entonces, fue detenido, y pasó diez años en una prisión del oeste de Ucrania. En 1956 salió en libertad y en 1957 reemprendió su labor como siervo del país. El hermano Ziatek, otros cuatro hermanos de Ucrania y cuatro de Siberia componían el Comité del País, cuya responsabilidad era supervisar la predicación del Reino en toda la URSS.

      Pero en vista de las enormes distancias que los separaban y la constante persecución, no les era posible mantener una buena comunicación ni reunirse con regularidad. Con el tiempo corrieron rumores y chismes sobre el hermano Ziatek y los demás miembros del comité. Se decía que el hermano Ziatek estaba colaborando con los servicios de seguridad, que se había construido una gran casa con los fondos destinados a fomentar la predicación y que lo habían visto con uniforme militar. Todas las acusaciones eran falsas. Así y todo, se hizo un álbum con aquellos informes y se envió a los superintendentes de distrito y circuito de Siberia.

      En marzo de 1959, algunos superintendentes de circuito de Siberia dejaron de enviar sus informes del servicio del campo al Comité del País. Los que se separaron lo hicieron sin consultar con la sede mundial. Además, no siguieron las instrucciones de los hermanos locales nombrados para supervisar la obra. Aquella situación provocó entre los testigos de Jehová de la URSS una escisión que duró varios años.

      Los hermanos separados persuadieron a otros superintendentes de circuito para que adoptaran la misma postura, y a raíz de ello, los informes mensuales del servicio del campo de algunos circuitos empezaron a enviarse a los que se habían separado en lugar de al Comité del País. Sin embargo, como la mayor parte de los Testigos desconocían que sus informes no habían llegado al Comité del País, la actividad de las congregaciones no se vio afectada. El hermano Ziatek hizo varios viajes a Siberia y finalmente consiguió que unos cuantos circuitos volvieran a enviar sus informes al Comité del País.

      El retorno a la organización teocrática

      El 1 de enero de 1961, cuando regresaba de uno de sus viajes a Siberia, el hermano Ziatek fue detenido en el tren. Recibió otra sentencia de diez años de prisión, esta vez en un campo de prisioneros “especial” de Mordvinia (Rusia). ¿Qué tenía de “especial” aquel campo?

      El confinamiento en campos de prisioneros daba a los hermanos la oportunidad de predicar a otros reclusos, muchos de los cuales llegaron a ser Testigos. Las autoridades, molestas por ello, decidieron juntar en un mismo campo a los Testigos destacados para que no pudieran predicar. A finales de la década de 1950 trasladaron a más de cuatrocientos hermanos y unas cien hermanas de diversos campos de prisioneros de la URSS a dos campos de Mordvinia. Entre ellos había hermanos del Comité del País y también superintendentes de circuito y distrito que se habían separado del conducto de comunicación que Jehová utilizaba. Cuando aquellos Testigos vieron que el hermano Ziatek también estaba preso, se dieron cuenta de que no había razón para creer que hubiera estado colaborando con los servicios de seguridad.

      Mientras tanto, en vista de la detención del hermano Ziatek, se decidió que Ivan Pashkovskyi ocupara su lugar como siervo del país. A mediados de 1961, este se reunió con los hermanos que dirigían la obra en Polonia, les habló de las divisiones que existían entre los hermanos de la URSS y pidió que Nathan H. Knorr, de la sede mundial, situada en Brooklyn, escribiera una carta en la que indicara que el hermano Ziatek contaba con el apoyo de la organización. En 1962, el hermano Pashkovskyi recibió una copia de dicha carta, dirigida a los testigos de Jehová de la URSS y fechada el 18 de mayo de 1962, que en parte decía: “Las noticias que me llegan de vez en cuando indican que los hermanos de la URSS continúan manteniendo su firme deseo de ser siervos fieles de Jehová Dios. Pero a algunos de ustedes les ha resultado difícil mantener la unidad con sus hermanos. Creo que el problema radica en los deficientes servicios de comunicaciones y en las mentiras que deliberadamente han hecho circular quienes se oponen a Jehová Dios. Por ello les escribo con el fin de hacerles saber que la Sociedad reconoce al hermano Pavlo Ziatek y a sus colaboradores como los superintendentes cristianos responsables de la obra en la URSS. Hemos de evitar tanto las transigencias como las opiniones extremistas. Debemos ser sensatos, razonables, adaptables y también firmes en los principios divinos”.

      Aquella carta y el hecho de que el hermano Ziatek estuviera condenado a diez años de prisión contribuyeron a unir al pueblo de Jehová en la URSS. Muchos hermanos separados que se hallaban en cárceles y campos de prisioneros empezaron a volver a la organización. Comprendieron que el hermano Ziatek no era un traidor y, además, que contaba con el pleno apoyo de la sede mundial. Al escribir a sus familiares y amigos, estos Testigos confinados animaban a los ancianos de sus respectivas congregaciones a ponerse en contacto con los que se habían mantenido fieles y empezar a informar su actividad en el servicio. Durante el transcurso de los siguientes diez años, la mayoría de los hermanos separados siguieron este consejo, aunque, como veremos, no fue fácil conseguir la unificación.

      Pruebas de lealtad en los campos de prisioneros

      La vida en los campos era muy dura. Así y todo, gracias a su espiritualidad, los Testigos solían arreglárselas mejor que los demás presos. Tenían publicaciones y estaban en contacto con cristianos maduros. Todo ello contribuía a su ánimo y progreso espiritual. En uno de los campos, las hermanas enterraban algunas publicaciones tan bien, que nadie las localizó. En cierta ocasión, un inspector dijo que para limpiar el campo de toda “publicación antisoviética” habría que excavar hasta dos metros de profundidad y cerner la tierra. Las hermanas estudiaban las revistas tan a fondo que aún ahora, cincuenta años más tarde, algunas todavía son capaces de recitar pasajes de aquellas Atalayas.

      Tanto hermanos como hermanas se mantuvieron leales a Jehová y no quebrantaron los principios bíblicos, pese a las dificultades que atravesaban. Mariya Hrechyna, que pasó cinco años en campos de prisioneros por predicar, cuenta: “Cuando recibimos La Atalaya con el artículo ‘Inocencia por respetar la santidad de la sangre’, decidimos no ir al comedor cuando servían carne, pues no solía estar debidamente desangrada. El encargado de nuestro campo se enteró de la razón por la que los Testigos no íbamos a comer ciertos días, y decidió obligarnos a renunciar a nuestros principios. Mandó que se sirviera carne todos los días para desayunar, comer y cenar. Estuvimos dos semanas alimentándonos solo de pan, pero confiábamos plenamente en Jehová, pues estábamos seguros de que él lo ve todo y sabe cuánto tiempo podemos aguantar. A finales de la segunda semana de subsistir con semejante ‘nutrición’, el encargado cambió de parecer y empezó a servirnos verduras, leche y hasta un poco de mantequilla. Vimos que Jehová realmente nos cuida”.

      Ayuda para aguantar

      A diferencia de otros prisioneros, los hermanos mantuvieron una actitud de optimismo y confianza ante la vida que les permitió aguantar las calamidades de las prisiones soviéticas.

      El hermano Oleksii Kurdas, quien pasó muchos años en diversas prisiones, relata: “Lo que me ayudó a aguantar fue la profunda fe en Jehová y su Reino, la actividad teocrática dentro de la prisión, la oración constante y la convicción de que mi manera de obrar complacía a Jehová. Además, me mantuve ocupado. El aburrimiento es uno de los peores enemigos en todas las prisiones: puede destrozar la personalidad y provocar enfermedades mentales. Por eso traté de mantenerme ocupado con asuntos teocráticos. También solicitaba de la biblioteca de la cárcel libros de historia universal, geografía y biología, y trataba de localizar en ellos las partes que apoyaban mi manera de ver la vida. Aquello fortalecía mi fe”.

      En 1962, Serhii Ravliuk pasó tres meses incomunicado. No podía hablar con nadie, ni siquiera con los guardias de la prisión. Para no perder el juicio, empezó a traer a la memoria todos los textos bíblicos que sabía. Logró recordar más de mil versículos y los fue escribiendo en pedacitos de papel con una mina de lápiz que escondía en una hendidura del suelo. También recordó más de cien títulos de artículos de La Atalaya que había estudiado en el pasado y calculó la fecha de la Conmemoración para los siguientes veinte años. Todo aquello le ayudó a conservar su salud mental y espiritual. El hermano Ravliuk mantuvo su fe en Jehová viva y fuerte.

      “Servicios” prestados por algunos guardias

      Pese a las medidas que tomaban los servicios de seguridad, nuestras publicaciones cruzaban todas las barreras e incluso llegaban a manos de los Testigos encarcelados. Los guardias lo sabían y de vez en cuando inspeccionaban todas las celdas con tal meticulosidad que no descuidaban ni la más mínima rendija. Además, en su afán por encontrar publicaciones, trasladaban a los presos de una celda a otra continuamente. En tales ocasiones, los registraban con detenimiento, y si les encontraban alguna publicación, la confiscaban. ¿Qué hacían los hermanos para no quedarse sin ellas?

      Normalmente las escondían en las almohadas, los colchones, los zapatos y bajo la ropa. En algunos campos copiaban a mano los números de La Atalaya en una letra diminuta, y cuando los trasladaban de una celda a otra, a veces envolvían con plástico la revista en miniatura y la escondían bajo la lengua. Así podían conservar su escaso alimento espiritual y seguir beneficiándose de él.

      Vasyl Bunha pasó muchos años en prisión por la verdad. En cierta ocasión, él y su compañero de celda, Petro Tokar, colocaron un doble fondo en una caja de herramientas de carpintería y escondieron en él los originales de algunas publicaciones que habían logrado introducir clandestinamente en la prisión. Ambos eran carpinteros, y cuando tenían que efectuar algún trabajo como tales dentro de la prisión, se les entregaba la caja. Una vez en sus manos, retiraban la revista que iban a copiar y, al terminar la jornada de trabajo, volvían a colocarla en el doble fondo. Para evitar que las sierras, los formones y demás herramientas cayeran en manos de los prisioneros y estos las utilizasen como armas, el encargado de la prisión cerraba la caja con tres llaves y la guardaba tras dos puertas, también bajo llave. De ahí que durante los registros efectuados para localizar publicaciones bíblicas, a los guardias no se les ocurriese mirar en la caja de herramientas que el encargado guardaba entre sus pertenencias.

      Al hermano Bunha se le ocurrió otro lugar donde esconder los originales de las publicaciones. Como tenía mala vista, le dejaban poseer varios pares de gafas. Ahora bien, dado que a los presos solo se les permitía tener en su poder un par a la vez, los demás se guardaban en un lugar cerrado, y podían solicitarlos a medida que les hacían falta. El hermano Bunha hizo unos estuches especiales para sus gafas y escondió en ellos los originales de las publicaciones en miniatura. Cuando era necesario hacer copias de las revistas, solo tenía que pedir a los guardias que le trajeran otras gafas.

      Hubo situaciones en las que parecía que solo los ángeles podían impedir que las publicaciones cayeran en manos de los guardias. El hermano Bunha recuerda la ocasión en que Cheslav Kazlauskas llevó veinte pastillas de jabón a la prisión, diez de las cuales ocultaban publicaciones en su interior. El guardia perforó las diez que mejor le parecieron, y ni una sola contenía publicaciones.

  • Ucrania
    Anuario de los testigos de Jehová 2002
    • [Recuadro de la página 192]

      Informe de un superintendente de circuito (1958)

      “Para que se hagan una idea de las dificultades que atraviesan los hermanos, les diré que prácticamente cada uno es espiado por unos diez miembros de una organización de juventudes comunistas. Además, hay vecinos traidores, falsos hermanos, multitud de policías, sentencias judiciales de hasta veinticinco años de reclusión en campos o prisiones, deportaciones a Siberia, toda una vida de trabajos forzados, así como detenciones, a veces larguísimas, en celdas oscuras. A todo esto se expone el que dice unas palabras sobre el Reino de Dios.

      ”De todas formas, los publicadores son intrépidos. Su amor por Jehová Dios no tiene límites, su actitud es similar a la de los ángeles, y no piensan abandonar la lucha. Saben que la obra es de Jehová y que debe seguir adelante hasta el fin victorioso. Los hermanos saben por quién mantienen integridad. Se sienten felices de sufrir por Jehová.”

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