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    Anuario de los testigos de Jehová 1999
    • Los seis alemanes

      La violenta persecución de que fueron objeto los testigos de Jehová en la Alemania nazi hizo que muchos precursores alemanes dejaran su país natal y se fueran a servir a América del Sur. A principios de 1939, seis de esos precursores llegaron a Montevideo, sin dinero y sin apenas pertenencias. Se alegraron de encontrar a Carlos Ott, quien estaba allí para recibirlos. Eran los hermanos Gustavo y Betty Bender, Adolfo y Carlota Voss, Kurt Nickel y Otto Helle. A los tres días de llegar, ya estaban predicando de casa en casa. Como no sabían español, utilizaban una tarjeta de testimonio impresa en ese idioma. Todo lo que sabían decir en español era: “Por favor, lea esto”. Pese a las limitaciones con el idioma, se dejó al grupo alemán en Uruguay para que atendiera la obra del Reino en el país cuando el hermano Ott recibió una nueva asignación en la Argentina.

      Los primeros meses no fueron fáciles. Aprender el idioma constituía un reto. No era infrecuente que invitaran a las personas a los riñones, en lugar de a las reuniones, ni que hablaran de abejas en vez de ovejas, o que pidieran arena, en lugar de harina. Uno de ellos recuerda: “Era difícil predicar de casa en casa y dirigir los estudios bíblicos y las reuniones sin saber el idioma. Además, no teníamos ayuda económica. Cubríamos nuestros gastos de transporte y manutención con las contribuciones que recibíamos por las publicaciones. Afortunadamente, a finales de 1939 habíamos distribuido 55 suscripciones a las revistas, más de 1.000 libros y 19.000 folletos”.

      Bicicletas y tiendas de campaña

      Estos seis alemanes no se desanimaban con facilidad. Enseguida se pusieron a llevar las buenas nuevas por todo el país de la manera más económica posible: compraron seis bicicletas. Otto Helle y Kurt Nickel viajaron en bicicleta varios días —615 kilómetros [384 millas]— para llegar a Colonia Palma y apoyar al hermano Tkachenko. Imagínese su sorpresa cuando se dieron cuenta de que él no hablaba ni español ni alemán, y ellos no entendían ni una palabra de ruso. Sintiendo los efectos de lo sucedido en la Torre de Babel, decidieron predicar con su limitado español en la cercana ciudad de Salto, en tanto el hermano Tkachenko siguió con su obra entre los rusos (Gén. 11:1-9).

      Mientras tanto, los Bender emprendieron un viaje de cientos de kilómetros por carreteras cubiertas de grava y polvo, con objeto de llevar el mensaje de la Biblia por los pueblos y ciudades del sur. En las bicicletas transportaban una tienda de campaña, un hornillo, utensilios de cocina, publicaciones, un gramófono con discos de discursos bíblicos y la ropa necesaria para varios meses. Todo lo que iba en cada bicicleta pesaba tanto como una persona. Con esa cantidad limitada de artículos, desafiaron el frío, el calor y la lluvia. En algunas ocasiones, cuando vadeaban las aguas de las crecidas, tenían que llevarlo todo en los hombros para que los libros y el gramófono no se mojaran.

      Un elemento esencial de su carga era la tienda de campaña. Los Bender la habían impermeabilizado ellos mismos tratándola con aceite y ajo para que no la atacara la polilla. Cierta mañana, cuando se despertaron, no podían creer que estuvieran viendo el cielo a través de decenas de agujeros en el techo de la tienda. Durante la noche, las hormigas se habían dado un irresistible banquete de lona aderezada con aceite y ajo. El matrimonio alemán había subestimado el apetito voraz de estos insectos.

      ¿“Espías nazis”?

      Ser alemanes se convirtió en uno de los mayores problemas de Gustavo y Betty Bender mientras predicaban en el interior del país. ¿Por qué? La II Guerra Mundial estaba en pleno apogeo, y la radio y los periódicos uruguayos daban reportajes sensacionalistas sobre los avances alemanes en Europa. En cierta ocasión, estando los Bender acampados a las afueras de un pueblo, la radio anunció que los alemanes habían lanzado paracaidistas armados y con bicicletas tras las líneas enemigas. Inmediatamente, la población, presa del pánico, concluyó que el matrimonio alemán acampado a las afueras eran espías nazis. La policía se encaminó sin demora hacia el campamento de los Bender para investigar, apoyada por un grupo grande de hombres armados.

      Interrogaron a Gustavo y Betty. La policía observó que ciertos artículos estaban cubiertos por una lona, así que preguntaron nerviosos: “¿Qué cubren con esa lona?”. Gustavo contestó: “Nuestras dos bicicletas y publicaciones bíblicas”. Con mirada desconfiada, un policía le ordenó quitarla. No aparecieron ametralladoras, sino dos bicicletas y varios libros, para gran alivio de los agentes. Luego, estos invitaron amigablemente a los Bender a quedarse en un lugar más acogedor, la comisaría, mientras predicaban en el pueblo.

      Los seis alemanes predicaron fielmente en Uruguay durante décadas. Cuando Gustavo Bender murió, en 1961, su esposa regresó a Alemania, donde siguió sirviendo de precursora. Ella falleció en 1995. Adolfo y Carlota Voss sirvieron de misioneros en Uruguay hasta su muerte, en 1993 y 1960, respectivamente. Y Kurt Nickel también permaneció en el país hasta su muerte, en 1984. Al momento de escribirse este reportaje, Otto Helle, de 92 años de edad, aún sirve en Uruguay.

  • Uruguay
    Anuario de los testigos de Jehová 1999
    • En 1944, veinte publicadores y ocho precursores informaban su actividad en el país.

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