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    Anuario de los testigos de Jehová 1996
    • “¿Y cuánto tiempo van a quedarse ustedes?”

      El 2 de junio de 1946, poco después de la visita del hermano Knorr, llegaron los otros dos misioneros asignados a Venezuela. Se trataba de Donald Baxter y Walter Wan. El joven Rubén Araujo estaba presente para recibirlos en Caracas. Mirándolos con ciertas dudas, seguramente con la experiencia del anterior misionero fresca en la memoria, Rubén les preguntó en un inglés deficiente: “¿Y cuánto tiempo van a quedarse ustedes?”.

      Rubén había programado un Estudio de La Atalaya para el mismo día que llegaron los misioneros. Trató de poner en práctica las instrucciones que le había dado el hermano Franz. Lo hizo lo mejor que pudo, pero era un estudio de un solo hombre: leía la pregunta, la contestaba él mismo y después leía el párrafo. Recordaba que el estudio no debía durar más de una hora, de modo que, obedientemente, lo acabó a la hora indicada, aunque solo había abarcado diecisiete párrafos y el artículo tenía algunos más. Adquiriría experiencia con tiempo y paciencia.

      Cuando Rubén Araujo reflexiona hoy en la marcha repentina del primer misionero, dice: “El vacío que dejó lo llenaron en poco tiempo los dos nuevos misioneros de Galaad. ¡Qué felices nos sentíamos con esta nueva dádiva de la organización de Jehová en la forma de estos misioneros que habían venido para ayudarnos en la Macedonia venezolana!”. (Compárese con Hechos 16:9, 10.) El hermano Knorr le había dicho al hermano Baxter: “Quédese en su asignación, así le cueste la vida”. Pues bien, no le ha costado la vida, pues el hermano Baxter todavía sirve en Venezuela casi cincuenta años después.

      Adaptación al nuevo ambiente

      El primer hogar misional de Caracas se encontraba en el número 32 de la avenida Bucares, en un barrio llamado El Cementerio. Aquí también se abrió la sucursal, el 1 de septiembre de 1946, con Donald Baxter como siervo de sucursal. Las condiciones de vida no eran ni mucho menos las idóneas. La carretera estaba sin pavimentar y no había agua corriente. Como es de suponer, los misioneros sintieron un gran alivio en 1949, cuando la sucursal y el hogar misional se mudaron de El Cementerio a El Paraíso, un lugar con agua corriente.

      El hermano Baxter recuerda los problemas y la frustración de los misioneros al aprender español. Tenían muchas ganas de utilizar lo que habían aprendido en Galaad para ayudar a los hermanos, pero cuando llegaron, aún no podían comunicarse. No obstante, esta dificultad temporal quedó compensada con creces por los buenos resultados en la predicación. El hermano Baxter recuerda la primera vez que predicaron en la calle: “Decidimos ir al centro, a un lugar conocido como El Silencio, a ver qué ocurría. Mi compañero, Walter Wan, se puso en una esquina y yo en otra. La gente sintió una gran curiosidad; nunca habían visto nada semejante. Casi no tuvimos que hablar. La gente literalmente hizo fila para obtener las revistas, y las distribuimos todas en diez o quince minutos. ¡Qué distinto de lo que estábamos acostumbrados en Estados Unidos!”. Walter Wan dijo: “Al hacer inventario, descubrí asombrado que en cuatro días memorables de alabanza a Jehová en las calles y las plazas de mercado, como hacían Jesús y los apóstoles, había colocado 178 libros y Biblias”.

      El primer informe que envió la sucursal a la central de Brooklyn (Nueva York) indicaba que había un total de diecinueve publicadores, incluidos los dos misioneros y cuatro precursores regulares, a saber, Eduardo Blackwood, Rubén Araujo, Efraín Mier y Terán y Gerardo Jessurun. Eduardo Blackwood había empezado a servir de precursor el mes de la visita del hermano Knorr, y los otros tres, poco después. Nueve publicadores predicaban en el interior del país. Winston y Eduardo Blackwood, que vivían en El Tigre, llegaban hasta Ciudad Bolívar, al sur, y los campos petrolíferos próximos a Punta de Mata y Maturín, al este. Pedro Morales y otros predicaban en Maracaibo. En el lado oriental del lago Maracaibo, en los campos petrolíferos de Cabimas y Lagunillas, estaban predicando Gerardo Jessurun, Nathaniel Walcott y David Scott. Después se les unió Hugo Taylor, que todavía servía de precursor especial en 1995. Entre todos abarcaban una inmensa extensión del país. Los hermanos Baxter y Wan no tardaron en averiguar por sí mismos cómo era realmente.

      Visitan todos los grupos

      Durante los meses de octubre y noviembre de 1947, los dos misioneros viajaron a las regiones occidentales y orientales del país para ver cómo ayudar a los grupos. Su objetivo era organizarlos para que llegaran a ser congregaciones. “Viajamos en autobús, lo cual era toda una experiencia en Venezuela —dice el hermano Baxter, sonriendo al recordar aquella memorable expedición—. Los asientos eran pequeños y estaban muy juntos, pues la mayoría de los venezolanos son de baja estatura; de modo que para dos norteamericanos como nosotros casi no había espacio donde poner las piernas. Era común ver encima de los autobuses, junto al equipaje de los pasajeros, camas, máquinas de coser, mesas, pollos, pavos y plátanos. Si un pasajero iba a viajar una distancia corta, no se molestaba en poner encima los pollos y demás mercancías, sino que metía todo en el autobús y lo amontonaba en el pasillo en medio de los asientos. El autobús se averió, así que nos quedamos varias horas varados en el desierto, donde solo había cactos y cabras, hasta que apareció otro autobús. Después, nos quedamos sin gasolina.”

      En cada uno de los cuatro lugares que visitaron encontraron un grupo de unas diez personas que se reunían en la sala de algún hogar. Los misioneros les enseñaron a dirigir las reuniones, informar su actividad a la sucursal todos los meses y conseguir publicaciones para la predicación.

      En su visita a El Tigre, el hermano Baxter se fijó en que Alejandro Mitchell, uno de los hermanos nuevos, obedecía a pies juntillas la admonición de Mateo 10:27 de predicar desde las azoteas. Había instalado un altavoz en el tejado de su casa, y todos los días leía en voz alta durante una media hora pasajes escogidos de los libros Hijos o El nuevo mundo, así como de otras publicaciones de la Sociedad Watch Tower. Lo hacía tan alto, que era posible oírle a una distancia de varias manzanas, lo cual, como cabría esperar, disgustaba a los vecinos; de modo que se le recomendó que predicara de casa en casa y se olvidara del altavoz.

      El viaje que hicieron los hermanos para visitar los grupos fue muy provechoso. Bautizaron a dieciséis personas durante los meses que pasaron viajando.

      Llegan misioneros a Maracaibo

      Maracaibo, en la sección noroccidental del país, es la segunda ciudad más grande de Venezuela y se caracteriza por el calor y un elevado índice de humedad. También es la capital petrolífera de Venezuela. La parte nueva de la ciudad contrasta con el casco antiguo, que está al lado del puerto; la parte más antigua, con sus calles estrechas y casas de adobe de estilo colonial, apenas ha cambiado desde el siglo pasado.

      El 25 de diciembre de 1948 llegaron en barco seis misioneros. Venían cargados de ropa de invierno porque acababan de dejar la gélida Nueva York. Componían el grupo Ragna Ingwaldsen, que se bautizó en 1918 y todavía sirve de precursora en California, Bernice Greisen (ahora Bun Henschel, miembro de la familia de Betel de la sede mundial), Charles y Maye Vaile, Esther Rydell (medio hermana de Ragna) y Joyce McCully. Un matrimonio que estaba empezando a relacionarse con los Testigos los recibió en su pequeña casa, donde los misioneros colocaron como pudieron sus quince baúles y cuarenta cajas de publicaciones. Cuatro durmieron en hamacas, y dos, en camas hechas de cajas de libros, hasta que alquilaron una casa, que llegó a ser su hogar misional.

      Ragna recuerda que el aspecto de los seis extrañaba mucho a los maracuchos. Varios de los misioneros eran altos y rubios. Ragna cuenta: “Cuando íbamos de casa en casa, solían seguirnos hasta diez niños desnudos, que iban escuchando nuestra extraña forma de hablar el idioma. Ninguno de nosotros seis sabía más de una docena de palabras en español. Pero cuando se reían, nos reíamos con ellos”. Al llegar estos misioneros, solo había cuatro publicadores en Maracaibo. A principios de 1995 había 51 congregaciones y un total de 4.271 publicadores.

      Se contestó su oración

      Benito y Victoria Rivero fueron el matrimonio que recibió amablemente en su casa a los seis misioneros. Benito había obtenido el libro “El Reino Se Ha Acercado” de manos de un precursor de Caracas llamado Juan Maldonado. Cuando Pedro Morales lo visitó posteriormente para ofrecerle un estudio, Benito se entusiasmó; no solo estudió, sino que de inmediato empezó a asistir a las reuniones del grupo. También animó a su esposa a ir, diciéndole que los cánticos eran muy bonitos, pues a ella le gustaba cantar. Ella le acompañaba, pero, como en realidad no entendía todo lo que decían, muchas veces se quedaba dormida.

      Una noche, en casa, pensando que su esposa ya se había dormido, Benito oró en voz alta a Jehová y le pidió que la iluminara. Ella oyó la oración y se conmovió profundamente. Después de la muerte de Benito, en 1955, Victoria se hizo precursora regular, y más adelante, precursora especial.

      Llegan a las zonas rurales próximas a Maracaibo

      Uno de los que abrazaron la verdad en la región de Maracaibo fue el padre de Rebeca (ahora Rebeca Barreto). Ella tenía solo cinco años cuando Gerardo Jessurun empezó a estudiar la Biblia con su padre, que se bautizó en 1954. Aún guarda recuerdos muy gratos de cuando salía a predicar de pequeña. “Alquilábamos un autobús, y toda la congregación viajaba a las zonas rurales —recuerda—. La gente del campo no tenía mucho dinero, pero apreciaba las publicaciones. Era todo un espectáculo ver al final del día a los hermanos llevando en el autobús huevos, calabazas, maíz y pollos vivos que habían trocado por las publicaciones.”

      Pero no a todo el mundo le alegraba verlos. La hermana Barreto recuerda un incidente que ocurrió en el pueblo de Mene de Mauroa: “Mientras predicábamos de casa en casa, el cura iba detrás rompiendo las publicaciones que los vecinos habían aceptado y diciéndoles que no escucharan a los testigos de Jehová. Organizó una chusma compuesta de muchos jóvenes y logró enfurecerlos, de modo que empezaron a arrojarnos piedras. Varios hermanos y hermanas resultaron heridos”. El grupo de Testigos corrió en busca del prefecto del pueblo. Como este era amable con los Testigos, le dijo al cura que tendría que llevárselo a su oficina un par de horas ‘para protegerlo de los predicadores’. La turba se dispersó al no contar con su líder, y los Testigos dedicaron las siguientes dos horas, libres de hostigamiento, a dar un testimonio cabal en el pueblo.

      Llega más ayuda

      El territorio era extenso, y se necesitaba más ayuda para atenderlo. En septiembre de 1949 llegaron unos hermanos recién graduados de la Escuela de Galaad para colaborar en la siega espiritual. Tenían un gran deseo de participar, lo cual no significaba que se les fuera a hacer fácil. Cuando Rachel Burnham, que viajaba en el barco Santa Rosa, divisó las luces del puerto a través de la portilla de su camarote, sintió el mayor alivio de su vida, pues estaba mareada desde la partida del barco de Nueva York. Aunque eran las tres de la madrugada, despertó entusiasmada a sus tres compañeras. Su hermana Inez y las otras dos muchachas —Dixie Dodd y su hermana Ruby (ahora Baxter)— habían disfrutado del viaje, pero se alegraron de llegar a su nueva asignación.

      Fue a recibirlas un grupo en el que estaban Donald Baxter, Bill y Elsa Hanna (misioneros que habían llegado el año anterior) y Gonzalo Mier y Terán. Tomaron un autobús para llevarlas del puerto a Caracas. Al parecer, el conductor quiso hacer que el viaje fuera más espeluznante de lo habitual en honor de las recién llegadas, y lo logró. Tomaba las curvas cerradas a toda velocidad, llevando el autobús al borde del precipicio. Hoy es el día que las hermanas todavía hablan de aquel viaje.

      Se las asignó a la sucursal y hogar misional de El Paraíso. Rachel e Inez sirvieron fielmente en el campo misional hasta su muerte, en 1981 y 1991, respectivamente. El resto del grupo todavía sirve fielmente a Jehová.

      Al recordar los primeros meses en su asignación, Dixie Dodd dice: “Sentíamos mucha nostalgia. Pero no teníamos dinero ni para ir al aeropuerto”. Centraron su atención en que la organización de Jehová les había confiado la asignación de misioneras en tierra extranjera. Con el tiempo dejaron de soñar en volver a casa y se concentraron en su labor.

      Malentendidos

      Para la mayor parte de los nuevos misioneros, el idioma fue un problema, al menos por una temporada.

      Dixie Dodd recuerda que una de las primeras cosas que les enseñaron fue que debían decir “mucho gusto” cuando les presentaban a alguien. Aquel mismo día las llevaron al Estudio de Libro de Congregación. De camino fueron repitiendo la expresión una y otra vez en el autobús: “Mucho gusto. Mucho gusto”. “Pero para cuando nos presentaron —dice Dixie—, se nos había olvidado.” Con el tiempo lograron recordarla.

      Bill y Elsa Hanna, que sirvieron de misioneros de 1948 a 1954, recordaron por mucho tiempo sus equivocaciones. En una ocasión, el hermano Hanna quería comprar una docena de huevos blancos, pero pidió huesos blancos. En otra ocasión fue a comprar una escoba. Temiendo que no lo hubieran entendido, trató de ser más específico: “Para barrer el cielo”, dijo, en lugar de suelo. El tendero replicó socarronamente: “Tiene grandes aspiraciones, señor”.

      Cuando Elsa, la esposa de Bill, fue a la embajada, explicó que quería remover su pasaporte en vez de renovarlo. La secretaria le preguntó: “¿Pues qué hizo, señora? ¿Se lo comió?”.

      Genee Rogers, una misionera que llegó en 1967, se desanimó un poco al principio, pues siempre que hacía una presentación que había ensayado con cuidado, el amo de casa se dirigía a su compañera y preguntaba: “¿Qué dijo?”. Pero la hermana Rogers siguió intentándolo, y en los veintiocho años que lleva de misionera ha ayudado a unas cuarenta personas a aprender la verdad y llegar al bautismo.

      Willard Anderson, que llegó de Galaad con su esposa, Elaine, en noviembre de 1965, admite con franqueza que el idioma nunca ha sido su fuerte. Willard, siempre dispuesto a reírse de sus propios errores, dice: “Estudié español seis meses en la escuela secundaria, hasta que mi maestro me hizo prometer que nunca volvería a apuntarme a su clase”.

      Pero con el espíritu de Jehová, perseverancia y buen humor, los misioneros no tardaron en sentirse cómodos con el nuevo idioma.

      Hasta las casas tienen nombre

      El idioma no fue lo único que los misioneros encontraron diferente. Tuvieron que utilizar un sistema distinto para tomar nota de los hogares adonde volver. En aquellos días, muchas casas de Caracas no tenían números. El propietario escogía un nombre para su casa. Los hogares de la gente acomodada se denominan quintas, y con frecuencia reciben el nombre de la señora de la casa. La dirección de alguien pudiera ser, por ejemplo, Quinta Clara. Muchas veces se combina el nombre de los hijos: Quinta Carosi (Carmen, Rosa, Simón). El propietario de la primera sucursal y hogar misional que alquiló la Sociedad ya había llamado a su casa Quinta Savtepaul (San Vicente de Paul), y como estaba en una calle principal, pronto llegó a conocerse como el lugar donde se reunían los testigos de Jehová.

      En 1954 se compró una casa nueva para alojar la sucursal y el hogar misional, de modo que los hermanos tuvieron que usar su imaginación y escoger un nombre apropiado. Eligieron el nombre Luz, teniendo presente la admonición de Jesús de que “resplandezca la luz de ustedes delante de los hombres”. (Mat. 5:16.) Aunque la sucursal se trasladó después a un lugar más grande, a principios de 1995 Quinta Luz todavía se utilizaba para albergar a once misioneros.

      El centro de Caracas tiene un sistema de direcciones único. Si usted pide la dirección de un determinado establecimiento o de un edificio de apartamentos, tal vez le digan algo como “La Fe a Esperanza”. Quizá piense que esto no parece una dirección. Lo que sucede es que en el centro de Caracas cada intersección tiene un nombre. De modo que la dirección que usted busca se encuentra en el bloque ubicado entre Fe y Esperanza.

      A Galaad y de nuevo a Venezuela

      A lo largo de los años han venido a Venezuela 136 misioneros preparados en Galaad, incluidos siete que asistieron a la Escuela de Entrenamiento Ministerial. Procedían de Estados Unidos, Canadá, Alemania, Suecia, Nueva Zelanda, Inglaterra, Puerto Rico, Dinamarca, Uruguay e Italia. Entre 1969 y 1984 no llegaron más misioneros de Galaad, pues resultó imposible obtener visados. No obstante, durante 1984, gracias a diferentes esfuerzos coordinados, se logró el permiso para que dos matrimonios entraran en el país, y llegaron dos misioneros más en 1988. También se han beneficiado de la preparación en Galaad seis Testigos del país.

      Cuando el hermano Knorr visitó Venezuela en 1946, el joven Rubén Araujo le preguntó si algún día podría llenar los requisitos para ir a Galaad. La respuesta fue que sí, con tal de que mejorara su dominio del inglés. Rubén dice: “Huelga decir que me sentí muy feliz. Tres años más tarde, en octubre de 1949, recibí una carta del hermano Knorr en la que se me invitaba a la clase número 15, que empezaría en el invierno de 1950”.

      Los otros cinco hermanos venezolanos que asistieron a Galaad fueron Eduardo Blackwood y Horacio Mier y Terán (que se bautizaron en 1946 durante la visita del hermano Knorr), Teodoro Griesinger (de quien hablaremos más adelante), Casimiro Zyto (emigrante francés que se nacionalizó venezolano) y, más recientemente, Rafael Longa (que sirve de superintendente de circuito).

  • Venezuela
    Anuario de los testigos de Jehová 1996
    • [Fotografía en la página 199]

      Inez Burnham, Ruby Dodd (ahora Baxter), Dixie Dodd y Rachel Burnham cuando partían de Nueva York, en 1949. Antes de que el barco saliera del puerto, todas se sentían estupendamente

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