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VenezuelaAnuario de los testigos de Jehová 1996
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Remigio Afonso, oriundo de las islas Canarias, es superintendente viajante en Venezuela y ha hablado con otros inmigrantes. Ha comprobado que, aun cuando algunos miembros de una familia no estén interesados, puede que otros tengan un deseo intenso de oír la verdad bíblica. Por ejemplo, en Cumaná había un matrimonio de habla árabe que no quería escuchar, pero su hija sí. “Me pidió que le llevara una Biblia —dice Remigio—. Le dije que lo haría, pero ella se preguntaba si cumpliría mi palabra. Quedamos para un día y una hora, y me propuse ser puntual, lo cual la impresionó. Se quedó con la Biblia y el libro La verdad que lleva a vida eterna, y encargué a una hermana que siguiera con el estudio que yo había empezado.
”Poco después, mientras visitaba cierta congregación de Güiria, vi a un hombre sentado a la entrada de una tienda que había frente al Salón del Reino leyendo un libro de cubierta verde, y me hizo señas para que me acercara. Me preguntó si el libro que leía era nuestro. Aunque estaba en árabe, pude ver que se trataba del libro “Sea Dios veraz”. Me explicó que se lo habían regalado en su país natal, y que no se lo prestaría ni vendería a nadie. Tras asegurarme de que también entendía español, le ofrecí el libro La verdad, que aceptó de buena gana, y empezamos un estudio. Aquella semana asistió a tres reuniones e incluso contestó en el Estudio de La Atalaya.”
En una asamblea de distrito que se celebró dos años más tarde en Maracay, un hombre con un maletín saludó al hermano Afonso y le preguntó si se acordaba de él. “Soy aquel hombre de Güiria —explicó—. Estoy bautizado y ahora dirijo tres estudios bíblicos.” Al año siguiente, después de que el hermano Afonso dio un discurso en una asamblea de distrito celebrada en Colombia, una joven fue corriendo a saludarlo con lágrimas de alegría y se identificó como la muchacha de Cumaná a quien él había dado el testimonio. Le dijo que ella también era una Testigo bautizada. ¡Qué alegría dan estas experiencias!
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VenezuelaAnuario de los testigos de Jehová 1996
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Los superintendentes viajantes ayudan
A finales de los años cuarenta, cuando Donald Baxter era el único miembro de la sucursal y solo había seis o siete congregaciones en todo el país, él mismo se encargaba de visitar estos grupos.
En 1951 volvió de Galaad Rubén Araujo, que a la sazón contaba 21 años de edad, y se le asignó a visitar las congregaciones y grupos aislados del país. Aquel año, la cantidad de congregaciones aumentó a doce. Como Rubén no tenía automóvil, viajaba en autobús o taxi, y a veces, cuando visitaba lugares lejanos, en avión o chalana.
Todavía recuerda una visita que hizo a un suscriptor de La Atalaya en las inmediaciones de Rubio, estado de Táchira, cerca de la frontera con Colombia. El propietario de la finca dijo que era suizo y que no leía español, pero que hablara con su esposa, pues a ella le gustaba la Biblia. “Después de conversar con la esposa —recuerda Rubén—, esta llamó a su madre, una anciana de 81 años. Cuando vio los libros que llevaba, preguntó si esta obra tenía relación con el libro El Plan Divino de las Edades. Se le iluminaron los ojos y se emocionó: ‘¿Quiere decir que sabe quién es el señor Rutherford?’, preguntó. Su hija hacía de intérprete, pues la anciana solo hablaba alemán. Dijo que había leído el libro muchas veces desde que lo recibió, en 1920. También había visto el ‘Foto-Drama de la Creación’ y había escuchado el discurso ‘Millones que ahora viven no morirán jamás’. Llevaba doce años, desde su llegada a Venezuela procedente de Suiza, sin tener comunicación con los Testigos. ‘Les he echado muchísimo de menos’, dijo. Demostró su alegría cantando un cántico del Reino en alemán, y yo me puse a cantar con ella en español. Cantamos con lágrimas de alegría.”
Keith y Lois West, graduados de la clase 19 de Galaad, sirvieron quince años en la obra de circuito. Las circunstancias que afrontaron no siempre fueron fáciles. La visita a Monte Oscuro, en el estado de Portuguesa, es un ejemplo. Keith recuerda: “Debido a las fuertes lluvias caídas la noche anterior, no pudimos recorrer la distancia que esperábamos con el automóvil; así que lo dejamos y nos pusimos a caminar hasta el río, el cual vadeamos corriente arriba después de quitarnos los zapatos. Luego tuvimos que subir una montaña, que nos llevó al pequeño Salón del Reino. No había ni un alma allí, pero el hermano que nos acompañaba dijo: ‘No se preocupen, ahora vendrán’. A continuación se puso a golpear una llanta de metal, y finalmente aparecieron unas cuarenta personas. Empapado y con los pantalones embarrados, presenté mi discurso. Parece ser que la combinación del agua fría del río con la sofocante subida al Salón y el hecho de dar el discurso con los pantalones mojados me ocasionó un trastorno muscular muy doloroso. Después de aquella ocasión necesité ayuda por un tiempo para subir y bajar de la plataforma del Salón del Reino, y tenía que descansar con frecuencia durante la predicación”.
Los diversos lugares de hospedaje suponen un reto para los superintendentes viajantes. Muchas veces no tienen agua corriente. Los techos de metal ondulado contribuyen a que las temperaturas asciendan a entre 30 y 40 °C. Prácticamente no se conocen las telas metálicas para las puertas y ventanas, de modo que uno tiene que compartir la habitación, y a veces la cama, con la fauna autóctona. Además, el modo de vida tranquilo, abierto y sociable de las familias venezolanas requiere a veces cierta medida de adaptación del extranjero, acostumbrado a más intimidad. No obstante, la amigabilidad y hospitalidad de los venezolanos es sobresaliente, y la expresión “usted está en su casa” forma parte del recibimiento que se brinda al superintendente viajante cuando llega.
Los superintendentes viajantes han proyectado las películas y diapositivas de la Sociedad por todo el país. A los venezolanos les encanta ver películas, por lo que los superintendentes de circuito pueden esperar un lleno completo. La gente se sienta en el suelo o ve la proyección de pie o a través de las ventanas. Un hombre interesado tuvo la atención de pintar de blanco una pared de su casa para que sirviera de pantalla. En un pueblo de las montañas cercano a Carúpano, un amable tendero suministró la electricidad de su planta (la única electricidad disponible en muchos kilómetros a la redonda) y también la sala: el local donde se realizaban las peleas de gallos. Después lanzó unos cohetes para que bajara la gente que vivía en las montañas, lo cual reunió a 85 personas, muchas de las cuales bajaron en burro. Fue como un autocine, con ligeras diferencias.
Gladys Guerrero, que reside en Maracaibo, siente un cariño especial por los superintendentes viajantes y sus esposas. Mientras Nancy Baxter, esposa de un superintendente viajante, predicaba con la joven Gladys en Punto Fijo, observó que tenía un impedimento en el habla. Gladys le explicó que lo había heredado de su padre. Aunque se habían burlado mucho de ella, no había logrado corregirlo. Pero la conmovió ver cómo la hermana Baxter dedicaba tiempo a enseñarle la pronunciación correcta y a practicar ciertas palabras. “Su paciencia tuvo recompensas —dice Gladys—. Ahora puedo hablar correctamente.” Otras personas también contribuyeron al crecimiento espiritual de Gladys.
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VenezuelaAnuario de los testigos de Jehová 1996
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[Fotografías en la página 236]
Algunos de los que han servido de superintendentes de circuito o distrito (con sus esposas): 1) Keith y Lois West, 2) Alberto y Zulay González, 3) Casimiro Zyto, 4) Lester y Nancy Baxter, 5) Rodney y Eloise Proctor, 6) Remigio Afonso
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