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La mujer. ¿Se la respeta hoy día?¡Despertad! 1992 | 8 de julio
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La mujer. ¿Se la respeta hoy día?
¿POR qué debería siquiera plantearse esta pregunta?, podrían inquirir sorprendidos algunos hombres. Pero cuando examinamos el trato que la mujer ha recibido a lo largo de la historia —y actualmente— en todo el mundo, con unas cuantas preguntas sencillas tendremos la clave de por qué se plantea dicha cuestión.
En las relaciones humanas, ¿quiénes han sido las principales víctimas y quiénes los opresores? ¿Quiénes han recibido más maltratos en el matrimonio? ¿Los hombres, o las mujeres? ¿A quiénes se ha violado tanto en tiempos de paz como de guerra? ¿Quiénes han sido las principales víctimas de los abusos sexuales de menores? ¿Los niños, o las niñas? ¿A quiénes se ha consignado a menudo en los decretos humanos como ciudadanos de segunda clase? ¿A quiénes se les ha negado el derecho a votar? ¿Quiénes han tenido una oportunidad limitada de recibir educación? ¿Los hombres, o las mujeres?
Podrían formularse muchas más preguntas, pero los hechos hablan por sí solos. En su libro May You Be the Mother of a Hundred Sons (Que llegues a ser madre de un centenar de hijos), Elisabeth Bumiller escribe, basándose en las experiencias que tuvo en la India: “La ‘típica’ mujer de la India, que representa a aproximadamente el 75% de los cuatrocientos millones de mujeres y niñas indias, vive en una aldea. [...] No sabe leer ni escribir, aunque le gustaría aprender, y raras veces ha viajado a más de 30 kilómetros de su lugar de nacimiento”. Esta disparidad en el campo de la educación no es un problema circunscrito a la India: se da en todo el mundo.
En Japón, como en otros muchos países, todavía existe desigualdad. Según The Asahi Yearbook de 1991, en las carreras universitarias de cuatro años hay 1.460.000 estudiantes varones, mientras que la cifra de mujeres es de 600.000. No hay duda de que en todas partes del mundo las mujeres pueden dar testimonio de que sus oportunidades en el campo de la educación son inferiores. Han tenido que afrontar la actitud general de que ‘la educación es para los muchachos’.
En su reciente libro Backlash—The Undeclared War Against American Women (Contraofensiva: Guerra oculta contra la mujer estadounidense), Susan Faludi formula algunas preguntas pertinentes sobre la condición de la mujer en Estados Unidos. “Si las mujeres estadounidenses gozan de tanta igualdad, ¿a qué se debe que dos terceras partes de todos los adultos pobres sean mujeres? [...] ¿Por qué siguen teniendo muchas más probabilidades que los hombres de vivir en casas en mal estado y de no recibir ningún tipo de seguro médico, y el doble de probabilidades de no cobrar ninguna pensión?”
Las mujeres han sido las que más han sufrido. Han aguantado ultrajes, insultos, acoso sexual y falta de respeto por parte de los hombres. Este maltrato de ningún modo se limita a los llamados países en vías de desarrollo. El Comité de Asuntos Jurídicos del senado norteamericano recientemente compiló un informe sobre los actos de violencia perpetrados contra mujeres. Los datos revelados fueron espantosos. “Cada seis minutos es violada una mujer; cada quince segundos es golpeada una mujer. [...] En este país, ninguna mujer está inmune contra los delitos violentos. De cada cuatro mujeres estadounidenses que viven hoy, tres serán víctimas de por lo menos un delito violento.” En un año, de tres a cuatro millones de mujeres sufrieron maltratos a manos de sus maridos. Como consecuencia de esta deplorable situación, en 1990 el senado promulgó el Violence Against Women Act of 1990, un decreto sobre la violencia contra la mujer. (Senate Report [Informe del senado], The Violence Against Women Act of 1990.)
Examinemos ahora algunas de las situaciones ultrajantes que la mujer ha tenido que aguantar por parte del hombre en diferentes partes del mundo. Y en los últimos dos artículos de esta serie consideraremos cómo hombres y mujeres de todos los niveles sociales pueden mostrarse respeto mutuo.
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La mujer. ¿Se la respeta en casa?¡Despertad! 1992 | 8 de julio
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La mujer. ¿Se la respeta en casa?
“Todas tuvieron una muerte horrible. [...] Y aunque habían muerto de forma diferente, las circunstancias subyacentes eran las mismas: La policía de Quebec [Canadá] dice que todas ellas murieron a manos de un anterior o actual marido o amante. Este año [1990] han sido asesinadas en Quebec 21 mujeres, víctimas de una oleada de violencia conyugal.” (Revista Maclean’s, 22 de octubre de 1990.)
LA VIOLENCIA doméstica, denominada por algunos “la cara oculta de la vida de familia”, produce una cosecha de familias rotas, y crea en los hijos una opinión torcida de cómo deben ser las relaciones matrimoniales. Los hijos tratan de entender por qué papá golpea a mamá —o, aunque con menos frecuencia, por qué trata mamá de una manera tan cruel a papá—, y no saben a cuál de los dos ser leales. Entre otras cosas, la violencia familiar contribuye a que los hijos varones, al crecer, también golpeen a su esposa. El ejemplo del padre les ha dejado marcados con graves problemas psicológicos y de personalidad.
Una publicación de las Naciones Unidas titulada The World’s Women—1970-1990 (Las mujeres del mundo: 1970-1990) dice: “Se cree que los ataques de hombres contra mujeres en su propio domicilio son los delitos que menos se denuncian, en parte porque ese tipo de violencia se considera un mal social, no un delito”.
¿Qué gravedad reviste el maltrato conyugal en Estados Unidos? El informe senatorial citado en el artículo anterior declara: “La expresión ‘violencia doméstica’ puede sonar inocua, pero el comportamiento que describe no es nada inofensivo. Los datos presentan un cuadro espeluznante de lo grave —de hecho, hasta mortífero— que puede ser el maltrato conyugal. Cada año mueren entre dos mil y cuatro mil mujeres a consecuencia de maltratos. [...] A diferencia de otros delitos, los maltratos conyugales son una forma ‘crónica’ de violencia, porque la intimidación es persistente y los daños físicos se producen repetidamente”.
La revista World Health dice: “La violencia contra la mujer acontece en todo país y en toda clase social y económica. En muchas culturas se considera que golpear a la esposa es un derecho del hombre. Muchas veces los habituales golpes y violaciones de mujeres y niñas se consideran ‘asuntos privados’ que no atañen ni a las autoridades ni al personal sanitario”. Tales actos de violencia en el domicilio pueden fácilmente trascender al entorno escolar.
Un ejemplo de lo anterior es lo que sucedió en julio de 1991 en un internado mixto de Kenia. El periódico The New York Times publicó que “71 muchachas fueron violadas por chicos del internado y otras 19 perdieron la vida en una noche de violencia perpetrada en los dormitorios que, según se informó, [...] pasó sin ser investigada ni por la policía local ni por los maestros”. ¿Cómo se puede explicar semejante arrebato de violencia sexual? “Esta tragedia ha subrayado el abominable machismo que domina la vida social de Kenia —escribió Hilary Ng’Weno, redactor jefe de The Weekly Review, la revista más leída de Kenia—. La situación de nuestras mujeres y niñas es lamentable. [...] Hemos enseñado a nuestros hijos a tener poco respeto, si acaso alguno, a las niñas.”
Ese es el quid del problema en todo el mundo: Se suele educar a los niños para que vean a las niñas y a las mujeres como criaturas inferiores, explotables. A las mujeres se las ve vulnerables y fácilmente dominables. Y de ahí solo resta un paso para que se les falte al respeto y para el machismo absoluto, y otro paso igualmente corto para la violación por un conocido o por su propia pareja. Respecto a la violación, no debe olvidarse que “puede consumarse en unos momentos, pero sentirse durante toda la vida”. (Senate Report.)
A muchos hombres se les puede describir como misóginos subliminales, hombres que, aunque no emplean necesariamente la violencia física contra las mujeres, en su subconsciente las odian. En lugar de la violencia física, recurren a los abusos o maltratos psicológicos. En su libro Men Who Hate Women & the Women Who Love Them (Hombres que odian a las mujeres, y las mujeres que los aman), la doctora Susan Forward dice: “Según la descripción de sus parejas, [estos hombres] muchas veces eran encantadores e incluso cariñosos, pero de repente podían comportarse de manera cruel, exigente e insultante. Su comportamiento abarcaba un amplio espectro, desde amenazas e intimidación manifiestas hasta ataques más sutiles y disimulados, que tomaban la forma de comentarios humillantes constantes o crítica erosiva. Prescindiendo del estilo, los resultados eran los mismos. El hombre conseguía controlar a la mujer por medio de oprimirla. Estos hombres también rechazaban cualquier responsabilidad por el efecto emocional de los maltratos en su pareja”.
Yasuko,a una japonesa menuda que lleva casada quince años, habló a ¡Despertad! de lo que pasaba en su familia: “Mi padre siempre golpeaba y maltrataba a mi madre. Le daba patadas y puñetazos, la arrastraba del pelo y hasta le tiraba piedras. ¿Y saben por qué? Porque se atrevió a pedirle explicaciones respecto a su infidelidad con otra mujer. Lo que sucede es que en la cultura japonesa se ha considerado bastante normal que algunos hombres tengan una querida. Mi madre se anticipó a su época y rehusó aceptar aquella situación. Después de dieciséis años de matrimonio y de haber tenido cuatro hijos, consiguió el divorcio. Pero no recibió ninguna ayuda de mi padre para la manutención de los hijos”.
Sin embargo, aun en lugares donde estos casos de maltrato se denuncian a las autoridades, no siempre se ha podido impedir que un marido vengativo asesine a su mujer. En muchas ocasiones, en países como Estados Unidos, la ley no ha sido capaz de proteger a una esposa amenazada y aterrorizada. “Cierto estudio reveló que en más de la mitad de todos los casos de mujeres asesinadas por sus maridos, se había requerido la presencia policial cinco veces durante el año anterior para investigar una queja de violencia doméstica.” (Senate Report.) En algunos casos extremos, la mujer ha llegado a matar a su marido para salvarse de más abusos.
La violencia doméstica, que suele cebarse en la mujer, se manifiesta de muchas maneras diferentes. En la India, las denuncias de ‘muertes por causa de la dote’ (maridos que matan a su mujer porque no están satisfechos con la dote pagada por la familia de ella) aumentaron de 2.209 en 1988 a 4.835 en 1990. Sin embargo, estas cifras no pueden considerarse completas o exactas, pues muchas de estas muertes se informan como accidentes domésticos. (Por lo general las queman deliberadamente con queroseno del que se utiliza para cocinar.) A eso hay que añadir los suicidios de esposas que ya no pueden aguantar más el sufrimiento que experimentan en casa.
Prefieren un hijo a una hija
A las mujeres se las discrimina desde que nacen e incluso antes de nacer. ¿Cómo? ¡Despertad! entrevistó a Madhu, una mujer de Bombay (India), que dijo al respecto: “Cuando a una familia de la India le nace un hijo varón, todos se regocijan. Los problemas de la madre han terminado. Ahora los padres tienen un hijo que cuidará de ellos cuando envejezcan. Tienen garantizada su ‘seguridad social’. Pero si la madre da a luz una hija, se la considera una fracasada. Es como si simplemente hubiese traído al mundo otra carga. Los padres van a tener que pagar una elevada dote para que alguien se case con ella. Y si una madre sigue teniendo hijas, es una incompetente”.b
Una revista de la India titulada Indian Express dijo lo siguiente respecto a las niñas de ese país: “Su supervivencia no se considera realmente importante para la supervivencia de la familia”. Esa misma fuente citó una encuesta llevada a cabo en Bombay que “reveló que, de cada 8.000 fetos abortados después de las pruebas para determinar el sexo, 7.999 eran del sexo femenino”.
Elisabeth Bumiller escribe: “La situación de algunas mujeres de la India es tan desdichada que si recibiesen la atención que se otorga en otras partes del mundo a las minorías étnicas y raciales, su causa sería defendida por grupos pro derechos humanos”. (May You Be the Mother of a Hundred Sons.)
“El trabajo de la mujer nunca termina”
“El trabajo de la mujer nunca termina” puede parecer una frase estereotipada, pero expresa una verdad que los hombres a menudo pasan por alto. Una mujer con hijos no puede permitirse el lujo de tener un horario laboral fijo de ocho horas como suelen tener los hombres. Si un bebé llora de noche, ¿quién es el que con más probabilidad le atenderá? ¿Quién limpia la casa, lava la ropa y la plancha? ¿Quién prepara y sirve las comidas cuando el marido regresa a casa del trabajo? ¿Quién recoge todo después de las comidas y prepara a los hijos para que se acuesten? Y en muchos países, además de todo esto, ¿quién se espera que salga a buscar agua y hasta trabaje en los campos con un bebé cargado a la espalda? Normalmente es la madre. Su horario no se limita a ocho o nueve horas diarias; con frecuencia sigue un horario de doce a catorce horas o más. Sin embargo, todas esas horas extraordinarias no se las paga nadie... y generalmente tampoco hay nadie que le dé las gracias.
Según la revista World Health, en Etiopía se espera que muchas “mujeres trabajen de dieciséis a dieciocho horas diarias, [y] sus ingresos son tan escasos que no pueden mantenerse a sí mismas y a sus familias. [...] El hambre es un fenómeno cotidiano; en la mayoría de los casos, ellas [las mujeres que recogen y transportan leña] solo reciben una comida incompleta diaria y, por lo general, salen de casa sin desayunar”.
Siu, oriunda de Hong Kong y casada hace veinte años, dijo: “En el contexto chino, los hombres han tendido a minimizar a las mujeres, considerándolas como las que hacen las tareas domésticas y dan a luz a los hijos, o se van al otro extremo y las ven como ídolos, juguetes u objetos sexuales. Pero lo que las mujeres queremos en realidad es que se nos trate como seres inteligentes. Queremos que los hombres nos escuchen cuando hablamos, y que no actúen como si fuésemos bobas”.
No es de extrañar que el libro Men and Women (Hombres y mujeres) diga: “En todas partes, aunque a las mujeres se las tenga en alta estima, las actividades de los hombres son más valoradas que las de las mujeres. No importa en lo más mínimo cómo reparta una sociedad los papeles y las tareas entre los sexos; el rol del hombre inevitablemente vale más a los ojos de toda la comunidad”.
La realidad del caso es que el papel que desempeña la mujer en el hogar suele darse por sentado. De ahí que el prólogo de la publicación The World’s Women—1970-1990 diga: “Las condiciones de vida de la mujer —y su contribución a la familia, la economía y la casa— generalmente pasan inadvertidas. Muchas estadísticas han sido concebidas pensando en las condiciones y la contribución de los hombres, no de las mujeres, o simplemente no hacen distinción de sexos. [...] La mayor parte del trabajo que realizan las mujeres se sigue considerando de ningún valor económico, y ni siquiera se pondera”.
En 1934, el escritor norteamericano Gerald W. Johnson expresó una serie de opiniones sobre la mujer en el lugar de empleo: “La mujer recibe muchas veces el empleo de un hombre, pero en raras ocasiones recibe el sueldo de un hombre. La razón es que no hay ningún tipo concebible de trabajo cotidiano que no puedan desempeñarlo mejor algunos hombres que cualquier mujer. Los mejores modistos y sombrereros son hombres [...]. Los mejores cocineros son invariablemente hombres. [...] En estos momentos es un hecho que cualquier patrono está dispuesto a dar más dinero a un hombre que a una mujer por el mismo trabajo, pues tiene razones para creer que el hombre lo desempeñará mejor”. Ese comentario, aunque quizás irónico, reflejaba los prejuicios de la época, prejuicios que todavía prevalecen en muchas mentalidades masculinas.
La falta de respeto es un problema mundial
Cada cultura ha desarrollado sus propias actitudes, inclinaciones y prejuicios tocante al papel de la mujer en la sociedad. Pero la pregunta es: ¿Manifiestan estas actitudes el debido respeto por la dignidad de la mujer? ¿O reflejan más bien el dominio que el hombre ha ejercido sobre la mujer a lo largo de los siglos debido a su, por lo general, mayor fuerza física? Si a las mujeres se las trata como a esclavas u objetos que pueden ser explotados, ¿dónde está el respeto por su dignidad? A mayor o menor grado, la mayoría de las culturas han menospreciado el papel de la mujer y socavado su amor propio.
El siguiente ejemplo, procedente de África, es uno de los muchos que se dan por todo el mundo: “Las mujeres yoruba [de Nigeria] deben hacer ver que son ignorantes y condescendientes en la presencia de su marido, y cuando sirven la comida tienen que arrodillarse a los pies de su marido”. (Men and Women.) En otras partes del mundo, este servilismo puede manifestarse de diversas maneras: caminar detrás del marido, manteniendo cierta distancia; ir a pie mientras él va a caballo o en mula; cargar bultos pesados mientras su marido no lleva ninguno; comer aparte, etcétera.
En su libro The Japanese, Edwin Reischauer, nacido y criado en Japón, escribió: “En Japón son muy evidentes las actitudes machistas. [...] Todavía es común observar un doble rasero sexual que deja al hombre libre y a la mujer restringida. [...] Además, se espera que las mujeres casadas sean mucho más fieles que los hombres”.
En Japón, como en muchos países, el acoso sexual es un problema, especialmente en los atestados vagones del metro en las horas punta. Yasuko, de la ciudad de Hino, a las afueras de Tokio, explicó lo siguiente a ¡Despertad!: “De joven, solía ir todos los días a Tokio en metro. Me resultaba muy violento porque algunos hombres se aprovechaban de la situación para pellizcarte y palparte por donde podían. ¿Qué podíamos hacer las mujeres? Teníamos que aguantarnos. Pero era vergonzoso. En la hora punta de la mañana había un vagón especial para mujeres, así que por lo menos algunas podían escapar de aquellas indignidades”.
Sue, que antes residía en Japón, tenía su propia forma de librarse de aquellas molestias. Decía en voz alta: “¡Fuzakenai de kudasai!”, que significa “¡Deje de molestar!”. Ella explica: “Aquello captaba en seguida la atención y daba resultados. Nadie quería quedar mal delante de los demás, así que, desde ese momento, ¡no me tocaba ni un solo hombre!”.
La falta de respeto hacia la mujer en el círculo familiar es obviamente un problema mundial. Pero ¿cuál es la situación en el lugar de empleo? ¿Reciben más respeto y reconocimiento?
[Notas a pie de página]
a Como los entrevistados pidieron permanecer anónimos, en estos artículos se les ha dado otro nombre.
b Los maridos casi siempre dan por sentado que la culpa de tener hijas es de la mujer. En sus cálculos no entran las leyes de la genética. (Véase el recuadro de esta página.)
[Fotografía en la página 7]
Centenares de millones de mujeres viven sin agua corriente ni sistema de eliminación de aguas residuales ni electricidad en su casa... si acaso tienen casa
[Recuadro en la página 6]
¿Cómo se determina el sexo de una criatura?
“El sexo de la criatura no nacida se decide en el instante de la fecundación, y el elemento determinante es el espermatozoide del padre. Cada óvulo que produce una mujer es de sexo femenino en el sentido de que contiene un cromosoma sexual X, o femenino. En el hombre, solo la mitad de los espermatozoides tienen un cromosoma X; la otra mitad tienen Y, el cromosoma sexual masculino.” Por consiguiente, si se unen dos cromosomas X, nacerá una niña; si un cromosoma masculino Y se une al femenino X, nacerá un niño. Así pues, el que una mujer tenga un niño o una niña lo deciden los cromosomas del esperma masculino. (ABC’s of the Human Body [Nociones del cuerpo humano], editado por Reader’s Digest.) Es ilógico que un hombre culpe a su mujer de que solo les nazcan hijas. No habría que culpar a nadie. La procreación es, en cierto modo, como el juego de la lotería.
[Recuadro/Fotografía en la página 8]
Una tragedia de enormes proporciones
En su libro Feminism Without Illusions (Feminismo sin ilusiones), Elizabeth Fox-Genovese escribió: “Hay buenas razones para creer que muchos hombres [...] se sienten cada vez más tentados a utilizar [su] fuerza en la única situación en la que todavía esta les da cierta ventaja: sus relaciones personales con las mujeres. Si mis sospechas son ciertas, nos encontramos ante una tragedia de enormes proporciones”. Y esa tragedia de enormes proporciones abarca a los millones de mujeres que diariamente sufren a manos de un hombre que las tiraniza —sea marido, padre o cualquier otro—, un hombre que no “obra con equidad y justicia”.
“En treinta estados [de Estados Unidos], todavía es legal —en términos generales— que un marido viole a su mujer; y solo diez estados tienen leyes que autorizan la detención de una persona por violencia doméstica [...]. Las mujeres que no tienen más opción que la de huir descubren que esta tampoco es una buena alternativa. [...] Un tercio del millón anual de mujeres maltratadas que busca un centro de acogida transitorio, no encuentra ninguno.” (Prólogo del libro Backlash—The Undeclared War Against American Women, de Susan Faludi.)
[Fotografía]
Para millones de mujeres, la violencia doméstica es la cara oculta de la vida de familia
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La mujer. ¿Se la respeta en el lugar de trabajo?¡Despertad! 1992 | 8 de julio
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La mujer. ¿Se la respeta en el lugar de trabajo?
“La mayoría de los hombres, solteros o casados, veían a las mujeres como presa fácil.” —Jenny, ex secretaria jurídica.
“En el ámbito hospitalario es notorio el acoso y el abuso sexual de la mujer.” —Sarah, enfermera diplomada.
“En el trabajo me hacían constantemente proposiciones deshonestas.” —Jean, enfermera diplomada.
¿SON estos casos una excepción, o son la regla general? ¡Despertad! entrevistó a varias mujeres con experiencia en el campo laboral. ¿Las trataban con respeto y dignidad los hombres que trabajaban con ellas? Esto fue lo que nos dijeron:
Sarah, enfermera de Nueva Jersey (E.U.A.) con nueve años de experiencia en hospitales militares de Estados Unidos: “Recuerdo cuando trabajaba en San Antonio (Texas) y surgió una vacante en el departamento de hemodiálisis. Pregunté a un grupo de médicos qué tenía que hacer para conseguir ese puesto de trabajo. Uno me respondió con una sonrisa socarrona: ‘Acostarse con el médico jefe’. Simplemente le respondí: ‘Con esas condiciones no quiero el empleo’. Pero así se decide muchas veces un ascenso o un puesto de trabajo. La mujer tiene que doblegarse ante la lascivia del hombre prepotente.
”En otra ocasión me encontraba en una unidad de cuidados intensivos colocando los tubos a un paciente, cuando pasó un médico y me dio un pellizco en el trasero. Me puse furiosa y salí impetuosamente hacia una sala cercana. Él me siguió y dijo una ordinariez. Lo golpeé con tanta fuerza que cayó dentro de un cubo de basura. Regresé de inmediato a atender a mi paciente. Ni que decir tiene que nunca volvió a acosarme.”
Miriam, una egipcia casada que antes trabajaba de secretaria en El Cairo, dijo lo siguiente respecto a la situación de las mujeres que trabajan en un entorno musulmán egipcio: “Las mujeres visten con más modestia que en la sociedad occidental. No observé ningún tipo de acoso sexual en mi lugar de trabajo. Pero en el metro de El Cairo existe tal grado de acoso sexual que actualmente se reserva el primer vagón para las mujeres”.
Jean, una mujer callada pero decidida, con veinte años de experiencia como enfermera, dijo: “Yo me apegué estrictamente a la decisión de no salir nunca con ningún hombre del trabajo. Pero tanto los médicos como los enfermeros me acosaban de continuo. Todos se creían con superioridad psicológica. Si las enfermeras no ‘cooperábamos’ con ellos en sus deseos sexuales, los enfermeros no estaban presentes cuando necesitábamos ayuda para levantar a un paciente y colocarlo en la cama, o cosas parecidas”.
Jenny trabajó de secretaria jurídica durante siete años. Ella explica lo que veía cuando trabajaba con abogados: “La mayoría de los hombres, solteros o casados, veían a las mujeres como presa fácil. Su actitud era: ‘Somos abogados y nos los hemos ganado; las mujeres son uno de nuestros privilegios’”. Y todo parece indicar que otros profesionales son de la misma opinión. Por tanto, ¿qué puede hacer una mujer para reducir dicho acoso?
Darlene, una estadounidense de raza negra que trabajaba de secretaria y también de camarera de restaurante, dijo: “Si una mujer no establece sus límites de conducta, las cosas pueden ir mal. Si un hombre empieza a bromear con ella y ella le devuelve la broma, es muy fácil que la situación se le escape de las manos. Yo he tenido que dejar bien clara mi posición en diferentes ocasiones. He dicho cosas como: ‘Le agradecería que no me hablase en esos términos’. En otra ocasión dije: ‘Soy una mujer casada, y lo que ha dicho me resulta ofensivo; no creo que a mi marido le gustase’.
”La clave está en que, si queremos que se nos respete, hay que ganarse dicho respeto. Y no entiendo cómo puede ganarse el respeto una mujer que trata de competir con los hombres en lo que a mi modo de ver es habla grosera: chistes subidos de tono e insinuaciones sexuales. Si una mujer no deja claro dónde termina para ella el tipo de habla y conducta aceptable y dónde empieza el que no lo es, algún hombre tratará de sobrepasarse.”
Prepotencia masculina
Connie, enfermera con catorce años de experiencia, explicó otra forma de acoso que puede aflorar en muchos ambientes. “Estaba efectuando un cambio de vendajes rutinario junto con un médico. Seguía todos los pasos estándar que había aprendido. Conozco bien la técnica de esterilización de vendas y heridas, etcétera. Pero para el médico, nada de lo que hacía estaba bien. Se enfadaba conmigo, me regañaba y criticaba todos mis movimientos. Este tipo de trato, el de rebajar a las mujeres, es bastante frecuente. Algunos hombres tienen un problema de ego, y parece que necesitan imponer su autoridad sobre las mujeres que trabajan con ellos.”
Sarah, citada antes, explicó un caso similar que le sucedió a ella: “Estábamos con los preparativos de una operación, y comprobé las constantes vitales del paciente. Su electrocardiograma era tan irregular que sabía que no estaba en condiciones de ser operado. Cometí el error de comunicárselo al cirujano. Se puso furioso y me respondió: ‘Las enfermeras tienen que fijarse en los orinales, no en los electrocardiogramas’. Así que me limité a notificárselo al anestesiólogo jefe, y él dijo que en tales circunstancias su equipo no cooperaría con el cirujano. Entonces, el cirujano le dijo a la esposa del paciente que yo tenía la culpa de que a su marido todavía no se le operase. En una situación como esa, la mujer siempre tiene las de perder. ¿Por qué? Porque inconscientemente ha desafiado el ego de un hombre”.
Está claro que las mujeres muchas veces se ven acosadas y rebajadas en el lugar de trabajo. Pero ¿cuál es su situación ante la ley?
La mujer y la ley
En algunos países la mujer ha tardado muchos siglos en conseguir igualdad, aunque solo sea teórica, ante la ley. Y aun cuando la ley hable de igualdad, suele haber un gran abismo entre la teoría y la práctica.
La publicación de las Naciones Unidas titulada The World’s Women—1970-1990 dice: “Esta brecha [en la política gubernamental] ha quedado recogida en gran parte en las leyes que niegan a la mujer la igualdad con el hombre en lo que respecta a sus derechos de tenencia de tierras, solicitud de préstamos de dinero y firma de contratos”. Una mujer de Uganda declaró: “Seguimos siendo ciudadanas de segunda clase... o de tercera clase más bien, pues nuestros hijos varones van delante nuestro. Hasta los burros y los tractores reciben a veces mejor trato”.
El libro Men and Women, editado por Time-Life, dice: “En 1920, la Decimonovena Enmienda de la Constitución de Estados Unidos garantizó a las mujeres el derecho al voto, mucho después que en bastantes países europeos. Pero en Gran Bretaña no se les concedió ese privilegio hasta el año 1928 (y en Japón hasta después de la II Guerra Mundial)”. Como protesta por la injusticia política a la que se sometía a las mujeres, Emily Wilding Davison, sufragista británica, se echó delante del caballo del rey en el derby de 1913, y perdió la vida. Se convirtió en una mártir en la causa de la igualdad de derechos para la mujer.
El propio hecho de que en fechas tan tardías como el año 1990 el senado de Estados Unidos promulgase el decreto Violence Against Women Act, indica que las legislaturas dominadas por el hombre han sido lentas a la hora de responder a las necesidades de la mujer.
Esta breve descripción del trato que reciben las mujeres en toda la Tierra nos lleva a preguntarnos: ¿Cambiarán las cosas algún día? ¿Qué se necesita para que cambien? En los siguientes dos artículos se analizan estas cuestiones.
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