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Marquesas y Tuamotú reciben la invitación de “vivir para siempre en el paraísLa Atalaya 1986 | 15 de octubre
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Llegamos a este lugar para extender una invitación a los isleños, una parecida a la del título de la ayuda bíblica Usted puede vivir para siempre en el paraíso en la Tierra.
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Marquesas y Tuamotú reciben la invitación de “vivir para siempre en el paraísLa Atalaya 1986 | 15 de octubre
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Muchos de los isleños aceptaron con gusto el libro y dijeron: “Muchísimas gracias por haber venido. Nunca habíamos tenido algo como esto para ayudarnos a entender la Palabra de Dios”. Ellos tienen la Biblia católica en tahitiano y tres de los Evangelios en marquesiano.
Algunos de los que aceptaron nuestra oferta nos pidieron sinceramente que visitáramos a otros isleños. Por ejemplo, cierto joven insistió en que mi esposa lo acompañara, diciéndole: “¡Allí detrás! ¡Allí detrás!”. Si él no le hubiera señalado dónde, mi esposa habría pasado por alto la casa de un escultor que mostró mucho aprecio por el instructivo libro.
En Hakaui solo había dos familias que vivían en lados opuestos de la estrecha desembocadura del río. Cuando llegamos, la primera familia que visitamos parecía estar bastante ocupada. Así que, con la ayuda de unos amables marineros, cruzamos en lancha hasta donde vivía la otra familia. Al acercarnos, vimos a dos mujeres sentadas cerca de unos cerdos que caminaban por los alrededores de la casa... un cuadro verdaderamente humilde. Sin embargo, cuando les mostramos el libro, con gusto ofrecieron lo poco que tenían para poder obtener uno. No pudimos dejar de pensar en el caso de la viuda pobre que se menciona en Lucas 21:2-4, quien dio todo lo que tenía cuando fue al templo.
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Marquesas y Tuamotú reciben la invitación de “vivir para siempre en el paraísLa Atalaya 1986 | 15 de octubre
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Había muchos rostros sonrientes con ojos radiantes entre los que aceptaron nuestra “invitación”. A menudo les oíamos decir: “¡Mea kanahau!” (“¡Es hermoso!”). Muchos de los aldeanos quedaron tan impresionados por el libro que insistieron en demostrar su aprecio por medio de llenar nuestras mochilas de conchas marinas y frutas... limones, mangos, naranjas y toronjas. En Haakuti, una aldea ubicada en la cima de un acantilado, visitamos a una señora y a su hija, quienes se interesaron tanto en lo que oyeron que bajaron hasta el desembarcadero para animar a todos los que estaban allí a escuchar nuestro mensaje y adquirir el hermoso libro.
Cuando llegamos a la aldea principal, Hakahau, nos preguntábamos cómo podríamos comunicarnos con los más de mil habitantes en tan poco tiempo. Sentimos gran alivio cuando un hombre, que había aceptado con gusto el mensaje, nos ofreció su automóvil con las siguientes palabras: “Puedo llevarlos adondequiera que deseen ir”. Varios años antes, el sacerdote de la aldea había recogido y quemado toda la literatura que los testigos de Jehová habían dejado allí. Esto había atemorizado a los habitantes de la aldea. Pero nuestro mensaje resultó ser tan atrayente que una docena de familias perdieron el temor al hombre y obtuvieron el libro que les llevamos.
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Marquesas y Tuamotú reciben la invitación de “vivir para siempre en el paraísLa Atalaya 1986 | 15 de octubre
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Una señora se entusiasmó tanto por la oferta que animó a su amiga a tomar el libro. Hasta le prestó el dinero para que lo obtuviera. Otra señora comentó: “Estoy comenzando a comprender que el leer la Biblia es más importante que el ir todas las noches a la iglesia a orar”.
Al anochecer estábamos en el muelle de Hanaiapa hablando con algunas personas a la luz de una lámpara. El tema del infierno surgió en la conversación. Así que les preguntamos: “Supónganse que alguien tuviera un hijo muy malo. ¿Prepararía él una hoguera y arrojaría a su hijo en ella?”. “¡No!”, respondieron ellos. “Entonces, ¿permitiría Dios que sus hijos sufrieran eternamente en un fuego?” Cuatro mujeres y un hombre se interesaron particularmente en la amorosa “invitación” de Dios de vivir en una tierra donde “el inicuo ya no será”, pues habrá sido destruido para siempre, más bien que atormentado eternamente. (Salmo 37:10.)
La pequeña isla de Tahuata estaba a un paso de Hiva Oa. Un marinero nos dijo medio en broma que hacía solo poco más de cien años que los nativos de esta isla se habían comido a varias personas de la raza blanca. Pero nosotros les proporcionamos temas interesantes de conversación. El señor que era responsable del movimiento carismático de la aldea mostró cierta renuencia en cuanto a tomar el libro, pero insistió en que le aceptáramos un vaso de agua. “Si beben del agua que les doy —dijo él, aplicando mal las palabras de Jesús registradas en Juan 4:14— nunca más les dará sed, sino que se convertirá en una fuente de agua que brotará de ustedes.” Dándole las gracias, le contestamos: “Esta agua sólo es agua, y la aceptamos con agradecimiento. Pero ¿rehusaría usted el agua dadora de vida y el alimento espiritual del cual le invitamos a participar?”. Conmovido por estas palabras, tomó varios libros. Después, en el muelle, algunas personas empezaron a mofarse diciendo: “¿Acaso aceptó alguien su oferta?”. Pero el jefe de los obreros quiso ver el libro, y allí mismo, enfrente de todos, decidió obtenerlo. ¡Cuánto se sorprendieron los obreros de saber que otras personas también habían aceptado nuestra oferta!
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Marquesas y Tuamotú reciben la invitación de “vivir para siempre en el paraísLa Atalaya 1986 | 15 de octubre
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En la aldea principal, Omoa, conocimos a una familia que mostró mucho interés. Mientras íbamos rumbo al valle, la madre salió a reunir a sus amistades, de modo que cuando regresamos estaban esperándonos con una sonrisa. Querían los libros para aprender de la Palabra de Dios en sus reuniones de estudio bíblico por las noches. Cuando regresamos al muelle, una de nuestras mochilas estaba vacía, y la otra estaba llena de naranjas y limones.
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