Por qué dejé el sacerdocio por un ministerio mejor
FUI ordenado sacerdote católico el 31 de julio de 1955, a los 24 años de edad. Era la culminación de doce años de formación en el seminario de la archidiócesis, en Rachol (Goa, India). ¿De dónde me vino el deseo de ser sacerdote?
Nací en Bombay (India) el 3 de septiembre de 1930. Al año siguiente, mi padre se retiró y la familia fijó su residencia en Salvador do Mundo (Bardez, Goa), en la costa sudoccidental de la India. Yo era el menor de cuatro hermanos. Desde mi infancia viví la cultura y tradición catolicoportuguesa, presente en Goa desde 1510, año en que Portugal comenzó la colonización.
Mis padres eran católicos celosos que, fieles a sus creencias, celebraban todos los años la Navidad, la Cuaresma y Semana Santa, así como fiestas en honor de la Virgen María y varios “santos”. Los sacerdotes que tomaban parte en tales celebraciones se alojaban a menudo en nuestra casa, a veces durante más de diez días. Esta constante relación con ellos en mi juventud grabó en mí una profunda huella.
Mi servicio en Goa, Salamanca y Roma
Comencé el ministerio sacerdotal con gran entusiasmo, y no abrigaba ninguna duda sobre la veracidad de las doctrinas y las prácticas de la Iglesia Católica. Durante mis primeros siete años de ministerio en Goa, me encargué de labores sociopastorales en la capilla de Santo Tomás, en Panaji, la capital de Goa. Al mismo tiempo tenía un puesto civil con una misión doble en el anterior Instituto Politécnico del gobierno portugués: profesor y director del campus del instituto.
En 1962 me enviaron a la Universidad de Salamanca (España), donde obtuve una licenciatura en Filosofía del Derecho y Derecho canónico. Durante mi preparación jurídica, algunas de las materias que estudié, en especial Derecho romano e Historia del Derecho canónico, despertaron en mí el deseo de investigar cómo había evolucionado la constitución de la Iglesia Católica hasta llegar al punto de identificar al Papa como sucesor de Pedro con “primacía jurisdiccional sobre la Iglesia”.
Me alegró saber que se proyectaba que cursara estudios de doctorado teológico en Roma (Italia), donde tendría la oportunidad de aprender más sobre la jerarquía de la Iglesia. Me trasladé a Roma en el verano de 1965.
En aquella época, el concilio ecuménico Vaticano II había llegado a su punto culminante. Mientras proseguía mis estudios teológicos, tuve conversaciones interesantes con varios teólogos y “Padres del Concilio” que se oponían a los ultraconservadores. El Papa era a la sazón Pablo VI, con quien mantuve reuniones personales debido a mi condición de vicepresidente de la Asociación de Sacerdotes de la India en Roma.
Primeros conflictos y dudas
Durante aquel período de contactos, estudios e investigación para mi tesis doctoral, tuve la oportunidad de profundizar más en la historia y el desarrollo de la estructura básica de la Iglesia Católica.a A diferencia de la opinión de los sectores conservadores del Concilio, acostumbrados al modelo de monarquía absoluta de Pío XII (1939-1958), los liberales al fin consiguieron la aprobación del Concilio para su constitución dogmática (título en latín: Lumen Gentium, Luz de los pueblos). Entre otros asuntos, en el capítulo 3 se trataba sobre el derecho de los obispos a participar como cuerpo en la suprema y plena potestad del Papa sobre la Iglesia. Esta doctrina estaba muy enraizada en la tradición, pero los conservadores la consideraban herética y revolucionaria.
Sin embargo, descubrí que ambos puntos de vista eran inaceptables, ya que no se fundamentaban en la verdad del Evangelio. Constituían una deformación de Mateo 16:18, 19, y daban pie a todas las doctrinas y dogmas de la Iglesia, pasados o futuros, que carecen de apoyo bíblico.b Observé que las palabras griegas pé·tra (femenino) —que significa “masa rocosa”— y pé·tros (masculino) —que significa “trozo de roca”— no fueron empleadas por Jesús como sinónimos. Además, si a Pedro se le hubiera dado la primacía como masa de roca, o piedra angular, no habría surgido después disputa alguna entre los apóstoles sobre quién era el mayor entre ellos. (Compárese con Marcos 9:33-35; Lucas 22:24-26.) Tampoco se hubiese atrevido Pablo a reprender en público a Pedro por no estar “andando rectamente conforme a la verdad de las buenas nuevas”. (Gálatas 2:11-14.) Llegué a la conclusión de que todos los seguidores de Cristo ungidos por espíritu santo son también piedras de fundamento, y que Jesús es su piedra angular principal. (1 Corintios 10:4; Efesios 2:19-22; Revelación 21:2, 9-14.)
Cuanto más aumentaba mi nivel académico y pastoral y más contrastaba mis ideas, más se distanciaban mi mente y corazón de los diferentes dogmas de la Iglesia Católica, sobre todo de los relacionados con la ordenación sacerdotal en el contexto del “Santo Sacrificio de la misa” y “el bendito sacramento de la Eucaristía”, llamado transubstanciación.
En el lenguaje católico, “el Santo Sacrificio de la misa” constituye una conmemoración perpetua y una renovación incruenta del sacrificio de Jesús en la “cruz”. Sin embargo, las Escrituras Griegas Cristianas en general y la carta de Pablo a los Hebreos en particular, eran lo suficientemente claras como para que entendiese que el sacrificio de Jesús había sido perfecto. Su obra era completa. No requería ni admitía añadiduras, repeticiones o mejoras. El sacrificio se ofreció “una vez para siempre”. (Hebreos 7:27, 28.)
Continúa mi búsqueda de la verdad
A fin de probarme a mí mismo, seguí trabajando para varias diócesis y archidiócesis de Europa occidental, para la archidiócesis de Nueva York y para la diócesis de Fairbanks (Alaska). Fue una dolorosa prueba de nueve años en busca de la verdad. Me dedicaba principalmente a asuntos administrativos, de jurisprudencia eclesiástica y de práctica judicial. Evité al máximo los ritos y las ceremonias litúrgicas. Mi mayor prueba era oficiar la misa diaria. Suponía un conflicto serio de sentimientos y emociones, porque no creía en la repetición incruenta del sacrificio de Jesucristo, ni en la transubstanciación ni en que fuera necesario un sacerdocio sagrado terrestre para efectuar de forma válida y lícita la “magia” de la transubstanciación.
Durante el Concilio Vaticano II, hubo un acalorado debate sobre esta “magia”. Los liberales, encabezados por la jerarquía católica holandesa, solo apoyaban la “transignificación”, es decir, que el pan y el vino solo significan o representan el cuerpo y la sangre de Cristo. Por otra parte, los ultraconservadores, a cuyo frente estaba la jerarquía católica italiana, defendían de forma inquebrantable la “transubstanciación”, o el cambio de las sustancias del pan y el vino a la sustancia verdadera y real del cuerpo y la sangre de Cristo mediante “las palabras de consagración” expresadas durante la misa. Por eso se llegó a decir: ‘En Holanda cambia todo, excepto el pan y el vino; en Italia nada cambia, excepto el pan y el vino’.
Me separo de la Iglesia
En vista de esta representación errónea de Cristo y su evangelio, me decepcionó y frustró mucho que mi meta de glorificar a Dios y salvar almas se viese socavada por doctrinas falsas. Por eso, en julio de 1974 finalmente decidí abandonar el ministerio activo y solicitar una excedencia ilimitada. Me resultaba ilógico e inaceptable solicitar que se me dispensara de los votos de un sacerdocio que carecía de fundamento bíblico. En consecuencia, desde julio de 1974 hasta diciembre de 1984 permanecí aislado. No me relacioné con ninguna otra religión de la cristiandad porque no compartían mis conclusiones contrarias a la Trinidad, la inmortalidad del alma, el concepto de que todos los justos obtienen vida eterna en el cielo y el interminable castigo eterno en un infierno de fuego. Consideraba que estas doctrinas eran producto del paganismo.
Paz interna y felicidad
Mi aislamiento religioso finalizó en diciembre de 1984. Como era director de un departamento de crédito y cuentas por cobrar de una firma de Anchorage (Alaska), tuve que comentar varias facturas con una cliente, Barbara Lerma. Me dijo que debía asistir a un “estudio bíblico” y por tal razón tenía prisa. La expresión “estudio bíblico” atrajo mi atención, y le hice algunas preguntas bíblicas. Rápida y eficazmente, me dio respuestas basadas en las Escrituras que eran bastante compatibles con mis conclusiones doctrinales. Cuando vio que tenía más preguntas, Barbara me puso en contacto con Gerald Ronco, que trabajaba en la sucursal de los testigos de Jehová de Alaska.
Las conversaciones edificantes que mantuvimos me produjeron paz interna y felicidad. Eran las personas que yo había estado buscando: el pueblo de Dios. Oré a Dios pidiendo su guía, y a su debido tiempo me uní a los testigos de Jehová como predicador no bautizado de las buenas nuevas. Me sorprendió muchísimo saber que la sede central de la organización estaba en Brooklyn (Nueva York), a pocos kilómetros de la iglesia de la Sagrada Familia de Manhattan, donde yo había servido (durante 1969, 1971 y 1974) de pastor adjunto de la Iglesia Parroquial de las Naciones Unidas.
Ayudo a mi familia a conocer la verdad
Tras seis meses de relacionarme con los testigos de Jehová en Anchorage, el 31 de julio de 1985 me trasladé a Pensilvania. Allí tuve el privilegio de compartir las buenas nuevas del Reino de Dios con mi sobrina Mylene Mendanha, que seguía sus estudios de diplomada en bioquímica en la Universidad de Scranton. Cuando ella se enteró de que estaba buscando a los Testigos, se sorprendió, pues se le había dicho erróneamente que eran una secta. Al principio no dijo nada porque me respetaba por ser su tío y un sacerdote, y porque además estimaba mucho mis logros académicos y pastorales.
Al domingo siguiente Mylene se fue a misa y yo asistí al discurso bíblico y al Estudio de La Atalaya en el Salón del Reino. Aquella misma tarde nos sentamos juntos, ella con la Biblia de Jerusalén, católica, y yo con la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras. Le mostré el nombre Yahveh en su Biblia y el equivalente, Jehová, en la Traducción del Nuevo Mundo. Le emocionó aprender que Dios tiene nombre y que quiere que le llamemos por ese nombre. También le dije que las doctrinas de la Trinidad, la transubstanciación y la inmortalidad del alma eran totalmente contrarias a las Escrituras, y le mostré los textos bíblicos pertinentes. Estaba sencillamente sorprendida.
El interés de Mylene se despertó aún más cuando le hablé sobre la esperanza de vivir para siempre en un paraíso en la Tierra. Con anterioridad le había preocupado lo que le ocurriría cuando muriera. Pensaba que no era suficientemente buena como para ir directamente al cielo ni tan mala como para condenarse al tormento del infierno ardiente. Por lo tanto, la única alternativa que podía contemplar era el purgatorio, donde tendría que esperar con paciencia las oraciones y misas para ser enviada al cielo. Sin embargo, tras enseñarle y explicarle varios textos acerca de la esperanza de vida eterna en un paraíso terrestre, se mostró muy deseosa de aprender más sobre estas maravillosas buenas nuevas. Mylene fue conmigo a las reuniones en el Salón del Reino, y comenzamos un estudio bíblico formal con Testigos de la localidad. Poco después hicimos nuestra dedicación a Jehová Dios, y nos bautizamos el 31 de mayo de 1986.
Mi familia, en especial mi hermano mayor, Orlando, se molestó al enterarse de que había abandonado el sacerdocio. Consultó con mi hermana mayor, Myra Lobo Mendanha, que lo calmó diciendo: “No nos preocupemos por esto, pues Alinio no abandonaría sus cuarenta y tres años de duro trabajo sin una buena razón”. En septiembre de 1987, Myra y su familia fueron a vivir a Wisconsin (E.U.A.), donde yo residía. No fue difícil hacerles ver la naturaleza no bíblica de muchas de las doctrinas y prácticas católicas. Estaban ansiosos de aprender la verdad bíblica. Inmediatamente Mylene y yo comenzamos un estudio bíblico con ellos. Cuando se trasladaron a Orlando (Florida), continuaron con el estudio.
La paz y felicidad de que todos disfrutábamos nos hicieron compartir las buenas nuevas del Reino de Jehová con mi hermana mayor, Jessie Lobo, que vive en Toronto (Canadá). Ya le habían dado testimonio en 1983. Sin embargo, como tenía un hermano sacerdote, pensaba que nada podría hacerle cambiar su fe. Cuatro años después de aquella primera conversación con los testigos de Jehová, cuando se enteró de que yo me había hecho testigo de Jehová y de que Myra y su familia eran predicadores de las buenas nuevas, se puso en contacto con un Testigo, que de inmediato dispuso que se celebrara un estudio bíblico. Jessie se bautizó el 14 de abril de 1990. Myra, mi cuñado Oswald y mi sobrina Glynis se bautizaron el 2 de febrero de 1991. Se sienten muy felices de servir a Jehová, el Altísimo.
No hay duda de que los tradicionalistas conservadores y los progresistas liberales de la Iglesia Católica son personas inteligentes. Creen que están haciendo la voluntad de Dios. Sin embargo, no se debe pasar por alto el hecho de que “el dios de este sistema de cosas ha cegado las mentes de los incrédulos, para que no pase a ellos la iluminación de las gloriosas buenas nuevas acerca del Cristo, que es la imagen de Dios”. (2 Corintios 4:4.) Queda claro, entonces, que la sabiduría de este sistema de cosas es necedad para Dios. (1 Corintios 3:18, 19.) ¡Qué agradecido y feliz me siento de que Jehová haga “sabio al inexperto” mediante el conocimiento exacto de su palabra! (Salmo 19:7.)
Mis diecinueve años de servicio como sacerdote católico ya son historia. Ahora soy testigo de Jehová, y deseo caminar en las sendas de Jehová y seguir a su hijo, Jesucristo, nuestro Rey y Salvador. Me gustaría ayudar a otros a conocer a Jehová para que puedan también ser merecedores del premio de la vida eterna en un paraíso terrestre, para la gloria del Dios verdadero, Jehová.—Relatado por Alinio de Santa Rita Lobo.
[Notas a pie de página]
a Cuando dejé Salamanca, aún estaba investigando para la preparación de mi tesis sobre Derecho canónico, que presenté en 1968.
b Este texto dice en parte, según la Nueva Biblia Española: “Ahora te digo yo: Tú eres Piedra, y sobre esta roca voy a edificar mi Iglesia, y el poder de la muerte no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de Dios; así, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”. (Véase el recuadro de la página 23.)
[Fotografía en la página 24]
Alinio de Santa Rita Lobo, hoy testigo de Jehová
[Recuadro en la página 23]
Las llaves del Reino
En cuanto a las “llaves del reino de los cielos”, su significado queda claro cuando se examina la reprensión que Jesús dirigió a los líderes religiosos: “Quitaron la llave del conocimiento; ustedes mismos no entraron, y a los que estaban entrando los estorbaron”. (Lucas 11:52.) Mateo 23:13 aclara que este ‘entrar’ se refiere a la entrada en “el reino de los cielos”.
Las llaves que Jesús prometió a Pedro representaban una labor educativa singular que abriría oportunidades especiales para que las personas entraran en el reino celestial. Pedro utilizó este privilegio en tres ocasiones: para ayudar a los judíos, a los samaritanos y a los gentiles. (Hechos 2:1-41; 8:14-17; 10:1-48; 15:7-9.)
El objetivo de la promesa no fue que Pedro le indicara al cielo lo que debería atar o desatar, sino que él fuera usado como el instrumento celestial designado para llevar a cabo esas tres asignaciones específicas. Este es un hecho incontrovertible, pues Jesús continuó siendo el verdadero cabeza de la congregación. (Compárese con 1 Corintios 11:3; Efesios 4:15, 16; 5:23; Colosenses 2:8-10; Hebreos 8:6-13.)