¿Es el obrero digno de su salario?
MÍRELOS. Parece que subsisten a duras penas; normalmente habitan en viviendas míseras y muchas veces tienen solo lo imprescindible, aunque muchos de ellos viven y crían a sus familias en una nación próspera. Se trata de los trabajadores itinerantes, un colectivo que tan solo en Estados Unidos consta de 5.000.000 de personas que recolectan frutas y hortalizas para algunas de las empresas más grandes del país.
Fíjese en su cuerpo dolorido y lleno de cicatrices mientras trabajan bajo el calor sofocante. Observe cómo tratan de enderezar la espalda tras pasar largas horas encorvados recogiendo hortalizas que adornarán los estantes y recipientes de tiendas y supermercados distantes. Estarán allí de sol a sol, seis y hasta siete días a la semana. Observe a los niños trabajando junto a sus padres y muchas veces también junto a sus envejecidos abuelos. A muchos de ellos se les saca de la escuela antes de tiempo porque sus padres han de trasladarse de un lugar a otro, siguiendo el ciclo de las cosechas. Y todo esto solo para subsistir a duras penas.
¿Le molesta el constante ruido de esa avioneta en vuelo rasante mientras contempla el duro trabajo de los obreros en los campos? ¿Le escuecen los ojos y le pica la piel a causa de los nocivos pesticidas que pulveriza? ¿Le preocupa el efecto que pueda tener en usted a corto o largo plazo? A los obreros sí les preocupa. El pesticida está siempre en su ropa, en la nariz, en los pulmones. Han visto el daño que estas perniciosas sustancias químicas han causado a sus hijos y a sus envejecidos padres. Han visto a familiares y compañeros incapacitados en la flor de la vida por haberse intoxicado con pesticidas.
Una jovencita que acaba de entrar en la adolescencia nació con una cadera dislocada, sin el músculo pectoral derecho y con un lado de la cara paralizado. Su padre atribuye la deformidad a los pesticidas que se pulverizaban sobre los campos de fresas cuando su madre estaba embarazada. En Estados Unidos, los informes indican que tan solo el contacto con los pesticidas afecta anualmente a 300.000 trabajadores itinerantes, y que el índice de incapacidad de estos es cinco veces superior al de los trabajadores de cualquier otro ramo.
Si no se le rompe el corazón tan solo al verlos trabajar de esa manera en los campos o al contemplar sus miserables condiciones de vida, escuche lo que dicen. “Este trabajo te deja muerta de cansancio —suspira una madre de siete hijos tras una larga y dura jornada en el campo—. Probablemente lo único que haré será lavarme y acostarme. Esta mañana me levanté después de las cuatro y no tuve tiempo de preparar la comida, así que no he comido nada. Pero ahora estoy demasiado agotada para comer.” Tiene las manos llenas de ampollas. Sostener un tenedor o una cuchara le haría doloroso alimentarse.
“[Nuestros hijos] nos ayudan algunas veces los fines de semana —dijo otra madre—, y saben lo que significa trabajar en los campos. Ellos no quieren ganarse la vida así. [...] Todavía tengo astillas en las manos de recoger naranjas el invierno pasado.” Su marido añadió: “Trabajamos de sol a sol seis días a la semana. [...] Probablemente seguiremos haciendo lo mismo el resto de nuestra vida. ¿Qué otra cosa podemos hacer?”. El salario conjunto de este matrimonio apenas alcanza los 10.000 dólares al año, lo que significa que se encuentran en el umbral de pobreza fijado por Estados Unidos.
Los trabajadores no se atreven a quejarse por temor a perder su trabajo. “Si te quejas —dijo uno de ellos—, ya no te vuelven a llamar.” Muchos de los trabajadores itinerantes son esposos y padres que han tenido que dejar atrás a sus familias para seguir las cosechas, pues las viviendas, por lo general barracones construidos con bloques de escoria con cabida hasta para 300 trabajadores, están demasiado sucias y son demasiado estrechas como para alojar a otros miembros de su familia. “Me encantaría vivir con [mi familia] todo el año —dijo cierto padre—, pero no tengo más remedio que hacer esto.” “Ya no podemos estar peor —comentó otro—, así que la situación tendrá que mejorar.” Para empeorar aún más las cosas, muchas de estas personas también se encuentran en el punto más bajo de la escala salarial. Para algunos, 10.000 dólares al año para una familia de trabajadores parece inalcanzable, una paga que no pueden conseguir. “Los cultivadores pueden pagar salarios tercermundistas y simplemente despedir a cualquier trabajador que no haga exactamente lo que se le diga”, informó la revista People Weekly. “El obrero es digno de su salario”, dijo Jesús. (Lucas 10:7.) Pero es posible que los trabajadores itinerantes se pregunten cuándo se les aplicará ese principio.
Los maestros de nuestros hijos
Piense ahora en las personas que se dedican a enseñar a niños y adultos a leer y escribir, así como ortografía, aritmética, ciencia elemental y conducta en el lugar de trabajo, es decir, los componentes de una educación básica. En los centros de enseñanza superior, los educadores imparten derecho, medicina, química, ingeniería y alta tecnología, campos que copan los puestos de trabajo más lucrativos en esta era del espacio y la informática. Debido a la enorme importancia de la enseñanza, ¿no deberían estos educadores ser dignos de un rango salarial que guarde proporción con el inestimable servicio que rinden? Cuando se les compara con personas que perciben salarios desproporcionadamente altos en relación con su trabajo, parece que la sociedad valora en poco la profesión docente.
En las postrimerías de este siglo XX, la enseñanza se ha convertido en una ocupación muy arriesgada en algunos lugares, no solo en los centros de enseñanza secundaria, sino también en las escuelas elementales. En algunas ciudades se dice a los maestros que entren en las aulas y zonas de recreo con palos para defenderse de los niños ingobernables. Escolares de todas las edades llevan pistolas y cuchillos encima o en los recipientes para la comida.
Tanto los maestros como las maestras han sido objeto de agresiones físicas por parte de sus alumnos. En los centros de enseñanza secundaria de Estados Unidos, más de cuarenta y siete mil profesores y dos millones y medio de estudiantes han sido víctimas de actos delictivos en los últimos años. “El problema existe en todas partes —publicó la revista NEA Today, dirigida al personal docente—, pero la situación es peor en las zonas urbanas, donde el profesor tiene todos los años una posibilidad entre cincuenta de ser atacado en la escuela.” El consumo de drogas y de alcohol es tan común en las escuelas que los profesores se sienten cada vez más frustrados.
Para hacérselo aún más difícil, en algunos lugares se espera que los profesores continúen ampliando sus conocimientos a lo largo de su carrera, que utilicen sus vacaciones para seguir cursos superiores o para asistir a congresos o seminarios relacionados con su especialidad. Sin embargo, ¿le sorprendería saber que en algunas ciudades importantes de Estados Unidos, los conserjes de las escuelas —personas que tienen a su cargo la limpieza y el mantenimiento— pueden ganar hasta 20.000 dólares más que los profesores?
El sueldo de un profesor varía de un país a otro, de un estado a otro y de un distrito a otro. En algunos países su escala salarial es la más baja. Hasta en las naciones más prósperas, los datos indican que los salarios de los educadores no son equitativos en vista de la carga que descansa sobre ellos.
En el periódico The New York Times se publicaron las siguientes palabras de un crítico de la escala salarial de profesores y educadores: “En Estados Unidos, las profesiones vocacionales, como la enseñanza [...], siempre han estado muy mal recompensadas o remuneradas. El público siempre ha pensado: ‘Bueno, eso es lo suyo, es lo que les gusta hacer’. No creo que eso sea muy justo ni muy inteligente”. Considere, por ejemplo, esta noticia de The New York Times: “El incremento salarial del profesorado universitario en el curso académico de 1991-1992 fue el más bajo de los últimos veinte años”: un promedio del 3,5%. “Si a este 3,5% de incremento salarial se le quita la tasa de inflación —dijo una investigadora—, los salarios solo aumentaron en un minúsculo 0,4%.” Cada vez preocupa más que debido a los bajos salarios que se pagan a estos educadores responsables, muchos se ven obligados a abandonar su profesión por un trabajo mejor remunerado.
Y luego está el mundo de los deportes
En el otro extremo, un ejemplo de salarios desproporcionados lo encontramos en el mundo de los deportes. ¿Cómo verán el exorbitante sueldo neto de las grandes figuras del deporte los trabajadores itinerantes que viven en el umbral de la pobreza y los educadores que reciben sueldos tan injustos?
¿Y cómo lo verán el policía de término medio que hace su ronda o el bombero que vive pendiente de las alarmas de incendio, personas que arriesgan su vida todos los días en su trabajo? ¿Les parecerán bien los exorbitantes salarios que reciben los deportistas profesionales por el hecho de ser celebridades? En Estados Unidos, más de setecientos agentes de policía han perdido la vida en el cumplimiento de su deber en la última década. Las muertes de bomberos también son muchas. Sin embargo, se reconoce generalmente que estos profesionales tan preparados están muy mal pagados. ¿No se preguntarán ellos qué valor otorga la sociedad a su trabajo y a su vida?
Analicemos, por ejemplo, el béisbol, una de las principales atracciones para los aficionados al deporte de Estados Unidos, Canadá y Japón. En Estados Unidos las ganancias de más de doscientos jugadores de la liga principal superan el millón de dólares al año. Al final de la temporada de béisbol de 1992, 100 jugadores firmaron contratos que les garantizaban un total de 516 millones de dólares. De estos, veintitrés firmaron contratos valorados en más de tres millones de dólares al año. Eclipsan estos apabullantes salarios de los jugadores menos conocidos los contratos de las grandes figuras, que firmaron por más de 43 millones de dólares en seis años y por 36 millones de dólares en cinco años. Los salarios aumentan todos los años y se establecen nuevos récords de los jugadores mejor pagados de la historia del béisbol. El fútbol americano también ha visto subir los salarios de los jugadores a una media de 500.000 dólares cada uno.
Estas retribuciones tan elevadas hacen surgir una pregunta: ¿puede imaginarse el lector medio lo que significaría cobrar un sueldo semanal de 62.500 dólares? “Pues eso es precisamente lo que hacen durante las dieciséis semanas de la temporada todos los quarterbacks de la Liga Nacional de Fútbol que tienen sueldos de millones de dólares anuales —según The New York Times—. Y ¿qué puede decirse de un jugador de béisbol cotizado en dos millones de dólares que recibe un sueldo de 75.000 dólares cada dos semanas? Después de pagar sus impuestos, le quedan 50.000 dólares para salir de apuros hasta mitad de mes.” Esto no incluye el dinero que cobra por patrocinar productos comerciales, escribir su nombre en pelotas de béisbol, firmar autógrafos para sus hinchas y comparecer en público, lo que en total puede ascender a millones de dólares. De nuevo, ¿qué va a pensar el maestro mal pagado cuando ve que gana menos en un año de lo que un deportista puede ganar por un solo partido?
Los jugadores profesionales de golf, tenis, baloncesto y hockey también están ganando grandes cantidades de dinero gracias a la influencia de la televisión. Las grandes figuras de estos deportes tienen ingresos de millones de dólares. Un famoso jugador de hockey firma un contrato valorado en 42 millones de dólares por seis años. Otro recibe 22 millones de dólares por cinco años, una media de 4,4 millones por temporada, aunque no llegue a calzarse los patines para su equipo por alguna lesión o enfermedad.
Dos de los mejores jugadores de tenis del mundo en categoría masculina y femenina disputaron un partido, anunciado como la “Batalla de los sexos”, con un premio de 500.000 dólares para el ganador. Aunque ganó el hombre, se dice que ambos recibieron “sustanciosos honorarios por el mero hecho de haber participado, y aunque no se hicieron públicos, se calcula que tales honorarios oscilaron entre los 200.000 y los 500.000 dólares cada uno”.
En países como España, Gran Bretaña, Italia y Japón, por mencionar algunos, los sueldos de los deportistas profesionales se han puesto por las nubes. Reciben sumas inauditas que se elevan al equivalente de millones de dólares. Ello impulsó a un famoso tenista profesional a calificar de “escandalosos” los salarios de la década de los noventa.
Sin embargo, no se quiere decir con esto que los deportistas profesionales tengan la culpa de percibir retribuciones tan elevadas. Es la comisión técnica del club la que pone precio al talento. Los jugadores simplemente aceptan lo que se les ofrece. Al fin y al cabo, son ellos los que atraen a los aficionados para que apoyen a los equipos. Por ejemplo, en la temporada de béisbol y de fútbol de 1992, muchos estadios se llenaron con una cantidad de público sin precedente. El precio de las entradas y los derechos de emisión de los partidos constituyen otra fuente de ingresos para los clubes. Por consiguiente, hay quienes razonan que los jugadores simplemente están recibiendo lo que es justo.
Los exorbitantes sueldos pagados por lanzar una pelota por encima de una red, introducirla en un pequeño hoyo o enviarla a la parte exterior del campo de juego, a diferencia del ínfimo salario de los trabajadores itinerantes que trabajan muchísimo durante largas horas bajo el ardiente sol para cosechar nuestra comida, es un lamentable ejemplo del sentido de valores que existe en una sociedad próspera.
Veamos el caso de otro profesional famoso que contrasta con lo visto en los deportes. Con un presupuesto inferior a los dos millones de dólares para sus investigaciones sobre una vacuna contra la poliomielitis, el científico estadounidense Jonas Salk y su equipo de investigadores trabajaron muchas horas en un laboratorio preparando diferentes fórmulas de vacunas y haciendo prueba tras prueba. En 1953 Salk anunció la creación de una vacuna experimental. Él, su esposa y sus tres hijos fueron de los primeros en ser vacunados con ella. Se comprobó que la vacuna era inocua y eficaz. Hoy día, la poliomielitis ha sido prácticamente erradicada.
Salk recibió muchos honores por su sobresaliente contribución a la prevención de esta enfermedad mortífera e invalidante. Pero rehusó aceptar recompensa económica alguna. Regresó a su laboratorio para mejorar su vacuna. Obviamente, su verdadera recompensa no estribaba en el dinero, sino en la satisfacción de ver a niños y padres librados del temor a esta grave enfermedad.
Finalmente, piense en que alguien le enseñe sobre la posibilidad de vivir para siempre en una Tierra paradisíaca, donde el malestar, la enfermedad y el sufrimiento hayan sido abolidos para siempre. Imagínese los ingentes salarios que los maestros de tales buenas nuevas podrían razonablemente cobrar. Pues ese tipo de educadores existe, y su enseñanza es gratuita. No reciben ninguna remuneración económica. Cuando Jesús dijo que “el obrero es digno de su salario”, no hablaba de pagar ningún sueldo a los maestros de las buenas nuevas. (Lucas 10:7.) Él dijo que tendrían las necesidades cubiertas. Y también les indicó: “Recibieron gratis; den gratis”. (Mateo 10:8.) ¿Cuál será su recompensa? Pues exactamente la que prometió Jesús, el hombre más grande de todos los tiempos: vida eterna en una Tierra limpia y paradisíaca. Ningún salario, por millonario que sea, puede igualar esa perspectiva.
[Fotografía en la página 7]
Trabajadores itinerantes cosechando ajo en Gilroy (California)
[Reconocimiento]
Camerique/H. Armstrong Roberts
[Fotografía en la página 8]
¿No debería destacarse a los profesores como profesionales dignos de su salario?
[Fotografía en la página 10]
En Estados Unidos, las ganancias de más de doscientos jugadores de la liga principal superan el millón de dólares al año
[Reconocimiento]
Focus on Sports
[Recuadro en la página 9]
El dinero, la fama o las drogas
El aliciente de ser famoso y ganar millones en el deporte profesional ha impulsado a muchos jóvenes a recurrir a los esteroides anabolizantes para incrementar el volumen corporal y la masa muscular en un plazo mucho más breve de lo normal. El Dr. William N. Taylor, miembro del Programa Olímpico de Control de Dopaje de Estados Unidos, advirtió que el uso de estas drogas ha alcanzado “proporciones epidémicas”. Se calcula que solo en Estados Unidos unos doscientos cincuenta mil adolescentes utilizan esteroides.
“La presión para que tomes esteroides en la universidad es increíble —dijo un futbolista profesional—. Los deportistas no piensan en las secuelas que pueden aparecer de aquí a veinte años si los toman. Ni siquiera piensan en lo que pasará dentro de veinte días, especialmente cuando están en la categoría universitaria. La mentalidad del deportista, en particular del joven, es: ‘Haré lo que haga falta para conseguirlo’.”
“Si quiero jugar —dijo cierto aspirante a futbolista profesional—, tengo que tomarlos. [...] Hay mucha competencia en la sección de pesas del gimnasio. Quieres ser más corpulento y más fuerte cada año; ves que los otros chicos lo están consiguiendo y tú no quieres ser menos. Esa mentalidad se apodera de ti.” Sin embargo, aunque pensaba así, este deportista llegó a ser lo que se había propuesto, futbolista profesional, sin la ayuda de esteroides. Él cree que los esteroides son “más peligrosos para el deporte que la droga de la calle”.
Sobre este tema han escrito mucho no solo médicos, sino también personas que han sufrido los efectos terriblemente perjudiciales de los esteroides y otras drogas que aumentan el rendimiento muscular. El efecto más grave ha sido la muerte.