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  • Mi servicio a Jehová en tiempo favorable y en tiempo dificultoso

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  • Mi servicio a Jehová en tiempo favorable y en tiempo dificultoso
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1990
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1990
w90 1/6 págs. 21-25

Mi servicio a Jehová en tiempo favorable y en tiempo dificultoso

Según lo relató Hal Bentley

SE HABÍAN hecho los preparativos para una asamblea de circuito de los testigos de Jehová en una aldehuela de Niasalandia (ahora Malaui). El superintendente de circuito y el de distrito efectuaban la inspección final de la plataforma de paja y bambú y las chozas de paja que habían de servir de alojamiento. De repente los rodeó una chusma que había estado oculta en la maleza cercana. La chusma incendió las chozas y la plataforma y empujó a ambos hermanos hasta las casas donde se hospedaban.

La esposa del superintendente de distrito, Joyce Bentley, salió corriendo para ver qué pasaba. A ella también la empujaron adelante. El líder de la chusma gritó que el mzungu (hombre blanco) tenía que irse inmediatamente. Sin permitirnos traer con nosotros nuestras pertenencias, nos obligaron a entrar en nuestro “Land-Rover” (vehículo con tracción en las cuatro ruedas). Rodearon el vehículo hombres, mujeres y niños que gritaban “Pitani mzungu” (¡Lárguese, hombre blanco!) y “Kwacha” (Libertad). Pensando que iban a volcar nuestro medio de transportación, oramos en silencio a Jehová. Pero el grupo se fue dispersando gradualmente, y nosotros pasamos entonces al cuartel de policía más cercano, en Mzimba, a unos 50 kilómetros (30 millas) de distancia.

Más tarde regresamos, acompañados de un solo agente de la policía. Fue el único que pudo venir, porque había dificultades en otros lugares. Cuando llegamos al lugar donde nos acosó la chusma, vimos que la bandera del Partido del Congreso de Malaui había sido izada afuera y en la pared de barro se habían inscrito las letras M.C.P. (siglas en inglés para Partido del Congreso de Malaui). Pero después que el agente de la policía habló con la gente, aquellas personas permitieron que nos lleváramos nuestras pertenencias.

También hallamos al superintendente de circuito, Rightwell Moses, y a su esposa. Ella se había escondido en la maleza al aparecer la chusma. Pero a Rightwell casi lo ahogaron en un río cercano. La chusma también se había llevado todo el alimento que se había de usar en la asamblea. Después se había obligado a los hermanos a marchar por varios kilómetros en una dirección y a las hermanas y los niños en la dirección opuesta, hasta que la chusma se cansó y los dejó.

Ese fue uno de los muchos incidentes que culminaron en la proscripción de la obra en Malaui, algo que llevó a una violenta persecución de los testigos de Jehová que incluyó muertes, golpeaduras crueles, violación de mujeres y encarcelamiento.

¿Por qué estábamos en Malaui?

Yo nací en la ciudad de Leeds, en Yorkshire, Inglaterra, el 28 de junio de 1916; era el menor de cinco hijos. Nuestra familia no era religiosa, y no asistíamos a ninguna iglesia.

Para cuando estalló la II Guerra Mundial en 1939 mis padres habían muerto. En junio de 1940, a los 24 años de edad, me alisté en el ejército, y por los siguientes cinco años serví en diversas unidades mecanizadas. Durante aquel tiempo, mientras servía en nidos de ametralladoras en la costa nordeste de Inglaterra, contemplaba el cielo estrellado, y muchas veces pensaba en Dios y me preguntaba por qué permitía tanta violencia, derramamiento de sangre y sufrimiento entre la humanidad el Hacedor de aquella impresionante hermosura. No fue sino hasta después que me licencié del ejército cuando hallé la respuesta a las muchas preguntas que me habían tenido perplejo por mucho tiempo.

Una noche fría del invierno del mismo año alguien tocó a mi puerta. Era un hombre de edad avanzada que empezó a hablarme de la Biblia. Aquello llevó a un estudio bíblico y, poco después, a mi bautismo en abril de 1946. En 1949 abandoné mi empleo y me hice ministro precursor de los testigos de Jehová.

Después serví por más de tres años en el Betel de Londres, y en 1953, por invitación, asistí a la clase número 23 de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower en South Lansing, Nueva York, y recibí entrenamiento misional. Al debido tiempo fui enviado como misionero al país que entonces se llamaba Niasalandia. Después fui asignado a servir como superintendente de distrito. Joven y soltero, por cinco años viajé por todo aquel hermoso país. Me encariñé con la gente local, pues era gente muy alegre y hospitalaria a pesar de que, en cuanto a posesiones materiales, la mayoría tenía poco más que su terreno para sembrar maíz, unas cuantas gallinas y cabras o cerdos. Algunos hombres eran pescadores experimentados. Yo acostumbraba alojarme con ellos en sus viviendas de barro y palos, e íbamos juntos a predicar de aldea en aldea. También disfrutaba de su compañerismo en las asambleas al aire libre, en las que se sentaban con sus familias y escuchaban atentamente a los oradores, ¡aunque estuviera lloviendo a cántaros!

Cuando me alojaba en una aldea, todos —jóvenes y ancianos— venían y me saludaban personalmente, con las palabras: “Moni, muli bwanji?”. (Hola, ¿cómo está?) Hasta cuando iba de aldea en aldea la gente que trabajaba en el campo dejaba de azadonar para saludarme desde lejos con un grito.

Cada congregación que visitaba junto con el superintendente de circuito hacía una casa especialmente para mí. A veces la construían firmemente con ramas o palos y un techo de paja, lo cual yo apreciaba muchísimo. ¡Pero descubrí que toma algún tiempo el que un techo de paja nuevo se haga impermeable!

En cierta ocasión los hermanos me hicieron toda la casa de espesa espadaña. Tenía tres paredes, y mi vehículo servía de cuarta pared. Esto sucedió en el valle del río Shire, donde hace calor todo el año y los mosquitos tienen turnos de trabajo, por decirlo así, ¡y no dejan descansar a uno ni de día ni de noche! Era imposible estar sin mosquitero y sin algún repelente contra los mosquitos.

Consigo una compañera de toda la vida

En 1960 me casé con Joyce Shaw, quien había sido misionera en Ecuador. Sí; después que hube disfrutado del don de la soltería por algunos años, se me bendijo con otro don, el del matrimonio, y después de 30 años todavía lo aprecio profundamente. Joyce y yo hemos sido bendecidos con muchas experiencias emocionantes.

En cierta ocasión los hermanos tendieron un puente de ramas y hierba sobre un río. Lo hicieron para que yo visitara una aldea donde la gente quería ver la película de la Sociedad “La Sociedad del Nuevo Mundo en Acción”. Pero el remolque se encajó en una de las ramas del puente. Sin darse por vencidos, los hermanos desengancharon el remolque para que yo pudiera cruzar el puente, y luego se las arreglaron para cruzar el puente con el remolque. Mostramos la película sin dificultad alguna.

Algunos ríos eran demasiado anchos para construir puentes sobre ellos. Por eso, los hermanos sacaban todo de nuestro vehículo —generador portátil, proyector, películas, cama— y vadeaban el río, mientras un hermano me llevaba cargado sobre sus fuertes hombros. Dos hermanas cargaban a Joyce. Algunos ríos eran demasiado profundos. Para cruzarlos usábamos una balsa que consistía en una plataforma de tablones fuertes colocada sobre ocho o diez bidones. Entonces dos hombres halaban la balsa mediante una soga hasta el otro lado del río.

Los hermanos de Malaui eran muy serviciales y bondadosos, y nos trataban con profundo respeto. La gente de cierto lugar nos amenazó con quemar la casa donde nos alojábamos, de modo que los hermanos vigilaron la casa toda la noche para protegernos. Aun antes de la proscripción de la obra de los testigos de Jehová en 1967 hubo situaciones peligrosas, entre ellas la mencionada al principio de este artículo. Muchos hermanos y hermanas de Malaui hubieran dado su vida por nosotros.

En cierta ocasión prediqué de casa en casa con un hermano que tenía parte de la frente muy hinchada. Había recibido terribles golpes unos días antes. En cierta casa que visitamos, él dio un excelente testimonio, en calma, al amo de casa. Al partir, me dijo: “¡Ese fue el hombre que me golpeó!”. Recordé las palabras de Pablo: “No devuelvan mal por mal a nadie [...] Sigue venciendo el mal con el bien”. (Romanos 12:17-21.)

Ensanchamos nuestro servicio

Aunque vivíamos en Malaui, Joyce y yo íbamos con frecuencia a Mozambique. El que Joyce hubiera aprendido español mientras servía en Ecuador fue útil, pues los portugueses podían entenderla. Con el tiempo ambos pudimos conversar en portugués. Nuestra siguiente asignación fue Zimbabue, pero seguimos visitando Mozambique. La Iglesia Católica se oponía tenazmente a la obra de predicar y causaba dificultades. Pero por los siguientes diez años experimentamos en muchas ocasiones la ayuda y protección amorosa de Jehová a medida que buscábamos a las personas mansas como ovejas.

Durante uno de nuestros viajes a Mozambique, en un lugar al norte del puerto de Beira visitamos a una señora que se interesaba en el mensaje bíblico. Su hermana, que vive en Portugal, le había escrito acerca de las magníficas cosas que había aprendido al estudiar con los testigos de Jehová. La señora las había examinado en su Biblia y hasta había empezado a compartirlas con sus vecinos. Sin embargo, solo teníamos la dirección del garaje donde trabajaba su esposo.

Al acercarnos a la entrada del garaje, alguien preguntó si podía ayudarnos. Preguntamos por el esposo de la señora. Señaló a un mecánico que estaba trabajando en uno de los autos, y entonces se apresuró a irse. Saludamos al mecánico y le dijimos que queríamos visitar a su esposa. Él estaba muy nervioso. Mientras nos dirigíamos hacia su hogar, nos explicó que el hombre que nos había hablado en la entrada del garaje había ido a informar al jefe de la P.I.D.E. (policía secreta) que estábamos allí. ¡Habíamos caído en una trampa! También nos dijo que su esposa, porque predicaba, había estado bajo vigilancia policíaca por algún tiempo y que la policía había interceptado la carta en que le decíamos que pensábamos visitarla. Le habían quitado la Biblia, ¡pero ella, alerta, había escondido otra que tenía! ¡También habían traído al obispo católico para que tratara de convencerla de nunca más hablar de Jehová ni del Reino!

Cuando vimos a la señora interesada en la verdad, ella se conmovió tanto que abrazó a Joyce. Rogó a su esposo que permitiera que nos alojáramos con ellos, pero él rehusó, y regresó a su trabajo. Aprovechamos bien nuestra breve visita; la animamos con la Biblia y la encomiamos por su firmeza a favor de la verdad. Para no causarle más problemas nos despedimos, pero prometimos regresar cuando aquella situación mejorara. Al partir del hogar, y mientras llenábamos de gasolina el tanque en el garaje, notamos que estábamos bajo vigilancia, pero nadie nos arrestó. Fuimos a Beira y visitamos a una congregación pequeña antes de regresar a Zimbabue. Unos meses después regresamos y pudimos disfrutar de una comida con aquella señora, su esposo y su hija. Con el tiempo ella se bautizó durante un viaje a Portugal, y ahora es una celosa publicadora del Reino.

Muchas veces visitamos lugares más al norte, como Quelimane, Nampula y Nacala, un puerto pequeño. En Nacala solíamos visitar a la familia Soares. El señor Soares oyó la verdad por primera vez en Portugal. Pero cuando inmigró a Mozambique, los hermanos de Lourenço Marques (ahora Maputo), capital de Mozambique, estudiaron con él y su familia. Estaban muy agradecidos de que estuviéramos dispuestos a viajar centenares de kilómetros para visitarlos, pues vivían en un lugar aislado. Progresaron bien en la verdad. Después se mudaron a Sudáfrica, donde su hija, Manuela, sirve en Betel como traductora al portugués.

Visitamos la congregación de Lourenço Marques muchas veces. Para eso teníamos que viajar más de 1.100 kilómetros (700 millas) desde Blantyre por caminos escabrosos. En dos ocasiones nuestro vehículo nos causó problemas serios, y fuimos remolcados hasta Salisbury (ahora Harare). Con todo, fue un gran regocijo ver al grupito de Lourenço Marques aumentar hasta convertirse en una excelente congregación, a pesar de que hacían su obra bajo proscripción. Se celebraban regularmente asambleas de circuito pequeñas. Pero eso se hacía en la maleza para dar la impresión de que los hermanos solo estaban disfrutando de una comida campestre. En varias ocasiones hubo asambleas al otro lado de la frontera, en Nelspruit, Sudáfrica. Esto ayudó a los hermanos de Maputo a cultivar aprecio por la organización de Jehová y a progresar en sentido espiritual.

La congregación de Beira también se fortaleció. Debido a los trastornos políticos de Mozambique, muchos hermanos que se hallaban allí ahora están esparcidos por Portugal, Sudáfrica, Canadá, Brasil, los Estados Unidos y otros lugares. Toda la alabanza va a Jehová, quien ‘hizo crecer la semilla’. (1 Corintios 3:6, 7.) Sí; por diez años tuvimos el privilegio de ayudar a los hermanos de Mozambique bajo el régimen portugués. En retrospección, nos asombra ver cómo Jehová abrió el camino para que pudiéramos hacerlo.

En cierta ocasión, mientras visitábamos Nampula en el norte, nos arrestó un miembro de la policía secreta. Nos quitó toda la literatura, incluso las Biblias, y nos dijo que no se nos permitiría volver a Mozambique. A pesar de eso, con la ayuda de Jehová hicimos muchos viajes más a ese país. Cada vez que llegábamos a la frontera pedíamos su ayuda y dirección para que pudiéramos efectuar su voluntad y suministrar el estímulo y adiestramiento que tanto necesitaban nuestros hermanos de Mozambique.

Fuimos asignados a Botsuana en 1979. Esta región tiene un territorio extenso, de aproximadamente la mitad del tamaño de Sudáfrica. En vista de que una enorme porción de Botsuana es desierto, el Kalahari, el país tiene menos de un millón de habitantes. Aquí hemos tenido privilegios como el de construir un Salón del Reino y un hogar misional en Gaberones, la capital. También hemos tenido el privilegio de ayudar a refugiados de habla portuguesa de Angola mediante estudiar la Biblia con ellos.

Además, pudimos ayudar a dos jovencitos de Zimbabue. Parece que a los testigos de Jehová en este país vecino se les permitió enseñar las Escrituras en algunas escuelas por un arreglo especial. Esto despertó el interés de estos jóvenes. Después, cuando se trasladaron a Botsuana, nos comunicamos con ellos, y ellos pidieron que les diéramos lecciones bíblicas. Pero sus padres se opusieron a ello, de modo que los jovencitos venían a estudiar en el hogar misional. Progresaron bien y ahora son Testigos bautizados.

Al mirar en retrospección a mis 41 años de servicio de tiempo completo en ocho países, agradezco profundamente a Jehová las muchas bendiciones que he recibido. No ha sido fácil, pero ha sido un gran gozo para Joyce y para mí ayudar a muchas personas a ponerse firmemente a favor del Reino, y ver su buen progreso a pesar de las muchas dificultades y la intensa oposición. Ciertamente hemos ‘predicado la palabra, y nos hemos ocupado en ello urgentemente en tiempo favorable y en tiempo dificultoso’. Sí; el servicio de tiempo completo es una magnífica experiencia y un gran privilegio que sinceramente recomendamos a los que puedan ajustar su vida para disfrutar de él. (2 Timoteo 4:2.)

[Fotografía de Hal y Joyce Bently en la página 23]

[Ilustración en las páginas 24, 25]

Cuando los ríos eran demasiado profundos, los cruzábamos en una balsa que dos hombres halaban con una soga

[Mapa en la página 21]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

ANGOLA

ZAMBIA

MALAUI

Mzimba

Blantyre

MOZAMBIQUE

Nacala

Beira

Maputo

ZIMBABUE

Harare

NAMIBIA

BOTSUANA

Gaberones

SUDÁFRICA

Océano Índico

600 km

400 mi

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