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  • Hombres “de sentimientos semejantes a los nuestros”

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  • Hombres “de sentimientos semejantes a los nuestros”
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1998
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1998
w98 1/3 págs. 26-29

Hombres “de sentimientos semejantes a los nuestros”

ADEMÁS de rey y profeta, era un afectuoso padre. Uno de sus hijos se dejó dominar de mayor por la vanidad y el orgullo, al grado de emprender una guerra civil con la intención de eliminar a su progenitor y usurpar el trono. Pero aquel conflicto le costó la vida. Al enterarse del fallecimiento, su padre se retiró a la cámara del techo y lloró: “¡Hijo mío, Absalón, hijo mío, hijo mío, Absalón! ¡Oh, que yo pudiera haber muerto, yo mismo, en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!” (2 Samuel 18:33). Aquel padre era el rey David, quien, como otros profetas de Jehová, fue un “hombre de sentimientos semejantes a los nuestros” (Santiago 5:17).

En tiempos bíblicos, los hombres y mujeres que hablaban en nombre de Jehová eran personas comunes que desempeñaban todo tipo de actividades. Al igual que nosotros tenían dificultades y padecimientos a causa de la imperfección. ¿Quiénes eran algunos de estos profetas y de qué modo fueron sus sentimientos semejantes a los nuestros?

Moisés pasó del exceso de confianza a la mansedumbre

Aunque Moisés fue un destacado profeta precristiano, a la edad de 40 años todavía no estaba preparado para ser el portavoz de Jehová. ¿Por qué razón? Mientras sus hermanos habían soportado el yugo del faraón de Egipto, él se había criado en la casa del soberano y era “poderoso en sus palabras y hechos”. El relato dice: “Suponía que sus hermanos comprenderían que por su mano Dios les daba salvación”. Con exceso de confianza hirió de muerte a un egipcio cuando acudió en auxilio de un israelita (Hechos 7:22-25; Éxodo 2:11-14).

Moisés se vio obligado a huir, y durante las siguientes cuatro décadas vivió como pastor en la distante Madián (Éxodo 2:15). Cuando concluyó aquel período, Jehová designó profeta al octogenario Moisés. Había perdido el exceso de confianza en sí mismo, pues cuando Jehová le otorgó su comisión profética, pensó que no era apto y cuestionó su nombramiento, diciendo: “¿Quién soy yo para que vaya a Faraón?” y “¿Qué les diré?” (Éxodo 3:11, 13). Con la ayuda y la confianza que Jehová amorosamente le dio, Moisés llevó a cabo su misión con gran éxito.

Al igual que Moisés, ¿se ha dejado llevar alguna vez por el exceso de confianza en sí mismo, haciendo o diciendo algo imprudente? Si es así, acepte la disciplina que reciba. O, ¿se ha sentido incapaz de cumplir con ciertas responsabilidades cristianas? En vez de rechazarlas, acepte la ayuda que le ofrecen Jehová y su organización. El Mismo que ayudó a Moisés, también le asistirá a usted.

Elías tuvo sentimientos como los nuestros cuando administró disciplina

“Elías era hombre de sentimientos semejantes a los nuestros, y, no obstante, en oración oró que no lloviera; y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses” (Santiago 5:17). El ruego de Elías estaba en armonía con la voluntad de Jehová de disciplinar a la nación por haberse apartado de Él. Ahora bien, el profeta sabía que la sequía por la que oraba acarrearía sufrimiento a la gente. Israel era una nación principalmente agropecuaria; de ahí que el rocío y la lluvia fuesen de vital importancia. Una sequía prolongada ocasionaría una enorme aflicción. La vegetación se marchitaría y las cosechas se perderían. Los animales domésticos que se usaban para el trabajo y la comida morirían, e incluso algunas familias se verían al borde de la inanición. ¿Quiénes sufrirían más? La gente común. Más tarde, una viuda le dijo a Elías que solo disponía de un puñado de harina y un poco de aceite. Su única expectativa era morir de hambre junto con su hijo (1 Reyes 17:12). Al orar de esta manera, Elías tuvo que tener fe firme en que Jehová cuidaría de los siervos Suyos, ricos y pobres, que no se habían alejado de la adoración verdadera. Las Escrituras muestran que Elías no quedó decepcionado (1 Reyes 17:13-16; 18:3-5).

Tres años después, cuando Jehová le dio a entender que haría llover pronto, su ferviente deseo de ver el fin de la sequía se observó en las repetidas e intensas oraciones que ofreció ‘agazapándose a tierra y manteniendo su rostro puesto entre las rodillas’ (1 Reyes 18:42). En varias ocasiones, instó a su servidor: “Sube, por favor. Mira en dirección al mar”, para ver si había algún indicio de que Jehová había escuchado sus oraciones (1 Reyes 18:43). ¡Qué gozo tuvo que haber sentido cuando finalmente, en respuesta a sus oraciones, “el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto”! (Santiago 5:18.)

Si usted es un padre o un anciano en la congregación cristiana, es probable que tenga que lidiar con sentimientos profundos cuando corrija a una persona. Sin embargo, semejantes emociones humanas se deben atemperar con la convicción de que la disciplina es necesaria de vez en cuando y, si se administra con amor, “da fruto pacífico, a saber, justicia” (Hebreos 12:11). Las consecuencias de obedecer las leyes de Jehová son siempre positivas. A semejanza de Elías, oramos de todo corazón que se realicen.

Jeremías demostró valor a pesar del desaliento

De todos los escritores bíblicos, Jeremías es quizás el que más escribió acerca de sus sentimientos íntimos. De muchacho vaciló en aceptar su comisión (Jeremías 1:6). Pese a todo, declaró la Palabra de Dios con gran valor, aunque recibió la oposición feroz de sus compatriotas, desde el rey hasta el ciudadano común. A veces le indignaba su antagonismo y llegaba a derramar lágrimas (Jeremías 9:3; 18:20-23; 20:7-18). En diferentes ocasiones lo atacaron las turbas, lo golpearon, lo ataron a una picota, lo encarcelaron, lo amenazaron de muerte y lo dejaron en el fondo fangoso de una cisterna vacía para que muriera. Hasta el propio mensaje de Jehová le angustiaba a veces, como lo indican estas palabras: “¡Oh mis intestinos, mis intestinos! Estoy con fuertes dolores en las paredes de mi corazón” (Jeremías 4:19).

Aun así, amaba la palabra de Jehová, pues dijo: “Tu palabra llega a ser para mí el alborozo y el regocijo de mi corazón” (Jeremías 15:16). Pero al mismo tiempo, la frustración lo llevaba a exclamar a Jehová: “Tú positivamente llegas a ser para mí como una cosa engañosa, como aguas que han resultado indignas de confianza”, como las de un arroyo que se seca con rapidez (Jeremías 15:18). Sin embargo, Jehová comprendió sus sentimientos encontrados y no le quitó al profeta su apoyo a fin de que cumpliera su cometido (Jeremías 15:20; véase también Jer 20:7-9).

¿Se enfrenta usted, como Jeremías, a la frustración o al antagonismo cuando lleva a cabo su ministerio? Acuda a Jehová. Obedezca siempre su guía y él también le recompensará.

Jesús tuvo sentimientos como los nuestros

El profeta más grande de todos los tiempos fue el propio Hijo de Dios, Jesucristo. Aunque fue un hombre perfecto no reprimió sus emociones. A menudo leemos acerca de sus profundos sentimientos, que deben de haberse traslucido en su rostro y en su reacción ante otros. En muchas ocasiones, Jesús “se enterneció” y empleó esta misma expresión al describir a algunos personajes de sus parábolas (Marcos 1:41; 6:34; Lucas 10:33).

Seguramente elevó la voz cuando expulsó del templo a los vendedores y los animales con las palabras: “¡Quiten estas cosas de aquí!” (Juan 2:14-16). Cuando Pedro le aconsejó: “Sé bondadoso contigo mismo, Señor”, reaccionó de forma enérgica: “¡Ponte detrás de mí, Satanás!” (Mateo 16:22, 23).

Jesús tuvo particular cariño por algunos de sus más allegados. Se menciona al apóstol Juan como el “discípulo a quien Jesús amaba” (Juan 21:7, 20). También leemos: “Ahora bien, Jesús amaba a Marta y a su hermana y a Lázaro” (Juan 11:5).

Jesús también podía sentir profundo pesar. Al lamentar la tragedia de la muerte de Lázaro, “Jesús cedió a las lágrimas” (Juan 11:32-36). La traición de Judas Iscariote le causó una profunda pena, que reflejó al citar las patéticas palabras del Salmo: “El que comía de mi pan ha alzado contra mí su talón” (Juan 13:18; Salmo 41:9).

Hasta cuando experimentó terribles sufrimientos en el madero fueron evidentes los profundos sentimientos de Jesús. Con ternura encomendó a su madre “al discípulo a quien él amaba” (Juan 19:26, 27). Cuando vio muestras de arrepentimiento en uno de los malhechores, que estaba fijado en un madero junto a él, le dijo con compasión: “Estarás conmigo en el Paraíso” (Lucas 23:43). Podemos percibir cuánta emoción expresó su clamor: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). Y sus últimas palabras reflejan amor sincero y confianza: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46).

¡Qué tranquilidad nos infunden estas palabras! “Porque no tenemos como sumo sacerdote a uno que no pueda condolerse de nuestras debilidades, sino a uno que ha sido probado en todo sentido igual que nosotros, pero sin pecado” (Hebreos 4:15).

La confianza de Jehová

Jehová nunca lamentó la elección de voceros que hizo. Sabía que le eran leales, y de modo compasivo pasó por alto las debilidades de los que eran humanos imperfectos. Aun así, esperaba que cumplieran con su misión. Con su ayuda lograron hacerlo.

Con paciencia, confiemos en nuestros hermanos y hermanas leales. Al igual que nosotros, siempre serán imperfectos en este sistema de cosas. Aun así, no debemos juzgar nunca a nuestros hermanos como indignos de nuestro amor e interés. Pablo escribió: “Nosotros, pues, los que somos fuertes, debemos soportar las debilidades de los que no son fuertes, y no estar agradándonos a nosotros mismos” (Romanos 15:1; Colosenses 3:13, 14).

Los profetas de Jehová tuvieron las mismas emociones que nosotros. No obstante, confiaron en Jehová, quien les ayudó a soportarlas. Aun más, les dio razones para sentir gozo: una buena conciencia, la confianza de tener su favor, compañeros leales que los apoyaron y la seguridad de un futuro feliz (Hebreos 12:1-3). Adhirámonos a Jehová y confiemos plenamente en él al imitar la fe de los profetas de antaño, hombres “de sentimientos semejantes a los nuestros”.

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