Padres bajo presión
CUANDO nace un niño, parece que los padres no caben en sí de alegría. Casi todo lo relacionado con el bebé les entusiasma. Su primera sonrisa, sus primeras palabras y sus primeros pasos son para ellos ocasiones memorables. Deleitan a los amigos y parientes con anécdotas y fotografías. Es obvio que aman a su hijo.
Pero con el paso de los años, en algunas familias se produce una tragedia. Los arrullos juguetones de los padres se convierten en palabras duras y crueles; los abrazos afectuosos, en golpes airados o en total ausencia de contacto físico, y el orgullo de padres, en amargura. “Jamás debería haber tenido hijos”, dicen muchos. En otras familias el problema aún es peor: los padres ni siquiera manifestaron amor al niño de recién nacido. Tanto en una situación como en otra, ¿qué sucedió? ¿Dónde está el amor?
Por supuesto, a los niños no les resulta sencillo hallar la respuesta a tales preguntas. Pero eso no impedirá que saquen sus propias conclusiones. En lo más profundo de su ser, el niño fácilmente puede concluir: “Si mamá o papá no me quieren, es porque hay algo malo en mí. Debo ser muy malo”. Esta opinión puede llegar a arraigarse profundamente, y provocar daños de todo tipo a lo largo de la vida.
Lo cierto es, sin embargo, que el hecho de que los padres no den a sus hijos el amor que necesitan puede deberse a muchas razones. Hay que admitir que los padres de hoy se enfrentan a tremendas presiones, algunas de ellas de una magnitud sin precedentes. Cuando los padres no están preparados para afrontarlas de la manera debida, tales presiones pueden afectar mucho su labor de padres. Un antiguo y acertado dicho reza así: “La mera opresión puede hacer que un sabio se porte como loco”. (Eclesiastés 7:7.)
“Tiempos críticos, difíciles de manejar”
Una era utópica. Eso es lo que muchas personas esperaban ver en este siglo. Imagínese: ya no más presiones económicas ni hambres ni sequías ni guerras. Pero esas esperanzas no se han hecho realidad. Al contrario, el mundo de hoy se ha vuelto como profetizó un escritor bíblico en el siglo I E.C. Él escribió que en nuestros días nos encararíamos a “tiempos críticos, difíciles de manejar”. (2 Timoteo 3:1-5.) Seguramente la mayoría de los padres concuerdan con estas palabras.
Cuando tienen su primer hijo, muchas parejas suelen quedar atónitas de ver lo caro que resulta hoy criar a un niño. Con frecuencia, ambos progenitores se ven obligados a trabajar fuera de casa tan solo para subsistir. Los gastos médicos, de ropa, escuela, guardería y hasta de comida y vivienda se van sumando hasta formar una montaña mensual de facturas que hace que muchos padres sientan que están a punto de ahogarse. La situación económica actual hace recordar a los estudiantes de la Biblia la profecía de Revelación (Apocalipsis) sobre un tiempo en el que la gente gastaría todo el salario de un día para comprar únicamente lo indispensable para un día. (Revelación 6:6.)
No se puede esperar que los niños comprendan todas las presiones que afrontan sus padres. No, los niños, por naturaleza, necesitan y ansían recibir amor y atención. Y la presión que ejercen en ellos los medios de comunicación y los compañeros de escuela para que compren lo último en juguetes, ropa y productos electrónicos, suele traducirse en presión sobre los padres para que satisfagan una creciente lista de artículos deseados.
Otra presión que afecta a los padres, y que parece que va en aumento en estos días, es la rebeldía. Cabe señalar que la Biblia profetizó una actitud generalizada de desobediencia por parte de los hijos hacia los padres como otra indicación de los tiempos difíciles en que vivimos. (2 Timoteo 3:2.) Es cierto que los problemas relacionados con la disciplina de los hijos no son nuevos. Y ningún padre tiene excusa válida para maltratar a un hijo debido a su mal comportamiento. Pero seguramente concordará en que a los padres de hoy no les resulta nada fácil criar a sus hijos en medio de una cultura de rebeldía. Hoy día los niños se ven bombardeados por una serie de influencias negativas: la música popular que promueve furia, rebeldía y desesperación; los programas de televisión que presentan a los padres como personas ridículas e incompetentes, y a los hijos como seres superiores y unos sabelotodo, y las películas que aplauden a los que se dejan llevar por los impulsos violentos. Es obvio que los niños que absorben e imitan esta cultura de rebelión someten a los padres a terribles tensiones.
“Sin tener cariño natural”
Ahora bien, la mencionada profecía de la antigüedad abarca otro aspecto que augura aún más problemas para las familias de hoy. Indica que muchísimas personas no tendrían “cariño natural”. (2 Timoteo 3:3.) El cariño natural es lo que mantiene unida a la familia. Y hasta los más escépticos en lo que tiene que ver con la profecía bíblica tienen que admitir que en nuestros tiempos la desintegración de la vida de familia ha alcanzado proporciones alarmantes. Por todo el mundo, el índice de divorcios se ha disparado. En muchas comunidades, las familias monoparentales y con padrastros son más comunes que las tradicionales. Esos padres a veces se encaran a desafíos y presiones particulares que les hacen difícil manifestar a sus hijos el amor que estos necesitan.
Pero eso no es todo. Hay algo que agrava la situación. Muchos de los padres de hoy se han criado en hogares donde había poco o ningún “cariño natural”, hogares rotos por el adulterio y el divorcio, hogares destruidos por la frialdad y el odio, tal vez incluso hogares donde los abusos verbales, emocionales, físicos o sexuales eran frecuentes. Crecer en ese entorno no solo perjudica a los niños, sino que puede llegar a perjudicar a los adultos en que estos se convertirán. Las estadísticas presentan un cuadro desalentador: las personas que sufrieron abusos durante su infancia tienen más probabilidades de terminar abusando de sus propios hijos. En tiempos bíblicos los judíos tenían un refrán: “Los padres son los que comen el agraz, pero son los dientes de los hijos los que tienen dentera”. (Ezequiel 18:2.)
Sin embargo, Dios dijo a su pueblo que las cosas no tenían por qué ser así. (Ezequiel 18:3.) Hay un punto importante que debe quedar establecido. ¿Significa el hecho de que los padres se vean sometidos a todas estas presiones que no puedan refrenarse de maltratar a sus hijos? De ninguna manera. Si usted tiene hijos y se encuentra luchando con algunas de las presiones acabadas de mencionar, y teme que jamás podrá ser un buen padre, o una buena madre, cobre ánimo. Usted no es un dato estadístico. Su pasado no determina automáticamente su futuro.
En conformidad con la garantía bíblica de que se puede mejorar, un libro sobre la buena crianza de los hijos, titulado Healthy Parenting, comenta: “Si no toma medidas para que su conducta difiera de la de sus padres, quiera usted o no, los patrones de su infancia se repetirán. Para romper este ciclo, debe tener conciencia de los patrones [de conducta] malsanos que está perpetuando y aprender a cambiarlos”.
En efecto, si se encuentra en esa situación, usted puede romper el ciclo y dejar de ser un padre abusivo. Y puede afrontar las presiones que hoy día dificultan tanto la crianza de los hijos. Pero ¿cómo? ¿Dónde puede usted encontrar las mejores pautas, y las más confiables, para la buena crianza de los hijos? En el próximo artículo hallará la respuesta.
[Ilustración de la página 6]
Al estar bajo presión, algunos padres dejan de manifestar amor a sus hijos
[Ilustración de la página 7]
Los padres deben manifestar a sus hijos el amor que estos necesitan