Gobernación humana en la balanza
Parte 9: La gobernación humana llega a su cenit
Sistemas políticos supranacionales: Imperios, ligas, confederaciones o federaciones formadas por naciones-estado sobre una base temporal o permanente en busca de metas comunes que están por encima de los límites, autoridad o intereses nacionales.
EL 5 DE OCTUBRE del año 539 a. E.C. la ciudad de Babilonia se encontraba en pleno ambiente festivo. Un millar de representantes gubernamentales de alto rango habían aceptado una invitación del rey Belsasar para aquella noche. Aunque amenazados por las fuerzas invasoras de los medos y los persas, Belsasar y los demás políticos no estaban preocupados. Al fin y al cabo, los muros de la ciudad eran inexpugnables, por lo que no había razón inmediata para temer.
Entonces, sin previo aviso, los dedos de una mano incorpórea empezaron a escribir unas palabras siniestras en la pared del palacio: MENÉ, MENÉ, TEQUEL y PARSÍN. El rey palideció y empezaron a temblarle las rodillas. (Daniel 5:5, 6, 25.)
Se mandó llamar a Daniel, un israelita adorador del Dios a quien Belsasar y sus colegas gubernamentales despreciaban, para que interpretase la escritura. “Esta es la interpretación”, comenzó a decir Daniel. “MENÉ: Dios ha numerado los días de tu reino y lo ha terminado. TEQUEL: has sido pesado en la balanza y has sido hallado deficiente. PERÉS: tu reino ha sido dividido y dado a los medos y los persas.” Desde luego, la profecía no presagiaba nada bueno y, como cumplimiento, “en aquella misma noche Belsasar el rey caldeo fue muerto”. (Daniel 5:26-28, 30.)
De la noche a la mañana una forma de gobernación humana reemplazó a otra. En vista de que recientemente han ocurrido cambios similares en el panorama político de la Europa del Este, puede que nos preguntemos si lo que le sucedió a Belsasar podría tener algún significado para nuestro día. ¿Podría presagiar algo para toda la gobernación humana? Hay sobradas razones para reflexionar sobre este asunto, pues según Jacques Barzun, profesor de la universidad de Columbia (E.U.A.), “civilizaciones enteras [han] llega[do] a desaparecer” y, añade: “Los asombrosos finales de Grecia y Roma no son un mito”.
El ser humano ha ideado toda clase imaginable de gobierno. Después de miles de años de tanteos, ¿cuáles son los resultados? ¿Ha sido satisfactoria la gobernación humana? ¿Puede solucionar los problemas cada vez mayores de la humanidad?
Promesas y más promesas
Bakul Rajni Patel, directora de un importante centro de investigaciones de Bombay (India), da una respuesta parcial a estas preguntas. Acusa a los políticos de “absoluta hipocresía” y afirma: “En India y otras naciones del Tercer Mundo está de moda que los líderes se pongan de pie en un podio y pronuncien espléndidas retóricas sobre el ‘desarrollo’ y el ‘progreso’. ¿Qué desarrollo y qué progreso? ¿A quiénes estamos engañando? Solo hay que mirar a los espantosos datos sobre el Tercer Mundo: 40.000 niños mueren cada día de enfermedades evitables”. La citada directora añade que por lo menos 80 millones de niños están desnutridos o se acuestan cada noche con hambre.
“Pero, un momento —quizás proteste usted—. Por lo menos concédanle a los políticos el mérito de intentarlo. Si algún día tienen que resolverse los graves problemas a los que se encara el mundo, es necesario algún tipo de gobierno.” Es cierto, pero: ¿Qué tipo de gobierno, humano o de origen divino?
No descarte esta pregunta calificándola de ingenua, pensando, como hacen muchas personas, que Dios ha decidido mantenerse al margen. Por lo visto, el papa Juan Pablo II también piensa que Dios ha dejado a los humanos para que se gobiernen lo mejor que puedan, pues durante una visita a Kenia hace unos diez años, dijo: “Un reto importante para el cristiano es la vida política”, y añadió: “En el estado, los ciudadanos tienen el derecho y el deber de participar en la vida política. [...] Sería un error pensar que el individuo cristiano no debería envolverse en estos aspectos de la vida”.
El ser humano —siguiendo esta teoría que con frecuencia tiene el respaldo religioso— lleva mucho tiempo buscando el gobierno perfecto. Cada nuevo tipo de gobierno ha ido acompañado de grandes promesas, pero cuando no se hacen realidad, hasta las promesas más halagüeñas resultan desagradables. (Véase en la página 23 el apartado “Las promesas frente a las realidades”.) Está claro que el hombre no ha conseguido encontrar el gobierno ideal.
Intentos de unificación
¿Ofreció alguna solución el científico nuclear Harold Urey cuando afirmó que “los problemas del mundo no tienen solución constructiva a no ser que con el tiempo un gobierno mundial establezca leyes en toda la Tierra”? No todo el mundo está tan seguro de que eso funcione. En el pasado fue prácticamente imposible conseguir una verdadera cooperación entre miembros de organismos internacionales. Veamos un ejemplo destacado.
Después de la I Guerra Mundial, el 16 de enero de 1920, quedó constituida una organización supranacional, la Sociedad de Naciones, con 42 estados miembros. En lugar de constituirse en gobierno mundial, se pretendía que fuese un parlamento internacional, que promoviese la unidad en el mundo, mediante zanjar las disputas entre las naciones-estado soberanas e impidiese así la guerra. Para 1934 la cantidad de naciones miembros había ascendido a 58.
No obstante, la Sociedad de Naciones se constituyó sobre un fundamento poco sólido. “La I Guerra Mundial había terminado en un ambiente de grandes esperanzas, pero no tardó en producirse la desilusión —explica The Columbia History of the World—. Las esperanzas puestas en la Sociedad de Naciones resultaron ser ilusorias.”
El 1 de septiembre de 1939 comenzó la II Guerra Mundial, lo que arrojó a la Sociedad de Naciones a un abismo de inactividad. Aunque no se disolvió formalmente hasta el 18 de abril de 1946, puede decirse que murió en plena “adolescencia”, sin siquiera haber cumplido los veinte años. Antes de su entierro oficial, ya había sido reemplazada por otra organización supranacional, las Naciones Unidas, formada el 24 de octubre de 1945 con 51 estados miembros. ¿En qué resultaría este nuevo intento de unificación?
Un segundo intento
Algunas personas dicen que la Sociedad de Naciones fracasó porque no estaba bien estructurada. Otros opinan que la mayor parte de la culpa no la tuvo la Sociedad de Naciones sino los gobiernos individuales que estaban poco dispuestos a prestarle el debido apoyo. No hay duda de que ambas opiniones tienen algo de razón. De todas formas, los fundadores de las Naciones Unidas trataron de aprender de la ineficacia de la Sociedad de Naciones y procuraron remediar algunas de sus debilidades.
El escritor R. Baldwin califica a la Organización de las Naciones Unidas de “superior a la vieja Sociedad de Naciones en su capacidad de crear un orden mundial de paz, cooperación, justicia y derechos humanos”. Por supuesto, algunas de sus agencias especializadas, como la OMS (Organización Mundial de la Salud), el UNICEF (Fondo Internacional de las Naciones Unidas para el Socorro a la Infancia) y la FAO (Organización para la Alimentación y la Agricultura) han ido en pos de metas encomiables y han logrado cierta medida de éxito. Algo que también parece dar la razón a Baldwin es el hecho de que las Naciones Unidas han estado funcionando por cuarenta y cinco años, más del doble que la Sociedad de Naciones.
Un importante logro de la ONU fue la aceleración de la descolonización, por lo menos haciéndola “con un poco más de orden de lo que se hubiese hecho de haber sido otro el medio”, dice el periodista Richard Ivor, quien también afirma que la organización “ayudó a limitar la guerra fría al campo de batalla de la retórica”. Además, alaba el “modelo de cooperación práctica en todo el mundo” que esta organización ayudó a producir.
Desde luego, hay quienes afirman que la amenaza de una guerra nuclear influyó más en impedir que la guerra fría se calentase que las Naciones Unidas. En lugar de unificar a las naciones, como promete su nombre, lo cierto es que con frecuencia esta organización solo ha servido de intermediaria, tratando de impedir que naciones desunidas se echen las manos al cuello unas a otras. E incluso en este papel de árbitro, no siempre ha tenido éxito, pues como explica el autor Baldwin, al igual que la vieja Sociedad de Naciones, “las Naciones Unidas no tienen poder para hacer más de lo que les permite un Estado miembro acusado”.
Este apoyo tan poco sincero por parte de los miembros de la ONU se refleja a veces en su desgana a la hora de suministrar fondos para mantener la organización en marcha. Por ejemplo, Estados Unidos —uno de sus principales contribuyentes— retuvo su cuota de la FAO debido a una resolución que a su juicio criticaba a Israel y era pro palestina. Más tarde concordó en pagar lo suficiente para retener su voto pero dejó pendiente más de dos terceras partes de la deuda.
En 1988, Varindra Tarzie Vittachi, anterior director diputado del UNICEF, escribió que rehusaba “unirse al partido general de linchamiento” de aquellos que no reconocían a las Naciones Unidas. Aunque se autodenomina “un crítico leal”, admite que se está produciendo un amplio ataque por parte de personas que dicen que “las Naciones Unidas son una ‘lámpara apagada’, que no se ha mantenido fiel a sus elevados ideales, que no ha podido llevar a cabo sus funciones pacificadoras y que sus agencias de desarrollo, con unas pocas nobles excepciones, no han justificado su existencia”.
La principal debilidad de las Naciones Unidas la revela el autor Ivor al escribir: “La ONU, prescindiendo de lo que pueda hacer, no eliminará el pecado. No obstante, puede dificultar hasta cierto grado el pecado internacional y hará que el pecador sea más responsable [ante la ley]. Pero todavía no ha logrado cambiar el corazón y la mente de los dirigentes de los países ni de la gente que los compone”. (Las bastardillas son nuestras.)
Por consiguiente, el defecto de las Naciones Unidas es el mismo que el de todas las formas de gobernación humana: ni una sola es capaz de inculcar en la gente el amor desinteresado a lo que es recto, el odio a lo que es malo y el respeto a la autoridad, que son requisitos previos para el éxito. Piense en el gran número de problemas mundiales que se aliviarían si la gente estuviese dispuesta a dejarse guiar por principios justos. Por ejemplo, una crónica sobre la contaminación en Australia dice que el problema existe “no por ignorancia sino por actitud”. Tras indicar que la codicia es una causa fundamental de la contaminación, el artículo afirma que “la política gubernamental ha agravado el problema”.
Los humanos imperfectos sencillamente no pueden formar gobiernos perfectos. Como indicó el escritor Thomas Carlyle en 1843: “A la larga cada gobierno es el fiel reflejo de su pueblo, con su sabiduría y su insensatez”. ¿Quién puede discutir una lógica como esa?
“¡Sean hechos añicos!”
Actualmente, durante el siglo XX, la gobernación humana ha llegado a su cenit. Los gobiernos humanos han tramado la conspiración más descarada y desafiante que jamás ha existido contra la gobernación divina. (Compárese con Isaías 8:11-13.) Y no solo lo han hecho una vez, sino dos, primero con la creación de la Sociedad de Naciones y después con las Naciones Unidas. Revelación 13:14, 15 lo llama “la imagen de la bestia salvaje”, nombre acertado porque es el reflejo del sistema de cosas político mundial. Al igual que una bestia salvaje, los componentes de este sistema político se han aprovechado de los habitantes de la Tierra y han provocado sufrimientos incalculables.
En 1939, la Sociedad de Naciones tuvo un trágico fin, y el mismo destino le espera a la Organización de las Naciones Unidas en cumplimiento de la profecía bíblica: “¡Cíñanse, y sean hechos añicos! ¡Cíñanse, y sean hechos añicos! ¡Planeen un proyecto, y será desbaratado!”. (Isaías 8:9, 10.)
¿Cuándo ocurrirá este ‘hacer añicos’ final de “la imagen de la bestia salvaje” y del sistema de gobernación humana de la que es reflejo? ¿Cuándo terminará Jehová con la gobernación humana que desafía Su soberanía? La Biblia no da ninguna fecha concreta, pero tanto la profecía bíblica como los sucesos mundiales indican que será ‘muy pronto’. (Lucas 21:25-32.)
La escritura en la pared está allí para que la vean todos los que se dignen a hacerlo. Tan ciertamente como que el reino de Belsasar fue pesado en la balanza y hallado deficiente, la gobernación humana en su totalidad ha sido juzgada y hallada deficiente. Tolera la corrupción política, provoca guerras, promueve la hipocresía y el egoísmo de todo tipo, y no suministra a sus apoyadores vivienda, alimentación, educación escolar y atención médica adecuadas.
Cuando la gobernación humana desaparezca, lo hará como si fuera en una sola noche. Hoy está aquí, mañana se habrá desvanecido, para ser reemplazada por el Reino de Dios, un gobierno perfecto.
[Fotografías en la página 24]
Los humanos imperfectos no han podido suministrar un gobierno perfecto
Sociedad de Naciones
Naciones Unidas
[Recuadro en la página 23]
Las promesas frente a las realidades
Las anarquías prometen libertad ilimitada, absoluta; la realidad es que sin gobierno no existe ningún conjunto de reglas o principios en la que puedan cooperar juntas las personas para el beneficio de todos; la libertad ilimitada conduce al caos.
Las monarquías prometen estabilidad y unidad bajo la gobernación de un regente único; la realidad es que los regentes humanos, de conocimiento limitado, estorbados por las imperfecciones y debilidades humanas y quizás hasta movidos por deseos incorrectos, son mortales; por consiguiente, cualquier tipo de estabilidad y unidad dura poco.
Las aristocracias prometen los mejores gobernantes; la realidad es que gobiernan porque poseen riquezas, poder o cierto derecho de sucesión hereditaria, no necesariamente porque tengan sabiduría, perspicacia o amor e interés en otros. Un gobernante inadecuado de una monarquía es reemplazado por una sucesión de gobernantes que pertenecen a una aristocracia de elite.
Las democracias prometen que todo el pueblo puede decidir para el beneficio de todos; la realidad es que los ciudadanos carecen tanto del conocimiento como de los motivos puros necesarios para tomar siempre decisiones correctas para el bien común; Platón calificó a la democracia de “una encantadora forma de gobierno, llena de variedad y desorden, que dispensa una especie de igualdad a todos, iguales y desiguales”.
Las autocracias prometen conseguir que se hagan las cosas sin demora indebida; la realidad es, como declara el periodista Otto Friedrich, que “hasta los hombres con las mejores intenciones, una vez que entran en la jungla política del poder, tienen que hacer frente a la necesidad de ordenar acciones que en circunstancias normales calificarían de poco éticas”; de ese modo, “buenos” autócratas se convierten en gobernantes impulsados por el afán de poder y dispuestos a sacrificar las necesidades de sus ciudadanos sobre el altar de la ambición personal o la conveniencia.
Los gobiernos fascistas prometen el control de la economía para el bien común; la realidad es que tienen un éxito escaso y sacrifican la libertad personal; la glorificación de la guerra y el nacionalismo les ha llevado a crear monstruosidades políticas como las que se dieron en la Italia de Mussolini y en la Alemania hitleriana.
Los gobiernos comunistas prometen una sociedad utópica sin clases en la que los ciudadanos disfruten de igualdad completa ante la ley; la realidad es que las clases y las desigualdades persisten y que los políticos corruptos expolian al ciudadano común; el resultado ha sido un amplio rechazo del concepto comunista y el riesgo de la desintegración de sus baluartes por causa de los movimientos nacionalistas y separatistas.
[Recuadro en la página 23]
Datos sobre las Naciones Unidas
▪ La ONU cuenta actualmente con 160 miembros. Los únicos países de tamaño relativamente importante que todavía no pertenecen a esa organización son las dos Coreas y Suiza; en marzo de 1986 los suizos rechazaron en referéndum la entrada de su país en la ONU con un margen de 3 contra 1.
▪ Aparte de su organización principal, la ONU supervisa 55 organizaciones y agencias especiales, comisiones de derechos humanos y medidas operativas cuyo fin es mantener la paz.
▪ A cada nación miembro se le concede un solo voto en la Asamblea General. Sin embargo, la nación más populosa —China— cuenta con unos 22.000 habitantes por cada habitante de San Cristóbal y Nieves, el miembro con menor población.
▪ Durante la celebración del Año Internacional de la Paz proclamado por las Naciones Unidas en 1986, el mundo experimentó 37 conflictos armados, más que en cualquier otra época desde el fin de la II Guerra Mundial.
▪ De todas las naciones miembros de la ONU, el 37% tienen menos ciudadanos que la “nación” internacional unida que componen los testigos de Jehová, y el 59% tienen una población menor a la asistencia que hubo este año para la Conmemoración de la muerte de Cristo.