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Jehová requiere santidadLa Atalaya 1970 | 15 de septiembre
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toda la santidad, cualquier cosa u objeto santo llega a ser santo debido a su relación con él y su adoración. Por ejemplo, la fuerza activa o espíritu de Jehová está sujeto a su control y siempre lleva a cabo sus propósitos. Es puro, sagrado y apartado para el buen uso de Dios. Por lo tanto se le llama “espíritu santo” y “el espíritu de santidad.”—Sal. 51:11; Rom. 1:4.
¡Considere el privilegio que tenemos de recibir esta fuerza santa en nuestra vida! Esto es posible, porque Jesús dijo: “¡Dará el Padre en el cielo espíritu santo a los que le piden!” ¿Realmente le pide usted a Dios su espíritu santo? Se nos invita a hacerlo.—Luc. 11:13.
Además, puesto que la Biblia se escribió bajo la dirección del espíritu de Dios, ella también es santa. Se le llama “las santas Escrituras” o “los santos escritos.” (Rom. 1:2; 2 Tim. 3:15) ¿Trata usted la Biblia así? Cuando usted la lee, ¿considera lo que se dice con la reverencia y el respeto que les corresponden a “los santos escritos” de Dios?
Otras cosas, también, en virtud de su santificación para el servicio de Jehová, han sido constituidas santas. Por ejemplo, bajo la Ley que Dios dio a la nación de Israel el macho primogénito del ganado vacuno, de las ovejas o las cabras era considerado santo a Jehová. (Núm. 18:17-19) Así mismo el altar del sacrificio, el aceite de la unción, el incienso especial, el pan de la proposición y otras cosas estrechamente relacionadas con la adoración de Dios fueron hechas santas por decreto de Jehová.—Éxo. 29:37; 30:25, 35, 37; 1 Sam. 21:4.
Esto no significaba que estas cosas tenían santidad en sí mismas, para que se usaran como talismanes o fetiches. Por ejemplo, uno de los principales objetos santos, el arca del pacto, no resultó ser talismán cuando los dos hijos inicuos de Elí la llevaron a la batalla contra los filisteos.—1 Sam. 4:3-11.
Todas las cosas santas a Jehová eran sagradas y sus siervos israelitas no podían considerarlas a la ligera ni usarlas de manera común o profana. Un ejemplo es la ley acerca del diezmo. Si un hombre apartaba el diezmo, digamos, de su cosecha de trigo, y luego él o uno de su casa sin darse cuenta tomaba parte de él para uso doméstico, como para cocinar, aquella persona era culpable de violar la ley de Dios tocante a cosas santas. ¿Era éste asunto de poca consecuencia, algo que sencillamente pudiera ser pasado por alto?
No, de ninguna manera. La Ley de Dios exigía que la persona efectuara una compensación al santuario de una cantidad igual más el 20 por ciento, ofreciendo además un carnero sano del rebaño como sacrificio. Así se engendraba gran respeto a las cosas santas que pertenecían a Jehová. (Lev. 5:14-16) ¿No debe esto impresionar en nosotros hoy la importancia de tratar con debido respeto las cosas que se usan en relación con el servicio de Jehová?
JESÚS Y LOS “SANTOS” CRISTIANOS
Por su relación con él, los ángeles celestiales de Jehová son santos. (Mar. 8:38; Luc. 9:26) Sin embargo, el principal entre estos celestiales es en un sentido especial el Santo de Dios. Su santidad vino de su Padre cuando Jehová lo creó como su Hijo unigénito. (Juan 1:1, 14) Más tarde, cuando le anunció a María el nacimiento venidero de éste como humano y que se le debería llamar “Jesús,” el ángel Gabriel también le dijo a María: “Lo que nace será llamado santo.”—Luc. 1:31, 35.
No solo fue santo Jesucristo mientras estuvo en el cielo, sino que mantuvo su santidad durante toda su vida terrestre, aun hasta una muerte sacrificial. (Hech. 3:14; Heb. 7:26) Así Dios hizo posible que otros en la Tierra lograran santidad, alcanzaran una posición justa con Dios como la que ocupaba Jesús. La Biblia habla de algunos que anteriormente habían estado contaminados por obras inicuas y que ahora habían alcanzado santidad, diciendo:
“En verdad, a ustedes que en otro tiempo estaban alejados y eran enemigos porque tenían su mente en las obras que eran inicuas, él ahora los ha reconciliado de nuevo por medio del cuerpo carnal de aquél mediante su muerte, para presentarlos santos y sin tacha y no expuestos a ninguna acusación delante de él, con tal que, por supuesto, continúen en la fe, establecidos sobre el fundamento y constantes y no dejándose mover de la esperanza de esas buenas nuevas que ustedes oyeron.”—Col. 1:21-23.
Por lo tanto, la santidad no les pertenece por medio de su propio mérito, sino que les viene por medio de Jesucristo. (Rom. 3:23-26) Reciben santidad como resultado de su fe en el sacrificio de rescate de Cristo. (Fili. 3:9; 1 Juan 1:7) Dios aplica inmediatamente el mérito del sacrificio de Jesús a favor de ellos, perdonándoles todos sus pecados, y, por acto judicial de parte de él, les imputa perfección humana. Llegan a ser los ungidos de Jehová, los hermanos espirituales de Jesucristo y se les llama “santos.”—Rom. 15:26; Efe. 1:1; Fili. 4:21.
De los muchos lugares en que la Biblia se refiere a los miembros vivos de la congregación como “santos” se hace patente que ni hombres ni una organización hacen “santa” a una persona. Tampoco tiene que esperar este individuo hasta después de la muerte para ser hecho “santo.” Es “santo” en virtud de que Dios lo llama para ser coheredero con Cristo. Es santo a la vista de Dios mientras está en la Tierra, con la esperanza de vida celestial en la región de los espíritus donde moran Jehová Dios y su Hijo, junto con los santos ángeles.—1 Ped. 1:3, 4.
SANTIDAD DE OTROS FIELES
También se hace referencia a otras personas en la Biblia como santas. En tiempos precristianos se consideraba a la entera nación de Israel como santa debido a que Dios la había escogido y santificado, introduciéndola exclusivamente en relación de pacto con él como propiedad especial. (Éxo. 19:5, 6) Por eso el apóstol Pedro habla acerca de “las mujeres santas que esperaban en Dios.” (1 Ped. 3:5) A estas personas se les consideraba santas porque estaban incluidas entre los testigos santos de Dios.
De modo semejante, hay una “grande muchedumbre” de cristianos fieles hoy que no está incluida entre los 144.000 “santos” que reciben el “llamamiento santo” a la vida celestial. (2 Tim. 1:9) No obstante, a los de esta “grande muchedumbre,” que esperan obtener vida eterna bajo el régimen del reino celestial de Dios, se les representa como personas que han “lavado sus ropas largas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero.” (Rev. 7:3, 4, 9-15) Esto representa para ellos una posición delante de Dios, el atribuirles justicia, lo cual los llevará a salvo a través de la destrucción de este inicuo sistema de cosas que se acerca rápidamente.
Sin embargo, diferente de lo que sucede en el caso de los que tienen la esperanza celestial, a los de la “grande muchedumbre” no se les imputa perfección humana y por eso no se les considera en las Escrituras como “santos.” Más bien, esperan con deleite alcanzar con el tiempo la verdadera perfección y santidad humanas.
MANTENIENDO LA SANTIDAD
Tanto los “santos” ungidos como la “grande muchedumbre” que reciben una posición delante de Dios tienen que adherirse a un proceder de pureza y limpieza delante de Dios. Es necesario que ‘continúen en la fe, establecidos sobre el fundamento y constantes y no dejándose mover de la esperanza de esas buenas nuevas’ que aceptaron. (Col. 1:23) Esto requiere de su parte estudio continuo y con regularidad de la Palabra de verdad de Dios y la aplicación de ella a su vida. (1 Ped. 1:22) Y puesto que todavía son imperfectos y están propensos a hacer lo malo, también se requiere que respondan a la disciplina de Jehová.
Pablo explica el papel que desempeña la disciplina en mantener la santidad, al decir: “Teníamos padres que eran de nuestra carne que nos disciplinaban, y les mostrábamos respeto. ¿No hemos de sujetarnos mucho más al Padre de nuestra vida espiritual y vivir? Pues ellos por unos cuantos días nos disciplinaban según lo que les parecía bien, pero él lo hace para provecho nuestro para que participemos de su santidad.” (Heb. 12:9, 10) Por lo tanto los “santos” que quieren participar de la santidad de Dios tienen que aceptar la disciplina y someterse humildemente a ella. Y para mantener su posición delante de Dios la “grande muchedumbre” tiene que hacer lo mismo.
A los cristianos se les exhorta a que se limpien de “toda contaminación de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.” (2 Cor. 7:1) ¿Está usted haciendo esto? Si el cristiano practica cosas que contaminan o dañan su cuerpo carnal, o si obra de modo contrario a la Biblia en doctrina o moralidad, está apartándose del proceder de santidad y muestra que realmente no ama ni teme a Dios. Este es un asunto muy serio.
Los cristianos ungidos que tienen el “llamamiento santo” a la vida celestial llegan a ser un templo santo de piedras vivas para Jehová. Constituyen “un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo para posesión especial.” (1 Ped. 2:5, 9) De modo que si un miembro de la clase del templo practica inmoralidad, ¿entonces qué? ¡Pues, está contaminando y derribando el templo de Dios! Y Dios dice: “Si alguien destruye el templo de Dios. Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo, el cual son ustedes.” (1 Cor. 3:17) Sí, cualquiera que use incorrectamente lo que es santo a Jehová, sufrirá castigo de Dios.
La actitud de Jehová hacia el uso profano de sus posesiones santas se puede discernir del castigo severo que dio a los babilonios por tal ofensa. El rey Belsasar había profanado los vasos santos del templo de Jehová al ordenar que fueran traídos y usados por los festejadores embriagados. Aquella misma noche Jehová causó la destrucción súbita de ellos. (Dan. 5:1-4, 22-31) Esto indica la importancia de que ahora la gente preste atención al consejo de la Biblia de tratar bondadosa y amorosamente a los “santos” de Jehová, los hermanos espirituales de Jesucristo.—Mat. 25:40, 45.
Es evidente que Jehová Dios espera que tanto sus “santos” ungidos como los miembros de la “grande muchedumbre” se adhieran a un proceder de pureza y limpieza. Esa santidad de conducta es un requisito para todos los siervos de Dios. Por lo tanto, usted demostrará sabiduría si se esfuerza por obedecer el consejo bíblico que dice: “Como hijos obedientes, dejen de amoldarse según los deseos que tuvieron en otro tiempo en su ignorancia, sino, de acuerdo con el santo que los llamó, háganse ustedes mismos santos también en toda su conducta.”—1 Ped. 1:14, 15.
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La humanidad en dificultadesLa Atalaya 1970 | 15 de septiembre
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La humanidad en dificultades
● El Dr. Hans Morgenthau, famoso teórico político y profesor de ciencia política, le dijo a un grupo de estudiantes universitarios que el mundo está en seria dificultad. Citó muchas absurdidades creadas por la carrera de las armas nucleares, tales como la norma de “matar varias veces.” “Los Estados Unidos tienen la posibilidad de destruir al mundo muchas veces,” dijo. Entonces preguntó: ¿qué necesidad hay de que la nación produzca más armas? Morgenthau predijo que, con el tiempo, más naciones tendrán las armas nucleares. Si los Estados Unidos fueran bombardeados con armas nucleares, sería imposible determinar el origen del ataque, dijo. “Si uno no sabe contra quién tomar represalias, ¿tendría uno que volar al mundo entero para aplastar al enemigo?” Estos son los mismos factores a los cuales señala la Biblia en Lucas 21:26, donde dice que ‘los hombres desmayarían debido al temor y a la expectativa de las cosas que vendrían sobre la tierra habitada.’
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