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Ante el Sanedrín; luego ante PilatoEl hombre más grande de todos los tiempos
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Capítulo 121
Ante el Sanedrín; luego ante Pilato
LA NOCHE va pasando. Pedro ha negado por tercera vez a Jesús, y los miembros del Sanedrín, concluido su juicio falso, se han dispersado. Sin embargo, tan pronto como amanece el viernes por la mañana se reúnen de nuevo, esta vez en su sala del Sanedrín. Parece que hacen esto para dar apariencia legal al juicio nocturno. Cuando tienen a Jesús ante sí, dicen, como dijeron durante la noche: “Si eres el Cristo, dínoslo”.
“Aunque se lo dijera, de ningún modo lo creerían —contesta Jesús—. Además, si los interrogara, de ningún modo contestarían.” Con todo, Jesús se identifica valerosamente cuando dice: “Desde ahora en adelante el Hijo del hombre estará sentado a la poderosa diestra de Dios”.
“¿Eres tú, por lo tanto, el Hijo de Dios?”, quieren saber todos.
“Ustedes mismos dicen que lo soy”, contesta Jesús.
Para estos hombres resueltos a asesinarlo, esa respuesta basta. La consideran una blasfemia. “¿Por qué necesitamos más testimonio?”, preguntan. “Pues nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca.” Entonces atan a Jesús, se lo llevan y lo entregan al gobernador romano, Poncio Pilato.
Judas, el que traicionó a Jesús, ha estado observando el proceso. Cuando ve que Jesús ha sido condenado, siente remordimiento. Por eso va a los sacerdotes principales y a los ancianos para devolver las 30 piezas de plata, y explica: “Pequé cuando traicioné sangre justa”.
“¿Qué nos importa? ¡Tú tienes que atender a eso!”, le contestan despiadadamente. De modo que Judas tira las piezas de plata en el templo y va y trata de ahorcarse. Pero parece que la rama a la que Judas ata la soga se quiebra, y su cuerpo cae y se revienta en las rocas abajo.
Los sacerdotes principales no están seguros de qué hacer con las piezas de plata. “No es lícito echarlas en la tesorería sagrada —concluyen—, porque son el precio de sangre.” Así que, después de consultar entre sí, compran con el dinero el campo del alfarero para sepultar a los extraños. Por eso ese campo llega a conocerse como “Campo de Sangre”.
Todavía es temprano por la mañana cuando llevan a Jesús al palacio del gobernador. Pero los judíos que lo acompañan rehúsan entrar allí porque creen que tal intimidad con los gentiles los contamina. Así que, para complacerlos, Pilato sale a ellos. “¿Qué acusación traen contra este hombre?”, pregunta.
“Si este hombre no fuera delincuente, no te lo habríamos entregado”, contestan.
Pilato no quiere implicarse en este asunto, y por eso responde: “Tómenlo ustedes mismos y júzguenlo según su ley”.
Los judíos revelan sus fines de asesinato, pues afirman: “A nosotros no nos es lícito matar a nadie”. En efecto, el que ellos mataran a Jesús durante la fiesta de la Pascua podría causar un motín, pues muchos tienen en gran estima a Jesús. Pero si logran que los romanos lo ejecuten por alguna acusación de índole política, eso tenderá a absolverlos de responsabilidad ante el pueblo.
Por eso los líderes religiosos, sin mencionar el juicio anterior en que han condenado a Jesús por blasfemia, ahora inventan cargos diferentes contra él. Presentan la siguiente acusación de tres partes: “A este hombre lo hallamos [1] subvirtiendo a nuestra nación, y [2] prohibiendo pagar impuestos a César, y [3] diciendo que él mismo es Cristo, un rey”.
La acusación que preocupa a Pilato es la de que Jesús afirme ser rey. De modo que Pilato entra de nuevo en el palacio y llama a Jesús y le pregunta: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. En otras palabras, ¿has violado la ley declarándote rey en oposición a César?
Jesús quiere saber cuánto ha oído Pilato acerca de él, y por eso pregunta: “¿Es por ti mismo que dices esto, o te hablaron otros acerca de mí?”.
Pilato afirma que no sabe nada de él, y manifiesta interés en averiguar los hechos. “Yo no soy judío, ¿verdad?”, responde. “Tu propia nación y los sacerdotes principales te entregaron a mí. ¿Qué hiciste?”
Jesús de ninguna manera trata de evadir la cuestión, que se relaciona con la gobernación real. Sin duda, la respuesta que Jesús da ahora sorprende a Pilato. (Lucas 22:66-23:3; Mateo 27:1-11; Marcos 15:1; Juan 18:28-35; Hechos 1:16-20.)
▪ ¿Por qué se reúne de nuevo el Sanedrín por la mañana?
▪ ¿Cómo muere Judas, y qué se hace con las 30 piezas de plata?
▪ En vez de matarlo ellos mismos, ¿por qué quieren los judíos que los romanos maten a Jesús?
▪ ¿De qué acusan a Jesús los judíos?
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De Pilato a Herodes, y de vuelta a PilatoEl hombre más grande de todos los tiempos
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Capítulo 122
De Pilato a Herodes, y de vuelta a Pilato
AUNQUE Jesús no trata de ocultar de Pilato que es rey, explica que su Reino no le presenta ninguna amenaza a Roma. “Mi reino no es parte de este mundo —dice Jesús—. Si mi reino fuera parte de este mundo, mis servidores habrían peleado para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero, como es el caso, mi reino no es de esta fuente.” Así Jesús admite tres veces que tiene un Reino, aunque no es de fuente terrestre.
Sin embargo, Pilato sigue presionándolo: “Bueno, pues, ¿eres tú rey?”. Es decir, ¿eres rey aunque tu Reino no sea parte de este mundo?
Jesús le hace saber a Pilato que ha llegado a la conclusión correcta, pues contesta: “Tú mismo dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio acerca de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz”.
Sí, el propósito mismo de la existencia de Jesús en la Tierra es dar testimonio acerca de “la verdad”, específicamente la verdad acerca de su Reino. Jesús está dispuesto a ser fiel a esa verdad aunque le cueste la vida. Aunque Pilato pregunta: “¿Qué es la verdad?”, no espera más explicación. Ha oído suficiente para rendir juicio.
Pilato regresa a la muchedumbre que espera fuera del palacio. Evidentemente con Jesús a su lado, dice a los sacerdotes principales y a sus acompañantes: “No hallo ningún delito en este hombre”.
Encolerizados por la decisión, las muchedumbres empiezan a insistir: “Alborota al pueblo enseñando por toda Judea, sí, comenzando desde Galilea hasta aquí”.
El fanatismo irracional de los judíos tiene que asombrar a Pilato. Por eso, mientras los sacerdotes principales y los ancianos siguen gritando, Pilato se vuelve hacia Jesús y pregunta: “¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti?”. Con todo, Jesús no trata de contestar. La tranquilidad que despliega frente a las absurdas acusaciones maravilla a Pilato.
Cuando Pilato se entera de que Jesús es galileo, ve la oportunidad de librarse de llevar responsabilidad por él. El gobernante de Galilea, Herodes Antipas (hijo de Herodes el Grande), está en Jerusalén para la Pascua, de modo que Pilato hace que lleven ante él a Jesús. Algún tiempo atrás Herodes Antipas había ordenado la decapitación de Juan el Bautizante, y después Herodes se había asustado al oír acerca de las obras milagrosas que ejecutaba Jesús, pues temía que Jesús fuera en realidad Juan levantado de entre los muertos.
Ahora Herodes se regocija mucho ante la posibilidad de ver a Jesús. Esto no se debe a que se interese en el bienestar de Jesús ni a que realmente quiera saber si lo que se dice contra él es cierto o no. Lo que sucede es que sencillamente tiene curiosidad y espera ver a Jesús ejecutar algún milagro.
Sin embargo, Jesús rehúsa satisfacer la curiosidad de Herodes. De hecho, cuando Herodes lo interroga Jesús no dice ni una sola palabra. Frustrados, Herodes y los soldados de su guardia se burlan de Jesús. Lo visten con una prenda vistosa y se mofan de él. Entonces lo devuelven a Pilato. El resultado de esto es que Herodes y Pilato, que antes eran enemigos, se hacen buenos amigos.
Cuando Jesús vuelve, Pilato convoca a los sacerdotes principales, a los gobernantes judíos y al pueblo, y les dice: “Ustedes me trajeron a este hombre como amotinador del pueblo, y, ¡miren!, lo examiné delante de ustedes, pero no hallé en este hombre base alguna para las acusaciones que hacen contra él. De hecho, ni Herodes tampoco, porque nos lo devolvió; y, ¡miren!, nada que merezca la muerte ha sido cometido por él. Por tanto, lo castigaré y lo pondré en libertad”.
Así, dos veces Pilato ha declarado inocente a Jesús. Tiene muchos deseos de ponerlo en libertad, pues se da cuenta de que los sacerdotes lo han entregado solo por envidia. Mientras Pilato sigue tratando de poner en libertad a Jesús, recibe un motivo de más peso aún para hacerlo. Mientras está sentado en el tribunal, su esposa le envía un mensaje en que le dice con instancia: “No tengas nada que ver con ese hombre justo, porque sufrí mucho hoy en un sueño [evidentemente de origen divino] a causa de él”.
Pero ¿cómo puede Pilato poner en libertad a este hombre inocente, como sabe que debe hacerlo? (Juan 18:36-38; Lucas 23:4-16; Mateo 27:12-14, 18, 19; 14:1, 2; Marcos 15:2-5.)
▪ ¿Cómo contesta Jesús la pregunta respecto a que sea rey?
▪ ¿Qué es “la verdad” acerca de la cual Jesús dio testimonio durante su vida terrestre?
▪ ¿Qué juicio emite Pilato, cómo responde el pueblo, y qué hace Pilato con Jesús?
▪ ¿Quién es Herodes Antipas, por qué se regocija mucho de ver a Jesús, y qué hace con él?
▪ ¿Por qué tiene Pilato tantos deseos de poner en libertad a Jesús?
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“¡Miren! ¡El hombre!”El hombre más grande de todos los tiempos
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Capítulo 123
“¡Miren! ¡El hombre!”
IMPRESIONADO por la conducta de Jesús, y reconociendo que es inocente, Pilato busca otra manera de ponerlo en libertad. “Ustedes tienen por costumbre —dice a las muchedumbres— que les ponga en libertad a un hombre en la pascua.”
Puesto que Barrabás, un asesino notorio, también está en prisión, Pilato pregunta: “¿A cuál quieren que les ponga en libertad?: ¿a Barrabás, o a Jesús, el llamado Cristo?”.
El pueblo, persuadido y excitado por los sacerdotes principales, pide que ponga en libertad a Barrabás, pero que se dé muerte a Jesús. Pilato no se da por vencido, y pregunta de nuevo: “¿A cuál de los dos quieren que les ponga en libertad?”.
“A Barrabás”, gritan.
“Entonces, ¿qué haré con Jesús, el llamado Cristo?”, pregunta Pilato desalentado.
Con un clamor ensordecedor, contestan: “¡Al madero con él!”. “¡Al madero! ¡Al madero con él!”
Porque sabe que exigen la muerte de un inocente, Pilato suplica: “Pues, ¿qué mal ha hecho este hombre? Yo no he hallado en él nada que merezca la muerte; por lo tanto lo castigaré y lo pondré en libertad”.
A pesar de los esfuerzos de Pilato, la muchedumbre encolerizada, incitada por sus líderes religiosos, sigue gritando: “¡Al madero con él!”. Agitada hasta el frenesí por los sacerdotes, la muchedumbre quiere ver sangre. Imagínese: ¡solo cinco días atrás algunas de aquellas personas probablemente estuvieron entre las que acogieron como Rey a Jesús en Jerusalén! Mientras tanto, los discípulos de Jesús, si están presentes, permanecen en silencio y sin atraerse atención.
Cuando Pilato ve que no logra nada con sus súplicas, y que más bien se levanta un alboroto, se lava las manos con agua delante de la muchedumbre y dice: “Soy inocente de la sangre de este hombre. Ustedes mismos tienen que atender a ello”. Al oír aquello, la gente responde: “Venga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.
Por eso, según lo que exigen, y con más deseo de complacer a la muchedumbre que de hacer lo que sabe que es correcto, Pilato pone en libertad a Barrabás. Toma a Jesús y hace que le quiten la ropa y lo azoten. No se trata de una flagelación ordinaria. Una revista de la Asociación Médica Estadounidense, The Journal of the American Medical Association describe así la práctica romana de azotar:
“Por lo general el instrumento que se usaba era un látigo corto (flagelo) con varias tiras de cuero sueltas o trenzadas, de largo diferente, que tenían atadas a intervalos bolitas de hierro o pedazos afilados de hueso de oveja. [...] Cuando los soldados romanos azotaban vigorosamente vez tras vez la espalda de la víctima, las bolas de hierro causaban contusiones profundas, y las tiras de cuero con huesos de oveja cortaban la piel y los tejidos subcutáneos. Entonces, a medida que se seguía azotando a la víctima, las heridas llegaban hasta los músculos esqueléticos subyacentes y producían tiras temblorosas de carne que sangraba”.
Después de esta tortura llevan a Jesús al palacio del gobernador, y se convoca a todo el grupo de los soldados. Allí los soldados siguen insultándolo mediante entretejer una corona de espinas y ajustársela con fuerza en la cabeza. Le ponen una caña en la mano derecha y lo visten con una prenda de vestir de púrpura, como la usada por la realeza. Entonces se burlan de él y dicen: “¡Buenos días, rey de los judíos!”. Además, escupen contra él y le dan bofetadas. Le quitan la gruesa caña que le han puesto en la mano y la usan para pegarle en la cabeza, lo cual hunde más aún en su cuero cabelludo los espinos afilados de su humillante “corona”.
La extraordinaria dignidad y fortaleza de Jesús ante aquel maltrato impresiona tanto a Pilato que una vez más trata de ponerlo en libertad. Dice a las muchedumbres: “¡Vean! Se lo traigo fuera para que sepan que no hallo en él ninguna falta”. Puede que él piense que se les ablandará el corazón al ver la condición de Jesús después de la tortura. Mientras Jesús está de pie ante la chusma despiadada, coronado de espinas, teniendo sobre sí la prenda de vestir exterior de púrpura y con el rostro adolorido ensangrentado, Pilato proclama: “¡Miren! ¡El hombre!”.
Aunque herido y golpeado, aquí está de pie el personaje más sobresaliente de toda la historia, ¡ciertamente el hombre más grande de todos los tiempos! Sí, Jesús muestra una dignidad y serenidad que revela una grandeza que hasta Pilato se ve obligado a reconocer, pues parece que sus palabras reflejan una mezcla de respeto y lástima. (Juan 18:39-19:5; Mateo 27:15-17, 20-30; Marcos 15:6-19; Lucas 23:18-25.)
▪ ¿Cómo intenta Pilato poner en libertad a Jesús?
▪ ¿Cómo trata Pilato de librarse de responsabilidad?
▪ ¿Qué implica el ser azotado?
▪ ¿Cómo se burlan de Jesús después de azotarlo?
▪ ¿Cómo trata de nuevo Pilato de poner en libertad a Jesús?
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Lo entregan y se lo llevanEl hombre más grande de todos los tiempos
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Capítulo 124
Lo entregan y se lo llevan
CUANDO Pilato, conmovido por la apacible dignidad que manifiesta Jesús después de haber sido torturado, de nuevo trata de ponerlo en libertad, los sacerdotes principales se enfurecen más. Están resueltos a no permitir que nada les impida realizar su propósito inicuo. Por eso gritan de nuevo: “¡Al madero con él! ¡Al madero con él!”.
Pilato, disgustado, les responde: “Tómenlo ustedes mismos y fíjenlo en el madero”. (Contrario a lo que habían afirmado antes, puede ser que los judíos tengan autoridad para ejecutar a los que hayan cometido delitos religiosos de suficiente gravedad.) Entonces, por lo menos por quinta vez, Pilato declara inocente a Jesús al decir: “Yo no hallo en él falta alguna”.
Al ver que los cargos políticos que han presentado les fallan, los judíos recurren a la acusación religiosa de blasfemia que habían presentado contra Jesús solo unas horas antes en el juicio ante el Sanedrín. “Nosotros tenemos una ley —dicen—, y según la ley debe morir, porque se hizo hijo de Dios.”
Esta acusación es nueva para Pilato, y le causa mayor temor. Para este tiempo él se ha dado cuenta de que Jesús no es un hombre ordinario, como se lo han indicado el sueño de su esposa y el sobresaliente vigor de la personalidad de Jesús. Pero ¿“hijo de Dios”? Pilato sabe que Jesús es de Galilea. Sin embargo, ¿habrá alguna posibilidad de que haya vivido antes? De nuevo Pilato lleva consigo a Jesús al palacio y le pregunta: “¿De dónde eres tú?”.
Jesús no responde. Antes le había dicho a Pilato que era rey, pero que su Reino no era parte de este mundo. Ahora no tendría propósito útil el que diera más explicación. Sin embargo, el que Jesús se niegue a responderle ofende el orgullo de Pilato, y este estalla en cólera contra Jesús con las palabras: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para ponerte en libertad y tengo autoridad para fijarte en un madero?”.
Respetuosamente, Jesús responde: “No tendrías autoridad alguna contra mí a menos que te hubiera sido concedida de arriba”. Se refiere al hecho de que Dios concede autoridad a los gobernantes humanos para que administren los asuntos terrestres. Jesús añade: “Por eso, el hombre que me entregó a ti tiene mayor pecado”. Sí, el sumo sacerdote Caifás y sus cómplices, y Judas Iscariote, tienen mayor responsabilidad que Pilato por el trato injusto que se da a Jesús.
Impresionado más aún por Jesús, y con temor de que en realidad Jesús tenga origen divino, Pilato reanuda sus esfuerzos por ponerlo en libertad. Sin embargo, los judíos rechazan lo que hace Pilato. Repiten su acusación política, y con astucia presentan una amenaza: “Si pones en libertad a este, no eres amigo de César. Todo el que se hace rey habla contra César”.
A pesar de las posibles malas consecuencias, Pilato lleva afuera de nuevo a Jesús. “¡Miren! ¡Su rey!”, es el llamamiento que hace una vez más.
“¡Quítalo! ¡Quítalo! ¡Al madero con él!”, es la respuesta que le dan.
“¿A su rey fijo en un madero?”, pregunta Pilato desesperado.
A los judíos les ha irritado estar bajo la gobernación de los romanos. Sí, ¡detestan la dominación romana! No obstante, hipócritamente los sacerdotes principales dicen: “No tenemos más rey que César”.
Temiendo perder su puesto y su reputación políticos, Pilato al fin sucumbe a las exigencias incesantes de los judíos. Les entrega a Jesús. Los soldados le quitan a Jesús el manto púrpura y le ponen las prendas de vestir exteriores. Mientras llevan a Jesús para ejecutarlo en el madero, hacen que él cargue su propio madero de tormento.
Ha adelantado ya bastante la mañana del viernes 14 de Nisán; puede que sea casi el mediodía. Jesús ha estado despierto desde temprano el jueves por la mañana, y ha sufrido, una tras otra, experiencias angustiosas. Se entiende, pues, por qué le fallan las fuerzas pronto bajo el peso del madero. Entonces se hace que un transeúnte, cierto Simón de Cirene, de África, cargue el madero por él. Mientras siguen, muchas personas vienen tras ellos, entre ellas unas mujeres que se golpean en desconsuelo y plañen por Jesús.
Volviéndose hacia las mujeres, Jesús dice: “Hijas de Jerusalén, dejen de llorar por mí. Al contrario, lloren por ustedes mismas y por sus hijos; porque, ¡miren!, vienen días en que se dirá: ‘¡Felices son las estériles, y las matrices que no dieron a luz y los pechos que no dieron de mamar!’. [...] Porque si hacen estas cosas cuando el árbol está húmedo, ¿qué ocurrirá cuando esté marchito?”.
Jesús alude aquí al árbol de la nación judía, que todavía tiene un poco de humedad de vida porque Jesús está entre ellos y porque existe un resto que cree en él. Pero cuando estos sean sacados de la nación, solo quedará un árbol espiritualmente muerto, sí, una organización nacional marchita. Ay, ¡cuánta causa para llanto habrá cuando los ejércitos romanos, como ejecutores utilizados por Dios, devasten a la nación judía! (Juan 19:6-17; 18:31; Lucas 23:24-31; Mateo 27:31, 32; Marcos 15:20, 21.)
▪ Cuando los cargos políticos no dan resultados, ¿qué acusación hacen los líderes religiosos contra Jesús?
▪ ¿Por qué aumenta el temor de Pilato?
▪ ¿Quiénes tienen mayor pecado por lo que le sucede a Jesús?
▪ Finalmente, ¿cómo logran los sacerdotes que Pilato les entregue a Jesús para que sea ejecutado?
▪ ¿Qué dice Jesús a las mujeres que lloran por él, y qué significa el que él diga que el árbol está “húmedo” y luego “marchito”?
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Agonía en el maderoEl hombre más grande de todos los tiempos
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Capítulo 125
Agonía en el madero
DOS salteadores son llevados con Jesús a la ejecución. La procesión se detiene no muy lejos de la ciudad, en un lugar llamado Gólgotha o Lugar del Cráneo.
Les quitan a los prisioneros sus prendas de vestir. Entonces les proveen vino drogado con mirra. Parece que las mujeres de Jerusalén lo preparan, y los romanos no niegan a los que son colgados en maderos esta bebida que embota los sentidos al dolor. Sin embargo, cuando Jesús lo prueba, rehúsa tomarlo. ¿Por qué? Obviamente Jesús quiere estar en pleno dominio de sus facultades durante esta prueba suprema que se impone a su fe.
Ahora extienden a Jesús sobre el madero, con las manos por encima de la cabeza. Entonces, a martillazos, los soldados introducen grandes clavos en las manos y los pies de Jesús. Él se retuerce de dolor cuando los clavos atraviesan carne y ligamentos. Cuando levantan el madero, el dolor es insoportable, pues el peso del cuerpo desgarra las heridas causadas por los clavos. Pero en vez de amenazar a los soldados romanos, Jesús ora por ellos diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Pilato manda poner sobre el madero un letrero que dice: “Jesús el Nazareno el rey de los judíos”. Parece que escribe esto no solo porque respeta a Jesús, sino porque detesta a los sacerdotes judíos por haberle obligado a dictar la pena de muerte contra Jesús. Para que todos puedan leer el letrero, Pilato hace que se escriba en tres idiomas: en hebreo, en el latín oficial y en el griego común.
Esto desalienta a los sacerdotes principales, entre ellos Caifás y Anás. Esta proclamación categórica les daña su hora de triunfo. Por eso se oponen, y dicen: “No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino que él dijo: ‘Soy rey de los judíos’”. Pilato, irritado porque se le ha hecho instrumento de los sacerdotes, responde con resuelto desdén: “Lo que he escrito, he escrito”.
Los sacerdotes, junto con una muchedumbre grande, se reúnen ahora en el lugar de la ejecución, y los sacerdotes contradicen el testimonio del letrero. Vuelven a mencionar el testimonio falso que se había presentado antes en los juicios ante el Sanedrín. No sorprende, pues, que los que pasan por allí empiecen a lanzar insultos y a menear la cabeza en burla, diciendo: “¡Oh tú, supuesto derribador del templo y edificador de él en tres días, sálvate! Si eres hijo de Dios, ¡baja del madero de tormento!”.
Los sacerdotes principales y sus secuaces religiosos también se burlan: “¡A otros salvó; a sí mismo no se puede salvar! Él es rey de Israel; baje ahora del madero de tormento y creeremos en él. Ha puesto en Dios su confianza; líbrelo Él ahora si le quiere, puesto que dijo: ‘Soy Hijo de Dios’”.
Contagiados por el espíritu de la situación, los soldados también se mofan de Jesús. Burlándose, le ofrecen vino agrio, al parecer aguantándolo precisamente ante sus labios resecos. Lo desafían, diciendo: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate”. Aun los salteadores —colgados uno a la derecha de Jesús y el otro a su izquierda— se burlan de él. ¡Imagínese! ¡El hombre más grande de todos los tiempos, sí, la persona que colaboró con Jehová Dios en la creación de todas las cosas, sufre con resolución todo este insulto!
Los soldados toman las prendas de vestir exteriores de Jesús y las dividen en cuatro partes. Echan suertes para ver de quiénes serán. Sin embargo, la prenda de vestir interior no tiene costura, pues es de calidad superior. Por eso los soldados se dicen unos a otros: “No la rasguemos, sino que por suertes sobre ella decidamos de quién será”. Así, sin darse cuenta, cumplen la Escritura que dice: “Repartieron entre sí mis prendas de vestir exteriores, y sobre mi vestidura echaron suertes”.
Con el tiempo, uno de los salteadores se da cuenta de que Jesús en realidad tiene que ser un rey. Por lo tanto, reprende a su compañero con las palabras: “¿No temes tú a Dios de ninguna manera, ahora que estás en el mismo juicio? Y nosotros, en verdad, justamente, porque estamos recibiendo de lleno lo que merecemos por las cosas que hicimos; pero este no ha hecho nada indebido”. Entonces se dirige a Jesús y le ruega: “Acuérdate de mí cuando entres en tu reino”.
“Verdaderamente te digo hoy —contesta Jesús—: Estarás conmigo en el Paraíso.” Esta promesa se cumplirá cuando Jesús como Rey en los cielos resucite a este malhechor arrepentido a la vida en la Tierra en un Paraíso que los sobrevivientes del Armagedón y sus compañeros tendrán el privilegio de cultivar. (Mateo 27:33-44; Marcos 15:22-32; Lucas 23:27, 32-43; Juan 19:17-24.)
▪ ¿Por qué rehúsa Jesús beber el vino drogado con mirra?
▪ ¿Cuál parece ser la razón por la cual se cuelga un letrero sobre el madero de Jesús, y a qué intercambio de palabras entre Pilato y los sacerdotes principales lleva esto?
▪ ¿De qué otra manera insultan a Jesús mientras está en el madero, y por qué, obviamente, se hace esto?
▪ ¿Cómo cumple profecía lo que se hace con las prendas de vestir de Jesús?
▪ ¿Qué cambio tiene lugar en uno de los salteadores, y cómo cumplirá Jesús la petición de este?
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“Ciertamente este era Hijo de Dios”El hombre más grande de todos los tiempos
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Capítulo 126
“Ciertamente este era Hijo de Dios”
JESÚS no ha estado colgando del madero por mucho tiempo cuando, al mediodía, ocurre una oscuridad misteriosa que dura tres horas. No puede ser un eclipse solar, porque estos solo ocurren cuando hay luna nueva, y durante la Pascua hay luna llena. Además, los eclipses solares solo duran unos minutos. ¡Así que la oscuridad es de origen divino! Puede que esto haga vacilar a los que se burlan de Jesús, y hasta que dejen de mofarse.
Si este pavoroso fenómeno ocurre antes de que uno de los malhechores corrija a su compañero y pida a Jesús que lo recuerde, puede que haya sido un factor en su arrepentimiento. Quizás durante esa oscuridad cuatro mujeres, a saber, la madre de Jesús y la hermana de ella, Salomé, María Magdalena y María la madre del apóstol Santiago el Menos, se acercan al madero de tormento. Juan, el apóstol amado de Jesús, está con ellas.
¡Qué dolor ‘atraviesa’ el corazón de la madre de Jesús cuando ella ve al hijo que amamantó y crió colgando allí en agonía! En cuanto a Jesús, él no piensa en su propio dolor, sino en el bienestar de ella. Con gran esfuerzo inclina la cabeza hacia Juan y dice a su madre: “Mujer, ¡ahí está tu hijo!”. Entonces, inclinando la cabeza hacia María, dice a Juan: “¡Ahí está tu madre!”.
Así Jesús encomienda a su muy amado apóstol el cuidado de su madre, quien evidentemente es viuda ya. Hace esto porque los demás hijos de María todavía no han manifestado fe en él. De esta manera da un excelente ejemplo de hacer provisión, no solo para las necesidades físicas de su madre, sino también para sus necesidades espirituales.
Como a las tres de la tarde Jesús dice: “Tengo sed”. Jesús percibe que, por decirlo así, su Padre ha retirado de él Su protección para que su integridad sea probada hasta el límite. Por eso clama con voz fuerte: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. Al oír esto, algunos de los que están de pie cerca exclaman: “¡Miren! Llama a Elías”. Inmediatamente uno de ellos corre y, colocando una esponja empapada de vino agrio en la punta de una caña de hisopo, le da de beber. Pero otros dicen: “¡Déjenlo! Veamos si Elías viene a bajarlo”.
Cuando Jesús recibe el vino agrio, clama: “¡Se ha realizado!”. Sí, él ha hecho todo lo que su Padre lo envió a hacer en la Tierra. Finalmente dice: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Así Jesús encomienda a Dios la fuerza que le ha sostenido la vida y confía en que Dios se la devolverá. Entonces inclina la cabeza y muere.
Cuando Jesús expira, ocurre un terremoto violento que hiende las masas rocosas. El terremoto es tan vigoroso que abre las tumbas conmemorativas que hay fuera de Jerusalén y echa de estas los cadáveres. Transeúntes que ven los cadáveres que quedan expuestos entran en la ciudad e informan lo que han visto.
Además, al morir Jesús la enorme cortina que marca la separación entre el Santo y el Santísimo en el templo de Dios se rasga en dos, de arriba abajo. ¡Según informes, esta cortina hermosamente ornamentada mide unos 18 metros (60 pies) de altura y es muy pesada! El asombroso milagro no solo manifiesta la ira de Dios contra los que han matado a Su Hijo, sino que también señala que la entrada en el Santísimo, el cielo mismo, se ha hecho posible ahora mediante la muerte de Jesús.
Pues bien, la gente se aterra al sentir el terremoto y ver las cosas que suceden. El oficial del ejército encargado de la ejecución da gloria a Dios. “Ciertamente este era Hijo de Dios”, proclama. Es probable que él estuviera presente cuando en el juicio de Jesús ante Pilato se consideró la alegación de que Jesús era Hijo de Dios. Y ahora está convencido de que Jesús es el Hijo de Dios, sí, de que en verdad es el hombre más grande de todos los tiempos.
Estos acontecimientos milagrosos también sacuden profundamente a otros, que regresan a sus hogares golpeándose el pecho como muestra de su intenso dolor y vergüenza. Muchas discípulas de Jesús que observan el espectáculo desde alguna distancia quedan profundamente conmovidas por estos sucesos trascendentales. El apóstol Juan también está presente. (Mateo 27:45-56; Marcos 15:33-41; Lucas 23: 44-49; 2:34, 35; Juan 19:25-30.)
▪ ¿Por qué no pueden deberse a un eclipse solar las tres horas de oscuridad?
▪ Poco antes de morir, ¿qué excelente ejemplo da Jesús para los que tienen padres envejecidos?
▪ ¿Cuáles son las últimas cuatro declaraciones de Jesús antes de morir?
▪ ¿Qué logra el terremoto, y qué significa el que la cortina del templo se rasgue en dos?
▪ ¿Cómo afectan los milagros al oficial del ejército encargado de la ejecución?
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Enterrado el viernes; una tumba vacía el domingoEl hombre más grande de todos los tiempos
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Capítulo 127
Enterrado el viernes; una tumba vacía el domingo
LA TARDE del viernes casi termina, y el sábado 15 de Nisán va a empezar al ponerse el Sol. El cadáver de Jesús cuelga inmóvil sobre el madero, pero los dos salteadores a su lado todavía están vivos. Al viernes por la tarde se le llama la Preparación porque entonces el pueblo prepara comidas y termina toda otra tarea urgente que no pueda dejarse hasta después del sábado.
El sábado que está por empezar no es solo un sábado regular (el séptimo día de la semana), sino también un sábado doble o “grande”. Se le llama así porque el 15 de Nisán —el primer día de la fiesta de siete días de las Tortas no Fermentadas (que siempre es un sábado o día de descanso, sin importar en qué día de la semana caiga)— cae en el mismo día que el sábado regular.
Según la Ley divina, no se deben dejar colgando de un madero toda la noche los cadáveres. Por eso los judíos le piden a Pilato que, para apresurar la muerte de los que están siendo ejecutados, se les quiebren las piernas. Así que los soldados quiebran las piernas de los dos salteadores. Pero puesto que parece que Jesús ya está muerto, no se las quiebran a él. Esto cumple lo que estaba escrito: “Ni un hueso de él será quebrantado”.
Sin embargo, para eliminar toda duda en cuanto a que Jesús en verdad está muerto, uno de los soldados le punza con una lanza el costado. La lanza le traspasa la región del corazón, y al instante sale sangre y agua. El apóstol Juan, testigo ocular, informa que esto cumple otra escritura: “Mirarán a Aquel a quien traspasaron”.
En la ejecución también está presente José de la ciudad de Arimatea, miembro estimable del Sanedrín. Él rehusó votar a favor de la acción injusta del tribunal supremo contra Jesús. José es en realidad discípulo de Jesús, aunque ha temido identificarse como tal. Pero ahora cobra ánimo y va a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato manda llamar al oficial militar encargado, y después que este confirma que Jesús está muerto, Pilato hace que le entreguen el cadáver a José.
José toma el cadáver y lo envuelve en lino limpio y fino como preparación para el entierro. Nicodemo, otro miembro del Sanedrín, ayuda a José. Nicodemo tampoco ha confesado su fe en Jesús, porque teme perder su puesto. Pero ahora trae un rollo que contiene unos 33 kilogramos (100 libras romanas) de mirra y áloes costosos. Envuelven el cuerpo de Jesús con vendas que contienen estas especias, como acostumbran los judíos preparar los cadáveres para el entierro.
Entonces el cadáver se coloca en la nueva tumba conmemorativa de José, una tumba labrada en la roca en el huerto cercano. Finalmente se cierra la tumba mediante hacer rodar una piedra grande para que cubra la entrada. Para terminar el entierro antes del sábado, se apresura la preparación del cuerpo. Por eso María Magdalena y María la madre de Santiago el Menos, que quizás han estado ayudando a efectuar la preparación, van de prisa a su hogar para preparar más especias y aceites perfumados. Lo que se proponen es untar más con estos el cadáver de Jesús, después del sábado, para conservarlo por más tiempo.
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