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  • Enterrado el viernes; una tumba vacía el domingo
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Temprano el domingo por la mañana María Magdalena y María la madre de Santiago, junto con Salomé, Juana y otras mujeres, llevan especias a la tumba para untar con ellas el cuerpo de Jesús. Mientras caminan se dicen unas a otras: “¿Quién nos removerá la piedra de la puerta de la tumba conmemorativa?”. Pero cuando llegan se enteran de que ha ocurrido un terremoto y el ángel de Jehová ha hecho rodar la piedra. ¡Los guardias no están allí, y la tumba está vacía! (Mateo 27:57-28:2; Marcos 15:42-16:4; Lucas 23:50-24:3, 10; Juan 19:14, Jn 19:31-20:1; Jn 12:42; Levítico 23:5-7; Deuteronomio 21:22, 23; Salmo 34:20; Zacarías 12:10.)

  • ¡Jesús está vivo!
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Capítulo 128

      ¡Jesús está vivo!

      CUANDO las mujeres ven que la tumba de Jesús está vacía, María Magdalena corre para decírselo a Pedro y Juan. Pero parece que las demás mujeres se quedan junto a la tumba. Poco después se aparece un ángel y las invita a entrar en ella.

      Allí las mujeres ven a otro ángel, y uno de los ángeles les dice: “No teman, porque sé que buscan a Jesús, que fue fijado en un madero. No está aquí, porque ha sido levantado, como dijo. Vengan, vean el lugar donde yacía. Y vayan de prisa y digan a sus discípulos que él ha sido levantado de entre los muertos”. Por eso, con temor y gran gozo, también estas mujeres se van corriendo.

      Para entonces María ha hallado a Pedro y Juan, y les informa: “Han quitado al Señor de la tumba conmemorativa, y no sabemos dónde lo han puesto”. Inmediatamente los dos apóstoles echan a correr. Juan es más veloz —obviamente es más joven— y llega primero a la tumba. Para ese tiempo las mujeres se han ido, y no hay nadie allí. Agachándose, Juan da una mirada en la tumba y ve las vendas, pero permanece afuera.

      Cuando Pedro llega, no titubea, sino que entra enseguida en la tumba. Ve allí las vendas y el paño que se había usado para envolver la cabeza de Jesús. El paño está arrollado en un lugar. Juan ahora entra también en la tumba, y cree el informe de María. Pero ni Pedro ni Juan captan el punto de que Jesús ha sido resucitado, aunque Él les había dicho varias veces que esto sucedería. Los dos regresan a casa perplejos, pero María, quien ha regresado a la tumba, permanece allí.

      Mientras tanto, las otras mujeres van apresuradas a decir a los discípulos que Jesús ha sido resucitado, tal como los ángeles les mandaron que hicieran. Mientras corren lo más rápido posible, Jesús se encuentra con ellas y les dice: “¡Buenos días!”. Ellas caen a sus pies y le rinden homenaje. Entonces Jesús dice: “¡No teman! Vayan, informen a mis hermanos, para que se vayan a Galilea; y allí me verán”.

      Anteriormente, al ocurrir el terremoto y aparecerse los ángeles, los guardias, pasmados de asombro, habían quedado como muertos. Al despertar, inmediatamente fueron a la ciudad e informaron a los sacerdotes principales lo que había sucedido. Estos, después de haber consultado con los “ancianos” de los judíos, decidieron tratar de ocultar aquel asunto mediante sobornar a los soldados. Les ordenaron: “Digan: ‘Sus discípulos vinieron de noche y lo hurtaron mientras nosotros dormíamos’”.

      Puesto que se podía castigar con la muerte a los soldados romanos por quedarse dormidos en sus puestos, los sacerdotes prometieron: “Si esto [el informe de que se quedaron dormidos] llega a oídos del gobernador, nosotros lo persuadiremos y los libraremos a ustedes de toda preocupación”. Los soldados siguieron estas instrucciones, pues el soborno que se les dio fue bastante grande. Como resultado de eso, el informe falso acerca del hurto del cuerpo de Jesús se divulgó entre los judíos.

      María Magdalena, quien se queda junto a la tumba, se echa a llorar. ¿Dónde estará Jesús? Al agacharse para mirar dentro de la tumba, ¡ve a los dos ángeles vestidos de blanco, que han reaparecido! Uno está sentado a la cabeza y el otro a los pies donde había yacido el cuerpo de Jesús. Preguntan: “Mujer, ¿por qué lloras?”.

      “Han quitado a mi Señor —contesta María—, y no sé dónde lo han puesto.” Entonces se vuelve y ve a alguien que pregunta de nuevo: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Y este también pregunta: “¿A quién buscas?”.

      Imaginándose que es el hortelano del jardín donde está la tumba, ella le dice: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo quitaré”.

      “¡María!”, dice aquella persona. E inmediatamente ella sabe, por la manera como él le habla, que es Jesús. “¡Rab·bó·ni!” (que significa: “¡Maestro!”), exclama. Entonces, con muchísimo gozo, se ase de él. Pero Jesús le dice: “Deja de colgarte de mí. Porque todavía no he ascendido al Padre. Pero ponte en camino a mis hermanos y diles: ‘Asciendo a mi Padre y Padre de ustedes y a mi Dios y Dios de ustedes’”.

      María ahora corre a donde están reunidos los apóstoles y sus compañeros discípulos. Da su relato en apoyo del informe que las demás mujeres ya han dado respecto a haber visto a Jesús resucitado. Sin embargo, parece que estos hombres, que no habían creído el informe de las primeras mujeres, no le creen tampoco a María. (Mateo 28:3-15; Marcos 16:5-8; Lucas 24:4-12; Juan 20: 2-18.)

      ▪ Después de hallar vacía la tumba, ¿qué hace María Magdalena, y qué les sucede a las demás mujeres?

      ▪ ¿Cómo reaccionan Pedro y Juan al ver que la tumba está vacía?

      ▪ ¿Con quién se encuentran las demás mujeres mientras van para informar a los discípulos sobre la resurrección de Jesús?

      ▪ ¿Qué les había sucedido a los guardias, y qué reacción hubo cuando dieron su informe a los sacerdotes?

      ▪ ¿Qué sucede cuando María Magdalena está sola junto a la tumba, y cómo reaccionan los discípulos cuando escuchan los informes de las mujeres?

  • Otras apariciones
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • LOS discípulos todavía están abatidos. No comprenden el significado de que la tumba esté vacía, ni creen los informes que han dado las mujeres. Por eso, más tarde ese domingo Cleopas y otro discípulo salen de Jerusalén en dirección a Emaús, que está a unos 11 kilómetros (7 millas) de distancia.

      En el camino, mientras van considerando los sucesos del día, se une a ellos un desconocido. “¿Qué asuntos son estos que consideran entre ustedes mientras van andando?”, pregunta él.

      Los discípulos se detienen, cabizbajos, y Cleopas responde: “¿Moras tú solo como forastero en Jerusalén y por eso no sabes las cosas que han ocurrido en ella en estos días?”. Él pregunta: “¿Qué cosas?”.

      “Las cosas respecto a Jesús el Nazareno”, responden. “Lo entregaron nuestros sacerdotes principales y gobernantes a sentencia de muerte y lo fijaron en un madero. Pero nosotros esperábamos que este fuera el que estaba destinado a librar a Israel.”

      Cleopas y su compañero explican los acontecimientos asombrosos del día —el informe de la vista sobrenatural de ángeles y la tumba vacía— pero entonces admiten que están perplejos respecto al significado de estas cosas. El desconocido los reprende con estas palabras: “¡Oh insensatos y lentos de corazón para creer en todas las cosas que hablaron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo sufriera estas cosas y entrara en su gloria?”. Entonces pasa a interpretarles pasajes del texto sagrado referentes al Cristo.

      Por fin se acercan a Emaús, y el extraño hace como que va a seguir de viaje. Porque desean oír más, los discípulos insisten: “Quédate con nosotros, porque casi anochece”. Así que él se queda para comer con ellos. Cuando ora y parte el pan y lo da a ellos, reconocen que en realidad es Jesús en un cuerpo humano materializado. Pero entonces él desaparece.

      ¡Ahora comprenden por qué sabía tanto el extraño! “¿No nos ardía el corazón —se preguntan— cuando él venía hablándonos por el camino, cuando nos estaba abriendo por completo las Escrituras?” Sin demora se levantan y regresan apresuradamente a Jerusalén, donde hallan a los apóstoles y a los que se han congregado con ellos. Antes de que Cleopas y su compañero puedan decir algo, los demás informan con entusiasmo: “¡Es un hecho que el Señor ha sido levantado y se ha aparecido a Simón!”. Entonces los dos cuentan que Jesús también se les apareció a ellos. Esta es la cuarta vez durante este día que él se ha aparecido a diferentes discípulos suyos.

      De repente Jesús se les aparece por quinta vez. Aunque las puertas están aseguradas con cerradura por el temor de los discípulos a los judíos, él entra y se presenta de pie allí en medio de ellos y les dice: “Tengan paz”. Ellos quedan aterrados, pues se imaginan que contemplan un espíritu. Por eso, explicando que no es un fantasma, Jesús les dice: “¿Por qué están perturbados, y por qué se suscitan dudas en su corazón? Vean mis manos y mis pies, que soy yo mismo; pálpenme y vean, porque un espíritu no tiene carne y huesos así como contemplan que yo tengo”. Con todo, se les hace difícil creer.

      Para ayudarles a captar el hecho de que en realidad es Jesús, él les pregunta: “¿Tienen ahí algo de comer?”. Después de aceptar un pedazo de pescado asado y comérselo, él dice: “Estas son mis palabras que les hablé mientras todavía estaba con ustedes [antes de mi muerte], que todas las cosas escritas en la ley de Moisés y en los Profetas y en los Salmos acerca de mí tenían que cumplirse”.

      Mientras sigue hablando —lo que en realidad equivale a tener un estudio bíblico con ellos— Jesús les enseña: “De esta manera está escrito que el Cristo sufriría y se levantaría de entre los muertos al tercer día, y sobre la base de su nombre se predicaría arrepentimiento para perdón de pecados en todas las naciones... comenzando desde Jerusalén, ustedes han de ser testigos de estas cosas”.

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