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Cómo se llega a ser ministro ordenado... ¡a la manera de Dios!La Atalaya 1988 | 15 de junio
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Cómo se llega a ser ministro ordenado... ¡a la manera de Dios!
A UN visitante pudiera haberle parecido curioso —quizás hasta le habría causado perplejidad— lo que habría oído. La escena era una asamblea de los testigos de Jehová. Se presentaba un discurso a personas que estaban por bautizarse. Lo sorprendente fue que el orador les dijo: “La presencia de cada uno de ustedes en este grupo que piensa bautizarse indica su deseo de ser un ministro ordenado del Reino”.
‘¿Cómo puede ser eso? —pudiera haber preguntado el visitante—, ¿no es el bautismo para personas que acaban de aprender algo acerca del cristianismo... y para bebés? ¿No se necesitan años de intenso adiestramiento y extensa educación para llegar a ser ministro ordenado?’ Puede que usted piense de manera similar. Pero lo que la Biblia realmente dice sobre el bautismo y la ordenación pudiera sorprenderle.
Antes del bautismo
Ante todo, el bautismo no es para personas escasamente familiarizadas con el mensaje cristiano. En Hechos 8:12 la Biblia muestra que en el primer siglo la gente se bautizaba después de ‘haber creído’. Mateo 28:19 también muestra que uno tiene que llegar a ser ‘discípulo’ antes de bautizarse. ¿Y cómo llega uno a ser ‘creyente’ o ‘discípulo’ (‘enseñado’)? ¡Por el estudio cuidadoso de la Biblia! De esa manera uno adquiere conocimiento exacto de Jesús y de Jehová Dios. (Juan 17:3.) Solo después de adquirir este conocimiento está el estudiante en condición de considerar bautizarse. En el primer siglo los cristianos maduros daban instrucción de ese tipo a los nuevos conversos. (Hechos 8:31, 35, 36.)
Hoy día, en las congregaciones de los testigos de Jehová se hacen arreglos similares para que los que se interesan en la verdad disfruten de un estudio bíblico gratis en su hogar. El que está dispuesto a aprender llega a apreciar lo que aprende. Esto lo impulsa a compartir con otros lo que ahora cree. (Romanos 10:8-10.) Empieza a asistir con regularidad a las reuniones cristianas, donde su instrucción bíblica se profundiza. (Hebreos 10:24, 25.) Y después de semanas o meses de esto el nuevo creyente desarrolla el deseo de seguir el consejo bíblico de Romanos 12:1: “Por consiguiente, les suplico por las compasiones de Dios, hermanos, que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo, santo, acepto a Dios, un servicio sagrado con su facultad de raciocinio”.
Sin embargo, el solamente tener conocimiento no califica a uno para dedicarse a Jehová. También es necesario que uno se arrepienta y ‘se vuelva’. (Hechos 3:19.) ¿Por qué? Francamente, algunos han seguido estilos de vida inmorales antes de aprender las normas de Dios. Otros seguían un derrotero de egoísmo. Pero para presentarse a Dios como ‘santos, aceptos’, estas personas tienen que mostrar que les pesan aquellas acciones del pasado. Tienen que sentir remordimiento por haber usado su vida, vitalidad y habilidades en lo que no es bíblico. Ese remordimiento debe ir acompañado de obras que lo demuestren, para que realmente haya un ‘volverse’ o cambio del derrotero de vida.
Otra ayuda para el nuevo creyente es que ancianos o superintendentes de la congregación se reúnen con él y pasan algún tiempo repasando con él las enseñanzas fundamentales de la Biblia. Entre otras cosas, esto les asegura que el cristiano en perspectiva ha adquirido un conocimiento exacto de los propósitos de Dios. Y, por supuesto, el repaso resulta muy útil para el estudiante. Según se necesite, se aclaran ciertos asuntos que no se hayan entendido debidamente.
Por lo general los bautismos se efectúan cuando se celebran asambleas de distrito o de circuito de los testigos de Jehová. En tales ocasiones, en un discurso se habla directamente a los que piensan bautizarse. Se les recuerda que el bautismo no es asunto de unirse a una nueva religión. Jesús dijo: “Si alguien quiere venir en pos de mí, repúdiese a sí mismo y tome su madero de tormento y sígame de continuo”. (Mateo 16:24.)
Entonces se recuerda a los que piensan bautizarse el profundo significado del bautismo. Frecuentemente se lee el texto de 1 Pedro 3:21: “Lo que corresponde a esto ahora también los está salvando a ustedes, a saber, el bautismo (no el desechar la suciedad de la carne, sino la solicitud hecha a Dios para una buena conciencia), mediante la resurrección de Jesucristo”. Aquí Pedro compara el bautismo a la experiencia de Noé de pasar por las aguas del Diluvio. Aunque aquellas aguas resultaron mortíferas para la población inicua de la Tierra, a Noé le salvaron la vida al llevarlo en seguridad dentro del arca. De manera semejante, el bautismo ‘salva’ de este mundo inicuo a los cristianos. Cuando alguien se bautiza por su fe en los beneficios de la muerte y resurrección de Jesucristo está, en cierto sentido, en condición de ‘salvo’ delante de Dios. Ya no se le considera parte de esta generación inicua condenada a la destrucción. (Véase Hechos 2:40.)
Por lo tanto, el bautismo no es un paso que deba darse por emoción, como tan comúnmente sucede en reuniones de reavivamiento religioso. Algo que recalca esto es que, antes de que se sumerja en agua a los nuevos discípulos, el ministro que preside en el bautismo les hace dos preguntas escudriñadoras. La respuesta afirmativa de ellos es una “declaración pública” de su fe en el rescate y de que se han dedicado sin reserva a Jehová. (Romanos 10:9, 10.) Ahora están listos para ser bautizados en agua.
Ordenados como ministros del Reino
El ser sumergidos completamente en agua es un símbolo apropiado de su dedicación a Dios. Mientras están bajo el agua, es como si hubieran muerto a su derrotero de vida anterior. Cuando salen del agua es como si ahora vivieran para un nuevo derrotero de abnegación en el servicio a Dios. (Compárese con Romanos 6:2-4.)
Sin embargo, ¿cómo encaja la ordenación con el acto del bautismo? Note lo que dice la Cyclopædia of Biblical, Theological, and Ecclesiastical Literature (1877), tomo VII, página 411, de M’Clintock y Strong: “La ordenación significa el nombramiento o designación de alguien a un puesto ministerial, con o sin ceremonias concomitantes”. (Cursiva nuestra.) Esta enciclopedia reconoce que uno no necesita una ceremonia elaborada ni un certificado de ordenación para ser ministro cristiano.
Pero ¿enseña eso la Biblia? Considere a Jesucristo. No hay duda alguna de que él fue el principal ministro de Dios. Pero ¿se envolvió él en alguna ceremonia elaborada de ordenación antes de empezar su predicación? ¿Tuvo un certificado que lo identificara como ministro? Al contrario. Fue después de su bautismo sencillo en agua cuando Dios expresó que aprobaba a Jesús como Hijo suyo y lo ordenó ministro Suyo. (Marcos 1:9-11; Lucas 4:18-21.)
¿Qué hay de los cristianos del primer siglo? No hay registro de ninguna ordenación ostentosa para estos primeros ministros cristianos. Vez tras vez el registro que hallamos en el libro de Hechos narra la celebración de bautismos sencillos de creyentes. Tras esto, ellos participaban celosamente en el ministerio público. (Véase Hechos 2:41-47; 8:36-39; 22:14-16.)
¿Qué prueba tenían aquellos ministros de que habían sido ordenados? Pablo dice en 2 Corintios 3:1-3: “¿Comenzamos de nuevo a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O acaso necesitamos, como algunos hombres, cartas de recomendación para ustedes o de ustedes? Ustedes mismos son nuestra carta, inscrita en nuestros corazones y conocida y leída por toda la humanidad. Porque queda mostrado que ustedes son carta de Cristo escrita por nosotros como ministros, no inscrita con tinta, sino con espíritu de un Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en corazones”. El efecto del espíritu de Dios en el corazón de los que habían sido instruidos producía una nueva personalidad cristiana, que podía ser leída por todos los observadores. Esto era suficiente testimonio de que Dios realmente había ordenado a los que participaban en enseñar a estos nuevos discípulos.
Esfuerzo personal en el ministerio
Hoy es igual; se reconoce al ministro por sus obras. Con sinceridad, él ‘se esfuerza vigorosamente’ en el ministerio. (Lucas 13:24.) Considera su ministerio un magnífico privilegio procedente de Dios. No lo da por sentado. (1 Timoteo 1:12-16.)
La predicación del Reino es la obligación principal de esos ministros. Todas las demás actividades deben limitarse para que puedan ‘efectuar su ministerio plenamente’. (2 Timoteo 4:2, 5.) Por supuesto, tienen que atender sus necesidades físicas y las de su familia. Sin embargo, ‘se contentan con tener sustento y con qué cubrirse’. No permiten que los intereses o deseos personales los distraigan del ministerio. (1 Timoteo 5:8; 6:7, 8; Filipenses 2:20-22.) Se aseguran de “las cosas más importantes”. (Filipenses 1:10.) Se esfuerzan por imitar el excelente ejemplo de Jesucristo, cuya vida tuvo como centro predicar el Reino. (Lucas 4:43; Juan 18:36, 37.)
No obstante, en verdad cuando uno se bautiza como ministro ordenado está en las etapas iniciales de su servicio a Dios. Es cierto que ha adquirido conocimiento de Cristo Jesús y Jehová Dios. También ha hecho muchos cambios en la vida para que no se pueda criticar su ministerio cristiano. (2 Corintios 6:3.) El cristiano recién bautizado todavía puede alcanzar mucho desarrollo. Su bautismo, que significa su ordenación, es solo un paso importante en su desarrollo cristiano. (Filipenses 3:16.) Por lo tanto, cada ministro ordenado tiene que continuar edificando aprecio, de corazón, a las cosas espirituales. Tiene que programar tiempo para su estudio personal. Debe aprovechar todas las provisiones de la congregación para reunirse con sus compañeros cristianos. Debe trabajar en mejorar la calidad de sus oraciones, lo que resultará en una más íntima relación personal con Dios. (Lucas 6:45; 1 Tesalonicenses 5:11; 1 Pedro 4:7.)
Esperamos que estos pensamientos bíblicos le hayan ayudado a entender por qué no se necesita un diploma universitario para los que desean servir como ministros de Dios. Más de tres millones de testigos de Jehová sirven fielmente a Dios como ministros Suyos, proclamando las verdades que se dan en su Palabra. ¿Por qué no dejar que uno de ellos le ayude a conocer mejor la Biblia?
[Fotografía en la página 29]
Según la Biblia, el ministro cristiano recibe su ordenación cuando se bautiza
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Preguntas de los lectoresLa Atalaya 1988 | 15 de junio
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Preguntas de los lectores
◼ En vista de las palabras de Jesús en Juan 15:15, ¿deberían considerarse “esclavos” de Jesús los cristianos, o podemos considerarnos sus “amigos”?
Podemos ser, y debemos ser, tanto esclavos como amigos de él. Para ver por qué, notemos lo que Jesús dijo a sus apóstoles fieles allí en su última noche con ellos:
“Nadie tiene mayor amor que este: que alguien entregue su alma a favor de sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando. Ya no los llamo esclavos, porque el esclavo no sabe lo que hace su amo. Pero los he llamado amigos, porque todas las cosas que he oído de mi Padre se las he dado a conocer a ustedes”. (Juan 15:13-15.)
Primero, ¿qué significó el que Jesús dijera que sus discípulos leales eran esclavos? No quiso decir esclavos en el sentido de que todos los descendientes humanos de Adán nacen imperfectos, y así vendidos o esclavizados al pecado. (Juan 8:34; Romanos 5:18, 19; 6:16; 7:14.) Como en el caso de los cristianos desde entonces, los apóstoles en un tiempo estuvieron esclavizados en ese sentido, pero el sacrificio de Jesús suministraría el medio de librarlos de aquella condición. (1 Pedro 1:18, 19; Gálatas 4:5.) Sin embargo, no alcanzaban así libertad completa. Como después escribió el apóstol Pablo, habían sido “comprados por precio”, la sangre de Jesús, de modo que llegaron a ser esclavos de Dios y de Cristo. (1 Corintios 6:20; 7:22, 23.)
En Juan 15:15 Jesús no estaba indicando que los apóstoles fieles que pronto recibirían espíritu santo y serían cristianos ungidos habían dejado de ser esclavos. (Compárese con Juan 15:20.) Por supuesto, el ser siervos de Dios mediante Cristo no causa opresión ni mata. Es una condición amorosa y que conserva la vida. (2 Timoteo 4:8; Tito 1:1, 2.) La única manera como el cristiano que acepta con gusto el valor de la sangre de Cristo y llega a ser esclavo de Dios afrontaría muerte permanente sería si después rechazara ese sacrificio y se entregara de nuevo al pecado, haciéndose nuevamente esclavo del pecado. (Gálatas 1:10; 4:8, 9; Hebreos 6:4-6.) Por eso, los discípulos de Jesús continuarían siendo esclavos de Dios y de Cristo, pero eran aún más que esclavos. ¿Por qué?
Jesús y los apóstoles entendían que en aquel tiempo, en una relación normalmente fría o formal de amo y esclavo, ‘el esclavo no sabría lo que su amo estuviera haciendo’. Normalmente el amo humano no consultaría con su esclavo comprado, ni le revelaría sus pensamientos y sentimientos privados.
No obstante, por las palabras de Jesús podemos ver que la situación era diferente respecto a los apóstoles. Él dijo: “Los he llamado amigos, porque todas las cosas que he oído de mi Padre se las he dado a conocer a ustedes”. (Juan 15:15.) Sí, como es común entre amigos que se aman, Jesús les había revelado detalles y entendimientos que habían estado secretos. (Mateo 13:10-12; 1 Corintios 2:14-16.) Aunque todavía eran siervos o esclavos de Dios mediante Jesús, los apóstoles disfrutaban de una afectuosa intimidad que los marcaba también como amigos de confianza. (Compárese con Salmo 25:14.) Lo mismo puede ser cierto, y debe ser cierto, de nosotros. ¡Qué privilegio es tener como Amos en el cielo a Seres que nos tratan como confidentes respetados, como amigos!
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