A pesar de que el cuerpo gobernante del siglo primero había resuelto el asunto de la circuncisión, ciertos hombres que decían ser cristianos se empeñaron en cuestionar su decisión. Pablo dijo que eran “falsos hermanos” que querían “distorsionar las buenas noticias acerca del Cristo” (Gál. 1:7; 2:4; Tito 1:10).
A estos hombres se les llamaba judaizantes. Al parecer, pretendían quedar bien con los judíos para que no los persiguieran (Gál. 6:12, 13). Afirmaban que, para que Dios considerara justo a alguien, esa persona tenía que obedecer la Ley de Moisés en asuntos como la alimentación, la circuncisión y las fiestas judías (Col. 2:16).
Como era de esperar, quienes pensaban así se sentían incómodos en presencia de los cristianos de origen gentil. Desgraciadamente, su mala actitud llegó a influir en algunos hermanos de origen judío que dirigían la congregación. Por ejemplo, algunos representantes de la congregación de Jerusalén visitaron Antioquía y no se juntaron con los hermanos gentiles. El propio Pedro, que hasta entonces se había relacionado libremente con los gentiles, los evitó y hasta dejó de comer con ellos. ¡Imagínese! Estaba haciendo justo lo contrario a lo que él mismo había defendido tiempo atrás. Al final, Pablo tuvo que corregirlo con firmeza (Gál. 2:11-14).