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    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
    • de la vida diaria al referirse a un hombre que se mira en un espejo, al freno de un caballo, al timón de un barco, etc., a fin de transmitir con claridad verdades espirituales. (Snt 1:23, 24; 3:3, 4.) Pedro y Judas recurrieron a menudo a escritos inspirados anteriores para citar incidentes con los que ilustrar el mensaje que el espíritu les movió a comunicar. Todas estas excelentes ilustraciones, dirigidas por el espíritu de Dios, cumplieron el propósito de hacer de la Palabra de Dios, la Biblia, un libro vivo.

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    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
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      Representación o semejanza de una persona o cosa. (Mt 22:20.)

      En la Biblia las imágenes suelen estar relacionadas con la idolatría, aunque no siempre es así. Por ejemplo, cuando Dios creó al hombre, dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen [o: “sombra; parecido”], según nuestra semejanza”. (Gé 1:26, 27, nota.) El Hijo de Dios dijo que su Padre es “un Espíritu”, lo que descarta cualquier semejanza física entre Dios y el hombre. (Jn 4:24.) Más bien, el hombre tiene cualidades que reflejan las de su Creador celestial, cualidades que le distinguen claramente de la creación animal. (Véase ADÁN núm. 1.) A pesar de estar hecho a la imagen de su Creador, el hombre no tenía que ser adorado o venerado.

      Del mismo modo que el propio hijo de Adán, Set, quien nació en imperfección, fue hecho a la “semejanza [de Adán], a su imagen” (Gé 5:3), el que Adán fuese hecho en el principio a la semejanza de Dios lo identificaba como su hijo terrestre. (Lu 3:38.) A pesar de que el hombre había caído en la imperfección, después del Diluvio del tiempo de Noé, se citó como base para la ley divina que autorizaba a los humanos a aplicar la pena capital a los asesinos el que la humanidad hubiese sido hecha originalmente a la imagen de Dios. (Gé 9:5, 6; véase VENGADOR DE LA SANGRE.) En las instrucciones cristianas sobre la cobertura de la cabeza de la mujer, se le dice al varón cristiano que no debería cubrirse, puesto que el hombre “es la imagen y gloria de Dios”, mientras que la mujer es la gloria del varón. (1Co 11:7.)

      ¿Reflejó Jesús siempre al mismo grado su semejanza con el Padre?

      El Hijo primogénito de Dios, que más tarde llegó a ser el hombre Jesús, es la imagen de su Padre. (2Co 4:4.) Puesto que obviamente fue a ese Hijo a quien Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”, la semejanza del Hijo con su Padre, el Creador, existió desde que fue creado. (Gé 1:26; Jn 1:1-3; Col 1:15, 16.) Cuando estuvo en la Tierra como hombre perfecto, reflejó las cualidades y la personalidad de su Padre al mayor grado posible dentro de las limitaciones humanas, de manera que pudo decir: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre también”. (Jn 14:9; 5:17, 19, 30, 36; 8:28, 38, 42.) Esta semejanza, sin embargo, se hizo aún más patente cuando se le resucitó a vida espiritual y Jehová Dios, su Padre, le dio “toda autoridad [...] en el cielo y sobre la tierra”. (1Pe 3:18; Mt 28:18.) Puesto que Dios ensalzó a Jesús “a un puesto superior”, este reflejó entonces la gloria de su Padre a un grado todavía mayor que antes de descender de los cielos para venir a la Tierra. (Flp 2:9; Heb 2:9.) Ahora es la “representación exacta de su mismo ser [de Dios]”. (Heb 1:2-4.)

      Dios predetermina a todos los miembros ungidos de la congregación cristiana para ser “hechos conforme a la imagen de su Hijo”. (Ro 8:29.) Cristo Jesús es su modelo, no solo en su patrón de vida, a medida que siguen sus pisadas e imitan su derrotero y caminos, sino también en su muerte y resurrección. (1Pe 2:21-24; 1Co 11:1; Ro 6:5.) Habiendo llevado la “imagen [terrestre] de aquel hecho de polvo [Adán]”, posteriormente llevan como criaturas celestiales “la imagen del celestial [último Adán, Cristo Jesús]”. (1Co 15:45, 49.) Durante su vida terrestre, tienen el privilegio de “[reflejar] como espejos la gloria de Jehová” que brilla para ellos procedente del Hijo de Dios, transformándose progresivamente en esa misma imagen, que es un reflejo de la gloria divina. (2Co 3:18; 4:6.) Por consiguiente, Dios crea en ellos una nueva personalidad, que es un reflejo o imagen de sus propias cualidades divinas. (Ef 4:24; Col 3:10.)

      El uso impropio de las imágenes. Si bien se espera que los humanos imiten y se esfuercen por reflejar las cualidades de su Padre celestial, y amolden su vida al ejemplo de su Hijo, la Biblia condena la veneración de imágenes en el culto. En la Ley que se le dió a Israel quedó claramente manifiesto el desagrado de Dios por dicha práctica. No se prohibió solo el que se hiciesen imágenes talladas, sino que se hiciese “forma” alguna de cosas que se hallasen en el cielo, la tierra o el mar, con el fin de rendirles adoración. (Éx 20:4, 5; Le 26:1; Isa 42:8.) Podían estar hechas de materiales y de formas muy diversas —madera, metal o piedra; talladas, fundidas, repujadas o esculpidas; con forma humana, animal, de aves, de objetos inanimados o de simples formas simbólicas—, pero en ningún caso aprobaba Dios que se venerasen. Hacer imágenes era

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