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    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
    • ALHEÑA

      (heb. kó·fer).

      Arbusto que en los extremos de las ramas lleva racimos de flores pequeñas de cuatro pétalos que tienen color crema. Los pueblos de Oriente Medio gustan de su fuerte fragancia. Las mujeres suelen hacer ramilletes de alheña, que llevan en el cabello y en el pecho. Desde tiempos antiguos se ha usado como cosmético.

      Este arbusto (Lawsonia inermis), que todavía crece en estado silvestre en Palestina, alcanza una altura máxima de unos 4 m. Solo se menciona la alheña en El Cantar de los Cantares (1:14; 4:13; 7:11).

      En cosmética se emplea la pasta que se hace con la hoja de la alheña pulverizada. Cuando esta pasta se lava, queda una tintura de un color por lo general naranja o rojizo. La alheña se ha usado para teñir las uñas, las yemas de los dedos, las manos, los pies, las barbas, el cabello e incluso las crines y las colas de los caballos, así como pieles y cuero. La raíz hebrea de la que se cree que procede kó·fer se ha traducido “cubrir”, lo que parece aludir a su uso como tinte. (Compárese con Gé 6:14.)

  • Alianza
    Perspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
    • ALIANZA

      Unión de diferentes grupos, familias, personas o estados, ya sea por matrimonio, acuerdo mutuo o convenio legal, con el fin de conseguir ciertos beneficios mutuos o para la búsqueda conjunta de un propósito deseado. El término hebreo ja·vár, cuyo significado literal es “unir”, se usa en sentido figurado con el significado de “aliarse; asociarse”. (Éx 28:7; Sl 94:20; 2Cr 20:35.) Otro término afín al anterior, ja·vér, comunica el concepto de un aliado o socio. (Jue 20:11; Sl 119:63.)

      Abrahán formó una alianza con los amorreos Mamré, Escol y Aner poco después de su llegada a Canaán. Aunque no se especifica la naturaleza de esa confederación, el registro dice que se unieron a Abrahán para rescatar a su sobrino Lot de unos reyes invasores. (Gé 14:13-24.) En aquel entonces Abrahán residía como forastero en una tierra de pequeños reinos, y quizás tuvo que hacer algún tipo de declaración formal a manera de pacto para poder vivir pacíficamente en medio de ellos. No obstante, Abrahán evitó comprometerse sin necesidad con esos gobernantes políticos, tal como se manifiesta en su declaración al rey de Sodoma registrada en Génesis 14:21-24. Más tarde, el rey filisteo Abimélec le recordó a Abrahán en Guerar su condición de forastero en la tierra de Filistea y que residía allí gracias a su consentimiento, por lo que le pidió que hiciese un juramento como garantía de su fidelidad. Abrahán consintió y, más tarde, después de discutir sus derechos con respecto a un pozo de agua, hizo un pacto con Abimélec. (Gé 20:1, 15; 21:22-34.)

      Isaac, el hijo de Abrahán, también llegó a morar en Guerar, aunque con el tiempo Abimélec le pidió que se mudara de aquellas inmediaciones, a lo que accedió. Volvieron a surgir disputas en cuanto a sus derechos sobre el agua, por lo que Abimélec y sus principales asociados más tarde le pidieron a Isaac que hiciese un “juramento de obligación” y un pacto, seguramente como renovación del que habían hecho con Abrahán. Ambas partes hicieron declaraciones juradas, asegurándose recíprocamente que observarían una conducta pacífica. (Gé 26:16, 19-22, 26-31; compárese con Gé 31:48-53.) El apóstol Pablo dice que estos patriarcas primitivos declararon en público que eran extraños y residentes temporales en la tierra, esperando una ciudad que tiene fundamentos verdaderos, cuyo edificador y hacedor es Dios. (Heb 11:8-10, 13-16.)

      La situación era distinta cuando la nación de Israel entró en Canaán, la Tierra Prometida. El Dios Soberano le había concedido el derecho total a esa tierra, en cumplimiento de la promesa que había hecho a sus antepasados, y por lo tanto, no entrarían en ella como residentes forasteros. Por consiguiente, Jehová prohibió que hicieran alianzas con las naciones paganas de esa tierra. (Éx 23:31-33; 34:11-16.) Solo se sujetarían a las leyes y estatutos de Dios, no a los de aquellas naciones destinadas a desaparecer. (Le 18:3, 4; 20:22-24.) Se les advirtió en especial que no formaran alianzas matrimoniales con tales naciones, ya que dichas alianzas no solo propiciarían el matrimonio con esposas paganas, sino que además los vincularían con parientes paganos y con sus prácticas y costumbres religiosas falsas, lo que resultaría en apostasía y en un lazo. (Dt 7:2-4; Éx 34:16; Jos 23:12, 13.)

      Alianzas matrimoniales. El verbo hebreo ja·thán, traducido “forma una alianza matrimonial”, está relacionado con los términos jo·thén (suegro), ja·thán (yerno, novio), jo·thé·neth (suegra) y jathun·náh (casamiento). (1Sa 18:22; Éx 3:1; 4:25; Gé 19:14; Dt 27:23; Can 3:11.)

      Abrahán había insistido en que Isaac no tomase esposa de entre los cananeos (Gé 24:3, 4), y este dio instrucciones similares a Jacob. (Gé 28:1.) Después que Siquem el heveo violó a Dina, Hamor, el padre de este, instó a la familia de Jacob a entrar en alianzas matrimoniales con su tribu. Aunque los hijos de Jacob fingieron aceptar esa propuesta, no cumplieron con sus términos, pues más tarde, después de vengar el honor de Dina, se llevaron cautivos a las mujeres y los niños heveos. (Gé 34:1-11, 29.) Tiempo después, Judá se casó con una mujer cananea (Gé 38:2); José, con una egipcia (Gé 41:50), y Moisés, con una madianita, Ziporá, seguramente la “cusita” mencionada en Números 12:1. (Éx 2:16, 21.) Estos matrimonios se contrajeron antes de que se diera la Ley, así que no se les podría considerar como una violación de esta.

      En la batalla contra Madián, los israelitas solo

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