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Una lección de humildad en la última PascuaJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 116
Una lección de humildad en la última Pascua
MATEO 26:20 MARCOS 14:17 LUCAS 22:14-18 JUAN 13:1-17
LA ÚLTIMA CENA DE LA PASCUA DE JESÚS CON SUS APÓSTOLES
LES LAVA LOS PIES A LOS APÓSTOLES PARA ENSEÑARLES UNA LECCIÓN
Tal como Jesús les mandó, Pedro y Juan ya han llegado a Jerusalén para preparar la Pascua. Más tarde, Jesús y los otros 10 apóstoles también se dirigen hacia allá. La tarde ya está muy avanzada, y el Sol va desapareciendo en el horizonte mientras Jesús y sus apóstoles descienden del monte de los Olivos. Es la última vez que verá esta escena de día, hasta que resucite.
En poco tiempo, llegan a la ciudad y van hacia la casa donde celebrarán la cena de la Pascua. Una vez allí, suben a la amplia habitación que hay en el piso de arriba y ven que todo está preparado. Jesús quería que llegara este momento, pues les dice: “Deseaba tanto comer con ustedes esta Pascua antes de que empiece mi sufrimiento...” (Lucas 22:15).
Muchos años atrás, se había adquirido la costumbre de pasar varias copas de vino entre quienes celebraban la Pascua. Ahora, después de aceptar una de las copas, Jesús da gracias a Dios y luego les dice: “Tómenla y vayan pasándola entre ustedes, porque les digo que a partir de ahora no volveré a beber del producto de la vid hasta que venga el Reino de Dios” (Lucas 22:17, 18). Con estas palabras, debería quedarles claro que se aproxima su muerte.
En algún momento durante la cena, ocurre algo inesperado. Jesús se levanta, pone a un lado su manto y agarra una toalla. Luego pone agua en un recipiente que tiene a mano. Normalmente, era el anfitrión quien se aseguraba de que alguien les lavara los pies a los invitados, quizás uno de sus sirvientes (Lucas 7:44). En esta ocasión, el dueño de la casa no está presente, así que Jesús se pone a hacerlo. Cualquiera de los apóstoles podría haber tomado la iniciativa, pero ninguno lo hace. ¿Será porque aún hay algo de rivalidad entre ellos? De cualquier modo, se sienten avergonzados de que sea Jesús quien les lave los pies.
Cuando le llega el turno a Pedro, protesta: “No me lavarás los pies jamás”. Y Jesús le contesta: “Si no te los lavo, no eres uno de los míos”. Pedro le dice de corazón: “Señor, entonces no me laves solo los pies, sino también las manos y la cabeza”. La respuesta de Jesús le sorprende: “El que se ha bañado está completamente limpio y solo necesita lavarse los pies. Y ustedes están limpios, aunque no todos” (Juan 13:8-10).
Jesús les lava los pies a los 12 apóstoles, hasta a Judas Iscariote. Después, vuelve a ponerse el manto, se reclina de nuevo a la mesa y les pregunta: “¿Entienden lo que les he hecho? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Por eso, si yo, el Señor y Maestro, les he lavado los pies a ustedes, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he dado el ejemplo para que hagan lo mismo que yo les hice. De verdad les aseguro que el esclavo no es más que su amo ni es el enviado más que el que lo envió. Ahora que saben estas cosas, serán felices si las ponen en práctica” (Juan 13:12-17).
¡Qué lección tan conmovedora! Los seguidores de Jesús deben servir a los demás con humildad. No deben pensar que son los más importantes ni esperar que otros les sirvan. Más bien, deben seguir el ejemplo de Jesús, pero no lavando los pies a nadie como un ritual, sino estando dispuestos a servir a otros con humildad y sin parcialidad.
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La Cena del SeñorJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 117
La Cena del Señor
MATEO 26:21-29 MARCOS 14:18-25 LUCAS 22:19-23 JUAN 13:18-30
JESÚS REVELA QUE JUDAS LO TRAICIONARÁ
JESÚS INSTITUYE UNA CENA PARA RECORDAR SU MUERTE
Hace un rato, Jesús les ha dado una lección de humildad a sus apóstoles al lavarles los pies. Ahora, al parecer después de la cena de la Pascua, cita estas palabras proféticas de David: “El hombre que estaba en paz conmigo, en el que yo confiaba, el que comía de mi pan, se ha vuelto en mi contra”. Después explica: “Uno de ustedes me va a traicionar” (Salmo 41:9; Juan 13:18, 21).
Los apóstoles se miran unos a otros y empiezan a decir: “Señor, no seré yo, ¿verdad?”. Hasta Judas Iscariote lo dice. Entonces Pedro le pide a Juan, que está al lado de Jesús en la mesa, que averigüe de quién se trata. Así que Juan se recuesta en el pecho de Jesús y le pregunta: “Señor, ¿quién es?” (Mateo 26:22; Juan 13:25).
Jesús le responde: “Es aquel a quien le dé el pedazo de pan que voy a mojar”. A continuación, moja un poco de pan en un plato, se lo da a Judas y dice: “El Hijo del Hombre se va, tal como se escribió acerca de él. Pero ¡ay del que va a traicionar al Hijo del Hombre! Más le valdría no haber nacido” (Juan 13:26; Mateo 26:24). Entonces, Satanás entra en Judas. Este hombre, que ya está corrompido, se somete ahora a la voluntad del Diablo, y así se convierte en “el hijo de destrucción” (Juan 6:64, 70; 12:4; 17:12).
Jesús le dice a Judas: “Lo que estás haciendo, hazlo más rápido”. Los demás apóstoles se imaginan que, como Judas tiene la caja del dinero, le está diciendo que compre las cosas que necesitan para la fiesta o que les dé algo a los pobres (Juan 13:27-30). Pero, en vez de eso, Judas se marcha para traicionar a Jesús.
Después que Judas se va, Jesús instituye una celebración completamente nueva. Toma un pan, hace una oración para dar las gracias, lo parte, se lo da a sus apóstoles para que lo coman y les dice: “Esto representa mi cuerpo, que será dado en beneficio de ustedes. Sigan haciendo esto en memoria de mí” (Lucas 22:19). Los apóstoles se pasan el pan y se lo comen.
Luego, Jesús agarra una copa de vino, le da gracias a Dios, se la pasa a los apóstoles y todos beben de ella. Jesús les dice: “Esta copa representa el nuevo pacto, validado con mi sangre, que va a ser derramada en beneficio de ustedes” (Lucas 22:20).
De este modo, Jesús establece una conmemoración para recordar su muerte, que sus seguidores deberán celebrar cada año el 14 de nisán. Esta celebración les recordará lo que tanto Jesús como su Padre han hecho para que las personas fieles puedan liberarse de la condena al pecado y la muerte. Y logra más que la Pascua para los judíos, pues destaca la verdadera liberación de los seres humanos que tengan fe.
Jesús dice que su sangre “va a ser derramada en beneficio de muchas personas, para que sus pecados sean perdonados”. Sus apóstoles fieles y otros discípulos como ellos están entre las muchas personas que conseguirán ese perdón. Estos son los que estarán con él en el Reino de su Padre (Mateo 26:28, 29).
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Discuten sobre quién es el mayorJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 118
Discuten sobre quién es el mayor
MATEO 26:31-35 MARCOS 14:27-31 LUCAS 22:24-38 JUAN 13:31-38
JESÚS DA CONSEJOS SOBRE LA GRANDEZA
PREDICE QUE PEDRO NEGARÁ CONOCERLO
EL AMOR IDENTIFICA A LOS SEGUIDORES DE JESÚS
En esta última noche que Jesús pasa con sus apóstoles, él les ha lavado los pies, y así les ha dado una excelente lección sobre servir a los demás con humildad. ¿Por qué ha sido necesario? Porque han demostrado que tienen un punto débil. Son leales a Dios, pero aún están pensando en quién de ellos es el mayor o más importante (Marcos 9:33, 34; 10:35-37). Esa mala tendencia vuelve a surgir en el transcurso de la noche.
En poco tiempo, comienza “una fuerte discusión entre los discípulos” sobre quién de ellos es el mayor (Lucas 22:24). ¡Qué triste debe sentirse Jesús al verlos discutiendo de nuevo! Pero ¿qué hace al respecto?
En vez de regañarlos por su actitud y su comportamiento, razona pacientemente con ellos: “Los reyes de las naciones dominan al pueblo, y a los que tienen autoridad sobre la gente se les llama benefactores. Sin embargo, ustedes no deben ser así. [...] Porque ¿quién es mayor? ¿El que come, o el que sirve?”. Entonces, les recuerda el ejemplo que él mismo les ha dado siempre: “Pero yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lucas 22:25-27).
A pesar de que son imperfectos, los apóstoles han permanecido al lado de Jesús en medio de muchas situaciones difíciles. Por eso, él les dice: “Yo hago un pacto con ustedes para un reino, así como mi Padre ha hecho un pacto conmigo” (Lucas 22:29). Estos hombres son seguidores leales de Jesús. Y él les asegura que, gracias a este pacto que hace con ellos, estarán en el Reino y gobernarán con él.
Aunque los apóstoles tienen esa maravillosa esperanza, todavía son humanos e imperfectos. Jesús les dice: “Satanás los ha reclamado a todos ustedes para sacudirlos como si fueran trigo”, que se dispersa al pasarlo por una criba (Lucas 22:31). Además, les advierte: “Esta noche, todos ustedes van a fallar por mi causa, porque está escrito: ‘Heriré al pastor y las ovejas del rebaño serán dispersadas’” (Mateo 26:31; Zacarías 13:7).
Pedro dice muy confiado: “Aunque todos los demás fallen por tu causa, ¡yo nunca fallaré!” (Mateo 26:33). Pero Jesús le dice que, antes de que un gallo cante esa noche dos veces, negará conocerlo. No obstante, añade: “Pero yo he rogado por ti para que tu fe no decaiga. Y tú, cuando vuelvas, fortalece a tus hermanos” (Lucas 22:32). Aun así, Pedro insiste: “Aunque tenga que morir contigo, yo nunca negaré conocerte” (Mateo 26:35). Los demás apóstoles afirman lo mismo.
Jesús sigue diciendo: “Voy a estar con ustedes un poco más de tiempo. Me buscarán; pero lo mismo que les dije a los judíos se lo digo ahora a ustedes: ‘No pueden venir adonde yo voy’”. Y añade: “Les doy un nuevo mandamiento: que se amen unos a otros; que, así como yo los he amado, ustedes se amen unos a otros. De este modo todos sabrán que ustedes son mis discípulos: si se tienen amor unos a otros” (Juan 13:33-35).
Al oír a Jesús decir que estará con ellos solo un poco más de tiempo, Pedro le pregunta: “Señor, ¿adónde vas?”. Él le contesta: “Adonde yo voy no puedes seguirme ahora, pero me seguirás más tarde”. Confundido, Pedro responde: “Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti” (Juan 13:36, 37).
A continuación, Jesús se refiere a la ocasión en la que envió a sus apóstoles a predicar por Galilea sin bolsita para el dinero ni bolsa de provisiones (Mateo 10:5, 9, 10). Y les pregunta: “¿Verdad que no les faltó nada?”. Ellos contestan que no. Pero ¿qué deben hacer de ahora en adelante? Jesús les manda: “Ahora, el que tiene una bolsita para el dinero, que la lleve, y también una bolsa de provisiones; y el que no tiene espada, que venda su manto y compre una. Porque les digo que tiene que cumplirse en mí esto que está escrito: ‘Fue considerado un delincuente’. De hecho, esto se está cumpliendo en mí” (Lucas 22:35-37).
Jesús está hablando del momento en el que lo clavarán en un madero junto a malhechores o delincuentes. A partir de entonces, sus seguidores se enfrentarán a dura persecución. Ellos creen que están listos, así que le dicen: “Señor, mira, aquí hay dos espadas”. Él les responde: “Con eso basta” (Lucas 22:38). Más adelante, Jesús aprovechará que ellos tienen dos espadas para enseñarles una importante lección.
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Jesús: el camino, la verdad y la vidaJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 119
Jesús: el camino, la verdad y la vida
JESÚS SE VA A PREPARARLES UN LUGAR A SUS DISCÍPULOS
LES PROMETE QUE LES DARÁ UN AYUDANTE
EL PADRE ES MAYOR QUE JESÚS
Jesús todavía está con sus apóstoles en la habitación del piso de arriba. Después de la cena para recordar su muerte, los anima diciéndoles: “Que no se les angustie el corazón. Demuestren fe en Dios, y demuestren fe en mí también” (Juan 13:36; 14:1).
Jesús les dice algo a sus fieles apóstoles para que no se preocupen demasiado por su partida: “En la casa de mi Padre hay muchos lugares donde vivir. [...] Además, cuando me haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y los recibiré en casa, a mi lado, para que donde yo esté también estén ustedes”. Sin embargo, los apóstoles no entienden que les está hablando de ir al cielo. Por eso Tomás le pregunta: “Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?” (Juan 14:2-5).
Jesús le responde: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Solo quien acepte a Jesús y sus enseñanzas, y siga su ejemplo, puede entrar en el hogar celestial de su Padre. Jesús explica: “Nadie puede llegar al Padre si no es por medio de mí” (Juan 14:6).
Felipe, que está escuchando con atención, le pide: “Señor, muéstranos al Padre, y con eso nos basta”. Al parecer, quiere que le dé una visión de Dios, como las que tuvieron Moisés, Elías e Isaías. Sin embargo, los apóstoles cuentan con algo mejor que aquellas visiones. Jesús lo destaca al responder: “Felipe, con todo el tiempo que llevo con ustedes, ¿todavía no me conoces? El que me ha visto a mí ha visto al Padre también”. Jesús es el reflejo perfecto de la personalidad del Padre. Por lo tanto, vivir con Jesús y observarlo es como ver al Padre. Aunque, por supuesto, el Padre es superior al Hijo, por eso Jesús señala: “Las cosas que yo les digo no son ideas mías” (Juan 14:8-10). Los apóstoles ven que Jesús le da a su Padre todo el mérito por sus enseñanzas.
Ellos han visto a Jesús realizar obras maravillosas y lo han escuchado predicar las buenas noticias del Reino de Dios. Ahora él les dice: “El que demuestre fe en mí también hará las obras que yo hago. Y hará obras más grandes” (Juan 14:12). Con esas palabras, no se refiere a que ellos harán milagros más importantes que los que él realizó. Sin embargo, sí predicarán durante mucho más tiempo, abarcarán un territorio mucho más extenso y llegarán a más gente.
Aunque Jesús se marche, los apóstoles no se sentirán abandonados, pues él les promete: “Si ustedes piden algo en mi nombre, yo lo haré”. Es más, les dice: “Yo le rogaré al Padre y él les dará otro ayudante que esté con ustedes para siempre: el espíritu de la verdad” (Juan 14:14, 16, 17). Así, Jesús les garantiza que recibirán el apoyo de “otro ayudante”, el espíritu santo. Eso sucede en el día de Pentecostés.
Jesús continúa: “Dentro de poco, el mundo ya no me verá más, pero ustedes me verán, porque yo vivo y ustedes vivirán” (Juan 14:19). No solo les dice que se les aparecerá con un cuerpo humano, sino que en el futuro los resucitará como criaturas espirituales, y así estarán con él en el cielo.
Ahora Jesús les dice una verdad muy clara: “El que acepta mis mandamientos y los obedece es el que me ama. Y, al que me ama, mi Padre lo amará, y yo lo amaré y me mostraré abiertamente a él”. A lo que el apóstol Judas, también llamado Tadeo, le pregunta: “Señor, ¿qué ha pasado? ¿Por qué vas a mostrarte abiertamente a nosotros y no al mundo?”. Jesús le contesta: “Si alguien me ama, obedecerá mis palabras. Y mi Padre lo amará [...]. El que no me ama no obedece mis palabras” (Juan 14:21-24). A diferencia de sus seguidores, el mundo no reconoce a Jesús como el camino, la verdad y la vida.
Entonces, ya que Jesús va a irse, ¿cómo podrán recordar los discípulos todo lo que les ha enseñado? Él les explica: “El ayudante, el espíritu santo, que el Padre enviará en mi nombre, ese les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que les he dicho”. Los apóstoles ya han visto el poder que tiene el espíritu santo, así que esa garantía los tranquiliza. Jesús añade: “La paz les dejo; mi paz les doy. [...] Que no se les angustie ni acobarde el corazón” (Juan 14:26, 27). Los discípulos no tienen de qué preocuparse, porque el Padre de Jesús los dirigirá y protegerá.
Muy pronto se hará evidente esa protección de Dios. Jesús explica: “Viene el gobernante del mundo, aunque sobre mí él no tiene ningún poder” (Juan 14:30). El Diablo fue capaz de entrar en Judas y dominarlo. Pero Jesús no tiene un punto débil que Satanás pueda usar para ponerlo en contra de Dios. Satanás tampoco tiene el poder para impedir que resucite. ¿Por qué no lo puede impedir? Jesús dice la razón: “Hago exactamente lo que el Padre me ha mandado”. Por eso está totalmente seguro de que su Padre lo resucitará (Juan 14:31).
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Cómo dar fruto y ser amigos de JesúsJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 120
Cómo dar fruto y ser amigos de Jesús
LA VID VERDADERA Y SUS RAMAS
CÓMO PERMANECER EN EL AMOR DE JESÚS
Jesús ha estado conversando francamente con sus apóstoles fieles y animándolos. Es tarde, quizás después de medianoche. Ahora les pone un ejemplo motivador.
Comienza así: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el agricultor” (Juan 15:1). Este ejemplo se parece a lo que se dijo siglos antes sobre la nación de Israel, a la que se llamaba la vid de Jehová (Jeremías 2:21; Oseas 10:1, 2). Sin embargo, Jehová va a rechazar a esa nación (Mateo 23:37, 38). Así que Jesús está hablando de algo nuevo. Él es la vid que su Padre ha estado cultivando desde que lo ungió con espíritu santo en el año 29. Pero Jesús muestra que la vid no solo lo representa a él, pues dice:
“Él [su Padre] corta todas las ramas en mí que no dan fruto, y todas las que dan fruto las limpia para que den más. [...] Igual que la rama no puede dar fruto por sí sola, sino que tiene que seguir unida a la vid, ustedes tampoco pueden dar fruto si no siguen en unión conmigo. Yo soy la vid y ustedes son las ramas” (Juan 15:2-5).
Jesús les ha prometido a sus discípulos fieles que, después de su partida, les enviará a un ayudante, el espíritu santo. Cincuenta y un días más tarde, los apóstoles y otros discípulos recibirán ese espíritu, y así se convertirán en ramas de la vid. Y todas las “ramas” deberán permanecer unidas a Jesús. ¿Con qué propósito?
Explica: “El que se mantiene en unión conmigo, y yo en unión con él, ese da mucho fruto. Porque, separados de mí, ustedes no pueden hacer nada”. Sus seguidores fieles, que son las “ramas” de la vid, darán mucho fruto cultivando cualidades como las de Jesús, buscando oportunidades para hablar con otros acerca del Reino de Dios y haciendo más discípulos. ¿Y qué sucede si alguien no permanece en unión con Jesús y no da fruto? Él lo dice: “Si alguien no se mantiene en unión conmigo, es desechado”. Por otra parte, indica: “Si se mantienen en unión conmigo y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les hará realidad” (Juan 15:5-7).
Ahora vuelve a destacar que deben seguir sus mandamientos, algo que ya les ha mencionado dos veces (Juan 14:15, 21). Y les dice cuál es la manera de demostrar que lo están haciendo. Explica: “Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo he obedecido los mandamientos del Padre y permanezco en su amor”. Sin embargo, se requiere más que amar a Jehová y a su Hijo. Jesús continúa: “Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros tal como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que quien da su vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando” (Juan 15:10-14).
Dentro de unas pocas horas, Jesús demostrará su amor entregando su vida por todos los que tengan fe en él. Su ejemplo debería impulsar a sus seguidores a tenerse el mismo amor y a estar dispuestos a sacrificarse unos por otros. Esa clase de amor servirá para identificarlos, tal como Jesús lo declaró anteriormente: “De este modo todos sabrán que ustedes son mis discípulos: si se tienen amor unos a otros” (Juan 13:35).
Los apóstoles deberían caer en la cuenta de que Jesús los está llamando amigos. Él les explica por qué lo son: “Los llamo amigos, porque les he contado todas las cosas que le he escuchado decir a mi Padre”. ¡Qué relación tan hermosa! Ser buenos amigos de Jesús y saber las cosas que su Padre le ha contado es algo muy especial. Pero, si quieren mantener esa amistad con él, deben seguir dando fruto. Jesús les dice que, si lo hacen, “el Padre les dará cualquier cosa que le pidan” en su nombre (Juan 15:15, 16).
El amor que se tengan sus discípulos, las “ramas” de la vid, los ayudará a aguantar lo que les sobrevendrá. Él les dice que el mundo los odiará, pero también les da estas palabras de ánimo: “Si el mundo los odia, ya saben que a mí me odió antes que a ustedes. Si fueran parte del mundo, el mundo los amaría porque serían algo suyo. Pero, como no son parte del mundo, sino que yo los he elegido de entre el mundo, por eso el mundo los odia” (Juan 15:18, 19).
Luego, les da más razones por las que el mundo los odiará: “Por causa de mi nombre, ellos les harán todas estas cosas, porque no conocen al que me envió”. Jesús dice que sus milagros en realidad condenan a los que lo odian: “Si yo no hubiera hecho delante de ellos las obras que nadie más ha hecho, no serían culpables de pecado; pero ahora me han visto y me han odiado a mí y también a mi Padre”. De hecho, ese odio cumple lo que estaba predicho (Juan 15:21, 24, 25; Salmo 35:19; 69:4).
Jesús les promete de nuevo que les enviará al ayudante, el espíritu santo. Esa poderosa fuerza está a disposición de todos sus seguidores y los puede ayudar a dar fruto, es decir, a “dar testimonio” (Juan 15:27).
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“¡Sean valientes!, que yo he vencido al mundo”Jesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 121
“¡Sean valientes!, que yo he vencido al mundo”
DENTRO DE POCO, LOS APÓSTOLES DEJARÁN DE VER A JESÚS
LA TRISTEZA DE LOS APÓSTOLES SE CONVERTIRÁ EN ALEGRÍA
Jesús y los apóstoles están a punto de irse de la habitación del piso de arriba, donde han celebrado la cena de la Pascua. Él les ha dado muchos consejos y ahora les explica: “Les he dicho estas cosas para que no pierdan la fe”. ¿Por qué es oportuna esa advertencia? Él mismo da la respuesta: “Los van a expulsar de la sinagoga. De hecho, viene la hora en que todo el que los mate creerá que le está prestando un servicio sagrado a Dios” (Juan 16:1, 2).
Esas noticias quizás preocupen a los apóstoles. Aunque Jesús ya les mencionó que el mundo los odiaría, no les había dicho tan directamente que los matarían. ¿Por qué no? Porque todavía está con ellos (Juan 16:4). Pero, ahora, antes de marcharse, les está avisando, así tal vez no fallen más adelante.
Jesús continúa: “Ahora voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta ‘¿Adónde vas?’”. Ya esa misma noche le habían preguntado adónde iba (Juan 13:36; 14:5; 16:5). Pero, ahora, conmocionados, se quedan pensando en la persecución que van a sufrir y centrados en su propia tristeza. Por eso no le hacen más preguntas sobre la gloria que le espera y lo que eso significará para los verdaderos siervos de Dios. Jesús les comenta: “El corazón se les ha llenado de tristeza porque les dije estas cosas” (Juan 16:6).
Entonces les explica: “Es por su bien que me voy. Porque, si no me voy, el ayudante no vendrá a ustedes; pero, si me voy, yo se lo enviaré a ustedes” (Juan 16:7). Jesús tiene que morir e ir al cielo para que sus discípulos reciban espíritu santo, que él puede enviar como ayudante a sus seguidores en cualquier parte del mundo.
El espíritu santo “le dará al mundo pruebas convincentes del pecado, de la justicia y del juicio” (Juan 16:8). Así es, la falta de fe del mundo en el Hijo de Dios quedará al descubierto. Jesús subirá al cielo, y eso será una prueba convincente de que él es justo y demostrará que Satanás, “el gobernante de este mundo”, merece ser condenado (Juan 16:11).
A continuación, Jesús señala: “Tengo muchas cosas que decirles, pero ahora sería demasiado para ustedes”. Sin embargo, cuando él derrame el espíritu santo, lograrán entender “toda la verdad” y serán capaces de vivir de acuerdo con ella (Juan 16:12, 13).
Los apóstoles se quedan confundidos al escuchar a Jesús decir: “Dentro de poco ya no me verán más, pero también dentro de poco me verán”. Se preguntan unos a otros a qué se refiere. Jesús se da cuenta de que quieren saberlo, así que les explica: “De verdad les aseguro que ustedes llorarán y se lamentarán, pero el mundo se alegrará; ustedes sentirán dolor, pero su dolor se convertirá en felicidad” (Juan 16:16, 20). Cuando lo maten al día siguiente por la tarde, los líderes religiosos se alegrarán, pero los discípulos se pondrán muy tristes. Sin embargo, su dolor se tornará en alegría al ver que Jesús ha resucitado, y seguirán sintiendo alegría cuando él derrame sobre ellos el espíritu santo.
Jesús compara la situación de los apóstoles a la de una mujer que tiene dolores de parto: “Cuando una mujer está dando a luz, siente dolor porque le ha llegado la hora. Pero, cuando ya ha dado a luz al niño, la felicidad de que un ser humano haya venido al mundo hace que se le olvide todo el sufrimiento”. Jesús les da a los apóstoles las siguientes palabras de ánimo: “Lo mismo pasa con ustedes. Ahora están muy tristes; pero yo volveré a verlos, y el corazón se les llenará de felicidad y nadie les podrá quitar su felicidad” (Juan 16:21, 22).
Hasta ahora, los apóstoles nunca han hecho peticiones en el nombre de Jesús. Pero él les dice: “Ese día le pedirán al Padre en mi nombre”. ¿Por qué deberían hacerlo? No es porque el Padre no quiera responderles, pues Jesús les confirma: “El Padre mismo los quiere, porque me han querido a mí y han creído que yo vine como representante de Dios” (Juan 16:26, 27).
Quizás por esas palabras animadoras de Jesús, los apóstoles afirman con valor: “Por esta razón creemos que viniste de Dios”. Sin embargo, esa convicción pronto se verá puesta a prueba. Jesús les explica lo que va a suceder dentro de poco: “Viene la hora —de hecho, ha llegado ya— en que serán dispersados. Cada uno se irá a su propia casa y me dejarán solo”. Aun así, les asegura: “Les he dicho estas cosas para que tengan paz por medio de mí. En el mundo van a tener sufrimientos. Pero ¡sean valientes!, que yo he vencido al mundo” (Juan 16:30-33). Así es, Jesús de ninguna manera los va a abandonar. Y está seguro de que ellos también podrán salir vencedores, igual que él, cumpliendo fielmente con la voluntad de Dios a pesar de los intentos de Satanás y su mundo por quebrantar su lealtad.
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La oración de conclusión de Jesús en la habitación de arribaJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 122
La oración de conclusión de Jesús en la habitación de arriba
LOS BENEFICIOS DE LLEGAR A CONOCER A DIOS Y A SU HIJO
LA UNIDAD DE JEHOVÁ, JESÚS Y LOS DISCÍPULOS
Como Jesús ama tanto a sus discípulos, los ha estado preparando para cuando se vaya dentro de poco. Ahora, alza la vista al cielo y le ora a su Padre: “Glorifica a tu hijo para que tu hijo te glorifique a ti, así como le has dado autoridad sobre todas las personas para que él les dé vida eterna a todos los que le diste” (Juan 17:1, 2).
Jesús reconoce claramente que lo más importante es darle gloria a Dios. Pero también menciona que la humanidad tiene la maravillosa posibilidad de obtener vida eterna. Jesús ha recibido “autoridad sobre todas las personas”, así que puede ofrecerles a todos los seres humanos los beneficios de su sacrificio. No obstante, solo unos cuantos los aprovecharán. ¿Por qué? Porque únicamente los recibirán quienes hagan lo que Jesús dice a continuación: “Esto significa vida eterna: que lleguen a conocerte a ti, el único Dios verdadero, y a quien tú enviaste, Jesucristo” (Juan 17:3).
Así, quien quiera recibir vida eterna debe conocer muy bien tanto al Padre como al Hijo y desarrollar una estrecha amistad con ellos. Tiene que ver las cosas como ellos las ven. Además, debe esforzarse por copiar sus magníficas cualidades al tratar a los demás y reconocer que obtener la vida eterna no es tan importante como darle gloria a Dios. Jesús vuelve a hablar de este tema:
“Yo te he glorificado en la tierra; he completado la obra que me encargaste. Así que ahora, Padre, glorifícame a tu lado con aquella gloria que yo tenía junto a ti antes de que el mundo existiera” (Juan 17:4, 5). Jesús le está pidiendo a su Padre que lo resucite para recibir de nuevo la gloria que había tenido en el cielo.
Sin embargo, Jesús no ha olvidado lo que ha logrado en su ministerio. A continuación, dice: “Les he dado a conocer tu nombre a quienes me diste del mundo. Eran tuyos y me los diste, y han obedecido tus palabras” (Juan 17:6). Él ha ido más allá de pronunciar el nombre de Dios, Jehová, al predicar. También ha ayudado a sus apóstoles a llegar a conocer lo que ese nombre representa, es decir, las cualidades de Dios y su manera de tratar con los seres humanos.
Los apóstoles han llegado a conocer a Jehová, el papel de Jesús y las cosas que este les ha enseñado. Ahora, Jesús reconoce humildemente: “Les he dado el mensaje que me diste y ellos lo han aceptado y realmente han llegado a saber que vine como representante tuyo, y han creído que tú me enviaste” (Juan 17:8).
Luego, Jesús reconoce que sus seguidores son diferentes del resto de las personas: “No pido por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos [...]. Padre santo, cuídalos por causa de tu propio nombre, el que tú me diste, para que sean uno así como nosotros somos uno. [...] Los he protegido, y ninguno de ellos ha sido destruido, excepto el hijo de destrucción”. Se refiere a Judas Iscariote, que se ha ido para traicionarlo (Juan 17:9-12).
Jesús continúa diciendo: “El mundo los ha odiado”. Y luego añade: “No te pido que los saques del mundo, sino que los protejas del Maligno. Ellos no son parte del mundo, igual que yo no soy parte del mundo” (Juan 17:14-16). Aunque los apóstoles y los demás discípulos están en el mundo —la sociedad humana controlada por Satanás—, deben mantenerse separados de ese mundo y de su maldad. ¿Cómo pueden lograrlo?
Manteniéndose santos, apartados para el servicio a Dios. Lo pueden conseguir poniendo en práctica las verdades que se encuentran en las Escrituras Hebreas y las que Jesús mismo les ha enseñado. Él le pide a su Padre: “Santifícalos por medio de la verdad; tu palabra es la verdad” (Juan 17:17). Con el tiempo, y por inspiración de Dios, algunos apóstoles escribirán libros que llegarán a formar parte de “la verdad” que podrá santificar a las personas.
Pero también habrá otros que acepten “la verdad”. Por eso Jesús dice: “No te pido solo por ellos [los 11 apóstoles], sino también por los que pongan su fe en mí gracias a las palabras de ellos”. ¿Y qué pide? “Que todos ellos sean uno. Tal como tú, Padre, estás en unión conmigo y yo estoy en unión contigo, que ellos también estén en unión con nosotros” (Juan 17:20, 21). Jesús y su Padre no son la misma persona. Son uno en el sentido de que están de acuerdo en todo. Y él está orando para que sus seguidores disfruten de esa misma unidad.
Poco antes, Jesús les había dicho a Pedro y a los demás que se iba para prepararles un lugar en el cielo (Juan 14:2, 3). Y ahora retoma esa idea al pedirle a su Padre: “Quiero que los que me diste estén conmigo donde yo esté para que vean la gloria que me has dado, porque me amaste antes de la fundación del mundo” (Juan 17:24). Con esto confirma que, hace mucho tiempo, incluso antes de que Adán y Eva tuvieran hijos, Dios amó a su Hijo unigénito, quien llegó a ser Jesucristo.
En sus palabras finales, Jesús vuelve a destacar tanto el nombre de su Padre como el amor que Dios siente por los apóstoles y por quienes acepten “la verdad” en el futuro: “Les he dado a conocer tu nombre —afirma—, y seguiré dándolo a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos y yo esté en unión con ellos” (Juan 17:26).
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Ora a su Padre en momentos de gran angustiaJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 123
Ora a su Padre en momentos de gran angustia
MATEO 26:30, 36-46 MARCOS 14:26, 32-42 LUCAS 22:39-46 JUAN 18:1
JESÚS EN EL JARDÍN DE GETSEMANÍ
SU SUDOR SE VUELVE COMO GOTAS DE SANGRE
Jesús termina de orar con sus apóstoles y, “después de cantar alabanzas”, todos se van al monte de los Olivos (Marcos 14:26). Se dirigen hacia el este, a un lugar adonde Jesús acostumbra ir, el jardín de Getsemaní.
Al llegar a este agradable lugar entre los olivos, deja atrás a ocho de los apóstoles. Quizás se quedan cerca de la entrada del jardín, pues les pide: “Quédense aquí sentados mientras yo voy allá a orar”. Entonces se lleva con él a tres apóstoles —Pedro, Santiago y Juan— y se adentra más en el jardín. Está bajo mucha presión, por eso les dice: “Estoy tan angustiado que siento que me muero. Quédense aquí y manténganse despiertos conmigo” (Mateo 26:36-38).
Jesús se aparta un poco de ellos, cae al suelo y empieza a orar. ¿Sobre qué asuntos ora en un momento tan crítico? Le ruega a Dios: “Padre, para ti todo es posible; quítame esta copa. Pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres” (Marcos 14:35, 36). ¿A qué se refiere? ¿Acaso está renunciando a su papel de Redentor? ¡Claro que no!
Jesús pudo ver desde el cielo el sufrimiento extremo por el que pasaron otras personas ejecutadas por los romanos. Y ahora él es un ser humano con profundos sentimientos, capaz de padecer dolor. Está claro que no desea sufrir lo que le espera. Pero hay algo más importante que lo tiene angustiado. Sabe que morirá como un delincuente despreciable y que eso le puede traer deshonra al nombre de su Padre. Dentro de unas cuantas horas, lo clavarán en un madero como si fuera culpable de blasfemia contra Dios.
Jesús pasa un buen rato orando y, cuando vuelve, se encuentra a los tres apóstoles dormidos. Entonces le dice a Pedro: “¿Es que no pudieron mantenerse despiertos conmigo ni siquiera una hora? Manténganse despiertos y oren constantemente para que no caigan en la tentación”. Jesús comprende que los apóstoles también han estado bajo mucha presión, y ya es tarde por la noche. Así que añade: “Claro, el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo 26:40, 41).
Luego, Jesús se va por segunda vez y le pide a Dios que aparte de él “esta copa”. Al volver, ve que los apóstoles se han dormido de nuevo, cuando deberían haber estado orando para no caer en tentación. Jesús se lo señala, y ellos no saben qué decirle (Marcos 14:40). Entonces, se marcha por tercera vez, se pone de rodillas y continúa orando.
Está muy preocupado porque morir como un delincuente le traerá deshonra al nombre de su Padre. Pero Jehová está escuchando las oraciones de su Hijo y, en un momento determinado, le envía a un ángel para fortalecerlo. Aun así, Jesús no deja de suplicarle ayuda a su Padre, sino que sigue “orando todavía con más intensidad”. La tensión emocional que siente es enorme. ¡Cuánta responsabilidad lleva en sus hombros! Está en juego su propia vida eterna y la de todos los seres humanos que adoren a Dios. Con razón su sudor se vuelve como gotas de sangre que caen al suelo (Lucas 22:44).
Al regresar por tercera vez adonde están los apóstoles, de nuevo los encuentra dormidos. Les dice: “¡Están durmiendo y descansando en un momento como este! ¡Miren! Se ha acercado la hora para que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de pecadores. Levántense, vámonos. Miren, ya está llegando el que me va a traicionar” (Mateo 26:45, 46).
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La traición de Judas y el arresto de JesúsJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 124
La traición de Judas y el arresto de Jesús
MATEO 26:47-56 MARCOS 14:43-52 LUCAS 22:47-53 JUAN 18:2-12
JUDAS TRAICIONA A JESÚS EN EL JARDÍN
PEDRO LE CORTA LA OREJA A UN HOMBRE
ARRESTAN A JESÚS
Ya es más de medianoche. Los sacerdotes han acordado pagarle a Judas 30 piezas de plata para que traicione a Jesús. Así que Judas guía a un gran grupo de sacerdotes principales y fariseos, con el objetivo de encontrar al Maestro. Los acompaña un destacamento de soldados romanos y un comandante militar.
Por lo visto, cuando Jesús le dijo que se marchara de la cena de la Pascua, Judas se fue directamente a ver a los sacerdotes principales (Juan 13:27). Ellos reunieron a sus propios guardias y a una banda de soldados. Quizás Judas los haya conducido primero a la habitación en la que Jesús y sus apóstoles han celebrado la Pascua. Pero, a estas alturas, la multitud ha cruzado el valle de Cedrón y se dirige al jardín. Además de armas, llevan lámparas y antorchas, resueltos a encontrar a Jesús.
Judas dirige al grupo hacia el monte de los Olivos convencido de que sabe dónde encontrar a Jesús. La semana pasada los apóstoles recorrieron en varias ocasiones el camino de Betania a Jerusalén y se detuvieron en el jardín de Getsemaní unas cuantas veces. Pero ahora es de noche, y puede que Jesús se encuentre entre las sombras de los olivos del jardín. Así que, ¿cómo serán capaces los soldados de reconocerlo, si quizás ni lo han visto antes? Para ayudarlos, Judas queda en darles la siguiente señal: “Al que yo bese, ese es. Deténganlo y llévenselo bien custodiado” (Marcos 14:44).
Al llegar con el grupo al jardín, Judas ve a Jesús y sus apóstoles y va directamente hacia ellos. Le dice a Jesús: “¡Hola, Rabí!” y le da un beso cariñoso. Jesús le pregunta: “Amigo, ¿a qué has venido?” (Mateo 26:49, 50). Pero él mismo se responde, diciendo: “Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del Hombre?” (Lucas 22:48). Así es, ¡Judas acaba de traicionar a su Maestro!
Entonces, Jesús da un paso al frente, se coloca a la luz de las antorchas y lámparas, y pregunta: “¿A quién buscan?”. Alguien de la multitud le contesta: “A Jesús el Nazareno”. Con valor, él responde: “Soy yo” (Juan 18:4, 5). Los hombres, que no saben qué esperar, caen al suelo.
En vez de aprovechar el momento para escaparse en la oscuridad de la noche, Jesús vuelve a preguntarles a quién están buscando. Ellos le responden de nuevo: “A Jesús el Nazareno”. Jesús continúa con calma: “Ya les dije que soy yo. Si me están buscando a mí, dejen que estos hombres se vayan”. Incluso en un momento tan crucial como este, recuerda lo que había dicho antes, que no perdería a ninguno de sus apóstoles fieles (Juan 6:39; 17:12). De hecho, no ha perdido a ninguno, excepto a Judas, “el hijo de destrucción” (Juan 18:7-9). Ahora está pidiendo que dejen que sus seguidores leales se marchen.
Cuando los apóstoles ven que los soldados se levantan y se acercan a Jesús, se dan cuenta de lo que está sucediendo. “Señor, ¿atacamos con la espada?”, preguntan (Lucas 22:49). Antes de que Jesús pueda responderles, Pedro agarra una de las dos espadas que llevan los apóstoles y le corta la oreja derecha a Malco, esclavo del sumo sacerdote.
Pero Jesús le toca la oreja a Malco y le cura la herida. Entonces enseña una lección importante al ordenarle a Pedro: “Guarda tu espada, porque todos los que usan la espada morirán a espada”. Jesús está dispuesto a que lo arresten, pues explica: “Si hiciera eso, ¿cómo se cumplirían las Escrituras que dicen que es así como tiene que pasar?” (Mateo 26:52, 54). Y añade: “¿Acaso no debo beber de la copa que me ha dado el Padre?” (Juan 18:11). Está de acuerdo con la voluntad de Dios para él, aunque tenga que morir.
Jesús le pregunta a la gente: “¿Salieron con espadas y garrotes para arrestarme como si yo fuera un ladrón? Día tras día me sentaba para enseñar en el templo y ustedes no me detuvieron. Pero todo esto ha pasado para que se cumpla lo que escribieron los profetas” (Mateo 26:55, 56).
Los soldados, el comandante militar y los guardias de los judíos atrapan a Jesús y lo atan. Al ver esto, los apóstoles huyen. Sin embargo, “cierto joven”, quizás el discípulo Marcos, se queda entre la multitud con la intención de seguir a Jesús (Marcos 14:51). Pero lo reconocen y tratan de agarrarlo, de modo que se ve obligado a dejar atrás su vestidura de lino para escapar.
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Se lo llevan a Anás y después a CaifásJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 125
Se lo llevan a Anás y después a Caifás
MATEO 26:57-68 MARCOS 14:53-65 LUCAS 22:54, 63-65 JUAN 18:13, 14, 19-24
LLEVAN A JESÚS AL EX SUMO SACERDOTE ANÁS
EL SANEDRÍN LLEVA A CABO UN JUICIO ILEGAL
Después de atar a Jesús como si fuera un vulgar delincuente, se lo llevan a Anás, quien era el sumo sacerdote cuando Jesús era niño y dejó asombrados a los maestros en el templo (Lucas 2:42, 47). Algunos de los hijos de Anás también desempeñaron más tarde el papel de sumo sacerdote, y ahora es su yerno Caifás quien ocupa el puesto.
Mientras Anás interroga a Jesús, Caifás tiene tiempo para convocar al Sanedrín. Este tribunal, compuesto por 71 miembros, incluye al sumo sacerdote y a otros hombres que habían tenido ese cargo.
Anás interroga a Jesús “sobre sus discípulos y sobre lo que enseñaba”. Él simplemente le responde: “He hablado públicamente a todo el mundo. Siempre enseñé en las sinagogas y en el templo, donde todos los judíos se reúnen, y no dije nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a quienes oyeron lo que les dije. Ahí están, ellos saben bien lo que dije” (Juan 18:19-21).
Uno de los guardias que está de pie allí le da una bofetada a Jesús y lo reprende: “¿Así le contestas al sacerdote principal?”. Pero Jesús sabe que no ha hecho nada malo, por eso le responde: “Si he dicho algo malo, dime qué fue; pero, si lo que he dicho es cierto, ¿por qué me pegas?” (Juan 18:22, 23). Luego Anás hace que se lleven a Jesús ante su yerno Caifás.
A estas alturas ya están reunidos en la casa de Caifás todos los miembros del Sanedrín: el sumo sacerdote actual, los ancianos del pueblo y los escribas. Llevar a cabo un juicio como este en la noche de la Pascua va contra la ley, pero eso no los detiene; siguen adelante con su malvado plan.
Es muy difícil que este grupo tome una decisión imparcial. Después que resucitó a Lázaro, decidieron que Jesús debía morir (Juan 11:47-53). Y, pocos días antes, las autoridades religiosas tramaron un plan para atrapar a Jesús y matarlo (Mateo 26:3, 4). Está claro, Jesús ya está prácticamente condenado a muerte aun antes de que empiece el juicio.
Además de llevar a cabo esta reunión de manera ilegal, los sacerdotes principales y otros miembros del Sanedrín están buscando testigos que aporten pruebas falsas para montar una acusación contra Jesús. Encuentran a muchos, pero sus testimonios no coinciden. Al final, se presentan dos testigos que afirman: “Nosotros le oímos decir: ‘Yo derribaré este templo que fue hecho por la mano del hombre y en tres días levantaré otro que no estará hecho por la mano del hombre’” (Marcos 14:58). Sin embargo, ni siquiera las historias de estos dos testigos concuerdan del todo.
Caifás le pregunta a Jesús: “¿No respondes nada? ¿Qué hay de lo que estos hombres testifican contra ti?” (Marcos 14:60). Jesús se queda callado ante la acusación falsa montada con testimonios que no concuerdan. Entonces Caifás cambia de estrategia.
Él sabe que a los judíos les irrita que alguien afirme ser el Hijo de Dios. En ocasiones anteriores, cuando Jesús ha expresado que Dios es su Padre, los judíos han querido matarlo, alegando que estaba “haciéndose igual a Dios” (Juan 5:17, 18; 10:31-39). Caifás, consciente de lo que piensan, actúa con astucia y le manda a Jesús: “¡Te ordeno que nos digas bajo juramento delante del Dios vivo si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios!” (Mateo 26:63). Por supuesto, Jesús ha reconocido antes que su Padre es Dios (Juan 3:18; 5:25; 11:4). Y, si no lo admitiera ahora, podría dar a entender que él niega ser el Cristo y el Hijo de Dios. Así que responde: “Lo soy. Y ustedes verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del poder y viniendo con las nubes del cielo” (Marcos 14:62).
Al oír eso, Caifás se rasga la ropa con un gesto dramático y exclama: “¡Ha blasfemado! ¿Para qué necesitamos más testigos? ¡Miren, ustedes acaban de oír la blasfemia! ¿Cuál es su opinión?”. Entonces el Sanedrín dicta la injusta sentencia: “¡Merece morir!” (Mateo 26:65, 66).
Ahora comienzan a burlarse de Jesús y a darle puñetazos. Otros le escupen en la cara y le dan bofetadas. Luego le cubren el rostro, lo abofetean de nuevo y le preguntan con sarcasmo: “¡Profetiza! ¿Quién es el que te pegó?” (Lucas 22:64). ¡Ahí está el propio Hijo de Dios sufriendo maltratos en un juicio nocturno completamente ilegal!
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Pedro niega conocer a JesúsJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 126
Pedro niega conocer a Jesús
MATEO 26:69-75 MARCOS 14:66-72 LUCAS 22:54-62 JUAN 18:15-18, 25-27
EN LA CASA DE CAIFÁS, PEDRO NIEGA CONOCER A JESÚS
Después del arresto de Jesús en el jardín de Getsemaní, los apóstoles lo abandonan por temor y escapan. Sin embargo, dos de ellos dejan de huir. Son Pedro y “otro discípulo”, por lo visto, el apóstol Juan (Juan 18:15; 19:35; 21:24). Puede que alcancen a Jesús mientras lo llevan ante Anás. Luego, cuando Anás envía a Jesús al sumo sacerdote, Caifás, los dos apóstoles lo siguen de lejos. Probablemente tengan una mezcla de sentimientos: por un lado, temor por su propia vida y, por otro, preocupación por lo que le sucederá a su Maestro.
Juan conoce al sumo sacerdote y por eso logra entrar en el patio de la casa de Caifás. Por su parte, Pedro espera fuera, en la puerta, hasta que Juan regresa y habla con la sirvienta que está de portera. Entonces ella deja entrar a Pedro.
Es una noche fría, así que los que están en el patio hacen un fuego de carbón, y Pedro se sienta con ellos para mantenerse caliente mientras espera. Quiere ver en qué termina el juicio contra Jesús (Mateo 26:58). Ahora, a la luz de la lumbre, la sirvienta que dejó entrar a Pedro puede verlo mejor y le pregunta: “¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?” (Juan 18:17). Y no es la única que lo reconoce, otros también lo acusan de acompañar a Jesús (Mateo 26:69, 71-73; Marcos 14:70).
Entonces, Pedro se pone muy alterado, porque quiere pasar desapercibido, y se aparta hacia la entrada. Es más, niega que andaba con Jesús, hasta el punto de decir: “Ni lo conozco ni entiendo de qué me hablas” (Marcos 14:67, 68). Además, empieza “a maldecir y a jurar” que dice la verdad. Con eso da a entender que está dispuesto a que le caiga una maldición y sufrir una calamidad si lo que dice no es cierto (Mateo 26:74).
Mientras tanto, el juicio contra Jesús sigue adelante, quizás en una parte de la casa de Caifás más alta que el patio. Puede ser que Pedro y los demás que esperan abajo vean entrar y salir a los testigos que pasan a declarar.
El acento galileo de Pedro es un indicio de que no ha dicho la verdad. Es más, en el grupo hay un pariente de Malco, el hombre al que Pedro le cortó la oreja. Así que, una vez más, Pedro se encara a la misma acusación: “¿No te vi yo en el huerto con él?”. Pero él lo niega por tercera vez y, entonces, un gallo canta, tal y como predijo Jesús (Juan 13:38; 18:26, 27).
En estos momentos, parece que Jesús se encuentra en un balcón con vistas al patio. El Señor se vuelve y mira fijamente a Pedro. Seguro que al apóstol se le parte el corazón. Recuerda lo que Jesús le ha dicho apenas unas pocas horas antes en la cena de la Pascua. ¡Imagínese cómo tiene que sentirse Pedro! La culpa por lo que ha hecho le pesa en el corazón como una losa. Sale de ahí y rompe a llorar desconsoladamente (Lucas 22:61, 62).
Pero ¿cómo ha podido pasar eso? ¿Cómo es posible que Pedro, que estaba tan seguro de su fortaleza espiritual y lealtad, haya negado conocer a su Maestro? En esta ocasión, se está tergiversando la verdad y se está dando a entender que Jesús es un despreciable delincuente. Justo en el momento en el que Pedro podía haber defendido a un hombre inocente, va y le da la espalda al que tiene “palabras de vida eterna” (Juan 6:68).
Este triste episodio de la vida de Pedro encierra una lección: incluso una persona con fe y devoción a Dios puede ser vulnerable si no está bien preparada para enfrentar las pruebas o tentaciones inesperadas. Que la experiencia de Pedro sirva de advertencia para todos los siervos de Dios.
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