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El Sanedrín lo juzga y después lo envía a PilatoJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 127
El Sanedrín lo juzga y después lo envía a Pilato
MATEO 27:1-11 MARCOS 15:1 LUCAS 22:66-23:3 JUAN 18:28-35
EL SANEDRÍN REANUDA EL JUICIO POR LA MAÑANA
JUDAS ISCARIOTE INTENTA AHORCARSE
ENVÍAN A JESÚS ANTE PILATO
La noche está a punto de acabar cuando Pedro niega a Jesús por tercera vez. Los miembros del Sanedrín ya han concluido el juicio ilegal y se han marchado. Después del amanecer del viernes, el tribunal se reúne de nuevo, probablemente para darle cierta apariencia de legalidad al juicio que celebraron la noche anterior fuera de la ley. Entonces, mandan traer de nuevo a Jesús.
Una vez más, le ordenan: “Dinos si eres el Cristo”, a lo que él les responde: “Aunque se lo dijera, nunca lo creerían. Además, si yo les preguntara algo, ustedes no me responderían”. Sin embargo, se identifica con valor como el personaje de quien se había profetizado en Daniel 7:13, pues añade: “De aquí en adelante, el Hijo del Hombre estará sentado a la poderosa derecha de Dios” (Lucas 22:67-69; Mateo 26:63).
Pero ellos insisten: “Entonces, ¿eres tú el Hijo de Dios?”. Y él les contesta: “Sí, ustedes mismos están diciendo que lo soy”. Parece que eso les da base para justificar la ejecución de Jesús por blasfemia. Así que concluyen: “¿Para qué necesitamos más testimonio?” (Lucas 22:70, 71; Marcos 14:64). A continuación, lo atan y se lo llevan al gobernador romano Poncio Pilato.
Es posible que Judas haya visto a Jesús mientras se lo llevan a Pilato. Al enterarse de que han condenado al Maestro, siente algo de remordimiento y desesperación, pero, en vez de arrepentirse de verdad y buscar el perdón de Dios, se va a devolver las 30 monedas de plata. Les dice a los sacerdotes principales: “Pequé al traicionar sangre inocente”. Ellos le responden con crueldad: “¿Y a nosotros qué nos importa? ¡Eso es cosa tuya!” (Mateo 27:4).
Judas arroja las 30 monedas de plata en el templo y, como si no bastara con todo lo que ha hecho, intenta acabar con su vida. Trata de ahorcarse, pero parece que la rama en la que ata la soga se parte, y su cuerpo cae a unas rocas que hay más abajo y se revienta (Hechos 1:17, 18).
Los judíos llegan con Jesús al palacio de Poncio Pilato temprano por la mañana. Pero ellos se niegan a entrar, pues les parece que, si tienen contacto con los gentiles, se contaminarán y no podrán celebrar la comida del 15 de nisán. Ese es el primer día de la Fiesta de los Panes Sin Levadura, que se considera parte de la temporada de la Pascua.
De modo que Pilato sale y les pregunta: “¿De qué acusan a este hombre?”. Ellos contestan: “Si este hombre no fuera un delincuente, no te lo habríamos entregado”. Quizás Pilato se da cuenta de que quieren presionarlo, así que les dice: “Llévenselo y júzguenlo ustedes según su ley”. Pero la respuesta que le dan revela que tienen intenciones asesinas: “A nosotros no se nos permite matar a nadie” (Juan 18:29-31).
Lo cierto es que, si los judíos mataran a Jesús durante la fiesta de la Pascua, probablemente se armaría un revuelo entre el pueblo. Pero, si logran que sean los romanos quienes ejerzan su autoridad de ejecutarlo por una acusación política, será más fácil para ellos librarse de responsabilidad ante la gente por la muerte de Jesús.
Los líderes religiosos no le dicen a Pilato que ellos ya han condenado a Jesús por blasfemia. Más bien, se inventan otros cargos: “Encontramos a este hombre [1] alborotando a nuestra nación, [2] prohibiendo pagar impuestos a César y [3] diciendo que él mismo es Cristo, un rey” (Lucas 23:2).
Como representante de Roma, a Pilato le preocupa la acusación de que Jesús haya afirmado ser un rey. De manera que entra de nuevo al palacio, ordena que se lo traigan, y le pregunta: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Es como si le preguntara: “¿Has violado la ley imperial al declararte un rey rival de César?”. Ahora Jesús, quizás con la intención de averiguar qué le han contado a Pilato sobre él, le dice: “¿Salió de ti hacer esa pregunta, o es que otros te han hablado de mí?” (Juan 18:33, 34).
Pilato da a entender que no conoce los hechos del caso, pero que desea saberlos, al preguntar: “¿Acaso soy yo judío? Tu propia nación y los sacerdotes principales te entregaron a mí. ¿Qué fue lo que hiciste?” (Juan 18:35).
Jesús no intenta evitar la cuestión más importante, a saber, si él es rey o no. Al contrario, contesta de una manera que sin duda deja sorprendido al gobernador Pilato.
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Pilato y Herodes consideran inocente a JesúsJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 128
Pilato y Herodes consideran inocente a Jesús
MATEO 27:12-14, 18, 19 MARCOS 15:2-5 LUCAS 23:4-16 JUAN 18:36-38
PILATO Y HERODES INTERROGAN A JESÚS
Jesús no trata de ocultar a Pilato que realmente es rey. Sin embargo, su Reino no es una amenaza para Roma, pues le dice: “Mi Reino no es parte de este mundo. Si mi Reino fuera parte de este mundo, mis ayudantes habrían peleado para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero la realidad es que mi Reino no es de aquí” (Juan 18:36). Así que Jesús deja claro que tiene un Reino, pero no es parte de este mundo.
Pilato no se queda satisfecho con la respuesta de Jesús. Por eso le pregunta: “¿O sea, que tú eres rey?”. Entonces Jesús le dice que ha llegado a la conclusión correcta: “Sí, tú mismo estás diciendo que yo soy rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz” (Juan 18:37).
Poco antes, Jesús le había dicho a Tomás: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. En esta ocasión, hasta Pilato llega a saber que Jesús vino a la Tierra para dar testimonio de la verdad, en concreto, la verdad sobre su Reino. Jesús está dispuesto a ser fiel a esta verdad aunque le cueste la vida. Ahora Pilato le pregunta: “¿Qué es la verdad?”. Pero no espera la respuesta, pues considera que ya ha oído suficiente para juzgar a este hombre (Juan 14:6; 18:38).
Pilato se dirige de nuevo a la multitud que está esperando fuera del palacio. Al parecer, Jesús está junto a él. Entonces Pilato les dice a los sacerdotes principales y a los que están con ellos: “Yo a este hombre no lo encuentro culpable de ningún delito”. Enfurecida por estas palabras, la multitud grita: “Alborota al pueblo enseñando por toda Judea; comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí” (Lucas 23:4, 5).
El fanatismo ciego de los judíos debe de llamar la atención de Pilato. Por eso, mientras los sacerdotes principales y los ancianos siguen gritando, Pilato le pregunta a Jesús: “¿Es que no oyes cuántas cosas testifican contra ti?” (Mateo 27:13). Aun así, Jesús se queda callado. A Pilato le sorprende la serenidad que Jesús muestra ante las absurdas acusaciones de los judíos.
Al oír a los judíos decir que Jesús “comenzó en Galilea”, Pilato descubre que Jesús es galileo. Así que se le ocurre una idea para librarse de la responsabilidad de juzgarlo. Pilato sabe que Herodes Antipas, el gobernador de Galilea, ha venido a Jerusalén en esta época de la Pascua. De modo que decide enviarle a Jesús. Fue Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, quien mandó que le cortaran la cabeza a Juan el Bautista. Y, cuando más tarde escuchó que Jesús estaba haciendo milagros, le preocupó que Jesús pudiera ser Juan resucitado (Lucas 9:7-9).
Herodes se alegra ante la posibilidad de ver a Jesús. Y no es porque quiera ayudarlo o esté interesado en averiguar si lo que se dice contra él es cierto, sino por simple curiosidad y porque espera “verlo hacer algún milagro” (Lucas 23:8). Pero Jesús se niega a satisfacer su curiosidad. De hecho, cuando Herodes lo interroga, Jesús no le responde. Eso decepciona a Herodes, y él y sus soldados lo tratan “con desprecio” (Lucas 23:11). Lo visten con una ropa espléndida y se burlan de él. Luego, Herodes se lo envía de vuelta a Pilato. Aunque los dos habían sido enemigos, ahora se hacen buenos amigos.
Cuando Jesús regresa, Pilato reúne a los sacerdotes principales, a los gobernantes judíos y al pueblo, y les dice: “Lo interrogué delante de ustedes y no encontré ninguna base para las acusaciones que presentan contra él. De hecho, Herodes tampoco, porque nos lo devolvió. Miren, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Por lo tanto, lo castigaré y lo pondré en libertad” (Lucas 23:14-16).
Pilato desea liberar a Jesús porque se da cuenta de que los sacerdotes lo han entregado solo por envidia. Además, encuentra otro motivo para hacerlo. Mientras está sentado en el tribunal, su esposa le envía este mensaje: “No tengas nada que ver con ese hombre justo. Hoy sufrí mucho en un sueño [aparentemente de origen divino] a causa de él” (Mateo 27:19).
Pilato sabe que debe liberar a este hombre inocente. Pero ¿lo logrará?
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Pilato declara: “¡Miren! ¡El hombre!”Jesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 129
Pilato declara: “¡Miren! ¡El hombre!”
MATEO 27:15-17, 20-30 MARCOS 15:6-19 LUCAS 23:18-25 JUAN 18:39-19:5
PILATO INTENTA LIBERAR A JESÚS
LOS JUDÍOS PIDEN QUE SE LIBERE A BARRABÁS
SE BURLAN DE JESÚS Y LO MALTRATAN
A la multitud que está pidiendo la muerte de Jesús, Pilato ya le ha dicho: “No encontré ninguna base para las acusaciones que presentan contra él. De hecho, Herodes tampoco” (Lucas 23:14, 15). Ahora, busca otra manera de salvar a Jesús y le dice al pueblo: “Ustedes tienen la costumbre de que les ponga en libertad a un preso durante la Pascua. ¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?” (Juan 18:39).
Pilato sabe que en la cárcel está un hombre llamado Barrabás, que es un ladrón, un enemigo del gobierno y un asesino. Así que pregunta: “¿A quién quieren que les ponga en libertad: a Barrabás, o a Jesús, al que llaman Cristo?”. El pueblo, influenciado por los sacerdotes principales, pide que se libere a Barrabás y no a Jesús. Pero Pilato pregunta de nuevo: “¿A cuál de los dos quieren que les ponga en libertad?”. Y la gente responde: “¡A Barrabás!” (Mateo 27:17, 21).
Decepcionado, Pilato les pregunta: “Entonces, ¿qué hago con Jesús, al que llaman Cristo?”. Todos contestan: “¡Al madero con él!” (Mateo 27:22). Al pueblo le tendría que dar vergüenza pedir la muerte de un hombre inocente. Pilato protesta: “Pero ¿por qué? ¿Qué mal ha hecho este hombre? Yo no he encontrado en él nada que merezca la muerte. Por lo tanto, lo castigaré y lo pondré en libertad” (Lucas 23:22).
A pesar de los esfuerzos de Pilato, la multitud enfurecida grita: “¡Al madero con él!” (Mateo 27:23). Los líderes religiosos han alborotado tanto al pueblo que este reclama sangre. Pero no se trata de la sangre de algún criminal o asesino, sino de un hombre inocente al que recibieron como rey en Jerusalén hace tan solo cinco días. No sabemos si los discípulos de Jesús están presentes. Pero, si lo están, se quedan callados y tratan de no llamar la atención.
Al ver que no consigue nada con sus peticiones, sino que la gente está cada vez más enfurecida, Pilato se lava las manos con agua delante de ellos y les dice: “Soy inocente de la sangre de este hombre. Ahora es cosa de ustedes”. Pero el pueblo no cambia de actitud. Al contrario, responden: “¡Nosotros y nuestros hijos nos hacemos responsables de su muerte!” (Mateo 27:24, 25).
El gobernador prefiere complacer a la gente en vez de hacer lo que sabe que está bien. Así que pone en libertad a Barrabás, como le pide el pueblo, y ordena que le quiten la ropa a Jesús y que le den latigazos.
Después de golpearlo de forma brutal, los soldados llevan a Jesús dentro del palacio del gobernador. Entonces, toda la tropa de soldados se reúne y continúa maltratando a Jesús. Trenzan una corona de espinas y se la colocan en la cabeza. Le ponen una caña en la mano derecha y un manto de color púrpura, como el que usa la realeza, y le dicen con desprecio: “¡Viva el rey de los judíos!” (Mateo 27:28, 29). Además, le escupen y le dan bofetadas. Luego le quitan la caña y le golpean en la cabeza con ella, de modo que las afiladas espinas de su humillante “corona” se le clavan todavía más.
La extraordinaria dignidad y fortaleza de Jesús ante este maltrato impresionan a Pilato, quien de nuevo intenta librarse de la responsabilidad de la muerte de Jesús. Por eso les dice: “¡Escuchen! Lo traigo aquí afuera para que sepan que no encuentro que sea culpable de nada”. Quizás Pilato piensa que el pueblo cambiará de opinión al ver a Jesús golpeado y cubierto de sangre. Mientras Jesús permanece de pie ante la cruel multitud, Pilato declara: “¡Miren! ¡El hombre!” (Juan 19:4, 5).
Aunque Jesús está golpeado y herido, demuestra una dignidad y serenidad que llaman la atención de Pilato, pues sus palabras reflejan una mezcla de respeto y lástima.
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Se llevan a Jesús al lugar de ejecuciónJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 130
Se llevan a Jesús al lugar de ejecución
MATEO 27:31, 32 MARCOS 15:20, 21 LUCAS 23:24-31 JUAN 19:6-17
PILATO TRATA DE LIBERAR A JESÚS
CONDENAN A JESÚS Y LO LLEVAN AL LUGAR DE EJECUCIÓN
Aunque Jesús ha sufrido burlas y un maltrato cruel, los esfuerzos de Pilato por ponerlo en libertad no tienen ningún efecto en los sacerdotes principales ni en los que los apoyan. Ellos quieren que Jesús sea condenado a muerte. Por eso, siguen gritando: “¡Al madero con él! ¡Al madero con él!”. Pero Pilato les responde: “Llévenselo y ejecútenlo ustedes, porque yo no encuentro que sea culpable de nada” (Juan 19:6).
Los judíos no logran convencer a Pilato de que Jesús haya cometido un delito contra el gobierno que merezca la muerte. Así que ahora acusan a Jesús de desobedecer una ley religiosa. Vuelven a acusarlo de blasfemia, tal como hicieron ante el Sanedrín. Afirman: “Nosotros tenemos una ley, y según esa ley debe morir, porque se hizo a sí mismo hijo de Dios” (Juan 19:7). Para Pilato, esta acusación es nueva.
Él entra de nuevo en su palacio y trata de encontrar una manera de liberar a este hombre que ha soportado un trato cruel y sobre el que la propia esposa de Pilato ha tenido un sueño (Mateo 27:19). Esta nueva acusación de los judíos —que el prisionero es “hijo de Dios”— desconcierta a Pilato. Él sabe que Jesús es de Galilea (Lucas 23:5-7). Aun así, le pregunta: “¿De dónde eres tú?” (Juan 19:9). Puede que Pilato se pregunte si Jesús vivió antes en el cielo o si era un dios.
Jesús mismo ya le ha dicho a Pilato que es rey, pero que su Reino no es parte de este mundo. No necesita añadir nada más, así que se queda callado. Sin embargo, Pilato se siente ofendido por el silencio de Jesús y le dice muy molesto: “¿Te niegas a hablarme a mí? ¿No sabes que tengo autoridad para ponerte en libertad y autoridad para ejecutarte?” (Juan 19:10).
Entonces Jesús simplemente responde: “No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran concedido de arriba. Por eso el pecado del hombre que me entregó a ti es peor” (Juan 19:11). Es probable que Jesús no se refiera a nadie en concreto. Más bien, quiere decir que Caifás, los que lo apoyan y Judas Iscariote tienen más culpa que Pilato.
Impresionado por el comportamiento y las palabras de Jesús, y temiendo cada vez más que sea un dios, Pilato intenta de nuevo ponerlo en libertad. Sin embargo, los judíos presionan a Pilato con algo que también debe asustarlo: “¡Si lo pones en libertad, no eres amigo de César! ¡Todo el que se hace rey se opone a César!” (Juan 19:12).
El gobernador saca afuera a Jesús una vez más, se sienta en el tribunal y le dice al pueblo: “¡Miren! ¡Su rey!”. Pero los judíos no cambian de opinión y gritan: “¡Fuera! ¡Fuera! ¡Al madero con él!”. Pilato les pregunta: “¿Entonces ejecuto a su rey?”. Aunque los judíos llevan mucho tiempo sufriendo bajo el dominio romano, los sacerdotes principales se atreven a afirmar: “No tenemos más rey que César” (Juan 19:14, 15).
Pilato no tiene valor para llevarles la contraria a los judíos, así que cede ante sus insistentes exigencias y les entrega a Jesús para que lo maten. Los soldados le quitan a Jesús el manto púrpura, le vuelven a poner su ropa y se lo llevan, obligándolo a cargar con el madero de tormento.
Esto ocurre casi al mediodía del viernes 14 de nisán. Jesús lleva despierto desde la mañana del jueves y ha sufrido un sinfín de maltratos. Lucha por soportar el peso del madero, pero las fuerzas lo abandonan. De modo que los soldados obligan a uno de los que pasan por allí, llamado Simón de Cirene (una ciudad de África), a llevar el madero hasta el lugar de ejecución. Los sigue una gran cantidad de gente; algunos se golpean el pecho desconsolados y gritan lamentándose por lo que está ocurriendo.
Jesús les dice a las mujeres que lloran: “Hijas de Jerusalén, dejen de llorar por mí. Más bien, lloren por ustedes mismas y por sus hijos; porque, miren, se acercan los días en que se dirá: ‘¡Felices las estériles, las matrices que no dieron a luz y los pechos que no amamantaron!’. Entonces comenzarán a decirles a las montañas ‘¡Caigan sobre nosotros!’ y a las colinas ‘¡Cúbrannos!’. Si hacen estas cosas cuando el árbol está verde, ¿qué pasará cuando esté seco?” (Lucas 23:28-31).
Con estas palabras, Jesús se refiere a la nación judía. Es como un árbol que se está muriendo, pero todavía no está seco del todo, porque Jesús está allí y algunos judíos ponen su fe en él. Cuando Jesús muera y sus discípulos abandonen la religión judía, la nación estará espiritualmente seca, como un árbol muerto. Sin duda, se derramarán muchas lágrimas cuando Dios use a los ejércitos romanos para castigar a la nación.
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Un rey inocente sufre en el maderoJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 131
Un rey inocente sufre en el madero
MATEO 27:33-44 MARCOS 15:22-32 LUCAS 23:32-43 JUAN 19:17-24
CLAVAN A JESÚS A UN MADERO DE TORMENTO
MUCHOS SE BURLAN DE JESÚS AL VER EL LETRERO SOBRE SU CABEZA
JESÚS OFRECE LA ESPERANZA DE VIVIR EN UN PARAÍSO EN LA TIERRA
Los soldados conducen a Jesús a un lugar cerca de la ciudad, donde lo ejecutarán junto con dos ladrones. Este sitio, llamado Gólgota o Lugar de la Calavera, se ve “desde lejos” (Marcos 15:40).
Allí les quitan la ropa a los tres condenados y les dan vino mezclado con mirra y con un líquido amargo. Esta bebida es una especie de droga. Parece que las mujeres de Jerusalén la preparan, y los romanos permiten que se les dé a los condenados a muerte para aliviarles un poco el dolor. Pero, después de probarla, Jesús se niega a beberla porque quiere tener el control total de sus facultades mentales al enfrentarse a esta importante prueba. Desea estar consciente y ser leal hasta la muerte.
Luego ponen a Jesús en el madero (Marcos 15:25). Los soldados le clavan las manos y los pies, atravesándole la carne y los ligamentos, lo que le causa un terrible dolor. Cuando levantan el madero, el dolor es todavía más insoportable, ya que el peso del cuerpo hace que se le desgarren las heridas. Sin embargo, Jesús no se lo reprocha a los soldados. Al contrario, le pide a Dios: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Cuando los romanos ejecutan a un criminal, tienen la costumbre de poner una inscripción con la causa de su condena. En esta ocasión, Pilato escribe un letrero que dice: “Jesús el Nazareno, el rey de los judíos”. Lo escribe en hebreo, latín y griego para que la mayoría de la gente pueda leerlo. Este hecho muestra el desprecio que Pilato siente por los líderes religiosos que tanto han insistido en que muera Jesús. Los sacerdotes principales, indignados por ello, protestan: “No escribas ‘El rey de los judíos’, sino que él dijo ‘Soy rey de los judíos’”. Pero Pilato no se deja manipular de nuevo por ellos y les responde: “Lo que he escrito, escrito está” (Juan 19:19-22).
Como es de esperar, los que pasan por allí se burlan de Jesús y lo insultan moviendo la cabeza y diciendo: “¡Bah! Tú, el que iba a derribar el templo y a construirlo en tres días, bájate del madero de tormento y sálvate”. Los sacerdotes, enfurecidos, repiten la acusación falsa que ya habían presentado en el juicio ante el Sanedrín. Ellos y los escribas también se burlan de Jesús y dicen entre ellos: “Que el Cristo, el rey de Israel, baje ahora del madero de tormento. Cuando lo veamos, creeremos” (Marcos 15:29-32). Hasta los ladrones que están a su derecha y a su izquierda lo insultan, aunque él es el único que de veras es inocente.
Los cuatro soldados romanos también se burlan de él. Tal vez han bebido vino agrio y, ahora, para reírse de él, le ofrecen un poco aunque saben que no puede alargar la mano para tomarlo. Los soldados, refiriéndose al letrero que está encima de la cabeza de Jesús, lo retan y le dicen: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo” (Lucas 23:36, 37). ¿No es increíble? El hombre que demostró ser el camino, la verdad y la vida ahora es víctima de burlas e insultos injustos. Aun así, Jesús soporta todo ese sufrimiento sin reprocharle nada a nadie: ni a los judíos que se quedan mirando ni a los soldados romanos que lo ridiculizan ni a los dos delincuentes que están colgados en maderos a su lado.
Luego, los cuatro soldados toman la ropa de Jesús, la dividen en cuatro partes y echan suertes para ver qué parte se queda cada uno. Sin embargo, la túnica o prenda de vestir interior es de mejor calidad, no tiene costuras porque “estaba tejida de arriba abajo”. Por eso, los soldados razonan: “No la rompamos. Echemos suertes para ver quién se queda con ella”. Así se cumple el pasaje de las Escrituras que dice: “Se repartieron mis prendas de vestir, y por mi ropa echaron suertes” (Juan 19:23, 24; Salmo 22:18).
Poco después, uno de los delincuentes se da cuenta de que Jesús realmente es un rey y reprende al otro ladrón: “¿Acaso no le tienes ningún temor a Dios, ahora que has recibido el mismo castigo? Y, en nuestro caso, es lo justo, porque estamos recibiendo nuestro merecido por lo que hicimos; pero este hombre no ha hecho nada malo”. Entonces le suplica a Jesús: “Acuérdate de mí cuando entres en tu Reino” (Lucas 23:40-42).
Jesús le contesta: “Yo te aseguro hoy: estarás conmigo en el Paraíso” (Lucas 23:43). Esta promesa es diferente de la que él les ha hecho a sus apóstoles. A ellos les ha dicho que se sentarán en tronos con él en el Reino (Mateo 19:28; Lucas 22:29, 30). Puede que este delincuente judío haya oído hablar sobre el jardín que Jehová creó en el principio para Adán, Eva y sus hijos. Ahora, este ladrón puede morir con la esperanza de vivir en el Paraíso en la Tierra.
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“Está claro que este hombre era el Hijo de Dios”Jesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 132
“Está claro que este hombre era el Hijo de Dios”
MATEO 27:45-56 MARCOS 15:33-41 LUCAS 23:44-49 JUAN 19:25-30
JESÚS MUERE EN EL MADERO
DURANTE SU MUERTE OCURREN COSAS SORPRENDENTES
Ya es “la hora sexta” o mediodía. Una extraña oscuridad cubre toda la región “hasta la hora novena”, las tres de la tarde (Marcos 15:33). Este misterioso fenómeno no se debe a un eclipse solar, ya que estos solo ocurren cuando hay luna nueva y ahora es la época de la Pascua, cuando hay luna llena. Además, un eclipse dura solo unos minutos y esta oscuridad dura mucho más. De modo que es Dios el que la causa.
¿Se imagina cómo se deben de quedar los que se están burlando de Jesús? Durante esta oscuridad, cuatro mujeres se acercan al madero de tormento: la madre de Jesús, Salomé, María Magdalena y María la madre del apóstol Santiago el Menor.
El apóstol Juan está con la madre de Jesús “junto al madero de tormento”. María está muy triste y siente como si la atravesara “una espada larga”, pues ve que el hijo al que amamantó y crió está sufriendo terriblemente allí colgado (Juan 19:25; Lucas 2:35). Jesús, a pesar del intenso dolor, se preocupa por el bienestar de su madre. Haciendo un gran esfuerzo, señala con la cabeza hacia Juan y le dice a María: “¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!”. Luego, señalando hacia María, le dice a Juan: “¡Ahí tienes a tu madre!” (Juan 19:26, 27).
Jesús le confía el cuidado de su madre, que al parecer es viuda, al apóstol por el que siente un cariño especial. Sabe que sus medio hermanos, los otros hijos de María, todavía no creen en él. De modo que se asegura de que su madre esté atendida en sentido físico y espiritual. ¡Qué gran ejemplo!
Cerca de las tres de la tarde, Jesús dice: “Tengo sed”. Así se cumple lo que dicen las Escrituras (Juan 19:28; Salmo 22:15). Jesús se da cuenta de que su Padre le ha retirado la protección para que su lealtad sea probada hasta el límite. Entonces grita con fuerte voz, tal vez en un dialecto del arameo que se habla en Galilea: “Éli, Éli, ¿láma sabakhtháni?”, que significa “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Algunos no le entienden muy bien y afirman: “¡Escuchen, está llamando a Elías!”. Uno de ellos corre a empapar una esponja en vino agrio, la pone en una caña y se la acerca a Jesús para que beba. Pero otros dicen: “¡Déjenlo! A ver si viene Elías a bajarlo” (Marcos 15:34-36).
A continuación, Jesús grita: “¡Se ha cumplido!” (Juan 19:30). Así es, ha cumplido todo lo que su Padre le mandó hacer en la Tierra. Finalmente, Jesús dice: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!” (Lucas 23:46). De modo que Jesús está totalmente convencido de que Jehová lo resucitará. Después de decir estas palabras, inclina la cabeza y muere.
En ese momento, se produce un gran terremoto que parte las rocas. Es tan fuerte que hasta algunas tumbas que están fuera de Jerusalén se abren, y los cuerpos que hay en ellas quedan a la vista. Las personas que ven los cuerpos fuera de las tumbas entran en “la ciudad santa” y cuentan lo que acaba de ocurrir (Mateo 27:51-53).
Cuando Jesús muere, la larga y pesada cortina que divide el Santo del Santísimo en el templo de Dios se rasga en dos, de arriba abajo. Este suceso tan impresionante es una muestra de la ira de Dios contra los que han matado a su Hijo. Además, significa que a partir de ese momento queda abierto el camino para entrar en el Santísimo, es decir, en el cielo (Hebreos 9:2, 3; 10:19, 20).
Como es natural, la gente se asusta mucho. El oficial del ejército que se encarga de la ejecución declara: “Está claro que este hombre era el Hijo de Dios” (Marcos 15:39). Es posible que estuviera presente durante el juicio de Jesús ante Pilato, cuando se habló de si Jesús era hijo de Dios o no. Ahora no tiene ninguna duda de que Jesús es un hombre justo y de que, en realidad, es el Hijo de Dios.
Otros, impactados por estos extraordinarios sucesos, regresan a sus casas “golpeándose el pecho”, un gesto que indica su intenso dolor y vergüenza (Lucas 23:48). Entre las personas que observan todo esto a cierta distancia hay muchas seguidoras de Jesús que en ocasiones viajaban con él. Ellas también se sienten profundamente conmovidas por estos acontecimientos tan importantes.
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Preparan el cuerpo de Jesús y lo entierranJesús: el camino, la verdad y la vida
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CAPÍTULO 133
Preparan el cuerpo de Jesús y lo entierran
MATEO 27:57-28:2 MARCOS 15:42-16:4 LUCAS 23:50-24:3 JUAN 19:31-20:1
BAJAN EL CUERPO DE JESÚS DEL MADERO
LO PREPARAN PARA EL ENTIERRO
LAS MUJERES ENCUENTRAN VACÍA LA TUMBA
El viernes 14 de nisán está a punto de terminar y, al ponerse el Sol, empezará el sábado 15 de nisán. Jesús ya está muerto, pero los ladrones que están a su lado todavía viven. Según la Ley, un cadáver “no debe quedarse toda la noche en el madero”. Más bien, debe ser enterrado “ese mismo día” (Deuteronomio 21:22, 23).
Por otro lado, el viernes es el día de la preparación porque el pueblo hace las comidas del día siguiente y termina cualquier otra tarea urgente que no se pueda dejar para después del sábado. Esta vez, al ponerse el Sol, comenzará un sábado doble o “grande” (Juan 19:31). El 15 de nisán es el primero de los siete días de la Fiesta de los Panes Sin Levadura. Ese día siempre se considera un sábado, sin importar en qué día de la semana caiga (Levítico 23:5-7). Pero, como en el año 33, el 15 de nisán cae en sábado, se le llama un sábado “grande”.
Por esa razón, los judíos le piden a Pilato que acelere la muerte de Jesús y de los dos delincuentes rompiéndoles las piernas. De esta manera, ya no podrán impulsar su cuerpo con ellas para respirar. Los soldados les quiebran las piernas a los dos ladrones, pero a Jesús no, pues parece que ya está muerto. Así se cumplen las palabras de Salmo 34:20: “Él protege todos sus huesos; ni uno solo ha sido quebrado”.
Para asegurarse de que Jesús está muerto, uno de los soldados le clava una lanza en el costado, traspasándole la zona del corazón. Al instante sale sangre y agua (Juan 19:34). Esto cumple la siguiente profecía: “Mirarán al que traspasaron” (Zacarías 12:10).
En la ejecución también está presente José, “un hombre rico” de la ciudad de Arimatea y miembro respetado del Sanedrín (Mateo 27:57). Se dice de él que es “un hombre bueno y justo” que espera el Reino de Dios y “un discípulo de Jesús, aunque en secreto” porque les tiene miedo a los judíos. De hecho, él no apoyó la decisión del tribunal que juzgó a Jesús (Lucas 23:50; Marcos 15:43; Juan 19:38). En esta ocasión, José se arma de valor y le pide a Pilato el cuerpo. Así que Pilato manda llamar al oficial del ejército que está a cargo, quien confirma que Jesús está muerto. A continuación, Pilato le da permiso a José para llevarse el cuerpo.
José baja el cuerpo de Jesús y lo envuelve en una tela limpia de lino de calidad que ha comprado. Así lo prepara para el entierro. También lo ayuda Nicodemo, “el hombre que la primera vez había ido a ver a Jesús de noche” (Juan 19:39). Él llega con una costosa mezcla de mirra y áloe que pesa unas 100 libras romanas (33 kilos o 72 libras actuales). Entonces, según la costumbre que tienen los judíos para enterrar a sus muertos, envuelven el cuerpo en telas con esas especias aromáticas.
Luego, José, que posee una tumba nueva excavada en la roca, pone el cuerpo de Jesús allí y hace rodar una gran piedra a la entrada. Esto se hace a toda prisa, antes de que comience el sábado. Quizás María Magdalena y María la madre de Santiago el Menor han colaborado también con los preparativos del entierro. Ahora, corren a su casa porque quieren “preparar especias aromáticas y aceites perfumados” para aplicárselos al cuerpo de Jesús después del sábado (Lucas 23:56).
Al día siguiente, el sábado, los sacerdotes principales y los fariseos van donde Pilato y le dicen: “Recordamos que, cuando aún vivía, ese impostor dijo: ‘A los tres días seré resucitado’. Por lo tanto, manda que aseguren la tumba hasta el tercer día, no sea que sus discípulos vengan a robar el cuerpo y le digan al pueblo: ‘¡Ha sido levantado de entre los muertos!’. Ese engaño sería peor que el primero”. Y Pilato les contesta: “Pueden llevarse una guardia de soldados; vayan y aseguren la tumba lo mejor que puedan” (Mateo 27:63-65).
El domingo, muy temprano, María Magdalena, María la madre de Santiago y otras mujeres llevan a la tumba especias para aplicárselas al cuerpo de Jesús. Y se dicen unas a otras: “¿Quién nos moverá la piedra de la entrada de la tumba?” (Marcos 16:3). Pero resulta que ha habido un terremoto. Además, el ángel de Dios ha hecho rodar la piedra, los soldados que estaban haciendo guardia se han ido y la tumba está vacía.
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