La vida como es en Abidján
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en Costa de Marfil
¡ELEFANTES y marfil! ¡El monte Kilimanjaro! ¡La fiebre de la selva! ¡Oro! ¡Leones! “El Dr. Livingstone, supongo.”
Estos solo son unos cuantos pensamientos que quizás se apiñen en la mente cuando se considera el continente africano. Pero los tiempos han cambiado desde que Stanley atravesó la selva buscando a Livingstone.
¿Por qué no viene y aprende usted mismo cuál es la situación en África? Venga a una ciudad fulgurantemente blanca del África Occidental, llena de árboles y flores, a Abidján, capital de Costa de Marfil. Se extiende atractivamente alrededor de lagunas azules a la orilla del mar. Para obtener los mejores resultados de la vista uno debe levantarse al salir el Sol.
Si usted se desliza por debajo del mosquitero, dejando que siga ondeando en su blancura sobre la cama, y se dirige a la ventana, encontrará que el aire todavía es fresco y ligero. El Sol es una hola encendida dentro de una bruma dorada. Una brisa suave levanta las hojas de los árboles y flota en el fresco aroma del humo de madera mientras nuestros vecinos preparan el desayuno en su patio. Nosotros, también, desayunaremos... pan francés quebradizo y café negro. Sin falta café, porque éste es el artículo de exportación principal de Costa de Marfil. El café y el cacao, las piñas y los plátanos se combinan para mantener en marcha la economía del país.
Al mercado
Habiendo terminado de desayunar, dirijámonos al mercado para conseguir nuestras frutas y legumbres frescas. Puesto que no está lejos, y todavía no hace mucho calor, iremos andando. Pasamos la mezquita con sus cúpulas en forma de cebolla y muchedumbres de musulmanes sentados en el pavimento con sus mercancías apiladas en torno de ellos. Vestidos con sus largas túnicas blancas y fez, están recitando oraciones juntos o leyéndose unos a los otros extractos del Corán en árabe. Aquí la población se divide así: 23 por ciento son musulmanes, 13 por ciento cristianos nominales y 61 por ciento animistas.
Aquí está el mercado adonde vienen los compradores y los vendedores. Inhalando profundamente primero el aire fresco de afuera, nos lanzamos adentro, donde predominan olores penetrantes. Pasamos sandalias, pieles de serpiente, fardos de ropa, jarros de barro, güiros grandes, cepillos de dientes y lagartijas secas. Finalmente llegamos a la mesa de los limones. Después de mucho menear las cejas y regateo, obtenemos limones a precio de ganga. La señora hasta nos da dos extras como “cadeau” (regalo). El francés es el idioma oficial, pero hay más de 60 diferentes lenguas nativas... una verdadera Babel.
Pasando la sección donde venden murciélagos ahumados y grandes caracoles del bosque vivos... ah, llegamos a la sección de las frutas. Al examinar la abundancia llena de colorido de frutas frescas no podemos evitar el pensar en el Paraíso y su abundancia de árboles frutales.
Sin embargo, una nota de advertencia: Primero tendremos que lavar todas estas compras con una solución de blanquimiento y luego meterlas en agua para destruir los parásitos que acechan en las cáscaras y entre las hojas. Estos parásitos, junto con las enfermedades de fiebre amarilla y paludismo, solían ser la causa de una elevada mortalidad. Hoy, sin embargo, medidas higiénicas estrictas, píldoras diarias o semanales contra el paludismo y vacunas contra la fiebre amarilla han obrado maravillas. ¡Pero todavía tenemos que lavar cuidadosamente con blanquimiento cada hoja de lechuga!
Escenas en las calles
Mientras nos dirigimos a casa notamos a muchas mujeres que ya han vuelto y están ocupadas machacando fu-fu para la comida. Esto se hace triturando plátano hervido y raíz de mandioca con un mortero y un triturador de madera hasta que se consigue una consistencia suave, semejante a potaje. Las mujeres esgrimen ese enorme triturador, semejante a garrote, de manera muy eficaz. De modo que quizás sea bueno para los esposos el que todavía se les respete mucho aquí.
Otra escena común es la de mendigos alineados en filas en la plaza. Son poco más que envoltorios de trapos viejos sobre el pavimento que menean ante los transeúntes miembros torcidos, piernas deformes, extremidades corroídas y les plañen bendiciones. La mayoría no son nativos de Costa de Marfil, sino profesionales del extranjero que han venido a participar de la prosperidad local.
Hay pobreza y enfermedad aquí como en casi todas las ciudades grandes. Se están haciendo esfuerzos para abordar estos problemas, pero hasta el número creciente de hospitales bien equipados está lejos de ser adecuado. Con frecuencia se ven niños en las calles con cuerpos cubiertos de llagas o que padecen de enfermedades de los ojos. De la población del país de aproximadamente cuatro millones, casi dos millones tienen menos de quince años.
Visita al Banco
Al salir de la casa después de comer, el calor sube opresivamente del suelo y la luz del Sol, reflejada de los edificios blancos, casi nos ciega. Así es aquí casi continuamente durante la época del calor.
En el auto de un amigo avanzamos velozmente sobre la laguna por el puente viejo, sobre aguas resplandecientes que reflejan fielmente el vívido azul del cielo sin nubes. Estamos en camino al Banco, el parque local de la ciudad, donde se han abierto caminos hasta gran profundidad en el bosque para que la gente pueda aventurarse. No hay que preocuparse, porque no hay leones. Sin embargo, hay culebras. De las 3.000 clases de culebras que hay aquí, solo unas 600 son venenosas, y, de éstas, solo muy pocas son mortíferas para el hombre.
Aquí estamos entrando en el bosque, un bosque de lluvia ecuatorial. Una vez que estamos dentro del bosque, el cambio es dramático. Súbitamente no hay más resplandor del Sol, no hay más calor golpeando a uno de todo lado. Todo es fresco, verde y borroso. Enormes tallos de bambú brotan a ambos lados y se entrelazan a alguna distancia sobre nuestras cabezas. En un estanque, donde la corriente ha sido represada para que se pueda nadar, los altos árboles de caoba se apiñan hasta la orilla del agua, reflejándose sobre su superficie como sombras verdes. Es algo que asusta a los no iniciados.
La gente supersticiosa de aquí estaba persuadida de que había dioses del bosque que eran malignos y crueles. Los baoulés, por ejemplo, uno de los grupos étnicos de Costa de Marfil, no creían que la muerte fuese natural. El que había muerto sin duda había sido envenenado por otro, o estaba siendo castigado por los dioses, en cuya ira había incurrido. No hace mucho tiempo los baoulés temían mirar a la Luna demasiado tiempo, pues se temía que el tamborilero demoníaco, Konan Djeti, quien supuestamente vive allí, tocara una canción de muerte para los demasiado curiosos.
Los senoufos, uno de los grupos tribuales del norte, creen que la maleza está habitada por pequeños duendes, los “badegales,” pequeños genios grotescos, que molestan a los aldeanos y se supone que tienen los pies volteados hacia atrás. Creencias de esa clase todavía dominan fuertemente entre los ignorantes. En ciertas partes de Abidján uno todavía encuentra vendedores ambulantes cuya mercancía se compone de talismanes y amuletos de toda clase para protegerse de los espíritus.
Sea uno botánico o aficionado “a la jardinería,” este lugar tiene mucho que ofrecer. Plantas de toda clase invitan al examen. Muy arriba están las copas de los árboles altos, guarnecidas con enredaderas y bejucos, a menudo orladas con hongos de varias clases. Y a través del verdor, en lo alto, el sol va bajando con resplandores intermitentes, desde un pequeño parche de azul, hasta la oscura maleza, orlando todo con oro y atravesando el agua con repetidas lanzadas de luz. Las plantas que se pudren y el follaje verde fresco combinan sus olores. Cerca del suelo del bosque hay sombras verdemar, acá y allá interrumpidas por los colores de insectos y flores iluminados por dardos de luz solar.
En camino a casa, el aire de la noche se llena de los olores deliciosos de plátano y ñame fritos cuando la gente se sienta en el suelo cerca de sus braseros y los cocina allí mismo. Uno puede oír el toque rítmico de los tambores a medida que grupos de música instrumental tocan en cada esquina y de las tiendas de grabaciones se oye resonar lo más reciente del desfile de éxitos africanos. Pero cerca de la orilla del agua hay quietud y paz.
Resolviendo problemas
Para el visitante pudiera parecer que Abidján está a mitad de camino en ruta al paraíso. Hay vida, color y belleza, pero también hay enfermedad y pobreza, analfabetismo y otros problemas. Por supuesto, Abidján no es todo Costa de Marfil. Ni Costa de Marfil es todo África, pero sus problemas y sus bellezas son típicos. Todas las naciones de África tienen problemas. Aunque hay una insuficiencia de obreros entrenados, se están esforzando por resolver estos problemas.
La Costa de Marfil tiene un gobierno estable. Sin embargo, en África, como en otras partes del mundo, la estabilidad solo es relativa. En la actualidad este país tiene una economía vigorosa y está bendecido con una hueste de recursos naturales que solo esperan ser explotados. Pero el hombre ‘no solo puede vivir de pan,’ es decir, de los frutos materiales de la tierra. No, también necesita cosas espirituales, necesita conocimiento de las palabras de Jehová, el Dios Altísimo. (Mat. 4:4) ¿Ganarán este sustento más seguro los habitantes de Costa de Marfil?
La respuesta se puede hallar en el ministerio de los testigos cristianos de Jehová en Costa de Marfil y países adyacentes. Concienzudamente, viajan a través del territorio, en poblaciones, aldeas y zonas rurales, llevando el mensaje del reino de Dios... un reino bajo el cual todos los problemas se resolverán positivamente, bajo el cual los amadores de la justicia disfrutarán de una abundancia de paz así como del fruto de la Tierra.