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¡Despertad! 1970
g70 22/3 págs. 24-26

Lo que casi fue tragedia produce recuerdos placenteros

Por el corresponsal de “¡Despertad!” en el Ecuador

ACONTECIÓ en Cuenca, Ecuador, en la tarde del 20 de enero de 1969. Un camión cargado de basura daba marcha atrás por una angosta entrada para autos junto a una escuela primaria. Una niñita de diez años, posiblemente pensando que el camión podría pasar sin tocarla, se quedó en la entrada. Al pasar las ruedas traseras del enorme vehículo, atraparon el vestido de la niñita, y, horrorizados, unos espectadores vieron como la niñita era arrastrada bajo las ruedas.

Oyendo gritos, el chofer se detuvo y salió a investigar. ¡Imagínese su sorpresa al ver a la niñita aplastada bajo su camión! ¡Se había detenido encima de ella! Lo único que podía hacer era dirigir el camión hacia adelante, y el gran peso de nuevo pasó por las partes lastimadas. El resultado de todo fue que las ruedas habían pasado sobre su pierna izquierda y luego sobre su estómago. Fue llevada de inmediato a la clínica, y sorprendentemente todavía estaba consciente.

Cuando la ansiosa madre llegó a su lado, ¿qué cree usted que fue lo primero que dijo su hijita? “Mamá, todavía no me puedo morir. ¡Ni siquiera he conducido un estudio bíblico!” Y de sí misma la niña estaba diciéndoles a las enfermeras que no debían usar ninguna sangre en su tratamiento. ¿Qué? ¿Una niñita muy lastimada que no quiere morir porque quiere enseñarle a alguien la Biblia? ¡Para aquellas enfermeras aquello era increíble!

Un doctor respetuoso

Al llegar, el doctor rápidamente recomendó una operación para saber exactamente qué daño se había causado interiormente. El padre de la niña accedió, pero indicó que la operación tenía que ser sin sangre. El médico, que jamás había llevado a cabo una operación tan seria sin sangre, se escandalizó. Sin embargo, los padres le explicaron su respeto a la ley de Dios tocante a la sangre. (Lev. 17:14; Hech. 15:20) Le rogaron al doctor que hiciera cuanto pudiera por la niña, pero que de ellos quedaba cualquier responsabilidad por seguir adelante sin sangre.

El doctor decidió hacer lo que pudiera. “Puesto que yo tengo mis propias creencias religiosas y quiero que otros las respeten,” dijo, “respetaré las de ustedes.”

Precisamente antes de ser conducida a la sala de operaciones la niña le dijo a su padre: “No te preocupes, papacito.” Las horas pasaron lentamente —cinco de ellas— y durante todo este tiempo de espera ansiosa, ¿qué observó el grupo reunido de parientes y bienquerientes? Los padres con calma les explicaron que si la niña moría tenían la seguridad de verla nuevamente en la resurrección. ¡Ciertamente una escena inolvidable!

La confianza de los padres impresionó, no solo al doctor, sino también a muchos de los que se habían reunido para saber el resultado de la operación. “Yo también soy padre,” dijo uno, “pero yo nunca podría mostrar la calma que usted muestra en cuanto a esto.”

Otro dijo: “Si yo pudiera tener la fe que estas personas tienen, sería el hombre más feliz.”

Una vecina, que había enviudado recientemente, vino a consolar a los padres, pero, al salir, ella misma testificó: “Durante los dos años desde la muerte de mi esposo he estado muy afligida; pero el verlos a ustedes y su fe en Dios y la esperanza que tienen me ha hecho sentir feliz por primera vez.”

Y después de la operación...

Ahora llegó el turno del informe del doctor. No se había roto ni un solo hueso, pero los órganos habían recibido daño interno serio. La arteria principal al diafragma había sido cortada y más de la mitad de la sangre de la niña se había perdido. Pero para cuando la operación empezó la arteria ya había dejado de sangrar, pues la coagulación había detenido la corriente. ¡Una arteria había sido seccionada a solo diez centímetros del corazón y sin embargo la muchacha no se había desangrado hasta morir! El cirujano simplemente no podía entender por qué.

El hígado también había sido partido. Y, debido a la tremenda presión, el estómago había sido empujado a través del diafragma, y lo rompió en dos lugares. Éste a su vez se había plegado y rasgado el pulmón izquierdo, mientras que al mismo tiempo se había roto el pericardio que rodea el corazón. En otras palabras, el camión se había detenido precisamente antes de hacer estallar el corazón... algo que hubiera sido instantáneamente mortífero.

El doctor dijo que estaba satisfecho con la operación. También apreció la actitud de serenidad de los padres... que no gritaron ni lloraron sin control para desanimarlo. Pudo emprender el trabajo delicado en un estado de ánimo mucho más firme.

Pero todavía había peligro. ¿Qué había de la pérdida de sangre? ¿Y qué había del peligro de infección? Cualquiera de esas cosas podría resultar en muerte. Durante la larga operación cada centímetro de los intestinos tuvo que ser examinado para ver que no tuviera roturas. También, hubo que hacer un examen cabal de todos los órganos que pudieran haber sido afectados. Todavía se podían ver los efectos de la gran presión que el cuerpo de la niña había sufrido... menudos vasos sanguíneos habían estallado en un lado del cuello y en el ojo.

A la mañana siguiente Mimí (así la llaman cariñosamente) estaba despierta, con la mente bastante despejada y sorprendentemente sin quejarse del dolor de los efectos posteriores de la operación. El peligroso período de cuarenta y ocho horas pasó y todavía no hubo señales de infección. Todo el personal de la clínica estaba asombrado de que la niñita hubiera sobrevivido a la operación sin transfusión de sangre y de que ahora estuviera regresando rápidamente a lo normal solo cinco días después del accidente.

Una semana después del accidente, Mimí fue dada de alta de la clínica y siguió progresando de manera excelente. Entonces surgió una complicación muy seria. Alguna clase de líquido se estaba formando alrededor del corazón, posiblemente debido a la ruptura de su membrana protectora. ¿Qué podría suceder ahora? Ciertamente fue un tiempo de inquietud. Si el líquido no se disipaba naturalmente, la niña posiblemente tendría que someterse a otra operación crítica, una en la que estaría envuelto el corazón.

Al día siguiente un especialista del corazón examinó a Mimí. Ni él ni el propio doctor de ella pudieron ocultar su sorpresa. Durante la noche el líquido se había disipado, y todo estaba funcionando normalmente.

Cinco semanas y media después del accidente, Mimí estaba de vuelta en la escuela jugando con todas sus amiguitas, ya con los órganos sanados y sin ningún efecto evidente de la terrible experiencia.

Recuerdos placenteros

¿Cómo pudo producir recuerdos placenteros un suceso que por poco fue una tragedia? ¡Escuche! “Me sorprendí de mi propia respuesta a la situación,” dijo el padre. “No sabía que podía recibir noticias tan sacudidoras sin desesperarme. Pero inmediatamente pensé que Jehová estaba cabalmente al tanto de nuestras necesidades. Por eso, fuera que Mimí viviera o muriera, el simplemente saber que Dios bondadosamente superentiende todas las cosas me dio una tranquilidad que jamás había sentido. Hemos leído como Jehová fortalece a sus siervos cuando están bajo prueba. Ahora sé que lo hace.”

Y esto es lo que dijo la madre: “Al principio, cuando vi a mi hija postrada, simplemente me puse fría de pies a cabeza. Pero un momento después un calor de confianza pareció envolverme al pensar que dependemos completamente de Jehová para todo. El espíritu de Jehová ciertamente da fuerza y fortaleza.”

¿Y qué hay del cirujano? Esta había sido la operación más crítica que jamás había llevado a cabo en la clínica, y había tenido éxito en ella sin usar sangre. Dijo el doctor: “He aprendido algo de esa experiencia.” ¿Qué aprendió?

Poco después un estudiante universitario tuvo que ser operado de apendicitis. Cuando se sugirió que se necesitaba una transfusión de sangre, este mismo médico rehusó, diciendo: “Desde enero he aprendido que es mucho mejor no usar transfusiones.” El paciente de apendicitis regresó a clases poco después, y adelantaba bien.

El superintendente de la congregación local de los testigos de Jehová, quien es norteamericano, quedó intensamente impresionado también. “Quedé pasmado,” dijo, “por la diferencia en manejar tal emergencia aquí en comparación con lo que se puede esperar en los Estados Unidos o en otros países semejantes. No hubo en la prensa titulares gritones como ‘CREENCIA DE CULTO PUEDE COSTAR VIDA DE NIÑA.’ Más bien, el informe por la radio habló de la fe sobresaliente y la serenidad de esta familia bajo prueba. En vez de robarles a los padres su derecho de determinar qué clase de tratamiento se le daría a la niña lastimada, y hacerlo con órdenes jurídicas dadas con mano de hierro, el cirujano demostró respeto apropiado al punto de vista de los padres y a sus creencias de conciencia.”

Un doctor prominente declaró: “Deben saber que a este caso se le llama un verdadero milagro entre los hombres del círculo médico.” Veintenas de folletos que explicaban la ley de Dios acerca de la sangre se pusieron en manos de muchos, muchos de ellos doctores que querían tener más información sobre tan vital tema.

Finalmente, la misma Mimí dijo: “Le doy gracias a Jehová por haberme ayudado, porque si yo hubiera muerto entonces muchas personas habrían pensado que se debió a no haber aceptado una transfusión. Pero ahora muchos sabrán que es mejor obedecer siempre la ley de Dios, aun bajo condiciones críticas.”

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