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¡Despertad! 1982
g82 8/8 págs. 6-7

Por qué se inmiscuye la religión

La religión... ¿una fuerza para la paz, o para la guerra?

FRENTE al hecho de que la intromisión de las religiones en la guerra es una realidad innegable, la pregunta inevitable es: ¿Por qué? Según el pensar de muchas personas las religiones no tienen la culpa, sino los que no practican lo que su religión enseña. Les parece que sería posible conseguir la paz si más personas pusieran en práctica sus creencias religiosas en la vida diaria.

Aunque pudiera haber algo de verdad en eso, no pasemos por alto el hecho de que muchos de los que participan en guerras religiosas lo hacen con tal celo y convicción que avergüenzan a los soldados que pelean en guerras comunes.

En el transcurso de los siglos la noción de una guerra “santa,” o “justa,” ha ejercido enorme influencia en los seguidores de muchas religiones. Las cruzadas de la cristiandad y, por otro lado, las guerras santas (jihad) del islam son ejemplos sobresalientes de esto. Los que promovían las cruzadas acostumbraban hacer referencia a la Biblia para apoyar sus argumentos. Pero los historiadores reconocen que “en la Iglesia primitiva estaba muy generalizado el punto de vista de que la guerra era una iniquidad organizada con la que la Iglesia y los seguidores de Jesucristo no podían tener nada que ver.”—Encyclopaedia of Religion and Ethics, por Hastings.

Sin embargo, en años posteriores, líderes prominentes de la Iglesia, como Agustín y Tomás de Aquino, defendieron vigorosamente el asunto de las guerras “justas.” “Agustín (durante la primera parte del siglo quinto) creó la primera gran síntesis de la fe cristiana y la práctica de la guerra,” escribe en Christianity Today el profesor de teología Robert Culver. Esta “se convirtió en la posición oficial de las ramas principales de la iglesia desde aquel día hasta el presente.”

La doctrina de las guerras “justas,” o “justificadas,” parte de la premisa de que los gobernantes han recibido de Dios la obligación de mantener la ley y el orden en una sociedad imperfecta y que también recibieron autoridad para hacerlo por la fuerza —la policía, los tribunales, las prisiones y el patíbulo— cuando sea necesario. Si es así, entonces también están justificados a usar el ejército, la marina y cualquier otra cosa para mantener la paz y seguridad nacionales cuando eso sea necesario.

Es fácil de ver por qué semejante doctrina tendría gran aceptación entre la clase gobernante. Pero también ha tenido aceptación popular porque libera a la persona común de la carga de tener que tomar decisiones de conciencia. Todo lo que tiene que hacer es obedecer lo que le diga el estado. De hecho, debido a que coopere en esto puede que la persona crea que está haciendo la voluntad de Dios o que Dios está de parte de ella. ¿No es eso lo que piensa prácticamente todo soldado en la guerra?

Concepto erróneo sobre el reino milenario

Gunter Lewy dice lo siguiente en el libro Religion and Revolution: “La búsqueda del Milenio, a menudo dirigida por una figura mesiánica, ha provocado numerosos movimientos revolucionarios, muchos de los cuales han producido innovaciones políticas y sociales de importancia.”

Como ejemplo muy interesante y esclarecedor de esto considere la Revuelta de Tai-ping que tuvo lugar en China de 1850 a 1864, durante una época en que había mucha opresión extranjera y también mucha corrupción interna. El culto que se desarrolló era una extraña mezcolanza de confucianismo y evangelismo cristiano. El caudillo, Hong Sieu-ts’iwan, afirmó que, como hijo de Dios y hermano de Jesús, Dios lo había enviado a la Tierra a establecer el Tai-ping Tien-kuo, el Reino Celestial de Gran Paz. Con el tiempo este movimiento penetró en 16 de las 18 provincias chinas, capturó unas 600 ciudades y ocupó a Nankin, y la hizo la “capital celestial” de la Tierra. Se le ha llamado “el más grande movimiento masivo antes de la era moderna que se haya registrado en la historia,” y al caer éste es posible que se hayan perdido hasta 40 millones de vidas.

En otros lugares y en otras épocas existieron los macabeos y los celotes del judaísmo, los monjes budistas políticos de Birmania y Ceilán, los Hombres de la Quinta Monarquía de la Revolución Puritana de Inglaterra del siglo diecisiete, los mahdistas del islam de Sudán, quienes dirigieron el infame sitio de Jartum... de seguir la lista sería interminable.

Los líderes religiosos siguen pidiendo cooperación entre las religiones en el interés de la paz mundial. Evidentemente piensan que si tan solo pueden zanjar sus diferencias religiosas, quedará asegurada la paz. Pero los hechos muestran que son pocas las guerras que se pelean únicamente por diferencias doctrinales. En lugar de eso, tienen mucho que ver con ellas cuestiones sociales, económicas, territoriales, políticas y muchas de otra índole. Pero más bien que prevenir tales guerras, la religión se ha inmiscuido en esas cuestiones y, al valerse de ella algunos clérigos descaminados, ha infundido tal fervor y celo en las multitudes de los ‘fieles’ que éstas han tomado las armas.

Se puede ver claramente que la religión ha fracasado como fuerza para la paz. Pero, ¿qué hay en cuanto a la Palabra de Dios, la Biblia? ¿Es ésta realmente una fuerza para la paz?

[Recuadro en la página 6]

“Las guerras religiosas tienden a ser sumamente encarnizadas. Cuando se pelea por territorios en busca de ventajas económicas, se llega al punto en que no vale la pena el costo de seguir peleando de modo que se entra en una avenencia. Cuando la causa es religiosa, la avenencia y la conciliación se ven como un mal.”—Roger Shinn, profesor de ética social, Seminario Teológico Union

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