Problemas en el “paraíso”
CUANDO se cansa de la lucha incesante para triunfar en la vida, ¿sueña usted a veces con mudarse a una isla del Pacífico para escapar de todo? ¿Puede verse a sí mismo disfrutando de las playas cubiertas de arena, las lagunas de color azul intenso, las palmeras que el viento mece suavemente y los cálidos mares tropicales? Si así es, tal vez el lugar en que esté pensando sea como Belau.
Belau (conocido anteriormente como Palau), grupo de más de 200 islas tropicales, la mayoría de ellas deshabitadas, parece tener muchos de los ingredientes del paraíso: una temperatura que rara vez sube o baja mucho más allá de los 27 grados centígrados (80 °F), tierra fértil, un océano abundante en vida marina, habitantes laboriosos y amigables... y situado lejos, bien lejos de los centros de tensión internacional: Washington y Moscú.
Desafortunadamente, sin embargo, el siglo XX ha dejado sus cicatrices en Belau. Gobernada sucesivamente por Alemania, el Japón y los Estados Unidos, fue centro de gran matanza y destrucción durante la última guerra mundial. Aun hoy día, esta pequeña nación insular de menos de 15.000 habitantes siente la presión de los problemas a que se enfrentan naciones grandes y distantes, y a los nativos no les agrada eso.
La contaminación es otra plaga moderna que podría hacerle desear huir a una isla del Pacífico, pero este problema ha amenazado a Belau también. En 1975 una de las principales potencias industriales del mundo, el Japón, propuso construir allí mismo en Belau un puerto para el transbordo de petróleo y un inmenso complejo industrial. Se esperaba que fuera el “superpuerto” más grande del mundo, que tendría refinerías de petróleo, industrias petroquímicas y fundiciones. Se suponía que en la isla de Kayangel, quizás una de las más hermosas en toda Micronesia, se había de instalar una central nuclear. La construcción de estos gigantescos complejos industriales requeriría una afluencia de trabajadores extranjeros quienes, junto con sus familias constituirían un grupo casi tan grande como el de la población nativa.
Como era de esperarse, la mayoría de las personas se opusieron airadamente al proyecto, puesto que temían los estragos que éste causaría al aire, las hermosas playas y la abundante y diversa vida marina. Sabían que desde tiempos inmemoriales sus arrecifes y lagunas, que permanecen intactos, los han mantenido. No quieren verlos arruinados por la contaminación, a cambio de los lujos materiales de la vida. Uno de sus líderes comentó: “Los extranjeros nos tientan con bienes materiales que no tenemos porque no los necesitamos. Ven a Belau y confunden la sencillez con la pobreza”. Debido a la fuerte oposición se evitó esta amenaza.
La cuestión de las armas nucleares
Pero tal vez usted quiera establecerse en una isla tropical a fin de escapar de la amenaza de la guerra y de la carrera de armas nucleares. Si ése es el caso, puede que Belau lo desilusione. Durante 1983, esa mismísima cuestión fue el tema de acalorado debate en esta pequeña nación.
En 1947, después de la derrota del Japón, la nación que antes gobernaba Belau, la nación se convirtió en un territorio bajo la administración fiduciaria de los Estados Unidos. En los últimos años, los Estados Unidos han propuesto concluir con su papel de administrador. En un documento llamado el Pacto de Libre Asociación, se ofreció la autonomía a esta pequeña nación, mientras que la superpotencia conservaría todos los derechos militares. Ello proporcionaría muchos beneficios materiales a los habitantes de Belau, pero los Estados Unidos tendrían campamentos militares en las islas. Y en el acuerdo estaba implícito el derecho de los Estados Unidos a transportar armas nucleares por el país.
Es cierto, el acuerdo estaba redactado en estos términos: “El gobierno de los Estados Unidos permitirá la presencia de armas nucleares en Belau solo como consecuencia incidental del tránsito de éstas y el sobrevolar con ellas durante una emergencia nacional que el presidente de los Estados Unidos declare, o un estado de guerra que el congreso declare para defender de un ataque armado real o inminente a los Estados Unidos o a Belau”. No obstante, a los habitantes de Belau les inquietaba lo que se quería decir con “tránsito” y “sobrevolar”.
Belau puede que sea la única nación del mundo cuya constitución proscribe la presencia de armas nucleares (lo mismo que químicas y biológicas) en su territorio y aguas territoriales. Por consiguiente, los isleños veían con recelo un acuerdo que permitiera que en el lugar hubiera bases e instalaciones militares en gran escala, que posiblemente incluyeran armas nucleares. Una vecina del lugar comentó: “Belau no debe envolverse en ninguna actividad militar que pudiera provocar una agresión contra ella”. Un ama de casa aseveró: “Temo que ocurra un accidente nuclear o una explosión”. Muchos habitantes temían las consecuencias sociales adversas que produciría la presencia de las fuerzas militares estadounidenses. Otros temían que el Pacto hiciera que el país llegara a depender demasiado de los Estados Unidos en sentido económico.
Sin embargo, parece que en esta controversia la gente de Belau no estaba unida. Una madre de 58 años de edad quería que se aprobara el Pacto para que así sus hijos ‘pudieran ir a los Estados Unidos continentales a proseguir sus estudios’. Un ex jefe de la policía comentó: “La gente habla mucho de la belleza de las islas. Pero si a la mayoría se le diera a escoger entre el dinero y la belleza, escogerían el dinero, porque se necesita. Quiero ver prosperar al pueblo de Belau”.
El 10 de febrero de 1983, la mayoría de los habitantes votó a favor de que se aceptara el acuerdo de 50 años de duración con los Estados Unidos. Sin embargo, en otra votación, solo el 52 por 100 votó a favor de que se aprobara el tener armas nucleares en la república... muchísimo menos del 75 por 100 que se necesita para enmendar la constitución. Por consiguiente, el Pacto no se adoptó en esa ocasión. El estancamiento se resolvió únicamente cuando los negociadores firmaron un tratado que permite a los Estados Unidos transportar materiales nucleares por la nación insular, pero no almacenarlos ni hacer pruebas en ella.
La cuestión del Reino
Así que, desafortunadamente, aun si uno escapa a una isla tropical, ello no garantiza que escapará de los temores y presiones del siglo XX. No obstante, sea lo que sea que suceda en el futuro inmediato en Belau, los testigos de Jehová se han mantenido ocupados en estas islas, hablando a las personas acerca de otra cuestión de este siglo XX que promete traerles grandes bendiciones.
En 1967 llegó a estas islas la primera pareja de misioneros de los testigos de Jehová. No sabían el lenguaje local y encontraron muy pocas personas que hablaran inglés. Sin embargo, habían aprendido en poco tiempo lo suficiente del idioma nativo, aunque todavía lo chapurreaban, como para decir a sus vecinos que el Reino de Dios ha sido establecido, y que ese Reino resolverá finalmente el problema de la carrera de armamentos nucleares, el problema de la contaminación y todos los demás problemas aparentemente insolubles del siglo XX que perturban la tranquilidad de ellos. (Revelación 11:18.)
Ahora en Belau hay una congregación de 30 testigos de Jehová que dicen a sus vecinos: “¡Jehová mismo ha llegado a ser rey! Esté gozosa la tierra. Regocíjense las muchas islas”. (Salmo 97:1.)