El clima venidero
LA CONTAMINACIÓN de nuestra atmósfera es tan solo uno de los problemas ambientales creados por el hombre. Hay otros como la tala indiscriminada de los bosques, la aniquilación de las especies animales y la contaminación de los ríos, lagos y mares. Cada uno de ellos ha sido objeto de estudio cuidadoso, y se han formulado propuestas para corregirlos. La magnitud mundial de los mismos exige soluciones mundiales. Existe un acuerdo general tocante a los problemas y la forma de resolverlos. Todos los años oímos llamamientos para que se adopten medidas, y todos los años se hace muy poco. Con demasiada frecuencia, los responsables de dictar las medidas de acción se lamentan y reconocen que debe hacerse algo, pero, en realidad, añaden: “Nosotros no; no por el momento”.
Cuando se celebró el Día de la Tierra en 1970, los manifestantes de la ciudad de Nueva York portaban un cartel grande en el que se representaba al planeta Tierra gritando: “¡Auxilio!”. ¿Responderá alguien a esa súplica? La Palabra de Dios suministra la respuesta: “No cifren su confianza en nobles, ni en el hijo del hombre terrestre, a quien no pertenece salvación alguna. Sale su espíritu, él vuelve a su suelo; en ese día de veras perecen sus pensamientos” (Salmo 146:3, 4). A continuación, el salmista dirige la atención al Creador, pues solo Él tiene el poder, la sabiduría y la voluntad para resolver todos los complejos problemas que afronta la humanidad. Leemos: “Feliz es [...] [aquel] cuya esperanza está en Jehová su Dios, el Hacedor del cielo y de la tierra, del mar, y de todo lo que en ellos hay” (Salmo 146:5, 6).
La amorosa promesa del Creador
La Tierra es un regalo de Dios. Él la diseñó y la creó juntamente con todos los maravillosos y complejos mecanismos que hacen agradable su clima (Salmo 115:15, 16). La Biblia declara: “[Dios] es el Hacedor de la tierra por su poder, Aquel que firmemente estableció la tierra productiva por su sabiduría, y Aquel que por su entendimiento extendió los cielos. A su voz hay de él el dar una ruidosa agitación de aguas en los cielos, y él hace que asciendan vapores desde la extremidad de la tierra. Ha hecho hasta conductos para la lluvia, y saca el viento de sus almacenes” (Jeremías 10:12, 13).
El apóstol Pablo describió a los habitantes de la antigua Listra el amor que el Creador tiene a la humanidad, cuando dijo: “[Dios] no se dejó a sí mismo sin testimonio, por cuanto hizo bien, dándoles lluvias desde el cielo y épocas fructíferas, llenando por completo sus corazones de alimento y de alegría” (Hechos 14:17).
El futuro del planeta no depende de las tentativas ni de los tratados del hombre. Refiriéndose al clima, Aquel que tiene el poder para controlarlo prometió a su antiguo pueblo: “Yo ciertamente les daré sus lluvias cuantiosas a su debido tiempo, y la tierra verdaderamente dará su producto, y el árbol del campo dará su fruto” (Levítico 26:4). Pronto, la humanidad disfrutará de estas condiciones por toda la Tierra. Las personas obedientes nunca más temerán las tormentas destructivas, los maremotos, las inundaciones, las sequías o cualquier otra catástrofe natural.
Las olas, el viento y el clima serán siempre un deleite. Puede que las personas sigan hablando del tiempo, pero no harán nada por mejorarlo. En el futuro que Dios promete, las condiciones de vida serán tan maravillosas que no habrá necesidad de hacerlo.