HEBREO, II
El idioma hebreo fue usado para escribir la mayor parte de las escrituras inspiradas, es decir: treinta y nueve libros, según la división de los libros bíblicos que se halla en muchas traducciones, unas tres cuartas partes del contenido total de la Biblia. Sin embargo, una porción pequeña de estos libros fue escrita en arameo.
En las Escrituras Hebreas la designación “hebreo” no se aplica al lenguaje, sino únicamente para referirse al pueblo de Israel en conjunto o a individuos en particular. Sin embargo, se hace referencia al “lenguaje de los judíos” (2 Rey. 18:26, 28), a la palabra “judío” (Neh. 13:24) y al “lenguaje de Canaán” (Isa. 19:18), el cual para ese tiempo (siglo VIII a. E.C.) era primordialmente el hebreo. No obstante, en las Escrituras Griegas Cristianas el nombre “hebreo” se emplea frecuentemente para designar el idioma de los judíos. (Véase HEBREO, I.)
La historia extrabíblica no revela el origen del idioma hebreo, como tampoco el de ninguno de los idiomas más antiguos conocidos, tales como el sumerio, el acadio (asirobabilonio), el arameo y el egipcio. Esto se debe a que estas lenguas ya se presentan plenamente desarrolladas en los documentos más antiguos que se han hallado. (Véase IDIOMA.)
La Biblia es la única fuente histórica que ofrece evidencia confiable sobre el origen del idioma hebreo. Naturalmente, este idioma fue hablado por los descendientes israelitas de “Abrán el hebreo” (Gén. 14:13), quien a su vez, fue descendiente de Sem, el hijo de Noé. (Gén. 11:10-26.) En vista de la bendición profética de Dios pronunciada sobre Sem (Gén. 9:26), es razonable pensar que el idioma de este último no se vio afectado cuando Dios expresó su desaprobación sobre la gente de Babel confundiendo sus lenguas. (Gén. 11:5-9.) Por lo tanto, el idioma de Sem permanecería igual que antes, como el “solo lenguaje” que había existido desde Adán en adelante. (Gén. 11:1.) Esto significaría que el idioma que con el tiempo llegó a ser conocido como “hebreo” fue aquel lenguaje original de la humanidad.
Una razón principal para creer que el hebreo de la Biblia representa con exactitud el “solo lenguaje” de los tiempos anteriores a la Torre de Babel es su sorprendente estabilidad a través de los mil años que tomó la redacción de las Escrituras Hebreas. Según dice The International Standard Bible Encyclopaedia: “Uno de los hechos más notables relacionados con el heb[reo] del An[tiguo] T[estamento] es que, aunque la redacción de esta obra lit[eraria] abarca más de mil años, apenas hay diferencia entre el lenguaje empleado en la redacción de las partes más antiguas y el que se usó para las últimas”. La misma obra dice más adelante: “Sobra añadir que los diversos escritores difieren entre sí en cuanto a estilo, pero estas variaciones son infinitesimales cuando se comparan con las de los autores gr[iegos] y lat[inos]”. (Vol. III, pág. 1833.)
Al parecer, el idioma hebreo comenzó a declinar principalmente después de 70 E.C., como resultado de la destrucción de Jerusalén y su templo y la consecuente dispersión de los sobrevivientes ocurrida en ese mismo año. No obstante, en todos los lugares por donde los judíos se esparcieron, siguieron usando el hebreo en sus sinagogas. Aproximadamente desde el siglo VI E.C., doctos judíos conocidos como masoretas asumieron con gran ardor la tarea de conservar la pureza del texto hebreo de las Escrituras. Y, en especial, a partir del siglo XVI E.C. se reavivó el interés en el hebreo antiguo. El siglo siguiente fue testigo del inicio de estudios intensivos de otras lenguas semíticas, lo cual contribuyó a esclarecer el entendimiento del idioma antiguo y ha resultado en traducciones mejoradas de las Escrituras Hebreas.
ALFABETO Y ESCRITURA HEBREA
El alfabeto hebreo se compone de veintidós consonantes, algunas de las cuales representaban dos sonidos, resultando así un total de unos veintiocho sonidos diferentes. El sonido de las vocales lo ponía el lector guiado por el contexto, tal como ocurre hoy cuando uno suple las vocales al leer abreviaturas como “Jn.” (Juan), “Mt.” (Mateo) y “Dr.” (Doctor). Se cree que la pronunciación tradicional de las Escrituras Hebreas fue conservada y transmitida por los que se especializaban en la lectura de la Ley, los Profetas y los Salmos con el propósito de instruir al pueblo. Luego, durante la segunda mitad del primer milenio de nuestra era común, los masoretas idearon un sistema de signos vocálicos a base de puntos y rayitas que se introdujo en el texto consonántico. Además, se proveyeron signos de acentuación para indicar el tono, las pausas, la conjunción entre palabras y oraciones, así como las notaciones musicales.
Las inscripciones hebreas más antiguas conocidas están registradas en escritura primitiva, cuyo aspecto es muy diferente a los caracteres hebreos cuadriformes de documentos posteriores, como los pertenecientes a los primeros siglos de la era común. El estilo cuadriforme ha recibido el nombre de “aramaico” o “asirio”. No se sabe con precisión cuándo se introdujo el cambio de un estilo al otro. Hay quienes creen que la transición comenzó ya en el cuarto siglo antes de nuestra era común. Sin embargo, como dijo el profesor Ernst Würthwein: “Lo cierto es que por mucho tiempo la escritura en hebreo antiguo permaneció en vigencia, paralelamente a la escritura cuadriforme. Por ejemplo, aún se usaba para las inscripciones en monedas del tiempo de la sublevación de Bar Kokba (132-135 A. D.) y en fragmentos de Levítico XIX-XXIII que fueron hallados en 1949 en el transcurso de investigaciones posteriores efectuadas en la Cueva Núm. 1 de Qumrán, próxima al mar Muerto”. (The Text of the Old Testament, pág. 4.)
Orígenes, escritor cristiano del segundo y tercer siglo de nuestra era común, indicó que en las copias manuscritas más exactas de las traducciones al griego de las Escrituras Hebreas se escribió el Tetragrámaton o nombre sagrado de Jehová en los caracteres del hebreo antiguo. Este hecho ha quedado confirmado por el descubrimiento de un rollo de vitela fragmentado que ha sido fechado, tentativamente, entre los años 50 a. E.C. y 50 E.C., y el cual contiene los escritos de los profetas menores traducidos al griego. En este rollo aparece el Tetragrámaton escrito en caracteres antiguos. Fragmentos de la versión griega de Aquila, fechados como pertenecientes a finales del siglo quinto o principios del sexto, también contienen el nombre divino en caracteres del hebreo antiguo.
Según el doctor Horowitz: “Los griegos tomaron prestado el antiguo alfabeto hebreo y lo transmitieron al latín, y es precisamente al antiguo alfabeto hebreo que el griego más se asemeja”. (How the Hebrew Language Grew [Cómo se desarrolló el idioma hebreo]. pág. 18.)
CUALIDADES Y CARACTERÍSTICAS
El hebreo es un idioma sumamente expresivo que se presta para hacer descripciones vívidas de acontecimientos. Sus oraciones cortas y sus sencillas conjunciones le confieren movimiento y fluidez a la idea. La poesía hebrea, que a estas cualidades añade el paralelismo y el ritmo, es extraordinariamente expresiva y conmovedora.
El hebreo es rico en metáforas. En Génesis 22:17, la expresión “orilla del mar” es literalmente en hebreo “labio del mar”. Otros ejemplos son: “la faz de la tierra”, la “cabeza” de una montaña, la “boca de una cueva”, y expresiones metafóricas similares. El empleo de rasgos humanos no alude en modo alguno a creencias animistas, como se puede comprobar por una lectura de las Escrituras mismas, en las que se manifiesta el más firme desdén hacia los que atribuyen a los árboles alguna forma de poder y a los objetos inanimados, facultad de vida. (Compárese con Isaías 44:14-17; Jeremías 10:3-8; Habacuc 2:19.)
El vocabulario hebreo se compone de palabras concretas relacionadas con los sentidos de la vista, el oído, el tacto, el gusto y el olfato. De esa manera, las palabras le pintan al oyente o al lector un cuadro mental de lo que se describe.
Sin embargo, en el hebreo bíblico existen algunos nombres abstractos. Por ejemplo, el nombre ma·jascha·váh (derivado de la raíz ja·scháv, que significa “pensar”) se traduce por nombres abstractos como “pensamiento”, “recurso”, “invención” y “estratagema”. Del verbo ba·táj (que significa “confiar”) se origina el sustantivo bé·taj, que significa “confianza”, “seguridad”. No obstante, por regla general las ideas abstractas se transmiten mediante sustantivos concretos.
En realidad, es esta misma cualidad de la concreción lo que hace que las Escrituras Hebreas se presten tan bien para la traducción, ya que, por lo general, el sentido de sus expresiones es de valor universal, significando lo mismo casi en cualquier idioma. De todos modos, es un desafío para el traductor reproducir en su idioma el peculiar encanto, sencillez, modo de expresión y vigor del hebreo, particularmente en sus formas verbales.
El hebreo es sobresaliente por su brevedad, y es gracias a su estructura gramatical que se logra tal concisión. El arameo, la más cercana al hebreo entre las lenguas semíticas, es por comparación más pesado, difuso y verboso. A menudo, al traducir del hebreo es necesario recurrir a palabras auxiliares a fin de transmitir la intensidad, expresividad y dramatismo con que el verbo hebreo describe la acción. Aunque esto va un poco en detrimento de la brevedad, comunica con más plenitud la belleza y precisión del texto hebreo.
POESÍA HEBREA
Estas mismas cualidades, junto a un fuerte sentido de realismo, hacen del hebreo un idioma particularmente idóneo para la poesía. En la poesía hebrea, las estrofas poéticas son cortas—muchas no tienen más de dos o tres palabras—, logrando que el efecto total sea de gran impacto. El profesor James Muilenburg, miembro del comité traductor de la Revised Standard Version, dijo muy acertadamente: “La forma de expresión [en poesía hebrea] es concisa y todo el énfasis se coloca sobre las palabras clave. El texto hebreo del Salmo 23 sólo contiene 55 palabras; nuestras modernas traducciones occidentales emplean el doble de palabras. Sin embargo, aun después de traducido, no se pierde la economía del hebreo original […]. La poesía hebrea es un lenguaje de expresiones vívidas […]. El poeta hebreo nos ayuda a ver, oír y sentir. Las sensaciones físicas tienen naturalidad y vida […]. El poeta piensa en imágenes tomadas de la vida cotidiana y que son comunes a todos los hombres”. (An Introduction to the Revised Standard Version of the Old Testament [1952], págs. 63, 64.)
Para ilustrar la concisión del lenguaje poético hebreo, considérese el primer versículo del Salmo 23 según se vierte en la Traducción del Nuevo Mundo. Se separan entre barras (/) las palabras que se han necesitado para traducir cada palabra hebrea:
Jehová/[es] mi Pastor./
Nada/me faltará./
Puede apreciarse que se han necesitado siete palabras españolas para traducir cuatro hebreas. Se ha introducido la palabra “es” para que la oración tenga sentido, pues en hebreo el verbo está implícito, por lo que no aparece en el texto.
Formas principales de paralelismo
El elemento formal más importante de la poesía hebrea es el paralelismo: ritmo conseguido no por rima asonante o consonante, sino por la enunciación sucesiva de pensamientos lógicos, el cual también recibe el nombre de “ritmo del sentido”. Considérense los dos versos del Salmo 24:1:
A Jehová pertenecen la tierra y lo que la llena,
la tierra productiva y los que moran en ella.
Los versos que hemos citado se hallan en lo que se llama paralelismo sinónimo, es decir, el segundo verso repite una porción del anterior, pero con diferentes palabras. La expresión “A Jehová pertenecen” es indispensable para entender ambos versos. Sin embargo, las expresiones “la tierra” y “la tierra productiva”, “lo que la llena” y “los que moran en ella”, aunque repiten la idea ligeramente diferenciada, son formas poéticas sinónimas.
La mayoría de los hebraístas contemporáneos concuerdan en que existen otros dos estilos de paralelismo principales:
En el paralelismo antitético, según su propia designación indica, cada verso expresa pensamientos contrarios. Esto se ilustra en el Salmo 37:9:
Porque los malhechores mismos serán cortados,
pero los que esperan en Jehová son
[los que poseerán la tierra.
Luego está el paralelismo sintético (o formal, constructivo) en el que la segunda parte del verso no repite la misma idea de la primera ni la contrasta. Más bien, amplía y añade una nueva idea. El Salmo 19:7-9 es un ejemplo de este estilo:
La ley de Jehová es perfecta,
hace volver el alma.
El recordatorio de Jehová es fidedigno,
hace sabio al inexperto.
Las órdenes de Jehová son rectas,
hacen regocijar el corazón;
el mandamiento de Jehová es limpio,
hace brillar los ojos.
El temor de Jehová es puro,
subsiste para siempre.
Las decisiones judiciales de Jehová
[son verdaderas;
han resultado del todo justas.
Ha de observarse que la segunda parte de cada verso completa la idea de la primera. Por consiguiente cada verso es una síntesis, es decir, el resultado de una unión de dos elementos. Solo con la segunda parte de cada verso, como “hace volver el alma” y “hace sabio al inexperto”, se logra que el lector entienda en qué sentido es ‘la ley perfecta’ y ‘el recordatorio de Jehová fidedigno’. En esta serie de paralelos sintéticos, la división entre la primera y segunda parte de cada verso sirve de pausa rítmica. Por lo tanto, junto a la progresión de la idea, existe en el verso cierta estructura poética, es decir, una forma de construcción paralela. Es por esta razón que a este estilo se le llama algunas veces paralelismo formal o constructivo.
GRAMÁTICA
I. Verbos
El verbo es la parte más importante de la oración en el idioma hebreo. La forma verbal más sencilla es la tercera persona singular masculina en el estado perfecto, y es la que aparece en los léxicos. Esta forma se compone de tres consonantes, que por lo general constituyen la raíz. Este conjunto de tres letras es la estructura habitual en los idiomas semíticos. La raíz es la base para la formación de casi todas las otras palabras del idioma.
La raíz verbal es el radical más sencillo del verbo. A menudo se describe como el “radical puro”. De este radical puro se forman otros seis radicales al añadir prefijos, duplicando ciertas letras y cambiando algunas vocales. El conjunto de siete radicales verbales representan tres grados de la idea contenida en el radical puro:
SIMPLE INTENSIVO CAUSATIVO
1) Activo 3) Activo 6) Activo
2) Pasivo 4) Pasivo 7) Pasivo
5) Reflexivo
Para indicar cambio de persona, número y género se añaden ciertos prefijos y sufijos al radical del verbo. (Véase cuadro en la página siguiente.)
SIMPLE INTENSIVO CAUSATIVO
קָטַל קִטֵּל הִקְטִיל
ACTIVO qa·tál qit·tél hiq·tíl
él mató él mató él obligó
(atrozmente) a matar
_________________________________________________________________
נִקְטַל קֻטַּל הָקְטַל
PASIVO niq·tál qut·tál hoq·tál
él fue matado él fue matado él fue obligado
(atrozmente) a matar
_________________________________________________________________
הִתְקַטֵּל
REFLEXIVO hith·qat·tél
él se mató
Estado
En español el papel fundamental de los verbos consiste en situar la acción en el tiempo, ya sea pasado, presente o futuro. Sin embargo, en hebreo lo importante es el estado de la acción, más bien que el tiempo. La acción se considera o consumada o incompleta.
Si el verbo refleja una acción que se ha consumado, se halla en estado perfecto. Por ejemplo, Génesis 1:1 dice: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra”. La acción se había consumado: Dios “creó”, es decir, terminó de crear los cielos y la Tierra.
Si la acción está incompleta, el verbo se halla en el estado imperfecto. Esto se puede ilustrar por lo que dice Éxodo 15:1: “Moisés y los hijos de Israel procedieron a cantar”. Aquí puede verse que la acción había comenzado (“procedieron” a cantar), pero no se da por terminada y, por lo tanto, se considera “imperfecta” o incompleta.
Debido a que, por su naturaleza, el estado perfecto del verbo hebreo representa la acción ya consumada, es más natural colocarlo en tiempo pasado. Por lo tanto, ka·tháv (verbo en el estado perfecto activo) básicamente significa “él escribió”, y es así como frecuentemente se vierte (2 Rey. 17:37; 2 Cró. 30:1; 32:17; Esd. 4:7; Est. 8:5). La idea de una acción consumada en el pasado también se puede apreciar al verter este verbo como: “Fue escrita” (Esd. 4:7) y “había escrito”. (Est. 9:23; Job 31:35; Jer. 36:27.) Sin embargo, ka·tháv también puede verterse “ha escrito” (2 Cró. 26:22), lo que en español equivaldría al pretérito perfecto del indicativo. Este estado perfecto del verbo también se ha traducido “tiene que escribir”, y muestra la certeza de la acción que ha de efectuarse. (Núm. 5:23; Deu. 17:18.) Estas dos últimas formas de verter el verbo implican una acción consumada, pero no necesariamente en el pasado. Por consiguiente, el estado activo del verbo no comunica en sí mismo un concepto de tiempo. El estado perfecto puede reflejar una acción que se ha consumado o se consuma en cualquier período de tiempo, pasado, presente o futuro. En cambio, aunque el imperfecto también puede reflejar una acción en cualquier período de tiempo, esta es siempre incompleta.
Por lo tanto, aunque los antiguos hebreos eran obviamente capaces de comprender el concepto tiempo, este recibe en su idioma una importancia secundaria. En el libro Nociones esenciales del hebreo bíblico, de Kyle M. Yates (ed. 1979, pág. 183), se dice: “El tiempo no lo entiende la mente semita como lo entiende la mayor parte de las lenguas modernas. El conocimiento del tiempo de una acción no es de vital importancia para el pensamiento hebreo. Para un pensador indo-germánico el tiempo sólo es necesario para ajustar la acción a su excesivamente enfatizada estimación del tiempo. El conocimiento del estado de la acción, en cuanto a su terminación o falta de terminación, era generalmente suficiente para el semita; y si no, había alguna palabra de significación temporal o histórica que traía el tiempo a la consideración”. Como la Biblia indica, el hebreo fue el idioma originalmente hablado en Edén; por lo tanto, el que no se dé importancia al tiempo verbal pudiera reflejar el punto de vista del hombre en perfección, cuando Adán tenía ante sí la perspectiva de la vida eterna y la duración de la vida aún no se había reducido a solo setenta u ochenta años. Jehová Dios proveyó el hebreo como un medio de comunicación perfectamente adecuado entre Dios y el hombre, así como entre los humanos.
A la hora de traducir al español, el tiempo del verbo se determina por el contexto. Este muestra si la acción que se narra ha ocurrido antes, tiene lugar en ese momento o está aún por ocurrir.
II. Nombres
Como ya se ha indicado, casi todas las palabras, incluyendo los nombres, tienen su origen en la raíz verbal. La raíz puede apreciarse tanto en el deletreo del nombre como en su significado.
Existen dos géneros: masculino y femenino. El femenino generalmente se determina por la terminación ah (pl. ohth) que se añade al sustantivo, como en ’isch·scháh (“mujer”) y su·sóhth (“yeguas”, femenino plural).
En hebreo, el número puede ser singular, plural o dual. El dual (identificado por el sufijo á·yim) suele usarse para cosas cuya descripción es par, tales como las manos (ya·dhá·yim) y los oídos.
Los pronombres personales también pueden hallarse inseparablemente unidos a los sustantivos. Por ejemplo: sus significa “caballo”, pero su·sí, “mi caballo”, y su·séy·kja, “tus caballos”.
III. Adjetivos
Los adjetivos también se derivan de las raíces verbales. Por ejemplo el verbo ga·dhál, que significa “crecer”, “hacerse grande”, es la raíz del adjetivo ga·dhól, que se traduce “grande”. (En hebreo el artículo definido es ha [“el”]. No existe artículo indefinido [un].)
Se puede usar el adjetivo en cualquiera de estas dos maneras:
1) Como adjetivo predicativo. En este caso se coloca delante del sustantivo y concuerda con él en género y número. Así aparece en la expresión tohv haq·qóhl (literalmente, “buena la voz”), que se traduce “la voz es buena”, añadiéndole el verbo “es”.
2) El adjetivo también puede calificar (modificar). En este caso, se coloca después del sustantivo y concuerda con este no solo en género y número sino también en la determinación que conlleva el artículo. Por ejemplo, la expresión haq·qóhl hat·tóhv (que literalmente significa “la voz, la buena”) se traduce por “la voz buena”.
TRANSLITERACIÓN
La transliteración consiste en escribir con caracteres latinos los caracteres hebreos. Aunque el hebreo se escribe de derecha a izquierda, la transcripción a caracteres latinos se ha hecho de modo que se pueda leer de izquierda a derecha. A continuación se halla el cuadro con los criterios de transcripción que se han seguido en la preparación de esta obra:
Carácter
Consonantes
Equivalencia
א
’Á·lef
’
בּ
Behth
b
ב
—
v
גּ
Guí·mel
G (gu, antes de e o i)
ג
—
gh
דּ
Dál·leth
d
ד
—
dh
ה
He’
h
ו
Waw
w
ז
Zá·yin
z
ח
Jehth
j
ט
Tehth
t
י
Yohdh
y
כּ
Kaf
k
כ Final: ך
—
kj
ל
Lá·medh
l
מ Final: ם
Mem
m
נ Final: ן
Nun
n
ס
Sá·mekj
s
ע
‛Á·yin
‛
פּ
Pe’
p
פ Final: ף
—
f
צ Final: ץ
Tsa·dheh
ts
ק
Qohf
q
ר
Rehsch
r
שׂ
Sin
s
שׁ
Schin
sch
תּ
Taw
t
ת
—
th
Vocales plenas
(larga)
Qá·mets
a
Pá·thaj
a
(larga)
Tsé·reh
e
Sé·ghohl
e
Jí·req
i
(larga)
Jóh·lem
o
Qá·mets Ja·túf
o
Qib·búts
u
Schú·req
u
Semivocales
Schewáʼ
e indistinta; o muda
Ja·téf Pá·thaj
a
Ja·téf Sé·ghohl
e
Jatef Qá·mets
o
Combinaciones especiales
י = ai
י = ai
י = eh
י = ei
י = i
וֹ = oh
וּ = u
יו = av
SOBRE LAS CONSONANTES: Puede observarse en el cuadro que hay cinco consonantes cuyo signo cambia siempre que estas aparecen al final de una palabra. Algunas consonantes (ת ,פ ,כ ,ד ,ג ,ב) tienen un sonido “suave” (fricativo) y otro “fuerte” (oclusivo). Este último se indica con un puntito en el interior de la letra (תּ ,פּ ,כּ ,דּ ,גּ ,בּ) Sin embargo, el punto que se coloca en estas consonantes también indica que la consonante es doble si va inmediatamente precedida de una vocal. Por ejemplo: גַּבַּי se transcribe gab·bái. La mayoría de las demás letras (aunque tienen un sonido único) también se duplican cuando llevan un punto en su interior (por ejemplo, זּ es zz). Una excepción a esa norma es la letra He’ (ה), la cual a veces lleva un punto (הּ) cuando aparece al final de una palabra. Sin embargo, la He’ nunca se duplica.
Las consonantes Waw y Yohdh se pueden emplear para formar vocales. En la formación de una vocal Jóh·lem “superlarga” ( ) se emplea la Waw (ו) con el signo vocálico Jóh·lem sobre esta, combinación que en esta obra se transcribe “oh”. La וּ hace las veces de “u”, y si aparece al principio de una palabra, siempre se considera como una sílaba completa; pero si viene acompañada de un signo vocálico adicional debajo de la letra (וַּ), el punto indica que la Waw debe duplicarse. Por ejemplo, בַּוַּי es baw·wái; mientras que בּוּז se transcribe buz.
En la Kaf final, la Schewá’ ( ) o la Qá·mets ( ) se colocan dentro de la letra y no debajo: ךָ ,ךְ.
SOBRE LAS VOCALES: Todos los puntos vocálicos que aparecen en el cuadro se escriben debajo de la línea, a excepción de Jóh·lem ( ) que se coloca sobre esta y de Schú·req ( ), que, según lo comentado anteriormente, se coloca dentro de la Waw (וּ = u).
SOBRE LAS SEMIVOCALES: Los equivalentes indicados en el cuadro son tan solo valores fonéticos aproximados. La pronunciación hebrea es, en cada caso, un sonido apenas perceptible.
En ciertas ocasiones la Schewá’ (.) se vocaliza y se transcribe como e. No obstante, cuando la Schewá’ sigue a una vocal corta o cuando se halla bajo una consonante que cierra sílaba, es muda y se la considera como indicador del final de la sílaba. Así, יִקְטֹל es yiq·tól.
Sílabas
En hebreo toda sílaba empieza con una consonante e incluye 1) una vocal plena o 2) una semivocal y una vocal plena. Por ejemplo, קָטַל; se compone de dos sílabas, la primera קָ (qa) y la segunda טַל (tal). Ambas sílabas contienen una vocal plena y comienzan con una consonante. Por otra parte, בְּרִית (beríth) únicamente tiene una sílaba ya que solo contiene una vocal plena (. = i); la Schewá’, e (.), es una semivocal.
Hay dos excepciones a la regla enunciada que indica que las sílabas comienzan solo con consonantes:
1) Cuando una palabra se inicia con וּ (u). En este caso la u actúa como una sílaba distinta. Por ejemplo, וּבֵן se transcribe u·vén, mientras וּשְׁמִי se transcribe u·schemí.
2) Cuando tiene un “Pá·thaj furtivo”. Corresponde a la vocal Pá·thaj (_) colocada debajo de las consonantes הּ, ח, ע, siempre y cuando aparezcan al final de una palabra; en este caso, la Pá·thaj se pronuncia antes que la consonante. Por lo tanto, no se transcribe ru·já, sino rú·aj.
Algunas veces se emplea entre palabras una rayita horizontal elevada (־) muy similar a un guión, que recibe el nombre Maqqef. Sirve para unir dos o más palabras, de modo que se consideran como una sola. En este caso solo la última palabra retiene su acento. Por ejemplo, כָּל־אֲשֶׁר se transcribe kol-’aschér.
Acentuación
Todas las palabras hebreas se acentúan en la última o en la penúltima sílaba. La mayoría recibe su acento en la última sílaba.
En esta obra se separan las sílabas con un punto y la sílaba tónica se marca con el acento ortográfico (ʹ) que se emplea en español.