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  • PRONUNCIACIÓN CORRECTA DEL NOMBRE DIVINO
  • La superstición oculta el nombre
  • ¿Cuándo se arraigó la superstición?
  • Las pronunciaciones “Jehová” y “Yahveh” (“Yavé”)
  • IMPORTANCIA DEL NOMBRE
  • “Dios” y “Padre” no son distintivos
  • No es un “dios tribual”
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JEHOVÁ

Nombre personal de Dios. (Isa. 42:8; 54:5.) Aunque en las Escrituras se le designa con títulos descriptivos como “Dios”, “Señor”, “Creador”, “Padre”, “el Todopoderoso”, “el Altísimo” y otros, su personalidad y atributos —quién y qué es Él— solo se resumen y expresan a cabalidad en este nombre personal. (Sal. 83:18.)

PRONUNCIACIÓN CORRECTA DEL NOMBRE DIVINO

“Jehová” es la pronunciación más conocida en español del nombre divino, aunque la mayoría de los hebraístas apoyan la forma “Yahveh” (“Yavé”). Los manuscritos hebreos más antiguos presentan el nombre en la forma de cuatro consonantes, llamada comúnmente el Tetragrámaton (del griego té·tra, que significa “cuatro”, y grám·ma, “letra”). Estas cuatro letras (escritas de derecha a izquierda) son יהוה y se pueden transliterar al español como YHWH (o YHVH).

Por lo tanto, las consonantes hebreas del nombre se conocen. El problema es determinar qué vocales hay que combinar con esas consonantes. Los puntos vocálicos empezaron a usarse en hebreo en la segunda mitad del primer milenio de la era común. No obstante, los puntos vocálicos hallados en manuscritos hebreos desde ese tiempo en adelante no proveen la clave para determinar las vocales que deberían aparecer en el nombre divino, debido a cierta superstición religiosa que había empezado siglos antes.

La superstición oculta el nombre

En algún momento surgió entre los judíos la idea supersticiosa de que no podía ni siquiera pronunciarse el nombre divino (representado por el Tetragrámaton). No s e sabe a ciencia cierta sobre qué base se dejó de usar originalmente el nombre. Hay quien cree que surgió la enseñanza de que el nombre era demasiado sagrado para que lo pronunciasen labios imperfectos. Sin embargo las mismas Escrituras Hebreas no dan ninguna evidencia de que alguno de los siervos verdaderos de Dios jamás vacilara en cuanto a pronunciar su nombre. Los documentos hebreos no bíblicos, como por ejemplo las llamadas Cartas de Lakís, muestran que en Palestina, durante la última parte del siglo VII a. E.C., el nombre se usaba en la correspondencia de la época. Asimismo, los papiros de Elefantina, documentos de una colonia judía del Alto Egipto que datan del siglo V a. E.C., contienen también el nombre divino, a pesar de que son documentos de naturaleza eminentemente seglar.

¿Cuándo se arraigó la superstición?

Tal como no se sabe con seguridad la razón o razones originales para que dejara de usarse el nombre divino, de la misma manera hay mucha incertidumbre en cuanto a cuándo se arraigó realmente esta superstición. Algunos alegan que empezó después del exilio en Babilonia (607-537 a. E.C.). Sin embargo, esta teoría está basada en una supuesta disminución del uso del nombre por parte de los escritores posteriores de las Escrituras Hebreas, un punto de vista insostenible a la luz de los hechos. Por ejemplo: Malaquías, uno de los últimos libros de las Escrituras Hebreas —escrito en la última mitad del siglo V a. E.C.—, da gran prominencia al nombre divino.

Muchas obras de referencia dicen que el nombre dejó de ser usado aproximadamente en 300 a. E.C. Se cita como evidencia la supuesta ausencia del Tetragrámaton (o una de sus transliteraciones) en la Versión de los Setenta, traducción griega de las Escrituras Hebreas que se empezó alrededor de 280 a. E.C. Es verdad que los manuscritos más completos de la Versión de los Setenta que se conocen en la actualidad siguen sistemáticamente la práctica de sustituir el Tetragrámaton por las palabras griegas Ký·ri·os (“Señor”) o The·ós (“Dios”), pero estos manuscritos importantes solo se remontan hasta los siglos IV y V E.C. Recientemente se han descubierto, aunque en forma fragmentaria, manuscritos más antiguos que prueban que en las copias más tempranas de la Versión de los Setenta aparecía el nombre divino.

Los fragmentos de un rollo de papiro, alistado como Inventario Núm. 266 de los papiros Fouad, contienen la segunda mitad del libro de Deuteronomio y presentan el Tetragrámaton escrito en caracteres hebreos cada vez que aparece en el texto hebreo del que se traduce. Los eruditos dicen que este papiro data del siglo II o del siglo I a. E.C., lo cual lo hace cuatro o cinco siglos más antiguo que los manuscritos anteriormente mencionados.

Así, al menos en forma escrita, no hay evidencia sólida de que el nombre divino desapareciera o estuviera en desuso antes de la era común. Es en el primer siglo de nuestra era común cuando se empieza a evidenciar cierta actitud supersticiosa para con el nombre de Dios. Josefo, un historiador judío perteneciente a una familia sacerdotal, al relatar la revelación de Dios a Moisés en el lugar de la zarza ardiente, dice: “Dios entonces le dijo su santo nombre, que nunca había sido comunicado a ningún hombre; por lo tanto no sería leal por mi parte que dijera nada más al respecto”. (Antigüedades Judías, Libro II, cap. XII, sec. 4.) Sin embargo, la declaración de Josefo, además de ser inexacta en lo que tiene que ver con el desconocimiento del nombre divino antes de Moisés, es vaga y no revela con claridad exactamente cuál era la actitud común en el primer siglo en cuanto a pronunciar o usar el nombre divino.

La Mishna judía, una colección de enseñanzas y tradiciones rabínicas, es algo más explícita. Su compilación se atribuye al rabino Judá el Patriarca (Yehudá ha-Nasí), que vivió en los siglos II y III E.C. Parte del contenido de la Mishna se relaciona claramente con las circunstancias anteriores a la destrucción de Jerusalén y su templo en 70 E.C. Algunas de las tradiciones de la Mishna concernientes a la pronunciación del nombre divino son:

Con relación al Día de Expiación anual, Yama VI, 2, dice: “Los sacerdotes y pueblo estaban en el atrio y cuando oían el Nombre que pronunciaba claramente el Sumo Sacerdote, se arrodillaban, se postraban con el rostro en tierra y decían: ‘bendito el nombre de la gloria de su reino por siempre y jamás’”. De las bendiciones sacerdotales cotidianas, Sota VII, 6, dice: “En el templo se pronunciaba el nombre como está escrito, en la provincia con una sustitución”. Sanedrín VII, 5, dice que un blasfemo no era culpable “en tanto no mencione explícitamente el Nombre”, y que en un juicio que tuviera que ver con una acusación de blasfemia se usaba un nombre sustitutivo hasta que se había oído toda la evidencia; entonces se le pedía privadamente al testigo de cargo: “di, ¿qué oíste de modo explícito?”, usando, lógicamente, el nombre divino. Sanedrín X, 1, al alistar a los “que no tienen parte en la vida futura”, observa: “Abá Saúl dice: también el que pronuncia el nombre de Dios con sus letras”. No obstante, a pesar de estos puntos de vista negativos, uno también halla en la primera parte de la Mishna el mandato positivo de que “cada cual pudiera saludar a su prójimo con el nombre de Dios”, y se cita el ejemplo de Boaz. (Rut 2:4; Berakoth IX, 5.)

Estos puntos de vista tradicionales, considerados según su valor relativo, tal vez indiquen una tendencia supersticiosa a evitar el uso del nombre divino ya antes de la destrucción del templo de Jerusalén en 70 E.C. De todos modos, se dice explícitamente que eran principalmente los sacerdotes los que usaban un nombre sustitutivo para el nombre divino, y eso solo en las provincias. Por otra parte, es discutible el valor histórico que puedan tener las tradiciones de la Mishna.

Por lo tanto, no hay ninguna base sólida para asignar al desarrollo de este punto de vista supersticioso una fecha anterior a los siglos I y II E.C.

Sin embargo, con el tiempo, al leer las Escrituras Hebreas en el lenguaje original, el lector judío empezó a utilizar los términos ʼAdho·náy (“Señor”) o ʼElo·hím (“Dios”) en sustitución del nombre divino representado por el Tetragrámaton, evitando de este modo pronunciarlo. Así debió ocurrir, pues cuando empezaron a usarse los puntos vocálicos en la segunda mitad del primer milenio de la era común, los copistas judíos insertaron en el Tetragrámaton los puntos vocálicos de ʼAdho·náy o de ʼElo·hím, sin duda para advertir al lector de que pronunciara esas palabras en lugar del nombre divino. Por supuesto, en las copias posteriores de la Versión de los Setenta griega de las Escrituras Hebreas, el Tetragrámaton se hallaba completamente reemplazado por Ký·ri·os y ho The·ós

Las traducciones a otros idiomas, como la Vulgata Latina, siguieron el ejemplo de las copias posteriores de la Versión de los Setenta. La traducción católica española Scío de San Miguel (de 1863), basada en la Vulgata, por esta razón no contiene el nombre divino (aunque sí lo menciona en sus notas al pie de la página), y la traducción inglesa King James Version (1611) usa LORD [SEÑOR] o GOD [DIOS] para representar el Tetragrámaton en las Escrituras Hebreas cada vez que aparece (excepto en cuatro ocasiones).

Las pronunciaciones “Jehová” y “Yahveh” (“Yavé”)

Al combinar los signos vocálicos de ʼAdho·náy y ʼElo·hím con las cuatro consonantes del Tetragrámaton se formaron las pronunciaciones Yeho·wáh y Yeho·wíh. La primera de estas dio origen a la forma latinizada “Jehová”.

Normalmente los hebraístas apoyan la forma “Yahveh” (“Yavé”) como la pronunciación más probable. Señalan que la abreviatura del nombre es Yah (Jah en la forma latinizada), como en el Salmo 89:8 y en la expresión Hal·lu-Yáh (que significa “¡Alaben a Jah!”). (Sal. 104:35; 150:1, 6.) También, las formas Yehóh, Yoh, Yah y Yá·hu, que se hallan en la grafía hebrea de los nombres Jehosafat, Josafat, Sefatías y otros, pueden sugerir el nombre divino Yahveh. Las transliteraciones griegas del nombre divino que hicieron los escritores cristianos, a saber, I·a·bé o I·a·ou·é (que en griego se pronunciaban de modo parecido a Yahveh), pueden indicar lo mismo. Sin embargo, no hay unanimidad entre los eruditos en cuanto a la pronunciación exacta; algunos prefieren incluso otras pronunciaciones como Yahuwa, Yahuah o Yehuah.

Ya que en la actualidad es imposible precisar la pronunciación exacta, parece que no hay ninguna razón para abandonar la forma “Jehová”, muy conocida en español, por otras posibles pronunciaciones. En caso de producirse este cambio, entonces, consecuentemente, debería modificarse la grafía y pronunciación de muchos otros nombres de las Escrituras: Jeremías habría de ser Yir·meyáh; Isaías, Yescha‘·yá·hu; y Jesús, bien Yehohschú·a‘ (como en hebreo) o I·e·sóus (como en griego). El propósito de las palabras es el de transmitir ideas; en español, el nombre “Jehová” identifica al Dios verdadero, y actualmente transmite esta idea de manera más satisfactoria que cualquier otra de las formas mencionadas.

IMPORTANCIA DEL NOMBRE

Muchos eruditos modernos y traductores de la Biblia abogan por seguir la tradición de eliminar el nombre propio de Dios. No solo alegan que su pronunciación insegura justifica tal proceder, sino que también sostienen que la supremacía y unicidad del Dios verdadero hace innecesario que tenga un nombre distintivo. Este punto de vista es simi1ar al de Filón, prominente filósofo judío de Alejandría, Egipto, del primer siglo de nuestra era común. Él enseñaba que Dios no debe tener nombre, ya que es indefinible e incomprensible. Estos puntos de vista no tienen apoyo alguno en las Escrituras inspiradas: ni en las hebreas ni en las griegas cristianas.

La misma frecuencia con que aparece este nombre demuestra la importancia que tiene para su Portador: el Autor de la Biblia. Tan solo en el libro de Salmos el nombre se usa en 749 ocasiones. El número de veces que se emplea en todas las Escrituras es muy superior al de cualquiera de los títulos que se le aplican: Dios, Señor y otros.

En la Traducción del Nuevo Mundo de las Escrituras Hebreas, el nombre Jehová aparece un total de 6.973 veces. En este total están incluidas las 134 veces (según la mayoría de los textos masoréticos, 133 según la Biblia Hebraica de Kittel y la Biblia Hebraica Stuttgartensia, esta última más reciente) donde los soferim habían cambiado el Tetragrámaton por ʼAdho·náy, y las ocho en las que se cambió por ʼElo·hím. También se cuentan las dos veces —Isaías 34:16 y Zacarías 6:8— en las que la Yohdh (י) final de la palabra hebrea se considera una abreviatura del nombre “Jehová” (no así en el caso de Jueces 19:18). Finalmente, también se contabilizan seis veces en que el nombre aparece en los encabezamientos de los Salmos y tres en nombres compuestos. También hay que citar los tres lugares de la Versión de los Setenta donde los traductores modernos reconocen que el nombre Jehová (o Yahveh) debe aparecer. (Véanse Deuteronomio 30:16; 2 Samuel 15:20; 2 Crónicas 3:1, NM, CI, BC; también, Deuteronomio 30:16 y 2 Samuel 15:20, BJ.)

“Dios” y “Padre” no son distintivos

El título “Dios” no es ni personal ni distintivo (uno incluso puede hacer un dios de su vientre; Fili. 3:19). En las Escrituras Hebreas la misma palabra (ʼElo·hím) se aplica a Jehová, el Dios verdadero, y a los dioses falsos, tal como el dios filisteo Dagón (Jue. 16:23, 24; 1 Sam. 5:7) y el dios asirio Nisroc. (2 Rey. 19:37.) Para un hebreo, el decirle a un filisteo o a un asirio que él adoraba a “Dios [ʼElo·hím]” obviamente no hubiera bastado para identificar a la Persona a quien iba dirigida su adoración.

The Imperial Bible Dictionary (vol. I, pág. 856), en sus artículos sobre JEHOVÁ, ilustra bien la diferencia entre Elohim (Dios) y Jehová. Del nombre Jehová dice: “En todas partes es un nombre propio, que señala al Dios personal y solo a él; mientras que Elohim comparte más el carácter de un nombre común, el cual, por lo general, se refiere al Supremo, aunque no necesaria ni uniformemente [...]. El hebreo puede decir el Elohim, el Dios verdadero, en contraste con todos los dioses falsos; pero nunca dice el Jehová, pues Jehová es el nombre únicamente del Dios verdadero. Dice vez tras vez mi Dios [...], pero nunca mi Jehová, pues cuando dice mi Dios, se refiere a Jehová. Habla del Dios de Israel, pero nunca del Jehová de Israel, pues no hay ningún otro Jehová. Habla del Dios vivo, pero nunca del Jehová vivo, pues no puede concebir a Jehová de otra manera que vivo”.

Lo mismo es cierto del término griego para Dios ho The·ós. Esta expresión se aplicaba de igual manera al Dios verdadero y a dioses paganos como Zeus y Hermes, dioses griegos que correspondían con los romanos Júpiter y Mercurio. (Compárese con Hechos 14:11-15.) Las palabras de Pablo en 1 Corintios 8:4-6 presentan la verdadera situación: “Porque aunque hay aquellos que son llamados ‘dioses’, sea en el cielo o en la tierra, así como hay muchos ‘dioses’ y muchos ‘señores’, realmente para nosotros hay un solo Dios el Padre, procedente de quien son todas las cosas, y nosotros para él”. La creencia en numerosos dioses, lo cual hace necesario que el Dios verdadero se distinga de los falsos, ha continuado hasta este mismo siglo veinte.

La referencia de Pablo a “Dios el Padre” no significa que el nombre del Dios verdadero sea “Padre”, pues esta designación aplica también a todo varón humano que sea progenitor y también describe a hombres que son padres en otros sentidos. (Rom. 4:11, 16; 1 Cor. 4:15.) Al Mesías se le da el título de “Padre Eterno”. (Isa. 9:6.) Jesús llamó a Satanás el “padre” de ciertos opositores asesinos. (Juan 8:44.) El término también se usó para los dioses de las naciones. Por ejemplo: en la poesía de Homero el dios griego Zeus era representado como el gran dios padre. En numerosos textos se muestra que “Dios el Padre” tiene un nombre diferente de su Hijo. (Mat. 28:19; Rev. 3:12; 14:1.) Pablo conocía el nombre personal de Dios, Jehová, como aparece en el relato de la creación en Génesis, registro del cual él citó en sus escritos. Ese nombre, Jehová, distingue a “Dios el Padre” (compárese con Isaías 64:8), impidiendo por ello cualquier intento de fusionar o mezclar su identidad y persona con la de cualquier otro a quien pueda aplicársele el título “dios” o “padre”.

No es un “dios tribual”

Jehová es llamado el “Dios de Israel” y el “Dios de sus antepasados”. (1 Cró. 17:24; Éxo. 3:16.) Sin embargo, esta asociación íntima con los hebreos y con la nación israelita no da ninguna razón para circunscribir el nombre al de un “dios tribual”, como algunos han hecho. El apóstol cristiano Pablo escribió: “¿Es él el Dios de los judíos únicamente? ¿No lo es también de la gente de las naciones? Sí, de gente de las naciones también”. (Rom. 3:29.) Jehová no es solo el “Dios de toda la tierra” (Isa. 54:5), sino también el Dios del universo, “el Hacedor del cielo y de la tierra”. (Sal. 124:8.) En el pacto que había celebrado con Abrahán casi dos mil años antes del tiempo de Pablo, Jehová había prometido bendiciones para gente de todas las naciones, mostrando así el interés de Dios en toda la humanidad. (Gén. 12:1-3; compárese con Hechos 10:34, 35; 11:18.)

Finalmente, Jehová Dios rechazó a la nación de Israel debido a su infidelidad. No obstante, su nombre continuaría asociado con la nueva nación del Israel espiritual, la congregación cristiana, incluso cuando esa nueva nación empezara a aceptar en su seno a personas no judías. Al presidir una asamblea cristiana en Jerusalén, el discípulo Santiago dijo que Dios había “[dirigido) su atención a las naciones [no judías] para sacar de entre ellas un pueblo para su nombre”. Como prueba de que había sido predicho con anterioridad, Santiago citó una profecía del libro de Amós en la cual aparece dos veces el nombre de Jehová. (Hech. 15:2, 12-14; Amós 9:11, 12.)

USO DEL NOMBRE EN LAS ESCRITURAS GRIEGAS CRISTIANAS

En vista de la evidencia presentada, parece muy extraño que las copias manuscritas existentes del texto original de las Escrituras Griegas Cristianas no contengan el nombre divino en su forma completa. Es así que el nombre tampoco se encuentra en la mayoría de las traducciones del llamado “Nuevo Testamento”. Sin embargo, el nombre sí aparece en estas traducciones en su forma abreviada como parte de la expresión “Aleluya”. (Rev. 19:1, 3, 4, 6; BC, NC, BJ, Mod, Val.) Esta expresión (“¡Alaben a Jah!” [NM]), pronunciada por hijos espíritus de Dios, hace patente que el nombre divino no estaba en desuso; es más, era tan importante y pertinente como lo había sido en el período precristiano. Entonces, ¿a qué se debe la ausencia de su forma completa en las Escrituras Griegas Cristianas?

Por mucho tiempo s e ha argumentado que como los escritores inspirados de las Escrituras Griegas Cristianas hicieron sus citas de las Escrituras Hebreas basándose en la Versión de los Setenta, y en esta versión se había sustituido el Tetragrámaton por los términos Ký·ri·os o The·ós, el nombre de Jehová no debió aparecer en sus escritos. Como se ha mostrado, este argumento ya no es válido. Comentando sobre el hecho de que los fragmentos más antiguos de la Versión de los Setenta sí contienen el nombre divino en su forma hebrea, el doctor Kahle dice: “Ahora sabemos que el texto griego de la Biblia [la Versión de los Setenta], en tanto fue escrito por judíos y para judíos, no tradujo el nombre divino por ký·ri·os, sino que en esos MSS [manuscritos] se conservó el Tetragrámaton con letras hebreas o griegas. Fueron los cristianos los que reemplazaron el Tetragrámaton por ký·ri·os cuando el nombre divino escrito en letras hebreas ya no se entendía”. (The Cairo Geniza, ed. 1959, págs. 222, 224.) ¿Cuándo se produjo este cambio en las traducciones griegas de las Escrituras Hebreas?

Según la evidencia disponible, tuvo lugar en el transcurso de los siglos que siguieron a la muerte de Jesús y sus apóstoles. En la versión griega de Aquila, de aproximadamente el año 128 E. C., el Tetragrámaton todavía aparecía en caracteres hebreos. Alrededor del año 245 E. C., el famoso erudito Orígenes produjo su Héxapla, una reproducción a seis columnas de las Escrituras Hebreas inspiradas: 1) en el hebreo y arameo original, acompañada de 2) una transliteración al griego y las versiones de 3) Aquila, 4) Símaco, 5) los Setenta y 6) Teodoción. Basándose en las copias fragmentarias que se conocen actualmente, el profesor W. G. Waddell dice: “En la Héxapla de Orígenes [...] las versiones griegas de Aquila, Símaco y LXX [de los Setenta] representaban JHWH por ΠΙΠΙ; en la segunda columna de la Héxapla, el Tetragrámaton estaba escrito en caracteres hebreos (compárese con el palimpsesto de Ambrosio, editado por G. Mercati, 1896)”. (The Journal of Theological Studies, tomo XLV, julio-octubre, 1944, págs. 158, 159.) Otros creen que el texto original de la Héxapla de Orígenes usó caracteres hebreos para el Tetragrámaton en todas sus columnas. Orígenes mismo dijo que “en los manuscritos más fieles EL NOMBRE está escrito con caracteres hebreos, no del hebreo moderno sino del arcaico”.

En fecha tan tardía como el siglo IV, Jerónimo, el autor de la traducción denominada Vulgata latina, dice en su Prologus Galeatus: “En ciertos volúmenes griegos, hallamos el nombre de Dios de cuatro letras (יהוה) aun en la actualidad expresado con las letras antiguas”. En una carta escrita en Roma, en 384 E.C., Jerónimo relata que, al encontrar las letras hebreas del Tetragrámaton (יהוה) en las copias de la Versión de los Setenta, “ciertos no entendidos debido a la similitud de los caracteres [...] solían pronunciarlas Pi Pi [confundiéndolas con los caracteres griegos ΠΙΠΙ]”.

De modo que los llamados “cristianos” que “reemplazaron el Tetragrámaton por Ký·ri·os” en las copias de la Versión de los Setenta no fueron los discípulos primitivos de Jesús, sino personas de siglos posteriores, cuando la predicha apostasía estaba bien desarrollada y había corrompido la pureza de las enseñanzas cristianas. (2 Tes. 2:3; 1 Tim. 4:1.)

Jesús y sus discípulos lo usaron

Por todo ello, en los días de Jesús y sus discípulos el nombre divino aparecía con toda seguridad en las Escrituras, tanto en los manuscritos hebreos como en los griegos. ¿Usaron Jesús y sus discípulos el nombre divino al hablar y escribir? En vista de la condenación que Jesús hizo de las tradiciones de los fariseos (Mat. 15:1-9) sería sumamente irrazonable pensar que ellos se dejarían influir por las ideas farisaicas (como las que se registran en la Mishna) a este respecto. Por otra parte, el propio nombre de Jesús significa “Salvación de Jah [Jehová]”. Él declaró: “Yo he venido en el nombre de mi Padre” (Juan 5:43); enseñó a sus seguidores a orar: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre” (Mat. 6:9); dijo que hacía sus obras “en el nombre de mi Padre” (Juan 10:25); y en oración, la noche de su muerte dijo que había puesto de manifiesto el nombre de su Padre a sus discípulos, y pidió: “Padre santo, vigílalos por causa de tu propio nombre”. (Juan 17:6, 11, 12, 26.) En vista de lo antedicho, cuando Jesús citó las Escrituras Hebreas o leyó de ellas, ciertamente usó el nombre de Dios: Jehová. (Compárese Mateo 4:4, 7, 10 con Deuteronomio 8:3; 6:16; 6:13; Mateo 22:37 con Deuteronomio 6:5; Mateo 22:44 con Salmos 110:1; y Lucas 4:16-21 con Isaías 61:1, 2.) Los discípulos de Jesús, entre ellos los escritores inspirados de las Escrituras Griegas Cristianas, lógicamente seguirían su ejemplo a este respecto.

¿Por qué, entonces, no aparece el nombre en los manuscritos disponibles de las Escrituras Griegas Cristianas o el llamado “Nuevo Testamento”? Evidentemente porque los manuscritos que hoy tenemos (del siglo III E.C. en adelante) se hicieron después de haber sido alterado el texto original de los apóstoles y discípulos. Los copistas posteriores sin duda reemplazaron el nombre divino —el Tetragrámaton— por los términos Ký·ri·os y ho The·ós. Los hechos muestran que eso es precisamente lo que ocurrió en copias posteriores de la Versión de los Setenta de las Escrituras Hebreas.

Restauración del nombre divino en la traducción

Basándose en estos hechos, algunos traductores han incluido el nombre “Jehová” en sus traducciones de las Escrituras Griegas Cristianas. The Emphatic Diaglott, una traducción del siglo XIX efectuada por el erudito en griego Benjamín Wilson, utiliza el nombre Jehová varias veces, en particular donde los escritores cristianos citan de las Escrituras Hebreas. Pero ya en el siglo XIV se había empezado a usar el Tetragrámaton en traducciones de las Escrituras Cristianas al hebreo, como en la traducción que hizo el judío español Sem Tob ben Shaprut del libro de Mateo al hebreo. En las citas de las Escrituras Hebreas que se hacen en este evangelio, la traducción de Sem Tob usó el Tetragrámaton en cada caso en que este aparecía. Desde entonces, otras diecinueve traducciones hebreas han seguido la misma práctica.

Sobre lo propio de este proceder, nótese la declaración de R. B. Girdlestone, anterior director del Wycliffe Hall, Oxford, declaración que hizo antes de que se conociesen los manuscritos que mostraban que originalmente en la Versión de los Setenta aparecía el nombre Jehová. Él dice: “Si esa versión [de los Setenta] hubiera retenido la palabra [Jehová] o siquiera hubiera usado una palabra griega para Jehová y otra para Adonaí, tal costumbre sin duda hubiera prevalecido en los discursos y argumentos del Nuevo Testamento. Así, nuestro Señor al citar del Salmo 110, en lugar de decir: ‘El Señor dijo a mi Señor’, hubiera podido decir: ‘Jehová dijo a Adoni’”.

Basándose en esta misma premisa (que ahora la evidencia ha demostrado ser cierta), añade: “Suponiendo que un erudito cristiano estuviera ocupado en traducir el Testamento griego al hebreo, tendría que considerar cada vez que apareciera la palabra χύριος, si había algo en el contexto que indicase su equivalente verdadero en hebreo. Y este es el desafío que surgiría al traducir el Nuevo Testamento a todos los idiomas si el término Jehová se hubiese dejado en [la Versión de los Setenta del] Antiguo Testamento. Las Escrituras Hebreas serían una guía en muchos pasajes: así, dondequiera que apareciese la expresión ‘el ángel del Señor’, sabríamos que la palabra Señor representa a Jehová. En caso de que se siguiese el precedente establecido por el Antiguo Testamento, con la expresión ‘la palabra del Señor’ se llegaría a una conclusión similar. Lo mismo sucedería en el caso del título ‘el Señor de los ejércitos’. Por el contrario, dondequiera que apareciese la expresión ‘Mi Señor’ o ‘Nuestro Señor’, deberíamos saber que la palabra Jehová sería inadmisible y que se debería usar Adonai o Adoni”. Esta premisa ha servido de base a las traducciones de las Escrituras Griegas antes mencionadas para incluir el nombre Jehová.

A este respecto es sobresaliente la Traducción del Nuevo Mundo, usada en toda esta obra, y en la cual el nombre divino, escrito “Jehová”, aparece 237 veces en las Escrituras Griegas Cristianas. Como ya se ha mostrado, la inclusión del nombre está bien fundada.

USO Y SIGNIFICADO DEL NOMBRE EN TIEMPOS PRIMITIVOS

A menudo se han usado indebidamente los pasajes de Éxodo 3:13-16 y 6:3 para indicar que el nombre de Jehová se reveló por primera vez a Moisés poco antes del éxodo de Egipto. Es cierto que Moisés formuló la pregunta: “Supongamos que llego ahora a los hijos de Israel y de veras les digo: ‘El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes’, y ellos de hecho me dicen: ‘¿Cuál es su nombre?’ ¿Qué les diré?”. Pero esto no significa que él o los israelitas no conociesen el nombre de Jehová. El mismo nombre de la madre de Moisés —Jokébed— significa “Jehová Es Gloria”. (Éxo. 6:20.) Seguramente la pregunta de Moisés estaba relacionada con las circunstancias en las que se hallaban los hijos de Israel. Habían estado bajo dura esclavitud por muchas décadas sin ninguna señal de alivio. Muy probablemente se habían infiltrado en el pueblo la duda y el desánimo, y como consecuencia, su fe en el poder y propósito de Dios de liberarlos se habría debilitado. (Véase también Ezequiel 20:7, 8.) Por lo tanto el que Moisés simplemente dijera que venía en el nombre de “Dios” (ʼElo·hím) o el “Señor” (ʼAdho·náy) no hubiera significado mucho para los israelitas que sufrían. Sabían que los egipcios tenían sus propios dioses y señores, y sin duda tuvieron que oír mofas por parte de ellos en el sentido de que sus dioses eran superiores al Dios de los israelitas.

Asimismo, se ha de tener presente que en aquel entonces los nombres tenían un significado real y no eran simples “etiquetas” para identificar a una persona, como ocurre hoy día. Moisés sabía que el nombre de Abrán (que significa “Padre de Exaltación”) fue cambiado a Abrahán (que significa “Padre de una Multitud”), y que el cambio obedeció al propósito de Dios con respecto a Abrahán. El nombre de Sarai también se cambió a Sara y el de Jacob a Israel, y en cada caso el cambio puso de manifiesto algo fundamental y profético en cuanto al propósito de Dios para ellos. Moisés muy bien pudo preguntarse si ahora Jehová se revelaría a sí mismo bajo un nuevo nombre para arrojar luz sobre su propósito con respecto a Israel. El que Moisés fuese a los israelitas en el “nombre” de Aquel que le envió, significaba que era su representante, y el peso de la autoridad con la que Moisés hablase, estaría determinado por dicho nombre y lo que este representaba. (Compárese con Éxodo 23:20, 21; 1 Samuel 17:45.) Así pues, la pregunta de Moisés era significativa.

La respuesta de Dios en hebreo fue “ʼEh·yéh a·schér ʼeh·yéh”. Aunque algunas traducciones vierten esta expresión como “YO SOY EL QUE SOY”, el verbo hebreo (ha·yáh) del que se deriva la palabra ʼeh·yéh no significa simplemente existir. Más bien, significa llegar a existir, suceder, ocurrir, llegar a ser, adquirir (un atributo), entrar en (una condición), o constituir. De este modo, la nota al pie de la página de la traducción Levoratti y Trusso lo vierte así: “Yo soy el que seré” (parecida a la traducción en la nota marginal g de la Versión Moderna: “seré el que seré “), mientras que la Traducción del Nuevo Mundo pone “YO RESULTARÉ SER LO QUE RESULTARÉ SER”. Después, Jehová añadió: “Esto es lo que habrás de decir a los hijos de Israel: ‘YO RESULTARÉ SER me ha enviado a ustedes’”. (Éxo. 3:14.)

Las palabras que siguen a esta declaración muestran que no se estaba produciendo ningún cambio en el nombre de Dios, sino solo una mejor comprensión de su personalidad: “Esto es lo que habrás de decir a los hijos de Israel: ‘Jehová el Dios de sus antepasados, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a ustedes’. Este es mi nombre hasta tiempo indefinido, y esta es la memoria de mí a generación tras generación”. (Éxo. 3:15 compárese con Salmos 135:13; Oseas 12:5.) Se cree que el nombre Jehová (יהוה) viene del mismo verbo (ha·yáh [היה]) que ʼeh·yéh, y algunos hebraístas creen que el nombre significa literalmente “Él Causa que Llegue a Ser [ocurrir o llegar a existir)”. Este significado presentaría a Jehová como el Cumplidor de promesas, Aquel que con toda seguridad causa que su propósito se llegue a realizar. Sólo el Dios verdadero podría apropiada y legítimamente llevar tal nombre.

Lo antedicho ayuda a entender el sentido de la declaración posterior de Jehová a Moisés: “Yo soy Jehová. Y yo solía aparecerme a Abrahán, Isaac y Jacob como Dios Todopoderoso, pero en cuanto a mi nombre Jehová no me di a conocer a ellos”. (Éxo. 6:2, 3.) Ya que el nombre Jehová fue usado muchas veces por aquellos patriarcas, antepasados de Moisés, es evidente que Dios se refería a que Él se manifestó a ellos en la capacidad de Jehová sólo de una manera limitada. Para ilustrarlo: de aquellas personas que habían conocido a Abrán, difícilmente se podría decir que en realidad le conocieron como Abrahán (“Padre de una Multitud”) mientras solo tenía un hijo, Ismael. A medida que le nacieron Isaac y otros hijos, y estos a su vez tuvieron prole, el nombre Abrahán adquirió mayor significado. Así también el nombre Jehová ahora adquiriría un significado más amplio para los israelitas.

Por lo tanto, “conocer” no significa simplemente estar informado o saber de algo o alguien. Nabal, un hombre insensato, conocía el nombre de David, pero a pesar de eso preguntó: “¿Quién es David?”, como diciendo: “¿Qué importancia tiene él?”. (1 Sam. 25:9-11; compárese con 2 Samuel 8:13.) Así, también, el faraón le dijo a Moisés: “¿Quién es Jehová, para que yo obedezca su voz y envíe a Israel? No conozco a Jehová en absoluto y, lo que es más, no voy a enviar a Israel”. (Éxo. 5:1, 2.) Con estas palabras, el faraón estaba diciendo que no conocía a Jehová como el Dios verdadero, ni como alguien que poseyera autoridad alguna sobre el rey de Egipto y sus asuntos, ni que tuviera poder para llevar a cabo su voluntad como había sido anunciada por medio de Moisés y Aarón. Pero ahora, el faraón y todo Egipto, así como los israelitas, llegarían a conocer el verdadero significado de ese nombre, la persona a quien representaba; lo cual, según Jehová le mostró a Moisés, vendría como resultado de que Él realizase su propósito para con Israel: liberar al pueblo y darle la Tierra Prometida, cumpliendo así el pacto que había hecho con sus antepasados. De este modo, como Dios dijo: “Ustedes ciertamente sabrán que yo soy Jehová su Dios”. (Éxo. 6:4-8.)

Es más, el uso del nombre divino se remonta hasta la primera pareja humana. Eva es el primer ser humano de quien se dice específicamente que usó el nombre de Dios. (Gén. 4:1.) Obviamente, ella aprendió ese nombre de su esposo y cabeza, Adán, por medio de quien también se enteró del mandato de Dios concerniente al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo (aunque el registro no especifica que Adán se lo comunicase). (Gén. 2:16, 17; 3:2, 3; véase ENÓS.)

LA PERSONA IDENTIFICADA POR EL NOMBRE

Jehová es el Creador de todas las cosas, la gran Primera Causa; por lo tanto, Él no fue creado, no tuvo principio. (Rev. 4:11.) La mente humana puede aceptar la idea del infinito —como las extensiones ilimitadas del espacio— pero no puede llegar a comprender la existencia infinita de Jehová. (Job 36:26.) Es imposible determinarle una edad, pues no hay un punto de partida desde el cual contar. Aunque no tiene edad, se le llama apropiadamente el “Anciano de Días”, ya que su existencia se remonta al pasado infinito. (Dan. 7:9, 13.) Él tampoco tendrá un fin en el futuro (Rev. 10:6), pues es incorruptible y no muere. Por ello se le llama el “Rey de la eternidad” (1 Tim. 1:17), y para Él mil años son simplemente como una vigilia de unas pocas horas durante la noche. (Sal. 90:2, 4; Jer. 10:10; Hab. 1:12; Rev. 15:3.)

A pesar de estar fuera del tiempo, Jehová es preeminentemente un Dios histórico, pues se identifica con tiempos, lugares, personas y acontecimientos específicos. En sus tratos con la humanidad ha actuado en armonía con un horario exacto. (Gén. 15:13, 16; 17:21; Éxo. 12:6-12; Gál. 4:4.) Debido a que su existencia eterna es innegable y constituye el hecho más fundamental del universo, Él ha jurado por ella diciendo: “Como que vivo yo”, garantizando de este modo la absoluta certeza de sus promesas y profecías. (Jer. 22:24; Sof. 2:9; Núm. 14:21, 28; Isa. 49:18.) También ha habido hombres que han jurado por el hecho de la existencia de Jehová. (Jue. 8:19; Rut 3:13.) Solo los insensatos dicen: “No hay Jehová”. (Sal. 14:1; 10:4.)

Descripciones de su presencia

Ya que es un Espíritu que los humanos no pueden ver (Juan 4:24), cualquier descripción de su apariencia en términos humanos únicamente puede suministrar una idea aproximada de su gloria incomparable. (Isa. 40:25, 26.) Aunque no vieron realmente al Creador (Juan 1:18), ciertos siervos de Dios recibieron visiones inspiradas de su corte celestial. La descripción de su presencia muestra no solo su gran dignidad y majestad imponente, sino también serenidad, orden, belleza y agradabilidad. (Éxo. 24:9-11; Isa. 6:1; Eze. 1:26-28; Dan. 7:9; Rev. 4:1-3; véase también Salmos 96:4-6.)

Como se puede observar, estas descripciones emplean metáforas y símiles que asemejan la apariencia de Jehová a cosas conocidas por el hombre, como las joyas, el fuego y el arco iris. Incluso se le describe como si tuviera ciertos rasgos humanos. Aunque algunos eruditos han dado demasiada importancia a lo que llaman expresiones “antropomórficas” de la Biblia (como las referencias a los “ojos”, los “oídos”, el “rostro” (1 Ped. 3:12), el “brazo” [Eze. 20:33], la “diestra” [Éxo. 15:6] de Dios, etc.), es obvio que tales expresiones son necesarias para que la descripción sea comprensible al ser humano. El que Jehová Dios hubiese dado al hombre una descripción de sí mismo en términos propios de espíritus, sería como dar ecuaciones de álgebra superior a personas que solo tuviesen los más elementales conocimientos de aritmética, o intentar explicar los colores a una persona ciega de nacimiento. (Job 37:23, 24.)

Por lo tanto, los llamados “antropomorfismos” nunca deben tomarse de manera literal, así como no se toman otras referencias metafóricas a Dios; por ejemplo: “sol”, “escudo” o “Roca”. (Sal. 84:11; Deu. 32:4, 31.) La vista de Jehová (Gén. 16:13), a diferencia de la de los humanos, no depende de los rayos de luz, por lo que puede ver los actos llevados a cabo en completa oscuridad. (Sal. 139:1, 7-12; Heb. 4:13.) Su visión puede abarcar toda la Tierra (Pro. 15:3) y no necesita ningún equipo de rayos X para ver crecer el embrión dentro de la matriz humana. (Sal. 139:15, 16.) Su oído tampoco depende de las ondas sonoras que se transmiten en la atmósfera, pues Él puede “oír” expresiones aunque se pronuncien en silencio en los corazones humanos. (Sal. 19:14.) El universo es tan inmenso que el hombre no puede llegar a medirlo; sin embargo, ni siquiera los cielos físicos pueden abarcar o contener el lugar de residencia de Dios, mucho menos puede hacerlo una casa o templo terrestre. (1 Rey. 8:27; Sal. 148:13.) Por medio de Moisés, Jehová advirtió de manera específica a la nación de Israel que no hiciese ninguna imagen de Él, ya fuese de forma humana o de cualquier otra cosa creada. (Deu. 4:15-18.) El relato de Lucas, como ejemplo de antropomorfismo, registra la referencia de Jesús de expulsar demonios “por medio del dedo de Dios”, en tanto que el relato de Mateo aclara que Jesús se refería al “espíritu” o fuerza activa de Dios. (Luc. 11:20; Mat. 12:28; compárese con Jeremías 27:5 y Génesis 1:2.)

Las cualidades personales reveladas en la creación

Ciertas facetas de la personalidad de Jehová se revelan en sus obras creativas, incluso antes de la creación del hombre. (Rom. 1:20.) El mismo acto de la creación revela su amor, pues Jehová es autosuficiente y no le falta nada. Por lo tanto, aunque creó cientos de miles de hijos espíritus, ninguno podía añadir nada a Su conocimiento ni contribuir ninguna cualidad deseable o emoción que Él no poseyese ya en grado superlativo. (Dan. 7:9, 10; Heb. 12:22; Isa. 40:13, 14; Rom. 11:33, 34.)

Naturalmente, esto no significa que Jehová no halle placer en las criaturas. Como el hombre fue creado “a la imagen de Dios” (Gén. 1:27), es lógico que el gozo que un padre humano encuentra en su hijo, particularmente si este muestra amor filial y actúa con sabiduría, refleje el gozo que Jehová halla en las criaturas inteligentes que le aman y le sirven sabiamente. (Pro. 27:11; Mat. 3:17; 12:18.) Este placer no proviene de ninguna ganancia material o física, sino de ver a sus criaturas adherirse voluntariamente a sus normas justas y mostrar altruismo y generosidad. (1 Cró. 29:14-17; Sal. 50:7-15; 147:10, 11; Heb. 13:16.) Por el contrario, Jehová ‘se siente herido en su corazón’ cuando algunas de sus criaturas adoptan un mal camino, desprecian su amor, traen oprobio sobre su nombre y hacen sufrir cruelmente a otras personas. (Gén. 6:5-8; Sal. 78:36-41; Heb. 10:38.)

A Jehová también le agrada ejercer sus facultades, bien sea por medio de crear o de otro modo, pues sus obras siempre tienen un propósito definido y un buen motivo. (Sal. 135:3-6; Isa. 46:10, 11; 55:10, 11.) Como el Dador generoso de “toda dádiva buena y todo don perfecto”, se deleita en recompensar con bendiciones a sus hijos e hijas fieles. (Sant. 1:5, 17; Sal. 35:27; 84:11, 12; 149:4.) Sin embargo, aunque Él es un Dios de afecto y ternura, su felicidad no depende en absoluto de sus criaturas, ni tampoco sacrifica los principios justos por sentimentalismo.

Jehová también mostró amor al conceder al primer Hijo espíritu que creó el privilegio de participar con Él en toda la obra creativa posterior, tanto espiritual como material. Además, bondadosamente hizo que este hecho se llegase a conocer, con la consiguiente honra para su Hijo. (Gén. 1:26; Col. 1:15-17.) De modo que Él no temió una posible competencia, sino, más bien, ejerció completa confianza en su propia y legítima Soberanía (Éxo. 15:11), así como en la lealtad y devoción de su Hijo. Dios da a sus hijos espíritus una libertad relativa en el desempeño de sus deberes, incluso permitiéndoles en ciertas ocasiones ofrecer sus puntos de vista en cuanto a cómo llevarían a cabo cierta asignación en particular. (1 Rey. 22:19-22.)

Como señaló e l apóstol Pablo, las cualidades invisibles de Jehová también se manifiestan en su creación material. (Rom. 1:19, 20.) Su vasto poder asombra la imaginación, siendo las enormes galaxias de miles de millones de estrellas solo ‘las obras de sus dedos’ (Sal. 8:1, 3, 4; 19:1), y la riqueza de su sabiduría es tal, que aún después de miles de años de investigación, el entendimiento que los hombres tienen de la creación física no es más que un “susurro” comparado con un poderoso trueno. (Job 26:14; Sal. 92:5; Ecl. 3:11.) La actividad creativa de Jehová con respecto al planeta Tierra siguió un orden lógico y un programa definido (Gén. 1:2-31), lo cual hizo de la Tierra una “joya en el espacio” (como los astronautas de este siglo XX la han llamado).

El primer ser humano, Adán, vio la estabilidad de las obras creativas de Jehová: el ciclo continuo de día y noche, el descenso constante del agua del río de Edén como resultado de la fuerza de la gravedad y un sinnúmero de otros ejemplos que probaban que el Creador de la Tierra no era un Dios de confusión sino de orden. (Gén. 1:16-18; 2:10; Ecl. 1:5-7; Jer. 31:35, 36; 1 Cor. 14:33.) El hombre sin duda vio que esta estabilidad era provechosa para desempeñar la labor y actividades que le habían sido asignadas (Gén. 1:28; 2:15), pudiendo planear el trabajo con confianza, sin ningún tipo de incertidumbres.

Un Dios de normas morales

En vista de estos hechos no le debería parecer extraño al hombre inteligente que Jehová estableciera normas que rigieran la conducta humana y su relación con el Creador. La gran calidad de la creación de Jehová le sirvió de ejemplo a Adán para cultivar y cuidar el Edén. (Gén. 2:15; 1:31.) Adán también aprendió la norma de Dios para el matrimonio: la monogamia, así como la relación que debía existir entre los cónyuges. (Gén. 2:24.) De manera especial s e subrayaba la obediencia a las instrucciones de Dios como algo esencial para la vida misma. Al ser Adán un humano perfecto, Jehová esperaba de él obediencia perfecta. Él le dio a su hijo terrestre la oportunidad de mostrar amor y devoción por medio de obedecer su mandato de abstenerse de comer de uno de los muchos árboles frutales que había en Edén. (Gén. 2:16, 17.) Este mandato era sencillo, pero las circunstancias de Adán entonces también eran sencillas, libres de las complejidades y la confusión que con el tiempo han llegado a existir. El que esta prueba sencilla manifiesta la sabiduría de Jehová, lo subrayan las palabras que Jesucristo pronunció unos cuatro mil años después: “La persona fiel en lo mínimo es fiel también en lo mucho, y la persona injusta en lo mínimo es injusta también en lo mucho”. (Luc. 16:10.)

Tanto e l orden como las normas establecidas, lejos de restar disfrute a la vida humana, contribuirían al mismo. The Encyclopædia Britannica (ed. 1959, tomo 21, pág. 307), en un artículo sobre “normas”, observa lo siguiente acerca de la creación material: “A pesar de la abrumadora evidencia de normas que existe en la naturaleza, nadie la acusa de monotonía. Aunque el espectro de colores consta básicamente de una banda limitada de longitudes de onda, las variaciones y combinaciones que se pueden obtener para deleitar la vista son casi ilimitadas. De manera semejante, todas las bellas melodías de la música llegan al oído por medio de otro grupo pequeño de frecuencias”. Así también, los requisitos de Dios para la pareja humana le permitían toda la libertad que un corazón justo pudiera desear. No había necesidad de cercarlos con una multitud de leyes y reglas. El ejemplo amoroso que el Creador les puso y el respeto y amor que le tenían, les protegería para no traspasar los límites propios de su libertad. (Compárese con 1 Timoteo 1:9, 10; Romanos 6:15-18; 13:8-10; 2 Corintios 3:17.)

Por lo tanto, Jehová Dios, por s u propia Persona, proceder y palabras, era y es la Norma Suprema para todo el universo, la definición y suma de todo lo bueno. Por esa razón, cuando su Hijo estuvo en la Tierra, pudo decirle a un hombre: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino uno solo, Dios”. (Mar. 10:17, 18; también Mateo 19:17; 5:48.)

SE DEBE SANTIFICAR Y VINDICAR EL NOMBRE

Como todo lo relacionado con la persona de Dios es santo, su nombre personal, Jehová, también lo es y por lo tanto debe santificarse. (Lev. 22:32.) Santificar significa hacer santo, apartar o estimar algo como sagrado y, en consecuencia, no usarlo como algo común u ordinario. (Isa. 6:1-3; Luc. 1:49; Rev. 4:8; véase SANTIFICACIÓN.) Debido a la Persona que representa, el nombre de Jehová es “grande e inspirador de temor” (Sal. 99:3, 5), “majestuoso” e “inalcanzablemente alto” (Sal. 8:1; 148:13), y merecedor de un respeto reverente. (Isa. 29:23; véase SOBERANÍA.)

El orden, la paz y el bienestar de todo el universo y sus habitantes dependen de la santificación del nombre de Jehová. El Hijo de Dios así lo mostró, a la vez que señaló el medio por el cual Jehová realiza su propósito, cuando enseñó a sus discípulos a orar a Dios: “Santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra”. (Mat. 6:9, 10.) Este propósito fundamental de Jehová provee la clave para entender la razón de sus acciones y el modo de tratar con sus criaturas, según se da a conocer en toda la Biblia.

Así, notamos que la nación de Israel, cuya historia ocupa un buen número de páginas del registro bíblico, fue escogida para ser un ‘pueblo para el nombre’ de Jehová. (Deu. 28:9, 10; 2 Cró. 7:14; Isa. 43:1, 3, 6, 7.) Según el pacto de la Ley que Dios hizo con esa nación, la cuestión que cobraba mayor importancia era dar devoción exclusiva a Jehová como Dios y no tomar su nombre de manera indigna, “porque Jehová no dejará sin castigo al que tome su nombre de manera indigna”. (Éxo. 20:1-7; compárese con Levítico 19:12; 24:10-23.) Debido a la manifestación de su poder para salvar y destruir cuando liberó a Israel de Egipto, el nombre de Jehová fue “declarado en toda la tierra”, y la fama de este nombre precedía a Israel en su marcha a la Tierra Prometida. (Éxo. 9:15, 16; 15:1-3, 11-17; 2 Sam. 7:23; Jer. 32:20, 21.) Como lo expresó el profeta Isaías: “Así condujiste a tu pueblo para hacer para ti mismo un nombre hermoso”. (Isa. 63:11-14.) Cuando los israelitas manifestaron una actitud rebelde en el desierto, Jehová trató misericordiosamente con ellos y no los abandonó. Sin embargo, Dios reveló la razón fundamental de por qué obró así al decir: “Me puse a actuar por causa de mi propio nombre para que no fuera profanado delante de los ojos de las naciones”. (Eze. 20:8-10.)

A lo largo de la historia de esa nación, Jehová mantuvo ante ellos la importancia de su sagrado nombre. Jerusalén, la ciudad capital, con su monte Sión, fue el lugar que Jehová escogió “para colocar allí su nombre, para hacerlo residir”. (Deu. 12:5, 11; 14:24, 25; Isa. 18:7; Jer. 3:17.) El templo edificado en esa ciudad era la ‘casa para el nombre de Jehová’. (1 Cró. 29:13-16; 1 Rey. 8:15-21, 41-43.) Lo que se efectuaba en ese templo o en esa ciudad, fuese bueno o malo, afectaba inevitablemente al nombre de Jehová y Él no lo pasaba por alto. (1 Rey. 8:29; 9:3; 2 Rey. 21:4-7.) El profanar el nombre de Jehová en este lugar significaría la destrucción segura de la ciudad y el que Dios abandonara aquel templo. (1 Rey. 9:6-8; Jer. 25:29; 7:8-15; compárese con las acciones y palabras de Jesús en Mateo 21:12, 13; 23:38.) Así, Jeremías y Daniel rogaron a favor de su pueblo y ciudad pidiendo que Jehová concediese misericordia y ayuda ‘por causa de su propio nombre’. (Jer. 14:9; Dan. 9:15-19.)

Al predecir que purificaría al pueblo que llevaba su nombre y que lo restauraría a Judá, Jehová les hizo saber de nuevo su interés primordial, diciendo: “Y tendré compasión de mi santo nombre (...]. ‘No por causa de ustedes lo hago, oh casa de Israel, sino por mi santo nombre, el cual ustedes han profanado entre las naciones adonde han ido.’ ‘Y ciertamente santificaré mi gran nombre, que estaba siendo profanado [...]; y las naciones tendrán que saber que yo soy Jehová —es la expresión del Señor Soberano Jehová— cuando yo sea santificado entre ustedes delante de los ojos de ellas.’”. (Eze. 36:20-27, 32.)

Estos y otros textos muestran que Jehová no concede a la humanidad una importancia desmesurada. Debido a que todos los hombres son pecadores, en justicia son merecedores de muerte y es solo por medio de la bondad inmerecida y la misericordia de Dios que podrá llegarse a alcanzar la vida. (Rom. 5:12, 21; 1 Juan 4:9, 10.) Jehová no le debe nada a la humanidad, y la vida eterna será un don para los que la alcancen, no un salario merecido. (Rom. 5:15; 6:23; Tito 3:4, 5.) Es verdad que Él ha demostrado un amor incomparable a la humanidad (Juan 3:16; Rom. 5:7, 8); pero el considerar la salvación humana como la cuestión principal o el criterio por medio del cual se puede calibrar la equidad, justicia y santidad de Dios, es contrario a la realidad bíblica, y demuestra una perspectiva equivocada. El salmista mostró la perspectiva correcta cuando humildemente y con admiración exclamó: “¡Oh Jehová Señor nuestro, cuán majestuoso es tu nombre en toda la tierra, tú, cuya dignidad se relata por encima de los cielos! Cuando veo tus cielos, las obras de tus dedos, la luna y las estrellas que tú has preparado, ¿qué es el hombre mortal para que lo tengas presente, y el hijo del hombre terrestre para que cuides de él?”. (Sal. 8:1, 3, 4; 144:3; compárese con Isaías 45:9; 64:8.) La santificación del nombre de Jehová Dios significa, con toda razón, más que la vida de la humanidad entera. Por lo tanto, y según lo expresó el Hijo de Dios, el hombre debe amar a su prójimo como se ama a sí mismo, pero debe amar a Dios con todo su corazón, mente, alma y fuerzas. (Mar. 12:29-31.) Esto significa amar a Jehová Dios más que a los parientes, los amigos o la vida misma. (Deu. 13:6-10; Rev. 12:11; compárese con la actitud de los tres hebreos en Daniel 3:16-18; véase CELOSO [CELO, CELOS].)

Este punto de vista bíblico no debería chocar a nadie, antes bien, debería acrecentar el aprecio por el Dios verdadero. Ya que Jehová podía, con toda justicia, poner fin a la humanidad pecaminosa, el que hiciera provisión para que algunos se salvaran, enaltece aún más la grandeza de su misericordia y su bondad inmerecida. (Juan 3:36.) Él no se deleita en la muerte de los inicuos (Eze. 18:23, 32; 33:11); sin embargo, no va a permitir que escapen de la ejecución de su juicio. (Amós 9:2-4; Rom. 2:2-9.) Él es paciente y sufrido, y tiene preparada la salvación para los obedientes (2 Ped. 3:8-10); no obstante, no va a tolerar indefinidamente una situación que ocasione reproche a su encumbrado nombre. (Sal. 74:10, 22, 23; Isa. 65:6, 7; 2 Ped. 2:3.) También, muestra compasión y comprensión en lo que tiene que ver con las debilidades humanas, perdonando “en gran manera” a los arrepentidos (Sal. 103:10-14; 130:3, 4; Isa. 55:6, 7); aunque no excusa a las personas de las responsabilidades de sus propias acciones y las consiguientes repercusiones en ellos mismos y en sus familias. Cada uno siega lo que siembra. (Deu. 30:19, 20; Gál. 6:5, 7, 8.) Así, Jehová muestra un equilibrio hermoso y perfecto entre la justicia y la misericordia. Los que entienden estas cuestiones correctamente, según se revelan en su Palabra (Isa. 55:8, 9; Eze. 18:25, 29-31), no cometerán el grave error de tratar a la ligera su bondad inmerecida o ‘dejar de cumplir su propósito’. (2 Cor. 6:1; Heb. 10:26-31; 12:29.)

INMUTABLE EN SUS CUALIDADES Y NORMAS

Como Jehová dijo al pueblo de Israel: “Yo soy Jehová; no he cambiado”. (Mal. 3:6.) Estas palabras se pronunciaron unos tres mil quinientos años después de la creación de la humanidad, y habían pasado unos mil quinientos años desde el pacto que Dios había hecho con Abrahán. Aunque hay quien alega que el Dios que se revela en las Escrituras Hebreas difiere del que reveló Jesucristo y los escritores de las Escrituras Griegas Cristianas, la investigación muestra que esta alegación carece de fundamento. El discípulo Santiago correctamente dijo de Dios: “Con él no hay la variación del giro de la sombra”. (Sant. 1:17.) No hubo ningún tipo de ‘ablandamiento’ de la personalidad de Jehová Dios con el transcurso de los siglos, ya que no era necesario. Su severidad, según se revela en las Escrituras Griegas Cristianas, no es menor, ni su amor mayor, que lo fue al principio de sus tratos con la humanidad en Edén.

Las aparentes diferencias de personalidad en realidad son simplemente aspectos diversos de su misma personalidad inmutable. Estas diferencias son el resultado de las diversas circunstancias que se presentan y de las personas con las que se trata, lo cual hace necesarias diferentes actitudes o relaciones. (Compárese con Isaías 59:1-4.) No fue Jehová sino Adán y Eva los que cambiaron, colocándose en una posición en la que las normas justas e inmutables de Jehová ya no permitían una relación con ellos como parte de su amada familia universal. Siendo perfectos, eran completamente responsables de su transgresión deliberada (Rom. 5:14), y por lo tanto estaban más allá de los límites de la misericordia divina. De todos modos, Jehová les mostró bondad inmerecida, proveyéndoles vestiduras y permitiéndoles vivir por siglos fuera del santuario de Edén, además de dar a luz hijos antes de que a la postre murieran debido a los efectos de su propio proceder pecaminoso. (Gén. 3:8-24.) Después de su expulsión de Edén, parece ser que cesó toda comunicación divina con Adán y su esposa.

Por qué es consecuente que Dios trate con humanos imperfectos

Las normas justas de Jehová hicieron posible que Él tratara de manera diferente con la prole de Adán y Eva que con ellos mismos. ¿Por qué? Debido a que la prole de Adán heredó el pecado, empezaron involuntariamente su vida como criaturas imperfectas con una inclinación innata hacia el mal. (Sal. 51:5; Rom. 5:12.) De esta forma, existía base para mostrarles misericordia. La primera profecía de Jehová (Gén. 3:15), dada cuando pronunció juicio en Edén, mostró que la rebelión de sus primeros hijos humanos (y uno de sus hijos espíritus) no había amargado a Jehová ni acabado con su amor. Aquella profecía señaló en términos simbólicos hacia el enderezamiento de los efectos de esa rebelión y la restauración de las condiciones a su perfección original, aunque su significado completo no se reveló hasta miles de años después. (Compárense los simbolismos de la “serpiente”, la “mujer” y la “descendencia” en Revelación 12:9, 17; Gálatas 3:16, 29; 4:26, 27.)

Jehová ha permitido que los descendientes de Adán continúen viviendo sobre la Tierra por miles de años, aunque en imperfección y en una condición moribunda, no siendo capaces de liberarse por sí mismos de las garras mortíferas del pecado. El apóstol cristiano Pablo explicó la razón por la que Jehová permitió esta situación, diciendo: “Porque la creación fue sujetada a futilidad, no de su propia voluntad, sino por aquel [es decir, Jehová Dios] que la sujetó, sobre la base de la esperanza de que la creación misma también será libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación sigue gimiendo juntamente y estando en dolor juntamente hasta ahora”. (Rom. 8:20-22.) Como se expresa en el artículo PRESCIENCIA, PREDETERMINACIÓN, no hay nada que indique que Jehová se decidiera a ejercer su presciencia para prever la desviación de la pareja original. Sin embargo, cuando esta se produjo, Jehová sí predeterminó los medios para corregir sus consecuencias. (Efe. 1:9-11.) Finalmente, este secreto sagrado, encerrado originalmente en la profecía simbólica de Edén, fue completamente revelado en el Hijo primogénito de Jehová, enviado a la Tierra para que pudiese “dar testimonio acerca de la verdad” y “por la bondad inmerecida de Dios gustase la muerte por todo hombre”. (Juan 18:37; Heb. 2:9; véase RESCATE.)

Por consiguiente, e l que Dios tratase con ciertos descendientes del pecador Adán y los bendijese, no marcó ningún cambio en las normas de justicia perfecta de Jehová. Con ello Él no aprobaba su condición pecaminosa. Debido a la absoluta seguridad de que sus propósitos se cumplirán, Jehová “llama las cosas que no son como si fueran” (como cuando a Abrán le llamó “Abrahán”, que significa “Padre de una Multitud”, aunque todavía no tenía hijos). (Rom. 4:17.) Jehová, sabiendo que al debido tiempo (Gál. 4:4) proveería un rescate, el medio legal para perdonar el pecado y eliminar la imperfección (Isa. 53:11, 12; Mat. 20:28; 1 Ped. 2:24), podía tratar consecuentemente con hombres imperfectos, herederos del pecado, y tenerlos en su servicio. Jehová podía hacerlo porque tenía la base legal para ‘contarlos [o considerarlos) ‘como personas justas debido a la fe en sus promesas y, posteriormente, en el cumplimiento de dichas promesas en Cristo Jesús como el sacrificio perfecto por los pecados. (Sant. 2:23; Rom. 4:20-25.) Así, el rescate que proveyó Jehová y los beneficios que de él se derivaron dan un testimonio innegable, no solo del amor y la misericordia de Dios, sino también de su fidelidad a sus propias normas elevadas de justicia; pues, por el rescate, Él manifiesta “su propia justicia en esta época presente, para que él sea justo hasta al declarar justo [aunque imperfecto] al hombre que tiene fe en Jesús”. (Rom. 3:21-26; compárese con Isaías 42:21; véase DECLARAR JUSTO.)

Por qué pelea el ‘Dios de paz’

Por la declaración que Jehová hizo en Edén de que pondría enemistad entre la descendencia de su adversario y la descendencia de la “mujer”, Él no dejó de ser el ‘Dios de paz’. (Gén. 3:15; Rom. 16:20; 1 Cor. 14:33.) Puede compararse con lo que sucedió en tiempo de Jesucristo, quien, después de referirse a su unión con su Padre celestial, dijo: “No piensen que vine a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada”. (Mat. 10:32-40.) El ministerio de Jesús trajo divisiones, incluso dentro de las familias (Luc. 12:51-53), pero tales divisiones s e debieron a s u adherencia a las normas y verdades justas de Dios, así como a la proclamación que de ellas hizo. Las divisiones se produjeron porque muchos individuos endurecieron sus corazones con respecto a estas verdades, mientras que otros las aceptaron. (Juan 8:40, 44-47; 15:22-25; 17:14.) No podía ser de otro modo, si habían de seguirse y sostenerse los principios divinos; pero la culpa descansaría sobre aquellos que rechazaran estos principios rectos.

Así también, se predijo que vendría esa enemistad porque las normas perfectas de Jehová no permitirían pasar por alto el proceder rebelde de la “descendencia” de Satanás. Dios desaprobaría a estos últimos y bendeciría a aquellos que se adhiriesen a un proceder justo, con el consiguiente efecto divisivo (Juan 15:18-21; Sant. 4:4), como en el caso de Caín y Abel. (Gén. 4:2-8; Heb. 11:4; 1 Juan 3:12; Jud. 10, 11; véase CAÍN.)

El proceder rebelde que escogieron los hombres y ángeles inicuos constituyó un desafío a la soberanía legítima de Jehová y al orden del universo entero. Para enfrentarse a este desafío, Jehová ha tenido que hacerse una “persona varonil de guerra” (Éxo. 15:3-7), defendiendo su propio buen nombre y normas justas, luchando a favor de aquellos que le aman y le sirven, y ejecutando juicio sobre los que merecen destrucción. (1 Sam. 17:45; 2 Cró. 14:11; Isa. 30:27-31; 42:13.) Él no vacila en usar su fuerza omnipotente, a veces devastadora, como en el Diluvio, la destrucción de Sodoma y Gomorra, y la liberación de Israel de Egipto. (Deu. 7:9, 10.) Tampoco teme dar a conocer cualquier detalle de su guerrear justo, y no necesita disculparse, pues no tiene nada de qué avergonzarse. (Job 34:10-15; 36:22-24; 37:23, 24; 40:1-8; Rom. 3:4.) El respeto a su propio nombre y la justicia que este representa, así como su amor a los que le aman, motivan su actuación. (Isa. 48:11; 57:21; 59:15-19; Rev. 16:5-7.)

Las Escrituras Griegas Cristianas enseñan lo mismo. El apóstol Pablo animó a sus compañeros cristianos, diciendo: “El Dios que da paz aplastará a Satanás bajo los pies de ustedes en breve”. (Rom. 16:20; compárese con Génesis 3:15.) Él también mostró que es justo que Dios pague con tribulación a los que causan tribulación a sus siervos, trayendo destrucción eterna sobre tales opositores. (2 Tes. 1:6-9.) Estas declaraciones están en armonía con la enseñanza del Hijo de Dios, que no dejó lugar a dudas en cuanto a la firme determinación de su Padre de acabar por la fuerza con toda la iniquidad y los que la practican. (Mat. 13:30, 38-42; 21:42-44; 23:33; Luc. 17:26-30; 19:27.) En el libro de Revelación se describen muchas acciones de guerra autorizadas por Dios; sin embargo, todo ello lleva, según la sabiduría de Jehová, al establecimiento de una paz universal duradera, fundada sólidamente en el derecho y la justicia. (Isa. 9:6, 7; 2 Ped. 3:13.)

Jesucristo debió aludir al hecho de que Jehová ‘trae el castigo sobre los descendientes de los ofensores’ cuando dijo a los escribas y fariseos hipócritas: “Dicen: ‘Si hubiéramos estado en los días de nuestros antepasados, no hubiéramos sido partícipes con ellos en la sangre de los profetas’. Así que dan testimonio contra ustedes mismos de que son hijos de los que asesinaron a los profetas. Bueno, pues, llenen hasta el colmo la medida de sus antepasados”. (Mat. 23:29-32; compárese con Éxodo 34:6, 7.) A pesar de sus pretensiones, por su proceder, estas personas demostraron que aprobaban las malas acciones de sus antepasados, y evidenciaron que ellos mismos seguían estando entre ‘los que odian a Jehová’. (Éxo. 20:5; Mat. 23:33-36; Juan 15:23, 24.) Por ello, a diferencia de los judíos que se arrepintieron y prestaron atención a las palabras del Hijo de Dios, sufrieron los efectos del juicio acumulado de Dios cuando, años después, Jerusalén fue sitiada y destruida y la mayor parte de su población murió. Podían haber escapado, pero escogieron no valerse de la misericordia de Jehová. (Luc. 21:20-24; compárese con Daniel 9:10, 13-15.)

Su personalidad reflejada en su Hijo

Jesucristo fue, en todos los aspectos, un fiel reflejo de la hermosa personalidad de su Padre, Jehová Dios, en cuyo nombre vino. (Juan 1:18; Mat. 21:9; Juan 12:12, 13; compárese con Salmos 118:26.) Jesús dijo: “El hijo no puede hacer ni una sola cosa por su propia iniciativa, sino únicamente lo que ve hacer al Padre. Porque cualesquiera cosas que Aquel hace, estas cosas también las hace el Hijo de igual manera”. (Juan 5:19.) De esto se desprende, por lo tanto, que la bondad y la compasión, la apacibilidad y la ternura, así como el intenso amor a la justicia y el odio a la iniquidad que Jesús demostró (Heb. 1:8, 9), son cualidades que había observado en su Padre, Jehová Dios. (Compárese Mateo 9:35, 36 con Salmos 23:1-6 e Isaías 40:10, 11; Mateo 11:27-30 con Isaías 40:28-31 y 57:15, 16; Lucas 15:11-24 con Salmos 103:8-14; Lucas 19:41-44 con Ezequiel 18:31, 32; 33:11.)

Todo amador de la justicia que lee las Escrituras inspiradas y que verdaderamente llega a “conocer” con entendimiento el significado completo del nombre de Jehová (Sal. 9:9, 10; 91:14; Jer. 16:21), tiene toda razón para amar y bendecir ese nombre (Sal. 72:18-20; 119:132; Heb. 6:10), alabarlo y ensalzarlo (Sal. 7:17; Isa. 25:1; Heb. 13:15), temerlo y santificarlo (Neh. 1:11; Mal. 2:4-6; 3:16-18; Mat. 6:9), confiar en él (Sal. 33:21; Pro. 18:10) y decir con e l salmista: “Ciertamente cantaré a Jehová durante toda mi vida; ciertamente produciré melodía a mi Dios mientras yo sea. Sea placentera mi meditación acerca de él. Yo, por mi parte, me regocijaré en Jehová. Los pecadores serán acabados de sobre la tierra; y en cuanto a los inicuos, ya no serán. Bendice a Jehová, oh alma mía. ¡Alaben a Jah!”. (Sal. 104:33-35.)

[Ilustración de la página 847]

El nombre divino aparece en las líneas segunda y quinta de esta carta de Lakís del siglo VII a. E.C.

[Ilustración de la página 848]

Estos fragmentos de una “Versión de los Setenta” griega (Inventario Núm. 266 de los papiros Fouad) datan del siglo II o del siglo I a. E.C. Demuestran que las copias primitivas de la “Versión de los Setenta” usaban el nombre divino. En las líneas señaladas con flechas, el Tetragrámaton aparece en un tipo de caracteres hebreos.

[Ilustración de la página 849]

Una sección de un manuscrito hebreo fechado entre los siglos IX y XI E.C. En la tercera línea, el Tetragrámaton va precedido del término “ʼAdho·nay” (Señor) y por eso aparece con los puntos vocálicos de “ʼElo·him” (Dios). En la segunda línea, tiene las vocales de “ʼAdho·nay”

[Ilustración de la página 851]

Copia de un manuscrito de la traducción griega de Aquila de finales del siglo V o principios del siglo VI E.C. El Tetragrámaton está representado en las líneas 1, 7 y 10 en caracteres hebreos antiguos

[Ilustración de la página 853]

“The Emphatic Diaglott” (publicado en un solo tomo en 1864) fue probablemente la primera traducción inglesa que usó “Jehová” en las Escrituras Griegas Cristianas. El nombre divino aparece dieciocho veces de Mateo a Hechos; aquí aparece en Mateo 22:3 7, 44

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