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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1977
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1977
w77 1/11 págs. 648-651

Una reportera de educación universitaria encuentra las mejores noticias

Según lo relató Vora C. Hannan

EN 1975, por la generosidad de la viuda de mi hermano, volví al Colegio Wellesley en los Estados Unidos para la quincuagésima reunión de mi clase. La belleza natural del terreno del colegio cerca de Boston, Massachusetts, ha cambiado poco, pero no se podía decir lo mismo de las docenas de nosotras las ex-condiscípulas... cincuenta años verdaderamente dejan sus huellas en la gente.

‘¿Qué has hecho durante los pasados cincuenta años? ¿Cómo has utilizado tu vida?’ Era mutua nuestra curiosidad. Y fue interesante oír acerca de la clase de vida que varias de nosotras habíamos llevado.

Yo no había acumulado riqueza material como algunas. Tampoco tenía una posición de prestigio ni fama mundana que mostrar por mis cincuenta años. Pero después de escuchar a otras, sí creo haber tenido una vida más emocionante y, sí, más feliz, más remuneradora que cualquiera de ellas. Y no fueron solo mis años de reportera los que la hicieron así. Permítame explicarle.

ANTECEDENTES LITERARIOS, RELIGIOSOS

Mi sed de conocimiento empezó cuando solo tenía ocho años de edad. Solía esconder libros en mi cama para leerlos cuando supuestamente debería estar durmiendo. También, a la misma edad, empecé a tocar el violín. Mis padres me sirvieron de estímulo. Mi padre me dio el estante de casi dos metros de los Clásicos de Harvard para mi cuarto. Los devoré, por decirlo así, junto con veintenas de obras de la biblioteca pública.

Mis padres eran muy religiosos. Después de asistir a la Iglesia Congregacional el domingo por la mañana no salíamos a pasear en el auto de la familia, ni podíamos leer las tiras cómicas dominicales. Todo placer estaba reservado para los días de entre semana.

Con el tiempo, mi madre se desilusionó con la religión de mi padre y regresó a la fe de su doncellez, la Iglesia Episcopal. Yo fui con ella. Finalmente, mi madre se puso a leer los Estudios de las Escrituras, y se convenció de que estábamos viviendo en los últimos días que se predicen en la profecía bíblica.—Mat. 24; Luc. 21; 2 Tim. 3:1-5.

Esta vez no seguí a mi madre. Aunque yo leía todo lo demás, nada pudo inducirme a leer sus libros. Mi respuesta era: “Si el mundo va a terminar, entonces voy a divertirme.” Pero mi padre insistió en que yo fuera al colegio de enseñanza superior; de modo que a los diecisiete años de edad fui a Wellesley.

En aquel tiempo se requería un curso de historia bíblica para todas las estudiantes del primer año. Me interesó aprender que el nombre de Dios es Yahweh en hebreo. Pero al poco tiempo choqué con lo que se enseñaba. Se nos dijo que los primeros capítulos de Génesis habían sido escritos por tres diferentes hombres, y que estos escritos no eran confiables. Eso atacó directamente la base de mi creencia en la Biblia como la Palabra de Dios, y le comuniqué mi angustia a mi madre.

Durante mis primeras vacaciones fui a hablar con el ministro congregacional. “Bueno, Vora,” explicó con mañosa melosidad, “no debes tomar muy en serio la Biblia. Tú sabes que fue escrita por muchos hombres diferentes, y cada uno escribió según veía las cosas.” Ese punto de vista sobre la Palabra de Dios bastó para ponerme a la deriva en cuanto a la religión organizada. De regreso en el colegio, mi religión llegó a ser la adquisición de conocimiento.

UNA CARRERA

Después de graduarme del colegio pensé en ser maestra de escuela secundaria. Sin embargo, durante mi primer año en ello estuve más interesada en entrenar la orquesta de la escuela que en enseñar latín. De modo que perdí mi puesto. De regreso en casa me concentré en la música; practicaba con mi violín cinco o seis horas al día.

En lo que tocaba a la literatura bíblica de mi madre, me mantuve obstinada. Solo leía la Biblia. Había recibido una “quemadura” ya en Wellesley, y no quería desilusionarme de nuevo.

En 1930 fui reportera durante el verano, o por lo menos eso me pensé. Sin embargo, me pareció tan fascinante el trabajo que proseguí. Pronto estuve sirviendo a tres periódicos y también a la Prensa Asociada. Era trabajo emocionante, el más emocionante del mundo, pensaba yo. También ejecutaba piezas de violín y enseñaba a tocarlo. Como resultado de esto, hasta en medio de la Gran Depresión me fue bien financieramente.

Sin embargo, de mis variadas experiencias al dar noticias empecé a comprender que las cosas no iban tan bien en el mundo. Todo era falso. Me sentaba junto al que tomaba el tiempo en un encuentro de lucha libre y él me decía el resultado de cada encuentro antes de que empezara. Cada evento que estremecía a los espectadores ya estaba arreglado.

Existía una hipocresía similar en las reuniones políticas, sociales y religiosas. Mientras escuchaba discursos aparentemente interminables, yo escogía alguna observación inadvertida que exponía las debilidades o males del sistema. Entonces ponía de relieve esa observación en un artículo. Quería llamar la atención a los males con la esperanza de que alguien tratara de rectificar la condición. A la gente le gusta leer tales cosas, pero no se interesa en absoluto en cambiarlas. Parece que a todo el mundo le encanta el escándalo, pero no la reforma.

UNA REPORTERA DE MEJORES NOTICIAS

Yo continuaba leyendo la Biblia y con el tiempo me convencí de que las creencias de mi madre eran sólidas según la Biblia. Sin embargo, seguí obstinada en cuanto a leer solo la Biblia misma. Un día, en abril de 1933, llevé a mi madre en auto a un discurso de bautismo en Boston como favor para ella. Mientras estuve sentada en la galería, pensé: “Pues, siempre he deseado hacer la voluntad de Jehová.” Algo pareció moverme, casi empujarme, a bajar las escaleras para presentarme para el bautismo. Mi madre quedó completamente sorprendida pero, por supuesto, se sintió muy gozosa.

Con el tiempo comprendí que la literatura que proveen los testigos de Jehová es un atajo para la adquisición del conocimiento bíblico, y olvidé mi tonto prejuicio. Entonces mi sed de leer se apoderó de mí y me puse a “devorar” todos los libros y revistas cuando llegaban.

Se me estaba haciendo difícil ser una Testigo solitaria en Newburyport y al mismo tiempo trabajar como reportera bien conocida. Algunos oficiales policíacos, católicos irlandeses, rehusaron cooperar conmigo en relatos policíacos. Hasta se burlaban de Jehová cuando yo entraba en la comisaría.

Entonces un representante especial de los testigos de Jehová, Robert Hannan, recibió la asignación de testificar en Haverhill, donde estaba la congregación más cercana. Poco después nos casamos, y participé con él en la obra de predicar. Gradualmente trató de persuadirme para que me desligara del periódico y me hiciera proclamadora de la verdad bíblica también, dedicando todo el tiempo a ello. Pero a mí me parecía que tenía que seguir trabajando para nuestra manutención.

La gran asamblea nacional de testigos de Jehová en Saint Louis, Misuri, trajo el asunto a un punto decisivo. Le dije a mi editor que me gustaría tener unos días libres para asistir a la asamblea. Él comentó que el ser Testigo y reportera no formaban una buena combinación. Estuve de acuerdo. Él pensó que yo iba a renunciar a mi religión. En vez de eso, renuncié a mi trabajo de periodista, y el 15 de septiembre de 1941 empecé a servir de precursora, justamente a tiempo para evitar ser corresponsal de guerra.

Cuando los Estados Unidos entraron en la segunda guerra mundial, mi esposo y yo empezamos la obra de precursores especiales en Walpole, Massachusetts. Ahora verdaderamente podía hacer algo para mejorar la vida de la gente que encontraba. No solo podía llamar la atención a las injusticias, como lo había hecho en el periódico, sino que ahora podía mostrarles las mejores noticias... cómo Jehová Dios iba a resolver todas las dificultades por medio de su justo gobierno del Reino.

Después, en 1943, supimos que había comenzado la Escuela de Galaad para misioneros. ¡Cómo deseé ir! Recibimos una invitación para asistir a la quinta clase, que comenzó en febrero de 1945. Nuestra asignación misional fue Chile, adonde llegamos, entrando en Santiago, a fines de 1946. Después de viajar todo un día en tren más hacia el sur, llegamos a Concepción, la tercera ciudad en tamaño de Chile. Aquí estábamos para valérnoslas por nosotros mismos, junto con los cuatro que nos habían acompañado.

LA EXPERIENCIA DE PERIODISTA AYUDA

Por un tiempo la vida casi se me hizo demasiado difícil. Al segundo mes me picó una mosca que portaba ántrax, que mata caballos, y tuve que someterme a un tratamiento con azufre por un mes. Al mes siguiente, en mi condición debilitada, contraje tifoidea y pasé los dos meses siguientes en el hospital con una fiebre alta. Primero, perdí el oído, luego el pelo; quedé hecha una bolsa de piel y huesos.

Después de dos meses más en cama tuve que considerar cómo iba a comenzar a servir en la obra de predicar. Habiendo perdido la facultad de oír, y no pudiendo expresarme en un nuevo idioma, el esfuerzo parecía desesperanzado. Pero recordé que como reportera siempre había vencido los obstáculos y obtenido mi reportaje. Ahora había que hallar algún modo de resolver estas dificultades.

Primero, mi madre me envió una peluca para que me cubriera la calvicie hasta que el pelo me creciera de nuevo. Eso resolvió el asunto de mi apariencia. ¿Qué solución habría para el no poder oír? Ese era el problema principal.

En aquel tiempo la mayoría de los chilenos eran católicos nominales. Yo usaba un Nuevo Testamento católico delgado que cabía bien en mi bolsa de libros, y practicaba algunos textos apropiados. El reportero hace preguntas. Nunca da discursos. De modo que decidí seguir ese método.

Utilizando palabras tomadas de un texto bíblico, formaba preguntas pertinentes. Aunque no oía la respuesta del amo de casa, yo siempre les mostraba en la Biblia algo interesante que tenía que ver con las noticias del día que salían en sus periódicos. El relacionar la Biblia con las noticias hacía de ella un libro vivo para ellos. Si yo no captaba el sentido de sus preguntas, y, como resultado, les mostraba un texto bíblico sobre otro tema, me excusaban porque era “gringuita,” norteamericana.

NOTICIAS QUE TRANSFORMAN VIDAS

Con el transcurso del tiempo pude oír levemente mejor, y se me hizo posible conducir muchos estudios bíblicos. Uno de los primeros fue con un hombre cuya esposa lo había abandonado para casarse con otro hombre. Pero ella no se molestó en disolver el matrimonio original. No queriendo exponer a su esposa a una acusación de bigamia, y no obstante deseando ahora estar en condición de limpieza moral para servir a Jehová, este hombre gradualmente persuadió a su esposa a iniciar el proceso de anulación.

Esto abrió el camino para que el hombre estuviera legal y bíblicamente libre para casarse con la mujer con quien había estado viviendo. Todos, él, su nueva esposa y sus tres hijos, dedicaron su vida a Jehová. Con el tiempo dos de los hijos sirvieron de precursores especiales por un tiempo, y el hombre llegó a ser superintendente presidente.

De modo que el trabajo misional adoptó un aspecto transformador de vidas. Me asombraba el observar el espíritu de Jehová en funcionamiento en las personas a quienes yo enseñaba. Para 1950 había tantos que querían servir a Jehová que tuvimos que celebrar una serie de bautismos en el hermoso lago de San Pedro al otro lado del río de Concepción.

Aunque mi esposo y yo estábamos ubicados en Concepción, nos transportábamos por la provincia y llevábamos las buenas nuevas del reino de Dios a zonas remotas. Viajando en trenes de tercera clase entre canastas de pescado, cangrejos y pan recién horneado, visitábamos pueblos mineros, aldeas pesqueras y poblados textiles. Nuestra predicación colocó el fundamento para las muchas congregaciones que se formaron posteriormente.

A través de los años muchos misioneros sirvieron en Concepción por algún tiempo y luego se fueron. Pero mi esposo y yo permanecimos establecidos; solo cambiamos un poco de una parte del territorio a otra. Esto resultó en que se nos llamara los padres de todas las congregaciones. Nuestra presencia continua parecía dar cierta estabilidad visible.

Con la formación de nuevas congregaciones, el territorio para mí misma y mi esposo quedó más restringido. Aunque vivíamos en Concepción, empecé a trabajar al otro lado del río en San Pedro. Allí en las afueras encontré a una señora que vivía con sus seis hijos en una choza ventilada. La había abandonado su esposo, que bebía mucho y que años antes se había ido a Santiago a vivir con otra mujer.

Un día esta señora recibió una carta de su esposo. Le ofrecía darle dinero para el sostén de los hijos si se venía a Santiago. La mujer y sus hijos con el tiempo se unieron al esposo de ella, y él empezó a acompañar a su esposa a las reuniones cristianas. Cuando, después de una larga lucha, él finalmente pudo vencer su afición al alcohol, las buenas nuevas de la Palabra de Dios habían logrado otra admirable transformación. Una familia dividida, desdichada, volvió a estar junta y fue felizmente unida en la adoración verdadera.

El poder llevar noticias que han tenido un efecto tan grandioso en la vida de la gente siempre ha sido mucho más remunerador para mí que el servir de reportera.

A través de los años he visto transformaciones en la vida de literalmente centenares de personas a quienes personalmente ayudé a aprender las mejores noticias. ¿Y cuáles son esas noticias? Que Dios nos quiere y que el gobierno de su Reino pronto eliminará todas las causas del sufrimiento humano.

No, no tengo dinero ni prestigio mundano que mostrar por mis más de cincuenta años desde la graduación, como lo tienen varias de mis ex-condiscípulas universitarias, pero sí tengo algo mucho más precioso... la satisfacción de haber ayudado a muchas personas a hacerse siervos activos de Jehová Dios.

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