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  • El nombre de Dios y el suyo

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  • El nombre de Dios y el suyo
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1978
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1978
w78 15/9 págs. 13-15

El nombre de Dios y el suyo

CORRECTAMENTE, su nombre le interesa a usted y le es importante. Cuando se menciona, usted presta atención. Pero, yendo más allá del nombre personal que se le ha dado —sea Otto, Nancy, Carlos u otro— su “nombre” también puede dar a entender su reputación. Desde este punto de vista su nombre lo envuelve a usted personalmente, y envuelve lo que usted ha llegado a ser.

Probablemente los que están en estrecha relación con usted no le llamen por su apellido o nombre de su familia, sino por su nombre, el nombre que lo individualiza. Y usted se siente muy feliz cuando lo consideran como alguien que tiene un ‘buen nombre.’ (Pro. 22:1) Todos tenemos razón para interesarnos en lo que tenga que ver con nuestro nombre.

Si esto es así entre los seres humanos, ciertamente es más cierto con relación al Creador del universo. A las criaturas humanas, él optó por revelarse como quien tiene un nombre personal, significativo, que le identifica como el Cumplidor de sus propósitos y promesas. Por lo tanto, Dios podía correctamente referirse a su nombre Jehová como el nombre “memorial” de él. (Éxo. 3:14, 15; Ose. 12:5; Sal. 135:13) Ese nombre está conectado con todo lo que él ha hecho y todavía se propone hacer.

Por eso, ¿no deberíamos usar y apreciar el nombre de Dios? Además, ¿nos conoce Dios por nombre... tanto por nuestro nombre personal como por nuestra posición ante él como persona que tiene Su aprobación?

La tendencia entre la mayoría de los líderes religiosos, y hasta en muchas traducciones de la Biblia, de pasar por alto o restar importancia al nombre distintivo de Jehová tiene el efecto de estorbar a las personas con relación a que tengan tal posición de persona aprobada ante él. Escribiendo acerca de la omisión del nombre divino en algunas Biblias, el Dr. Walter Lowrie escribió en la publicación anglicana Theological Review:

“En las relaciones humanas es muy importante conocer el nombre propio, el nombre personal, de la persona a quien amamos, a quien estamos hablando, o hasta acerca de la cual hablamos. Es precisamente igual en el caso de la relación del hombre con Dios. El hombre que no conoce a Dios por nombre no lo conoce realmente como persona, no se ha familiarizado en el habla con él (que es lo que quiere decir la oración), y no puede amarlo, si lo conoce solo como una fuerza impersonal.”

Ese escritor pensaba particularmente en el hecho de que en una versión bíblica reciente el nombre divino aparece solo cuatro veces. Sí, aunque muchos clérigos han enseñado a su rebaño a orar: “Santificado sea tu nombre,” no han llevado la delantera en usar ese nombre ni instar a que se ponga en las Biblias.—Luc. 11:2, Versión Valera.

Considere, por ejemplo, la versión en inglés Common Bible (Biblia Común) (1973), aprobada para ser usada por protestantes y católicos romanos. Su prólogo dice claramente que no va a seguir el ejemplo de la American Standard Version (Versión Americana Normal) de 1901, que usó el nombre de Dios miles de veces. ¿Por qué abandonar ese nombre? Una razón que se ofreció fue la diferencia de puntos de vistas en cuanto a su pronunciación. La segunda fue: “El uso de cualquier nombre propio para el Dios único y singular, como si hubiera otros dioses de los cuales Él tuviera que ser distinguido, se descontinuó en el judaísmo antes de la era cristiana y es enteramente impropio para la fe universal de la Iglesia cristiana.”—Pág. vii.

Pero, como hemos visto, cada vez se presenta más evidencia de que tanto los judíos de alrededor del tiempo de Cristo como los cristianos primitivos sí emplearon el nombre divino. Y si el mismo Dios del cielo dice que desea que se le conozca por su nombre “memorial,” ¿no deberíamos aceptar su decisión?

EL NOMBRE DE ÉL... Y EL NUESTRO

Sin embargo hay muchas cosas envueltas en el hecho de que conozcamos el nombre de Dios. No es simplemente un asunto de saber que el nombre personal del Creador es “Jehová”... o una variante de esa forma. Tenemos que conocer también a la Persona representada por el nombre... sus propósitos, actividades, cualidades y requisitos como se revelan en la Biblia. (Neh. 9:10; 1 Rey. 8:41-43) Así, cuando Jesús dijo: “Les he dado a conocer tu nombre,” quiso decir más que simplemente el hecho de que él usaba ese nombre. (Juan 17:26) Ciertamente Cristo hacía eso cuando leía en voz alta las Escrituras Hebreas que contenían el nombre de Dios. Pero, más que eso, Jesús dio publicidad a los propósitos con los cuales ese nombre está vinculado y se esforzó por dar adelanto a esos propósitos. Los que aprendieron de Jesús llegaron a comprender a Jehová mejor, adquirieron más seguridad de que el “propósito eterno” de Dios se cumplirá.—Juan 14:10; 6:38; Efe. 3:11.

Si llegamos a conocer a Jehová en ese sentido, también llegaremos a ser conocidos por él. (Juan 17:3) Él nos reconocerá con aprobación; tendremos un buen nombre con él. (Ecl. 7:1) De modo que el que conozcamos a Dios y su nombre puede conducir a que él conozca nuestro nombre, que nos reconozca. Malaquías 3:16 ilustra esto:

“En aquel tiempo los que estaban en temor de Jehová hablaron unos con otros, cada uno con su compañero, y Jehová siguió prestando atención y escuchando. Y un libro de recuerdo empezó a ser escrito delante de él para los que estaban en temor de Jehová y para los que pensaban en su nombre.”

De seguro, entonces, el nombre de Dios y el suyo deben ser cosas a las cuales dar consideración. Tenemos que interesarnos en conocer, usar y honrar ese nombre. Esto exige de nosotros que vivamos de una manera que armonice con los propósitos a los cuales está adherido el nombre de Dios.

Por ejemplo, Malaquías mencionó que ‘las personas que estaban en temor de Jehová’ hablaron unas con otras. Así, escogieron como individuos con los cuales asociarse con regularidad a personas que también estaban interesadas en glorificar el nombre de Dios. Podemos preguntarnos: ‘Al seleccionar a la gente con la cual me asocio, ¿considero si son individuos que conocen a Jehová y que están cooperando con su propósito? ¿Afecta mi deseo de conocer a Dios y de ser conocido por él hasta esos rasgos de mi vida diaria?’

Y si en el curso regular de nuestra vida —en el empleo, en el vecindario, en la escuela— conocemos a personas que no están familiarizadas con Jehová, ¿estamos alerta para usar las ocasiones apropiadas que se nos presenten para hablar acerca de Él? Sobre todo, ¿somos diligentes en cuanto a ‘dar a conocer el nombre de Dios’ por medio de participar plenamente en la grandiosa obra que Jesús profetizó para nuestro tiempo cuando dijo: “Estas buenas nuevas del reino [de Dios] se predicarán en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones”? (Juan 17:6, 26; Mat. 24:14) El hacer eso alegremente muestra que, para nosotros, el nombre Jehová no es simplemente un nombre de letras en un libro. Es parte de nuestra vida.

Un artículo siguiente, “Santificado sea el nombre de Dios,” trata con otras excelentes maneras en las cuales podemos manifestar que conocemos el nombre de Dios y deseamos que él nos conozca por nombre.

El que tengamos una relación aprobada con Jehová, conocerlo como verdadera Persona, y dar a conocer su nombre a otros, resultará en que nos tenga presentes, para nuestro bien duradero. Como dijo Malaquías, será como si Él escribiera nuestros nombres en “un libro de recuerdo,” con vida eterna como la recompensa.—Juan 17:3.

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