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  • Jehová, ¿conocido suyo, o amigo suyo?
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1992
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1992
w92 1/6 págs. 24-26

Jehová, ¿conocido suyo, o amigo suyo?

JUAN, quiero presentarte a mi amigo. Este es... discúlpeme, ¿puede repetirme su nombre?”

¿Ha oído usted alguna vez a alguien cometer una indiscreción de esa índole? Ese es un ejemplo del mal uso que dan algunas personas a la palabra “amigo”. En realidad quieren decir solo “conocido” o a veces ni siquiera eso. Conocer al señor Pérez que vive en la casa de enfrente es una cosa; ser amigo suyo es algo muy diferente.

Cierto diccionario define “conocido” como “la persona con quien uno ha tenido algún contacto social, pero a quien no tiene ningún fuerte apego personal”. Indica “menos familiaridad, intimidad, compañerismo y buena voluntad que [la palabra] AMIGO”.

Esa ausencia del fuerte apego personal ayuda a explicar por qué solemos prestar poca atención a lo que les pasa a nuestros conocidos, mientras que nos interesamos amistosamente en la vida de nuestros amigos. Compartimos sus alegrías y sus pesares, y permitimos que estos tengan un efecto emocional profundo en nosotros. Por supuesto, tenemos que cuidarnos para no permitir que el envolvimiento emocional nos descarríe y nos lleve a entrometernos en sus asuntos personales. (1 Pedro 4:15.)

El tener un fuerte apego personal a nuestros amigos también explica por qué tratamos usualmente de complacerlos. Si algún conocido opina que nuestra conducta es desagradable o impropia, es poco probable que su desagrado nos impela a cambiar. Pero un amigo puede ejercer en nosotros una tremenda influencia en verdad, sea en asuntos de vestimenta, conducta o actitud.

En cuanto a confianza, afecto, respeto y lealtad, el trato entre amigos exige un grado mayor de responsabilidad que el trato entre conocidos. Quien busca una amistad sin responsabilidades, en realidad solo desea hallar un conocido, no un amigo. Los amigos allegados se alegran de cumplir con las responsabilidades que acompañan a un fuerte apego personal, pues se dan cuenta de que estas les dan la oportunidad de probar su amistad.

La amistad con Dios

Por ser el Creador, Jehová es el Padre celestial de la humanidad y merece que toda persona lo ame, obedezca y respete. Pero quiere que las criaturas humanas lo hagan debido a un fuerte apego personal a él, no meramente por un sentido del deber. (Mateo 22:37.) También quiere que lo amen como Amigo. (Salmo 18:1.) Dado que “él nos amó primero”, ha puesto personalmente el fundamento perfecto para esa amistad. (1 Juan 4:19.)

Nuestros primeros padres, Adán y Eva, conocían a Jehová. La pregunta era: ¿Aceptarían la amistad que él les ofrecía? Lamentablemente, no la aceptaron. Su afán egoísta por independizarse de Dios indicó que carecían de un fuerte apego personal a él. Aunque estaban dispuestos a aceptar las bendiciones de la amistad que él les ofrecía, no estaban dispuestos a cumplir con sus responsabilidades. Era como si quisieran disfrutar de las comodidades y la seguridad de su acogedor hogar paradisíaco sin estar dispuestos a pagar el alquiler.

Todos nosotros, algunos a un grado mayor que otros, hemos heredado ese espíritu desagradecido e independiente. (Génesis 8:21.) Por ejemplo, algunos jóvenes han permitido que su deseo natural de independencia los lleve a no apreciar a sus padres. Esto ha desintegrado la amistad más preciada que debería existir entre ellos y sus padres por toda la vida. Sin embargo, aunque esto es doloroso, la desintegración de la amistad que tenemos con nuestro Padre celestial es mucho más grave. De hecho, ¡puede costarnos la vida!

Requisitos para hacer amistad

Sin confianza, ninguna relación, sea con criaturas humanas o con Dios, puede durar mucho tiempo. El patriarca Abrahán comprendió eso, y por tal razón manifestó muchas veces confianza absoluta en Dios. Lea Génesis 12:1-5 y Gé 22:1-18, y vea dos ejemplos sobresalientes de su confianza en Jehová. Sí, “Abrahán puso fe en Jehová, y le fue contado por justicia”. Por eso “vino a ser llamado ‘amigo de Jehová’”. (Santiago 2:23.)

Algo más que se requiere para hacer amistad con Dios es cumplir con las obligaciones implicadas en esta amistad. Debido a nuestra posición inferior en relación con Jehová, esas obligaciones son lógicamente mucho mayores que las que habría en una amistad con otro humano. Van más allá de nuestro deseo de complacerlo en algunos aspectos, como lo haríamos en el caso de un amigo humano. Abarcan nuestro deseo de complacerlo en todo aspecto. Jesús, el Hijo de Dios y su más íntimo amigo, mostró eso cuando dijo de Jehová: “Yo siempre hago las cosas que le agradan”. (Juan 8:29.)

Así que no podemos hacernos amigos de Jehová, ni de su Hijo, a menos que satisfagamos ciertas condiciones; esa amistad depende de que vivamos de acuerdo con los requisitos que ellos han establecido previamente para hacer amistad. (Véase Salmo 15:1-5.) Jesús mostró eso claramente en una conversación con sus discípulos. “Ustedes son mis amigos —les dijo— si hacen lo que les mando.” (Juan 15:14.)

Otro requisito para hacer amistad es la comunicación abierta y franca. Jesús, el día en que murió, dijo a sus apóstoles fieles: “Ya no los llamo esclavos, porque el esclavo no sabe lo que hace su amo. Pero los he llamado amigos, porque todas las cosas que he oído de mi Padre se las he dado a conocer a ustedes”. (Juan 15:15.) Al compartir sus pensamientos con sus amigos, Jesús había seguido el ejemplo de su Padre celestial, acerca de quien Amós 3:7 dice: “El Señor Soberano Jehová no hará ni una cosa a no ser que haya revelado su asunto confidencial a sus siervos los profetas”.

¿No es eso lo que sucede normalmente entre amigos? Puede que nada nos impulse a compartir nuestras experiencias con el señor Pérez que vive en la casa de enfrente. Y lo más seguro es que no querríamos hablarle de nuestros pensamientos y sentimientos más recónditos. Después de todo, él es solo un conocido. Pero en el caso de nuestros amigos, ¡a menudo se nos hace difícil esperar para hablarles de esas cosas!

Lo mismo sucede cuando Dios es amigo nuestro. Apenas podemos esperar para acercarnos a él en oración y comunicarle nuestras necesidades, nuestros deseos y nuestros sentimientos más recónditos. Por supuesto, si la comunicación es unilateral, la amistad va a morir pronto. De modo que también tenemos que estar dispuestos a permitir que Dios nos hable. Hacemos esto al prestar cuidadosa atención a su Palabra escrita, meditar sobre su consejo y luego aplicarlo como mejor podamos.

¿Cuán importante es para usted la amistad de Jehová?

Para ayudarle a contestar esa pregunta, considere una clase especial de amistad entre humanos. Si usted es un adulto joven, quizás le interese cultivar una amistad que pudiera conducir al matrimonio. Por supuesto, se da cuenta de que el solo conocer a un cónyuge en perspectiva apenas es el fundamento apropiado para el matrimonio. Su trato como conocidos primero tiene que convertirse en amistad. Esa amistad luego se puede desarrollar y transformar en una relación más estrecha que forme finalmente el fundamento apropiado para un matrimonio feliz.

Ahora piense por un momento. ¿Cuánto se esfuerza la mayoría de la gente por desarrollar esa clase de amistad? ¿Cuánto tiempo y dinero gastan para establecerla y luego mantenerla? ¿Cuánto tiempo pasan pensando en ella? ¿Hasta qué grado hacen planes —o muestran que están dispuestos a cambiar sus planes— con el fin de mejorar o mantener esa relación?

Entonces pregúntese: ‘En comparación con todo eso, ¿cuánto me esfuerzo por desarrollar una amistad con mi Creador o por mejorarla y fortalecerla? ¿Cuánto tiempo dedico a ello? ¿Hasta qué grado pienso en mi amistad con Jehová? ¿Hasta qué grado hago planes —o muestro que estoy dispuesto a cambiar mis planes— con el fin de mejorar y luego mantener esa relación?’.

Los jóvenes cristianos deben tener plena conciencia de que toda amistad entre humanos, incluso la que con el tiempo lleva al matrimonio, es de importancia secundaria en comparación con la amistad que necesitan tener con su Creador. Por eso se les exhorta en Eclesiastés 12:1: “Acuérdate, ahora, de tu Magnífico Creador en los días de tu mocedad”. Muchos lo están haciendo por medio de servir públicamente como ministros de Dios, y una cantidad siempre creciente de ellos como predicadores de tiempo completo o precursores.

A pesar del cinismo y la impiedad crecientes que los rodean, ellos defienden con denuedo a Jehová cuando oyen que se le desafía y acusa falsamente. ¿No es eso lo que Jehová debe poder esperar, correctamente, de sus amigos? ¿No es eso lo que nosotros también esperaríamos de nuestros amigos? ¿Y no traería regocijo a nuestro corazón hallar que nuestros amigos lo hacen con celo y convicción? (Compárese con Proverbios 27:11.)

Sí, la amistad con Dios —al igual que con criaturas humanas— trae responsabilidades con las que hay que cumplir para que perdure la amistad. Puede que la persona que no está dispuesta a aceptar esas responsabilidades, o que no está preparada para dedicarse a Dios y luego cumplir con su dedicación, en realidad conozca a Jehová. No obstante, todavía le falta experimentar los gozos de tenerlo como Amigo.

[Ilustración en la página 25]

Abrahán confió en Dios y por eso vino a ser llamado amigo de Jehová

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