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  • Respondí en el tiempo de la siega
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1992
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1992
w92 1/7 págs. 21-23

Respondí en el tiempo de la siega

SEGÚN LO RELATÓ WINIFRED REMMIE

LA MIES es mucha, pero los obreros son pocos.” Estas palabras de nuestro Señor Jesús demuestran el profundo interés que sentía por las personas que estaban desolladas y desparramadas como ovejas sin pastor. Yo he sentido lo mismo, y durante los últimos 40 años siempre he intentado responder favorablemente a la llamada del Amo para trabajar en la siega. (Mateo 9:36, 37.)

Nací en el África occidental. Mis padres tuvieron siete hijas. Fueron unos padres amorosos, aunque estrictos, y también muy religiosos. Era obligatorio ir a la iglesia y a la escuela dominical todas las semanas. No me resultó difícil obedecer, pues amaba las cosas espirituales. De hecho, a la edad de 12 años se me escogió para dirigir las clases de la escuela dominical.

Matrimonio y aventura

En 1941, a la edad de 23 años, me casé con Lichfield Remmie, que trabajaba de contable en la secretaría colonial. Nos iba bien económicamente, pero el amor a la aventura y el deseo de acumular riquezas nos llevaron a Liberia en 1944. El momento decisivo en la vida de mi esposo, y con el tiempo en la mía, llegó en 1950, cuando conoció a Hoyle Ervin, un misionero de los testigos de Jehová. Después de solo tres semanas de estudio, mi esposo empezó a participar en la obra de predicar.

A mí me desagradó que mi esposo dejara de ir a la iglesia, pues era un buen protestante que incluso ayunaba durante la cuaresma. La primera vez que le vi salir a predicar, con un maletín en la mano, me puse furiosa. “¿Pero qué te pasa? —le pregunté con tono exigente—. ¡Un hombre importante como tú saliendo a predicar con esos tontos!” Él aguantó con calma y compostura mi reprensión.

Al día siguiente, el hermano Ervin fue a casa para estudiar con Lichfield. Como de costumbre, me mantuve apartada durante el estudio. Quizás por eso el hermano Ervin me preguntó si era analfabeta. ¿Qué? ¿Yo analfabeta? ¡Qué insulto! ¡Iba a demostrarle mi educación! ¡Iba a poner al descubierto la falsedad de su religión!

Acepto la verdad

Poco tiempo después vi el libro Sea Dios veraz sobre la mesa de la sala de estar. ‘¡Qué título más ridículo! —pensé—. Dios siempre ha sido veraz, ¿no?’ Cuando hojeé el libro, hallé enseguida otro motivo de disgusto. ¡Decía que el hombre no tiene un alma, sino que es un alma! ¡Incluso los perros y los gatos son almas! Eso me molestó mucho. ‘¡Qué enseñanza más necia!’, pensé.

Cuando mi esposo volvió a casa, le dije enfadada: “Esos engañadores dicen que el hombre no tiene un alma. ¡Son falsos profetas!”. Él no discutió conmigo, sino que me respondió con calma: “Winnie, todo está en la Biblia”. Más tarde, cuando el hermano Ervin me mostró pacientemente con mi propia Biblia que somos almas y que nuestra alma es mortal, quedé pasmada. (Ezequiel 18:4.) Me impresionó de modo particular el texto de Génesis 2:7, que dice: “El hombre [Adán] vino a ser alma viviente”.

¡Qué equivocada había estado! Me sentí engañada por el clero y nunca más volví a la iglesia. Lo que hice fue asistir a las reuniones cristianas de los testigos de Jehová. Me impresionó mucho ver el amor que había entre ellos. Esta tenía que ser la religión verdadera.

La siega en el cabo Palmas

Unos tres meses después mi esposo tuvo la oportunidad de hurtar una gran cantidad de dinero de su compañía, pero no lo hizo. Sus compañeros se rieron de él y le dijeron: “Remmie, vas a morir pobre”.

No obstante, debido a su honradez, recibió un ascenso en el trabajo y fue enviado al cabo Palmas para abrir una nueva oficina. Predicamos con celo, y después de solo dos meses teníamos un pequeño grupo que estaba muy interesado en el mensaje de la Biblia. Posteriormente, Lichfield se bautizó, cuando hizo un viaje a la capital, Monrovia, a fin de conseguir materiales para la nueva oficina. También pidió ayuda a la Sociedad para atender a las personas del cabo Palmas que estaban interesadas en la verdad.

La Sociedad envió a los hermanos Faust al cabo Palmas. La hermana Faust fue una ayuda de incalculable valor para mí, y en diciembre de 1951 me bauticé en símbolo de mi dedicación a Jehová. Estaba más determinada que nunca a ‘recoger fruto para vida eterna’. (Juan 4:35, 36.) En abril de 1952 empecé el ministerio de tiempo completo y me hice precursora.

Jehová bendijo inmediatamente mis esfuerzos; en el transcurso de un año ayudé a cinco personas hasta el punto de la dedicación y el bautismo. Una de ellas, Louissa Macintosh, era prima del entonces presidente de Liberia, W. V. S. Tubman. Se bautizó, emprendió el ministerio de tiempo completo y se mantuvo fiel a Dios hasta su muerte en 1984. En varias ocasiones testificó al presidente.

A Lower Buchanan

En 1957 a mi esposo y a mí se nos invitó a ser precursores especiales cuando nos visitó el superintendente de distrito. Consideramos bajo oración la invitación y la aceptamos. Lichfield necesitó algunos meses para terminar su trabajo seglar en el cabo Palmas, de modo que yo fui primero al territorio virgen de Lower Buchanan para empezar allí la obra.

Cuando llegué, me alojé en casa de la familia Maclean. Al día siguiente, según la costumbre, me llevaron ante el subjefe de la tribu Pele. El jefe y su familia me extendieron una afectuosa bienvenida y pude dar testimonio a un grupo de personas en su casa. No menos de seis personas con las que hablé aquel día, entre ellas el subjefe y su esposa, llegaron a ser Testigos.

Pronto estuve conduciendo el estudio de La Atalaya con una asistencia de más de 20 personas. Tuve que confiar mucho en Jehová, y él me dio la fuerza y la capacidad necesarias para cuidar de estas ovejas. Cuando me sentía cansada o incapacitada, recordaba a los siervos fieles de la antigüedad, especialmente a mujeres como Débora y Huldá, que llevaron a cabo con intrepidez lo que Jehová les comisionó. (Jueces 4:4-7, 14-16; 2 Reyes 22:14-20.)

En marzo de 1958, después de solo tres meses en Lower Buchanan, recibí una carta en la que se me informaba de la visita del superintendente de circuito, John Charuk. Alquilé el sótano de una casa con capacidad para muchas personas. Luego viajé a Upper Buchanan para encontrarme con el hermano Charuk, pero no se presentó. Esperé hasta el anochecer y entonces regresé, ya cansada, a Lower Buchanan.

Alrededor de la medianoche oí que alguien llamaba a la puerta. Cuando abrí, no solo vi al superintendente de circuito, sino también a mi esposo, cuya llegada por sorpresa coincidió agradablemente con la del hermano Charuk. ¿Cómo me habían localizado? Habían encontrado a un cazador y le habían preguntado si conocía a una señora que predicaba a la gente acerca de Jehová. “Sí”, contestó él, y les dirigió a mi casa. ¡Cuánto me alegré de que, tras solo tres meses en Lower Buchanan, mi luz estuviera resplandeciendo con tanta brillantez! (Mateo 5:14-16.)

Tuvimos una asistencia máxima de 40 personas durante la visita del hermano Charuk. Con el tiempo se estableció una próspera congregación y construimos un hermoso Salón del Reino. Sin embargo, no íbamos a vernos libres de problemas. Por ejemplo, en 1963 estalló una persecución religiosa en Kolahun, y mi esposo fue detenido y encarcelado. Le golpearon tanto que tuvo que ser hospitalizado.

Poco después de darle de alta, tuvimos una asamblea en Gbarnga ese mismo año. El último día los soldados rodearon a todos los presentes y nos mandaron que saludáramos la bandera. Cuando rehusamos, nos obligaron a mantener las manos en alto y mirar directamente al Sol. También golpearon a algunos con las culatas de los rifles. Para ayudarme a mantener integridad a Dios, entoné para mí el cántico del Reino “¡No los teman!”. Después los soldados nos metieron en una sucia prisión. Tres días más tarde liberaron a los Testigos extranjeros, y a Lichfield y a mí nos deportaron a Sierra Leona. Al día siguiente liberaron a los Testigos del país.

Otros privilegios y recompensas

Se nos asignó a trabajar con la congregación de Bo, en el sur de Sierra Leona. Servimos allí ocho años antes de que se nos cambiara a Njala. Mientras estábamos en esa asignación, se nombró a mi esposo superintendente de circuito sustituto, y tuve el privilegio de trabajar con él en este servicio. Luego, a mediados de los años setenta, se nos asignó a la congregación Este de Freetown.

He tenido la recompensa de ver a muchas de las personas con las que estudié la Biblia abrazar la adoración verdadera. Tengo más de 60 hijos y nietos espirituales, que son mis “cartas de recomendación”. (2 Corintios 3:1.) Algunos han tenido que hacer grandes cambios, como Victoria Dyke, que era profetisa de la secta Aladura. Después de una consideración de 1 Juan 5:21, por fin se deshizo de sus muchos fetiches y objetos de veneración. Se bautizó para simbolizar su dedicación, y con el tiempo llegó a ser precursora especial y ayudó a muchos de sus parientes a aceptar la verdad.

Mi esposo falleció en abril de 1985, solo unos meses antes de nuestro 44 aniversario de bodas. Pero no me he quedado sola. He seguido sirviendo a mi Ayudante, Jehová, como ministra de tiempo completo. Y me siento muy unida a aquellos a quienes he ayudado a conocer a Dios. Son mi familia en un sentido especial. Los amo y ellos me aman. Cuando estoy enferma, acuden enseguida en mi ayuda y, por supuesto, yo también los ayudo a ellos.

No me cabe la menor duda: si tuviera que vivir mi vida de nuevo, con gusto volvería a tomar la hoz y a participar en la siega como colaboradora de Jehová.

[Fotografía en la página 23]

Winifred Remmie en la actualidad

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