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  • Amigos de Dios en las “islas de la Amistad”

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  • Amigos de Dios en las “islas de la Amistad”
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 2004
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  • Islas prometedoras
La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 2004
w04 15/12 págs. 8-11

Amigos de Dios en las “islas de la Amistad”

En 1932, unas semillas de inestimable valor llegaron por barco a Tonga. Era el folleto ¿Dónde están los muertos?, que Charles Vete recibió del capitán de un velero. Al leerlo, quedó convencido de que había encontrado la verdad. Tiempo después, la sede mundial de los testigos de Jehová aprobó que Charles tradujera el folleto a su lengua natal. Una vez impresos, se le enviaron 1.000 ejemplares, que empezó a distribuir enseguida, iniciando así la diseminación de las semillas de la verdad acerca del Reino de Jehová en el reino de Tonga.

SI BUSCA en un mapa del Pacífico sur, hallará el aislado archipiélago de Tonga justo a la izquierda de donde la línea internacional de cambio de fecha cruza el trópico de Capricornio. Este archipiélago fue bautizado con el nombre de “islas de la Amistad” por James Cook, famoso explorador británico del siglo XVIII. Consta de 171 islas, 45 de ellas habitadas. Tongatapu —la de mayor tamaño— se halla a unos 2.000 kilómetros al nordeste de Auckland (Nueva Zelanda).

La población del reino de Tonga, de 106.000 habitantes, se distribuye entre los tres grupos de islas que lo forman, siendo Tongatapu, Ha’apai y Vava’u las principales. Hay cinco congregaciones de los testigos de Jehová: tres en Tongatapu, que es la más poblada, una en Ha’apai y otra en Vava’u. Los Testigos instalaron, además, un hogar misional y una oficina de traducción cerca de la capital, Nuku’alofa, con el fin de ayudar a la gente a hacerse amigos de Dios (Isaías 41:8).

A Charles Vete se le conocía bien como testigo de Jehová desde la década de 1930, aunque no fue sino hasta 1964 que se bautizó. Con el tiempo se le unieron otros tonganos en la obra de predicar, y en 1966 se construyó un Salón del Reino con cabida para treinta personas. En 1970 se formó una congregación de veinte publicadores del Reino en Nuku’alofa.

Desde entonces, ha sido patente el cumplimiento de las palabras del profeta Isaías: “Atribuyan ellos gloria a Jehová, y en las islas anuncien hasta su alabanza” (Isaías 42:12). La obra del Reino sigue prosperando, lo que ha hecho que muchas personas entablen amistad con el Creador. En 2003, la asistencia máxima a la asamblea de distrito de Nuku’alofa fue de 407 personas, con cinco bautizados. Y los 621 que asistieron a la Conmemoración al año siguiente son indicio del potencial de crecimiento.

Vivir con sencillez

Ahora bien, lejos de la capital aún existe una gran necesidad de proclamadores del Reino. Por ejemplo, es necesario que las 8.500 personas que habitan las dieciséis islas pobladas de las Ha’apai se familiaricen más con las verdades bíblicas. Las Ha’apai son principalmente islas de escasa altura, cubiertas de palmeras y alargadas playas de arena blanca, en cuyas aguas de excepcional transparencia la visibilidad a menudo alcanza los 30 metros. Nadar entre los arrecifes de coral y las más de cien especies de peces tropicales de colores constituye una experiencia extraordinaria. Las aldeas suelen ser pequeñas, y las casas, aunque modestas, se construyen para resistir ciclones tropicales.

El árbol del pan y el mango proporcionan tanto sombra como alimento. Recolectar y preparar los alimentos ocupa gran parte de la vida diaria. Aparte del cerdo, los isleños aprovechan los abundantes frutos del mar, además de cultivar raíces comestibles y hortalizas en huertos familiares. Los árboles de cítricos crecen silvestres, y abundan los cocoteros y los bananos. Los conocimientos sobre el uso medicinal de hierbas, hojas, cortezas y raíces se transmiten de generación en generación.

Desde luego, lo más valioso de las Ha’apai es su gente amistosa, que encaja muy bien en el apacible ambiente. La sencillez rige su forma de vida. La mayoría de las mujeres se ocupan en tareas manuales, fabricando cestos, tela de tapa y esteras. Mientras trabajan, sentadas a la sombra de un árbol, las tonganas conversan, cantan y ríen al tiempo que sus niños y bebés juegan o duermen allí cerca. También son ellas, por lo general, quienes aprovechan la marea baja en los arrecifes para recolectar mariscos y otras criaturas marinas comestibles, así como la crujiente alga marina con la que preparan deliciosas ensaladas.

La mayoría de los hombres dedican sus días a cultivar la tierra, pescar, tallar madera, construir botes y remendar las redes de pesca. Todos —hombres, mujeres y niños— suelen viajar de una isla a otra en canoas de pesca con techo para visitar a los parientes, recibir atención médica y trocar o vender sus productos.

Ningún sitio es demasiado remoto para las buenas nuevas

A tan idílico escenario llegaron dos misioneros y dos ministros precursores en la época de la Conmemoración del año 2002. La gente de Ha’apai había tenido cierto contacto con los testigos de Jehová, por lo que poseía algunas publicaciones e incluso había estudiado la Biblia con ellos.

Los cuatro visitantes tenían tres objetivos: dejar publicaciones bíblicas en manos de la gente, iniciar cursos de la Biblia en sus domicilios e invitar a los interesados a la celebración de la Cena del Señor. Los tres objetivos se alcanzaron. Noventa y siete personas aceptaron la invitación de asistir a dicha celebración. Las copiosas lluvias y los fuertes vientos no detuvieron a algunos que viajaron en canoas descubiertas. Pero el mal tiempo obligó a muchos asistentes a pasar la noche en el local de la Conmemoración y volver a sus hogares al día siguiente.

El orador tuvo sus propias angustias. “No hace falta decir lo intimidante que resulta dar dos discursos de Conmemoración en otro idioma la misma noche —dice el misionero que pronunció la conferencia—. Pueden imaginarse mi nerviosismo. Pero orar me ayudó de verdad, pues pude recordar palabras y estructuras de oraciones de las que ni estaba consciente.”

Los evangelizadores cultivaron el interés que había, y dos matrimonios se bautizaron. En el caso de uno de los esposos, su interés por las publicaciones de los Testigos se despertó mientras recibía preparación como ministro de la iglesia local.

Este hombre y su esposa, a pesar de sus limitados recursos, solían hacer un donativo considerable cuando en la iglesia se mencionaba su nombre durante el servicio anual de recaudación de fondos. Uno de los Testigos que los había visitado antes le había pedido a él que abriera su Biblia y leyera 1 Timoteo 5:8, donde dice el apóstol Pablo: “Si alguno no provee para los que son suyos, y especialmente para los que son miembros de su casa, ha repudiado la fe y es peor que una persona sin fe”. El principio bíblico le llegó al corazón, y comprendió que al acceder a las demandas desconsideradas de la iglesia estaba dejando de proveer lo indispensable para su familia. Cuando llegó la siguiente colecta anual, aunque tenía el dinero en el bolsillo, no podía dejar de pensar en 1 Timoteo 5:8. Al oír su nombre, valerosamente le dijo al sacerdote que las necesidades de su familia estaban en primer lugar. Como consecuencia, los dirigentes de la iglesia humillaron y reprendieron a la pareja en público.

Tras estudiar la Biblia con los testigos de Jehová, ambos se hicieron publicadores de las buenas nuevas. Él dice: “La verdad bíblica me cambió. Ya no soy cruel ni violento con mi familia y tampoco me excedo con la bebida. Todos en la aldea pueden ver que mi vida es muy distinta gracias a la verdad, y espero que también lleguen a amar la verdad como yo la amo”.

El Quest

Unos cuantos meses después de la Conmemoración del año 2002, arribó a las remotas Ha’apai otra embarcación con un valioso cargamento. El Quest, un velero de 18 metros de eslora, había llegado al reino de Tonga procedente de Nueva Zelanda llevando a bordo a Gary y a Hetty, junto con su hija Katie. Dos veces viajaron con ellos dos misioneros y otros nueve hermanos y hermanas tonganos. Los hermanos locales ayudaron hábilmente a pilotar la nave, a veces por entre arrecifes que no aparecían en las cartas de navegación. No se trataba de viajes de placer, pues su misión era enseñar la verdad de la Biblia. Surcaron una vasta extensión con el fin de visitar catorce islas, algunas de las cuales jamás habían recibido las buenas nuevas del Reino.

¿Cómo respondió la gente? En general, recibieron a los predicadores navegantes con una mezcla de curiosidad, calidez y la tradicional hospitalidad isleña. Luego, cuando comprendieron el propósito del viaje, expresaron profunda gratitud. Fue evidente para los Testigos que los isleños respetaban la Palabra de Dios y tenían conciencia de su necesidad espiritual (Mateo 5:3).

Era común ver a los visitantes sentados a la sombra de algún árbol tropical, rodeados de una multitud que les hacía muchas preguntas bíblicas. Al caer la noche, las conversaciones continuaban en los hogares. En cierta isla, al momento de partir, la gente les gritó: “¡No se vayan! ¿Quién nos va a contestar las preguntas si se marchan?”. Uno de los Testigos comentó: “Siempre se hacía muy difícil dejar a tantas personas mansas como ovejas que tenían hambre de la verdad. Se sembraron muchas semillas”. En una isla, la tripulación del Quest halló a toda la gente vestida de luto: acababa de morir la esposa de un funcionario de la aldea. Él personalmente agradeció a los hermanos el consuelo bíblico.

Algunas de las islas no eran muy accesibles. “En una de ellas —relata Hetty— no había ningún embarcadero, solo paredes de roca que sobresalían un metro o más del agua. La única manera de acercarnos a la costa fue con un bote neumático. Primero tuvimos que arrojar nuestras mochilas a las muchas manos que estaban prestas a ayudar. Y luego, aprovechando que el impulso de las olas elevaba el bote hasta el borde de la pared, tuvimos que saltar a tierra antes de que cayera otra vez.”

No todos los que iban a bordo eran intrépidos marineros. Tras una travesía de dos semanas, el capitán escribió sobre el regreso a Tongatapu, la isla principal: “Tenemos un viaje de dieciocho horas por delante. No podemos hacerlo sin escalas porque algunos se marean. Estamos contentos de poner rumbo a casa, pero también tristes porque dejamos atrás a tantos que escucharon el mensaje del Reino. Se quedan en manos de Jehová, quien los hará crecer espiritualmente con la ayuda de su espíritu santo y sus ángeles”.

Islas prometedoras

Unos seis meses después de la partida del Quest fueron asignados a las Ha’apai dos precursores especiales, Stephen y Malaki, quienes se unieron a las dos parejas recién bautizadas en su obra de educación bíblica. Se han entablado animadas conversaciones sobre temas doctrinales con la gente, y los hermanos están usando bien la Palabra de Dios.

El 1 de diciembre de 2003 se formó una congregación en Ha’apai, la quinta de las islas Tonga. Entre los asistentes hay muchos niños, que han aprendido a escuchar con atención. Aunque saben estar sentados y callados, están muy deseosos de participar cuando el programa lo pide. El superintendente de circuito dice que “su conocimiento de Mi libro de historias bíblicas demuestra que los padres están tomando en serio su obligación de inculcar la verdad en sus hijos”. Está claro que las islas ofrecen una prometedora cosecha de amigos de Jehová.

Poco se imaginó Charles Vete hace más de setenta años, cuando tradujo el folleto ¿Dónde están los muertos? al tongano, su lengua materna, el grado al que echaría raíces la semilla del Reino en los corazones de sus coterráneos. Desde aquellos modestos inicios, Jehová ha seguido bendiciendo la incontenible expansión de las buenas nuevas en ese rincón del planeta. Con justa razón se puede afirmar ahora que las Tonga se hallan entre las islas remotas del mar que se vuelven a Jehová, por decirlo así (Salmo 97:1; Isaías 51:5). Las “islas de la Amistad” son hoy día el hogar de muchos amigos de Jehová.

[Ilustración de la página 8]

Charles Vete (1983)

[Ilustración de la página 9]

Haciendo tela de tapa

[Ilustración de la página 10]

El Quest se utilizó para esparcir las buenas nuevas en las Tonga

[Ilustración de la página 11]

Equipo de traducción (Nuku’alofa)

[Reconocimientos de la página 9]

Haciendo tela de tapa: © Jack Fields/CORBIS; fondo de las págs. 8 y 9, y pesca: © Fred J. Eckert

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