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  • Anuario de los testigos de Jehová 2006
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  • Los comienzos
  • Un período de desconcierto
  • A lo largo de la línea de ferrocarril
  • Una campaña de represión
  • Los cuatro requisitos
  • Proscripción de las publicaciones
  • Se obtienen poco a poco más libertades
  • Servicio misional
  • Llegan misioneros de Galaad
  • “¡Si no es más que un niño!”
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  • Más deportaciones
  • Vuelven a entrar misioneros
  • Hacia adelante sin retroceder
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  • Explicamos nuestra postura
  • Deportaciones y una proscripción parcial
  • “Los que reparten libros”
  • Crecimiento de la sucursal
  • Dedicación y ampliación
  • Recomendamos la verdad a toda persona
Anuario de los testigos de Jehová 2006
yb06 págs. 162-255

Zambia

África, continente habitado por una décima parte de la población mundial, es como una inmensa prenda de vestir con bordados multicolores: las blancas arenas de la costa mediterránea, el dorado Sahara, los verdes bosques y el blanco de las espumosas aguas que, azotadas por el viento, rompen contra el cabo de Buena Esperanza. Por su superficie discurren el Nilo, el Níger, el Congo, el Zambeze y muchos otros ríos a modo de hilos entretejidos, y entre sus “pliegues” alberga enormes reservas de oro, cobre y piedras preciosas.

Zambia está enclavada en la meseta central africana, sabana de suaves ondulaciones que se eleva sobre la selva tropical de la cuenca del Congo. Hay quienes dicen que, sobre el mapa, parece una enorme mariposa de alas asimétricas. Su peculiar perímetro, legado de la era colonial, delimita una superficie de más de 750.000 kilómetros cuadrados, casi igual a la de Chile.

Al nordeste de Zambia se encuentra el Gran Valle del Rift, y por el oeste y el sur fluye el impetuoso río Zambeze. Este territorio permaneció prácticamente inaccesible hasta finales del siglo XIX, al menos para quienes acudieron a África a fin de apropiarse de su oro y marfil, y obtener esclavos. En 1855, el explorador David Livingstone —hijo de un escocés empleado en una fábrica textil— descubrió las imponentes cataratas Victoria y dio a conocer al mundo el territorio que se encontraba al otro lado de estas. (Los nativos las llamaban “el humo que truena”, pero Livingstone les cambió el nombre en honor de la reina Victoria de Inglaterra.)

Pronto llegaron misioneros de la cristiandad ansiosos de llevar “el cristianismo, el comercio y la civilización” hasta el mismo corazón del continente. Sin embargo, los métodos que la mayoría de ellos utilizaron desacreditaban su ministerio. En cambio, poco después llegaron algunos que, con la ayuda divina, sí demostraron ser ministros de Dios (2 Cor. 6:3-10).

Los comienzos

En 1890 ya se habían establecido en el territorio de la actual Zambia cinco sociedades misioneras. A principios del siglo XX, disgustados por el avance del comercio y el poder colonial, un número cada vez mayor de africanos buscaban guía espiritual. Por todo el continente aparecían movimientos religiosos extraños, pero también comenzó a encontrarse verdadera ayuda espiritual. En 1911 ya habían llegado a manos de personas sinceras de la actual Zambia algunos tomos de Estudios de las Escrituras. Las verdades bíblicas contenidas en aquellos libros pronto se propagaron hacia el norte, aunque no siempre por medio de quienes deseaban servir a Dios de corazón.

En 1910, Charles Taze Russell —que en aquel tiempo supervisaba la predicación del Reino— pidió a William W. Johnston, un hermano de Glasgow (Escocia) muy formal y digno de confianza, que fuera a ayudar a los hermanos de Nyasalandia (hoy Malaui). Lamentablemente, algunos de los que habían ido antes —nativos y extranjeros— tergiversaron las verdades bíblicas para promover sus propios intereses. De hecho, durante los siguientes años, una serie de supuestos predicadores y pastores fueron a Rhodesia del Norte (la actual Zambia) ofreciendo una llamativa mezcla de religión, promesas de liberación y prácticas inmundas. El hermano Johnston brindó su ayuda a los habitantes de Nyasalandia, quienes, como él dijo, “ardían en deseos de conocer en profundidad la Palabra de Dios”. En cambio, no se estaba haciendo mucho por atender personalmente a la gente que vivía en Rhodesia del Norte, al oeste de Nyasalandia. De todas formas, gracias al correo y a los trabajadores itinerantes, llegaron algunas publicaciones bíblicas a Rhodesia del Norte. En aquellos años, no obstante, la predicación del Reino se efectuaba prácticamente sin supervisión.

Un período de desconcierto

Durante los primeros años de la década de 1920 hubo bastante desconcierto. Los “movimientos Watch Tower” contribuyeron mucho a desacreditar el verdadero ministerio cristiano de los siervos de Dios. Se informaron casos de intercambio de esposas y de otras prácticas reprensibles por parte de algunos. Además de tener poco entendimiento de la verdad bíblica, estas personas se hacían pasar por amigos de los Estudiantes de la Biblia —nombre por el que se conocía entonces a los testigos de Jehová—. Pero era obvio que muchos grupos sí vivían la verdad, pues respetaban los principios bíblicos y predicaban con entusiasmo.

Lo difícil era distinguir a los que de veras querían servir a Dios. En 1924 llegaron a la sucursal de los Estudiantes de la Biblia en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) dos hermanos de Gran Bretaña: Thomas Walder y George Phillips. El hermano Walder, de poco más de 30 años, viajó por las dos Rhodesias (actualmente Zambia y Zimbabue) para determinar a quiénes se les vinculaba con el nombre Watch Tower. Al año siguiente, William Dawson, también de Europa, fue asignado a visitar los grupos que se estaban formando, y se dio cuenta de que algunos de los que se habían autoproclamado pastores estaban bautizando precipitadamente a muchísimas personas, pese a que la mayoría de ellas no entendían ni apreciaban la verdad de la Biblia. Llewelyn Phillips (sin relación de parentesco con George Phillips) escribió posteriormente: “Estaba clarísimo que la inmensa mayoría era como la gente de Nínive: ‘no sabían la diferencia entre su mano derecha y su mano izquierda’” (Jonás 4:11). Muchos eran sinceros, pero se les hacía difícil comprender la verdad porque casi no había ninguna publicación en su idioma. Por otro lado, los repetidos intentos por conseguir la aprobación del gobierno para contar con un representante permanente de los Estudiantes de la Biblia no dieron resultado. Por eso, la sucursal de Ciudad del Cabo tomó la decisión de restringir la predicación pública y los bautismos. El hermano Walder escribió una carta a los grupos de personas interesadas, no para desanimarlas de estudiar la Biblia y celebrar reuniones religiosas, sino para exhortarlas a colaborar con esta medida temporal hasta que se pudiera nombrar a un representante.

A lo largo de la línea de ferrocarril

Los nativos llevaban siglos utilizando los depósitos superficiales de cobre para fabricar herramientas y objetos decorativos. La British South Africa Company, que además de gobernar el territorio controlaba los derechos de minería, empezó a explotar las inmensas reservas subterráneas a mediados de la década de 1920. Como se necesitaban trabajadores, miles de personas se mudaron de las zonas rurales a los pueblos y ciudades que iban edificándose a lo largo de la línea de ferrocarril, la cual se pretendía en un principio que fuera desde Ciudad del Cabo hasta El Cairo.

James Luka Mwango explicó: “Las compañías —como se denominaban entonces las congregaciones— se formaban de manera muy distinta a como lo hace ahora nuestra organización. Antes de 1930, los grupos que se reunían para estudiar la Biblia eran pequeños. Algunas personas interesadas se comunicaban con la sucursal de Ciudad del Cabo y otras enviaban sus pedidos de publicaciones directamente a Brooklyn. Pero como las publicaciones estaban en inglés, a muchos les resultaba difícil entender bien la verdad”. Aunque los grupos solían ser pequeños, las personas progresaban, y su entusiasmo y determinación iba encauzándose cada vez más hacia la predicación organizada, hecho que no pasó inadvertido al clero de la cristiandad.

Una campaña de represión

Para mayo de 1935, grupos religiosos influyentes habían ejercido presión para que se modificara el código penal de Rhodesia del Norte a fin de que se considerara un delito importar y distribuir publicaciones sediciosas. Por supuesto, quienes determinan lo que es sedicioso o subversivo se dejan llevar por sus opiniones políticas o creencias religiosas. Como los hechos indicaron después, era obvio que los opositores estaban buscando un pretexto para proscribir a los testigos de Jehová.

Cuando el anuncio de que habría nuevos impuestos provocó revueltas en las comunidades mineras, los opositores aprovecharon la oportunidad para acusar a los Testigos de estar en contra del gobierno. Unos días antes, en aquel mismo mes, los Testigos habían celebrado una pequeña asamblea en Lusaka y, por lo visto, se dijo que estaba relacionada de algún modo con los disturbios que había en el norte, a más de 300 kilómetros [200 millas]. Thomson Kangale, que en aquel tiempo era un joven, recuerda: “Como veíamos que se avecinaban problemas, decidimos quedarnos practicando cánticos del Reino en lugar de salir a predicar. Sabíamos que no debíamos apoyar ninguna huelga ni acto de violencia”. A pesar de las precauciones, empezaron a arrestar a los hermanos y en muchas ciudades los obligaron a abandonar sus hogares y confiscaron o destruyeron sus publicaciones bíblicas. El gobernador decretó la proscripción de veinte de nuestras publicaciones.

Se formó una comisión investigadora para indagar todo lo relacionado con los disturbios. El jefe de policía del distrito más afectado reconoció: “Ni los testigos de Jehová ni la organización Watch Tower tuvieron nada que ver con la huelga”. Ni un solo Testigo estuvo implicado en los disturbios. Sin embargo, el libro Christians of the Copperbelt dice: “La comisión investigadora [...] admitió muchas acusaciones graves sin pruebas suficientes, [y] sobre esta base se proscribieron las publicaciones de los testigos de Jehová. En unos cuantos distritos, los jefes [tribuales] emprendieron una enérgica campaña de represión e incendiaron los lugares de reunión de la Watchtower”.

Mientras tanto, la sucursal de Ciudad del Cabo apeló repetidas veces al secretario de Estado británico para las colonias en favor de los Testigos a fin de que se les “permitiera ejercer el derecho divino de adorar a Jehová Dios según los dictados de su conciencia, sin interferencias de nadie”. También solicitó que se les permitiera abrir unas oficinas permanentes y tener un representante. Jehová bendijo aquellas gestiones, pues en marzo de 1936, el secretario de Estado aprobó la apertura de un depósito de publicaciones en Lusaka y el nombramiento de Llewelyn Phillips como el representante.

Los cuatro requisitos

La apertura del depósito de Lusaka supuso una importante victoria. Pero hasta que se pudieran presentar pruebas aceptables de que las congregaciones se supervisaban de una manera más estructurada, el gobernador se negó a aprobar el reconocimiento legal de los testigos de Jehová como organización religiosa. Durante los años siguientes, el hermano Phillips trabajó arduamente junto a hermanos fieles para ayudar y fortalecer a los Testigos sinceros y rechazar a los que promovían prácticas antibíblicas. A los precursores se les preparó en asuntos doctrinales, morales y de organización, y se les envió a ayudar a los grupos y congregaciones.

Un hermano comentó lo siguiente sobre aquella época: “El mejor año para los publicadores de Zambia fue 1940, cuando se volvieron a permitir los bautismos desde que se restringieron en 1925”.

El hermano James Mwango recuerda: “A partir de entonces, para que un estudiante de la Biblia pudiera bautizarse tenía que estudiar lo que conocíamos como los cuatro requisitos. Luego, el hermano que lo iba a bautizar u otro hermano asignado por el siervo de compañía le preguntaba lo que estos significaban. El primer requisito era oír la verdad; el segundo arrepentirse; el tercero estudiar la Palabra de Dios, y el cuarto dedicarse. Cuando el estudiante entendía bien los cuatro requisitos, podía bautizarse. Estos pasos se introdujeron para asegurarse de que quienes se bautizaban sabían lo que estaban haciendo”.

Proscripción de las publicaciones

Las autoridades, particularmente durante la segunda guerra mundial, pensaban que la neutralidad de los Testigos no era más que una forma de oponerse al reclutamiento militar por parte del gobierno. En diciembre de 1940, la lista de publicaciones proscritas se amplió para incluir todas las editadas por los testigos de Jehová. También se prohibió la importación de nuestras publicaciones. En la primavera de 1941, el gobierno notificó de manera oficial que todos los que tuvieran en su poder publicaciones de la Watch Tower debían entregarlas; de lo contrario, serían procesados y tal vez encarcelados.

Solomon Lyambela, que fue superintendente viajante y después asistió a la Escuela de Galaad, explicó: “Escondíamos publicaciones en las canoas que utilizábamos en el río Zambeze. Atábamos libros bajo las camas y hasta los escondíamos entre el maíz molido y el mijo que teníamos almacenado”.

Otro hermano dijo: “Teníamos que enterrar los libros, pero no así la Biblia Bereana que tanto valorábamos, pues no había sido proscrita. Perdimos muchos libros, unos roídos por las termitas y otros robados. Como frecuentábamos los lugares donde los teníamos enterrados, los ladrones pensaban que estábamos ocultando algo de valor material. Recuerdo que un día, cuando fui a estudiar al bosque, encontré los libros desparramados por el suelo. Los recogimos y los volvimos a enterrar en otro lugar”.

Llewelyn Phillips tuvo la valentía de presentar al gobernador una queja tocante a las publicaciones proscritas pese a que aquel mismo año ya había estado preso por negarse a hacer el servicio militar. Lamentablemente, recibió otros seis meses de sentencia. Un voluntario que sirvió temporalmente en el depósito de Lusaka dijo: “El Departamento de Investigación Criminal nos visitaba con frecuencia, y al hermano Phillips lo hacían ir muchas veces a la comisaría de policía”. De todas formas, el hermano Phillips siguió promoviendo el orden y el entusiasmo entre las congregaciones. Cuando se podía contar con hermanos capacitados, se les preparaba y enviaba como ministros viajantes, que en aquel entonces se llamaban siervos para los hermanos. Con su ayuda, en 1943 se alcanzó el máximo de 3.409 publicadores.

Se obtienen poco a poco más libertades

Después de la guerra, las sucursales de los testigos de Jehová de Gran Bretaña y Sudáfrica apelaron repetidas veces a la Oficina Colonial de Londres para que se legalizaran nuestras publicaciones. Tras recibir una petición firmada por más de cuarenta mil personas que defendían la obra educativa de los testigos de Jehová, el gobierno borró de su lista algunas de las publicaciones prohibidas. Pero la revista La Atalaya siguió proscrita.

En enero de 1948, Nathan Knorr y Milton Henschel —de la sede mundial de los testigos de Jehová, situada en Brooklyn (Nueva York)—, visitaron por primera vez el país. Tras asistir a una asamblea de cuatro días en Lusaka, se reunieron con el secretario de asuntos nativos y el procurador general, quienes les aseguraron que pronto se levantarían las restricciones que quedaban pendientes. ¡Qué alegría hubo cuando la obra del pueblo de Jehová por fin obtuvo reconocimiento legal! El 1 de septiembre de 1948 se estableció una nueva sucursal bajo el nombre de Testigos de Jehová, no de Sociedad Watch Tower. A partir de entonces, tanto las autoridades como la población en general e incluso los propios hermanos podían distinguir claramente entre los testigos de Jehová y los miembros de las sectas locales denominadas “Watch Tower”, que no guardaban relación alguna con ellos.

Durante los anteriores cuarenta años, los adversarios religiosos —que apenas se preocupaban por hacer discípulos de Cristo— se habían centrado en derribar la fe de quienes escuchaban las buenas nuevas. Pero los testigos de Jehová, a quienes se había tachado de “engañadores”, siguieron demostrando que eran ministros veraces de Dios (2 Cor. 6:8). Previendo las libertades que vendrían con la posguerra, estos adoptaron emocionantes medidas para atender el aumento que experimentarían.

Servicio misional

“Uno de los aspectos gratificantes del servicio misional es ver cómo Jehová usa a hombres y mujeres de toda clase para realizar Su propósito. También produce mucho gozo ver el aprecio de quienes reciben ayuda espiritual”, comentó Ian (John) Fergusson, que sirvió muchos años en Zambia. Los misioneros de otras religiones suelen preocuparse por las cuestiones sociales y económicas, mientras que los misioneros de los testigos de Jehová se centran en la obra de hacer discípulos cristianos. Al llevar a cabo dicha comisión divina, estos misioneros han dado prueba de que tienen “amor libre de hipocresía” (2 Cor. 6:6).

Hubo un buen grupo de hermanos que manifestaron un auténtico espíritu misional. William Johnston, por ejemplo, llegó al sur de África unos años antes de estallar la primera guerra mundial y viajó por casi toda esa región. A principios de 1921, Piet de Jager, Parry Williams y otros hermanos ya habían llegado a Salisbury (hoy Harare), capital de Rhodesia del Sur (hoy Zimbabue), país vecino de Zambia. George Phillips, Thomas Walder y William Dawson predicaron en Rhodesia del Norte a mediados de la década de 1920. Algunos hermanos de Rhodesia del Norte conocieron a los Estudiantes de la Biblia mientras trabajaban en el extranjero y decidieron regresar a su tierra natal para difundir “buenas nuevas de cosas buenas” (Rom. 10:15). Manasse Nkhoma y Oliver Kabungo aportaron mucho en aquellos tiempos. A Joseph Mulemwa, natural de Zambia, se le predicó en las minas de Wankie (hoy Hwange), en el norte de Zimbabue, y después sirvió fielmente en la parte occidental de Zambia. Fred Kabombo fue el primer superintendente viajante de aquella zona. Estos hermanos eran verdaderos precursores, pues se desplazaron hasta zonas en las que las buenas nuevas no se habían predicado todavía, o solo muy poco, y colocaron un fundamento sólido para el aumento que se produciría en el futuro.

Al aproximarse el final de la segunda guerra mundial, Charles Holliday, de Sudáfrica, aceptó la invitación de George Phillips, de la sucursal de Ciudad del Cabo, para que visitara los grupos de personas interesadas que vivían en la provincia Occidental. Acompañado por un hermano local que le hacía de intérprete, el hermano Holliday viajó en trenes madereros, en canoas y en pequeños vagones de plataforma accionados manualmente. Al llegar a Senanga, pequeña población a unos 250 kilómetros [150 millas] al norte de las cataratas Victoria, una gran multitud de personas los recibieron con entusiasmo. Algunos de los presentes habían viajado varios días para escuchar las verdades bíblicas que iba a explicar aquel visitante.

Llegan misioneros de Galaad

En 1948 llegaron a Zambia dos misioneros: Harry Arnott e Ian Fergusson, los cuales empezaron a predicar a los miles de europeos que se habían trasladado allí para efectuar trabajos relacionados con la extracción de cobre. La respuesta de la gente fue magnífica. Aquel año hubo un 61% de aumento en la cantidad de Testigos activos en el ministerio del campo.

En muchos lugares no era raro que los misioneros anotaran en una lista de espera a quienes deseaban estudiar la Biblia. La sucursal compró una furgoneta Dodge que ya tenía diez años para que dos misioneros la utilizaran en su labor de superintendentes viajantes a fin de llegar a las zonas alejadas de los centros industriales. “Fue muy útil —explica un informe de la sucursal—, aunque a veces volvía con tres ruedas o arrastrando medio chasis.”

En 1951 había seis misioneros en el país, y en diciembre de 1953 llegaron otros seis. Entre estos últimos estaban Valora y John Miles, que sirvieron en Zambia durante seis años y luego fueron trasladados a Zimbabue, y de allí a Lesotho. Con el paso de los años fueron llegando más misioneros: Joseph Hawryluk, John e Ian Renton, Eugene Kinaschuk, Paul Ondejko, Peter y Vera Palliser, Avis Morgan y otros. Todos ellos se esmeraron amorosamente por ayudar, aunque, como es natural, para ser eficientes en su servicio especial tuvieron que adaptarse y hacer sacrificios.

“¡Si no es más que un niño!”

“Estaba convencido de que había sido un error —dice Wayne Johnson al recordar lo que sintió cuando recibió su asignación de ir a Zambia tras graduarse de la clase 36 de Galaad—. Solo tenía 24 años y parecía aún más joven. Puesto que estaba aprendiendo el idioma chinyanja [llamado también chichewa], entendía lo que decían las hermanas cuando se susurraban unas a otras ‘akali mwana’ (¡Si no es más que un niño!) al verme por primera vez.” Wayne llegó al país con su compañero Earl Archibald a principios de 1962, y en la actualidad sirve de ministro viajante en Canadá acompañado de su esposa, Grace.

“Me di cuenta de que tendría que confiar plenamente en Jehová y su organización —añade él—. Quería que todos supieran que, en conformidad con Hechos 16:4, yo solo estaba transmitiendo las instrucciones y la información preparada por Jehová y su organización. También procuraba actuar de una forma que les resultara aceptable. Cuando recuerdo aquellos tiempos, todavía me parece increíble que me dieran semejante privilegio.”

¡Deportados!

Las décadas de 1960 y 1970 fueron años de cambios. De vez en cuando estallaba persecución por todo el país y, tras la independencia de Zambia en 1964, los hermanos afrontaron más y más problemas relacionados con el saludo a la bandera y el himno nacional. A finales de esa década, algunos políticos opinaban que la influencia de los misioneros minaba los objetivos del gobierno, y tomaron ciertas medidas. Un informe de la sucursal explica lo que sucedió: “A primeras horas de la mañana del 20 de enero de 1968, los superintendentes de casi todas las congregaciones de habla inglesa empezaron a llamar a la sucursal para informar que habían recibido órdenes de deportación. Y lo curioso fue que no solo las recibieron testigos de Jehová extranjeros, sino también zambianos, como George Morton e Isaac Chipungu”.

Todo ocurrió muy deprisa. A las diez de la mañana de aquel mismo día, llegaron a la sucursal unos agentes de inmigración para entregar la orden de deportación a cinco matrimonios de misioneros. “Cuando quisimos darnos cuenta —recuerda el misionero Frank Lewis—, ya los teníamos en la entrada. Habíamos decidido que si algo así sucedía, los varones misioneros de la sucursal saldríamos por la puerta trasera e iríamos a la casa de un hermano para iniciar la estrategia que teníamos planeada en caso de que se proscribiera la obra. Pero como una misionera estaba arriba gravemente enferma de malaria, no nos atrevíamos a marcharnos. No obstante, los hermanos locales insistieron en que nos fuéramos y nos prometieron que cuidarían de la hermana, de lo cual no teníamos ninguna duda.

”Qué sensación tan extraña nos dio leer en el periódico Times of Zambia que la Watchtower (así nos llamaban) había sido proscrita y que sus ‘dirigentes’ se habían ocultado. Nuestros nombres aparecían en primera plana, y también se decía que las autoridades estaban buscándonos casa por casa. Los hermanos locales que se quedaron en la sucursal manejaron la situación de maravilla y lograron trasladar los archivos y las publicaciones a diversos lugares. Al día siguiente regresamos a la sucursal para entregarnos.”

Había un policía apostado en la sucursal, y pronto llegaron órdenes de deportación para algunos misioneros y otros hermanos extranjeros. “Nosotros estuvimos entre los últimos en marcharnos —explicó el hermano Lewis—. Todavía se nos hace un nudo en la garganta cuando recordamos a un grupo de hermanas, a las que no conocíamos personalmente, que caminaron con sus hijos 25 kilómetros [16 millas] desde Kalulushi solo para despedirse de nosotros en persona y darnos la mano.”

Más deportaciones

Pasó el tiempo, y un día de 1975, la policía se presentó de sorpresa en Betel. Albert Musonda, que ahora es miembro del Comité de Sucursal de Zambia pero que en aquel entonces tenía 22 años y trabajaba en el Departamento de Contabilidad, recuerda que se notificó a los misioneros que aún quedaban que en menos de dos días debían abandonar el país.

John Jason añade: “En diciembre de 1975 recibimos una carta breve de la oficina de inmigración en la que se nos ordenaba que abandonáramos el país en las próximas treinta y seis horas”. Con la ayuda de un abogado local se presentó una apelación y se logró extender el plazo para que los misioneros pudieran recoger algunas de sus pertenencias. “Una vez concluido el plazo —continúa el hermano Jason—, tuvimos que marcharnos y dejar atrás a todas aquellas personas que tanto habíamos llegado a querer.”

Dailes, la esposa de Albert Musonda, recuerda: “Acompañamos a nuestros hermanos hasta el aeropuerto Southdown para despedirlos. John Jason fue a Kenia e Ian Fergusson a España”. ¿Qué había ocasionado aquellas deportaciones?

La asamblea de 1975 fue para muchos la gota que colmó el vaso. “Fue una de las asambleas más grandes que se celebraron durante aquel período turbulento; la asistencia total fue de más de cuarenta mil”, recuerda John Jason. Dio la coincidencia de que cerca de allí se estaba celebrando un mitin político, y algunos de los asistentes pidieron que se tomaran medidas firmes contra los testigos de Jehová debido a su neutralidad en cuestiones políticas. Además, según recuerda el hermano Jason, llegó a decirse que a aquella reunión había ido poca gente por culpa de la asamblea de los testigos de Jehová.

Vuelven a entrar misioneros

Pasaron diez años antes de que se volviera a permitir la entrada de misioneros en Zambia. La década de 1980 fue un período de mayor estabilidad política y de menos restricciones. En 1986 llegaron al país Edward Finch y su esposa, Linda, procedentes de Gambia. Posteriormente llegaron también Alfred y Helen Kyhe, y Dietmar y Sabine Schmidt, entre otros.

En septiembre de 1987 entraron en Zambia vía Sudáfrica Dayrell y Susanne Sharp, procedentes de Zaire (la actual República Democrática del Congo). Se habían graduado de Galaad en 1969, y el hermano Sharp había servido de superintendente viajante por todo el Congo acompañado de su esposa, así que ambos conocían bien cómo era la vida en África central. Él es un hombre robusto que lleva ya más de cuarenta años en el servicio especial de tiempo completo. “Durante muchos años, nuestro hogar misional estaba en Lubumbashi, cerca de la frontera, y cruzábamos a menudo a Zambia”, explica.

Susanne también guarda vívidos recuerdos de aquella época. “Debido a la escasez de alimento que había en el Congo durante los primeros años de la década de 1970, teníamos que ir a Zambia cada pocos meses para comprar comida —cuenta—. Entonces, a principios de 1987, el Cuerpo Gobernante nos pidió que nos marcháramos del Congo y fuéramos a una nueva asignación. ¿Adónde? ¡A Zambia!” Los Sharp se alegraron de trasladarse a un país donde los hermanos estaban recibiendo mayor libertad religiosa, pues en el Congo, su actividad se veía cada vez más restringida.

Pero había que hacer algunos cambios tanto en la sucursal como en el ministerio del campo. Debido a la proscripción parcial que se había impuesto a la predicación pública, la mayoría de los hermanos solo conducían estudios bíblicos. Muchos publicadores no estaban acostumbrados a predicar abiertamente de casa en casa y les costaba mucho hacerlo. Pero como la predicación de casa en casa es una faceta fundamental del ministerio público de los testigos de Jehová, se animó a los hermanos a no retraerse, en especial dado que la situación del país era menos tensa y la policía apenas se fijaba en nuestras actividades.

Hacia adelante sin retroceder

Al Comité de Sucursal le preocupaba el hecho de que no hubiera habido aumento durante la década de 1970. Por un lado, la predicación de casa en casa estaba proscrita, y por otro, las tradiciones de la zona influían en que a los padres se les hiciera difícil enseñar la Biblia a sus hijos. De ahí que muchos dejaban que sus hijos estudiaran con otros publicadores mientras ellos daban clases de la Biblia a niños que no eran hijos suyos. Había llegado el momento de tomar decisiones drásticas. Durante los siguientes años se animó a los publicadores a abandonar las tradiciones y prácticas antibíblicas. Las congregaciones empezaron a responder y se observó la bendición de Jehová a medida que los hermanos se esforzaban por poner su vida en armonía con los principios bíblicos y con toda la hermandad mundial.

En los cinco años posteriores a las deportaciones de 1975, la cantidad de publicadores descendió casi un once por ciento. En cambio, en los cinco años posteriores a la nueva llegada de misioneros en 1986, el máximo de publicadores aumentó más del cincuenta por ciento. Desde aquel año, el número de publicadores activos ha aumentado a más del doble.

Silas Chivweka, anterior superintendente viajante, escribió lo siguiente en una carta dirigida a la sucursal: “A partir de la década de 1950, los misioneros graduados de Galaad ayudaron a muchos hermanos a progresar hacia la madurez. Fueron muy pacientes, comprensivos y bondadosos. Al mantenerse cerca de los publicadores, pudieron ver las cosas que requerían corrección”. La ayuda amorosa y sincera de los misioneros continúa fomentando el crecimiento hasta el día de hoy.

La palabra impresa

Hoy día, los testigos de Jehová demostramos que somos ministros de Dios de la misma manera que Pablo y sus compañeros: usando “las armas de la justicia a diestra y a siniestra” (2 Cor. 6:7). Estas “armas de la justicia” son los medios que utilizamos en nuestra guerra espiritual para promover la adoración verdadera.

Al principio, nuestras publicaciones solo estaban disponibles en inglés. Aunque en 1909 ya hubo algunas personas del sur de África que se suscribieron a The Watch Tower, las verdades bíblicas se propagaban mayormente por la palabra hablada. Un hermano de aquella época explicó: “Todas las aldeas tienen un [lugar de reunión] para escuchar asuntos de interés público. El hermano itinerante lee los párrafos en inglés y los traduce de manera entendible a la lengua vernácula de la gente. También responde a las preguntas que se plantean”. Como es natural, la exactitud de las verdades transmitidas dependía mucho de la aptitud y los motivos de quienes traducían. De modo que, para promover la unidad y el conocimiento exacto entre las personas interesadas, hacía falta recibir con regularidad publicaciones bíblicas confiables en el idioma de la gente.

Publicaciones en lenguas vernáculas

A principios de la década de 1930 se publicaron en chinyanja el libro El Arpa de Dios y algunos folletos. Para 1934, el reducido número de publicadores activos había distribuido ya más de once mil publicaciones. Molestos por toda esta actividad, los que se oponían a nuestra obra acabaron “forjando penoso afán mediante decreto” y consiguieron que se proscribieran nuestras publicaciones (Sal. 94:20). Pero a finales de 1949, cuando ya se había levantado la proscripción de La Atalaya, se empezó a mimeografiar una edición mensual de la revista en cibemba y a enviarla por correo a los suscriptores.

Jonas Manjoni describe el trabajo que realizaba en la producción de La Atalaya a principios de la década de 1950. “Era el único que traducía al cibemba —recuerda—. Recibía el texto en inglés, lo traducía y lo corregía. Luego lo mecanografiaba sobre un cliché con el que después sacaba copias. Me tomaba mucho tiempo; a veces se necesitaban siete mil copias de cada número. Montaba todas las revistas a mano, las grapaba, las enrollaba por grupos, les pegaba los sellos y las llevaba a la oficina de correos en cajas de cartón para enviarlas a las congregaciones: muchísimo trabajo.”

Pese a la limitada tecnología de aquellos tiempos, los que participaban en la traducción manifestaron una gran dedicación, pues reconocían la importancia de su labor. Además de visitar las congregaciones como superintendente viajante, James Mwango escribía a mano sus traducciones, casi siempre a la luz de una vela. “Nunca me sentí demasiado cansado para hacerlo —dijo—. Me satisfacía saber que mi trabajo permitía suministrar alimento espiritual a mis hermanos y que los ayudaba a madurar.”

“Intercambiar manos”

Para transmitir adecuadamente la verdad, hace falta que el traductor conozca bien su propio idioma y, además, que entienda con claridad el texto inglés. Aaron Mapulanga explicó: “Al traducir, se encuentran expresiones que denotan algo muy distinto de lo que las palabras en sí significan. Recuerdo que en una publicación se hablaba de que Elías transfirió su asignación de profeta a Eliseo, y nos aparecía la expresión ‘to change hands’ (modismo inglés que significa “cambiar de dueño”). Un hermano la tradujo literalmente por ‘intercambiar manos’, pero yo tenía mis dudas de que significara eso. Después de consultarlo con otros hermanos, logramos captar su verdadero significado. También recuerdo que se nos aconsejó que no tradujéramos palabra por palabra, pues el texto traducido sonaría a inglés. Hicimos todo lo posible por seguir ese consejo y por construir las oraciones de la manera más natural en el idioma al que traducíamos”.

Ayuda técnica

Desde 1986, un buen número de sucursales cuenta con el sistema MEPS (acrónimo inglés para Sistema Electrónico de Fotocomposición Plurilingüe), el cual ha ayudado en gran manera a acelerar la traducción, corrección y composición del texto. En los últimos años se ha venido utilizando mucho el programa Watchtower Translation System (Sistema de Traducción Watchtower) y otros programas informáticos que facilitan la traducción. Actualmente hay equipos de traductores para varios de los idiomas principales de Zambia, lo que permite disponer de publicaciones bíblicas que la mayoría de los zambianos pueden comprender. La Traducción del Nuevo Mundo y otras “armas de la justicia” seguirán contribuyendo a que se ayude a las personas de buen corazón a llegar a conocer a Jehová (2 Cor. 6:7).

Ayuda para los refugiados

En África hay muchas personas que viven felices y en paz. Pero, lamentablemente, cada vez son más los que se ven afectados por la guerra. De la noche a la mañana, los vecinos se convierten en enemigos, seres inocentes tienen que huir de sus hogares, y poblaciones enteras son arrasadas. En la actualidad hay millones de refugiados que, llevando consigo escasos bienes materiales, buscan seguridad donde la hallen.

En marzo de 1999, miles de habitantes de la República Democrática del Congo entraron en avalancha a Zambia huyendo de la guerra. Como suele suceder en los conflictos armados, en aquel país las tropas saqueaban todo lo que hallaban a su paso, a la vez que obligaban a los hombres a transportar cargas pesadas y maltrataban a las mujeres y los niños. Como los testigos de Jehová se negaban a transportar armas, muchos de ellos fueron víctimas de humillaciones y palizas brutales. Katatu Songa, un precursor regular muy fiel de cincuenta y tantos años, recuerda: “Hicieron que me tendiera en el suelo delante de mujeres y niños, y me dieron latigazos hasta dejarme inconsciente”.

Para evitar esos maltratos, muchas familias huyeron. Mientras corrían por el bosque para escapar, a Mapengo Kitambo se le perdieron sus hijos. “No podíamos detenernos a buscar a nadie —explica—. Debíamos seguir adelante, aunque estábamos angustiados por nuestros seres queridos.” Muchos recorrieron a pie o en bicicleta centenares de kilómetros hasta llegar a un lugar seguro.

La pequeña población de Kaputa se inundó de refugiados. Entre ellos había cerca de cinco mil hermanos y familiares suyos, exhaustos por el largo y duro viaje. Los 200 publicadores del Reino que vivían en el pueblo ofrecieron hospitalidad cristiana con mucho gusto a sus hermanos, a pesar de que no estaban preparados para recibir a los refugiados. Uno de estos, Manda Ntompa, recuerda: “El amor y la hospitalidad que nos mostraron nos llegó al corazón. Al saber que éramos testigos de Jehová, los hermanos del lugar nos abrieron sus casas. Como la viuda de Sarepta, deseaban compartir con nosotros lo poquito que tenían”.

Cerca de la orilla del lago Mweru, en el norte, un grupito de Testigos atendió a centenares de refugiados, proporcionándoles organizadamente alimento y cobijo. Además, las congregaciones cercanas suministraron mandioca (o yuca) y pescado. Por fin, al cabo de tres meses, los Testigos congoleños fueron inscritos y trasladados a un campo de refugiados.

Por lo general, quienes huyen apresuradamente de conflictos violentos tienen que dejar atrás sus bienes más preciados, por lo que raras veces se llevan consigo libros y revistas. Algunos siervos de Dios, en cambio, pese a verse en esa situación, lograron llevarse sus publicaciones. Aun así, las biblias y las publicaciones bíblicas escaseaban. Por ejemplo, era común que en una reunión con 150 asistentes solo hubiera cinco libros. ¿Cómo se las arreglaban? Un hermano explica: “Los que tenían Biblia buscaban los textos, y los que no tenían, escuchaban con mucha atención. De modo que todos podían participar con sus comentarios y así alabar a Jehová y animarse unos a otros”.

Se atienden las necesidades materiales

La mayoría de los refugiados son mujeres y niños, quienes suelen llegar mal de salud y sin nada que comer. ¿Cómo les han ayudado los testigos de Jehová? El periódico Times of Zambia publicó lo siguiente: “Es loable que la Asociación de los Testigos de Jehová de Zambia haya enviado voluntarios y brigadas de socorro al antiguo Zaire con el objetivo de aliviar la carga de los refugiados en la zona de los Grandes Lagos africanos”. El artículo explicaba que Testigos de Bélgica, Francia y Suiza habían “enviado a los refugiados 500 kilogramos de medicamentos, 10 toneladas de suplementos vitamínicos, 20 toneladas de comida, más de 90 toneladas de ropa, 18.500 pares de zapatos y 1.000 mantas [frazadas]. Todo ello por valor de casi un millón de dólares”.

El hermano Ntompa explica: “El día que llegaron los suministros, todos estábamos muy emocionados, y nuestra fe se fortaleció. ¡Qué organización tan humanitaria la nuestra! Aquella gran manifestación de amor hizo que muchos de los familiares no creyentes de nuestros hermanos cambiaran de actitud. Desde entonces, algunos se han unido a nosotros y están progresando bien como adoradores de Dios”. Los suministros se donaron a todos los refugiados, sin discriminación.

A finales de 1999 había ya en el país más de doscientos mil desplazados. Un periódico local señaló: “Zambia se ha convertido en uno de los mayores países de asilo para los refugiados africanos que huyen de los conflictos”. Pese a las iniciativas oficiales para satisfacer las necesidades de los refugiados, la frustración y el descontento de estos han desatado protestas violentas. Tras un alboroto, las autoridades del campo acusaron al superintendente de circuito de no haberles ayudado a mantener el orden, aunque los testigos de Jehová no habían participado en los disturbios. Amable, pero firmemente, el hermano respondió: “¡Claro que les he ayudado! ¿Pueden imaginarse cuánto habrían empeorado las cosas si se hubieran añadido a la turba 5.000 personas? Den gracias de que por lo menos 5.000 refugiados no participaron en el alboroto por ser Testigos. ¡Son hermanos míos!”.

Se reconoce que los testigos de Jehová son una influencia estabilizadora en la comunidad de refugiados. Un funcionario del gobierno comentó: “Como se decía que los testigos de Jehová son muy religiosos, a muchos de ellos los nombramos supervisores de sección. Con su ayuda, desde entonces hay calma en el campo de refugiados y todos se concentran en leer la Biblia. Doy gracias a Dios de que esas personas continúen con nosotros y de que reine la paz en el campo”.

Obedecen la prohibición divina de la sangre

Aunque se ha visto desde hace tiempo que el mandato bíblico de seguir “absteniéndose [...] de sangre” es juicioso, en el África subsahariana existen muchos prejuicios y malentendidos tocante a la atención médica sin sangre (Hech. 15:28, 29). Lamentablemente, los testigos de Jehová han recibido a menudo un trato cruel y humillante. Ha habido bastantes casos de niños hospitalizados que, de noche y sin que los padres lo supieran, les administraron sangre.

Michael, niño de seis años que estaba al cuidado de su abuela, Jenala Mukusao, ingresó en el hospital con una anemia grave. Los médicos mandaron que se le transfundiera sangre. Como la hermana Mukusao no dio su consentimiento, fue objeto de intimidaciones e insultos durante cuatro días. “Les suplicaba y les mostraba mi tarjeta Directriz médica —explicó la hermana—, pero no querían escuchar. Las enfermeras me acusaban de bruja y de querer matar a mi nieto.”

En vista de la hostilidad con que se les trataba, algunos no se atrevían a ir al hospital. Muchos médicos se negaban a respetar el derecho del paciente al consentimiento informado. Los pocos que estaban dispuestos a ayudar se exponían a duras críticas e incluso a que la comunidad médica los marginara por practicar lo que para muchos era medicina no convencional. La deficiente infraestructura y la limitada disponibilidad de alternativas a la sangre constituían otro gran problema. No obstante, en 1989, el médico jefe de la industria de la extracción del cobre dijo: “No se deberían administrar transfusiones de sangre contra la voluntad del paciente”. Era obvio que la mentalidad de algunos profesionales de la medicina se estaba abriendo.

El impacto de los comités de enlace

En 1995 se formó en Zambia el Departamento de Servicios de Información sobre Hospitales y una serie de Comités de Enlace con los Hospitales. Pocos podían prever entonces el profundo impacto que estos tendrían en la actitud de la comunidad médica hacia los tratamientos sin sangre y los derechos de los pacientes. Parte del trabajo de estos comités consiste en visitar hospitales, entrevistar a médicos y hacer presentaciones a los profesionales de la salud, todo con el objetivo de fomentar la colaboración y evitar confrontaciones. El nivel de profesionalidad de tales presentaciones impresionó al personal médico. En un hospital del sur del país, uno de los asistentes se sintió impulsado a decir a los hermanos: “Ustedes son médicos, lo que pasa es que no quieren admitirlo”.

Un doctor holandés que trabajaba en un hospital de distrito del oeste de Zambia dijo: “Hace dos semanas estábamos examinando maneras de minimizar el uso de la sangre debido a los peligros que esta conlleva. Hoy nos han hablado del asunto unos expertos en la materia”. Al poco tiempo, los profesionales de la medicina que asistían a las presentaciones de los comités de enlace empezaron a recomendar a sus colegas que ellos también asistieran. El programa obtuvo reconocimiento entre la comunidad médica, y las confrontaciones fueron disminuyendo y dando paso a un espíritu de colaboración.

Algunos miembros de los comités de enlace tuvieron que vencer sus sentimientos de ineptitud al dirigirse a los médicos, ya que, por años, a estos se les había visto casi como dioses. El hermano Smart Phiri, que fue presidente del comité de Lusaka, recuerda: “Yo no tenía ninguna preparación médica y me sentía muy inseguro de mí mismo”.

Con el tiempo, no obstante, la perseverancia y la confianza en Jehová se vieron recompensadas. Otro miembro de un comité recuerda una de sus primeras visitas: “Fuimos tres hermanos a ver a un doctor muy influyente que había sido ministro de Salud, por lo que estábamos muy nerviosos. En el pasillo, frente a su consultorio, oramos a Jehová y le pedimos su ayuda para poder expresarnos sin temor. Cuando entramos, tuvimos una buena conversación, y el doctor fue sumamente colaborador. Me di cuenta de que teníamos el respaldo de Jehová y por lo tanto no había razón para temer”.

El hecho de que los médicos estén dispuestos a aceptar casos difíciles que unos años atrás no habrían aceptado sin la opción de transfundir sangre es muestra de la creciente colaboración entre los comités de enlace y la comunidad médica. En octubre del año 2000, dos cirujanos se atrevieron a operar a una niña de seis meses llamada Beatrice, de la República Democrática del Congo. Aunque la operación de atresia biliar salió bien y se realizó sin sangre, se dio mucha publicidad negativa al caso.

Pero gracias a unas declaraciones a la prensa del profesor Lupando Munkonge, jefe del equipo que realizó la operación, la situación cambió. Sus palabras neutralizaron bastante las críticas de los medios de comunicación, pues indicaban claramente que él respetaba la postura de los padres de Beatrice. Dos meses después, en un documental de televisión sobre el caso se habló de manera favorable sobre nuestra postura tocante a la cuestión de la medicina y cirugía sin sangre.

“Háganlo deprisa”

Pocos médicos continúan mostrándose escépticos ante la postura que los Testigos adoptan por conciencia respecto a la sangre. Hasta en los sectores rurales de África, la mayoría ha llegado a reconocer que las estrategias alternativas son seguras, sencillas y eficaces. Por otra parte, un buen número de pacientes han aprendido a defender sus derechos sin miedo. Para ello han tenido que estudiar cuestiones importantes y aprender a expresar los dictados de su conciencia.

Hasta los niños han recibido “la lengua de los enseñados” (Isa. 50:4). Nathan, un niño de ocho años que padecía osteomielitis del fémur izquierdo, dijo lo siguiente a un equipo de médicos: “Por favor, cuando me operen, háganlo deprisa para que no pierda mucha sangre. No me pongan transfusiones, porque si lo hacen, mis padres y Jehová no se lo perdonarán”. Después de la operación, un miembro del equipo quirúrgico encomió a los padres de Nathan por la educación que le estaban dando a su hijo, y modestamente reconoció: “Es la primera vez que un paciente tan joven me recuerda la importancia de respetar a Dios”.

“Nos recomendamos como ministros de Dios [...] por noches sin dormir”, dijo el apóstol Pablo. Cuando los siervos de Dios se desvelan, con frecuencia se debe a que están preocupados por sus hermanos en la fe y por el adelanto de la adoración verdadera (2 Cor. 6:3-5). Y eso es lo que les sucede a menudo a los miembros de los comités de enlace. Sin embargo, su abnegación no pasa desapercibida. Una hermana dijo: “No tengo palabras para expresar mi agradecimiento. Es alentador y consolador ver lo sacrificados que son los hermanos del Comité de Enlace con los Hospitales: vinieron inmediatamente en mi ayuda y pude contar con ellos a todas horas. Cuando entré en el quirófano por segunda vez en menos de veinticuatro horas, me sentía tranquila. Las animadoras palabras de aquellos hermanos me habían fortalecido mucho”. Sí, pese a los ‘malos informes’, los testigos de Jehová han seguido recomendándose como ministros de Dios por su espíritu de colaboración al tratar con la comunidad médica (2 Cor. 6:8). Y, alentados por los ‘buenos informes’, están decididos a continuar obedeciendo el mandato divino de seguir “absteniéndose [...] de sangre”.

La Escuela de Entrenamiento Ministerial

“En muchos países, la gente puede mirar con recelo a un grupo de unos veinticinco hombres jóvenes por considerarlos una fuente potencial de problemas —comenta Cyrus Nyangu, miembro del Comité de Sucursal de Zambia—. No obstante, las 31 clases de la Escuela de Entrenamiento Ministerial han capacitado a grupos de cristianos dedicados y enérgicos, los cuales han demostrado ser una verdadera bendición para las comunidades en las que sirven.” Más de seiscientos graduados de esta escuela internacional sirven en diversas facetas del servicio de tiempo completo en los seis países del sur de África. En Zambia, más de la mitad de los superintendentes viajantes son graduados de esa escuela. ¿Por qué es necesario este curso, y qué cometido cumple?

Desde la graduación de la primera clase, en 1993, ha habido casi un sesenta por ciento de aumento en la cantidad de publicadores activos en el país. Pero todavía se necesitan hombres capacitados para atender las congregaciones, especialmente en vista de que existe una fuerte presión social para que se sigan las tradiciones y costumbres que van en contra de los principios bíblicos. Un graduado subrayó así la necesidad de contar con hombres capacitados para pastorear y enseñar: “Un problema que tenemos en nuestro territorio es que se tiende a tolerar la mala conducta. He aprendido que debemos defender con firmeza lo que es recto y no ir más allá de lo que está escrito”.

Al comenzar el curso, los estudiantes no están acostumbrados a estudiar tanta variedad de información ni tan a fondo. Pero los instructores los ayudan con gusto. Uno de ellos, Sarel Hart, dijo: “Para mí, enseñar a los estudiantes es comparable a llevar a un grupo de excursión por un sendero de montaña. Al principio, todo les es desconocido y no les resulta fácil acostumbrarse a un entorno nuevo y sobrecogedor. A veces encuentran rocas que les obstruyen el paso. Pero cuando vencen los obstáculos y siguen adelante, las barreras que antes consideraban insalvables ahora les parecen insignificantes”.

Muchos dicen que el progreso espiritual que han hecho gracias a la escuela es como una metamorfosis. Elad, que ahora es precursor especial, explica: “Antes no me veía preparado para enseñar y pensaba que era demasiado joven para aceptar más responsabilidades en la congregación. La escuela me hizo comprender que sí podía ayudar. En la primera congregación a la que se me asignó había dieciséis publicadores, y todos tenían dificultades para conducir estudios bíblicos progresivos. Por eso, antes de salir al ministerio, repasábamos sugerencias y practicábamos presentaciones. Para el año 2001, la congregación ya contaba con 60 publicadores, 20 de ellos en un grupo aislado”.

Cómo se mide el éxito

¿Qué factores contribuyen al éxito de la Escuela de Entrenamiento Ministerial? Richard Frudd, uno de los instructores, explica: “Recalcamos mucho la importancia de ser humildes en todo momento, de no pensar más de uno mismo de lo que es necesario pensar. Queremos que los hermanos reflejen madurez y compasión, y que tengan la capacidad de tratar problemas difíciles sin perder la sonrisa. Consideramos que la escuela ha cumplido su objetivo si tratan bondadosamente a los demás y les muestran que lo que desean es servirles, no que les sirvan”.

Los estudiantes reconocen que así es. Emmanuel, graduado de la clase 14, comentó: “Ser asignados a una congregación no significa que debamos apresurarnos a corregir hasta el último detalle. Hemos de concentrarnos más bien en colaborar con la congregación en la obra más importante, la predicación de las buenas nuevas”.

Un precursor llamado Moses se expresó así: “He llegado a comprender que Jehová puede emplear a cualquier persona humilde, y que no siempre es el conocimiento y la experiencia lo que importa. Lo que a Jehová le importa es que amemos a los hermanos de la congregación y a las personas del territorio, y que seamos colaboradores”.

Asambleas

Las fiestas precristianas de la nación de Israel y sus ‘convocaciones santas’ eran ocasiones alegres que permitían a los presentes centrarse en asuntos espirituales (Lev. 23:21; Deu. 16:13-15). Lo mismo puede decirse de las asambleas que el pueblo de Dios celebra en nuestros días. En Zambia, las asambleas de distrito no se llevan a cabo en modernos y relucientes complejos deportivos. Más bien, los hermanos construyen lo que ellos mismos llaman pueblos de asambleas, que cuentan con pequeñas cabañas para dormir.

Con el tiempo se han ido edificando estructuras más permanentes en dichos lugares, pero en aquellos primeros años había que improvisar mucho. Un superintendente de distrito recuerda: “Para las asambleas de circuito, los hermanos hacían una cabaña para mí, por lo general de paja. Luego rodeaban con una cerca la zona de los asientos, los cuales eran montones de tierra con un ‘cojín’ de paja encima. A veces nivelaban la parte superior de un termitero inactivo para hacer la plataforma, y sobre ella levantaban una pequeña caseta para los oradores”.

Un misionero llamado Peter Palliser relató: “En una de las asambleas, los hermanos dijeron que les gustaría tener una plataforma elevada. Uno de ellos, que sabía cómo usar explosivos, preparó la zona y voló la parte superior de un hormiguero abandonado de seis metros [20 pies] de altura, dejando un montículo sobre el que construimos la plataforma”.

Sacrificios para asistir

Casi todas las asambleas de distrito se celebraban en lugares de difícil acceso, lejos de las carreteras principales. Robinson Shamuluma recuerda una asamblea a la que asistió en 1959: “Unos quince fuimos en bicicleta hasta Kabwe, en la provincia Central. Para comer, llevábamos harina de maíz y pescado seco, y por las noches dormíamos en el bosque. En Kabwe tomamos un tren, y por fin llegamos a la asamblea después de casi cuatro días de viaje”.

Lamp Chisenga no olvida a un hermano que recorrió unos 130 kilómetros a pie y en bicicleta con sus seis hijos a fin de asistir a una asamblea de distrito. “Para el viaje —relata el hermano Chisenga— llevaron mandioca (yuca) asada, maní y mantequilla de maní. Muchas veces tuvieron que acampar a la intemperie en el bosque.”

Mientras servía de superintendente de distrito, a Wayne Johnson le llamaron la atención los sacrificios que muchos hermanos hacían para asistir. A este respecto, comentó lo siguiente: “Un precursor especial pedaleó casi una semana para ir a una asamblea. Otros viajaban en la parte trasera de un camión. Muchos llegaban con bastante antelación, a comienzos de la semana de la asamblea de circuito o distrito. Por las noches encendían hogueras, se sentaban alrededor de ellas y cantaban. En ocasiones salíamos tantos a predicar, que esa semana visitábamos tres veces todo el territorio.”

Asisten a pesar de la oposición

Las asambleas siguen fortaleciendo y animando a los hermanos, y en la actualidad son objeto de mucha publicidad favorable. Pero en períodos de cambios políticos, sobre todo durante las décadas de 1960 y 1970, este tipo de reuniones se veían con recelo. Hubo miembros del gobierno que trataron por todos los medios de estorbar nuestra adoración a Jehová. De hecho, debido a nuestra negativa a cantar el himno nacional, la policía no concedió los permisos necesarios para celebrar reuniones públicas. Posteriormente se restringió el número de asistentes. “El año 1974 fue el último en que los testigos de Jehová se reunieron en espacios abiertos —recuerda Darlington Sefuka—. El ministro del Interior anunció que no se podría celebrar ninguna reunión pública a menos que se cantara el himno nacional y se izara la bandera.” Sin embargo, a los hermanos se les permitió congregarse en los Salones del Reino, dentro de recintos delimitados por cercas de paja. En estas circunstancias, la sucursal dispuso que el programa de las asambleas de circuito se presentara en los Salones del Reino, a menudo con solo una o dos congregaciones presentes.

Las asambleas de distrito también se celebraban en pequeña escala. “En vez de una asamblea de distrito grande, teníamos veinte pequeñas —señala un hermano que colaboró en la organización de tales reuniones—. Esto implicó preparar a muchos hermanos para que intervinieran en el programa y atendieran los departamentos, de modo que cuando se levantó la proscripción, pudimos contar con muchos hombres experimentados que sabían organizar asambleas de circuito y distrito.”

Bautismos

Desde principios de la década de 1940 se procuró que quienes fueran a bautizarse comprendieran bien la importancia de ese paso. A algunos no les resultó fácil abandonar por completo “Babilonia la Grande” y las prácticas religiosas falsas (Rev. 18:2, 4). Para agravar el problema, relativamente pocos sabían leer, y muchas congregaciones no recibían suficientes publicaciones para el estudio de la Biblia. Debido a ello, los superintendentes de circuito y distrito entrevistaban a todos los candidatos para comprobar si reunían los requisitos para el bautismo. Geoffrey Wheeler, graduado de la clase 33 de Galaad, explica: “Nos fijábamos en si los bebés de las madres que deseaban bautizarse llevaban amuletos. Como había tantos candidatos, durante toda la semana de la asamblea era raro que nos fuéramos a dormir antes de la medianoche”. Con el tiempo, tales entrevistas dejaron de ser tan necesarias. Esto se debió, en buena medida, a la ayuda bondadosa que los ancianos recibieron de los superintendentes viajantes, a la ayuda de publicaciones posteriores —como el libro “Tu palabra es una lámpara para mi pie”— y a otras mejoras en la organización.

Miedo al público

Los dramas bíblicos con vestuario de época siguen siendo uno de los aspectos más populares de las asambleas de distrito. Todos los participantes se toman muy en serio la responsabilidad de transmitir las emociones del personaje, y los zambianos precisamente se distinguen por su expresividad. Frank Lewis, quien fue misionero y ahora es miembro de la familia Betel de Estados Unidos, recuerda: “Al principio, los dramas no venían grabados, así que los hermanos tenían que aprenderse su papel de memoria. Me acuerdo del primer drama que representamos, que trataba sobre José y se presentó en una asamblea celebrada en la provincia Septentrional. Pues bien, como el servicio postal era lento y los hermanos no habían recibido el guión, tuvimos que trabajar hasta bien entrada la noche para que memorizaran lo que debían decir. Durante la representación frente al auditorio llegamos a la escena en la que la esposa de Potifar le decía gritando a su esposo que José había intentado violarla. En ese momento, el hermano que hacía de Potifar se puso nervioso y, presa del miedo, salió del escenario. Yo estaba detrás haciendo de apuntador y lo vi salir, así que le recordé a toda prisa las primeras frases de su intervención y lo empujé de vuelta al escenario. ¡Entonces, con gran entereza, pronunció sus palabras de desprecio por el hombre acusado de querer violar a su esposa! Aunque aquello estuvo a punto de convertirse en un contratiempo, siempre que leo el relato bíblico me da por pensar: ‘Quizás sucedió así en la realidad. Quizás Potifar salió furioso de la habitación, recobró la serenidad y luego regresó para condenar a José’”.

En 1978, tras cuatro años de restricciones en el tamaño de las asambleas, la situación había mejorado. Ese mismo año, la asamblea de distrito “Fe Victoriosa” planteó un singular desafío. Un hermano que fue superintendente viajante explica cuál fue: “En aquella ocasión representamos todos los dramas que no habíamos podido representar cuando solo se nos permitía reunirnos en los Salones del Reino. La asamblea duró cinco días y hubo cinco dramas, uno cada día. ¡Nos pusimos al corriente con todos los que nos habíamos perdido! Fue magnífico, pero sumamente agotador para el representante de Betel, pues tuvo que supervisar todos los dramas”.

Un miembro del Comité de Sucursal comentó: “Puedo afirmar que nunca he asistido a asambleas más entrañables. Por las mañanas, las familias salen de sus pequeñas cabañas, todos bien limpios y arreglados, pues quieren presentarse ante Jehová luciendo lo mejor posible. Por lo general se sientan al sol, pues no hay asientos a la sombra. Aun así, se quedan allí todo el día, absortos en el programa. Es algo hermoso de contemplar”. Los testigos de Jehová consideran sus reuniones una parte esencial de su adoración (Heb. 10:24, 25). Estén o no “apesadumbrados” por problemas personales o por oposición religiosa, saben que asistir a las asambleas es una razón para sentirse “siempre regocijados” (2 Cor. 6:10).

La construcción de Salones del Reino

“Con esta carta autorizo a la congregación que se menciona arriba a poseer un terreno. Esta es una propiedad permanente, y les he concedido un plazo de ciento cincuenta años. Nadie habrá de molestarlos hasta el Paraíso.”—Jefe Kalilele.

Desde principios del siglo pasado, los amantes de la verdad del sur de África reconocieron la necesidad de congregarse para adorar a Dios. Alrededor de 1910, William Johnston informó que varios grupos que aumentaban a buen ritmo construyeron con materiales tradicionales sus lugares de reunión, algunos de los cuales tenían capacidad para 600 personas. Muchos anhelaban contar con edificaciones adecuadas, pero no todos se sentían así. Holland Mushimba, quien aprendió la verdad a principios de la década de 1930, recuerda: “Aunque se nos animaba a congregarnos, se hacía poco hincapié en poseer lugares de reunión fijos. Nos juntábamos en cualquier sitio conveniente, ya fuera a la sombra de un árbol grande o en el patio de la casa de algún hermano. Basándose en Lucas 9:58, había quienes razonaban: “Ni siquiera Jesús tenía un sitio permanente donde reunirse, así que ¿por qué preocuparnos por construir uno nosotros?”.

Antes de 1950, la mayoría de los lugares de reunión eran sencillos y endebles, hechos de tablas y adobe. En la ajetreada región de Copperbelt, Ian Fergusson convenció al administrador de una mina para que destinara una parcela a la construcción de un lugar de reunión, y en 1950 se levantó en Wusikili el primer Salón del Reino. Tuvo que pasar una década antes de que los hermanos contaran con planos de construcción estándares. El primer salón edificado con dichos planos resultó ser un bonito edificio de techo plano que costó unas 12.000 kwachas zambianas. Aunque supuso una cantidad considerable en aquella época, en la actual economía azotada por la inflación equivale a poco menos de tres dólares.

Debido a su negativa a comprar las tarjetas del partido, los Testigos siguieron siendo blanco de brotes de violencia desatados por militantes patrióticos. Sus lugares de reunión fueron pasto de las llamas, de modo que, alarmados ante la posibilidad de más ataques, algunos hermanos pensaron que era mejor reunirse al aire libre en vez de edificar. A principios de la década de 1970 aumentaron las restricciones, y cada vez se hizo más difícil obtener terrenos. Pese a que todos sabían que los testigos de Jehová no apoyaban ningún partido político, las autoridades de algunas zonas insistían en que toda solicitud fuera acompañada de las tarjetas de afiliación.

Wiston Sinkala recuerda: “Si apenas podíamos conseguir una parcela, obtener los permisos de construcción era aún más difícil. Cuando le decíamos al ayuntamiento que acudiríamos a los tribunales, se reían de nosotros. Sin embargo, encontramos un buen abogado, y al cabo de dos años, el tribunal falló a nuestro favor y ordenó al ayuntamiento que nos cediera los terrenos necesarios. Aquella decisión abrió la puerta a mayores libertades”.

El caballo negro

Era raro que a las congregaciones se les concedieran terrenos con títulos de propiedad. Muchas veces los hermanos encontraban parcelas sin urbanizar, pero como no tenían los documentos apropiados, no podían construir estructuras permanentes. Como los materiales eran caros, muchos utilizaban planchas de metal o barriles de combustible abiertos y los clavaban a un armazón de madera. Un anciano comentó acerca de una de estas construcciones: “Habíamos revestido las planchas de metal con alquitrán, y desde lejos el salón parecía un enorme caballo negro. En el interior, el calor era insoportable”.

Un superintendente de circuito de entonces dijo: “Cuando lo recuerdo, me siento mal por llamar a aquellos lugares Salones del Reino. La verdad es que no eran dignos de representar a Jehová, el Dios Altísimo”.

Algunas congregaciones optaron por alquilar locales. Aunque parecía una solución menos costosa, planteaba problemas. Edrice Mundi se reunía con la única congregación inglesa que hubo en Lusaka en la década de 1970. Ella relata: “Alquilamos un local que se utilizaba también como discoteca. Todos los sábados, la gente se quedaba bebiendo y bailando hasta la madrugada, y nosotros teníamos que ir temprano los domingos y limpiar todo aquello. La sala apestaba a cerveza y a cigarrillos; no era un lugar digno para adorar a Jehová”.

El esposo de Edrice, Jackson, recuerda: “Cierto domingo, un joven entró a mitad del programa y, dirigiéndose a la parte delantera, recogió una caja de cervezas que había dejado la noche anterior. Entonces se marchó sin mostrar ningún respeto por los presentes”. No es de extrañar que los hermanos anhelaran tener sus propios Salones del Reino.

Un programa que hizo historia

A medida que más y más personas respondían favorablemente al mensaje del Reino, crecía la necesidad de contar con locales dignos. Aunque los hermanos rebosaban de entusiasmo y fervor, algunos apenas podían sostener a sus familias, cuánto menos costear un Salón. Sin embargo, Jehová, cuya mano nunca se queda corta, les tenía reservada una agradable sorpresa.

Cuando un informe indicó que se necesitaban más de ocho mil Salones del Reino en 40 países en desarrollo, el Cuerpo Gobernante decidió acelerar la construcción. Se reconocía que en algunas zonas habrían pocos profesionales que pudieran ofrecerse a trabajar en las obras, y tampoco se contaría con una abundancia de herramientas. Además, en dichos países, muchas congregaciones no podían permitirse pagar grandes préstamos, y, con el rápido aumento en las cifras de publicadores, a algunas sucursales se les hacía difícil desarrollar un programa bien organizado. Pensando en todo ello, el Cuerpo Gobernante estableció un comité de diseño y construcción en Estados Unidos para dirigir programas de construcción de Salones del Reino a nivel mundial. Se elaboraron pautas para la edificación de salones en países con recursos limitados y se enviaron voluntarios capacitados.

Algunas veces había que efectuar cambios en los métodos de trabajo tradicionales. En Zambia, por ejemplo, las mujeres colaboraban sacando agua, acarreando arena y cocinando. Sin embargo, para aprovechar toda la mano de obra, los equipos de construcción anhelaban que las hermanas participaran en las labores de construcción propiamente dichas.

Un jefe de la provincia Oriental observó cómo una hermana levantaba una pared y exclamó asombrado: “¡Jamás en la vida he visto a una mujer colocar ladrillos y hacerlo tan bien! Me siento dichoso de haberlo contemplado”.

“Nuestro hospital espiritual”

El programa de construcción ha tenido un gran impacto sobre las comunidades. Muchas de ellas eran indiferentes o se oponían a los testigos de Jehová, pero ahora son más tolerantes. Por ejemplo, un jefe de la provincia Oriental, que en un principio era reacio a la construcción de Salones del Reino en su territorio, dijo a los hermanos: “No rechacé su propuesta por iniciativa propia, sino por la influencia de ministros de otras religiones. Ahora veo que sus intenciones son buenas. Este bello edificio es nuestro hospital espiritual”.

De todas las “labores” del cristiano, la principal es predicar las “buenas nuevas del reino” (2 Cor. 6:5; Mat. 24:14). No obstante, tal como el espíritu santo impulsa al pueblo de Dios a predicar, también lo incita a trabajar arduamente para promover los intereses del Reino construyendo lugares de reunión dignos. Las congregaciones recobran el entusiasmo. Un hermano dijo: “Nos sentimos tranquilos porque cuando en el ministerio invitamos a la gente a nuestras reuniones, sabemos que no van a encontrarse con una choza, sino con un Salón del Reino que glorifica a Jehová”.

Otro hermano comentó: “Tal vez nosotros no nos merezcamos un Salón del Reino tan bonito en el bosque, pero Jehová sí. Me alegro de que se haya glorificado a Jehová con mejores lugares de reunión”.

Los superintendentes viajantes

Los ministros de Dios necesitan aguante (Col. 1:24, 25). A este respecto, los superintendentes viajantes son ejemplares, pues se desviven por fomentar los intereses del Reino. Su afectuosa labor como pastores fortalece a las congregaciones y demuestra que son “dádivas en hombres” (Efe. 4:8; 1 Tes. 1:3).

A fines de la década de 1930 se preparó a hermanos capacitados para ser siervos de zona y siervos regionales (actuales superintendentes de circuito y distrito). “No era nada fácil viajar de una congregación a otra —comenta James Mwango—. Teníamos unas bicicletas, pero los hermanos nos acompañaban a pie para ayudarnos a llevar el equipaje, así que tardábamos varios días en llegar a nuestro destino. Pasábamos dos semanas con cada congregación.”

“Se desmayó al instante”

En aquel entonces, como ahora, viajar por zonas rurales era todo un reto. Robinson Shamuluma, que ahora tiene más de ochenta años, sirvió de superintendente viajante acompañado de su esposa, Juliana. Robinson recuerda que una vez los sorprendió un aguacero especialmente fuerte durante la temporada de lluvias. Una vez que cesó la tormenta, había tanto lodo en el camino que las bicicletas se hundían hasta la altura de los sillines. Cuando llegaron a la siguiente congregación, Juliana estaba tan cansada que apenas tuvo fuerzas para beberse un vaso de agua.

Enock Chirwa, que fue superintendente de circuito y distrito en las décadas de 1960 y 1970, explica: “Los lunes eran agotadores porque teníamos que viajar. Pero cuando llegábamos a las congregaciones, nos olvidábamos del viaje. Nos sentíamos felices de estar con los hermanos”.

La distancia y los rigores del viaje no eran los únicos obstáculos. De camino a una congregación en el norte del país, Lamp Chisenga y dos hermanos vieron en una carretera polvorienta la figura de un animal a lo lejos. “Los hermanos no distinguían qué era —contó el hermano Chisenga—. Estaba sentado como si fuera un perro. ‘¿Lo ven?’, les pregunté. Entonces uno de ellos reconoció la figura de un león, dio un grito y se desmayó al instante. Decidimos esperar hasta que el león se internara en el bosque.”

John Jason y su esposa, Kay, que dedicaron parte de los veintiséis años que estuvieron en Zambia a la obra de distrito, aprendieron a tener paciencia ante los problemas mecánicos. John relata: “Recuerdo haber recorrido más de 150 kilómetros [100 millas] con los muelles de la suspensión rotos, ya que no teníamos ni los repuestos ni un lugar al que acudir por ayuda. En cierto punto, el vehículo se sobrecalentó y tuvimos que detenernos, así que, parados junto a la carretera, no pudimos hacer nada más que emplear toda el agua que nos quedaba para refrigerar el motor y prepararnos una última taza de té. En medio de la nada, exhaustos y acalorados, nos sentamos en el automóvil y le pedimos ayuda a Jehová. A las tres de la tarde, un camión de reparación de carreteras pasó por allí, el primer vehículo del día. Al ver nuestra situación, los trabajadores se ofrecieron a remolcarnos, de modo que llegamos a la congregación justo antes del anochecer”.

Aprenden a confiar

En tales circunstancias, los superintendentes viajantes aprendían rápido a no confiar en sus propias capacidades o recursos, sino en fuentes más fiables: Jehová Dios y la hermandad cristiana (Heb. 13:5, 6). Geoffrey Wheeler cuenta: “Nos enfrentamos a un serio problema a las tres semanas de empezar la obra de distrito. Estábamos en el lugar de la asamblea, listos para el programa del fin de semana. Me habían dado una hornilla de queroseno que no funcionaba bien. Hacía calor y corría el viento, así que, al prender la hornilla, se levantó una llamarada. En cuestión de minutos, el fuego se descontroló. La rueda que nuestro Land Rover llevaba al frente se incendió y, casi al instante, las llamas se propagaron por todo el vehículo”.

Si perder su medio de transporte ya fue malo de por sí, aún habían de enfrentarse a algo más. Geoffrey relata: “Guardábamos nuestra ropa en una maleta negra de metal dentro del Land Rover. ¡La ropa no ardió: se quedó totalmente apelmazada e inservible! Con todo, los hermanos pudieron rescatar nuestra cama, una camisa y mi máquina de escribir, que estaban al otro lado del vehículo. Agradecimos muchísimo que tuvieran tan buenos reflejos”. ¿Cómo se las arreglarían el superintendente de distrito y su esposa si habían perdido sus cosas y no iban a volver a la ciudad hasta después de dos meses? Geoffrey dice: “Un hermano me prestó una corbata, y tuve que pronunciar el discurso público calzado con unos zapatos de goma. Superamos aquello, y los hermanos hicieron cuanto pudieron para consolar a su inexperto superintendente de distrito”.

Una cama a prueba de serpientes

El amor e interés que muestran las congregaciones que siguen “la senda de la hospitalidad” anima a los superintendentes viajantes y a sus esposas a continuar en su abnegada labor. Hay un sinfín de relatos que muestran cómo las congregaciones, pese a sus carencias materiales, satisfacen con amor las necesidades de tales hermanos, quienes lo agradecen muchísimo (Rom. 12:13; Pro. 15:17).

Los alojamientos para los superintendentes viajantes suelen ser modestos, pero siempre se ofrecen con amor. Fred Kashimoto, que fue superintendente de circuito a principios de la década de 1980, recuerda que una vez llegó de noche a un pueblo de la provincia Septentrional, donde los hermanos le dieron una afectuosa bienvenida. Cuando todos habían entrado en la pequeña vivienda, pusieron las maletas sobre una gran mesa de un metro y medio [5 pies] de altura. Al hacerse tarde, el hermano Kashimoto preguntó: “¿Dónde voy a dormir?”.

Señalando a la mesa, los hermanos respondieron: “Esa es la cama”. Parece que, debido a la abundancia de serpientes, los hermanos habían ideado un método más seguro que el habitual. De modo que extendieron unos haces de paja sobre la mesa, y el hermano pasó allí la noche.

En las zonas rurales, los hermanos suelen regalar productos agrícolas. “Una vez nos dieron un pollo —relata sonriente Geoffrey Wheeler—. Antes de anochecer, lo colocamos sobre un palo que había en la letrina, pero el muy bobo saltó y se cayó en el pozo. Logramos sacarlo vivo con una azada, y mi esposa lo lavó con agua caliente, jabón y mucho desinfectante. Lo cocinamos al final de la semana, y estaba muy rico.”

Los Jason también fueron objeto de una hospitalidad semejante. “A menudo los hermanos nos regalaban un pollo vivo —contó John—. Teníamos una cestita en la que llevábamos una gallina durante nuestros viajes en el distrito. Ponía un huevo todas las mañanas, así que nunca pensamos en comérnosla. Cuando hacíamos el equipaje, la gallina mostraba a las claras que no deseaba que la dejáramos.”

Películas motivadoras

A partir de 1954 se empleó La Sociedad del Nuevo Mundo en acción, junto con otras películas, en una animadora campaña docente. “Impulsó a muchos hermanos a esforzarse en el ministerio y en la congregación”, señalaba un informe de aquel tiempo de la sucursal. Hubo quienes adoptaron un lema para cuando desmantelaban el lugar de la asamblea después de ver la película; decían: “Hagámoslo al estilo ‘La Sociedad del Nuevo Mundo en acción’”, es decir, “con vigor”. Durante el primer año vieron la película más de cuarenta y dos mil personas, entre ellas funcionarios del gobierno y del sistema educativo, quienes se llevaron una muy buena impresión. Con el tiempo, más de un millón de personas en Zambia llegaron a oír de los testigos de Jehová y de su organización cristiana.

Wayne Johnson recuerda el efecto que tuvo esta campaña: “Las películas atraían a personas que vivían en varias millas a la redonda y contribuyeron mucho a que conocieran la organización de Jehová. En el transcurso del programa era frecuente escuchar entusiásticos y prolongados aplausos”.

Durante algún tiempo, en la sesión del sábado por la tarde de las asambleas de circuito se presentaba una de estas películas. En las zonas rurales, aquello era todo un acontecimiento. La campaña tuvo un efecto importante, aunque hubo quienes malentendieron ciertas escenas por no conocer otros estilos de vida. Por ejemplo, una de las películas mostraba a un río de gente saliendo de la estación del metro de Nueva York, y algunos pensaron que esas imágenes representaban la resurrección. Con todo, tales filmaciones ayudaron a la gente a conocer mejor a los testigos de Jehová. Por otra parte, soplaban vientos de cambio, y el deseo cada vez más intenso de independencia nacional haría que muchos zambianos se volvieran contra los hermanos. Tanto las congregaciones como los superintendentes viajantes iban a enfrentarse a situaciones que exigirían de ellos aún más aguante.

Intromisión política

El 24 de octubre de 1964, Rhodesia del Norte obtuvo la independencia de Gran Bretaña y llegó a ser la República de Zambia. Fue un tiempo de grandes tensiones políticas. La neutralidad de los testigos de Jehová se malinterpretó como un apoyo tácito a la continuación del dominio colonial.

Lamp Chisenga no olvida un viaje que efectuó a la zona del lago Bangweulu en aquella época. Tenía la intención de abordar un bote y visitar a algunos hermanos que eran pescadores. La primera etapa del trayecto la hizo en un autobús que lo llevó hasta la orilla del lago. Cuando se bajó, le pidieron que enseñara la tarjeta de cierto partido político. Por supuesto, no la tenía, y los hombres le arrebataron el maletín. Uno de ellos, al ver una caja marcada con la palabra Watchtower, hizo sonar su silbato con fuerza y se puso a gritar: “¡Watchtower!, ¡Watchtower!”.

Temiendo que se produjera un disturbio, un agente empujó a Lamp y sus paquetes de vuelta al autobús. Una gran multitud se había arremolinado ante el vehículo y empezó a lanzar piedras contra las puertas, las ruedas y los cristales. El conductor arrancó a toda velocidad y no paró hasta llegar a Samfya, a unos 90 kilómetros [55 millas] de allí. Durante la noche, la situación se calmó. Sin perturbarse, el hermano Lamp se embarcó a la mañana siguiente a fin de visitar las pequeñas congregaciones que había en torno al lago.

“Por el aguante de mucho”, los superintendentes viajantes siguen recomendándose como ministros de Dios (2 Cor. 6:4). Fanwell Chisenga, cuyo circuito abarcaba un territorio a lo largo del río Zambeze, señala: “Para ser superintendente de circuito, hace falta devoción completa y abnegación”. En esta zona, para trasladarse de una congregación a otra hay que hacer largos viajes en canoas viejas y agujereadas, por ríos en los que un hipopótamo furioso puede partir la embarcación como si fuera una ramita. ¿Qué ayudó a Fanwell a aferrarse a su asignación? Sonriendo al observar una fotografía de los miembros de una congregación que lo acompañaron hasta la orilla de un río, reconoce una fuente de motivación: los hermanos. Con añoranza pregunta: “¿En qué otro lugar se pueden encontrar rostros tan felices en un mundo lleno de ira?”.

Neutralidad

El apóstol Pablo escribió: “Nadie puede ser soldado y al mismo tiempo enredarse en asuntos de este mundo si ha de agradar al que lo tomó por soldado” (2 Tim. 2:4, La Escritura Santa). Permanecer a la entera disposición de su Caudillo, Jesucristo, exige de los cristianos verdaderos que no se involucren en los sistemas políticos y religiosos de este mundo, y su neutralidad a este respecto les ha acarreado dificultades y “tribulaciones” (Juan 15:19).

Durante la II Guerra Mundial, muchos cristianos fueron cruelmente maltratados por no ser “patriotas”. “Vimos cómo echaban a hermanos de mayor edad en camiones como si fueran sacos de maíz por negarse a efectuar el servicio militar —recuerda Benson Judge, quien llegó a ser un celoso superintendente de circuito—. Los oíamos decir: ‘Tidzafera za Mulungu’ (Moriremos por Dios).”

Aunque aún no se había bautizado, Mukosiku Sinaali recuerda bien que, durante la guerra, la cuestión de la neutralidad surgía de continuo: “Todo el mundo estaba obligado a cavar y recoger las raíces de una enredadera llamada mambongo, que produce un preciado látex. Las raíces se cortaban en tiras y se machacaban para formar bandas que se ataban en haces, de las que luego se extraía una especie de goma utilizada en la fabricación de botas militares. Los Testigos se negaban a efectuar esta labor debido a la relación que tenía con el esfuerzo bélico. Como consecuencia, los hermanos fueron castigados. Se convirtieron en ‘elementos indeseables’”.

Joseph Mulemwa era uno de esos “indeseables”. Oriundo de Rhodesia del Sur, había llegado a la provincia Occidental de Rhodesia del Norte en 1932. Se decía que animaba a la gente a dejar de cultivar los campos porque ‘el Reino estaba a las puertas’, acusación falsa que promovió un sacerdote de la misión de Mavumbo que despreciaba a Joseph. Cierto día, este fue detenido, esposado y llevado ante un hombre que sufría trastornos mentales. Algunos deseaban que esta persona lo atacara, pero Joseph logró tranquilizarla. Cuando lo dejaron libre, continuó predicando y visitando las congregaciones. El hermano fue fiel hasta su muerte, acaecida a mediados de los años ochenta.

Fortalecidos para afrontar las pruebas

El espíritu nacionalista y las tensiones entre comunidades hicieron que se amenazara a aquellos que por razones de conciencia no participaban en el proceso político. Pese a la tensión que reinaba en el país, la asamblea de distrito “Ministros valerosos”, celebrada en 1963, dio testimonio de la paz y la unidad existentes entre los testigos de Jehová. El programa se presentó en cuatro idiomas para beneficio de los casi veinticinco mil asistentes, algunos de los cuales llevaron sus tiendas de campaña y sus remolques para alojarse los cinco días que duró la asamblea. Fue muy importante un discurso que pronunció Milton Henschel sobre la relación del cristiano con el Estado. Frank Lewis relata: “Recuerdo que nos pidió que ayudáramos a los hermanos a entender la cuestión de la neutralidad cristiana. Nos alegramos mucho de recibir tan oportunos consejos, pues la mayoría de los hermanos de Zambia afrontaron serias pruebas y permanecieron fieles a Jehová”.

Durante la década de 1960, los testigos de Jehová no solo sufrieron persecución violenta, sino la destrucción de sus propiedades. Se arrasaron hogares de hermanos y Salones del Reino. Cabe mencionar, no obstante, que el gobierno intervino y encarceló a muchos de los culpables. Cuando Rhodesia del Norte se convirtió en la República de Zambia, los testigos de Jehová mostraron especial interés en un apartado de la nueva Constitución que amparaba los derechos humanos fundamentales. Pero una oleada de patriotismo no tardaría en arremeter contra un objetivo insospechado.

Símbolos nacionales

En la época colonial, a los hijos de los testigos de Jehová se les castigaba cuando por razones religiosas no le rendían homenaje a la bandera, que en ese entonces era la del Reino Unido. También eran objeto de represalias por negarse a entonar el himno nacional. Tras exponer las razones a las autoridades escolares, el Departamento de Educación suavizó su postura y escribió: “Los puntos de vista [de su grupo] sobre el saludo a la bandera son conocidos y respetados, y ningún niño debe sufrir castigo alguno por negarse a saludarla”. La nueva Constitución republicana alimentó la esperanza de que se reforzaran las libertades fundamentales, como la libertad de conciencia, de pensamiento y de religión. Pero otra bandera y otro himno hicieron resurgir el patriotismo. Las ceremonias diarias en las que los alumnos saludaban la bandera y cantaban el himno se restablecieron con gran entusiasmo. Y aunque a algunos Testigos se les concedieron exenciones, muchos otros recibieron palizas y hasta fueron expulsados de las escuelas.

Una nueva ley de Educación aprobada en 1966 abrió las puertas a la esperanza, pues una de sus cláusulas permitía a un padre o tutor solicitar que el niño quedara exento de participar en los oficios religiosos y sus rituales. En consecuencia, muchos alumnos que habían sido expulsados fueron readmitidos. Sin embargo, poco después y con cierto secretismo se agregaron a la ley otras cláusulas, las cuales definían las banderas y los himnos como símbolos civiles que promovían la conciencia nacional. Pese a las conversaciones que sostuvieron los hermanos con las autoridades, a finales de 1966 ya habían sido expulsados más de tres mil niños por haber adoptado una postura neutral.

Feliya se queda sin escuela

Llegó el momento de cuestionar la legalidad de tales acciones, y para ello se escogió el caso de Feliya Kachasu, quien asistía regularmente a la escuela de Buyantanshi, en la provincia de Copperbelt. Aunque todos sabían que era una estudiante modélica, la habían expulsado de la escuela. Frank Lewis recuerda cómo se llevó el asunto ante los tribunales: “El señor Richmond Smith nos defendió, lo cual no era fácil pues el litigio era contra el gobierno. Oír a Feliya explicar por qué no saludaba la bandera lo convenció de aceptar el caso”.

Dailes Musonda, una escolar de Lusaka en aquel entonces, dice: “Cuando el caso de Feliya se llevó a los tribunales, aguardábamos con expectación un fallo favorable. Hubo hermanos que viajaron desde Mufulira para asistir a las vistas. Mi hermana y yo fuimos invitadas. Recuerdo que Feliya llevaba un sombrero blanco y un vestido claro. El proceso duró tres días. Aún quedaban algunos misioneros en el país, y los hermanos Phillips y Fergusson también acudieron al juicio. Creíamos que su presencia podría ayudar”.

El presidente del tribunal llegó a la siguiente conclusión: “Nada indica en este caso que los testigos de Jehová hayan intentado faltar al respeto al himno o a la bandera nacionales”. No obstante, dictaminó que las ceremonias tenían un carácter civil y que, a pesar de las sinceras creencias de Feliya, no podía solicitar la exención acogiéndose a la ley de Educación. Su opinión era que tales ceremonias eran necesarias para la seguridad nacional. Pero lo cierto es que en ningún momento se explicó cómo servía a los intereses del pueblo el que se impusiera a una menor una obligación de ese tipo. ¡Feliya no podría ir a la escuela mientras se aferrara a sus creencias cristianas!

Dailes relata: “Sentíamos una profunda decepción, pero dejamos todo en manos de Jehová”. Dailes y su hermana dejaron la escuela en 1967, cuando las presiones se intensificaron. A finales de 1968, casi seis mil hijos de testigos de Jehová habían sido expulsados de las escuelas.

Se restringen las reuniones públicas

La ley de Orden Público de 1966 exigía que todas las reuniones públicas se comenzaran entonando el himno nacional, lo cual impedía celebrar asambleas abiertas al público. Los hermanos obedecían las exigencias del gobierno celebrando las reuniones más grandes en zonas privadas, frecuentemente alrededor de los Salones del Reino, que tenían cercas de hierba. Multitud de personas se acercaban a averiguar qué pasaba, así que la asistencia a estas reuniones fue aumentando de modo constante, tanto que en la Conmemoración de la muerte de Cristo de 1967 hubo 120.025 presentes.

“En esa época hubo brotes de oposición violenta —indica Lamp Chisenga—. En la zona de Samfya, una turba atacó y dio muerte al hermano Mabo, de la congregación de Katansha. A veces se agredía a los hermanos en las reuniones, y muchos Salones del Reino quedaron reducidos a cenizas. Con todo, las autoridades siguieron respetando a los Testigos, y algunos opositores fueron detenidos y castigados.”

¡Tienen su propia fuerza aérea!

Los enemigos de los testigos de Jehová siguieron lanzando acusaciones falsas contra ellos, como que eran inmensamente ricos y que iban a formar el nuevo gobierno. Cierto día, el secretario del partido en el poder llegó a la sucursal de Kitwe sin previo aviso. El primer indicio que tuvieron los hermanos de su visita fue la fila de policías entrando por la puerta principal. En una reunión con los representantes de la sucursal, el secretario se exaltó y dijo alzando la voz: “Les dimos permiso para construir estos edificios. ¿Para qué los utilizan? ¿Son la sede de su gobierno?”.

Algunos dirigentes siguieron dando crédito a rumores falsos. En la provincia Noroccidental, la policía empleó gases lacrimógenos para disolver una asamblea, y los hermanos lograron enviar un telegrama urgente a la sucursal. Un granjero extranjero que poseía una avioneta llevó a otros representantes de la sucursal a Kabompo a fin de apaciguar la situación y aclarar cualquier malentendido. Lamentablemente, aquello no sirvió para disipar la desconfianza de algunas personas, que ahora afirmaban que los Testigos tenían su propia fuerza aérea.

Los hermanos recogieron con cuidado los botes de gas lacrimógeno que se habían lanzado, y cuando los representantes de la sucursal se entrevistaron con los funcionarios del gobierno para manifestarles su preocupación, presentaron los botes como prueba del uso innecesario de la fuerza bruta. Aquel incidente recibió amplia publicidad, en la que se destacó la reacción pacífica de los Testigos.

Explicamos nuestra postura

Las gestiones para declarar ilegal la obra de los testigos de Jehová avanzaban a ritmo acelerado. La sucursal quería explicar al gobierno nuestra postura neutral, de modo que se seleccionó a Smart Phiri y a Jonas Manjoni para exponer nuestras ideas ante un buen número de ministros del gobierno. Durante la exposición, un ministro arremetió contra los hermanos, diciendo: “¡Me encantaría sacarlos fuera y darles una paliza! ¿Se dan cuenta de lo que han hecho? Se han llevado a nuestros mejores ciudadanos, ¿y qué nos han dejado? ¡A los asesinos, los adúlteros y los ladrones!”.

Los hermanos le respondieron enseguida: “¡Pero es que eso es lo que algunos de ellos eran! Eran ladrones, adúlteros, asesinos, pero gracias al poder de la Biblia, han hecho cambios en su vida y se han convertido en los mejores ciudadanos de Zambia. Por eso les pedimos que nos dejen predicar en libertad” (1 Cor. 6:9-11).

Deportaciones y una proscripción parcial

Como ya vimos, se ordenó a los misioneros que abandonaran el país. “Nunca olvidaremos el mes de enero de 1968 —dijo Frank Lewis—. Un hermano nos llamó por teléfono para decirnos que acababa de visitarle un funcionario de inmigración que le había entregado una orden de deportación. En ella se le informaba de que tenía siete días para cerrar su negocio y salir del país. Poco después llamó otro hermano, y luego otro. Por fin, uno de los hermanos llamó para decir que había oído que el próximo objetivo era un gran complejo situado en Kitwe.” Obviamente, esas medidas tan drásticas perseguían desestabilizar la unidad de los Testigos y desanimarlos de llevar a cabo su celosa actividad.

Al año siguiente, el presidente firmó la ley de Mantenimiento de la Seguridad y del Orden Públicos, la cual prohibía la predicación de casa en casa. Ante este decreto que casi proscribía la obra, los hermanos tuvieron que reorganizar el ministerio, dándole mayor importancia a la predicación informal. Nuestro Ministerio del Reino pasó a llamarse Nuestra Carta Mensual, y la sección “Presentando las buenas nuevas”, “Nuestro ministerio interno”. Estos cambios sirvieron para no llamar la atención de los censores del gobierno. En abril de 1971 se alcanzó un máximo de 48.000 estudios bíblicos, una clara señal de que los esfuerzos para restringir la obra no habían desanimado a los hermanos.

Clive Mountford, que ahora vive en Inglaterra, conocía a muchos misioneros. Él recuerda: “Una manera de predicar era ofrecernos para llevar a alguien en nuestro vehículo y luego hablarle de la verdad. Siempre dejábamos revistas en el auto, a la vista de aquellos a quienes les hacíamos el favor de llevarlos”.

Aunque no se prohibieron las conversaciones bíblicas, las normativas exigían que se obtuviera permiso antes de hacer una visita. A veces era cuestión de simplemente visitar a familiares, ex compañeros de clase o compañeros de trabajo, por ejemplo. Durante una visita social, se podía dirigir la conversación a asuntos espirituales. Debido al gran tamaño de las familias extendidas, se podía establecer contacto con muchos familiares no creyentes y otros miembros de la comunidad.

En 1975, la sucursal informó: “Varios miles de publicadores de nuestro territorio nunca han predicado de casa en casa. Aun así, se han hecho nuevos discípulos y se ha dado un gran testimonio”. En vista de las restricciones impuestas a la predicación de casa en casa, los hermanos emplearon otros medios para dar testimonio. Un ejemplo típico es el de un hermano que era oficinista en una dependencia gubernamental. Su trabajo consistía en registrar los nombres y datos de los ciudadanos. Se interesaba en particular en los que tenían nombres bíblicos y les preguntaba qué sabían del personaje bíblico que se llamaba igual que ellos. Así pudo dar testimonio en muchas ocasiones. En cierta ocasión llegó a su oficina una madre con su hija. Al ver que la pequeña se llamaba “Eden”, el hermano le preguntó a la mujer si conocía el significado de ese nombre, y ella admitió que no. Entonces él se lo explicó brevemente y señaló que en el futuro cercano la Tierra se convertirá en un Paraíso semejante al de Edén. Queriendo saber más, ella le dio su dirección. Su esposo también se interesó, y toda la familia comenzó a asistir a las reuniones. Con el tiempo, varios de sus miembros llegaron a bautizarse.

Otros publicadores también aprovecharon las oportunidades de dar testimonio en su empleo. Royd, que trabajaba para una compañía minera, aprovechaba el descanso del mediodía para preguntar a sus compañeros lo que pensaban sobre distintos textos bíblicos. Por ejemplo, les preguntaba: “¿Qué crees que es la ‘masa rocosa’ mencionada en Mateo 16:18?”, o “¿Quién es ‘la piedra de tropiezo’ de la que habla Romanos 9:32?”. En muchos casos se congregaba un grupo grande de mineros para oír las explicaciones basadas en las Escrituras. Gracias a estas charlas, varios compañeros de Royd llegaron a dedicarse a Jehová y bautizarse.

La postura firme de nuestros jóvenes en la escuela también propició que otras personas oyeran la verdad. Cuando un grupo de niños se negó a cantar himnos nacionalistas, el profesor se enojó y mandó a la clase quedarse de pie afuera. Uno de los jóvenes Testigos comentó: “Parece que el profesor pensó que ni siquiera podíamos cantar nuestros himnos religiosos, y vio en ello la oportunidad de burlarse de nosotros. Ordenó a los alumnos que se separaran por grupos según su religión y cantaran uno o dos cánticos de su iglesia. Dos de los grupos no pudieron recordar ninguno, tras lo cual él se volvió hacia nosotros. Empezamos con el cántico ‘Este es el día de Jehová’, y parece que sonó muy bien, pues los que pasaban junto a la escuela se paraban a escucharnos. A continuación cantamos ‘¡Jehová ha llegado a ser Rey!’. Todos, incluido el profesor, se pusieron a aplaudir. Cuando volvimos al aula, muchos compañeros nos preguntaron dónde habíamos aprendido esas canciones tan hermosas. De hecho, algunos nos acompañaron a las reuniones y, con el tiempo, se hicieron Testigos activos”.

“Los que reparten libros”

A lo largo de este período, los hermanos se mostraron “cautelosos como serpientes, y, sin embargo, inocentes como palomas” (Mat. 10:16). Sus inconfundibles publicaciones y el entusiasmo con que las utilizaban para dirigir estudios bíblicos les valieron el sobrenombre de Abaponya Ifitabo: “los que reparten libros”. Los enconados esfuerzos de los adversarios por acallarlos no lograron frenar la predicación del Reino. Si bien durante años siguieron siendo el blanco de esporádicos brotes de violencia, a comienzos de la década de 1980 la oposición ya había perdido fuerza.

En los veinticinco años posteriores a la proclamación de la independencia nacional se bautizaron casi noventa mil personas. Sin embargo, la cifra de publicadores activos solo se incrementó en unos cuarenta y dos mil. ¿A qué se debía la diferencia? Es cierto que algunos habían muerto y otros posiblemente se habían mudado. “Pero el temor al hombre también influyó”, recuerda Neldie, quien sirvió en la sucursal durante esa época. Muchos se hicieron irregulares o inactivos en el ministerio. Además, la independencia provocó algunos cambios. Los puestos en la gerencia y administración de las empresas, que antes estaban reservados a extranjeros, tuvieron que cubrirse. Con nuevas oportunidades de vivienda, empleo y educación, muchas familias abandonaron las metas espirituales para concentrarse en las materiales.

Con todo, la obra progresó. El sabio rey Salomón escribió: “Por la mañana siembra tu semilla, y hasta el atardecer no dejes descansar la mano; pues no sabes dónde tendrá éxito esto, aquí o allí, o si ambos a la par serán buenos” (Ecl. 11:6). Los hermanos se esforzaron por sembrar semillas de la verdad con la esperanza de que germinarían cuando las condiciones fueran más favorables. El aumento constante hizo necesario que en 1976 se comprara un camión para transportar la creciente cantidad de publicaciones. Además, en 1982 se inició la construcción de una nueva imprenta a unos cuantos kilómetros de Betel. Estos avances prácticos colocaron los cimientos para el crecimiento futuro.

Pocos países de África han tenido la medida de paz que Zambia ha disfrutado ni se han visto libres de una guerra civil, como ha sido el caso de este país. Aunque las circunstancias actuales son más que favorables para “declara[r] buenas nuevas de cosas buenas”, el recuerdo de las “tribulaciones” estimula a los fieles a mantenerse ocupados “recogiendo fruto para vida eterna” (Rom. 10:15; 2 Cor. 6:4; Juan 4:36).

Crecimiento de la sucursal

En la década de 1930, Llewelyn Phillips y sus compañeros atendían su asignación desde un edificio alquilado de dos habitaciones ubicado en Lusaka. Pocos se habrían imaginado cómo serían las actuales instalaciones de Betel, que abarcan 110 hectáreas y albergan a más de doscientos cincuenta voluntarios. Estos hermanos y hermanas atienden las necesidades espirituales de más de ciento veinticinco mil publicadores y precursores. Repasemos brevemente cómo fue creciendo la sucursal.

Como ya vimos, en 1936 la actitud de las autoridades se había suavizado lo suficiente para permitir la apertura de un depósito de publicaciones en Lusaka. Al poco tiempo, sin embargo, el aumento exigió trasladarse a un edificio más amplio, por lo que se adquirió una casa cercana al cuartel general de la policía. “Tenía dos dormitorios —relata Jonas Manjoni—. El comedor se usaba como Departamento de Servicio, y en un porche se hallaba el Departamento de Envíos.” En 1951, Jonas tomó dos semanas de vacaciones de su empleo seglar para servir en Betel, y más tarde regresó para quedarse. Él mismo recuerda: “Todo estaba bien organizado y reinaba un espíritu alegre. Yo servía en el Departamento de Envíos con el hermano Phillips, tramitando las suscripciones y pegando sellos postales a los rollos de revistas. Saber que estábamos sirviendo a los hermanos nos llenaba de satisfacción”. A Llewelyn Phillips se le unió posteriormente Harry Arnott, y ambos trabajaron hombro a hombro con hermanos locales como Job Sichela, Andrew John Mulabaka, John Mutale, Potipher Kachepa y Morton Chisulo.

El auge de la minería y el veloz desarrollo de las infraestructuras en la región de Copperbelt, así como el éxodo hacia esta desde todos los rincones del país, hizo que la atención se centrara cada vez más en Copperbelt y menos en Lusaka. Ian Fergusson recomendó la compra de una propiedad en una población minera, y en 1954, la sucursal se trasladó a la avenida King George, en Luanshya. Sin embargo, con la rápida expansión de nuestro territorio hasta abarcar casi la totalidad de África oriental, aquellas instalaciones no tardaron en quedarse pequeñas. Durante su visita de 1959 con motivo de la Asamblea de Distrito “Ministros Despiertos”, Nathan Knorr, de la sede mundial, inspeccionó posibles emplazamientos para una nueva sucursal y autorizó el inicio de las obras. Geoffrey Wheeler relata: “Frank Lewis, Eugene Kinaschuk y yo fuimos con un arquitecto al terreno que se había escogido, en Kitwe, y clavamos las estacas necesarias para indicar la ubicación de los edificios”. El 3 de febrero de 1962 se dedicó una nueva sucursal con un Hogar Betel, una imprenta y un Salón del Reino. En la conclusión del programa de dedicación, Harry Arnott, siervo de sucursal en aquel momento, se refirió a una obra de construcción más importante, la espiritual, en la que todos debían trabajar con ahínco colocando los ladrillos de la fe, la esperanza y el amor.

En los siguientes diez años, la cifra de publicadores aumentó de 30.129 a casi 57.000, de modo que también estas instalaciones resultaron insuficientes. Ian Fergusson comentó: “El hermano Knorr nos animó a incrementar la impresión de publicaciones, así que visité la sucursal de Elandsfontein, en Sudáfrica, para consultar el asunto con los hermanos de allí. Poco después, ellos nos enviaron por avión una prensa a Kitwe”.

En la sucursal de Kitwe se producían diversas publicaciones, como revistas y la edición mensual de Nuestro Ministerio del Reino para Kenia y otros territorios de África oriental. Por lo tanto, la pequeña imprenta quedó abarrotada casi de inmediato, y se vio la necesidad de trasladarse a un lugar más espacioso. Cuando el ayuntamiento de la ciudad puso trabas a la utilización de cierto terreno, un hermano se sintió impulsado a ofrecer uno de su propiedad. El edificio se completó en 1984, y Kitwe fue durante tres décadas el centro espiritual de la predicación en Zambia.

En los difíciles años que siguieron a la deportación de los misioneros, la cifra de betelitas creció hasta tal punto que catorce de ellos tenían que vivir con sus familias, fuera de Betel. Había que tomar medidas para atender la labor que tenían por delante. Con el tiempo se compraron dos casas y se alquiló otra, con lo que fue posible aumentar el tamaño de la familia. Pero era obvio que se necesitaban nuevas instalaciones. Felizmente, la situación estaba a punto de mejorar de forma considerable. En 1986 se encargó a hermanos de ciertas zonas la búsqueda de un terreno para una nueva sucursal. Como resultado, se encontró una finca de 110 hectáreas a unos 15 kilómetros al oeste de la capital. La elección fue acertada, pues la zona tiene grandes reservas de agua subterránea. Dayrell Sharp señaló: “Creo que Jehová nos guió a este hermoso lugar”.

Dedicación y ampliación

El sábado 24 de abril de 1993, cientos de siervos de Jehová con muchos años de experiencia se congregaron con motivo de la dedicación de las nuevas instalaciones. Junto a los 4.000 hermanos del país había más de ciento sesenta invitados extranjeros, entre ellos algunos de los misioneros que tuvieron que marcharse veinte años atrás. Theodore Jaracz, uno de los dos miembros del Cuerpo Gobernante que asistieron al acto, habló sobre el tema “Recomendándonos como ministros de Dios”. Dirigiéndose a los que llevaban muchos años sirviendo fielmente a Jehová, les recordó que si no hubieran aguantado, no habría sido preciso construir. Al comentar las palabras de Pablo a los cristianos corintios, subrayó que los verdaderos ministros cultivan el fruto del espíritu, con el que pueden aguantar dificultades, pruebas y tribulaciones. “Ustedes se han recomendado como ministros de Dios —declaró—. Hemos tenido que levantar esta nueva sucursal debido al crecimiento de la obra.”

En 2004 quedó terminado un nuevo edificio de 4 plantas y 32 habitaciones. Además, casi 1.000 metros cuadrados [11.000 pies cuadrados] de la imprenta se han remodelado para albergar 47 oficinas de traducción, archivos, salas de conferencias y una biblioteca.

A pesar de las dificultades económicas y de otra índole, los testigos de Jehová de Zambia se han enriquecido espiritualmente al servir a Dios y se sienten privilegiados de compartir dicha riqueza con otras personas (2 Cor. 6:10).

Recomendamos la verdad a toda persona

La gran importancia que tienen las relaciones familiares en la cultura del país ha contribuido a que muchos jóvenes se hayan criado en el camino de la verdad. Un refrán de la provincia Occidental dice: A la vaca no le pesan los cuernos. En otras palabras, la responsabilidad de cuidar a los familiares no debe verse como una carga. Los padres cristianos reconocen que han de rendir cuentas a Dios e influyen para bien en sus hijos, animándolos a participar en el ministerio cristiano tanto de palabra como con el ejemplo. Hoy, muchos Testigos celosos son descendientes de tales siervos leales (Sal. 128:1-4).

Los testigos de Jehová de Zambia se regocijan por lo que se ha logrado gracias a la paciencia y la ayuda divinas (2 Ped. 3:14, 15). En los comienzos, enseñanzas “verídica[s]” fundadas en la Biblia les permitieron atravesar un período de incertidumbre. Un “amor libre de hipocresía” sigue uniendo a miembros de distintas tribus, un amor en acción que ha resultado en crecimiento espiritual constante sin dolores innecesarios. Los siervos de Jehová de este país han vencido el prejuicio de muchos, autoridades incluidas, empleando “las armas de la justicia” para defender y transmitir la verdad con “bondad”, lo que a menudo ha producido un “buen informe”. Ahora hay más de dos mil cien congregaciones firmemente establecidas “por conocimiento”, y graduados capacitados de la Escuela de Entrenamiento Ministerial contribuyen a su supervisión. Aunque en el futuro pueden presentarse “tribulaciones” mayores, los testigos de Jehová están seguros de que congregándose se mantendrán “siempre regocijados” (2 Cor. 6:4-10).

En 1940, unos cinco mil zambianos obedecieron el mandato de Jesús de conmemorar su muerte, una proporción aproximada de 1 por cada 200 habitantes. Sin embargo, en los últimos años han honrado a Jehová en esa noche especial más de medio millón de personas (569.891 en 2005), es decir, 1 de cada 20 habitantes (Luc. 22:19). ¿A qué se debe ese éxito? El mérito es de Jehová Dios, quien nos hace crecer espiritualmente (1 Cor. 3:7).

Pero los testigos de Jehová de Zambia también han puesto de su parte. “No nos avergüenza hablar de las buenas nuevas; para nosotros es un honor”, comenta un miembro del Comité de Sucursal. Los visitantes ven claramente que los testigos de Jehová del país llevan a cabo su ministerio con una cortés determinación. ¡No en vano disfrutan de una proporción de 1 publicador por cada 90 habitantes! Sin embargo, aún queda trabajo por hacer.

“El nombre de Jehová es una torre fuerte. A ella corre el justo, y se le da protección.” (Pro. 18:10.) Sigue siendo urgente que las personas de buena disposición se pongan de parte de Jehová. Todos los meses se dirigen casi doscientos mil estudios bíblicos en Zambia, y no cabe duda de que toda esa enseñanza ayudará a muchos más a dedicarse a Jehová y hacerse celosos ministros suyos. Los más de ciento veinticinco mil Testigos activos de este país tienen sobradas razones para afirmar que esa es la mejor decisión.

[Recuadro de la página 168]

Información general

Territorio: Zambia es un país llano, arbolado y sin salida al mar que se encuentra enclavado en una meseta de unos 1.200 metros [4.000 pies] de altitud. El río Zambeze forma gran parte de su frontera sur.

Población: La mayoría de los zambianos saben leer y escribir y se consideran cristianos. En las zonas rurales, la gente vive en cabañas con techo de hierba y cultivan parcelas de tierra cercanas para el consumo.

Idioma: El inglés es el idioma oficial, aunque también se hablan más de setenta lenguas indígenas.

Recursos económicos: Entre las principales actividades industriales están la extracción y el refinado de cobre. La producción agrícola abarca el maíz, el sorgo, el arroz y el maní (cacahuete).

Alimentación: El maíz es muy popular. De hecho, uno de los platos predilectos es el nshima, una papilla espesa preparada con maíz molido.

Clima: Debido a la altitud, el clima es más templado de lo que uno pudiera esperar de un país ubicado en el sur del África central. Periódicamente se producen sequías.

[Ilustración y recuadro de las páginas 173 a 175]

Diecisiete meses de prisión y veinticuatro latigazos

Kosamu Mwanza

Año de nacimiento: 1886

Año de bautismo: 1918

Otros datos: Aguantó persecución y la presión de falsos hermanos. Fue un fiel precursor y anciano hasta 1989, cuando concluyó su servicio en la Tierra.

Me alisté en el Ejército y a principios de la primera guerra mundial trabajé de camillero en el regimiento de Rhodesia del Norte. En diciembre de 1917, estando de permiso, conocí a dos hombres de Rhodesia del Sur relacionados con los Estudiantes de la Biblia que me dieron seis tomos de Estudios de las Escrituras. Devoré la información en tres días, y no regresé a la guerra.

Como era difícil mantener correspondencia con la sucursal de los testigos de Jehová, los hermanos que estaban conmigo y yo desempeñábamos nuestra actividad sin ningún tipo de dirección. Íbamos de pueblo en pueblo, congregábamos a las personas alrededor de nosotros, pronunciábamos un sermón y contestábamos las preguntas que nos hacían. Con el tiempo escogimos un lugar de reunión céntrico llamado Galilee, situado en el norte del país. Desde allí invitábamos a las personas interesadas para que acudieran a escuchar las explicaciones de la Biblia. A mí me encargaron que supervisara aquella labor. Lamentablemente, surgieron muchos falsos hermanos que sembraron confusión.

Teníamos muchos deseos de predicar, pero al hacerlo invadíamos el territorio de los misioneros católicos y protestantes. A pesar de eso, seguimos celebrando reuniones grandes. Recuerdo que en enero de 1919 nos habíamos reunido unos seiscientos en las colinas próximas a Isoka cuando llegaron policías y soldados, recelosos de nuestras intenciones, y después de destrozarnos las biblias y los libros arrestaron a muchos de nosotros. Algunos fueron encarcelados cerca de Kasama, otros en Mbala y otros en Livingstone, bien al sur. Hubo quienes recibieron sentencias de tres años. A mí me sentenciaron a diecisiete meses de prisión y me dieron veinticuatro latigazos en las nalgas.

Cuando me pusieron en libertad, regresé a mi aldea y seguí predicando. Posteriormente me volvieron a arrestar, me azotaron y me encerraron en prisión. La oposición continuaba, y como el jefe local decidió expulsar de la aldea a los hermanos, todos nos fuimos a otra aldea, cuyo jefe nos acogió bien. Nos establecimos y, con su permiso, construimos nuestra propia aldea, a la que llamamos Nazareth. Se nos concedió permiso para quedarnos allí con la condición de que nuestras actividades no alteraran la paz. El jefe quedó complacido con nuestra conducta.

A finales de 1924 regresé a Isoka, en el norte, donde un jefe de policía del distrito, que era muy comprensivo, me ayudó a entender mejor el inglés. Durante aquel tiempo surgieron algunos supuestos líderes religiosos que enseñaban cosas torcidas y engañaron a muchos. Pero nosotros seguimos reuniéndonos discretamente en hogares particulares. Varios años después recibí la invitación de reunirme en Lusaka con Llewelyn Phillips, quien me asignó a visitar las congregaciones que había a ambos lados de la frontera entre Zambia y Tanzania para fortalecer a los hermanos. Llegué hasta Mbeya (Tanzania). Al finalizar cada ronda, regresaba a mi congregación. Hice esta labor hasta la década de 1940, cuando se asignaron superintendentes de circuito.

[Ilustraciones y recuadro de las páginas 184 a 186]

Ayuda para los países vecinos del norte

En 1948, la recién formada sucursal de Rhodesia del Norte se encargó de supervisar la predicación del Reino en la mayor parte de lo que se conocía como África Oriental Británica. En aquel tiempo no había muchos publicadores en la altiplanicie ocupada por los países vecinos del norte de Zambia. Y como las autoridades restringían mucho la entrada de misioneros extranjeros, ¿quién ayudaría a aquellas personas humildes a que aprendieran la verdad?

Cuando Happy Chisenga se ofreció para servir de precursor regular en la provincia Central de Zambia, se llevó la sorpresa de que lo invitaran a mudarse a un territorio aislado cerca de Njombe (Tanzania). “Al ver la palabra ‘aislado’, mi esposa y yo pensamos que predicaríamos con otros publicadores en una región remota. Pero pronto nos dimos cuenta de que éramos los primeros que servíamos en aquel lugar. A los lugareños les llamó la atención que les mostráramos en sus propias Biblias el nombre Jehová y palabras como Armagedón, así que enseguida apodaron a mi esposa ‘Armagedón’, y a mí ‘Jehová’. Con el tiempo fuimos asignados a Arusha, pero cuando partimos, ya había un grupo de publicadores estables.”

En 1957, William Lamp Chisenga recibió la asignación de predicar como precursor especial en las montañas alrededor de Mbeya (Tanzania). “Mi esposa —Mary—, nuestros dos hijos y yo llegamos en noviembre, y tuvimos que pasar toda la noche en la terminal de autobuses porque los hoteles estaban llenos. Aunque era una noche fría y lluviosa, anhelábamos ver cómo dirigiría Jehová los asuntos. A la mañana siguiente dejé a mi familia en la terminal y fui a buscar hospedaje. No sabía con certeza adónde ir, pero me llevé unos cuantos ejemplares de La Atalaya. Tras distribuir varias revistas, llegué a la oficina de correos. Allí encontré a un hombre llamado Johnson, que me preguntó: ‘¿De dónde viene y adónde va?’. Le dije que estaba allí para predicar las buenas nuevas. Cuando se enteró de que yo era testigo de Jehová, me dijo que él procedía de Lundazi, en la provincia Oriental de Zambia, que era Testigo bautizado y que estaba inactivo. Quedamos en que mi familia y yo nos trasladaríamos a su casa y también llevaríamos nuestras pertenencias. Con el tiempo, Johnson y su esposa recobraron su fortaleza espiritual y nos ayudaron a aprender swahili. Posteriormente, él regresó a Zambia y llegó a ser un predicador activo de las buenas nuevas. Aquella experiencia me enseñó a no olvidar nunca que Jehová tiene la capacidad de auxiliarnos y a no subestimar jamás las oportunidades de tender una mano al prójimo.”

Bernard Musinga se desplazó a lugares tan diversos como Uganda, Kenia y Etiopía para desempeñar su servicio de tiempo completo acompañado de su esposa —Pauline— y sus hijos (que en aquel entonces eran pequeños). Bernard relata lo siguiente sobre una visita a las islas Seychelles: “En 1976 me asignaron a visitar a un grupo en la hermosa isla de Praslin. La gente era muy católica y habían surgido malentendidos. Por ejemplo, el hijo de un publicador nuevo se había negado a utilizar el signo más en las clases de matemáticas porque, según dijo, ‘Es una cruz, y yo no creo en la cruz’. Ante esa postura, los líderes religiosos lanzaron la ridícula acusación de que ‘los testigos de Jehová no dejan que sus hijos estudien matemáticas’. En una audiencia que nos concedió el ministro de Educación, le explicamos con todo respeto nuestras creencias y le aclaramos el malentendido. Tras aquello mantuvimos una relación cordial con él, lo cual abrió las puertas para que entraran misioneros en el país”.

[Ilustración]

Happy Mwaba Chisenga

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William Lamp Chisenga

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Bernard y Pauline Musinga

[Ilustración y recuadro de las páginas 191 y 192]

“¡Estás echando a perder tu futuro!”

Mukosiku Sinaali

Año de nacimiento: 1928

Año de bautismo: 1951

Otros datos: Graduado de Galaad que trabajó de traductor y actualmente sirve de anciano en su congregación.

El día de mi bautismo, el misionero Harry Arnott habló conmigo, me dijo que se necesitaban traductores al silozi y me preguntó si podía ayudar. Pronto recibí una carta de asignación y una revista La Atalaya. Entusiasmado, comencé aquella misma noche. La labor de traducción era difícil. Me tomaba muchas horas escribir el texto a mano con una vieja pluma estilográfica y, además, no había ningún diccionario de la lengua silozi. Por si fuera poco, trabajaba de día en la oficina de correos y por la noche traducía. A veces la sucursal me enviaba este recordatorio: “Le rogamos que mande la traducción por correo sin demora”. Yo solía preguntarme: “¿Y por qué no emprendo el servicio de tiempo completo?”. Con el tiempo renuncié a mi empleo, lo cual levantó sospechas y hasta hizo que algunos llegaran a pensar que había malversado fondos, pese a que contaba con la confianza de las autoridades. La oficina de correos encargó a dos inspectores europeos que investigaran bien el caso, y estos comprobaron que no había cometido ningún delito. Pero nadie entendía por qué renunciaba. Incluso me ofrecieron un ascenso para que me quedara, y cuando no lo acepté, me advirtieron: “¡Estás echando a perder tu futuro!”.

¡Qué equivocados estaban! En 1960 me invitaron a Betel, y poco después a la Escuela de Galaad. Me puse muy nervioso. Como era la primera vez que viajaba en avión —a Nueva York vía París y Amsterdam— recuerdo que pensaba: “¿Será esto lo que sienten los ungidos cuando van al cielo?”. Al llegar a la sede mundial, me conmovió mucho ver el cariño con que me recibieron: los hermanos fueron sumamente humildes y no manifestaron ningún tipo de prejuicio. La asignación que recibí al terminar el curso fue regresar a Zambia, donde seguí colaborando con la traducción.

[Ilustración y recuadro de la página 194]

Más rápido que las águilas

Katuku Nkobongo es inválido; no puede andar. Un domingo, durante la visita del superintendente de circuito, corrió la noticia de que fuerzas rebeldes estaban avanzando hacia la aldea en la que él vivía. Todo el mundo huyó. Uno de los últimos en marcharse fue Mianga Mabosho, el superintendente de circuito. Cuando este se montó en la bicicleta para ponerse a salvo, oyó una voz que le decía desde una cabaña cercana: “Hermano, ¿me va a dejar aquí?”. Era Katuku. El hermano Mabosho lo ayudó enseguida a subir a la bicicleta y salir de la aldea.

Para llegar a Zambia tenían que dirigirse al sur por terrenos muy accidentados, por lo que Katuku no tuvo más remedio que subir a rastras por las laderas escarpadas. El hermano Mabosho recuerda: “Aunque yo subía a la cima de las colinas con mis dos piernas, ¡él llegaba antes que yo! Cuando lo veía, decía para mis adentros: ‘¡Este hombre no puede andar, pero parece que tiene alas!’. Cuando finalmente llegamos a un lugar más seguro y nos dieron de comer, le pedí a Katuku que hiciera la oración. Se me saltaron las lágrimas al escuchar su sentida oración. Haciendo referencia al capítulo 40 de Isaías, dijo: ‘Tus palabras son muy ciertas, Jehová. Los muchachos se cansan y también se fatigan, y los jóvenes mismos sin falta tropiezan, pero los que esperen en ti recobrarán el poder. Se remontarán con alas como águilas. Correrán, y no se fatigarán; andarán, y no se cansarán’. Y añadió: ‘Gracias, Jehová, por hacerme más rápido que las águilas del cielo’”.

[Ilustración y recuadro de las páginas 204 y 205]

Pantalones cortos caqui y calzado deportivo marrón

Philemon Kasipoh

Año de nacimiento: 1948

Año de bautismo: 1966

Otros datos: Sirve en Zambia como superintendente viajante e instructor y coordinador de la Escuela de Entrenamiento Ministerial.

Mi abuelo me preparó para el ministerio. Muchas veces me llevaba a donde estaban mis compañeros de escuela y me decía que les diera testimonio. Él conducía fielmente el estudio de familia, y no permitía que nadie se durmiera. Yo siempre esperaba con anhelo aquellas sesiones de estudio.

Me bauticé en un río cerca de casa. Un mes después presenté mi primer discurso estudiantil en la congregación. Recuerdo que aquel día estrenaba unos pantalones cortos de color caqui y calzado deportivo marrón. Pero me apreté tanto los cordones que estaba incómodo. El siervo de congregación se dio cuenta y tuvo el detalle de acercarse a la plataforma y aflojármelos, mientras yo guardaba silencio. El discurso salió bien, y aquel acto de bondad me enseñó mucho. Reconozco que Jehová me ha entrenado bastante.

He visto con mis propios ojos el cumplimiento de Isaías 60:22. Al aumentar la cantidad de congregaciones, se necesitan más ancianos y siervos ministeriales capacitados para cumplir con diversas responsabilidades. Y la Escuela de Entrenamiento Ministerial satisface esa necesidad. Enseñar a estos hombres jóvenes produce una gran satisfacción. He comprobado que cuando Jehová nos da un trabajo que hacer, siempre nos da también su espíritu santo.

[Ilustraciones y recuadro de las páginas 207 a 209]

“Eso no es nada”

Edward y Linda Finch

Año de nacimiento: 1951

Año de bautismo: 1969 y 1966, respectivamente

Otros datos: Ambos son graduados de la clase 69 de Galaad. Edward es el coordinador del Comité de Sucursal de Zambia.

Cierto año, durante la temporada de las asambleas de distrito, estábamos viajando en auto por el norte del país, región en la que hay pocas carreteras, solo caminos de tierra. A varios kilómetros de una aldea vimos un grupo de personas caminando hacia nosotros. Nos llamó la atención un anciano, encorvado en ángulo recto, que se apoyaba en un bastón. Colgadas a la espalda tenía las botas (atadas por los cordones) y una bolsita con sus pertenencias. Al acercarnos, nos dimos cuenta de que tanto él como los demás llevaban puesta la tarjeta de solapa de la asamblea. Nos detuvimos para preguntarles de dónde eran, a lo que el hermano mayor respondió, enderezándose un poco: “¿Ya se han olvidado?, estuvimos juntos en Chansa para la asamblea. Ya vamos llegando a casa”.

—¿Cuándo partieron de la asamblea? —preguntamos.

—El domingo, cuando terminó el programa.

—Pero estamos en la tarde del miércoles. ¿Llevan tres días caminando?

—Sí, y anoche oímos leones.

—Desde luego, todos ustedes merecen encomio por el magnífico espíritu que manifiestan y todos los sacrificios que hacen para asistir a las asambleas.

El hermano mayor recogió sus cosas, comenzó a andar y se despidió diciendo: “Eso no es nada. Den ustedes las gracias a la sucursal por haber escogido este nuevo lugar para la asamblea. El año pasado tuvimos que caminar cinco días, pero este año... solo tres”.

Muchos se acuerdan de que 1992 fue un año de sequía en Zambia. En una asamblea que celebramos a la orilla del río Zambeze, a unos 200 kilómetros [120 millas] río arriba de las cataratas Victoria, aprovechábamos las noches para visitar a las familias, la mayoría de las cuales se reunían en torno a una fogata frente a su pequeña cabaña. Vimos a un grupo de unos veinte que entonaban cánticos del Reino. Nos enteramos de que habían caminado ocho días para llegar a la asamblea. Utilizaron sus animales para cargar a los niños pequeños, la comida, los utensilios para cocinar y otros artículos necesarios, y habían parado a dormir donde les alcanzaba la noche, pero no les parecía que todo aquello hubiera sido algo excepcional.

Al día siguiente se anunció que la sequía había afectado a muchos y que se estaba prestando ayuda a los necesitados. Aquella noche vinieron a nuestra choza tres hermanos, sin zapatos y vestidos con ropa muy vieja. Creíamos que nos iban a contar lo mucho que les había afectado a ellos la sequía, pero empezaron a decirnos que les entristeció enterarse de las dificultades que atravesaban algunos hermanos. Uno de ellos sacó del bolsillo de la chaqueta un sobre repleto de dinero y dijo: “No permitan que pasen hambre, por favor. Tomen, cómprenles un poco de comida”. De la emoción se nos hizo tal nudo en la garganta que no pudimos darles las gracias, y para cuando nos recuperamos, ya se habían ido. Su donación representaba un enorme sacrificio, pues no habían acudido a la asamblea preparados para aquello. Esa clase de experiencias contribuyen a que nos sintamos aún más allegados a nuestros hermanos.

[Ilustraciones]

Pese a las dificultades, muchos viajan largas distancias para asistir a las asambleas grandes y pequeñas

Arriba: preparando la cena en el lugar de asamblea

Izquierda: horneando panecillos al aire libre

[Ilustración de las páginas 211 a 213]

Decididos a celebrar asambleas

Aaron Mapulanga

Año de nacimiento: 1938

Año de bautismo: 1955

Otros datos: Trabajó de voluntario en Betel, fue traductor y miembro del Comité de Sucursal. En la actualidad es padre de familia y sirve de anciano en su congregación.

En 1974 íbamos a celebrar una asamblea de distrito a 10 kilómetros [6 millas] al este de Kasama. El jefe local nos había concedido permiso para reunirnos, pero la policía insistió en que disolviéramos la asamblea. Poco después llegó el oficial al mando —un hombre corpulento— acompañado de un centenar de oficiales paramilitares, y rodearon nuestro campamento. El programa prosiguió mientras en una oficina hecha de paja se discutía sobre los permisos y la cuestión de si se pondría el himno nacional.

Cuando llegó el momento de mi intervención, el oficial al mando me siguió hasta la plataforma con la intención de impedir que presentara el discurso temático. Al verlo, el auditorio se preguntaba qué iba a suceder. El hombre se quedó de pie un rato mirando a los aproximadamente doce mil asistentes y se marchó furioso. Al concluir mi discurso, lo encontré esperándome detrás de la plataforma, muy enojado. Ordenó a sus hombres que disolvieran la reunión, pero surgió una disputa entre los oficiales superiores y se marcharon. Al poco tiempo regresaron con un libro enorme. El oficial al mando lo colocó sobre la mesa delante de mí y me pidió que leyera la parte marcada. Leí el párrafo en silencio.

“Este libro tiene razón —dije—. El oficial tiene autoridad para disolver cualquier reunión que amenace la paz.” Mirando su cinturón y sus pistolas, añadí: “La única amenaza que tenemos aquí es la presencia de usted y sus hombres, pues están armados. Lo que nosotros tenemos son biblias”.

Enseguida se dirigió a un agente de inteligencia y exclamó: “¿No se lo dije? ¡Vamos!”, y me llevaron a la comisaría.

Cuando llegamos a su oficina, tomó el teléfono y se puso a hablar con otro oficial. Hasta entonces nos habíamos comunicado en inglés, pero por teléfono se puso a hablar en silozi. ¡Poco se imaginaba que ese era mi idioma también! Mientras hablaban de mí, me quedé sentado en silencio procurando que no se diera cuenta de que entendía lo que decía. Al terminar la conversación, colgó y me dijo: “¡Escuche bien!”.

Le respondí en silozi: “Eni sha na teeleza!”, que significa: “¡Sí señor, le escucho!”. Obviamente sorprendido, se quedó sentado observándome un buen rato. Entonces se levantó, fue hacia una gran nevera que tenía en la esquina de su oficina y me trajo una bebida fría. El ambiente ya estaba más relajado.

Después llegó un hermano que era un hombre de negocios respetado en la comunidad. Entre los dos sugerimos al oficial algunas medidas prácticas que mitigaron sus temores, y se distendieron los ánimos. A partir de entonces, con la ayuda de Jehová, se nos hizo más fácil organizar asambleas.

[Ilustración y recuadro de la página 221]

Delgado como un fideo

Michael Mukanu

Año de nacimiento: 1928

Año de bautismo: 1954

Otros datos: Fue superintendente viajante y ahora sirve en Betel de Zambia.

Mi circuito incluía un valle al otro lado de un monte escarpado. Las moscas tsetsé me resultaban muy molestas, así que para evitar los insectos y el calor del día, me levantaba a la una de la mañana y me ponía en marcha, subiendo colinas y montañas para llegar a la siguiente congregación. Como caminaba tanto, llevaba poco equipaje. No tenía mucho que comer, de modo que estaba delgado como un fideo. Los hermanos querían escribir a la sucursal para solicitar que me cambiaran de asignación, pues opinaban que tarde o temprano iba a morir. Cuando me lo contaron, les dije: “Es muy amable de su parte, pero deben recordar que mi asignación viene de Jehová, y él puede cambiarla. Si muero, no seré el primero que entierren por aquí, ¿verdad? Déjenme seguir; si muero, entonces notifíquenlo a la sucursal”.

Tres semanas después recibí un cambio de asignación. Es cierto que servir a Jehová puede suponer un reto, pero hay que perseverar. Jehová es el Dios feliz, y si sus siervos no están felices, él puede manejar los asuntos para que sigan contentos en su servicio.

[Ilustración y recuadro de las páginas 223 y 224]

No somos supersticiosos

Harkins Mukinga

Año de nacimiento: 1954

Año de bautismo: 1970

Otros datos: Sirvió de superintendente viajante junto con su esposa, y ahora están en Betel de Zambia.

Nuestro único hijo de dos años de edad nos acompañaba a mi esposa, Idah, y a mí en nuestras visitas. Al llegar a cierta congregación, los hermanos nos recibieron afectuosamente. El jueves por la mañana, el niño comenzó a llorar sin parar. A las ocho me fui a la reunión para el servicio del campo y lo dejé en las buenas manos de Idah. Una hora después, mientras conducía un estudio bíblico, me enteré de que nuestro hijo había muerto. Algo que aumentó nuestra angustia fue oír que varios hermanos creían que el niño había sido víctima de un hechizo, un temor común entre la gente. Tratamos de hacer razonar a los hermanos que no era así, pero las noticias corrieron como la pólvora por todo el territorio. Les expliqué que si bien Satanás es poderoso, no puede vencer a Jehová y a sus siervos leales. La Biblia dice que “el tiempo y el suceso imprevisto les acaecen a todos”, por eso no debemos precipitarnos a sacar conclusiones movidos por el miedo (Ecl. 9:11).

Enterramos a nuestro hijo al día siguiente, tras lo cual celebramos la reunión. Los hermanos aprendieron varias lecciones: ni tememos a los espíritus malvados ni somos supersticiosos. Aunque nos apenó profundamente la pérdida, seguimos con la actividad especial de la visita y partimos para otra congregación. En vez de recibir consuelo de las congregaciones, tuvimos que consolarlas y animarlas con la esperanza de que en el futuro cercano la muerte será algo del pasado.

[Ilustración y recuadro de las páginas 228 y 229]

Nos armamos de valor

Lennard Musonda

Año de nacimiento: 1955

Año de bautismo: 1974

Otros datos: Emprendió el servicio de tiempo completo en 1976. Fue superintendente viajante por seis años y ahora sirve en Betel de Zambia.

Recuerdo que allá por 1985 visité algunas congregaciones en el extremo norte del país, donde la oposición política había sido intensa en años anteriores. Recién nombrado superintendente de circuito, se me presentó una oportunidad para demostrar fe y valor. Cierto día, al terminar la reunión para el servicio del campo y cuando nos disponíamos a ir a una aldea cercana, un hermano comentó que había oído decir que si los testigos de Jehová se atrevían a predicar allí, se arriesgaban a que los vecinos les dieran una paliza. Pese a que se habían producido ataques de turbas violentas a finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, no podía concebir que a estas alturas pudiéramos ser agredidos por toda una comunidad.

No obstante, al oír esto, algunos publicadores se atemorizaron y se echaron atrás. Bastantes de nosotros, en cambio, nos armamos de valor y partimos hacia la aldea. Lo que sucedió nos dejó perplejos. Entablamos conversaciones agradables con las personas que encontramos, y muchas aceptaron las revistas. Sin embargo, hubo algunas que nos vieron llegar y huyeron, dejando ollas en el fuego y casas vacías con las puertas abiertas. De modo que, en vez de una confrontación, fuimos testigos de una retirada.

[Ilustración y recuadro de las páginas 232 y 233]

Tuve que salir huyendo

Darlington Sefuka

Año de nacimiento: 1945

Año de bautismo: 1963

Otros datos: Sirvió de precursor especial, superintendente viajante y voluntario en Betel de Zambia.

Corría el año 1963, y eran tiempos turbulentos. Muchas veces, cuando íbamos al ministerio del campo, se nos adelantaban pandillas de jóvenes vinculados a partidos políticos que amenazaban a los lugareños diciéndoles que si nos escuchaban, alguien iría a su casa y les rompería las puertas y las ventanas.

Una tarde, solo dos días después de mi bautismo, quince jóvenes me dieron tal paliza que sangraba por la nariz y la boca. Otra tarde, un hermano y yo fuimos agredidos por un grupo de unos cuarenta individuos que nos había seguido hasta donde yo vivía. Recordar las experiencias por las que pasó Jesucristo me fortaleció. El discurso que pronunció John Jason cuando me bauticé dejó claro que la vida del cristiano no iba a estar exenta de dificultades; por eso, estas cosas no me sorprendieron, sino que me animaron.

En aquellas fechas, los políticos buscaban apoyo en su lucha por la independencia, y nuestra postura neutral les hacía pensar que estábamos de parte de los europeos y los estadounidenses. Los líderes religiosos que respaldaban a los grupos políticos se encargaban de fomentar cuentos falsos sobre nosotros. La situación era complicada antes de la independencia y siguió igual después. Muchos hermanos perdieron sus negocios porque no obtuvieron las tarjetas de afiliación; algunos abandonaron las ciudades y volvieron a sus aldeas donde aceptaron trabajos mal pagados con tal de evitar que se les pidiera apoyo económico para actividades políticas.

Un primo mío que no era Testigo se encargó de mí durante mi adolescencia. Debido a la postura neutral que yo mantenía, su familia recibió amenazas e intimidaciones, lo que los atemorizó. Cierto día, antes de irse a trabajar, él me dijo: “No quiero verte aquí cuando vuelva esta noche”. Al principio pensé que bromeaba, pues yo no tenía ningún familiar en la ciudad ni un lugar adonde ir, pero no tardé en comprobar que hablaba en serio. Cuando regresó a casa y me vio allí, se enfureció. Recogió piedras y se puso a perseguirme gritando: “¡Vete con tus malditos amigos!”. Tuve que salir huyendo.

Mi padre se enteró y envió este mensaje: “Si no cambias de opinión, no vuelvas a poner un pie en mi casa”. Aquello fue muy duro; apenas tenía dieciocho años. ¿Quién me acogería? La congregación. Cuántas veces he meditado en las palabras que dijo David: “En caso de que mi propio padre y mi propia madre de veras me dejaran, aun Jehová mismo me acogería” (Sal. 27:10). He comprobado que Jehová es fiel a su promesa.

[Ilustración y recuadro de las páginas 236 y 237]

Mi conducta se ganó el respeto de muchos maestros

Jackson Kapobe

Año de nacimiento: 1957

Año de bautismo: 1971

Otros datos: Sirve de anciano en una congregación.

En 1964 se produjeron las primeras expulsiones en las escuelas. La sucursal ayudó a ver a los padres que tenían que preparar a sus hijos. Recuerdo que mi papá se sentaba conmigo cuando yo llegaba de la escuela y comentábamos Éxodo 20:4, 5.

En las asambleas escolares me quedaba de pie en la parte de atrás para evitar confrontaciones. A quienes no entonaban el himno nacional se les colocaba al frente. Cuando el director me preguntó porqué no cantaba, le contesté citando de la Biblia. “¡Lees, pero no cantas!” exclamó, y argumentó que le debía lealtad al gobierno por la escuela en la que había aprendido a leer.

Terminaron expulsándome en febrero de 1967. Me sentí desilusionado porque me gustaba aprender, y era buen estudiante. Pese a la presión que ejercieron sobre mi padre sus compañeros de trabajo y familiares no creyentes, me tranquilizó asegurándome que estaba haciendo lo correcto. Mi madre también soportó presión. Cuando la acompañaba a trabajar en los campos, otras mujeres nos ridiculizaban diciendo: “¿Por qué no está este en la escuela?”.

Sin embargo, mi formación no acabó allí. En 1972, las clases de alfabetización recibieron mayor énfasis en la congregación. Con el tiempo disminuyó la tensión en las escuelas. La mía estaba frente a nuestra casa, al otro lado de la calle, y el director a menudo venía a pedirnos agua fría para beber o que le prestáramos escobas para barrer las aulas. Una vez hasta nos pidió dinero prestado. Los actos de bondad de mi familia debieron de conmoverlo, pues un día preguntó si yo quería volver a la escuela. Mi padre le recordó que yo aún era testigo de Jehová. “No se preocupe”, respondió el director. “¿En qué curso quieres empezar?”, me preguntó. Elegí sexto grado. Todo era igual: la misma escuela, el mismo director y los mismos compañeros de clase, excepto que yo leía mejor que la mayoría de los alumnos, gracias a las clases de alfabetización que se daban en el Salón del Reino.

Mi arduo trabajo y buena conducta se ganaron el respeto de muchos profesores, y eso me facilitó la vida en la escuela. Estudié mucho y pasé varios exámenes, lo que me permitió aceptar un puesto de responsabilidad en las minas y más adelante mantener a una familia. Me alegro de no haber cantado el himno nacional, pues hubiera sido un acto de deslealtad.

[Ilustración y recuadro de las páginas 241 y 242]

“¿Cómo vamos a dejar de predicar?”

Jonas Manjoni

Año de nacimiento: 1922

Año de bautismo: 1950

Otros datos: Sirvió en Betel de Zambia durante más de veinte años. En la actualidad sirve de anciano y precursor regular.

En plena segunda guerra mundial, mi hermano volvió de Tanzania con una Biblia y varios libros, entre ellos Gobierno y Reconciliación. Como las publicaciones de los testigos de Jehová aún estaban prohibidas, quise averiguar las razones. Leí el libro Reconciliación, pero me resultó difícil de comprender. Unos años después visité a mi hermano y lo acompañé a una reunión de su congregación. Aún no tenían Salón del Reino; se reunían en un claro en el monte, cercado con bambú. El orador no utilizó ningún bosquejo escrito, pero cuánto me satisfizo oír un discurso tomado directamente de las Escrituras. Las explicaciones bíblicas eran muy diferentes de las que se daban en mi iglesia, donde los feligreses ansiaban saludar la bandera y tocar los tambores, y hasta discutían por diferencias tribales y sobre el idioma en que debían cantar. En cambio, en esta reunión oí bellos cánticos que alababan a Jehová y vi a familias enteras que escuchaban sentadas el programa espiritual.

Me bauticé y seguí trabajando para un hospital, lo cual me exigía viajar a diversas poblaciones de la zona minera. En 1951 tomé dos semanas de permiso para ayudar en la sucursal de Lusaka. Poco después se me invitó a servir en Betel. Comencé en Envíos y, cuando más adelante la sucursal se trasladó a Luanshya, colaboré con los departamentos de Correspondencia y Traducción. A pesar de los cambios políticos que se produjeron en la primera mitad de la década de 1960, los hermanos continuaron produciendo buen fruto y manteniendo su postura neutral en medio de la agitación política.

Me entrevisté varias veces con el doctor Kenneth Kaunda, quien pronto sería presidente de Zambia. Una de esas ocasiones fue en marzo de 1963. Le expliqué las razones por las que no militábamos en partidos políticos ni comprábamos la tarjeta de afiliación. Le solicitamos su ayuda para que detuviera la intimidación que recibíamos de opositores políticos, y él pidió más datos. Años después, el doctor Kaunda nos invitó a visitar la Cámara legislativa, donde tuvimos el honor de hablar con el presidente y sus principales ministros. La reunión duró hasta bien entrada la noche. Aunque el presidente no se oponía a los testigos de Jehová como grupo religioso, preguntó si no podríamos solo reunirnos como otras religiones, sin predicar. “¿Cómo vamos a dejar de predicar? —repusimos—. Jesús predicó, no se limitó a construir un templo junto a los fariseos.”

Pese a nuestras peticiones, quedaron prohibidos algunos rasgos del ministerio teocrático. Pero encontramos, como siempre, maneras de honrar y alabar a Jehová, quien utiliza a sus siervos para realizar su propósito.

[Ilustración y recuadro de las páginas 245 y 246]

Tenía grandes deseos de aprender

Daniel Sakala

Año de nacimiento: 1964

Año de bautismo: 1996

Otros datos: Sirve de anciano en una congregación.

Pertenecía a la iglesia Espíritu de Sión cuando obtuve el folleto Aprenda a leer y escribir. Yo era analfabeto, pero como tenía grandes deseos de aprender, le dediqué mucho tiempo a este objetivo. Le pedía a la gente que me ayudara a entender el sentido de las palabras nuevas. Así, aunque no tuve un maestro propiamente dicho, progresé, y en poco tiempo aprendí lo más elemental de la lectura y la escritura.

¡Ahora podía leer la Biblia! Descubrí, entonces, algunas cosas que no concordaban con las prácticas de mi iglesia. Mi cuñado, que era testigo de Jehová, me envió el folleto Espíritus de difuntos... ¿pueden ayudar a uno?, ¿o causarle daño? ¿Existen, realmente? Lo que leí me impulsó a hacerle algunas preguntas a mi pastor. Un día en la iglesia leí Deuteronomio 18:10, 11 y pregunté: “¿Por qué hacemos cosas que la Biblia condena?”.

“Cada cual cumple con su cometido”, respondió el pastor. La verdad, no entendí aquel comentario.

Luego leí Eclesiastés 9:5 y pregunté: “¿Por qué animamos a honrar a los difuntos si la Biblia dice que los muertos ‘no tienen conciencia de nada’?”. Ni el pastor ni nadie del auditorio me respondió.

Más tarde, algunos feligreses me abordaron y dijeron: “Si nosotros no somos testigos de Jehová, ¿por qué deberíamos dejar de respetar a los muertos y romper con nuestras tradiciones?”. Aquel comentario me sorprendió. Yo solo había utilizado la Biblia, pero el resto de los feligreses habían llegado a la conclusión de que me había unido a los testigos de Jehová. Desde entonces empecé a asistir al Salón del Reino con dos compañeros de mi anterior iglesia. Durante los tres primeros meses logré que varios familiares cercanos me acompañaran a las reuniones cristianas. Ahora, tres de ellos son Testigos bautizados, entre los que figura mi esposa.

[Ilustraciones y tabla de las páginas 176 y 177]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Zambia: datos históricos

1910

1911: Llegan a la actual Zambia los volúmenes de Estudios de las Escrituras.

1919: Se azota y encarcela a Kosamu Mwanza y a 150 hermanos más.

1925: La sucursal de los Estudiantes de la Biblia de Ciudad del Cabo restringe la predicación y los bautismos.

1935: El gobierno restringe la importación de publicaciones. Se proscriben veinte de ellas.

1936: Se abre un depósito de publicaciones en Lusaka bajo la supervisión de Llewelyn Phillips.

1940

1940: El gobierno proscribe la importación y distribución de nuestras publicaciones. Se reanudan los bautismos.

1948: Llegan los primeros graduados de Galaad.

1949: El gobierno levanta la proscripción de La Atalaya.

1954: Se traslada la sucursal a Luanshya.

1962: Se traslada la sucursal a Kitwe.

1969: El gobierno proscribe nuestra predicación pública.

1970

1975: Se deporta a los misioneros.

1986: Se vuelve a permitir la entrada de misioneros en el país.

1993: Se dedica la actual sucursal de Lusaka.

2000

2004: Se dedica la ampliación de la sucursal de Lusaka.

2005: Hay 127.151 publicadores activos en Zambia.

[Ilustración]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Publicadores

Precursores

130.000

65.000

1910 1940 1970 2000

[Mapas de la página 169]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO

ZAMBIA

Kaputa

Mbala

Isoka

Kasama

Samfya

Lundazi

Mufulira

Kalulushi

Kitwe

Luanshya

Kabwe

LUSAKA

Senanga

Río Zambeze

Livingstone

BOTSUANA

ZIMBABUE

MOZAMBIQUE

MALAUI

[Ilustraciones a toda plana de la página 162]

[Ilustración de la página 167]

Thomson Kangale

[Ilustración de la página 170]

Llewelyn Phillips

[Ilustración de la página 178]

Harry Arnott, Nathan Knorr, Kay y John Jason e Ian Fergusson en 1952

[Ilustración de la página 193]

Derecha: Manda Ntompa y su familia en el campo de refugiados de Mwange (2001)

[Ilustración de la página 193]

Abajo: campo de refugiados típico

[Ilustración de la página 201]

La primera clase de la Escuela de Entrenamiento Ministerial celebrada en Zambia (1993)

[Ilustración de la página 202]

Richard Frudd y Philemon Kasipoh, instructores de la Escuela de Entrenamiento Ministerial, reunidos con un estudiante

[Ilustración de la página 206]

Las instalaciones para las asambleas de distrito se construían con lodo, paja y otros materiales de la zona

[Ilustración de la página 215]

Izquierda: drama bíblico con vestuario de época (1991)

[Ilustración de la página 215]

Abajo: candidatos para el bautismo en la Asamblea de Distrito “Mensajeros de la Paz de Dios” (1996)

[Ilustración de la página 235]

El señor Richmond Smith con Feliya Kachasu y su padre, Paul

[Ilustraciones de la página 251]

Trabajadores alegres colaboran en la construcción de la actual sucursal, situada en Lusaka

[Ilustraciones de las páginas 252 y 253]

1, 2. Salones del Reino construidos recientemente

3, 4. Sucursal de Zambia, en Lusaka

5. Stephen Lett en la dedicación de la ampliación de la sucursal (diciembre de 2004)

[Ilustración de la página 254]

Comité de Sucursal, de izquierda a derecha: Albert Musonda, Alfred Kyhe, Edward Finch, Cyrus Nyangu y Dayrell Sharp

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