Un contrabandista de drogas en busca de contentamiento
EMPRENDÍ mi viaje de seis horas por cierta zona rural accidentada de la América latina. El sol de la madrugada anunciaba otro día caluroso. Aun así, la mochila que pesaba veinte kilogramos no me causaba mucha incomodidad. Yo había hecho esto muchas veces antes. Detrás de mí venían mis dieciocho cargadores, cada uno con su propia carga valiosa. ¿Qué era tan valioso? Hojas de coca, para hacer cocaína.
A medida que me abría paso por el espeso follaje, meditaba en mi aptitud como contrabandista. ¡De pronto, unos disparos me trajeron a la realidad del momento! Me llené de temor al pensar: “¡Nos ha atrapado la policía fronteriza!” No obstante, logré escapar. A otros de mi grupo no les fue tan bien. A tres de ellos los prendieron, y les esperaban sentencias de prisión; otro hombre fue herido, y más tarde murió.
¿Por qué arriesgaba yo la vida en el contrabando de narcóticos? Para librarme de la pobreza. Era uno de doce hijos de un humilde carpintero. Para cuando yo tenía seis años de edad, la salud de mi padre había empeorado debido a la responsabilidad de mantener a tantos hijos. En sentido económico, pasamos de tener poco a tener menos.
Cuatro años más tarde yo estaba trabajando en los campos cerca de mi casa. La paga era mínima y los días eran interminables. Perdí la cuenta de las veces que mi madre me curó las rodillas heridas y las manos cortadas. ¡Cómo anhelaba una buena vida, ser feliz y no carecer de las cosas necesarias!
Llegó la oportunidad cuando cumplí dieciséis años de edad. Mi cuñado hacía pasar drogas de contrabando por la frontera, y me pidió que trabajara con él. Quedé absorto ante las visiones de las posibilidades que se me presentaban. “Un gran excursionista como yo,” pensé, “pudiera ganarse una fortuna.”
Por experiencia, pronto me puse al tanto de lo que tenía que hacer. Unos amigos míos y yo comenzamos a abrir cierta cantidad de rutas a través de las colinas densamente arboladas. Escogimos varios puntos claves donde cruzar el río que servía de frontera. Esto confundía a los patrulleros, puesto que no cruzábamos siempre por el mismo sitio. Por lo general coordinábamos nuestro tiempo con la llegada del camión para el cual se habían hecho arreglos de antemano. Pero aun entonces había constante peligro de que se nos descubriera. Tres veces estuve a punto de ser capturado.
Al principio de mi carrera como contrabandista de drogas conocí a una joven y pronto comenzamos a vivir juntos. Aunque le tenía algún cariño, nunca pensé en atarme a ella por un matrimonio legal. Aun después que nos nacieron dos hijos, mi actitud no cambió en absoluto. Ella se preocupaba constantemente por mi salud y seguridad.
Recuerdo, con vergüenza, muchas ocasiones en que yo llegaba a casa en una condición que podría describirse como todo menos sobria, y provocaba una discusión que llevaba a que nos viniéramos a las manos. ¡Qué egotista me había hecho! Me cegaba la manía de hacerme rico.
En aquellos años un haz de veinte kilogramos de hojas de coca rendía el equivalente de $125 (E.U.A.) en el mercado extranjero. El obrero de término medio de la aldea donde yo vivía ganaba solo $1 (E.U.A.) al día, mientras que yo despilfarraba miles de pesos en comidas extravagantes y mujeres. Esto hacía que me sintiera importante, pero, ¿realmente estaba contento?
Durante aquellos días turbulentos respondí al sonido de unas palmadas (el equivalente de tocar el timbre de la puerta en otros países). Un visitante extranjero estaba a la entrada principal de mi casa. Después de una breve conversación, éste me dejó un número de la revista ¡Despertad! Durante los siguientes meses, cuando regresaba a casa de mis viajes, yo hallaba que habían venido más números. Por un tiempo no hice caso de ellos, hasta que encontré uno que simplemente no pude soltar. Tenía que hallar al gringo que distribuía la revista ¡Despertad!
No me tomó mucho tiempo hallarlo. Rolf Grankvist, testigo de Jehová, había comenzado un estudio bíblico con dos hermanos míos, y no perdí tiempo en invitarme a mí mismo a la siguiente sesión del estudio. En éste se consideraron varios temas de la Biblia. Hallé que la consideración había sido reconfortante y pregunté si podía tener un estudio bíblico personal en mi casa junto con mi familia.
Otro Testigo, un panadero de la localidad, fue enviado a casa a conducir el estudio. Desde luego, mi primera pregunta fue acerca del contrabando de coca. “¿Qué dice la Biblia en cuanto a eso?,” pregunté. De manera bondadosa, pero firme, el Testigo me explicó las razones por las cuales Dios no consideraría aquello admisible. Entre otros textos bíblicos me mostró el de 1 Juan 4:20 (’el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede estar amando a Dios, a quien no puede ver’). El mensaje estaba claro: sería hipócrita decir que uno estuviera amando a Dios a la vez que estuviera trabajando para causar daño a su semejante.
Esto hizo que me pusiera a pensar. Era seguro que Dios no aprobaba mi actividad, pero, ¿por qué no me había dicho esto el sacerdote? El sabía que otros y yo participábamos en el contrabando de narcóticos.
Me encaré a la realidad. Mi salud estaba empeorando, en casa la relación de familia estaba en mala condición, y yo no hallaba contentamiento. Me pregunté francamente: “¿Podrías realmente dejar este tipo de vida?” Últimamente había llegado a estar más profundamente envuelto en este negocio, pues había hecho arreglos para convertir la coca en cocaína. No obstante, saqué fortaleza de mi decisión de servir a Jehová y dije a mis socios que estaba abandonando aquella empresa. Ellos quedaron pasmados y furiosos. Pero me atuve firmemente a mi decisión... ¡dejar el tráfico de drogas!
A medida que aumentaba en conocimiento, yo sentía que los problemas que habían hecho un enredo de mi vida se estaban desenredando. Leí Hebreos 13:4: “Que el matrimonio sea honorable entre todos, y el lecho conyugal sea sin contaminación, porque Dios juzgará a los fornicadores y a los adúlteros.” Así que hice las gestiones para legalizar como matrimonio nuestra relación de vivir juntos. Estudié el capítulo intitulado “Edificando una vida de familia feliz,” del libro La verdad que lleva a vida eterna. El aplicar ese material incrementó el respeto que mi esposa y yo nos mostrábamos, y nuestros hijos se desarrollaron bien en el ambiente más tranquilo y amoroso de nuestro hogar. En Hebreos 10:25 se registra el consejo acerca de ‘no abandonar el reunirse.’ El cumplir con esa amonestación contribuyó a la espiritualidad de nuestra familia. En enero de 1976 dediqué mi vida a Jehová.
La actividad de predicar engrosó las filas de los testigos de Jehová. El sacerdote de la localidad, quien nunca había denunciado el tráfico de drogas, ahora se encolerizó porque los Testigos estaban enseñando a la gente las buenas nuevas del reino de Dios. Cada domingo insultaba a los Testigos en su programa radial. Sus esfuerzos fueron contraproducentes. La atención que atrajo de este modo a nuestra obra contribuyó al aumento de 200 por ciento que alcanzamos durante los siguientes cuatro años.
Debido al creciente vínculo de cariño entre mi esposa y yo, y porque yo había cortado todo lazo que me ataba al tráfico de drogas, se despertó gran curiosidad entre mis parientes. Al principio algunos observaban, en espera de que pronto hubiera un cambio completo en estas reformas. Sin embargo, a medida que nosotros continuamos viviendo de acuerdo con los principios bíblicos, la curiosidad de ellos se convirtió en interés. ¡Qué feliz nos sentimos cuando dos de mis hermanos y sus respectivas esposas llegaron a ser testigos de Jehová! También he tenido el gozo de servir de superintendente en la congregación local.
No hace mucho pude reflexionar sobre los muchos sesgos que ha tomado mi vida. Los recuerdos del pasado me pasaron rápidamente por la mente mientras avanzaba penosamente sobre el terreno escabroso, con un caballo bien cargado a mi lado. De cerca me seguían mis dos compañeros que animaban también a sus animales de carga. ¿Se había apoderado de mí nuevamente el deseo de ganar dinero fácil mediante el contrabando? Lejos de eso. ¡Las cargas que llevaban los animales no contenían siquiera una sola hoja de coca! Más bien, mis compañeros y yo estábamos llevando Biblias y ayudas para el estudio de la Biblia para los agricultores que vivían muy adentro en la serranía.—Contribuido.
[Comentario en la página 14]
Me llené de temor al pensar: “¡Nos ha atrapado la policía fronteriza!”
[Comentario en la página 15]
Sería hipócrita decir que uno estuviera amando a Dios a la vez que estuviera trabajando para causar daño a su semejante
[Comentario en la página 16]
Me atuve firmemente a mi decisión... ¡dejar el tráfico de drogas!
[Ilustración en la página 15]
Del contrabando de hojas de coca al transporte de literatura bíblica
[Ilustraciones en la página 16]
¿Contrabando de esto? ... ¿o predicación de esto?
Hojas de coca
SANTA BIBLIA