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  • Jehová bendijo mi resolución
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1990
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1990
w90 1/10 págs. 26-29

Jehová bendijo mi resolución

SEGÚN LO RELATÓ RICHARD WUTTKE

“¡Morirás dentro de tres meses!” “¿Cómo es posible?” “Eso fue lo que me dijo el médico que viste en Assis”, contestó mi hermano William.

PERO yo quería vivir, no morir. Por primera vez oré a Dios por ayuda. Felizmente, ahora, 46 años después, puedo decir que aunque el médico no me dijo qué enfermedad tenía, su diagnóstico era incorrecto. Sin embargo, el susto me hizo pensar en mi propósito en la vida y en la importancia de servir a nuestro Creador.

Una familia nómada

Cuando nací, el 11 de noviembre de 1921, mis padres vivían en Grosen, un pueblecito de Alemania oriental. Ellos habían nacido en Rusia de padres alemanes inmigrantes. Pero cuando la revolución bolchevique introdujo el comunismo en 1917, ellos y otros de origen alemán fueron deportados y perdieron todas sus posesiones. Después de un viaje largo en tren de carga, mis padres llegaron con sus hijitos a la frontera alemana. Pero no consiguieron entrada en Alemania, y tuvieron que regresar a Rusia. No se les permitió entrar allí de nuevo, de modo que tuvieron que volver a Alemania. Después de meses de dificultades, por fin los dejaron entrar allí.

Mi padre murió cuando yo tenía 10 años de edad. Dos años después, en 1933, Hitler ascendió al poder, y me obligaron a participar en el movimiento de la juventud nazi. Los alemanes nacidos en otros países afrontaron dificultades durante el régimen hitleriano, y había indicios de que Alemania se preparaba para otra guerra. Por eso decidimos mudarnos a Brasil, algo que otros habían hecho. Llegamos a Santos, Brasil, en mayo de 1936.

Después de trabajar unos meses en un cafetal, compramos una hacienda pequeña en la región fértil cerca de Maracaí, en el estado de São Paulo. Mientras construíamos nuestro hogar, nos hospedamos con el ministro luterano. Él nos animó a asistir a su iglesia, pero la abandonamos cuando él —algo que también hizo después su sucesor— comenzó a hablar de asuntos políticos en sus sermones.

Primer contacto con la verdad bíblica

Durante aquel tiempo fue cuando mi hermano me dijo lo del terrible diagnóstico del médico. Así que fui a São Paulo para que otro médico me examinara. Mientras estuve allí, la familia con quien me hospedaba recibió la visita de un amigo de ellos, Otto Erbert. Él era testigo de Jehová, y empezó a testificarnos. Sin embargo, a la familia no le agradó el mensaje, y uno por uno salieron de la habitación, hasta que quedé solo con él.

Otto habló conmigo por casi dos horas sobre estos temas: el infierno de fuego; la inmortalidad del alma; el Dios verdadero, Jehová; su Reino; y la esperanza de vivir para siempre en una Tierra paradisíaca. ¡Qué brillante futuro describió! ¡Qué diferente de lo que yo había aprendido en la Iglesia Luterana! Por fin Otto me preguntó: “¿Crees en las enseñanzas falsas de la cristiandad, o en la Biblia?”.

“En la Biblia”, contesté.

“Entonces, ¡estúdiala! —instó, y añadió—: Si quieres conocerla mejor, visítame.” Puesto que me gustó lo que oí, especialmente acerca de vivir para siempre en la Tierra, lo visité el día siguiente. Aquella segunda conversación me convenció de que había hallado ‘la verdad que liberta a la humanidad’. (Juan 8:32.) Me dio el folleto Health and Life (Salud y vida) y se ofreció a estudiar la Biblia conmigo en alemán.

Realizo mi mayor deseo

Mientras tanto, recibí el debido tratamiento médico y pude regresar a casa. Invité a Otto Erbert a pasar unas vacaciones con nosotros. Mi madre se alegró mucho de que yo estudiara la Biblia... el libro que siempre había estado sobre la mesa, pero que nunca habíamos leído. Después que Otto regresó a São Paulo, conduje —lo mejor que pude— un estudio bíblico con mi familia casi todas las noches. Me alegré cuando mi madre, mi hermano Robert y mi hermana Olga aceptaron el mensaje de la verdad. En casa siempre había muchos visitantes, pero después que les testificamos por unos dos meses, quedó casi vacía. Una de las personas que solía visitarnos dijo: “¡Si siguen con eso, van a parar en un manicomio!”.

Pero mi deseo de servir a Jehová siguió aumentando. Conseguí más publicaciones, y las leía hasta muy tarde por la noche. Pero solo tenía literatura en alemán, y me di cuenta de que para enseñar la verdad a otros tendría que aprender portugués. Por eso, en 1945 me trasladé a São Paulo para estudiar portugués. Viví donde se alojaba Otto Erbert, quien más tarde se casó con mi hermana Olga.

Empecé a asistir a las reuniones junto con otras 50 personas en el único Salón del Reino de São Paulo. Ahora hay más de 510 congregaciones en el São Paulo mayor, con más de 50.000 publicadores del Reino. El 6 de enero de 1946 me bauticé en símbolo de mi dedicación para hacer la voluntad de Dios. Aquel mismo año asistí a la Asamblea Teocrática “Naciones alegres” en São Paulo... mi primera asamblea grande. ¡Qué emocionante fue ver a 1.700 personas presentes el domingo! En aquella asamblea conocí a Otto Estelmann, quien me animó y me dijo: “Richard, eres joven; disfrutas de buena salud; así que hazte precursor”.

Ya había pensado en el ministerio de tiempo completo, pero ahora lo consideré más detenidamente. Otros dos publicadores y yo nos fijamos la meta de emprender este servicio seis meses después. Cuando llegó el tiempo, les pregunté: “¿Están listos?”. Ninguno lo estaba. Pero les dije que yo iba a empezar de todos modos. “Se te va a hacer difícil”, me advirtieron. Pero me apegué a mi decisión. El 24 de mayo de 1947 recibí mi asignación de precursor regular.

Se abren nuevas puertas de servicio

Mi territorio era inmenso, pues incluía secciones residenciales y comerciales de São Paulo. Yo colocaba centenares de libros y folletos en manos de la gente cada mes. Cierta mañana entré en una sala grande donde trabajaban varios hombres. Abordé al primero y le ofrecí el libro “La verdad os hará libres”.

“¿Cuántos libros tiene en su maletín?”, preguntó.

“Unos veinte”, contesté. Los tomó todos y los repartió a los trabajadores allí. ¡Resulta que yo había entrado en el Ayuntamiento!

Sin embargo, mi mayor gozo era conducir estudios bíblicos en los hogares. En el transcurso de cuatro años, gracias a Jehová, 38 de las personas con quienes yo estudiaba la Biblia se bautizaron. Varias de ellas emprendieron el ministerio de tiempo completo. Entre estas estaba Afonso Grigalhunas, quien sirvió por más de diez años como precursor auxiliar hasta que falleció en 1988... e hizo esto aunque tenía una pierna artificial. También estaba la familia Ciuffa. Francisco, uno de los hijos, sirvió por años como superintendente viajante, y su hermana, Ângela, todavía es precursora.

En 1951 empecé a servir como superintendente viajante. Mi asignación abarcaba zonas grandes de los estados de Rio Grande do Sul y Santa Catarina. Miles de personas de descendencia europea vivían en esa región del sur de Brasil. Mayormente visitábamos a personas y grupos aislados, puesto que había pocas congregaciones en aquellos días. Había muchos ríos, pero pocos puentes, y por eso yo tenía que vadear los ríos más pequeños con la maleta sobre la espalda y mi máquina de escribir y mi maletín en las manos. Los caminos no estaban pavimentados, y tenían muchos hoyos. Yo me ponía un guardapolvo para proteger mi ropa. Esto hizo que algunos creyeran que yo era el nuevo sacerdote, y trataban de besarme la mano.

Defiendo los intereses del Reino

Mientras me esforzaba por mantener un punto de vista equilibrado sobre las dificultades que se me presentaban, seguí este principio: Si otros pueden vivir tan lejos de las ciudades, caminar por estas veredas y cruzar estos ríos, ¿por qué no puedo hacerlo yo también, especialmente cuando tengo un mensaje tan importante que compartir con otros?

A menudo surgían dificultades de otra índole en los pueblecitos. Por ejemplo, en cierta ocasión hicimos arreglos para reunirnos en una escuela local al lado de un parque. Había una pequeña taberna y una iglesia católica al otro lado del parque. Puesto que el maestro no llegó para abrir la escuela, decidí pronunciar el discurso en el parque. Poco después de haber empezado a hablar, media docena de hombres salieron de la taberna y se pusieron a gritar y hacer ademanes. Después nos enteramos de que el sacerdote les había pagado para que hicieran aquello.

Alcé la voz y hablé directamente a ellos. Dejaron de gritar, y uno de ellos dijo: “Está hablando de Dios. ¿Por qué nos dijo el sacerdote que este hombre es del Diablo?”. Cuando el sacerdote vio que los hombres no iban a disolver la reunión, se subió a su “jeep” y empezó a conducirlo alrededor del parque mientras gritaba: “¡Ningún católico debe asistir a esta reunión!”. Nadie se movió, y la reunión siguió en paz.

En Mirante do Paranapanema, São Paulo, visité al jefe de la policía y le expliqué el propósito de nuestra obra y solicité un salón para pronunciar un discurso público. Él nos consiguió uno. También le avisamos que prepararíamos hojas sueltas para anunciar el discurso. “¿Dónde van a distribuirlas?”, preguntó. Después que le indicamos, nos pidió algunas para distribuirlas en otra sección del pueblo. El domingo asistió a la reunión y trajo consigo a dos policías, y dijo: “Es para mantener el orden”.

“¿Quiere que lo presente al auditorio?”, preguntó.

“Con gusto —contesté—, pero permítame explicarle cómo presentamos a nuestros discursantes.” Después que me presentó, se sentó en la plataforma de los discursantes para escuchar. Créamelo, fue un auditorio muy atento. No hubo ningún problema, pues, imagínese: ¡había dos policías al lado de la puerta, y el jefe de la policía estaba en la plataforma!

En marzo de 1956 fui nombrado superintendente de distrito y serví en asambleas por todo Brasil. Tenía que recorrer largas distancias. En cierta ocasión me tomó tres días viajar de una asamblea a otra. En la parte norteña del país a veces teníamos que viajar en camioneta. Estas no tenían ventanillas, de modo que estaban bien ventiladas, ¡lo cual fue bueno, porque los pasajeros llevaban consigo gallinas y cerdos!

Galaad fortalece mi resolución

¡Qué emocionante fue para mí asistir a la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower en 1958! Nuestra clase se graduó aquel verano durante la asamblea celebrada en el Estadio de los Yanquis y el Polo Grounds. Para el discurso público hubo 253.922 personas presentes y 123 diferentes países representados. ¡Qué conmovedora experiencia! Regresé a Brasil más resuelto que nunca a seguir anunciando el Reino de Jehová.

En 1962 me casé con Ruth Honemann, quien ya había sido misionera en Brasil por más de seis años. Desde entonces he seguido disfrutando de otros privilegios de servicio, pues he conducido cursos de la Escuela del Ministerio del Reino y de la Escuela del Servicio de Precursor, he llevado la delantera en los preparativos para asambleas nacionales e internacionales y en la construcción del primer Salón de Asambleas de São Paulo.

Actualmente disfrutamos del mayor privilegio de nuestra carrera teocrática: el ser miembros de la familia del Betel de Brasil. En retrospección puedo decir que, durante los más de 40 años de servicio de tiempo completo —35 de estos como superintendente viajante—, he disfrutado de muchas actividades felices y remuneradoras. (Proverbios 10:22.) He aprendido mucho de la organización de Jehová, incluso la importancia de mostrar empatía, de ser un amigo y no un patrón, y de no estar demasiado ocupado para atender las necesidades de otros. En conclusión quisiera decir, especialmente a los más jóvenes, lo que me dijo el hermano Estelmann hace muchos años: “Eres joven; disfrutas de buena salud; así que ¡hazte precursor!”.

[Fotografía de Richard y Ruth Wuttke en la página 26]

[Fotografía en la página 29]

Nuestro hogar actual, el Betel de Brasil

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